Índice
|
Mente-Mono
La mente es activa, inquisitiva, voluntariosa, e
impaciente al igual que un mono.
Salta de pensamiento a pensamiento, examinando esta o aquella
curiosidad, siempre perdiendo interés y lanzándose otra vez en alguna búsqueda
nueva y sin propósito. Natural, característica, incluso atractiva, tal
como lo es el comportamiento símico, no muchos de nosotros elegirían actuar
de semejante manera. Sí, todos
tenemos mentes-mono, porque es sólo una moda que la mente desatendida se
ocupa de sí misma. Pocos de nosotros
elegirían un mono como compañero para toda una vida, sin embargo todos
elegimos vivir con nuestras mentes-mono.
Por eso, somos como dueños renuentes de gibones, por siempre tirando
de la correa (o de gorilas, que simplemente arrastrarían a una persona). Pero, aunque todos tenemos mentes-mono, pocos de
nosotros advierten esta situación.
Quizás sea solamente en la noche, cuando estamos tratando de dormir,
que nos enteramos de lo muy indulgente que es la mente con su desorden. Todo estaría bien, ciertamente, si
fuéramos monos, pero, aunque parientes muy cercanos, no lo somos. Sin embargo debemos, pareciera, compartir
nuestras vidas con ellos. No importa adonde vayamos ni quién lleguemos a ser,
fielmente la mente nos acompaña. ¿Si alguien viviera con un mono de verdad, qué
haría? Después de haberlo admirado,
de haber jugado con él, después haber intentado comunicarse con él, tendría
que disciplinarse. Lo enjaularíamos,
o lo entrenaríamos. No importa cuanto
lo aprobemos en su estado natural, o cuanto nos arrepintamos de intentar
engrillar a la naturaleza, a la larga, forzados a vivir con él cada segundo
de nuestras vidas, emplearíamos algo de disciplina. De lo contrario nuestras propias vidas llegarían a ser intolerables. Siendo esto así, es extraño que tan pocas personas
hayan tratado disciplinar sus mentes-mono.
Esta mente no es menos maleable que el propio animal. Ambos pueden ser educados. Quizás la razón sea que nos incomodamos
cuando somos concientes de nuestras mentes.
Preferimos ser inconscientes de ellas. No obstante, poco a poco, la conciencia
aumenta. Nosotros, imperfectos, no
somos uno con nuestras mentes. Por
eso somos diferentes de nuestros primos monos, todo inconsciencia, felices
ellos, completos; infelices nosotros, divididos. No llegaríamos a ser concientes de nuestras mentes si
pudiéramos evitarlo. A la larga, de
cualquier modo, no podemos evitarlo. Llegamos a ser concientes y saber que nuestras
mentes no están completas, sólo son; que no somos completamente, meramente,
nuestras mentes. El mono aparece, chillando e inquieto. Estamos forzados a entrenarlo. El entrenamiento es simple. No la deje agitarse, prohíba sus búsquedas
infructuosas, hágala concentrarse. Es
más fácil decirlo que hacerlo, usted dirá, pero decirlo es hacerlo. Dígale simplemente que pare. Escuchará (por un momento o dos). Pero en el minuto que usted se relaja, ahí
va otra vez. Arrástrela de
regreso. De nuevo pídale que se
detenga. No le permita que vague sin
parar. Péguela a algo. Imagine una jaula y no le permita salir. Cuando se salga, tire de ella. Tan a menudo como salga y vague, hágale
regresar. Esto sucederá muchas veces,
y usted mismo llegará a estar muy cansado.
Hacer volver la mente-mono es, de hecho, una buena receta para ponerse
a dormir. Pero si no deseamos pasar
nuestras vidas durmiendo, debemos encontrar una manera de controlar la mente
sin dormirnos. Por lo tanto, entrénela de día así como de
noche. No la deje dispararse, brincar,
atractiva como ella (y usted) puede encontrar búsquedas inútiles. Llévela firmemente a la rastra, póngala a
trabajar, hágala pensar verdaderamente.
Dele un problema (un acertijo, un enigma) o simplemente hágala contar. Crecerá más tranquila, también crecerá más
astuta. Mientras usted se concentra
en ella, tomará el mismo tema de su concentración y construirá una historia o
una probabilidad en él. Antes de que
usted sea conciente, con la mente-mono firmemente en mente, se encontrará
otra vez compitiendo a través de las copas de los árboles. Tráigala de vuelta de nuevo. Resista sus esfuerzos de hacerlo pensar en
ella. Ignórela y concéntrese en la
jaula. Así, no puede escaparse hasta
que usted abra la puerta al relajarse.
Lo cuál, por supuesto, usted querrá hacer. No solamente por la mente-mono, a la cual, después de todo, por
su propia naturaleza le gusta revolotear, sino también por usted, puesto que
una vida de intensa concentración es apenas más digna de vivir que una vida
de interés a la deriva y transitorio. Si usted persiste, no obstante, descubrirá que la
mente llega a ser dócil. Finalmente,
vendrá cuando la llame y se sentará con usted. Quizás no por mucho tiempo,
sino por un momento. Cuando esto
ocurra la mente-mono finalmente llegará a ser conciente de sí misma, habrá
despertado. Y despertar su mente es
el primer paso hacia despertarse a si mismo. El camino a una mente se extiende adelante. Del libro Zen Inklings, de Donald Richie. |
|