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Los militares uruguayos me enseñan a tomar el mate...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En el exterior puedo observar ondear una bandera rusa junto a una española. “¡Anda!, ¿hay algún español con vosotros?” le pregunto a Waldemar. Y sonriendo me contesta: “vosotros”. Entonces me enteré de esta agradable costumbre entre las bases, de izar las banderas de los países de los visitantes que reciben, aunque fuera una visita fugaz de 10 minutos, la bandera se izaba. Qué detalle tan sencillo ….. y qué bien me hacía sentir. No éramos extraños, estábamos completamente acogidos entre nuestros recién amigos uruguayos.

 

 

El vehículo más utilizado para ello era aquella especie de oruga-anfibio del primer día. Vehículo que no tardamos en bautizar como “luna-track”, nombre que aceptaron también los rusos para designarlo. La caballerosidad me permitía viajar siempre de copiloto y disfrutar del paisaje de manera especial…. Pero, más disfruté, cuando pedí - y me lo concedieron - poder viajar en el exterior del mismo, en la parte superior de la cabina. ¡Cómo una enana! El viento gélido y puro azotando la cara….. Mi fantástico “luna-track”.

 

 

Nuestro lugar de trabajo, quedaba a unos 12 km de la Base Rusa Bellingshausen, pero un poco más cerca teníamos la Base Uruguaya Artigas, a 8 km de nuestra estación de trabajo y a 4 km de la Base Rusa. En mi Diario de Expedición comienzo hablando de ellos como los uruguayos de Artigas, ¿cuál es el término que les adjudiqué poco después? “mi gran familia uruguaya”.

 

Es imposible describir la amabilidad que nos mostraron, desde el primer momento, la buena acogida, disponibilidad en echar una mano en todo momento y para cualquier cosa que pudiéramos necesitar.

 

El Profesor Alfonso Eraso

 
 

El cartel que colocó Karmenka, "Salamanca a 12512 Km"

 
 

La Profesora de Matemática Aplicada de la Universidad de Salamanca María del Carmen Domínguez, integrante del grupo "Glacier caves and karst in polar regions" visitó nuestra base en el mes de enero de 2000 y nos hizo llegar sus impresiones... 
[email protected]   

 

Antártida 2000

 

¿Cómo poder resumir en unas pocas líneas, lo que ha supuesto el inmiscuirme en una pequeña parte del Paraíso? Es extraña ya la noción de tiempo, semanas que parecen unos breves instantes, pero tan llenas de vivencias que me obligan a pensar que tal vez hayan sido años, ...... , o simplemente, que la escala de medida en aquel lugar es diferente a la que nosotros utilizamos aquí. ¿Por qué empeñarse en acomodarle la nuestra?

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Parece haber sido un viaje - no en el espacio - sino en el tiempo. Hacia el pasado. Varios siglos atrás. Un reencuentro entre el hombre y la naturaleza - antes de ser ésta destruida por aquel -. 

Comienzo del 2000 e inicio de esta gran aventura con un largo viaje hasta Santiago de Chile, en el que mi mente no deja de pensar, ..... , tratar de imaginar lo que será esta nueva expedición. Algo, dentro de mí, parecía avisarme que sería diferente a las anteriores, y me era casi imposible tratar de imaginar lo que ya casi iba a ser realidad.

Llegamos a Santiago, Adolfo y yo - los dos españoles invitados a la 45 Expedición Rusa a la Antártida -. Allí nos juntamos con nuestro coordinador, Maxim - Vicepresidente del Comité Artico y Antártico de la Academia Rusa de Ciencias - y Olga, científica rusa especialista en liquenometría. A los dos días, un nuevo vuelo hasta Punta Arenas nos evita el calor excesivo de Santiago.

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Comienzan entonces los contactos de Maxim para el último saltito hasta la Antártida, que realizaremos en un avión militar, de alguno de los países que tienen bases científicas en la isla King George. Faltan todavía por llegar los italianos que se unirán a nosotros. 

