Dénes Martos 
Inicio
Artículos
Ensayos
Libros
Varios
Catálogo
Navegadores

   

 

 


 

MÁS ALLÁ DE MAÑANA

Indice

 

 

Ilustración de tapa:
La Nebulosa “Carina” fotografiada por el telescopio espacial Hubble.


 

En el corto y el largo plazo

Como dijo un amigo: antes de hablar quisiera decir algunas palabras.

Y lo primero que tengo que decir es que no soy muy bueno haciendo previsiones para el corto plazo. Es más: creo que – en términos generales – nadie es demasiado bueno en materia de previsiones cortoplacistas, excepto los poseedores de una intuición privilegiada. Porque para el corto plazo vale más la intuición que los análisis de riesgo, los escenarios y las tendencias prolijamente analizadas. Constantemente he podido comprobar, tanto en el mundo empresario como en el político, que el corto plazo es más una cuestión de “olfato” que de análisis y datos concretos.

La dificultad en aceptar esto con facilidad está en que, como muy sabiamente dijo Keynes, en el largo plazo estaremos todos muertos. Aunque su discípula Joan Robinson corrigió la máxima de su maestro agregando: “... pero no moriremos todos al mismo tiempo”, lo cierto es que – aun aceptando grandes márgenes de imprecisión – necesitamos por lo menos alguna visión medianamente práctica para encarar la próxima docena de meses. Y quienes, por desgracia, no tenemos el don de esa intuición que he mencionado, no tenemos más remedio que aplicarle a esos pocos meses a futuro las herramientas y los métodos que, en realidad, están diseñados para los próximos años y hasta para las próximas décadas.  En otras palabras: analizamos el corto plazo con herramientas pensadas para el largo plazo.

Y eso, en realidad, está mal. Pero, desgraciadamente, no hay alternativa.

Sin embargo, hay algo que nos puede jugar a favor. La extrapolación de tendencias – hablando otra vez en términos generales – suele funcionar mejor en el corto que en el largo plazo. Lo difícil de las tendencias está en prever ese maldito punto de inflexión que nos tira todo el proceso para arriba o para abajo, fusilando sin piedad nuestras más optimistas (o más pesimistas) previsiones. Pero si uno es prudente, una tendencia bien calculada es algo que ayuda a sacarnos del apuro a quienes no tenemos el don de esa intuición excepcional. Manejadas con cuidado, las tendencias pueden servir; y eso no deja de ser una buena noticia.

El hecho es que, hace algún tiempo atrás, un grupo de buenos amigos me pidió que les diera un panorama sobre mi visión de cómo vienen las cosas en el mundo y en nuestro país, dentro del contexto de elaborar y poner un poco al día algunos temas tratados en mi “El Desafío del Siglo XXI”; un trabajo que, entre una cosa y otra, ya tiene más de siete años de haber sido escrita. Como odio visceralmente las exposiciones del tipo “guitarreo libre” sembradas de opiniones ex catedra que a veces podrán ser muy populares pero que casi nunca tienen más fundamento que un par de recortes periodísticos, eso, naturalmente, me obligó a ir a las fuentes, zambullirme en estadísticas y datos, y procesar el material con cierto método. Lo que obtuve como resultado es una serie de cosas que me parecen interesantes. Y creo que, aparte de interesantes,  tienen, además, la ventaja de ser concretas y no demasiado pasibles de ser interpretadas desde la óptica de opiniones caprichosas o cerradamente dogmáticas.

Si les parece bien, quisiera compartir aquí, con todos Ustedes, algunas de ellas.

 

La población

Los volúmenes de la población del planeta son bastante preocupantes.

Los hiperoptimistas de siempre no se han cansado de señalar en los últimos tiempos que la tasa de crecimiento de la población mundial está bajando. Como de costumbre, es una de esas verdades a medias que se convierten rápidamente en mentira a los efectos prácticos ni bien uno revisa a fondo los datos disponibles.

Sí. Es cierto que la tasa de crecimiento ha bajado respecto de décadas anteriores. Hace más o menos unos 30 años atrás estábamos en algo así como el 2% anual. Hoy, con 6.500 millones de habitantes sobre el planeta en cifras redondas, tenemos una tasa de crecimiento anual de entre un 1.20% y un 1.34% aproximadamente (las estimaciones varían bastante según las fuentes que uno tome). De modo que la baja en la tasa de crecimiento es cierta. Pero maticemos.

