El Simposio: El Banquete de
Platón.
El Simposio o Banquete, fue
escrito alrededor del año -380 y es un gran texto literario donde Filosofía
y Literatura se funden maravillosamente en un sólo cuerpo AMOROSO.
Debes de imaginarte que estás
afuera de las murallas de la ciudad de Atenas, alrededor del año -400 y que
te encuentras con un grupo de amigos, uno de los cuáles va a recrearte de
memoria una cena ocurrida a 17 años de distancia, es decir, aproximadamente
en el -417/-416.
Comenzamos así con la conversación
entre estos amigos, de los que destaca Glaucón, quién quiere conocer lo que
sucedió en ese banquete, y Apolodoro, que posee la información.
Apolodoro [dirigiéndose a Glaucón].- Me parece que sobre lo que preguntas
estoy preparado. Pues precisamente anteayer subía a la ciudad desde mi casa
de Falero [1] cuando uno de mis conocidos, divisándome por detrás, me llamó
desde lejos y, bromeando [2] a la vez que me llamaba, dijo:
- ¡Eh!, tú, falerense, Apolodoro, espérame.
Yo me detuve y le esperé. Entonces él me dijo:
- Apolodoro, justamente hace poco te andaba buscando, porque quiero
informarme con detalle de la reunión mantenida por Agatón, Sócrates,
Alcibiádes y los otros que entonces estuvieron presentes en el banquete, y
oír cuáles fueron sus discursos sobre el amor. De hecho, otro que los había
oído de Fénix, el hijo de Filipo, me los contó y afirmó que también tú los
conocías, pero en realidad, no supo decirme nada con claridad. Así pues,
cuéntamelos tú, ya que eres el más adecuado para informarme de los discursos
de tu amigo. Pero antes dime, ¿estuviste tú mismo en esa reunión o no?
Y yo le respondí:
- Evidentemente parece que tu informador no te ha contado nada con claridad,
si piensas que esa reunión por la que preguntas ha tenido lugar tan
recientemente como para que yo también haya podido estar presente.
- En efecto, así lo había pensado - dijo.
- ¿Pero como pudiste pensar eso Galucón?, le dije. ¿No sabes que, desde hace
muchos años, Agatón no ha estado aquí [3] , en la ciudad, y que aún no han
transcurrido tres años desde que estoy con Sócrates y me propongo cada día
saber lo que dice o hace? Antes daba vueltas de un sitio a otro al azar y,
pese a creer que hacía algo importante, era más desgraciado que cualquier
otro, no menos que tú ahora, que piensas que es necesario hacer todo menos
filosofar.
Glaucón.- No te burles y dime cuándo tuvo lugar la reunión esa.
Apolodoro.- Cuando éramos todavía niños y Agatón triunfó con su primera
tragedia, al día siguiente de cuando él y los coreutas celebraron el
sacrificio por su victoria.
- Entonces, hace mucho tiempo, según parece. Pero, ¿quién te la contó?
¿Acaso, Sócrates en persona?
- No, ¡por Zeus!. Me la contó el mismo que se la contó a Fénix. Fue un tal
Aristodemo, natural de Cidateneón [4], un hombre bajito, siempre descalzo,
que estuvo presente en la reunión y era uno de los mayores admiradores de
Sócrates de aquella época, según me parece. Sin embargo, después he
preguntado también a Sócrates algunas de las cosas que le oí a Aristodemo y
estaba de acuerdo conmigo en que fueron tal y como éste me las contó.
- ¿Por qué entonces no me las cuentas tú? Además, el camino que conduce a la
ciudad es muy apropiado para hablar y escuchar mientras andamos.
Así, mientras íbamos caminando hablábamos sobre ello, de suerte que, como
dije al principio, no me encuentro sin preparación. Si es menester que
también lo cuente a ustedes [dirigiéndose a los demás acompañantes], tendré
que hacerlo. Cuando hago yo mismo discursos filosóficos o cuando se los oigo
a otros, aparte de creer que saco provecho, también yo disfruto enormemente.
pero cuando oigo otros, especialmente los de ustedes, los de los ricos y
hombres de negocios, personalmente me aburro y siento compasión por ustedes,
mis amigos, porque creen hacer algo importante cuando en realidad no están
haciendo nada. Posiblemente, por el contrario, piensen que soy un
desgraciado, y creo que tendrán razón; pero yo no es que lo crea de ustedes,
sino que sé muy bien que lo son.
