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La vida transfigurada
Cuando pensamos en los momentos culminantes de nuestra
vida, generalmente los relacionamos con hechos concretos, fechas
significativas, como algún cumpleaños, entrada o salida del colegio, título
universitario, los primeros sueldos, nacimiento de hijos, aniversarios... Sin
embargo, hay otras experiencias significativas tanto o más importantes que
éstas por la impronta que podrían dejar en nosotros, en especial si nos damos
cuenta y no las dejamos pasar porque son sencillas y les falta espectacularidad.
Momentos únicos en la vida que ocurrieron sin que los esperáramos, momentos en
que todo pareció claro, en que pudimos ser íntegros, totales, sentirnos vivos
en una intensidad no conocida.
Momentos en que toda la confusión desapareció y nos vimos con total claridad.
Éstos son los grandes tesoros de nuestra vida: instantes largos o fugaces en que
hemos podido Ser, en paz, en coherencia, en total certidumbre y expresión.
Quizás ocurrió mientras caminaba por la calle y no esperaba nada, o cuando
levantamos la vista del computador, o cuando conversábamos con un amigo, o
trabajaba, entonces vino una comprensión de plenitud en que supe que no
necesitaba nada más, nada más que ser en cada momento íntegro, nada más que
estar completamente allí. Todo se transformó, el mundo cobró encanto y se me
reveló la cara oculta de las cosas. Pude ver el brillo y la dignidad de
vivir, pude entender al mundo como un "vaso sagrado", al decir de
Lao Tse, de donde brota la confianza y el entendimiento de que siempre se
está en el punto preciso.
En una cultura en que todo es productividad, en que todo tiene valor en un sentido
instrumental, o sea en un beneficio medible, ojalá económicamente, tendemos a
no prestar atención a este tipo de experiencias, sin embargo ellas son la sal
de la vida, y reprimirlas u olvidarlas es ahogar la posibilidad de vivir una
vida con significación y sentido.
No se trata sólo de solazarse con momentos agradables (lo cual ya es válido en
sí) o encantadores, sino que de despertar a otra visión, una donde los excesos,
sobreestímulos, la permanente ansiedad por tener más y más cosas y experiencias
ya no constituyen los espejismos que conducen nuestro vivir, sino la
simplicidad, la sensibilidad, la sutileza, la comprensión que aparecen
naturalmente cuando acallamos el rollo mental que no nos permite valorar lo
sencillo y escuchar los mensajes internos. Entonces es cuando todo lo que
parecía insignificante cobra relevancia: el gesto, la palabra, la respiración,
la luz que cae sobre un objeto, el alimento, el escuchar y hablar, todo,
hasta los más mínimos detalles se vuelven significativos; porque la claridad
de una nueva conciencia los alumbra y ya no necesitamos nada extraordinario
en nuestras vidas porque todo, hasta lo más cotidiano, se ha transfigurado.
Entender esto es llegar a una gran comprensión que nos libera de la esclavitud
del deseo de cosas exteriores porque portamos la plenitud en nosotros mismos.
Nos libera de vivir pensando en el futuro, de proyectar constantemente hacia
adelante el día en que al fin seremos felices o dejaremos de vivir en el
sinsentido. Nos hace entender que todo está aquí y ahora, que no necesitamos
nada, que la gran Vida siempre fue pródiga, que quizás fuimos nosotros los
que por estar obsesionados con nuestros deseos, no supimos Ver.
Patricia May
13/8/2005
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