¡Bienvenidos!!!T E C N E Literatura Homosexual:
El Siglo XX en la segunda mitad.

 


FABRIZIO LUPO
- 1952 /1953  -

Orgullosamente HOMOSEXUAL!

Fabrizio Lupo es una novela escrita por Carlo Coccioli [1920 - 2003] quién, todavía en una conferencia en octubre de 1995 en Ciudad Universitaria, México D.F., a sus 75 años, seguía evadiendo las vivencias juveniles que refleja en este libro amoroso, libro por el cual tuvo que salir de Italia, su país, y de París, donde lo publicó por primera vez en francés en el verano de 1952, para radicar en el extranjero y, finalmente, en México, donde hasta hace algunos años, vivía en la ciudad de Cuernavaca, Morelos. De un paro cardiaco fallece en el Centro Médico Siglo XXI de la Ciudad de México el martes 5 de agosto del año 2003.
Una nota que publicó ANSA Latina dijo lo siguiente:
 "Hijo de un oficial del ejército de ocupación en Libia que llegó a ser general y director de la Escuela Militar, Coccioli señaló que su homosexualidad la reveló a su madre cuando tenía 29 años.
'Ella, maravillosa e ingenua, me respondió: Carlo ¿pero entonces esto existe?', reveló.
En cambio, hasta el final de su vida se lo confesó a su padre, quien le escribió una breve carta de una 15 líneas donde le manifestó que le dolía su condición pero se mostraba orgulloso por los logros que había alcanzado como escritor".

El contexto de la novela orienta lo que hace y enfrenta un joven homosexual católico en la Europa de la posguerra, por consolidar el Amor, SU Amor. El año de la publicación de Fabrizio Lupo en su primera edición en español, por la Compañía General de Ediciones, es 1953.

Llama la atención que en la edición original en francés, publicada por La table ronde en la ciudad de París, con fecha del 5 de junio de 1952 y que el subscrito tuvo en sus manos, puede leerse el siguiente postludio con que se cierra la obra, el cual notoria y singularmente fue suprimido de todas las ediciones posteriores en español. 

Como lo mencioné antes, en una conferencia que el autor de Fabrizio Lupo dio en la Ciudad Universitaria de la Ciudad de México en octubre de 1995, de lo cual soy testigo, seguía negando y evadiendo lo dicho en este postludio. Lo que haya escrito o dicho complementario a este suceso, no es congruente ni consigo ni con esta obra:

Questa favola è vera, tu lo sai, ma non la sua fine;
tu vivi, io vivo; abbiamo volontà e speranza di vita. Il
sortilegio s'è compiuto già, atti e parole nulla potranno
più contro di noi; la volontà e la speranza ci aiutano;
siamo i più forti. Abbiamo l'avenire, perché Dio è per noi.


portada_de_la_primera_edición_en_español

Capítulo 3...
( ... fragmento final ... )

...

Fabrizio no se asombra ya: las cosas más sorprendentes del mundo no son nada al lado de esta enorme novedad que acaba de entrar en él.  ¡Pero el cuarto de Lorenzo, su taller!  Sobre la gruesa alfombra gris que cubre el entarimado, se ven pull-overs multicolores, raquetas de tenis, balones, una flauta, una guitarra, libros; más libros sobre el mármol negro de la repisa de la chimenea y sobre el diván vestido de rojo; y ropa interior limpia y ropa interior sucia sobre el diván, en desorden, y una inmensa cabeza de niño de terracota, y una compotera llena de frutas, y una docena de croquis; y en las paredes, centenares de naipes, una colección entera (algunos son muy bellos) clavada con chinchecs de todos los colores; y, en un rincón, otra serie de reproducciones de cuadros célebres con niños: niños desnudos y vestidos, rubios y morenos, pensativos, sonrientes, llorando; niños con una trompeta, niños jugando en la calle, niños camino de la escuela, niños charlando, niños...

"Adoro a los niños -dice (o repite) la voz recogida de Lorenzo-. Quiero casarme para tener muchos: diez, doce ..."

Fabrizio aparta algo y se sienta en el diván "¿Podría yo ocultarle esta sensación de náusea, podría hacerle comprender ...?  En el otro extremo de la habitación, en un hueco practicado bajo la ventana, hay un zócalo, sobre el cual, envuelto en trapos húmedos, reposa una figura esbozada en arcilla.

Lorenzo va a la cocina, y vuelve al cabo de un momento con dos tazas de café. "Acabo de hacerlo. He echado un poco de café molido en agua hirviendo. Hoy es domingo, mis hermanas han salido, y la criada..."   "¡Demasiado dulce, este café!", se dice Fabrizio sin salir de su ensueño.

Así, pues, tiene hermanas, y vive sobre la tierra.