Un Amigo.- Siempre eres el mismo, Apolodoro, pues siempre hablas mal de
ti y de los demás, y me parece que, excepto Sócrates, consideras unos
desgraciados absolutamente a todos, empezando por ti mismo. De dónde
recibiste el sobrenombre de 'blando' [5], yo no lo sé, pues en tus palabras
siempre eres así y te irritas contigo mismo y con los demás, salvo con
Sócrates.
Apolodoro.- Queridísimo amigo, realmente está claro que, al pensar así
sobre mí mismo y sobre ustedes, resulto un loco y deliro.
Amigo.- No vale la pena, Apolodoro, discutir ahora sobre esto. Pero lo que
te hemos pedido, no lo hagas de otra manera y cuéntanos cuáles fueron los
discursos.
- Pues bien, fueron más o menos los siguientes... Pero mejor intentaré
contárselos desde el principio, como Aristodemo me los contó.
Apolodoro.-
Me dijo, en efecto, Aristodemo, que se había tropezado con Sócrates,
lavado y con las sandalias puestas, lo cual éste hacía pocas veces, y
que al preguntarle adónde iba tan elegante le respondió:
- A la comida en casa de Agatón. Pues ayer logré esquivarlo en la
celebración de su victoria, horrorizado por la aglomeración. Pero
convine en que hoy haría acto de presencia y ésa es la razón por la que
me he arreglado así, para ir elegante junto a un hombre elegante. Pero
tú, dijo, ¿querrías ir al banquete sin ser invitado?
Y yo, dijo Aristodemo, le contesté: - Como tú ordenes.
- Entonces sígueme, dijo Sócrates, para aniquilar el proverbio
cambiándolo en el sentido de que, después de todo, también
los buenos van espontáneamente a las comidas de
los buenos. Homero, ciertamente, parece no sólo haber
aniquilado este proverbio, sino también haberse burlado de él, ya que al
hacer a Agamenón un hombre extraordinariamente valiente en los asuntos
de la guerra y a Menelao un 'blando guerrero', cuando Agamenón estaba
celebrando un sacrificio y ofreciendo un banquete, hizo venir a Menelao
al festín sin ser invitado, él que era peor, al banquete del mejor.
Al oír esto, me dijo Aristodemo que respondió:
- Pues tal vez yo, que soy un mediocre, correré el riesgo también, no
como tú dices, Sócrates, sino como dice Homero, de ir sin ser invitado a
la comida de un hombre sabio. Mira, pues, si me llevas, qué vas a decir
en tu defensa, puesto que yo, ten por cierto, no voy a reconocer el
haber ido sin invitación, sino invitado por tí.
- Juntos los dos, marchando por el camino
[6] deliberaremos lo que vamos a decir. Vayamos, pues.
Tal fue, más o menos -contó Aristodemo-, el diálogo que sostuvieron
cuando se pusieron en marcha. Entonces Sócrates, concentrando de alguna
manera el pensamiento en sí mismo [7], se quedó rezagado durante el
camino y como aquél le esperara, le mandó seguir adelante. Cuando estuvo
en la casa de Agatón, se encontró la puerta abierta y dijo que allí le
sucedió algo gracioso.[8] Del interior de la casa salió a su encuentro
de inmediato uno de los esclavos que lo llevó a donde estaban reclinados
los demás, sorprendiéndoles cuando estaban ya a punto de comer. Y apenas
lo vio Agatón, le dijo:
- Aristodemo, llegas a tiempo para comer con nosotros. Pero si has
venido por alguna otra razón, déjalo para otro momento, pues también
ayer te anduve buscando para invitarte y no me fue posible verte. Pero,
¿cómo no nos traes a Sócrates?
Y yo -dijo Aristodemo- me vuelvo y veo que Sócrates no me sigue por
ninguna parte. Entonces le dije que yo realmente había venido con
Sócrates, invitado por él a comer allí.
- Pues haces bien, dijo Agatón. Pero, ¿dónde está Sócrates?
- Hasta hace un momento venía detrás de mí y también yo me pregunto
dónde puede estar.