En doce días parece salir un avión militar brasileño, en el que volaremos hasta nuestro destino final, King Geroge. Hasta estancias de 20 ó 30 días en Punta Arenas - según me comentan Adolfo y Maxim -, es normal esperar. Las condiciones climáticas en esta zona son muy difíciles, en el “aeropuerto” de King George no hay radar especializado y se precisa por tanto de la completa visión en dicho momento. Expertos meteórologos predicen las "ventanas" que permitirán a los aviones militares que allí vuelan, poder aterrizar la mayor parte de las veces. No obstante, siempre llevan suficiente combustible para dar la vuelta en caso de que el aterrizaje no pueda tener lugar.

..... Una buena noticia!!!!!, un avión militar uruguayo saldrá unos 5 días antes que el brasileño. Los italianos no habrán llegado para entonces, pero decidimos tomarlo Adolfo y yo. Es una buena oportunidad para ir adelantando el trabajo a desarrollar en la Antártida. Maxim y Olga se quedarán esperando a los italianos y volarán algunos días después.

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Aprovechamos estos pocos días de espera en Punta Arenas, para visitar el Parque de Torres del Paine, .... un tiempo fantástico. Es difícil encontrar esta zona tan despejada, pero parece que la suerte nos acompaña.

El vuelo del Hércules C-130 uruguayo que estaba previsto para el domingo 16 de enero, se retrasa hasta el lunes. Son las elecciones en Chile y no trabaja nadie. Un único día de retraso ......... y se me asemejó a un siglo. Estaba nerviosa, intranquila. A punto de alcanzar el viaje que tanto había esperado, se agolpaban desordenadamente en mi mente una infinidad de incertidumbres: "¿podremos volar el lunes?, ¿serán favorables las condiciones climatológicas?, ¿habrá que cancelar el vuelo?, ¿nos tocará una espera de esas largas en Punta Arenas?". 

Apenas pude dormir aquel domingo, mi mente estaba demasiado inquieta…… Hasta que a las 7:00 de la mañana suena el teléfono. Es Carlos, el piloto del avión uruguayo, parece que habrá una "ventana", a las 9:00 es preciso estar en el aeropuerto. Mi corazón comienza entonces a latir con fuerza, marcando un ritmo rápido que resuena dentro de mí.

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Era la primera vez que montaba en un avión militar. Vaciado por completo en el interior, pero lleno de cuerdas, anclajes y correas para poder sujetar la carga. Hasta un helicóptero pueden transportar en su interior. En un extremo, justo detrás de la cabina, una especie de redes rojas asemejaban unos asientos, donde nos acomodamos para el despegue. 

La dotación del Hércules, algunos otros militares uruguayos que iban para quedarse una temporada en la Base Antártica Artigas, tres científicos uruguayos, Adolfo y yo, ...., apenas seríamos 15 personas en total, los que realizaríamos este vuelo hasta la Antártida. Despegamos hacia las 10:00. El fortísimo ruido en el interior del avión impedía escuchar con claridad lo que a tu lado, te decían casi a grito. 

Una extraña alegría interior me invadió. Era ese tránsito entre el sueño y la realidad, donde aparecen casi mezclados, uno deja de existir para dar paso al otro. Al alcance de mi mano se presentaba ya lo que tanto había esperado. Medio confundida, aturdida, pero con una alegría rebosante. No lo podía ocultar.

Los militares uruguayos me enseñan a tomar el mate. Pido entrar en cabina, observar desde el cielo, los icebergs que comenzaban ya a aparecer, anunciando nuestra proximidad a la antesala de la Antártida. ¡¡¡¡¡ Qué poquito faltaba ya!!!!!

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Algo de niebla y una ventisca de nieve no impiden que el avión militar aterrice. Se abren las grandes puertas para comenzar a descargar el material. Bajamos ....... y un gélido y fuerte viento nos saluda, acompañado de nieve que caprichosamente golpea nuestras caras. ¡Sí!!!, inconfundible el recibimiento de la Antártida!!!!

