Los adjetivos

Introducción

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Quizás sea el castellano el idioma más rico en elementos descriptivos. Desde que aprendemos a hablar, las palabras rodean a los hechos cual si los moldearan a los propósitos del hablante, y en el acto de contar una historia solemos hacer hincapié en impresiones sensoriales. Para nosotros, la rosa es fragante, o hermosa; el cielo es azul o nublado; alguien a quien acabamos de conocer es alto, o robusto.

El lenguaje marca, de esta manera, una diferencia primordial entre el hombre y el resto de los animales. Para la abeja, el olor del néctar es guía y propósito a la vez en pos de la subsistencia; para el hombre, la flor —que produce ese néctar— tiene unos pétalos suaves como la piel de una mujer y el aroma sagrado del vino dionisíaco. Para el cansado caballo, el agua es ansiada para refrescar la garganta, reseca por el cansancio; para el hombre, el agua es cristalina como el deseo de un hijo y fresca como un pequeño glaciar. Cuando hablamos de los sucesos del día iniciamos sin saberlo un proceso con dos vertientes: por un lado, la narración se desenvuelve entre los hechos que la conforman; pero por otro lado hay una especie de narración sensorial, cuya profusión dependerá de la habilidad del hablante, que se dedica a contar las características de los objetos, personas y hasta situaciones que se desarrollan en la historia. Así transmitimos, además de una relación de hechos, un listado de propiedades. A esto lo llamamos descripción. Y a las palabras que nos sirven para dar una idea de esas propiedades, las llamamos adjetivos.

Al hablar de algo o de alguien entran en juego dos tipos principales de palabras: los sustantivos y los adjetivos. Los sustantivos son todas las formas posibles de nombrar una cosa, animal o persona. Los adjetivos son las palabras empleadas para explicar cómo son las cosas que nombramos. Cuando decimos la flor roja, flor es el sustantivo y roja el adjetivo. El sustantivo contiene en sí mismo una definición del objeto: cuando decimos flor, pensamos en una idea general de lo que es una flor, sin detenernos a pensar si la misma es de un color o especie determinada; más específicamente, cuando hablamos de una rosa, pensamos en las rosas en general y ni siquiera nos preguntamos el color de la rosa. Esto es porque la palabra flor contiene en sí misma una descripción general, un significado concreto; igualmente, aunque en un ámbito más limitado, la palabra rosa contiene en sí una definición que basta para dar una idea del objeto mencionado. Como los sustantivos nos sirven únicamente para dar ideas generales de las cosas, el idioma nos ha provisto de los adjetivos, de los cuales nos valemos para completar la descripción. La flor es simplemente una flor, pero la flor fragante y hermosa nos remite a contenidos sensoriales más específicos que los que nos ofrece simplemente el sustantivo. Un sustantivo solitario nos da una idea general; al acompañarlo con los adjetivos correspondientes, la idea se hace particular y concerniente al objeto que posee las características implícitas en los adjetivos.

Hay casos en los que una palabra puede ser sustantivo en un caso y adjetivo en otro. Un caso sencillo de recordar es el de la palabra blanco: como destino de una bala es sustantivo, pero como color es adjetivo. Un jorobado es una persona con joroba y en este caso la palabra funge como sustantivo; pero si hablamos de ese señor jorobado que vive en la esquina, la palabra se convierte en adjetivo, ya que es una característica de el señor que vive en la esquina. Y se suele discutir sobre si considerar adjetivos a los títulos de las personas: el doctor es sustantivo, pero aún se duda de si, en el doctor Nelson Rodríguez, el nombre del aludido funge de sustantivo y el título, doctor, es adjetivo.

Los manuales del idioma suelen establecer límites claros entre la narración, la descripción y el diálogo. Son tres conceptos que van de la mano en cualquier clase de secundaria y que todo libro explica en capítulo aparte, con una sección particular para cada una de estas formas de hablar. Con la práctica, el escritor descubre una verdad inquietante: toda narración, toda descripción y todo diálogo, en cuanto sea construido de forma natural, traspasa las barreras descritas por los manuales, adquieren características comunes y terminan por confundirse. Hasta en las instancias más extremas, toda narración contiene elementos descriptivos, representados por los adjetivos, y contenidos dialógales, representados en la presencia invisible de un interlocutor encarnado en el lector; toda descripción participa del acto de narrar desde el momento en que algún verbo hace aparición, y mantiene características dialógales por la misma razón comentada en el caso de la narración; y todo diálogo encierra, es obvio, narraciones y descripciones en boca de quienes participan de él.

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