- Esclavo, ordenó Agatón, busca y trae aquí a Sócrates. Y tú, Aristodemo,
reclínate junto a Erixímaco.[9]
Y cuando el esclavo le estaba lavando para que se acomodara, llegó otro
esclavo anunciando:
- El Sócrates del que hablan se ha alejado y se ha quedado plantado en
el portal de los vecinos. Aunque le estoy llamando, no quiere entrar.
- Es un poco extraño lo que dices, dijo Agatón. Llámalo y no lo dejes
escapar.
Entonces intervino Aristodemo, diciendo:
- De ninguna manera. Déjenlo quieto, pues esto es una de sus costumbres.
A veces se aparta y se queda plantado dondequiera que se encuentre.
Vendrá enseguida, supongo. No le molesten y déjenle tranquilo.
- Pues así debe hacerse, si te parece. Pero a nosotros, a los demás, que
nos sirvan la comida, esclavos. Pongan libremente sobre la mesa lo que
quieran, puesto que nadie los estará vigilando, lo cual jamás hasta hoy
he hecho. Así, pues, imaginen ahora que yo y los demás, aquí presentes,
hemos sido invitados a comer por ustedes y que se nos trate con cuidado,
a fin de que podamos elogiarlos.[10]
Después de esto, dijo Aristodemo, se pusieron a comer, pero Sócrates no
entraba. Agatón ordenó en repetidas ocasiones ir a buscarlo, pero
Aristodemo no lo consentía. Finalmente, llegó Sócrates sin que, en
contra de su costumbre, hubiera transcurrido mucho tiempo, sino, más o
menos, cuando estaban en mitad de la comida. Entonces Agatón, que estaba
reclinado solo en el último extremo, según me contó Aristodemo, dijo:
- Aquí, Sócrates, échate junto a mí, para que también yo en contacto
contigo goce de esa sabia idea que se te presentó en el portal. Pues es
evidente que la encontraste y la tienes, ya que, de otro modo, no te
hubieras retirado antes.
Sócrates se sentó y dijo:
- Estaría bien, Agatón, que la sabiduría fuera una
cosa de tal naturaleza que, al ponernos en contacto unos con otros,
fluyera de lo más lleno a lo más vacío de nosotros, como fluye el agua
en las copas, a través de un hilo de lana, de la más llena a la más
vacía. Pues si la sabiduría se comporta también así, valoro muy
alto el estar reclinado junto a ti, porque pienso que me llenaría de tu
mucha y hermosa sabiduría. La mía, seguramente, es mediocre, o incluso
ilusoria como un sueño, mientras que la
tuya es brillante y capaz de mucho crecimiento, dado que desde tu
juventud ha resplandecido con tanto fulgor y se ha puesto de manifiesto
anteayer en presencia de más de treinta mil griegos como testigos. [11]
- Eres un exagerado, Sócrates, contestó Agatón. Mas este litigio sobre
la sabiduría lo resolveremos tú y yo un poco más tarde, y Dioniso [12]
será nuestro juez. Ahora, en cambio, presta atención primero a la
comida.
A continuación -siguió contándome Aristodemo-, después que Sócrates se
hubo reclinado y comieron él y los demás, hicieron
libaciones y, tras haber cantado a la divinidad y haber hecho las otras
cosas de costumbre, se dedicaron a la bebida. [13] Entonces,
Pausanias empezó a hablar en los siguientes términos:
- Bien, señores, ¿de qué manera beberemos con mayor comodidad? En lo
que a mí se refiere, les puedo decir que me encuentro francamente muy
mal por la bebida de ayer y necesito un respiro. Y pienso que del mismo
modo la mayoría de ustedes, ya que ayer estuvieron también presentes.
Miren, pues, de qué manera podríamos beber lo más cómodo posible.
- Ésa es, dijo entonces Aristófanes, una buena idea, Pausanias, la de
asegurarnos por todos los medios un cierto placer para nuestra bebida,
ya que también yo soy de los que ayer estuvieron hechos una sopa.
Al oírles, Erixímaco, el hijo de Acúmeno, intervino diciendo:
- Dicen bien en verdad, pero todavía necesito oír de uno de ustedes en
qué grado de fortaleza se encuentra Agatón para beber.
