Tinramón  habla con Dios

 

Verán, no pedí ser un profeta. No. Una noche escuché una voz que me decía:

"Escucha, Martín. ¡Martín! No, ¡por aquí, Martín!". Y volteé y vi la verdadera luz brillante, y dije "Hola". Y Dios dijo "Hola". Y dije "Así que eres Dios, ¿no?". Y Dios dijo "Sí. ¿Cómo te va, Martín?". Y yo dije "Bien. ¿Y a ti, Señor?". "Muy bien. ¿Qué hay de nuevo, Martín?". Yo dije "No mucho. ¿Y a ti, Señor?". Él dijo "Bueno, ya sabes. Lo mismo de siempre. Y creo que mejor me voy, debes estar ocupado". Y le dije "No, Dios. No hago nada". Y Dios dijo "Bueno, me voy de todos modos". Y dije "Espera, Dios. ¿Quieres que le diga algo a la gente?". Y Dios me dijo "Solo diles que los saludo".

Luego hablé con Dios una vez más:

Él dijo "¡Oye, Rafael!". Yo dije "No soy Rafael. Soy Martín". Y él dijo "¡Oh, Martín!". Y desapareció. 

Si esto significa que Dios me evade, bueno, él se lo pierde.


San Tinramón

                                            

 

¡Oh, San Tinramón!

La bendición de Dios

me ha elevado a la condición

de madre, que por tu

intersección pueda yo dar

amor y cuidado a todos

los hijos que vengan.

Que mi vida sea su

ejemplo en la fe y en la

práctica de la caridad, aquí,

en el infinito y más allá.

 


Plano Superior

 

Siempre me pesó no ser Dios. Me parecía grandioso eso de ver todo al mismo tiempo. O sea, observar en un mismo instante a la mariposa agitando las alas en Hong Kong y al terremoto en California.

 

 

Un día decidí, con la menor blasfemia posible, mirar las cosas desde el punto de vista del Señor. Ese día, un mexicano realizó una de las mayores proezas de la historia. Viajó en bicicleta desde su pueblo de origen hasta la pirámide de Keops. Como nunca me interesaron demasiado los grandes logros, y aunque veía todo a la vez, no podía dejar de focalizarme (Dios empezó de a poco, Adán, Eva y algo más). Abandoné al mexicano en la inmensidad del desierto del Sahara y me dediqué a un hombre menos proezero.

 

 

Ese hombre sale mal dormido hacia el trabajo porque su ventilador dejó de funcionar una calurosa noche. El vendedor había insistido en que los ventiladores de techo venían solo de cuatro aspas. El hombre juraba haber visto de tres, pero se acercaba el verano.

 

 

Al llegar, nota que está inhabilitada la puerta giratoria. Todo indica que va a ser uno de esos días.

 

 

 

El otro acceso, una puerta menos ágil, amontona a los puntuales empleados confundiéndolos en uno. Algo anda mal.

 

 

 

En el ascensor confirma su sospecha. Alguien estaba de más.

 

 

 

Aunque nunca le habían gustado esos cubículos de trabajo, estaban diseñados de forma que las entradas de los empleados fuesen por distintos lados. Esta vez deseaba estar ahí, pero su lugar era ocupado por otro.

 

Subió pensando todo lo que le iba a decir al jefe apenas saliera del elevador.

 

 

Le explicaron que ya no lo necesitaban, y lo tomó con calma.

 

 

Mientras los empleados vuelven a sus casas y a la normalidad del ascensor...

 

 

...El destituido está por meter la cabeza en el horno.

 

No puedo seguir viendo esto, y trato de focalizarme rápidamente en otro punto. Como alguna vez vi un mapamundi, no me sorprendí al encontrarme observando el océano.

 

 

Lo extraño de la escena era cómo una ballena ordinaria trataba de conquistar a Moby Dick.

 

Por más inusual que resultaba la imagen, no podía dejar de pensar en el pobre diablo con la cabeza en el horno, lo cual me distrajo lo suficiente como para confundir:

 

 

un bote (que debió darse vuelta por el oleaje producido por las ballenas)...

 

 

 

...con una boca de dama. Con la confianza de estar comiendo una galletita, mordí la embarcación.

 

 

Las todavía resistentes astillas en mi paladar me hicieron entender que lo divino no es para mí.

 

 

 

                           

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