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El Simposio: El Banquete de Platón.

El Simposio o Banquete, fue escrito alrededor del año -380 y es un gran texto literario donde Filosofía y Literatura se funden maravillosamente en un sólo cuerpo AMOROSO.

Debes de imaginarte que estás afuera de las murallas de la ciudad de Atenas, alrededor del año -400 y que te encuentras con un grupo de amigos, uno de los cuáles va a recrearte de memoria una cena ocurrida a 17 años de distancia, es decir, aproximadamente en el -417/-416.

Comenzamos así con la conversación entre estos amigos, de los que destaca Glaucón, quién quiere conocer lo que sucedió en ese banquete, y Apolodoro, que posee la información.



 

B A N Q U E T E


Apolodoro [dirigiéndose a Glaucón].- Me parece que sobre lo que preguntas estoy preparado. Pues precisamente anteayer subía a la ciudad desde mi casa de Falero [1] cuando uno de mis conocidos, divisándome por detrás, me llamó desde lejos y, bromeando [2] a la vez que me llamaba, dijo:
- ¡Eh!, tú, falerense, Apolodoro, espérame.
Yo me detuve y le esperé. Entonces él me dijo:
- Apolodoro, justamente hace poco te andaba buscando, porque quiero informarme con detalle de la reunión mantenida por Agatón, Sócrates, Alcibiádes y los otros que entonces estuvieron presentes en el banquete, y oír cuáles fueron sus discursos sobre el amor. De hecho, otro que los había oído de Fénix, el hijo de Filipo, me los contó y afirmó que también tú los conocías, pero en realidad, no supo decirme nada con claridad. Así pues, cuéntamelos tú, ya que eres el más adecuado para informarme de los discursos de tu amigo. Pero antes dime, ¿estuviste tú mismo en esa reunión o no?

Y yo le respondí:
- Evidentemente parece que tu informador no te ha contado nada con claridad, si piensas que esa reunión por la que preguntas ha tenido lugar tan recientemente como para que yo también haya podido estar presente.
- En efecto, así lo había pensado - dijo.
- ¿Pero como pudiste pensar eso Galucón?, le dije. ¿No sabes que, desde hace muchos años, Agatón no ha estado aquí [3] , en la ciudad, y que aún no han transcurrido tres años desde que estoy con Sócrates y me propongo cada día saber lo que dice o hace? Antes daba vueltas de un sitio a otro al azar y, pese a creer que hacía algo importante, era más desgraciado que cualquier otro, no menos que tú ahora, que piensas que es necesario hacer todo menos filosofar.

Glaucón.- No te burles y dime cuándo tuvo lugar la reunión esa.
Apolodoro.- Cuando éramos todavía niños y Agatón triunfó con su primera tragedia, al día siguiente de cuando él y los coreutas celebraron el sacrificio por su victoria.
- Entonces, hace mucho tiempo, según parece. Pero, ¿quién te la contó? ¿Acaso, Sócrates en persona?
- No, ¡por Zeus!. Me la contó el mismo que se la contó a Fénix. Fue un tal Aristodemo, natural de Cidateneón [4], un hombre bajito, siempre descalzo, que estuvo presente en la reunión y era uno de los mayores admiradores de Sócrates de aquella época, según me parece. Sin embargo, después he preguntado también a Sócrates algunas de las cosas que le oí a Aristodemo y estaba de acuerdo conmigo en que fueron tal y como éste me las contó.
- ¿Por qué entonces no me las cuentas tú? Además, el camino que conduce a la ciudad es muy apropiado para hablar y escuchar mientras andamos.

Así, mientras íbamos caminando hablábamos sobre ello, de suerte que, como dije al principio, no me encuentro sin preparación. Si es menester que también lo cuente a ustedes [dirigiéndose a los demás acompañantes], tendré que hacerlo. Cuando hago yo mismo discursos filosóficos o cuando se los oigo a otros, aparte de creer que saco provecho, también yo disfruto enormemente. pero cuando oigo otros, especialmente los de ustedes, los de los ricos y hombres de negocios, personalmente me aburro y siento compasión por ustedes, mis amigos, porque creen hacer algo importante cuando en realidad no están haciendo nada. Posiblemente, por el contrario, piensen que soy un desgraciado, y creo que tendrán razón; pero yo no es que lo crea de ustedes, sino que sé muy bien que lo son.