- En ninguno -respondió éste-; tampoco yo me siento fuerte.
- Sería un regalo de Hermes [14], según parece, para nosotros -continuó
Erixímaco-, no sólo para mí y para Aristodemo, sino también para Fedro y
para éstos, el que ustedes, los más fuertes en beber, renuncien ahora,
pues en verdad, nosotros siempre somos flojos. Hago, en cambio, una
excepción de Sócrates, ya que es capaz de ambas cosas [15], de modo que
le dará lo mismo cualquiera de las dos que hagamos. En consecuencia,
dado que me parece que ninguno de los presentes está resuelto a beber
mucho vino, tal vez yo les resulte menos desagradable si les digo la
verdad sobre qué cosa es el embriagarse. En mi opinión, creo, en efecto,
que está perfectamente comprobado por la medicina que la embriaguez es
una cosa nociva para los hombres. Así que, ni yo mismo quisiera de buen
grado beber demasiado, ni se lo aconsejaría a otro, sobre todo cuando
uno tiene todavía resaca del día anterior.
- En realidad -me contó Aristodemo que dijo Fedro, natural de
Mirrinunte-, yo, por mi parte, te suelo obedecer, especialmente en las
cosas que dices sobre medicina; pero ahora, si deliberan bien, te
obedecerán también los demás.
Al oír esto, todos estuvieron de acuerdo en celebrar la reunión
presente, no para embriagarse, sino simplemente bebiendo al gusto de
cada uno.
- Pues bien -dijo Erixímaco-, ya que se ha decidido beber la cantidad
que cada uno quiera y que nada sea forzoso, la siguiente cosa que
propongo es dejar marchar a la flautista que acaba de entrar, que toque
la flauta para sí misma o, si quiere, para las mujeres de ahí dentro, y
que nosotros pasemos el tiempo de hoy en mutuos discursos. Y con
qué clase de discursos, es lo que quiero exponerles, si me lo
permiten.
Todos afirmaron que querían y le exhortaron a que hiciera su propuesta.
Entonces Erixímaco dijo:
[. . .comienza aquí el banquete propiamente dicho . . .]
- El principio de mi discurso es como la Melanipa de
Eurípides, pues 'no es mío el relato'[16] que voy a decir, sino de
Fedro, aquí presente. Fedro, efectivamente, me está diciendo una y otra
vez con indignación: ¿No es extraño, Erixímaco, que, mientras algunos
otros dioses tienen himnos y peanes compuestos por los poetas, a Eros,
en cambio, que es un Dios tan antiguo y tan importante, ni
siquiera uno solo de tantos poetas que han existido le haya compuesto
jamás encomio alguno?. Y si quieres, por otro lado, reparar en los
buenos sofistas, escriben en prosa elogios a Heracles y de otros, como
hace el magnífico Pródico. [17] Pero esto, en realidad, no es tan
sorprendente, pues yo mismo me he encontrado ya con cierto libro de un
sabio en el que aparecía la sal con un admirable elogio por su
utilidad.[18] Y otras cosas parecidas las puedes ver elogiadas en
abundancia. ¡Que se haya puesto tanto afán en semejantes cosas y que
ningún hombre se haya atrevido hasta el día de hoy a celebrar dignamente
a Eros! ¡Tan descuidado ha estado tan importante Dios! En esto me
parece que Fedro tiene realmente razón. En consecuencia, deseo, por un
lado, ofrecerle mi contribución y hacerle un favor, y, por otro, creo
que es oportuno en esta ocasión que nosotros, los presentes, honremos a
este Dios. Así, pues, si les parece bien, también a ustedes, tendríamos
en los discursos, suficiente materia de ocupación. Pienso, por
tanto, que cada uno de nosotros debe decir un discurso, de izquierda a
derecha, lo más hermoso que pueda como elogio de Eros y que empiece
primero Fedro, ya que también está situado el primero y es, a la vez, el
padre de la idea
- Nadie, Erixímaco -dijo Sócrates- te votará lo contrario. Pues ni
yo, que afirmo no saber ninguna otra cosa que los asuntos del amor,
sabría negarme, ni tampoco Agatón, ni Pausanias, ni, por supuesto,
Aristófanes, cuya entera ocupación gira en torno a Dioniso y
Afrodita[19], ni ningún otro de los que veo aquí presentes. Sin embargo,
ello no resulta en igualdad de condiciones para nosotros, que estamos
situados los últimos. De todas maneras, si los anteriores hablan lo
suficiente y bien, nos daremos por satisfechos. Comience, pues, Fedro
con buena fortuna y haga su encomio de Eros.
