Las
reglas más sencillas de aprender son las de acentuación. Se conoce como acento
el signo que se coloca sobre algunas vocales para indicar determinada
entonación de una palabra. Pero el concepto real de acento va más allá
del signo, bifurcándose académicamente en acento ortográfico, el
que se escribe, y acafto prosódico, el simple hincapié en la
entonación de una sílaba. Éste es el más importante de conocer, dado que
al aprender a localizar la sílaba en la que cada palabra se pronuncia con
mayor énfasis brinda la posibilidad de saber cuándo el acento debe
escribirse y cuándo no.
Todas
las palabras contienen una sílaba en la que la entonación debe hacerse más
elevada. Esto sucede por la dinámica misma que el lenguaje adquiere en boca
del hablante: es inusual decir todas las palabras en un solo tono. La
aparición del acento ortográfico, el pequeño apéndice que solemos
colocar sobre algunas vocales, se debe a que, según la palabra que se
escriba, la entonación puede dar uno u otro significado, o dar un
significado real en un caso y aniquilar cualquier significado en otro. Si
escribimos
cualquiera podrá comprendernos; si agregamos un acento y escribimos dólor,
y de hecho lo pronunciamos con mayor énfasis en la primera sílaba,
desaparece todo significado. Cuando alguien escribe terminó cualquiera
puede entender que hay algo que llegó a su fin; si se escribe término, la
referencia es al fin mismo y no a la acción de llegar a ese fin. Si
comprendemos estos hechos simples ya hemos cubierto el primer paso para
dominar la acentuación.
Por
otro lado, las palabras se dividen en sílabas. Las sílabas son las moléculas
de las palabras. Si recordamos algunos fundamentos de física, una molécula
es la partícula más pequeña que conserva los elementos existentes en una
sustancia. En las palabras existe un elemento indispensable: las vocales.
Las consonantes dan complemento a aquéllas, pero no se necesitan en todos
los casos. Las palabras que sólo tienen una letra son todas con vocales,
como las conjunciones o y e o la preposición a. Aún
en el caso de la letra y, que puede ser usada como una conjunción,
pierde su característica de consonante cuando es pronunciada sola, recuperándola
cuando forma parte principal de una sílaba, como en yelmo o leguleyo.
Así que la localización, en una palabra, de las sílabas, viene dada
por la forma como la palabra es pronunciada. Existen pausas mínimas, casi
imperceptibles, que ocurren cuando hablamos, y que son literalmente las
fronteras que existen entre las sílabas. Cuando tenemos dudas sobre las sílabas
que componen determinada palabra, las mismas quedan disipadas cuando la
pronunciamos lentamente. Esas fronteras minúsculas aparecen de manera nítida
y el concepto de sílaba toma, finalmente, forma. Las palabras de nuestro
idioma tienen generalmente una, dos o tres sílabas, siendo menos frecuentes
las de cuatro, cinco o más. No ocurre lo mismo en otros idiomas: el alemán
se nutre de la unión de varias palabras para crear expresiones que para
nosotros serían larguísimas. En castellano, cualquiera conoce palabras de
muchas sílabas: un gran porcentaje de ellas son palabras compuestas. Submarino,
agridulce, fundamentalmente, y en general todas las palabras que definen
la manera en que ocurre algo, terminadas en -mente. Ya hemos cubierto
el segundo paso.
Si
prestamos atención, podemos localizar, en cada palabra que pronunciamos,
una sílaba en la cual el tono de voz se eleva un poco sobre el resto. A
esto los académicos le han dado el nombre de sílaba tónica, pues
es la sílaba que lleva la responsabilidad de determinar el significado de
la palabra, por lo que comentamos algunas líneas más arriba. La sílaba tónica
diferencia a la palabra a la que pertenece de otras con ortografía similar.
La localización con éxito de la sílaba tónica de una palabra es un
ejercicio necesario para terminar el aprendizaje de las reglas de acentuación.
En nuestro idioma elevamos el tono de la mayoría de las palabras en la última
o en la penúltima sílaba. Si damos revista a todas las palabras que
terminan en -ión —acción, organización, ilustración—, o a las
que terminan en -tura —altura, cultura, pulitura—, podemos darnos
una idea de la importancia de este hecho dada la cantidad de palabras de
esta naturaleza que usamos a diario. También son muy comunes, aunque en
menor número, las palabras cuya sílaba tónica es la antepenúltima, como óvalo,
áspero o sílaba, y muchas formas verbales cuando se pronuncian
en segunda persona, como úsalo, alábale o amárralo. En
nuestro idioma no se emplean sílabas tónicas más allá de la antepenúltima
sílaba, excepto en ciertos casos de palabras compuestas que, si son bien
analizadas, tienen una especie de doble acentuación, como especialmente —en
cial y men.
Estas
diferencias entre la posición que la sílaba tónica ocupa en cada palabra
permite establecer una clasificación de tres tipos de palabras. A las
palabras que pronunciamos con tono más elevado en la última sílaba se les
da el nombre de agudas; las que tienen este tono en la penúltima, graves;
y las que tienen el tono en la antepenúltima, esdrújulas. Son
agudas palabras como parar y camión, aunque ésta se escriba
con acento y aquella no, porque a ambas les damos mayor entonación en la última
sílaba. Son graves, bajo las mismas condiciones, las palabras lápiz y
huerto. Las esdrújulas, todas las esdrújulas, se llevan con acento,
por lo que son las más fáciles de escribir correctamente. La misma palabra
esdrújula es esdrújula. El tercer paso está cubierto.
Ahora
bien, el problema con todo esto no está simplemente en saber cuál es la sílaba
tónica de una palabra, sino en saber cuándo el acento debe ser escrito. Es
lógico: aunque no sepamos cuál es la sílaba tónica de la palabra trato,
no importaría porque esa palabra no lleva acento ortográfico y nadie
se dará cuenta de nuestra ignorancia. El caso es que hay palabras que deben
llevar acento ortográfico y si lo colocamos mal o lo obviamos, podemos no sólo
delatar nuestro desconocimiento delante de quienes sí conocen las reglas de
acentuación, sino además dar una idea errada de lo que queremos decir.
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