Un Amigo.- Siempre eres el mismo, Apolodoro, pues siempre hablas mal de ti y de los demás, y me parece que, excepto Sócrates, consideras unos desgraciados absolutamente a todos, empezando por ti mismo. De dónde recibiste el sobrenombre de 'blando' [5], yo no lo sé, pues en tus palabras siempre eres así y te irritas contigo mismo y con los demás, salvo con Sócrates.

Apolodoro.- Queridísimo amigo, realmente está claro que, al pensar así sobre mí mismo y sobre ustedes, resulto un loco y deliro.
Amigo.- No vale la pena, Apolodoro, discutir ahora sobre esto. Pero lo que te hemos pedido, no lo hagas de otra manera y cuéntanos cuáles fueron los discursos.
- Pues bien, fueron más o menos los siguientes... Pero mejor intentaré contárselos desde el principio, como Aristodemo me los contó.

Apolodoro.- Me dijo, en efecto, Aristodemo, que se había tropezado con Sócrates, lavado y con las sandalias puestas, lo cual éste hacía pocas veces, y que al preguntarle adónde iba tan elegante le respondió:
- A la comida en casa de Agatón. Pues ayer logré esquivarlo en la celebración de su victoria, horrorizado por la aglomeración. Pero convine en que hoy haría acto de presencia y ésa es la razón por la que me he arreglado así, para ir elegante junto a un hombre elegante. Pero tú, dijo, ¿querrías ir al banquete sin ser invitado?
Y yo, dijo Aristodemo, le contesté: - Como tú ordenes.
- Entonces sígueme, dijo Sócrates, para aniquilar el proverbio cambiándolo en el sentido de que, después de todo, también los buenos van espontáneamente a las comidas de los buenos. Homero, ciertamente, parece no sólo haber aniquilado este proverbio, sino también haberse burlado de él, ya que al hacer a Agamenón un hombre extraordinariamente valiente en los asuntos de la guerra y a Menelao un 'blando guerrero', cuando Agamenón estaba celebrando un sacrificio y ofreciendo un banquete, hizo venir a Menelao al festín sin ser invitado, él que era peor, al banquete del mejor.

Al oír esto, me dijo Aristodemo que respondió:
- Pues tal vez yo, que soy un mediocre, correré el riesgo también, no como tú dices, Sócrates, sino como dice Homero, de ir sin ser invitado a la comida de un hombre sabio. Mira, pues, si me llevas, qué vas a decir en tu defensa, puesto que yo, ten por cierto, no voy a reconocer el haber ido sin invitación, sino invitado por tí.
- Juntos los dos, marchando por el camino [6] deliberaremos lo que vamos a decir. Vayamos, pues.

Tal fue, más o menos -contó Aristodemo-, el diálogo que sostuvieron cuando se pusieron en marcha. Entonces Sócrates, concentrando de alguna manera el pensamiento en sí mismo [7], se quedó rezagado durante el camino y como aquél le esperara, le mandó seguir adelante. Cuando estuvo en la casa de Agatón, se encontró la puerta abierta y dijo que allí le sucedió algo gracioso.[8] Del interior de la casa salió a su encuentro de inmediato uno de los esclavos que lo llevó a donde estaban reclinados los demás, sorprendiéndoles cuando estaban ya a punto de comer. Y apenas lo vio Agatón, le dijo:

- Aristodemo, llegas a tiempo para comer con nosotros. Pero si has venido por alguna otra razón, déjalo para otro momento, pues también ayer te anduve buscando para invitarte y no me fue posible verte. Pero, ¿cómo no nos traes a Sócrates?
 