En un camión de carga del "aeropuerto", nos lleva un chileno hasta Bellingshausen, la Base Antártica Rusa, que será nuestro hogar durante estos días. Son 25 los rusos que se encuentran en ella, nos informa. Nos deja con todo nuestro material a la puerta ........ y no nos da tiempo ni para pensar "¿y ahora qué?, si aquí nadie sabe que llegamos hoy, no nos esperan hasta algunos días más tarde .....". Aparece casi al instante Oleg Sakharov, el Jefe de la Base Rusa. Quien, sin pedir ningún tipo de aclaración, muy amablemente nos ayuda a meter todo el equipaje en su oficina. Tratamos de explicarle quienes somos, la razón de llegar solos y con antelación, pero no nos deja. Primero nos lleva al comedor a tomar algo caliente, "después, ya hablaremos" nos indica.

Así lo hacemos, y esa misma tarde Igor, un gran especialista en cualquier tipo de conducción y vehículos, nos lleva en una especie de tanque ruso, antiguo pero fortísimo, oruga y anfibio a la vez, a localizar nuestro lugar más idóneo para trabajar en el glaciar. Nos acompañan Oleg y Valery, este último era el segundo jefe de la base. Aparece la caballerosidad entre todos ellos, y me ceden el puesto del copiloto. 

¡Cómo disfruté en este viaje! ¡Cómo una enana! Me comía crudo todo lo que veía ante mí. Estaba de lleno, metida en mi sueño. Increíble, pero cierto. 

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En aquella especie de vehículo lunar, recorrimos el borde del glaciar hasta encontrar la cuenca apropiada para trabajar. Nos ayudan a preparar el sitio donde al día siguiente instalaremos la sonda que tomará en continuo, cada 10 minutos durante toda nuestra estancia, la conductividad, temperatura y el nivel del agua del río que drena la cuenca elegida del glaciar. Todo ello, ¿para qué? Junto con las investigaciones que realizaremos en el glaciar, poder cubrir nuestro objetivo final: estimar la ablación interna glaciar, esto es, la cantidad de masa de hielo que se funde en el interior del glaciar, generando ríos subglaciares que drenan en su mayoría directamente al mar, haciendo imposible su estudio. De esta manera podrán, los científicos rusos que nos han invitado a esta expedición, completar el Balance de Masa de este gl aciar. Lo que permitirá, por primera vez en el mundo, crear un indicador del Calentamiento Global del Planeta en el Hemisferio Sur.

Regresamos hacia la Base en el magnífico vehículo oruga-anfibio, satisfechos de haber encontrado el lugar idóneo para trabajar. El único inconveniente era la distancia a la que se encontraba de Bellingshausen, unos 12 kilómetros. Nos tocaría andar bastante todos los días para aproximarnos a nuestra zona de trabajo, pero promete ser agradable el recorrido por estos parajes tan naturales.

Cuatro kilómetros antes de llegar a la Base Rusa, se encuentra la Base Uruguaya Artigas, donde entramos para saludar a Waldemar Fontes, el Jefe de la misma. Aprovechando la ocasión para solicitarle los datos meteorológicos que, durante nuestra estancia en la Antártida, recogerán en la estación que tienen instalada en su Base, puesto que es la más próxima a la zona de trabajo elegida.

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¡¡¡¡ Qué amabilidad la de todos los uruguayos !!!!!! Se deshacían en ofrecernos todo lo que pudiéramos necesitar. Iban a realizar una fiesta para dar la bienvenida al grupo de uruguayos que habían llegado en el Hércules que nos trajo a la isla. Y no dudaron ni un instante en invitarnos a la misma, para ofrecernos también a nosotros, una gran bienvenida. Los rusos debían regresar a la Base, de manera que los uruguayos ofrecen llevarnos después de la fiesta a Bellingshausen, para que pudiéramos quedarnos con ellos un ratito.

