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La lámpara encendida
Es cierto que muchas veces nos sentimos inseguros en
relación con nuestras debilidades. Sin
embargo, es frecuente también insegurizarse respecto del reconocimiento de
nuestras fortalezas y a expresarlas con fuerza y claridad. Quizás por esto tantas personas vivan a
medio vapor, sin atreverse a ser todo lo que pudieran ser, a expresar con ganas, entusiasmo, certeza y firmeza su luz
personal.
Parece que este mal afecta en forma especial a nuestro país, en donde
mostrarse potente, en donde atreverse
a expresar sin remilgamientos ni falsas humildades la propia claridad, constituye un atentado contra las buenas
costumbres y donde aquellos que asoman su cabeza sobre el promedio son
atacados, criticados por no someterse a los grises propios del vivir
generalizado.
Le tememos a nuestro propio poder, a nuestra luz, a sacar y dejar ver
nuestras virtudes, esas cualidades propias y excelsas que hacen de cada uno
un aporte único al mundo. Le tememos a la radiante claridad de nuestro
ser. Incluso en los medios laborales
o profesionales se observa una desidia en relación con esto. Las personas
raramente expresan sus dones con toda la potencia que podrían. Evadimos, nos
damos vueltas, dejamos pasar los días y años sin conectarnos con eso que
probablemente sabemos que mora en lo profundo de nosotros; ¿miedo a ser
demasiado claros?, ¿a generar rechazo?, ¿a hacernos cargo de que somos
fuertes y radiantes y que en algunas áreas tenemos mucho que dar?, ¿miedo al
compromiso con nosotros mismos que eso nos generaría?
La luz de una lámpara, como dijo un maestro hace dos mil años, no se enciende
para ser ocultada. No nacimos para venir a aminorarnos al mundo, para
esconder nuestras creaciones, para pasarnos la vida sin osar mostrar al mundo
nuestra facilidad.
Conozco personas que escriben maravilloso, pero lo esconden, o que tienen una
gran claridad respecto de ciertos temas, que han trabajado toda una vida en ellos, pero simplemente no se dan el tiempo para elaborarlos y
expresarlos con claridad, artistas que ocultan sus obras, personas con un don
práctico de concretizar, organizar o humano de escuchar que viven parapetadas
tras un caparazón siendo lo más anodinos posible.
No estamos aquí para eso. Vinimos a Ser y es en el medio corriente y
cotidiano donde eso se expresa. No podemos vivir esperando que lleguen las
circunstancias ideales o perfectas para expresarnos. Comencemos por
atrevernos a reconocer nuestro brillo personal, a reconocerlo también en los
demás y exaltarlo. Más que reforzar carencias, reforcemos dones en la
comunicación familiar, premiemos los logros, generemos una cultura donde
expresar al Ser con fuerza no sea pecado, donde entendamos que las personas
que aportan claridad en cualquier área de la vida, cotidianas, laborales o
públicas son un aporte al conjunto y que la idea es que nos enriquezcamos
mutuamente de nuestros dones.
Además de reconocer la luz personal es importante hacer un compromiso con
ella: el de pulirla y aportarla como nuestra entrega particular al medio. No
dejemos morir por inanición una bonita voz, una inquietud solidaria, una
vocación por aprender.
La flojera, el vivir la vida sin eje, dejándose llevar por las
circunstancias, postergando siempre nuestra expresión y aporte para más
adelante, para cuando "tenga tiempo" es una disculpa. El tiempo es
aquí y ahora, mañana no sabemos si la oportunidad de la vida física habrá
concluido para nosotros, y la idea es no tener que lamentar al final de
nuestros días el haber recibido un regalo maravilloso al nacer, un regalo que
nunca nos atrevimos a abrir, que no compartimos con otros y al cual no le
dimos tiempo y fuerza para hacer con él de este mundo algo mejor.
Patricia May
9/7/2005
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