Sócrates

Y yo -dijo Aristodemo- me vuelvo y veo que Sócrates no me sigue por ninguna parte. Entonces le dije que yo realmente había venido con Sócrates, invitado por él a comer allí.
- Pues haces bien, dijo Agatón. Pero, ¿dónde está Sócrates?
- Hasta hace un momento venía detrás de mí y también yo me pregunto dónde puede estar.
- Esclavo, ordenó Agatón, busca y trae aquí a Sócrates. Y tú, Aristodemo, reclínate junto a Erixímaco.[9]
Y cuando el esclavo le estaba lavando para que se acomodara, llegó otro esclavo anunciando:
- El Sócrates del que hablan se ha alejado y se ha quedado plantado en el portal de los vecinos. Aunque le estoy llamando, no quiere entrar.
- Es un poco extraño lo que dices, dijo Agatón. Llámalo y no lo dejes escapar.
Entonces intervino Aristodemo, diciendo:
- De ninguna manera. Déjenlo quieto, pues esto es una de sus costumbres. A veces se aparta y se queda plantado dondequiera que se encuentre. Vendrá enseguida, supongo. No le molesten y déjenle tranquilo.
- Pues así debe hacerse, si te parece. Pero a nosotros, a los demás, que nos sirvan la comida, esclavos. Pongan libremente sobre la mesa lo que quieran, puesto que nadie los estará vigilando, lo cual jamás hasta hoy he hecho. Así, pues, imaginen ahora que yo y los demás, aquí presentes, hemos sido invitados a comer por ustedes y que se nos trate con cuidado, a fin de que podamos elogiarlos.[10]

Banquete Después de esto, dijo Aristodemo, se pusieron a comer, pero Sócrates no entraba. Agatón ordenó en repetidas ocasiones ir a buscarlo, pero Aristodemo no lo consentía. Finalmente, llegó Sócrates sin que, en contra de su costumbre, hubiera transcurrido mucho tiempo, sino, más o menos, cuando estaban en mitad de la comida. Entonces Agatón, que estaba reclinado solo en el último extremo, según me contó Aristodemo, dijo:
- Aquí, Sócrates, échate junto a mí, para que también yo en contacto contigo goce de esa sabia idea que se te presentó en el portal. Pues es evidente que la encontraste y la tienes, ya que, de otro modo, no te hubieras retirado antes.

Sócrates se sentó y dijo:
- Estaría bien, Agatón, que la sabiduría fuera una cosa de tal naturaleza que, al ponernos en contacto unos con otros, fluyera de lo más lleno a lo más vacío de nosotros, como fluye el agua en las copas, a través de un hilo de lana, de la más llena a la más vacía. Pues si la sabiduría se comporta también así, valoro muy alto el estar reclinado junto a ti, porque pienso que me llenaría de tu mucha y hermosa sabiduría. La mía, seguramente, es mediocre, o incluso ilusoria como un sueño, mientras que la tuya es brillante y capaz de mucho crecimiento, dado que desde tu juventud ha resplandecido con tanto fulgor y se ha puesto de manifiesto anteayer en presencia de más de treinta mil griegos como testigos. [11]
- Eres un exagerado, Sócrates, contestó Agatón. Mas este litigio sobre la sabiduría lo resolveremos tú y yo un poco más tarde, y Dioniso [12] será nuestro juez. Ahora, en cambio, presta atención primero a la comida.
Escena de un Banquete A continuación -siguió contándome Aristodemo-, después que Sócrates se hubo reclinado y comieron él y los demás, hicieron libaciones y, tras haber cantado a la divinidad y haber hecho las otras cosas de costumbre, se dedicaron a la bebida. [13] Entonces, Pausanias empezó a hablar en los siguientes términos:
- Bien, señores, ¿de qué manera beberemos con mayor comodidad? En lo que a mí se refiere, les puedo decir que me encuentro francamente muy mal por la bebida de ayer y necesito un respiro. Y pienso que del mismo modo la mayoría de ustedes, ya que ayer estuvieron también presentes. Miren, pues, de qué manera podríamos beber lo más cómodo posible.
- Ésa es, dijo entonces Aristófanes, una buena idea, Pausanias, la de asegurarnos por todos los medios un cierto placer para nuestra bebida, ya que también yo soy de los que ayer estuvieron hechos una sopa.
Al oírles, Erixímaco, el hijo de Acúmeno, intervino diciendo:
- Dicen bien en verdad, pero todavía necesito oír de uno de ustedes en qué grado de fortaleza se encuentra Agatón para beber.
- En ninguno -respondió éste-; tampoco yo me siento fuerte.
- Sería un regalo de Hermes [14], según parece, para nosotros -continuó Erixímaco-, no sólo para mí y para Aristodemo, sino también para Fedro y para éstos, el que ustedes, los más fuertes en beber, renuncien ahora, pues en verdad, nosotros siempre somos flojos. Hago, en cambio, una excepción de Sócrates, ya que es capaz de ambas cosas [15], de modo que le dará lo mismo cualquiera de las dos que hagamos. En consecuencia, dado que me parece que ninguno de los presentes está resuelto a beber mucho vino, tal vez yo les resulte menos desagradable si les digo la verdad sobre qué cosa es el embriagarse. En mi opinión, creo, en efecto, que está perfectamente comprobado por la medicina que la embriaguez es una cosa nociva para los hombres. Así que, ni yo mismo quisiera de buen grado beber demasiado, ni se lo aconsejaría a otro, sobre todo cuando uno tiene todavía resaca del día anterior.
- En realidad -me contó Aristodemo que dijo Fedro, natural de Mirrinunte-, yo, por mi parte, te suelo obedecer, especialmente en las cosas que dices sobre medicina; pero ahora, si deliberan bien, te obedecerán también los demás.