Por de pronto, aun con esos porcentajes lo cierto es que la población mundial sigue creciendo. Ése es un hecho concreto que nadie niega. Y nadie lo niega porque no se puede negar. ¿Pero cómo se explica que la población crezca a pesar de una tasa de crecimiento en disminución?

De hecho, hay muchos factores que lo explican. El volumen general de la masa poblacional, la tasa de mortandad que baja en lugar de subir o permanecer constante, y varios otros más. En esto, quizás lo más importante es darse cuenta de que el cerebro humano no está demasiado bien preparado para comprender inmediatamente las consecuencias de los procesos exponenciales. No entendemos inmediatamente y a primera vista este tipo de fenómenos. Si digo “1.35% anual”, a muchísimas personas la cifra les parecerá increíblemente baja. Se vuelve preocupante sólo si uno se toma el trabajo de sacar bien los números.

Hay una regla sencilla que sirve bastante bien para interpretar datos exponenciales. Es la que permite calcular el tiempo de duplicación de una cantidad sometida a un crecimiento exponencial. En otras palabras, la pregunta es: dada cierta cantidad inicial y una tasa de crecimiento en un tiempo determinado, ¿cuanto tiempo necesito para duplicar esa cantidad inicial? En nuestro ejemplo práctico: si tengo 6.500 millones de personas creciendo al 1.35% anual, ¿cuanto tiempo necesitaré para tener el doble de personas; vale decir: 13.000 millones?

La fórmula para el cálculo es, por suerte, bastante sencilla:

 

{100 x logN(2)} ¸ Tasa

En palabras: Cien multiplicado por el logaritmo natural de 2, y eso dividido por la tasa de crecimiento. Como la cuenta de 100 x logN(2) es igual a 69,3147181 – en la práctica y a los efectos de un cálculo rápido basta con retener en la memoria una división muy simple:

 

70  
Tasa

 

O sea que, en nuestro caso, con:

 

 70  
1.34

 

obtendremos los años que la actual población tardará en duplicarse si se mantiene una tasa de crecimiento anual del 1.34%

Saquen la cuenta. Da unos 52 años aproximadamente. O sea que a esta tasa de crecimiento, en unas dos generaciones más, tendremos 13.000 millones de habitantes para atender. ¿Les sigue pareciendo poco una tasa de crecimiento del 1.35% anual?

¿Y qué pasaría si la tasa baja más todavía y cae a, digamos 1,20%? Pues, de nuevo: saquen la cuenta y van a ver que el tiempo de duplicación aumenta tan sólo unos 6 años.  Y con 58 años en vez de 52 no ganamos mucho.

A esto se suman varios otros problemas.

Por de pronto, estas tasas de crecimiento se refieren a  un promedio general de todos los países y todas las regiones del planeta. Es casi obvio, pero hay que tener presente que no todos los países y no todas las regiones crecen a la misma velocidad. Más aún: algunas regiones no crecen en absoluto sino todo lo contrario. Europa, por ejemplo, tiene tasas de crecimiento negativas en muchos países y África, en general, muestra tasas de crecimiento mucho mayores que el promedio.

Échenle un vistazo al siguiente mapa. Si bien es algo viejo (Octubre 2002) sirve para darse una idea de las relaciones proporcionales:

 

 

 

Fuente: Banco Mundial  http://www.worldbank.org/depweb/spanish/modules/social/pgr/map1.html visitado el 01/12/2007

 

Lo primero que llama la atención es la enorme masa de color verde abarcando a Eurasia con una tasa de crecimiento menor al 1% anual. Frente a esto está la masa de tonalidad roja de África, Oriente Medio y la India con crecimientos de entre el 2% y más del 3% anual. Por lo demás, prácticamente todo el resto del mundo – tanto América como China incluida – estaría alrededor del ya visto promedio del 1.20 a 1.34% anual , salvo algunas regiones puntuales.

¿Qué nos dice esto en términos prácticos y sin entrar en preciosismos estadísticos? ¿Ratifica esto la presunción casi universalmente aceptada de que crecimiento demográfico y pobreza van de la mano?