"¿Qué es eso?", pregunta Fabrizio señalando con el dedo la figura esbozada.

"¿Eso? -y Lorenzo ríe a carcajadas-.  No es nada ... Me cansé ... Quería representar una madre ... No, no quiero que lo mire usted, no tiene importancia..."

Fabrizio se da cuenta de que sus cabellos no son negros, como él creía, sino castaños, y con extraños reflejos profundos (¿azules?). Tiene una nariz corta, de boxeador.

"Ya es hora -dice Lorenzo, aludiendo a la visita al escritor famoso-.  Apresurémonos; si no, nos perderemos la ceremonia de las palomas".

Van a pie hasta el  Arco del Triunfo, tuercen a la derecha, caminan en silencio. Hay una luz rojiza, y la muchedumbre va endomingada.  Pasan cerca de un circo, del cual les llega una musiquilla.  "¿Cuánto tiempo (se pregunta Fabrizio) me queda de estar en esta ciudad?"

Echan por una callejuela desierta.  Se oye el ritmo acompasado de unos pasos.  "Tengo casi sueño -se dice Fabrizio-.  Esta noche no he cerrado un ojo ... No, digo mal, a eso del amanecer..."

"Aquí vive", dice Lorenzo.

Entonces, Fabrizio le agarra de un brazo.

"¿Encontraste mi papel? -dice (pero ¿no es más bien un grito?)-.  Te amo, te amo..." 

Lorenzo, inmóvil, cierra los ojos.

"¡Cuidado! -dice, con repentina violencia-.  Conmigo, es distinto.  En lo que a mi respecta, nada ha ocurrido aún:  la luz y el deporte me han protegido.  En lo que a mi respecta, nada podría ocurrir."

Después, violentamente, tira del llamador de la puerta.

"De esta visita dominical, estoy viendo de nuevo los detalles más insignificantes, pero no el conjunto.  Sé que sufría.  Sentía compasión hacia mí mismo (pero esta compasión se trocaba en una cólera sutil que me devoraba, obligándome a pronunciar palabras cortantes, a herir).  Me veía a mi mismo (él no se miraba nunca), a los demás, a él sobre todo, naturalmente ... El espectáculo de fondo se desarrolla de acuerdo con unas reglas que se dirían preestablecidas.  El escritor da de comer a dos palomas que vienen a posarse en el borde de la ventana; la mano del escritor es muy flaca, llena de venas; es la mano de un obispo.  Su voz es también de obispo, y diserta con ellos sobre las panteras con una inteligencia de matices.  ¿Las panteras se comen a los hombres porque son malas, o bien porque el hambre las incita a ello? He aquí el tema.  Cada cual desarrolla sus argumentos, y el escritor los resume, los evalúa, agita sus manos de obispo, expresa al fin con su voz de obispo su opinión personal, y un intelectualoide de faz lunar se apresura a anotarla en un cuadernito con tapas de cuero (¿qué entrará en la historia?).  Después de las panteras, una anécdota encantadora, según creo.  Parece ser que, encontrándose en casa de Cocteau, este eminente escritor con aspecto de obispo ha visto en manos de alguien la estilográfica que algunos días antes le había sido robada por un seductor personaje encontrado por casualidad en la calle; y que entonces ... Bajamos a un jardín minúsculo para tomar una taza de té.  Aparece (agitación en la concurrencia, suspiros de admiración, ojos en blanco, que es el no acabar).  Mme. Fulana, la grande, la célebre amiga de André Gide.  Lleva gafas oscuras y tiende la mano como una reina de Oriente para que cada cual pose en ella sus labios con solicitud.  Me presentan a una señora que dice haber vivido en Florencia y conocer un pequeño lugar tranquilo, un hotel encantador que tal vez fuese oportuno recomendar al Maestro.  ¿Es cierto, se informa el Maestro, que todas las tardes, en los Cascine ...?  Pero todo el mundo acaba por confesar su asombro:  ¿cómo los italianos, tan bellos, tan adorables, pueden ser tan acervos y malos como yo tiendo a demostrar?  Me doy cuenta de que un señor de edad corteja asiduamente a Lorenzo, quien le trata con una ironía torpe.  Está allí también la masajista de Mme. Mengana, la esposa del Maestro; la cual acaba por confiarme que cuando su libro de recuerdos conyugales se publique, tendrá seguramente que refugiarse en un convento o, concede, en un rincón cualquiera.  El Maestro va envuelto en una larga túnica azul, por el cuello cerrado por una cinta amarilla; y un joven de rostro caballuno y labios viscosos exclama: «Querido Maestro, cuando veo esa cinta, me dan unas ganas locas de desatarla con mis propios dedos...»  El Maestro se vuelve todo sonrisas, y dice «¡Pues hágalo, pequeño! ¡Hágalo!»  Lorenzo se vuelve hacia mí y me dice en voz  baja: «¡Vigílese, por favor.  Está usted exagerando.»  El tiempo transcurre así en medio de tanta necedad (entre tanta angustia y tedio). «¡La muerte, antes que el escándalo!», proclama en un momento dado el Maestro con una violencia inesperada, y los concurrentes aplauden y se declaran de acuerdo con él.   Lorenzo me dice con una seña que es hora de que nos marchemos."

