Los Adjetivos

La adjetivación como herramienta descriptiva y narrativa

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Todo lo que se puede contar tiene tres elementos básicos: personajes, hechos y ambiente —en el cual entra, por añadidura, el factor temporal. La frase Gonzalo estuvo en Mérida tiene ya los tres elementos: un personaje (Gonzalo), un hecho (estuvo) y un ambiente (en Mérida). Esta frase, sin embargo, sólo tiene cuatro palabras; cuando el escritor se enfrenta a una narración, es necesario agregar elementos que den vida a la historia. Sería imposible construir una historia con cierta calidad literaria apelando simplemente a este tipo de frases.

He aquí la importancia de alternar los pasajes narrativos con los descriptivos. La descripción enriquece el acto de narrar en cuanto que añade nuevos matices a los elementos participantes. Notemos la diferencia en estos dos párrafos:

De pronto, cayó del cielo un aguacero. El techo del rancho retumbaba y los niños se escondían bajo los catres.

De pronto, cayó del cielo plomizo un estruendoso aguacero. El frágil techo del rancho retumbaba con metálicas sonoridades y los niños, asustados, se escondían bajo los sucios catres.

En el primer párrafo hay una acción simple: llueve y los niños corren a esconderse bajo los catres. El lector intuye que la lluvia debe de ser muy fuerte, particularmente porque la palabra aguacero remite a una lluvia de estas características, y por la presencia del verbo retumbar en la frase siguiente. La palabra rancho define automáticamente una vivienda pobre. También intuye que los niños están asustados, pues el esconderse debajo de la cama —o, en este caso, del catre— se asocia comúnmente con el miedo. En la segunda frase hemos añadido algunos adjetivos que hacen más explícitas estas condiciones y, por otro lado, dan mayor profundidad al significado de lo narrado. El adjetivo plomizo —que quiere decir de plomo— hace referencia al color gris oscuro que mostraba el cielo antes de que cayera la lluvia: al agregar este simple adjetivo, la frase deja al lector imaginarse la angustia de los niños ante la amenaza de lluvia, y quizás la prolongada espera porque se desate de una vez por todas. El adjetivo estruendoso añade un elemento auditivo a aguacero, con lo que el lector queda convencido de que la lluvia era realmente muy fuerte. El techo ahora pasa a ser el frágil techo, con lo que el lector queda prevenido de que la vivienda es sumamente pobre, impresión reforzada por la presencia del sustantivo rancho. Ahora el techo no sólo retumba, sino que además lo hace con metálicas sonoridades, caso aparte de adjetivo compuesto de varias palabras. En el segundo párrafo también el lector tiene la certeza de que los niños están asustados, y la frase cierra con la comprobación, una vez más, de que el ambiente es de extrema pobreza, al añadir, a la palabra catres, el adjetivo sucios.

De esta manera, la descripción refuerza las impresiones de lo narrado en el lector. Ahora bien, hay al menos dos niveles de descripción. El más sencillo de entender es el que se basa en los adjetivos. Un segundo nivel, más sutil, requiere del escritor cierto dominio del lenguaje y carece casi en lo absoluto de adjetivos para emprender su labor descriptiva.

Para ejemplificar el mecanismo del primer nivel descriptivo, basado principalmente en adjetivos, hemos incluido aquí Frente al vacío, un cuento breve de Lennis Rojas, joven narradora de la ciudad venezolana de La Victoria.

Cuando camino por aquí la siento muy cerca, revoloteando a mi alrededor. Dirijo mis pasos hacia el precipicio y me detengo justo en el borde. Ella se detiene a mi lado y me mira. Un fuerte viento me arrolla, se enreda en mis cabellos, penetra en mis ojos con fuerza cegadora.

Suelo obstinarme de la vida en la ciudad, por eso huyo y vengo a este lugar. Me hastían con facilidad el bullicio y la gente, pero cuando me paro aquí todo es distinto, aunque a veces el espanto se apodera de mis pupilas, navega por mi cuerpo, se vuelve serpiente y se enrosca en mi cuello presionando como un delgado hilo. Ella disfruta de ese espanto que se asoma en mi rostro. Me abraza, me besa, se deleita con mi temor; de pronto el hilo se revienta. Ella ríe, yo vivo el paisaje de nuevo, sintiéndolo con un placer casi sexual que ambas disfrutamos.