Para aclarar el punto, lo mejor que podemos hacer es mirar el mismo mapa pero con los datos del Producto Nacional Bruto per cápita:

 

Fuente: Banco Mundial  http://www.worldbank.org/depweb/spanish/modules/economic/gnp/map1.html visitado el 01/12/2007

 

Contrariamente a lo que se repite como una letanía, no es tan cierto que las regiones más pobres tienen siempre los crecimientos demográficos más altos. China e India son, estadísticamente hablando, economías de ingreso bajo y, sin embargo, la India crece demográficamente mucho más rápido que China (aunque también es cierto que China ha tomado medidas poco menos que drásticas para controlar su tasa de natalidad). En el otro extremo del espectro, Europa crece a un ritmo mucho menor que América del Norte y realmente no creo que eso sea porque los norteamericanos son mucho más pobres que los europeos.  Más todavía: las poblaciones de Europa y de Asia del Norte crecen prácticamente a la misma tasa y esto a pesar de que Europa tiene economías de un ingreso muchísimo más alto que Asia del Norte. La Argentina está económicamente bastante peor posicionada que Australia y, sin embargo, la población de los dos países crece prácticamente a la misma tasa.

De modo que no es tan infantilmente sencillo establecer a la ligera una correlación entre pobreza y crecimiento demográfico. Las cosas no son tan simples y las situaciones complejas nunca se explican con un argumentos simplistas. Es cierto que, muy a grandes rasgos, las poblaciones que viven en condiciones económicas precarias e insatisfactorias tienden a crecer a mayor velocidad que otras dotadas de un mejor nivel económico y de un más alto grado de organización tecnológica. Esto es cierto sobre todo cuando dejamos de mirar el PNB per capita de todo un país y empezamos a mirar ingresos por estratificación social más allá de las subdivisiones políticas internacionales. Pero esto se explica mejor por algo que no tiene gran cosa que ver ni con la economía, ni con la política.

El motivo es casi estrictamente biológico: las especies que se sienten en peligro se reproducen más que aquellas que se sienten seguras. De hecho y biológicamente hablando, hay pocas cosas más ridículas que el burgués de clase media que se escandaliza por la cantidad de hijos que, en promedio, tienen las mujeres de las villas de emergencia. Todo animal que siente amenazada su existencia tiende a asegurarla, entre otras cosas, aumentando el número de su prole. Madre Natura podrá tener sus caprichos y sus crueldades pero, en el fondo, es una señora muy sabia. Nos ha dotado de un instinto – el de supervivencia – que se dispara casi automáticamente haciéndonos más prolíficos en situaciones de peligro.  La reacción es tan lógica y natural que no hacen falta muchos argumentos para explicarla. Además, es un hecho de observación directa y no tiene ningún sentido ponerse a discutirla.

Lo que sucede es que estos cuasi-automatismos biológicos nunca actúan solos ni aislados. En el ser humano se hallan bajo la influencia de todo un montón de factores que no resultan nada sencillos de analizar y evaluar. Para ser exhaustivos tendríamos que tratar en profundidad cuestiones tales como, por ejemplo, costumbres etnoculturales, valores religiosos, reglas morales, estructura familiar, valor nutricional de los alimentos disponibles, políticas demográficas impuestas por los Estados, niveles sanitarios, niveles educacionales ... y podríamos seguir con la lista un rato largo.

Este no es el lugar para entrar en el tratamiento prolijo de todos estos factores; pero hay uno en especial que no podemos obviar: es la extensión del habitat que se necesita para mantener y sostener a una población cada vez mayor.

Porque hay algo que no podemos ignorar aunque sea una obviedad: nuestro Planeta Tierra es finito. Hay espacio sobre él para albergar muchas formas de vida, entre ellas, la de los seres humanos. Pero ese espacio es limitado. Y lo peor de todo es que, incluso considerándolo exclusivamente desde el punto de vista de los seres humanos, no se trata solamente del espacio que necesitamos para nuestras viviendas, nuestras oficinas y nuestras fábricas. Además de ese espacio, necesitamos uno bastante mayor para, entre otras cosas, producir nuestros alimentos y extraer los recursos que utilizamos.