Al oír esto, todos estuvieron de acuerdo en celebrar la reunión presente, no para embriagarse, sino simplemente bebiendo al gusto de cada uno.
- Pues bien -dijo Erixímaco-, ya que se ha decidido beber la cantidad que cada uno quiera y que nada sea forzoso, la siguiente cosa que propongo es dejar marchar a la flautista que acaba de entrar, que toque la flauta para sí misma o, si quiere, para las mujeres de ahí dentro, y que nosotros pasemos el tiempo de hoy en mutuos discursos. Y con qué clase de discursos, es lo que quiero exponerles, si me lo permiten.
Todos afirmaron que querían y le exhortaron a que hiciera su propuesta. Entonces Erixímaco dijo:


[. . .comienza aquí el banquete propiamente dicho . . .]


- El principio de mi discurso es como la Melanipa de Eurípides, pues 'no es mío el relato'[16] que voy a decir, sino de Fedro, aquí presente. Fedro, efectivamente, me está diciendo una y otra vez con indignación: ¿No es extraño, Erixímaco, que, mientras algunos otros dioses tienen himnos y peanes compuestos por los poetas, a Eros, en cambio, que es un Dios tan antiguo y tan importante, ni siquiera uno solo de tantos poetas que han existido le haya compuesto jamás encomio alguno?. Y si quieres, por otro lado, reparar en los buenos sofistas, escriben en prosa elogios a Heracles y de otros, como hace el magnífico Pródico. [17] Pero esto, en realidad, no es tan sorprendente, pues yo mismo me he encontrado ya con cierto libro de un sabio en el que aparecía la sal con un admirable elogio por su utilidad.[18] Y otras cosas parecidas las puedes ver elogiadas en abundancia. ¡Que se haya puesto tanto afán en semejantes cosas y que ningún hombre se haya atrevido hasta el día de hoy a celebrar dignamente a Eros! ¡Tan descuidado ha estado tan importante Dios! En esto me parece que Fedro tiene realmente razón. En consecuencia, deseo, por un lado, ofrecerle mi contribución y hacerle un favor, y, por otro, creo que es oportuno en esta ocasión que nosotros, los presentes, honremos a este Dios. Así, pues, si les parece bien, también a ustedes, tendríamos en los discursos, suficiente materia de ocupación. Pienso, por tanto, que cada uno de nosotros debe decir un discurso, de izquierda a derecha, lo más hermoso que pueda como elogio de Eros y que empiece primero Fedro, ya que también está situado el primero y es, a la vez, el padre de la idea

- Nadie, Erixímaco -dijo Sócrates- te votará lo contrario. Pues ni yo, que afirmo no saber ninguna otra cosa que los asuntos del amor, sabría negarme, ni tampoco Agatón, ni Pausanias, ni, por supuesto, Aristófanes, cuya entera ocupación gira en torno a Dioniso y Afrodita[19], ni ningún otro de los que veo aquí presentes. Sin embargo, ello no resulta en igualdad de condiciones para nosotros, que estamos situados los últimos. De todas maneras, si los anteriores hablan lo suficiente y bien, nos daremos por satisfechos. Comience, pues, Fedro con buena fortuna y haga su encomio de Eros.

