El sistema fue muy bien recibido, a tal punto que en tiempos del emperador Augusto había en Roma unas 300 escuelas que lo enseñaban. Según afirma Suetonio en su "Historia de los doce Césares", los propios emperadores lo aprendían, y cuenta que Augusto y Tito Vespasiano desafiaban a los mejores taquígrafos de la época para competir con ellos en velocidad.
El mérito de Tirón fue codificar las "mil cien notas vulgares" de Ennio, a los que añadió nuevas.
Luego Séneca las coordinó y coleccionó en forma de diccionario para facilitar su enseñanza y estudio, aumentándolas a 6.000.
Con estos signos rectos y curvos colocados en distintas posiciones, inclinándolos a la derecha o a la izquierda, trazándolos gruesos o finos se consiguió representar una considerable cantidad de palabras de uso corriente.
Las notas llegaron a ser más de 13.000. Las bibliotecas de monasterios, abadías y catedrales guardan preciosos manuscritos griegos y latinos escritos mediante estas Notas Tironianas, muchos de ellos sin haber sido todavía descifrados.