 

El espacio

Cada vez que llego a este punto me veo obligado a entrar en toda una serie de aclaraciones previas.

Trataré de ser breve con esto y que conste en actas: nunca ví un plato volador en mi vida; nunca fui raptado por hombrecitos verdes; no he tenido absolutamente ningún contacto con alienígenas; no me han revelado ninguna esotérica doctrina secreta, y tampoco me quita el sueño la posibilidad de que seamos atacados por alguna malévola potencia extraterrestre mucho más avanzada que la nuestra.

Reconozco que los cuentos de ciencia ficción – en general – siempre me han interesado (¿quién con un mínimo curiosidad intelectual no ha leído algo de Ray Bradbury o Arthur Clarke?) pero creo que todavía tengo intacta mi capacidad para trazar la línea divisoria entre fantasía y realidad. Admito la posibilidad de que la vida puede llegar a existir en otros lugares del Cosmos. Pero lo tomo como una posibilidad y tan sólo como una posibilidad. Al respecto puedo ofrecer algunas especulaciones (a las que a veces me gusta dedicarme) pero no pretendo en modo alguno disponer de pruebas sólidas para afirmar que efectivamente existe vida fuera de nuestro planeta.

Espero haber sido claro.

Más allá de lo interesante y hasta divertido que puede llegar a ser eso de dejar volar la fantasía en aventuras espaciales, mi interés por la conquista espacial proviene, fundamentalmente, de una especie de “lógica” que le encuentro al devenir del ser humano sobre este planeta. No es que presuponga que la Historia debe, necesariamente, obedecer a las reglas lógicas de la razón humana – y por eso pongo la palabra entre comillas. Pero aún así creo que hay una especie de “lógica” en la aventura del Hombre.

En un momento, allá cuando todo comenzó, salimos de las cavernas y ocupamos los valles de los ríos. Después, habiendo creado ya algunas civilizaciones sorprendentes, nos lanzamos a las estepas y ocupamos las llanuras. Cuando las llanuras se terminaron, chocamos contra los océanos y nos hicimos navegantes.  Navegando esos océanos descubrimos los continentes. Y ahora que hemos cubierto todos los continentes del planeta nos queda un sólo lugar hacia dónde ir: hacia arriba.

El horizonte ha sido siempre un desafío para nosotros. O, por lo menos, para algunos de nosotros. Siempre han habido personas y hasta pueblos enteros apasionadamente inclinados a tratar de averiguar qué hay más allá de ese horizonte. Es algo que siempre nos ha llamado. Ese horizonte es algo que nunca hemos terminado de aceptar como límite definitivo. ¿Qué hay más allá del valle, qué hay más allá de la estepa aparentemente interminable, qué hay más allá del lugar en que el inmenso océano se junta con el cielo? Son preguntas que nos hemos hecho desde siempre.

Ese “más allá” es, en realidad, una tremenda fuerza motriz que impregna muchas de nuestras actividades. Siempre hemos intentado ir “más allá” de los límites actuales. Avanzar “más allá” de las posibilidades actuales. Investigar “más allá” de nuestros conocimientos actuales. Es como una especie de imán que nos ha atraído desde hace milenios. ¡Si hasta nos hemos preguntado – y nos seguimos preguntando – que hay “más allá” de nuestra propia vida! A lo largo de más de 20.000 años hemos constantemente tratado de ir “más allá”.

¿Por qué habríamos de parar ahora?

Lo real es que no hemos parado. Por más que los medios masivos de difusión sólo se interesen muy tibiamente por el tema, lo concreto es que hemos estado avanzando a bastante buen ritmo, aun a pesar de cierta desaceleración producida luego del fin de la Guerra Fría. Lo que sucede es que no le estamos prestando la atención debida y parte de ello nos viene de prejuicios que adquirimos justamente durante la época de la “carrera espacial” de la década del ’60 del siglo pasado.