Apenas franqueado el umbral, Lorenzo dice a Fabrizio:

"¡Ha estado usted detestable, odioso!"

Y luego agrega: "Sin embargo, tal vez tenía usted razón."

Pensamiento que Fabrizio confirmó por estas palabras (que, en adelante, iban a ser su justificación habitual):

"Porque sufría."

A las ocho están citados cerca de la estación del Este con los jóvenes de la galería, para ir a tomar juntos una sopa de cebolla.  Lorenzo propone andar un poco; todavía es temprano, y podrán ir por los muelles.   Se empareja con Fabrizio, y al punto comienza a hablar.

La noche cae sobre la ciudad, los muelles están desiertos.  En algún lugar suena una campana.  La voz de Lorenzo se eleva inexorablemente.  Y he aquí que su presencia, su ser real, todo en él se transforma en voz.  ¿De qué habla?  Fabrizio comienza por oír su voz; solo después, tal vez, comprenderá sus palabras.  No, no las comprenderá:  se limitará a sentirlas.  Lorenzo habla de la amistad entre hombres.  Habla de Walt Whitman; habla de Saint-Just, de Robespierre.  Habla a veces muy de prisa, a veces lentamente; hay momentos en que se diría que canta, hasta tal punto su voz es contenida...  Diríase que arrulla.  No hay casi nadie en los muelles.  El río discurre lentamente;  Lorenzo dice que le gustaría tener una barca, y dejarse llevar por las aguas.  "Tenerle junto a mí", dice abiertamente a Fabrizio.   Fabrizio siente nuevamente deseos de llorar.  "Saint-Just -dice Lorenzo- amaba a Robespierre; pero esta tarde, en la casa en que hemos estado, no había una sola persona capaz de comprender un amor."  He aquí, en el muelle, un barco cuyo pabellón desconoce.  Un hombre duerme sobre el puente, con la cabeza apoyada en su  brazo.  "Yo haré de usted un gran artista -dice Lorenzo con voz opaca-.  todo el mundo hablará de usted; ¡Pero tenga confianza!"  Un vapor violeta envuelve ahora la ciudad.  "Compraremos un barco -dice Lorenzo-, y nos dejaremos mecer por las olas; y usted ya no tendrá miedo;  porque yo estaré junto a ti.  Afirmaremos que la vida es bella, que creemos en los hombres, en el trabajo, en la amistad entre los hombres, que creemos en el mensaje de Withman. "  Pasan bajo un puente; el silencio (más allá de su voz) es total: llena el espacio entero.  "No se muerda usted así las uñas; quiero que se serene usted, que trabaje.  Si he pronunciado las palabras que le han angustiado, es porque somos distintos de todos los demás; usted comprende bien que tenemos un signo, ¿verdad?  Entre nosotros y los que hemos visto esta tarde en esa casa no hay relación posible.  Mire usted al cielo en este momento, y deje de roer esas pobres uñas:  entre el rey y el mensajero del rey, ¿quien prefieres ser?  El rey, ¿verdad, Fabrizio? "

Siguieron así hasta el puente Saint-Michel.

("Tomamos un taxi, y él dió la dirección del restaurante en el que nos esperaban los demás.  El coche arrancó.  Entonces, me cogió la mano y declaró: «¡Me siento tan dichoso de estar contigo!»")   

Al día siguiente, al amanecer, Fabrizio Lupo entró en una iglesia y se puso a rezar. Dijo así:

'Padre, no he venido ni para pedirte perdón ni para darte gracias. No puedo pedirte perdón sino por las faltas que he cometido, y Tú sabes que en lo que respecta a la elección no soy responsable. No he venido para darte gracias: tan fuerte es el gozo que me embarga, que parece estarme fatalmente destinado, haber nacido conmigo, para mí, desde los siglos de los siglos. He venido, por el contrario, Padre, para atestiguar que he oído tu voz y recogido tu signo. He venido para pedirte que no permitas que me vuelva indigno de él. He venido a decirte -a decirte a ti, que eres Padre- que, cuando miro a Lorenzo, te descubro de nuevo; porque entonces ya no te siento invisible, difuso, indiferente, sino vivo, activo, consolador: padre de amor, en el sentido más amplio: fuente de amor: el Amor mismo. Ayúdame, pues, Tú que eres amor, a amar. Ayúdame a consumirme en el amor, a no temer su llama, a no temer el ridículo, a no tratar de entibiarlo, a no envilecerlo, a no traficar con él, a no perderlo al paso de los días, a no dar participación en él sino a los más dignos. Ayúdame a distinguir el verdadero amor del falso amor, el hilo blanco del hilo negro, ayúdame a no creer en las palabras de los enemigos del amor, ayúdame a soportar el asalto de los sacerdotes que no conocen del amor sino los nombres, de los jueces que lo miden con unas reglas falseadas, de los poetas que cantan sus atributos y no su sustancia, de los moralistas que lo aprisionan en sus dogmas, de los hacedores de guerras que tratan de sacrificar su objeto, de los hacedores de paces que no soportan su glorioso heroísmo. Ayúdame, Padre; porque si Tú eres (como en efecto lo eres) amor, ahora que tu tiempo ha llegado, estás obligado a escuchar mi voz...'