Mantengo los ojos clavados en los arrecifes: nadie podría salvarse de la caída. Entonces siento sus caricias deslizarse con dulzura, palpando todos los intersticios de mi cuerpo, recorriendo suavemente mi espalda. Un escalofrío se adueña de mi penetrando en todos mis rincones; no puedo más que asirme a la baranda que me separa del vacío.

Contemplo la inmensidad del mar, a lo lejos apacible; cerca impetuoso, con los bríos de un caballo enloquecido que se estrella furioso contra las rocas. Las crestas se elevan varios metros y vuelven abajo. Desde aquí (aunque es de día) no puede verse el fondo. Estoy segura que, de caer, chocaría primero contra las piedras y, con un poco de suerte, el golpe de alguna ola me permitiría llegar hasta el mar.

Sus manos en mis hombros me hacen subir de nuevo. Ella está detrás de mí, la puedo sentir, juega conmigo empujándome suavecito hacia adelante (como si me empujara con su aliento) en un juego que me agrada a la vez que me asusta. Camino despacio hacia atrás alejándome del borde, pero ella salta sobre mi espalda, se aferra a mí con fuerza, da dulces besos a mis cabellos. —Tienes miedo —me dice. Yo no respondo y se baja. Tal vez veamos juntas el resto del paisaje, pero ella se aparta mientras yo camino. Cuanto más distante estoy del vacío, más se separa de mí. No quiero que se aleje, regreso a la orilla y vuelvo a mirar al vacío. ¿Cuánto durará la caída?

Se para delante de mí, posa sus manos en mis mejillas y con una breve caricia me besa. Ahora sé que saltaré porque ella irá conmigo. Es tan dulce que me acompañará. Estamos a punto de saltar y me invade una calma absoluta.

Salvamos la barrera que nos separaba del vacío, y justo en ese momento... me abandonó. No puedo creer que se haya separado de mí un instante antes del final.

Pero luego, antes de estrellarme, la sentí asirme con fuerza nuevamente.

No pudo dejarme sola; su dulzura se lo impide. Si, realmente la muerte es muy dulce... Ahora todo se oscurece...

Gracias a la presencia de los adjetivos, el lector se deja llevar a través de la historia como si se tratara de una conversación frente al autor. En el cuento trascrito, los adjetivos se hallan bien dosificados, cumpliendo su justo papel de reforzar una narración. Se habla aquí de un fuerte viento, lo cual ubica al lector en la circunstancia que antecede al suicidio de alguien que se lanza al mar desde un precipicio. Se hace una descripción simple en la que participan adjetivos y sustantivos por igual— del sentimiento de hastío que inunda al personaje cuando se encuentra en la ciudad. Se describe el mar, a lo lejos apacible, cerca impetuoso. La descripción de situaciones y sentimientos, sin ser el ingrediente esencial del cuento, se deja notar y permite al lector obtener una idea absoluta de la situación narrada.

El segundo nivel, como dijimos, es más complejo pues puede llegar a carecer casi por completo de adjetivos. La descripción se ejecuta únicamente en el cerebro del lector, logrando de éste una plena participación basada en el diferimiento de la información hacia contenidos más complejos que los presentes en la narración. El autor opta por confiar en que los contenidos de su narración se encuentren presentes de antemano en el bagaje cultural individual del lector, quien recibe verbos y sustantivos que, literalmente, le hacen recordar elementos descriptivos relacionados con lo narrado. Intentando brindar una idea más o menos exacta de una descripción en la cual el autor obvia deliberadamente casi todo elemento descriptivo, hemos trascrito el cuento El puñal, de Jorge Luis Borges:

En un cajón hay un puñal.
Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.
Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.
Otra cosa quiere el puñal.
Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató a un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar busca sangre.
En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas interminablemente sueña el puñal su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres.
A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.