Entre dichos prejuicios, la actitud ésa de menospreciar los avances logrados en materia de investigación espacial como simple “propaganda yanqui” o como “desinformación imperialista” es una actitud muy miope, por decirlo suavemente. Por supuesto que ciertos logros, y el espacial no es una excepción, se pueden utilizar propagandísticamente. Pero lo concreto es que buena parte del programa espacial actual es un híbrido de conocimientos acumulados por la tecnotrónica norteamericana y la cohetería rusa. Lo concreto es que tenemos sembrado el espacio alrededor del planeta con cientos de satélites gracias a los cuales podemos hablar por teléfono, ver programas de televisión en directo, navegar por Internet y hasta hacer cada vez menos malos pronósticos meteorológicos. Lo concreto es que las operaciones militares actuales descansan muy pesadamente sobre información satelital, desde la telemetría de los misiles hasta las fotografías de reconocimiento.  Lo concreto es que Europa, Japón, Estados Unidos y Rusia están llevando adelante proyectos conjuntos. Lo concreto es que hasta Brasil ha mandado ya a un astronauta al espacio. Lo concreto es que hemos puesto en órbita un telescopio espacial – el Hubble – gracias al cual pudimos obtener imágenes del Cosmos no distorsionadas por la atmósfera terrestre que son de una belleza impresionante y de un valor científico colosal. Lo concreto es que estamos construyendo la Estación Espacial Internacional que se convertirá en un trampolín para seguir avanzando.

Fotografía tomada por el telescopio espacial Hubble de un sector de la Nebulosa del Cisne

 

Y esto no lo estoy diciendo yo. Lo ha dicho Michael Griffin que es el actual administrador de la NASA. En un artículo que publicó hacia Enero 2007, Griffin expuso textualmente: “El utilizar la Estación Espacial y construir una avanzada sobre la Luna para preparar el viaje hacia Marte constituyen etapas críticas en la aventura de EE.UU. para convertirse en una nación realmente navegante del espacio. (...) A través de la Historia, las grandes naciones han sido las que estuvieron en las avanzadas de las fronteras de su época. Gran Bretaña se hizo grande en el Siglo XVII mediante la exploración y el dominio de los mares. La grandeza de los EE.UU. en el Siglo XX se debió en gran medida a su dominio del aire. Para las próximas generaciones la frontera será el espacio. Otros países explorarán el cosmos, ya sea que los EE.UU. lo haga, o no.  Y ésas serán las grandes naciones en los años y en los siglos que vendrán.[1] (El resaltado es mío.)

 

La Estación Espacial Internacional al estado en que se encontraba en Enero del 2007
(Cf. http://spaceflight.nasa.gov/gallery/images/station/issartwork/hires/jsc2007e02932.jpg)

 

Esto no es ciencia ficción. No es un pasatiempo tremendamente caro de un par de científicos excéntricos. Hay miles de millones de dólares invertidos en esto y los que ponen ese dinero no están jugando a ver si encuentran a un marciano escondido por ahí. En la NASA ya están trabajando en el proyecto que prevé reemplazar los transbordadores espaciales actuales por otros mucho más potentes cuando se termine de construir la Estación Espacial.

Será mejor que nos convenzamos: esto no es pura propaganda. Esto va en serio. Aunque más no sea por sus implicancias militares y de poder hegemónico mundial, esto va muy en serio.

Y estamos avanzando. Los medios no lo reflejan porque, al parecer, estas noticias no “venden”. O quizás alguien decidió que no es estratégicamente conveniente darle mayor trascendencia al asunto. Pero lo cierto es que estamos haciendo progresos muy importantes. Las instituciones que se dedican a la investigación espacial están literalmente hirviendo de proyectos y planes. Se están elaborando, incluso, varios criterios sobre cómo hacer posible la etapa final que tarde o temprano será, no ya la exploración sino la colonización espacial.

Entre ellos hay uno que me resulta especialmente interesante. Es el llamado terraformación.

Básicamente la terraformación es una nueva disciplina que investiga y trata de establecer las tecnologías y las estrategias a utilizar para lograr habitats iguales a los de la tierra en ambientes hostiles en los que la vida tal como la conocemos sería completamente imposible. El término y la idea en sí provienen de la ciencia ficción [2] pero, a partir de allí, muchos científicos se han ocupado del tema y, en la actualidad, existen estudios muy concretos sobre, por ejemplo, la terraformación de Marte. [3] Actualmente se estudia la terraformación propiamente dicha que consistiría en la reingeniería de todo un planeta (y no sólo Marte, sino quizás también Venus, u otros como, por ejemplo, Titán, Ganímedes, Io, Calisto e incluso algunos asteroides). Además, también se considera la “paraterraformación” que prevé la construcción de “cúpulas habitables” las que, a partir de un núcleo habitable inicial, se podrían ir extendiendo modularmente a medida en que la actividad o el volumen poblacional lo requiera.

