Karma

por
Thanissaro Bhikkhu

Karma es una de esas palabras que no traducimos. Su significado básico es bastante simple–acción–pero debido al peso que las enseñanzas del Buda dan al papel de la acción, la palabra sánscrita karma tiene tantas implicaciones que la palabra española acción no puede contener todo este equipaje. Es por eso que simplemente hemos incorporado la palabra original a nuestro vocabulario.

Pero cuando intentamos desempaquetar las connotaciones que lleva esta palabra, ahora que es de uso cotidiano, encontramos que la mayor parte de su equipaje se ha confundido en el camino. Para mucha gente karma funciona como destino, fatalidad: una fuerza inexplicable, que viene invariablemente de nuestro pasado, de la que somos de algún modo vagamente responsables y somos impotentes de combatir. “Supongo que es mi karma”, he oído decir, suspirando, a varias personas cuando la mala suerte las golpea con tal fuerza que no ven más alternativa que la resignación. El fatalismo implícito en esta declaración es una razón por la que tantos de nosotros rechazamos el concepto de karma, porque se parece a la inclemente producción de mitos que puede justificar casi cualquier forma de sufrimiento o injusticia del estatus quo: “Si es pobre, es por su karma.” “Si la violaron, es por su karma.” De aquí hay un paso muy corto a decir que él o ella merecen sufrir, y que no son dignos de nuestra ayuda.

Este equivocación viene del hecho que el concepto budista de karma vino al occidente al mismo tiempo que los conceptos no-budistas, y terminó mezclado con algo de su equipaje. Aunque muchos conceptos asiáticos de karma son fatalistas, el concepto budista original no era en absoluto fatalista. De hecho, si examinamos cuidadosamente las ideas budistas originales sobre karma, encontraremos que incluso le dan menos importancia a los mitos sobre el pasado que lo que hacemos la mayoría de nosotros en la actualidad.

Para los primeros budistas, el karma era no-lineal. Otras escuelas de la India creían que el karma opera en una línea recta, de manera que las acciones del pasado influyen en el presente, y las acciones presentes influyen en el futuro. Como resultado, veían muy poco espacio para el libre albedrío. Los budistas, sin embargo, veían que el karma actúa en lazos de retroalimentación, donde el momento presente se forma tanto por el pasado como por las acciones presentes; las acciones presentes no sólo forman el futuro sino también el presente. Esta posibilidad constante de que el presente intervenga en el proceso causal hace posible el libre albedrío. Esta libertad es simbolizada en la imagen con que los budistas explicaban el proceso: el flujo de agua. A veces el flujo del pasado es tan fuerte que sólo queda agarrarse y aguantar, pero hay también momentos cuando el flujo es tan suave que puede ser desviado en casi cualquier dirección.

De manera que, en vez de promover la resignación impotente, la noción budista original de karma se enfocó en el potencial liberador de lo que la mente está haciendo en cada momento. Lo que eres–de dónde vienes–no es tan importante como los motivos que tiene tu mente para hacer lo que está haciendo en este momento. Aunque el pasado puede explicar muchas de las desigualdades que vemos en la vida, nuestra dimensión como seres humanos no es la mano que nos han repartido, porque esa mano puede cambiar en cualquier momento. Nosotros tomamos nuestra propia dimensión por lo bien que jugamos la mano que nos ha tocado. Si estás sufriendo, tratas de no continuar con los hábitos mentales torpes que mantienen viva esa retroalimentación kármica particular. Si ves que otras personas están sufriendo, y que estás en posición de ayudar, no te enfocas en su pasado kármico sino en tu oportunidad kármica actual: Algún día podrías encontrarte en la misma dificultad en que ellos están ahora, de manera que aquí está tu oportunidad de actuar de la forma en que te gustaría que ellos actúen cuando llegue ese día.

Esta creencia de que la dignidad de uno no está medida por nuestro pasado sino por las acciones presentes, fue un desafío directo a las tradicionales jerarquías indias basadas en las castas, y explica por qué los primeros budistas se divertían tanto con las pretensiones y la mitología de los brahmanes. Como señaló el Buda, un brahmán no podría ser una persona superior haber por salido de un útero brahmán, sino por actuar con intenciones verdaderamente hábiles.

Leemos sobre los ataques de los budistas originales al sistema de castas y, aparte de sus implicaciones antirracistas, a menudo nos parecen arcaicos. Lo que no nos damos cuenta es que también le dan directo a nuestros mitos sobre nuestro propio pasado: nuestra obsesión con definir quiénes somos en lo que se refiere a de dónde venimos–nuestra raza, herencia étnica, género, entorno socio-económico, preferencia sexual–nuestras tribus modernas. Invertimos unas cantidades enormes de energía en crear y mantener la mitología de nuestra tribu para poder enorgullecernos del buen nombre de ella. Incluso cuando nos volvemos budistas, la tribu viene primero. Exigimos un budismo que haga honor a nuestros mitos.

Desde el punto de vista del karma, sin embargo, de dónde venimos es karma antiguo sobre el que no tenemos ningún control. Lo que “somos” es un concepto nebuloso en el mejor de los casos–y pernicioso en el peor de los casos, cuando lo utilizamos para encontrar excusas por actuar con motivos torpes. El valor de una tribu sólo está en las acciones hábiles de sus miembros individuales. Incluso cuando esas personas buenas pertenecen a nuestra tribu, su buen karma es suyo, no nuestro. Y, claro, cada tribu tiene sus miembros malos, lo que significa que la mitología de la tribu es una cosa frágil. Colgarse de algo frágil requiere de una inversión muy grande de pasión, aversión y engaño, lo que lleva inevitablemente a más acciones torpes en el futuro.

Así que las enseñanzas budistas sobre el karma, lejos de ser una reliquia elegante del pasado, son un desafío directo a un impulso básico–y una falla básica–en nuestra cultura. Sólo cuando abandonamos nuestra obsesión con enorgullecernos con nuestro pasado tribal, y podemos enorgullecernos de los motivos que subyacen a nuestras acciones presentes, podemos decir que la palabra karma, en su sentido budista, ha recuperado su equipaje. Y cuando abramos el equipaje, encontraremos que nos trae un regalo: el regalo que nos damos a nosotros mismos y unos a otros cuando dejamos caer nuestros mitos sobre quiénes somos, y podemos en cambio ser honestos sobre lo que estamos haciendo en cada momento–haciendo un esfuerzo al mismo tiempo para hacerlo bien.



Traducido del artículo ubicado en:
http://www.accesstoinsight.org/lib/modern/thanissaro/karma.html
revisado el domingo 17 de septiembre del 2000. Advertencia en el original:

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