Como se puede observar, son escasos los adjetivos presentes en este cuento. Se inicia con una frase simple: En un cajón hay un puñal. Luego el autor explica de dónde ha salido el puñal —de alguna factoría de Toledo— y cuándo fue elaborado —a fines del siglo pasado— con lo que el lector entiende que el puñal es de muy buena calidad y, además, es muy viejo. El puñal parece despertar, en quienes lo ven, cierta fascinación en este punto, cada lector añadirá las razones que él concidere suficientes para que se produzca tal fascinación. Por otro lado, el autor facilita un dato interesante: los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso. No se explica directamente cuál es el fin preciso, pero se deja ver claramente cuando se explica que el puñal encarna todos los puñales del mundo. El puñal quiere matar pero, encerrado en el cajón del cual se nos habla en el primer párrafo, sólo puede esperar eternamente al homicida para quien lo crearon los hombres, mientras los años pasan, inútiles.

Ya hemos dicho que la razón de ser del adjetivo es extender y aclarar el significado del sustantivo o, en general, de la acción alrededor de la cual se encuentra. El oficio de escritor redimensiona esta función y da al adjetivo cualidades de modelado que permiten dar determinadas formas al texto cual si fuera una pieza de arcilla. Al permitirle agregar características a un objeto, un personaje o una acción, los adjetivos pueden ser usados por el escritor para rellenar un texto cuyo peso significante debe ser equilibrado, tanto como para dejar en la conciencia del lector esas características, con la intención de convertirlas en determinantes de la historia. Siendo la literatura un arte, posee las mismas características de las otras artes; cada disciplina cumple su papel de acuerdo a las herramientas que emplea. En la literatura, es necesario conservar un equilibrio perfecto entre todas las frases de la historia, tal como si se tratara de equilibrar los colores que se despliegan en una pintura. En esto, los adjetivos son los encargados de hacer el trabajo. Narración descriptiva Así como hablamos de la existencia de un estilo en el cual se puede perfectamente elaborar una descripción tomando como base la simple narración de los hechos que rodean lo descrito, existe el otro extremo: textos que son descripciones absolutas. Así como en el otro caso el cerebro del lector reconstruye las características de lo descrito tomando como pista la narración de lo que rodea a lo descrito, en este estilo la narración de hechos se desarrolla en la mente del lector, con un punto de arranque ubicado justamente en el poder de los elementos descriptivos.

En la narración descriptiva los adjetivos tienen el papel más importante. Como en el caso contrario, la narración descriptiva requiere de un manejo experimentado del idioma y se fundamenta, también, en el supuesto de que el lector conserve en su memoria referentes similares —similares no significa necesariamente idénticos— a los del autor para cada adjetivo. Hemos trascrito, para ejemplificar esto, un texto escrito por el pintor español Pablo Picasso. Al parecer Picasso escribió constantemente durante toda su vida, aunque públicamente decía despreciar el oficio del escritor por cuanto consideraba que el pintor podía expresar mucho más con sus formas y colores. El Retrato de madame H.P. fue escrito por Picasso a finales de los años 50, como regalo para Hélène Parmelin, una escritora amiga:

Sentado casi en pilas de hierba sesgada, risueña, fija, clavada en las nubes y magníficamente barrida por las olas. La bandeja de plata de su mirada endiabla la carta jugada llorando, sobre el cristal que rasca su lujo en la ventana.

Una inoperante e inoportuna sed de azur cae a pico sobre la casamata de la pecadora en el arenal.

¡Ah! ¡Las gaviotas..!

Además, las cartas recibidas y por contestar mugre por mugre con la quietud muy gentilmente despierta.

Retrato hecho a vuela pluma sin tachaduras, sin goma ni miga de pan, a través de la corteza blanda de un sol.

La narración descriptiva es muy difícil de lograr porque tiene como principio básico el que no se desarrollen historias explícitas en sus frases. Las historias deben generarse en la mente del lector de manera automática al leer la descripción. Se suele malentender esto y escribir textos en los que la descripción se limita a sugerir acontecimientos e impresiones que sólo atañen al mundo individual del escritor, haciendo que el lector, en lugar de recibir esas sugerencias veladas y generar por su cuenta las historias que haga falta, queda desorientado al no entender cuál es la referencia a la que pertenece la descripción.

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