No puede ser negado que el proyecto se enfrenta con muchas dificultades de diversa magnitud pero, por un lado ya existen alternativas sorprendentemente viables incluso con nuestro nivel de tecnología actual y, por el otro lado, resulta muy interesante porque, en esencia, de lo que se trata es de construir ecosistemas en dónde la vida terrestre es posible y puede autosostenerse en el tiempo. Para lo cual, como es obvio, primero tenemos que averiguar y establecer cuales son esas condiciones en las cuales la vida es posible en absoluto.

Con ello llegamos a uno de esos puntos en dónde la investigación espacial se relaciona muy estrechamente con problemas terrestres cotidianos y concretos. Porque la investigación sobre las condiciones necesarias para la vida nos lleva directamente a un problema muy actual: el del medioambiente en el que vivimos hoy sobre nuestro propio planeta.

 

El medioambiente

Me perdonarán Ustedes si comienzo este tema con otra obviedad. Si depredamos el medioambiente de un modo irresponsable (y en muchos lugares lo estamos haciendo así) la población que ese medioambiente podrá sostener será cada vez menor. Creo que no hay nadie en el mundo entero con dos dedos de frente que se animaría a negar este hecho.

Ahora bien, dicho lo precedente, lo que habría que agregar inmediatamente es que, en los últimos tiempos, la cuestión ambiental se ha convertido en una de las cuestiones más manoseadas, peor tratadas y más incomprendidas que existen. Y gran responsabilidad en esta confusión general le cabe a un sector de los llamados “ambientalistas”.

Porque hay que saber que el relativamente novedoso espécimen de “ambientalista” viene en tres versiones. En efecto, están:

  • Los que realmente conocen a fondo el tema, son especialistas en la materia y dominan los métodos y los procedimientos científicos y tecnológicos requeridos para analizar el problema, evaluarlo y proponer soluciones viables.
  • Los que tiene sólo un muy superficial conocimiento de algunas cuestiones puntuales pero que, comprensiblemente y con toda la mejor buena voluntad del mundo, están seriamente preocupados por lo que se está haciendo sobre el planeta y por el ambiente que le legaremos a nuestros hijos y nietos.
  • Los que no tienen ni la más pálida idea de medio ambiente, ni de ecosistemas, ni de productos químicos, ni de concentraciones nocivas, pero que se montan de a caballo sobre el tema porque les viene espléndidamente bien para atacar a las empresas capitalistas especulando con profundizar las contradicciones de la lucha de clases y reflotar la versión marxista del socialismo; esa misma versión del socialismo que tiene millones de cadáveres en su haber pero que, en más de 150 años, no ha conseguido construir una sociedad viable, satisfactoria y equilibrada en ninguna parte del mundo.

En breve: están los que saben y trabajan buscando, proponiendo y construyendo alternativas. Están los que no saben demasiado pero actúan de buena fe y con entusiasmo, haciendo lo que les dicta su conciencia. Y por último están los que aprovechan la cuestión para hacer militancia política histérica en función de una mitología utópica irrealizable de la que hoy se están bajando incluso aquellas sociedades que en algún momento se subieron a ella; ya sea rápido y a los porrazos – como Rusia – o  progresivamente y en forma ordenada – como China.

Lo primero que hay que tener en claro al hablar de medio ambiente es una cosa muy simple: no existe, en el mundo entero, actividad humana alguna que no contamine en cierta medida. Los seres humanos contaminamos hasta al respirar: exhalamos anhídrido carbónico que luego la vegetación del planeta tiene que procesar para que volvamos a tener oxígeno. Impactamos sobre el medioambiente con absolutamente todo lo que hacemos. Detrás de un cuchillo hay una mina de hierro por algún lado; detrás de una mesa de madera hay un árbol que en alguna parte fue talado; detrás de cada bolsa de polietileno hay un pozo de petróleo en algún lugar; con cada regalo hay una caja que va a ir a parar a algún lado; cada revista que compramos va a terminar en algún sitio, así como la celulosa del papel sobre el que está impresa también vino de algún lado. Todo lo que tenemos o usamos viene de alguna parte y termina en alguna parte.