En esto estuvieron de acuerdo también todos los demás y pedían lo mismo que Sócrates. A decir verdad, de todo lo que cada uno dijo, ni Aristodemo se acordaba muy bien, ni, por mi parte, tampoco yo recuerdo todo lo que éste me refirió. No obstante, les diré las cosas más importantes y el discurso de cada uno de los que me pareció digno de mención.

En primer lugar, pues, como digo -me contó Aristodemo-, comenzó a hablar Fedro, haciendo ver, más o menos, que Eros era un gran Dios y admirable entre los hombres y los Dioses por muchas otras razones, pero fundamentalmente por su nacimiento.

- Pues ser con mucho el Dios más antiguo, dijo, es digno de honra y he aquí la prueba de esto: padres de Eros, en efecto, ni existen ni son mencionados por nadie, profano o poeta. Así, Hesiodo afirma que en primer lugar existió el Caos

y luego
la Tierra de amplio seno, sede siempre segura de todos, y Eros.

Y con Hesiodo está también de acuerdo Acusilao [20] en que, después del Caos, nacieron estos dos, Tierra y Eros. Y Parménides, a propósito de su nacimiento, dice:

De todos los dioses concibió primero a Eros.

Así pues, por muchas fuentes se reconoce que Eros es con mucho el más antiguo. Y de la misma manera que es el más antiguo es causa para nosotros de los mayores bienes. Pues yo, al menos, no sabría decir qué bien para uno recién llegado a la juventud hay mayor que un buen amante y para un buen amante que un buen amado. Lo que, en efecto, debe guiar durante toda su vida a los hombres que tengan la intención de vivir noblemente, esto, ni el parentesco, ni los honores, ni la riqueza, ni ninguna otra cosa son capaces de infundirlo tan bien como el amor. ¿Y qué es esto que digo? La vergüenza ante las feas acciones y el deseo de honor por lo que es noble, pues sin estas cualidades ni una ciudad ni una persona particular pueden llevar a cabo grandes y hermosas realizaciones. Es más, afirmo que un hombre que está enamorado, si fuera descubierto haciendo algo feo o soportándolo de otro sin defenderse por cobardía, visto por su padre, por sus compañeros o por cualquier otro, no se dolería tanto como si fuera visto por su amado. Y esto mismo observamos también en el amado, a saber, que siente extraordinaria vergüenza ante sus amantes cuando se le ve en una acción fea. Así, pues, si hubiera alguna posibilidad de que exista una ciudad o un ejercito de amantes y amados [21], no hay mejor modo de que administren su propia patria que absteniéndose de todo lo feo y emulándose unos a otros. Y si hombres como ésos combatieran uno al lado de otro, vencerían, aun siendo pocos, por así decirlo, a todo el mundo. Un hombre enamorado, en efecto, soportaría sin duda menos ser visto por su amado abandonando la formación o arrojando lejos las armas, que si lo fuera por todos los demás, y antes de eso preferiría mil veces morir. Y dejar atrás al amado o no ayudarle cuando esté en peligro ... ninguno hay tan cobarde a quien el propio Eros no le inspire para el valor, de modo que sea igual al más valiente por naturaleza. Y es absolutamente cierto que lo que Homero dijo, que un Dios 'inspira valor' en algunos héroes, lo proporciona Eros a los enamorados como algo nacido de sí mismo.