Mientras terminaban de preparar la cena, Waldemar se ofrece a mostrarnos las instalaciones de la Base. Poco había podido ver de la rusa al llegar, pero era evidente su austeridad frente a la de los uruguayos. Y sin embargo, según pudimos comprobar durante nuestra estancia con ellos, qué facilidad tenían para encontrar soluciones a todo, con los pocos medios de los que disponían.

En el exterior una bandera rusa aparece ondeando junto a una española. “¡Anda!, ¿hay algún español con vosotros?” fue la pregunta inmediata a Waldemar. Quien sonriendo contesta: “vosotros”. Fue entonces cuando me enteré de esta agradable costumbre entre las bases, de izar las banderas de los países de los visitantes que reciben. Aunque fuera una visita fugaz de breves minutos, la bandera se izaba. Qué detalle tan sencillo ….. y qué bien me hacía sentir. No éramos extraños, estábamos completamente acogidos entre nuestros recién amigos uruguayos.

Después de la cena estuvimos un rato en la fiesta que habían organizado, pero sin demorarnos demasiado, para no llegar muy tarde a Bellingshausen y no crear ningún trastorno a los rusos. En un vehículo 4x4 nos llevan hasta la Base Rusa, recorriendo la especie de pista que medio hecha de tanto pasar, comunicaba las dos bases. 

El cielo estaba completamente despejado, la poca oscuridad que había se aclaraba con una hermosa luna llena. La Cruz del Sur y las Guardas señalando el sur sobre el claro cielo antártico. Y todas las demás estrellas, inmutables, como hace siglos ……. y como seguirán miles de años más tarde.

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Aquella primera noche tardé mucho en dormirme, repasando una y otra vez tantas sensaciones y emociones nuevas que habían invadido mi mente en tan sólo un día. ¿Estaba en la Antártida?. La incertidumbre y la duda se apoderaban constantemente de mí: era un sueño o era realidad. Sentía temor de quedarme dormida y comprobar cómo al despertar todo se alejaría y desaparecería…… Pero no fue así, el sueño y la realidad se fundieron en mi primera noche antártica, y qué agradable despertar …… al contemplar cómo esta vez, el sueño no se pudo esfumar. Estaba allí de verdad.

Este primer día colmado de ensueño, fantasía, irrealidad, imaginación, ...era sólo el principio de …… algo que prometía ser especialmente hermoso.

El lugar de trabajo: ideal. La cuenca del glaciar elegida estaba orientada hacia el estrecho del Drake. Atravesando el núcleo de hielo de la morrena que cerraba perimetralmente nuestra cuenca en el glaciar, surgía un río que recogía el agua que por fusión interna se formaba en el interior del hielo. En un angosto cañón, desembocaba nuestro río rápidamente en el mar. Un mar bravo, con enormes olas que agitaban violentamente las gélidas aguas antárticas. Un viento fortísimo ayudaba a aproximar a la costa una gran cantidad de icebergs, de todos los tamaños, hasta que quedaban varados y se partían en pedazos más pequeños ….. ¡Qué afortunados fuimos! Poder contemplar esta maravillosa costa, diferente cada día. Un aspecto fantasmagórico los días de niebla, lluvia y nieve o unos brillos y reflejos increíblemente hermosos cuando los rayos rasantes del sol antártico decidían deleitarnos con sus luces. 

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Y junto a nosotros, los enormes acantilados de hielo que se formaban cuando el glaciar llegaba al mar. Aquellas enormes paredes, de casi cien metros, que convivían con el mar y sus fuertes y violentas olas. 

Completaban nuestra fortuna las playas de esta zona, llenas de pingüinos, focas, elefantes y lobos marinos. Animales que no conocen la necedad del ser humano y por tanto incapaces, todavía, de incomodarse ante la presencia de éste -ojalá que ese “todavía” dure aún mucho tiempo-. Las horas eran minutos en mis paseos por aquellas playas, disfrutando de tan agradable compañía. Observando, entendiendo, maravillándome de estos animales. Tranquilos, sin prisas, habían logrado detener el tiempo. Torpes en el suelo, pero excelentes nadadores en el mar. Brillos especiales tomaban sus cuerpos cuando el sol les brindaba sus rayos. ¡Cuánta tranquilidad! ¡Cuánta paz! ¿Qué más se puede pedir?