Frabrizio Lupo me entregó esta oración, que había transcrito en un pedazo de papel de dibujo.

"Naturalmente, cuando fuí a confesarme, se me declaró que era imposible darme la absolución. Porque se me preguntó si tenía la intención de desprenderme de ese amor, y yo contesté que no tenía derecho a repudiarlo. Me preguntaron si estaba arrepentido, y yo contesté que no lo estaba; si estaba triste, y yo dije que mi alma estaba henchida de gozo. Así, mientras que al conocer a Lorenzo yo había vuelto a encontrar el tiempo de Dios, salí por primera vez del confesionario sin aquella absolución que me había sido generosamente concedida en el tiempo del desorden. Esto no me entristeció demasiado: al mensajero del rey, como decía Lorenzo, yo prefería el rey."

"Me marché algunos días después. Durante ellos, no hicimos otra cosa que vagabundear por París. Una noche, Lorenzo cantó durante largo rato. Decía que el tiempo no había llegado por completo. Tenía una moral propia, hecha de símbolos. La víspera de mi partida le propuse (y todo pasó sencillamente) que marchara conmigo. El me contestó: "Iré dentro de cuarenta días, pues he firmado un pacto con el tiempo." Salí a las ocho de la mañana para Laussanne, y él me acompañó a la estación. Bajé el vidrio de la ventanilla, y le miré. Cuando el tren arrancó, él me lanzó un Ti voglio bene. La noche anterior, yo le había escrito las siguientes líneas [Esta carta fué escrita en francés]: Te he hablado de plenitud; ahora quiero decirte lo que veo en tus ojos. Cada uno de nosotros poseía un paraíso y después lo perdió; la nostalgia de ese paraíso nos hace vivir, y a veces nos hace morir. Esto, Lorenzo, si quieres, es literatura; pero cuando te miro a los ojos y tú me miras un instante, no es literatura, es el tiempo de Dios. Yo vuelvo a encontrarlo en ti. Y vuelvo a encontrarme. Anoche (íbamos en el metro) miraba tu piel, y me decía: es mi piel. De tus manos, decía: son mis manos. ¡Me siento tan exaltado ante este descubrimiento! Te amo. Ya no tengo miedo. Eres grande y bello como el sol; y cuando ríes, es como si saliera de ti un rayo de sol. ¡Te amo!.

"Las otras cartas, excepto algunas, se las escribía en italiano, como el mismo me había pedido que hiciera."

 

Un muy atento lector me informa que en febrero de 1995 salió el libro Porqué yo soy yo, publicado por Editorial Diana, donde se presentan las conversaciones entre Carlo Coccioli con Gabriel Abramson. Se me informa que en dicho libro se explicita abiertamente la homosexualidad del autor en cuestión. Paradójicamente después y en  ese mismo año, se da la conferencia de Ciudad Universitaria, donde el mismo Coccioli se mostró evasivo e incongruente con relación a Fabrizio Lupo: en dicha plática, NINGUNA vez utilizó el término homosexual para referirse ni a sí mismo, ni a su obra. Entre el libro de editorial Diana y los sucesos de Ciudad Universitaria, tan solo transcurren 8 meses y después de esos 8 meses, el señor Coccioli deja una total incongruencia e inconsistencia a lo que dejaba por escrito apenas en el mes de febrero de ese año. Por eso, y porque ME CONSTAN las respuestas evasivas del señor Coccioli en octubre de 1995 donde de ninguna manera se le vio orgulloso de su homosexualidad sino todo lo contrario, dejo esta aclaración

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La fuente del texto es la siguiente:
Carlo Coccioli. "Fabrizio Lupo".
Páginas 52 a 56
Compañía General de Ediciones, S.A. México, 1953.

Si deseas leer la novela COMPLETA, revisa el enlace de Fabrizio Lupo On Line

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Marco Antonio
©
1997 - 2003

 

 

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