Los adjetivos

Sinónimos y antónimos

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Por lo general, un objeto, una situación o una persona pueden ser descritos de distintas maneras. Decimos carro, pero también decimos automóvil y se nos entiende de igual manera. Decimos futuro y porvenir y todos nos entienden igual, independientemente de la palabra que se use. Esto es porque, en todos los idiomas, existen grupos de palabras utilizados para definir la misma cosa. A estas palabras las llamamos sinónimos. De la misma manera sabemos que hay palabras que significan exactamente lo contrario la una de la otra: solemos enfrentar los conceptos de bien y mal, de espíritu y materia. Este otro grupo de palabras recibe el nombre general de antónimos.

Para el escritor, los sinónimos tienen una importancia capital para evitar la excesiva repetición de una palabra, a lo que llamamos comúnmente redundancia, o igualmente la repetición constante de un sonido, a lo que llamamos cacofonía. Existe redundancia, por ejemplo, en este párrafo:

No había más casas en venta. Todas las casas tenían en la puerta un aviso que decía que se habían vendido.

La aparición en un par de oportunidades del sustantivo casas, así como el uso de las palabras venta y vendidas, obliga, para eliminar la redundancia, a tomar algunas medidas correctivas. La primera que se prueba es sustituir una de las palabras por un sinónimo:

No había más casas en venta. Todas las viviendas tenían en la puerta un aviso que decía que estaban asignadas.

En el ejemplo se observa que no siempre el sinónimo es una palabra. Pueden ser expresiones completas, como cuando cambiamos en venta por estaban asignadas. La decisión de usar una palabra como sinónimo, o una expresión completa, vendrá dada por el contexto y no existen reglas definidas para ello. Todo lo que el escritor debe mantener presente al momento de afinar su trabajo es que deben evitarse las repeticiones odiosas.

Sin embargo, nuestro texto de ejemplo tiene una especie de redundancia funcional basada en el hecho de que las palabras casas y viviendas se muestran en dos frases contiguas que describen un mismo hecho. Entonces es posible alterar la forma de construir toda la frase, eliminando una de las dos apariciones de la palabra:

No había más casas en venta; todas tenían en la puerta un aviso que decía que estaban asignadas.

Un problema adicional se presenta con las sutiles diferencias de significados que pueden llegar a tener dos palabras sinónimas. Por ejemplo, un sinónimo de dorado es áureo, pero dorado suele asociarse al color de algo, mientras que áureo a las características de oro del objeto descrito. Algunos escritores suelen apoyarse para su trabajo en diccionarios de sinónimos. Si este es el caso, es recomendable que se utilice un diccionario que acompañe las listas de sinónimos de cada palabra con las distintas acepciones de cada uno.

El uso de los antónimos en literatura no es tan complicado, puesto que el uso de una palabra que signifique lo contrario de la que se quiere enfrentar no implica, excepto en casos muy especiales, el riesgo de redundancia. Simplemente pondremos aquí, para ejemplificar, un cuento breve de Julio Cortázar, El canto de los cronopios:

Cuando los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los bolsillos y hasta la cuenta de los días.

Cuando un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo escandalizados. En medio del corro el cronopio levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias. Pero como en el fondo son buenos (los famas son buenos y las esperanzas bobas), acaban aplaudiendo al cronopio, que se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a aplaudir, pobrecito.

Este cuento muestra, trabajando como antónimos las palabras camiones y ciclistas. Y, aunque no existe tal cosa como el antónimo de un camión o de un ciclista, la imagen de un camión enorme y la de un ciclista minúsculo pueden ser usadas como antónimos. Lo mismo ocurre casi al final del cuento: los famas son buenos y las esperanzas bobas: aunque buenos y bobas no son antónimos, el autor ha puesto estas palabras en pleno enfrentamiento, volviéndolas funcionalmente antónimas. Es una muestra genial de cómo el escritor que conoce el idioma está en la capacidad de amoldar los adjetivos a sus propósitos narrativos.

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