Aún recuerdo mis dedos completamente helados, sin poder ni siquiera apretar el disparador de la cámara, cuando después de llevar varias horas andando tranquilamente por la que fue mi primera playa antártica, había olvidado poner mis guantes entre foto y foto. Tan ensimismada y absorta estaba de lo que mis ojos contemplaban, que no me había percatado del frío que iba inmovilizando mis manos sin protección. Fue en el acantilado del fondo de la playa, camuflada en medio de la pingüinera, cuando con desaliento comprobé que no me respondían ni para enfocar la escena que se me presentaba a apenas un metro de mi objetivo: un pingüino barbijo adulto alimentando a una cría.

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Con tristeza tuve que alejarme de allí, ……. pero indudablemente volví en más ocasiones, inmortalizando con mi cámara estas imágenes tan fascinantes que rebosaban vida. Vida sencilla, pero auténtica.

Para abreviarnos un poco el recorrido que debíamos hacer hasta la zona de investigación, nuestros amigos rusos no dudaron ni un sólo instante en organizarse, llevándonos al comienzo del día y recogiéndonos al final del mismo, frente a la Base Uruguaya Artigas. Entre Oleg e Igor se las ingeniaban para poder siempre alguno de los dos, transportarnos estos 4 km de los 12 que separaban Bellingshausen de nuestra estación de trabajo. 

El vehículo más utilizado para ello era aquella especie de oruga-anfibio del primer día. Vehículo que no tardamos en bautizar como “luna-track”, nombre que fue aceptado también por los rusos. La caballerosidad me permitía viajar siempre de copiloto y disfrutar del paisaje de manera especial…. Pero más pude gozar, cuando pedí - y me fue concedido -  viajar en el exterior del mismo, sobre la cabina. ¡Cómo tantas aventuras que de niña había imaginado! El viento gélido y puro azotando la cara, transmitiéndome aquella libertad que invadía la isla….. Mi fantástico “luna-track”. 

Tenían también un vehículo 4x4 y un camión todo-terreno, con los que realizaban este trayecto. Pero al ver nuestra preferencia por el “luna-track”, nos ofrecían siempre que podían el transporte en él. Además de esta especie de oruga-anfibio, contaban con otro de tamaño mayor, del que también pudimos disponer. Y viendo la gran aceptación que en nosotros tenían estos vehículos, aún en uno mayor, el más grande de todos, tuvimos el privilegio de montar.

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Pronto comprendimos que nuestros amigos rusos estaban pendientes de todo lo que pudiéramos necesitar, sobre todo Oleg, el jefe de la Base e Igor, el conductor de todos los anteriores vehículos. Qué efectividad y rápida solución de cualquier necesidad, aún con los pocos medios que contaban!!!!!

Pensaron, buscaron y encontraron una especie de balsa para naúfragos, que no dudaron en instalarnos al lado de nuestra estación, en el cañón de trabajo. Para poder así refugiarnos cuando las fuertes tormentas antárticas, nos sorprendían allá alejados. La presión variaba mucho y muy rápidamente, de manera que tan pronto lucía el sol, como te saludaba una ventisca de lluvia y nieve, acompañada de fuertes vientos catabáticos, que hacían llegar a una sensación térmica de –20ºC. Esta balsa que nos instalaron, nos resultó muy útil para nuestro continuo trabajo a la intemperie. No tuvimos necesidad de volver a emplear una pequeña zanja –que como refugio natural habíamos habilitado los primeros días- para resguardarnos del frío que en ocasiones allá alejados nos sorprendió.