En esto estuvieron de acuerdo también todos los demás y pedían lo
mismo que Sócrates. A decir verdad, de todo lo que cada uno dijo, ni
Aristodemo se acordaba muy bien, ni, por mi parte, tampoco yo recuerdo
todo lo que éste me refirió. No obstante, les diré las cosas más
importantes y el discurso de cada uno de los que me pareció digno de
mención. |
En primer
lugar, pues, como digo -me contó Aristodemo-, comenzó a hablar Fedro,
haciendo ver, más o menos, que Eros era un gran Dios y admirable entre
los hombres y los Dioses por muchas otras razones, pero fundamentalmente
por su nacimiento. - Pues ser con mucho el Dios más antiguo, dijo, es
digno de honra y he aquí la prueba de esto: padres de Eros, en efecto,
ni existen ni son mencionados por nadie, profano o poeta. Así, Hesiodo
afirma que en primer lugar existió el Caos
y luego
la Tierra de amplio seno, sede siempre segura de todos, y Eros.
Y con Hesiodo está también de acuerdo Acusilao [20] en que, después del
Caos, nacieron estos dos, Tierra y Eros. Y Parménides, a propósito de su
nacimiento, dice:
De todos los dioses concibió primero a Eros.
Así pues, por muchas fuentes se reconoce que Eros es con mucho el más
antiguo. Y de la misma manera que es el más antiguo es causa para
nosotros de los mayores bienes. Pues yo, al menos, no sabría decir qué
bien para uno recién llegado a la juventud hay mayor que un buen amante
y para un buen amante que un buen amado. Lo que,
en efecto, debe guiar durante toda su vida a los hombres que tengan la
intención de vivir noblemente, esto, ni el parentesco, ni los honores,
ni la riqueza, ni ninguna otra cosa son capaces de infundirlo tan bien
como el amor. ¿Y qué es esto que digo? La
vergüenza ante las feas acciones y el deseo de honor por lo que es
noble, pues sin estas cualidades ni una ciudad ni una persona particular
pueden llevar a cabo grandes y hermosas realizaciones. Es más,
afirmo que un hombre que está enamorado, si fuera descubierto haciendo
algo feo o soportándolo de otro sin defenderse por cobardía, visto por
su padre, por sus compañeros o por cualquier otro,
no se dolería tanto como si fuera visto por su
amado. Y esto mismo observamos también en el amado, a saber, que siente
extraordinaria vergüenza ante sus amantes cuando se le ve en una acción
fea. Así, pues, si hubiera alguna posibilidad de que exista una ciudad o
un ejercito de amantes y amados [21], no hay mejor modo de que
administren su propia patria que absteniéndose de todo lo feo y
emulándose unos a otros. Y si hombres como ésos combatieran uno al lado
de otro, vencerían, aun siendo pocos, por así decirlo, a todo el mundo.
Un hombre enamorado, en efecto, soportaría sin duda menos ser visto por
su amado abandonando la formación o arrojando lejos las armas, que si lo
fuera por todos los demás, y antes de eso preferiría mil veces morir. Y
dejar atrás al amado o no ayudarle cuando esté en peligro ...
ninguno hay tan cobarde a quien el propio Eros no
le inspire para el valor, de modo que sea igual al más valiente por
naturaleza. Y es absolutamente cierto que lo que Homero dijo, que un
Dios 'inspira valor' en algunos héroes, lo proporciona Eros a los
enamorados como algo nacido de sí mismo.