Por otra parte, a morir por otro están decididos únicamente los amantes, no sólo los hombres, sino también las mujeres. Y de esto también la hija de Pelias, Alcestis, ofrece suficiente testimonio ante los griegos en favor de mi argumento ya que fue la única que estuvo decidida a morir por su marido, a pesar de que éste tenía padre y madre, a los que ella superó tanto en afecto por amor, que les hizo aparecer como meros extraños para su hijo y parientes sólo de nombre. Al obrar así, les pareció, no sólo a los hombres, sino también a los dioses, que había realizado una acción tan hermosa, que, a pesar de que muchos han llevado a cabo muchas y hermosas acciones y el número de aquellos a quienes los dioses han concedido el privilegio de que su alma suba del Hades es realmente muy pequeño, sin embargo, hicieron subir la de aquélla admirados por su acción. ¡Así también los dioses honran por encima de todo el esfuerzo y el valor del amor! En cambio, a Orfeo, el hijo de Eagro, lo despidieron del Hades sin lograr nada, tras haberle mostrado un fantasma de su mujer, en cuya búsqueda había llegado, pero sin entregársela, ya que lo consideraban un pusilánime, como citaredo que era, y no se atrevió a morir por amor como Alcestis, sino que se las arregló para entrar vivo en el Hades. Ésta es, pues, la razón por la que le impusieron un castigo e hicieron que su muerte fuera a manos de mujeres. No así, por el contrario, fue lo que sucedió con Aquiles, el hijo de Tetis, a quien lo honraron y lo enviaron a las Islas de los Bienaventurados [22], porque, a pesar de saber por su madre que moriría si mataba a Héctor y que, si no lo hacía, volvería a su casa y moriría de viejo, tuvo la osadía de preferir, al socorrer y vengar a su amante Patroclo, no sólo morir por su causa, sino también morir una vez muerto ya éste. De aquí que también los dioses, profundamente admirados, le honraran sobremanera, por que en tanta estima tuvo a su amante. Y Esquilo [23] desbarra cuando afirma que Aquiles estaba enamorado de Patroclo, ya que Aquiles era más hermoso, no sólo que Patroclo, sino también que todos los héroes juntos, siendo todavía imberbe y, por consiguiente, mucho más joven, como dice Homero. De todos modos, si bien, en realidad, los dioses valoran muchísimo ésta virtud en el amor, sin embargo, la admiran, elogian y recompensan más cuando el amado ama al amante, que cuando el amante al amado, ya que está poseído por un Dios [24]. Por esto también honraron más a Aquiles que a Alcestis y lo enviaron a las Islas de los Bienaventurados.
En resumen, pues, yo, por mi parte, afirmo que Eros es, de entre los dioses, el más antiguo, el más venerable y el más eficaz para asistir a los hombres, vivos y muertos, en la adquisición de virtud y felicidad.

 

Tal fue, aproximadamente, el discurso que pronunció Fedro, según me dijo Aristodemo. Y después de Fedro hubo algunos otros de los que Aristodemo no se acordaba muy bien, por lo que, pasándolos por alto, me contó el discurso de Pausanias, quien dijo lo siguiente:
- No me parece, Fedro, que se nos haya planteado bien la cuestión, a saber, que se haya hecho de forma tan simple a la invitación de encomiar a Eros. Porque, efectivamente si Eros fuera uno, estaría bien; pero, en realidad, no está bien, pues no es uno.

Continúa el discurso de Pausanias

N O T A S (fragmento de ellas)