También en esta especie de tienda, pasamos alguna noche para poder realizar aforos en el río, cada una o dos horas, y poder completar así nuestro rango de valores a diferentes caudales. La primera noche fue espectacular, se trataba casi de un vivaqueo, allí en medio de la Antártida. Sí, la balsa nos protegía del fuerte viento y algo, de la lluvia y nieve. Algo solamente, porque cuando ésta era racheada y golpeaba con fuerza –como ocurría casi siempre debido a los fuertes vientos- terminaba entrando por una infinidad de puntos de la balsa ……. Se formaba entonces un charco en el interior, que rápidamente se iba congelando. 

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Recuerdo también algunas ocasiones en las que aforando, metidos en medio del río, éste se iba congelando -ante nuestros ojos perplejos e incrédulos-, a pesar de correr sus aguas a gran velocidad.

A unos 5 km de la zona de trabajo, nos enseñaron los rusos un refugio que tenían: Priroda. ¿Dimensiones? 3,5 m x 1,5 m. Y ¿la altura? Tenías que inclinar la cabeza. Nuestros amigos rusos nos lo habilitaron, nos llevaron unas mantas y algo de comida. Una tetera para calentar agua y una bombona de gas. 

Priroda ……. Sólo mencionar este nombre, mi mente viaja allí velozmente. Se encontraba en el extremo de una gran playa, protegido del viento por el acantilado que había en su parte trasera. A pocos metros del mar. Mi mar preferido, con las olas salvajes y los icebergs navegando. Rodeados de pingüinos, focas, elefantes y lobos marinos ……… ¡Cómo olvidar las noches allí pasadas! Noches mágicas, con un encanto especial. Apenas una hora de oscuridad. Lobos y elefantes marinos nos acompañaban con sus fuertes rugidos, formando ecos que resonaban en los enormes acantilados de hielo. El mar agitándose violentamente, nos recordaba que seguía preparándonos una nueva costa llena de icebergs, para poder contemplar al día siguiente. ¿Soñaba? No, era realidad, había logrado inmiscuirme en el Paraíso. ¿Puede haber algo más bello?

Pienso ahora en los uruguayos de Artigas. Así comencé hablando de ellos en mi cuaderno de bitácora. ¿Cuál es el término que les adjudiqué poco después? “mi gran familia uruguaya”. Es imposible describir la amabilidad que derrochaban con nosotros, la buena acogida que nos ofrecieron, la disponibilidad en echar una mano en todo momento y para cualquier cosa que pudiéramos necesitar.

En nuestras caminatas al punto de trabajo en el glaciar su situación era para nosotros estratégica y casi un “paso obligado” al regreso de nuestro trabajo, donde con el café caliente y sobre todo con el calor humano que nos ofrecían, nos encontrábamos realmente confortables.

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Y no puedo olvidar el vuelo aquel domingo, en el helicóptero Bell-212 pilotado por “Argón”, sobre el glaciar. A nuestro antojo, a nuestro capricho, la puerta abierta para poder fotografiar bien todo lo que veía. Fotos, ¿cuántas? No lo sé, varios carretes. Descolgada sobre la puerta, disfrutando del mar, los icebergs, el glaciar con sus seracs, los acantilados de hielo, el viento gélido embadurnándome a su paso de paz, libertad, armonía….. Era el sueño dentro del sueño …. No se podía pedir más. 

Y los continuos saludos que nos brindaban desde el cielo, casi cada día cuando nos encontrábamos alejados de todas las bases, trabajando en el glaciar. Cabeceaban con el helicóptero frente a nosotros, y en vuelos rasantes sobre nuestras cabezas, nos saludaban cerciorándose de que todo iba bien y no teníamos ningún problema.

¿He olvidado a Maxim , Olga – los rusos que venían con nosotros – y a los italianos? No, sencillamente tuvieron mala suerte. El avión brasileño que iban a tomar cinco días después del uruguayo que cogimos nosotros, fue cancelado. Y esperando, esperando, ….. , más de 20 días en Punta Arenas, hasta que pudieron venir en un vuelo chileno. Afortunada me encontraba según iban pasando los días y nuestros compañeros no aparecían. Qué poquito había faltado para que me viera yo en su situación. Fue una suerte increíble la que tuvimos Adolfo y yo al tomar aquel avión uruguayo que salía unos días antes. En carne ajena pude comprobar la dificultad de la logística antártica, aquello que tanto me habían explicado Adolfo y Maxim, antes de comenzar la expedición. No sé lo que hubiera hecho si me hubiera tocado a mí aquella larga espera en Punta Arenas. Con el sueño casi al alcance de la mano, …… , pero sin poder llegar a rozarlo. No sé si hubiera podido aguantar….. Sabía que era una afortunada. 

