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Dignificar a Chile
El tema de la identidad nacional está en el tapete.
Esto no es fácil para un país como el nuestro, que vive mirando para afuera,
ambicionando permanentemente el pasto del vecino y copiando modelos foráneos
que pueden ser fantásticos para sus lugares de origen, pero que adoptados en
la cubierta exterior, sin profundidad ni contexto, constituyen una forma patética
de disfrazar lo que somos.
No es fácil, además, en una cultura que en su discurso publicitario ha adoptado
los valores postmodernos de vivir la vida como un torbellino, en la que el
egocentrismo, el narcisismo, el hedonismo, el vivir light y el relativismo
extremo nos llevan a evadir los cuestionamientos acerca de las consecuencias
de los actos o del sentido de la vida y los valores de dignidad personal,
honor y servicio quedan totalmente fuera de la mesa. Y no porque no haya
personas extraordinarias haciendo este tipo de aportes todos los días, sino
porque ellos no son exaltados en la conversación pública, en los modelos a
seguir. Vale más la cantidad de silicona o una mirada hipercrítica que no es
capaz de ver nuestro propio valor.
Pero ¿somos eso nosotros? ¿Constituye todo este juego
de personas que llaman la atención por sus escotes y risotadas, por haber
dado con el filón justo de extravagancia e improvisación, con el tema preciso
de lo "políticamente correcto", algo que tenga que ver con lo que
somos?
¿Qué podemos mirar que nos haga sentir que allí están nuestros fundamentos? Tendríamos
que dejar de ridiculizar y menospreciar a los grandes seres que en múltiples
campos han hecho aportes extraordinarios a nuestra nación. En la ciencia, en
el arte, en la educación, en la poesía, hemos tenido almas extraordinarias
que inspiradas en una entrega, en expresar lo mejor de sí, constituyen luces
en nuestro camino.
Se me vienen a la cabeza las ideas de avanzada que tenía Gabriela Mistral con
respecto a educación o justicia social; la sensibilidad de un poeta como Jorge
Teillier; la expresión andina y americana que la escultora Marta Colvin (mi
abuela) llevó al mundo; el aporte de la familia Parra a la poesía y la
música; médicos y enfermeras extraordinarios que entregaron sus vidas ayudando
a aliviar las dolencias de las personas, o trayendo niños al mundo. Pensadores,
físicos, biólogos, estadistas, maestros, artistas, emprendedores y personas
que todos los días hacen un aporte cotidiano.
Pienso en los dolores y aprendizajes de nuestra historia que nos están llevando
a buscar un modo nuevo de gobernarnos, buscando las soluciones e iniciativas
en la escucha, entendimiento y aceptación de los otros.
Pienso en las madres que, cumpliendo roles múltiples, aman incondicionalmente
a sus hijos, y en los padres que en estos tiempos se hacen cargo y son
cercanos y amantes de sus niños. Pienso en muchos jóvenes: su apertura,
creatividad y buena disposición.
Necesitamos exaltar lo valioso de nuestra identidad con las almas que hicieron
y hacen un aporte, todos los días.
Éstos somos, éstos, en un paisaje extraordinario, en una tierra bendita de belleza
y diversidad, de desierto y selva, de valles y ríos, de mar y cordillera.
Somos mar. ¿Por qué no mirar más al océano e identificarnos con él y todas las
riquezas que nos aporta? Somos cordillera. ¿Por qué no generar productos y no
sólo depredación de materias primas? Somos agua, viento y sol. ¿Por qué no
mirar hacia allá como formas de generar energía? Atrevamos a dignificarnos, a exaltar lo que nos muestra caminos
y nos construye, ya bastante hemos tenido y tenemos cada día de mirar nuestra
chimuchina, nuestras pequeñeces, bien para ir limpiando, pero esto no basta: necesitamos
mirarnos con ojos sorprendidos y rescatar aquello que nos permite tender
líneas coherentes al futuro.
Patricia May
20/8/2005
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