Por otra parte, a morir por otro están decididos únicamente los amantes,
no sólo los hombres, sino también las mujeres. Y de esto también la hija
de Pelias, Alcestis, ofrece suficiente testimonio ante los griegos en
favor de mi argumento ya que fue la única que estuvo decidida a morir
por su marido, a pesar de que éste tenía padre y madre, a los que ella
superó tanto en afecto por amor, que les hizo aparecer como meros
extraños para su hijo y parientes sólo de nombre. Al obrar así, les
pareció, no sólo a los hombres, sino también a los dioses, que había
realizado una acción tan hermosa, que, a pesar de que muchos han llevado
a cabo muchas y hermosas acciones y el número de aquellos a quienes los
dioses han concedido el privilegio de que su alma suba del Hades es
realmente muy pequeño, sin embargo, hicieron subir la de aquélla
admirados por su acción. ¡Así también los dioses
honran por encima de todo el esfuerzo y el valor del amor! En
cambio, a Orfeo, el hijo de Eagro, lo despidieron del Hades sin lograr
nada, tras haberle mostrado un fantasma de su mujer, en cuya búsqueda
había llegado, pero sin entregársela, ya que lo consideraban un
pusilánime, como citaredo que era, y no se atrevió a morir por amor como
Alcestis, sino que se las arregló para entrar vivo en el Hades. Ésta es,
pues, la razón por la que le impusieron un castigo e hicieron que su
muerte fuera a manos de mujeres. No así, por el contrario, fue lo que
sucedió con Aquiles, el hijo de Tetis, a quien lo honraron y lo enviaron
a las Islas de los Bienaventurados [22], porque, a pesar de saber por su
madre que moriría si mataba a Héctor y que, si no lo hacía, volvería a
su casa y moriría de viejo, tuvo la osadía de preferir, al socorrer y
vengar a su amante Patroclo, no sólo morir por su causa, sino también
morir una vez muerto ya éste. De aquí que también los dioses,
profundamente admirados, le honraran sobremanera, por que en tanta
estima tuvo a su amante. Y Esquilo [23] desbarra cuando afirma que
Aquiles estaba enamorado de Patroclo, ya que Aquiles era más hermoso, no
sólo que Patroclo, sino también que todos los héroes juntos, siendo
todavía imberbe y, por consiguiente, mucho más joven, como dice Homero.
De todos modos, si bien, en realidad, los dioses valoran muchísimo ésta
virtud en el amor, sin embargo, la admiran, elogian y recompensan más
cuando el amado ama al amante, que cuando el amante al amado, ya que
está poseído por un Dios [24]. Por esto también honraron más a Aquiles
que a Alcestis y lo enviaron a las Islas de los Bienaventurados.
En resumen, pues, yo, por mi parte, afirmo que Eros es, de entre los
dioses, el más antiguo, el más venerable y el más eficaz para asistir a
los hombres, vivos y muertos, en la adquisición de
virtud y felicidad.
|
Tal fue, aproximadamente, el
discurso que pronunció Fedro, según me dijo Aristodemo. Y después de
Fedro hubo algunos otros de los que Aristodemo no se acordaba muy bien,
por lo que, pasándolos por alto, me contó el discurso de Pausanias,
quien dijo lo siguiente: |
- No me
parece, Fedro, que se nos haya planteado bien la cuestión, a saber, que
se haya hecho de forma tan simple a la invitación de encomiar a Eros.
Porque, efectivamente si Eros fuera uno, estaría bien; pero, en
realidad, no está bien, pues no es uno. |
Continúa el discurso de Pausanias
N O T A S (fragmento de ellas)
[1] El más antiguo de los tres puertos de Atenas, a unos 4 kms., de
la ciudad, en la costa oriental del Pireo y uno de los 170 demos o
barrios del Ática, de donde es oriundo Apolodoro.
[2] La broma está en la manera en que es interpelado Apolodoro, el
narrador del diálogo, con empleo de la fórmula oficial usada en
ceremonias y tribunales de justicia, a base del nombre de la persona en
nominativo y de la mención de su demo.
[3] Por Aristófanes en Las Ranas, se sabe que Agatón se había
ausentado de Atenas y hacia el -405 se había marchado a la corte del
rey de Macedonia, Arquelao.
[4] Demo de Atenas del que también era oriundo Aristófanes.
[5] El apodo va muy bien con el carácter de Apolodoro, quien, en la
muerte de Sócrates, sorprende a todos con un desesperado llanto (malakós
significaba blando, tierno, impresionable, y agrego yo: en un franco
tono irónico.).
[6] La cita, alterada, procede de Homero, Il. X 224.