Así transcurrían los días, colmados de vivencias nuevas, experiencias, sensaciones, emociones….., que purgaban mi interior y me llenaban de un aire fresco y nuevo. 

Y como todo lo que tiene un principio, …….. , tiene un final …….. Fue imposible escabullirme de ver acabar mi sueño, que había sido realidad durante estos días. Pero el final se precipitó. 

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Un vuelo del ejército chileno …… que nunca pudimos tomar. “Vosotros no!!, porque sois españoles”. Nos dijeron a Adolfo y a mí los militares chilenos. El problema con Pinochet, España, Chile, los militares, …… ¿y nosotros en medio?. ¿Por qué?. No lo podía aceptar, ......... porque no lo entendía. En aquel lugar donde todo era tan hermoso ….., no tenía cabida esta respuesta. 

Los italianos y rusos -que casi acababan de llegar-, y nosotros -los dos españoles-, decidimos entonces tomar un avión uruguayo que salía antes. Esperar algún otro que saliera después del chileno era arriesgar mucho, pues el verano antártico finalizaba y las condiciones climáticas para poder realizar vuelos, iban siendo cada vez menores.

De manera que el final se acercaba a pasos agigantados. Tenía apenas unos días para despedirme de la grandeza en la que había estado zambullida. Las costas bravas con los acantilados de hielo sobre el mar, los icebergs navegando, los pingüinos, las focas, los elefantes y lobos marinos, las yubartas, Priroda, la balsa de naúfragos, “nuestra” zona de trabajo del glaciar, las ventiscas de nieve, la falta de sensibilidad en manos y cara, los casi 400 kilómetros andados en estos días, el glaciar, los sobrevuelos del helicóptero uruguayo, el luna-track, la amabilidad de rusos y uruguayos, . ……. ¿cómo se podía acabar todo repentinamente?

Un nudo me invadía el interior, me asfixiaba. Imposible impedir que las lágrimas corrieran por mis mejillas. No era capaz de retenerlas. Había que dejarlas libres, libres como yo lo había sido durante esta temporada. ¿Cómo se iba a acabar toda esta belleza?. No podía entenderlo. 

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Nuestros amigos rusos, percatados de esta tristeza que me invadía, se volcaron todavía más en ofrecer un final maravilloso. Un viaje por mar, en zodiak, hasta el frente del glaciar Nelson –isla cercana a King George- para poder fotografiar los enormes acantilados de hielo, cuando alcanzaban el mar. Un paseo por la bahía, en la gran oruga-anfibio – la mayor de todas las que tenían – para demostrarme que efectivamente se podía navegar con ella. Un viaje en zodiak a Ardley, una isla que estaba llena de colonias de pingüinos: el barbijo, el papúa y el adeli. Un paseo a otra islita llena de esqueletos de ballenas, petreles, palomas antárticas y scúas. Un enorme cartel de madera en el que pude rotular: “Salamanca 12512 km”, y me colocaron en su indicador que tienen frente a la base, un indicador lleno de carteles con nombres de ciudades rusas y su distancia. La propuesta de solicitar en la próxima reunión anual del SCAR (Scientific Committee of Antarctic Research), el nombre de “Salamanca Canyon”, para el angosto cañón en el que estuvimos trabajando, día tras a día a la intemperie, y el de “Estella Valley” para el valle donde se encuentra el refugio de Priroda (en honor de la ciudad donde yo vivo: Salamanca, y del lugar de nacimiento de Adolfo: Estella).

