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Vuelo en pareja (2)
¿Por
qué o para qué entrar en una relación de compromiso permanente con otra
persona en épocas de tantos vaivenes y cambios? ¿Qué gano ligándome a otro,
si la vida me ofrece tantas oportunidades de experimentación de acuerdo a los
impulsos y deseos del momento? ¿Para qué cerrarme puertas si solo (a) puedo
ser más libre y vivir sin ataduras? ¿No será mejor entrar en relaciones
circunstanciales, sin compromiso de por medio, de modo que cuando se vaya el
encantamiento volemos como mariposas en busca de otras flores? Estas
preguntas surgen con fuerza en una época en que la persona como
individualidad cobra espacio y fuerza, en que los caminos se toman por libre opción
y no tanto por una cuestión consensual. La exaltación de la individualidad,
si bien trae el riesgo del extremo egoísmo, también nos lleva a reflexionar y
tomar opciones auténticas de acuerdo a nuestra conciencia y, desde allí,
obtener los aprendizajes desde nuestra verdad. La
opción por las relaciones fugaces y encantadas si bien nos da la impresión de
una vida más flexible y libre, por otra parte genera relaciones superficiales
en que arranco cuando surge el obstáculo, en vez de usarlo como un medio de
enfrentarme, mirarme. Así sustituyo el hacerme cargo de la situación y vivir
las crisis necesarias para transformarla por evadir y escapar. Este tipo de
opción en una persona adulta, en vez de generar amplitud y libertad, conduce
a la restricción del propio ego y a la esclavitud de los propios deseos y
obsesiones, puesto que sólo miro desde mí. Comprometerse
a vivir la vida con otro constituye un inmenso desafío y una oportunidad de
expandir la propia limitación a través de las aperturas que el otro me
aporta. Hacer la vida con otro es estar dispuesto a mirar el mundo desde su
ventana, ampliando la perspectiva propia; es estar dispuesto a acompañar,
muchas veces sólo desde la observación, sus cuestionamientos, dificultades,
debilidades. Es tener la oportunidad de asistir desde lo más íntimo al
proceso de otra vida humana. Hubo
tiempos en que los fundadores de grandes filosofías espirituales entregaron
el concepto de la pareja como una unión sagrada. Quizás podríamos rescatar
algunos de ellos, como el sentido de unirse en pos de la realización
espiritual de ambos, lo cual implica apoyar y estimular los procesos de
autoconocimiento, servicio, autorrealización, entrega de cada uno en el medio
en un marco de respeto a los acuerdos básicos de Vivirse
esto en lo cotidiano no es fácil. No siempre tenemos las cosas tan claras,
muchas veces manipulamos o somos manipulados, o no somos capaces de
liberarnos de la rabia que el otro nos produce, o simplemente no queremos
mirarnos y hacer cambios. Para
ello es preciso estar ante personas conscientes de sí mismas, de la vida como
una oportunidad de evolución y aprendizaje Se requiere otro que esté
dispuesto a vivirse la pareja como un desafío que lo interpela y lo hace
mirarse y cambiar y no como otro le sustituye sus carencias. Probablemente
falte mucho para llegar a establecer este tipo de relaciones; aun así, es
importante tener la mirada clara para saber hacia donde tender nuestros
esfuerzos aun cuando los logros en relación a éstos sean mínimos. Por
algo se empieza, y lo que logremos hoy será un regalo para las generaciones
venideras; esto es vital porque la potencia de transformación y aporte de una
pareja coordinada en relación a ciertos objetivos es enorme, es una fuente de
transformación del mundo en cualquier área que ésta se enfoque, un foco
irradiante de bien personal y social. Patricia May 2/7/2005 |