[7] Primera mención del estado de recogimiento usualmente practicado por
Sócrates, estado parodiado por Aristófanes en Las Nubes 634. La
meditación extática de Sócrates, en la que se supone se concentra en la
idea de Belleza, cuando se dirigía a la casa de Agatón suele
considerarse histórica.
[8] Esto es una expresión irónica, humorística: La gracia está en que
Aristodemo, que no había sido invitado, se ve solo en la puerta sin
Sócrates, el invitado.
[9] Los invitados a un banquete griego eran acomodados en una especie de
lechos o klînai, generalmente para dos personas.
[10] El comportamiento inusual de Agatón se interpreta como un gesto de
humanidad para con sus esclavos en un día tan señalado para él como la
celebración de su victoria teatral.
[11] Tradicionalmente se consideraba como 30,000 el número de ciudadanos
atenienses a principios del siglo -IV; aunque en el teatro de Dioniso
cabían, aproximadamente, unos 18,000 espectadores.
[12] Deidad inevitablemente asociada a un banquete griego tradicional.
[13] Por varias fuentes antiguas sabemos que en un
banquete antiguo después de la comida se procedía a la limpieza y
retirada de las mesas, se distribuían coronas a los invitados, se hacían
tres libaciones (a Zeus Olímpico, a los héroes y a Zeus
Salvador), se entonaba un peán o canto de salutación en honor de Apolo y
se pasaba a la bebida en común servida por los esclavos.
[14] El hallazgo inesperado de algo bueno se atribuía convencionalmente
al Dios Hermes.
[15] Otros dos autores, Alcibiades y Jenofonte en su Banquete,
insisten también en la resistencia de Sócrates al vino y a su capacidad
para no embriagarse.
[16] Melanipa, nieta del centauro Quirón, es la heroína de dos piezas
perdidas de Eurípides, La prudente Melanipa y Melanipa cautiva.
La cita procede de la primera y es el comienzo de un discurso didáctico
de la heroína sobre el origen del mundo.
[17] Se trata del célebre sofista Pródico de Ceos, bien conocido en la
Atenas de finales del siglo -V, cuya famosa alegoría Heracles entre
el Vicio y la Virtud o La elección de Heracles es resumida
por Jenofonte.
[18] En su Elogio de Helena 12, habla Isócrates de aquellos
oradores que han elogiado a los mosquitos, a las sales y a cosas
semejantes y se está de acuerdo en que se refiere al sofista, de
principios del siglo -IV, Polícrates, que podría ser también el sabio al
que alude aquí Fedro.
[19] Gran parte de la comedia antigua se relacionaba fundamentalmente
con el vino y el amor, dominios de Dioniso y Afrodita, respectivamente.
[20] Acusilao de Argos, cuya acme suele situarse en torno al
-475, fue un célebre logógrafo, autor, en dialecto jonio, de varios
libros en prosa de genealogías, basadas fundamentalmente en Hesiodo.
[21] La existencia de ejércitos compuestos por amantes y amados,
especialmente en las comunidades espartanas y dorias en general ha sido
ya estudiada y se cita en el Banquete de Jenofonte.
En las palabras de Fedro se ha querido ver una
alusión a la famosa LIGA SAGRADA formada por Górgidas o Epaminondas
hacia el -378, compuesta por parejas de amantes homosexuales que tuvo
una actuación brillantísima en varias batallas.
[22] Se suponía que las almas de ciertos héroes legendarios seguían
viviendo después de su muerte en unas islas utópicas situadas en algún
lugar del Océano Occidental. Entre los primeros autores griegos en
mencionar unas Islas de los Bienaventurados o de los Afortunados están
PINDARO y HESIODO. Homero, en cambio habla de Campos Elisios para la
misma idea. La localización de Aquiles en estas islas después de su
muerte aparece también en los llamados 'escolios áticos', concretamente
en el conjunto que se conoce con el nombre de 'Canción de Harmodio'.
|
La fuente del texto que te presento
es la versión al español que ofrece la editorial Gredos, en su Biblioteca
Clásica, Vol. 93:
Platón. Diálogos Vol. III Fedón, Banquete, Fedro.
Madrid, España, 1992. Págs. 143 a 287.
|