De esta manera, lograron brindarme unos últimos días hermosos en Bellingshausen………. Pero el final llegó, y me sentí desgarrada de aquel mundo. El viaje en avión parecía un túnel en el tiempo, del pasado al futuro o del futuro al pasado, no estoy segura. 

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Me sentía un personaje de un sueño fantástico e irreal, al que una fuerza enorme, como si fuera un torbellino, en un abrir y cerrar de ojos, me arrancara violentamente de allí. Y así, me daba la impresión de estar despertándome, intentando comprender si esta vez había sido un sueño o había sido todo real.

Aquella tarde en Punta Arenas, andaba zombi, atontada, aturdida,……., entre los coches, las casas, la gente, el calor (casi tenían 9ºC), el ruido, la civilización, la contaminación: era el Infierno. 

¡Qué contraste tan grande! Andaba despacio, el calor impedía otro ritmo, y me resultaba extraño pisar sobre el asfalto.

¡Qué rápido se ha acabado todo! Como una estrella fugaz, que pasa iluminando el cielo en breves segundos ….,  como la hermosa aureola boreal que el pasado verano en Islandia tuve la suerte de contemplar ......  Lo más hermoso es siempre lo más breve, ¿por qué?

Sonámbula en medio de aquel bullicio, …. mi mente viajaba a mi sueño. No sólo la mente, delante de mí, sobreponiéndose a las calles llenas de coches y de gente, veía nuestra playa de la Antártida, los elefantes y lobos marinos, los pingüinos, los icebergs, …. No necesitaba cerrar los ojos para retroceder en el tiempo, como imágenes superpuestas aparecían ante mí estos bellos recuerdos de los que me había llenado. Y una gran incógnita: ¿había sido un sueño o realidad?

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Aquella noche tardé mucho en dormirme. El cambio era demasiado muy brusco: del paraíso a la civilización, de lo completamente natural a lo artificial,  ……. ,  en definitiva: del Todo a la Nada.

Sabía que iba a tardar mucho tiempo en adaptarme al mundo artificial que el hombre había creado y había decido llamar Progreso y Bienestar.

……. Y de nuevo entro en el sueño a través de mis pensamientos, una parte de mí se había quedado en aquella isla ……., y un pedacito de aquel paraíso se vino conmigo.

Al día siguiente Adolfo y yo, junto con los italianos que estuvieron con nosotros en Bellingshausen y otro gran grupo que acababa de llegar de Italia, nos fuimos al Tyndall, un glaciar de Patagonia. Aprovechando estos días que tuvimos que salir con anterioridad de la Antártida. 

El tiempo fue especialmente bueno, y completamos así nuestros estudios glaciológicos, trabajando y tomando datos a diferente latitud. Y de alguna manera…… suavizando este brusco cambio, el regreso del Paraíso a la Civilización.

Dos meses después de mi llegada a España, cuando estoy escribiendo estas líneas, no he podido “aclimatarme” todavía a la sociedad – tan artificial, puedo decir?-, en la que no me queda más remedio que meterme. Comprendiendo que había sido una gran suerte, aquel período de paso en Patagonia. No sé qué hubiera podido hacer, si nada más salir de la Antártida, me hubiera metido en esta engañosa burbuja que el hombre ha construido. 

Comprobar que los motores que mueven a la sociedad: el dinero, el consumo, el ser más y mejor que los demás, el bienestar, la comodidad, la calidad de vida, ....... , ¡Cuánta falsedad! ¡Qué confundidos estamos!

Acabo de releer este resumen, y ......... me sabe a poco. Es imposible tratar de expresar con palabras de este mundo, las aventuras, sensaciones y emociones vividas en aquel paraíso. Es otra dimensión diferente, a la que sólo puedo llegar ahora, dejando a mi mente libre para que vuele hasta allí y se sumerja en aquella historia.  

Levanto mi cabeza del ordenador y frente a mí, en las estanterías, aparece una aureola. Envolviendo dos hermosos cuadernos. Mi Diario de Expedición. ¡Qué fantástico pensar en este sueño escrito día a día! 

Karmenka

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