[1] El más antiguo de los tres puertos de Atenas, a unos 4 kms., de la ciudad, en la costa oriental del Pireo y uno de los 170 demos o barrios del Ática, de donde es oriundo Apolodoro.
[2] La broma está en la manera en que es interpelado Apolodoro, el narrador del diálogo, con empleo de la fórmula oficial usada en ceremonias y tribunales de justicia, a base del nombre de la persona en nominativo y de la mención de su demo.
[3] Por Aristófanes en Las Ranas, se sabe que Agatón se había ausentado de Atenas y hacia el -405 se había marchado a la corte del rey de Macedonia, Arquelao.
[4] Demo de Atenas del que también era oriundo Aristófanes.
[5] El apodo va muy bien con el carácter de Apolodoro, quien, en la muerte de Sócrates, sorprende a todos con un desesperado llanto (malakós significaba blando, tierno, impresionable, y agrego yo: en un franco tono irónico.).
[6] La cita, alterada, procede de Homero, Il. X 224.
[7] Primera mención del estado de recogimiento usualmente practicado por Sócrates, estado parodiado por Aristófanes en Las Nubes 634. La meditación extática de Sócrates, en la que se supone se concentra en la idea de Belleza, cuando se dirigía a la casa de Agatón suele considerarse histórica.
[8] Esto es una expresión irónica, humorística: La gracia está en que Aristodemo, que no había sido invitado, se ve solo en la puerta sin Sócrates, el invitado.
[9] Los invitados a un banquete griego eran acomodados en una especie de lechos o klînai, generalmente para dos personas.
[10] El comportamiento inusual de Agatón se interpreta como un gesto de humanidad para con sus esclavos en un día tan señalado para él como la celebración de su victoria teatral.
[11] Tradicionalmente se consideraba como 30,000 el número de ciudadanos atenienses a principios del siglo -IV; aunque en el teatro de Dioniso cabían, aproximadamente, unos 18,000 espectadores.
[12] Deidad inevitablemente asociada a un banquete griego tradicional.
[13] Por varias fuentes antiguas sabemos que en un banquete antiguo después de la comida se procedía a la limpieza y retirada de las mesas, se distribuían coronas a los invitados, se hacían tres libaciones (a Zeus Olímpico, a los héroes y a Zeus Salvador), se entonaba un peán o canto de salutación en honor de Apolo y se pasaba a la bebida en común servida por los esclavos.
[14] El hallazgo inesperado de algo bueno se atribuía convencionalmente al Dios Hermes.
[15] Otros dos autores, Alcibiades y Jenofonte en su Banquete, insisten también en la resistencia de Sócrates al vino y a su capacidad para no embriagarse.
[16] Melanipa, nieta del centauro Quirón, es la heroína de dos piezas perdidas de Eurípides, La prudente Melanipa y Melanipa cautiva. La cita procede de la primera y es el comienzo de un discurso didáctico de la heroína sobre el origen del mundo.
[17] Se trata del célebre sofista Pródico de Ceos, bien conocido en la Atenas de finales del siglo -V, cuya famosa alegoría Heracles entre el Vicio y la Virtud o La elección de Heracles es resumida por Jenofonte.
[18] En su Elogio de Helena 12, habla Isócrates de aquellos oradores que han elogiado a los mosquitos, a las sales y a cosas semejantes y se está de acuerdo en que se refiere al sofista, de principios del siglo -IV, Polícrates, que podría ser también el sabio al que alude aquí Fedro.
[19] Gran parte de la comedia antigua se relacionaba fundamentalmente con el vino y el amor, dominios de Dioniso y Afrodita, respectivamente.
[20] Acusilao de Argos, cuya acme suele situarse en torno al -475, fue un célebre logógrafo, autor, en dialecto jonio, de varios libros en prosa de genealogías, basadas fundamentalmente en Hesiodo.
[21] La existencia de ejércitos compuestos por amantes y amados, especialmente en las comunidades espartanas y dorias en general ha sido ya estudiada y se cita en el Banquete de Jenofonte. En las palabras de Fedro se ha querido ver una alusión a la famosa LIGA SAGRADA formada por Górgidas o Epaminondas hacia el -378, compuesta por parejas de amantes homosexuales que tuvo una actuación brillantísima en varias batallas.
[22] Se suponía que las almas de ciertos héroes legendarios seguían viviendo después de su muerte en unas islas utópicas situadas en algún lugar del Océano Occidental. Entre los primeros autores griegos en mencionar unas Islas de los Bienaventurados o de los Afortunados están PINDARO y HESIODO. Homero, en cambio habla de Campos Elisios para la misma idea. La localización de Aquiles en estas islas después de su muerte aparece también en los llamados 'escolios áticos', concretamente en el conjunto que se conoce con el nombre de 'Canción de Harmodio'.
 

La fuente del texto que te presento es la versión al español que ofrece la editorial Gredos, en su Biblioteca Clásica, Vol. 93:
Platón. Diálogos Vol. III Fedón, Banquete, Fedro.
Madrid, España, 1992. Págs. 143 a 287.


 

La muerte de Sócrates

 

 


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