De modo que hablar en términos de “contaminación” o “no-contaminación” simplemente no tiene sentido. Si la pregunta es: “tal o cual actividad industrial o de servicios ¿contamina o no contamina?”, la respuesta está dada de antemano. Es: “sí”. Contamina. Punto. Y la pregunta es tan perfectamente estúpida como inútil.

Porque lo que hay que averiguar al momento de analizar el riesgo ambiental no es la existencia o inexistencia del impacto. Cuando se encara el tema con seriedad lo que cualquier analista de riesgo tratará de establecer son, en principio, tres cosas:

·        Con qué se produce el impacto o la contaminación.

·        Cual es la medida del impacto o contaminación.

·        En qué rango se sitúa esa medida respecto del umbral de riesgo conocido como peligroso o nocivo.

Por de pronto, no es lo mismo contaminar con cianuro o con metales pesados que contaminar con efluentes cloacales o con detergentes. En segundo lugar, no es lo mismo tener al final de un proceso 25 ppm de silicato de etilo que tener 25 mg/m3 de arsénico. Y por último, tampoco es lo mismo estar expuesto a esa concentración de arsénico que a otra de 0,00001 mg/m3 ya que el límite de exposición recomendado por los organismos internacionales de salud ocupacional se halla establecido en el orden de los 0.002 mg/m3.

No todos los materiales, elementos, sustancias o productos poseen la misma peligrosidad o nocividad. Tampoco cualquier cantidad de una sustancia es necesariamente nociva para el ser humano. El arsénico elemental, por ejemplo, se encuentra en forma limitada en la naturaleza. No es un “invento” humano. Lo que aparece industrialmente – por ejemplo como subproducto de la fundición del cobre – es trióxido de arsénico  y mayormente de él se derivan otros compuestos que después se utilizan en un sinnúmero de actividades y productos. Por ejemplo, los arseniatos y arsenitos aparecen en insecticidas, herbicidas y plaguicidas. El tricloruro de arsénico se utiliza en fármacos veterinarios. Compuestos de arsénico se usan en la producción de pigmentos, vidrios y esmaltes. El arsénico metálico se usa en aleaciones para endurecer el plomo y para aumentar la calidad del cobre.

Es un veneno terrible, sin la menor duda. Pero no hay que perder de vista nunca las concentraciones y los grados de exposición a riesgo. Con concentraciones muy por debajo de los 0.002 mg/m3 no hay razón alguna para poner el grito en el cielo y hablar de catástrofes o desastres. Por arriba de ese umbral tenemos un problema grave. Y muy por encima de eso podemos llegar a envenenar la población de toda una ciudad.

Tras poner el problema en su perspectiva real, los puntos a tener en cuenta son:

  • Industrias de tecnología antigua u obsoleta contaminan más que las tecnologías nuevas. Por un lado, hoy nadie prefiere tirar a la basura lo que todavía puede utilizar, aprovechar y – sobre todo – vender con algún margen de ganancia. (La tecnología más contaminante que se ha conocido fue la soviética. También fue la más ineficiente.). Por el otro lado en muchos países existe una fuerte presión social para la preservación o, por lo menos, el cuidado del medioambiente; lo cual presiona en favor de una menor agresividad ambiental de las nuevas tecnologías.
  • Las industrias que no contaminan son, por regla general, más caras que las industrias que lo hacen. La competencia, si contamina, a veces puede obligar a contaminar al que no quisiera contaminar. Esto es especialmente válido para países con bajo nivel de desarrollo tecnológico que se ven obligados a competir con países de alto desarrollo, sobre todo, cuando estos últimos, para colmo, subsidian sus productos.
    Además, también es real la tendencia de algunas empresas en regiones altamente desarrolladas a transferir tecnologías obsoletas (y por lo tanto más contaminantes) hacia países menos desarrollados, especialmente hacia aquellos en dónde la conciencia ambiental es menor.
    Con todo, es imprescindible el estudio puntual de cada caso porque el hecho que una tecnología anterior sea más contaminante que una posterior no por fuerza significa que la menos avanzada implique necesariamente niveles de contaminación inaceptables.
  • Las prédicas ambientalistas y las campañas ecologistas con frecuencia no son tan inocentes ni tan idealistas como parecen. Y no lo son porque, con lo anterior, se relaciona un fuerte juego sucio que practican algunas empresas y ciertas instituciones ambientalistas. No es infrecuente que una empresa que se halla bajo la presión competitiva de otra, motorice y financie a alguna ONG ambientalista (o a varias) para acusar de contaminación a su competidora y desacreditarla así ante la opinión pública. De nuevo: que una empresa contamine más que otra todavía no significa necesariamente que la que contamina más lo haga en un grado inaceptable o peligroso, aun cuando, por supuesto, una tecnología menos contaminante siempre será preferible a otra de mayor impacto. Y cuando alguna organización “ambientalista” se lanza en campaña contra determinada empresa, las motivaciones reales no siempre son tan humanitarias y tan románticamente desinteresadas como parecen.
  • Las industrias que contaminan son, por regla, más mano de obra intensivas que las totalmente automatizadas o robóticas que tienden con frecuencia a una menor agresividad ambiental. Eliminando una actividad contaminante se eliminan, como es obvio, también los puestos de trabajo de dicha actividad. Pero suplantando una actividad contaminante por otra que contamina menos, con mucha frecuencia también se reducen (y a veces drásticamente) los puestos de trabajo necesarios. En varios casos la lucha contra la contaminación consigue solucionar o reducir un problema en un ámbito tan sólo para crear o aumentar otro diferente y en otros ámbitos.
  • Algo similar ocurre también con los tratamientos de residuos. Los sistemas de tratamiento de residuos no sólo son considerablemente caros sino que siguen siendo bastante menos efectivos de lo que se nos quiere hacer creer.
    En algunas actividades de relativamente baja inversión y fuertemente contaminantes – como por ejemplo las curtiembres – la construcción, el mantenimiento y la operación de una planta de tratamiento puede implicar una inversión mayor que la necesaria para constituir y operar a toda la empresa. 
    Por otra parte, muchos procedimientos de disposición de residuos no hacen sino cambiar un tipo de contaminación por otra. Podemos procesar aguas contaminadas pero algo habrá que hacer después con los barros altamente contaminantes que así obtenemos. Podemos quemar sustancias contaminantes en enormes hornos, pero en algún lado tendremos que meter el hollín que de este modo producimos. Si bien los volúmenes involucrados tienden a ser sustancialmente menores, la idea que el vulgo tiene en cuanto a que una planta de tratamiento de residuos elimina la contaminación, es completamente falsa.

En resumen: el problema de la contaminación ambiental está bastante lejos de haber sido solucionado. La actitud de ciertos países, como los EE.UU., que adhieren sólo tibiamente – o no adhieren en absoluto – a los programas de control de la contaminación, ciertamente no ayuda. Como que tampoco ayuda la actitud de varios otros países, como por ejemplo muchos europeos, de actuar con razonable energía contra la contaminación local pero no preocuparse con la misma intensidad por la contaminación de otros lugares del planeta.

En el corto plazo no queda, pues, más remedio que prever una continuidad del actual estado de cosas sin cambios sustanciales. En la práctica, esto implica un empeoramiento general y gradual de la situación, si bien seguramente habrá avances positivos y puntuales en algunos lugares.

 

La energía

Otro tema estrechamente relacionado con los anteriores es el de la energía. Más población consumirá más energía, y más energía volcada hacia algunos rubros – como por ejemplo el del autotransporte – causará más contaminación, aparte, claro está, del impacto ambiental que ya se produce al generar esa energía.

Las tasas de aumento del consumo energético son realmente notorias. El crecimiento del consumo de energía a nivel mundial (datos del 2006), está en el orden del 2.4% anual, un poco por encima de la media promedio estadística de la última década. Es cierto que bajó algo así como un 0.8% respecto del período anterior. [4] Pero aplíquenle Ustedes la formulita que vimos cuando hablamos del crecimiento demográfico y verán que, a las tasas de crecimiento actuales, mientras la población se duplica cada 52 o 58 años, la demanda energética se duplica cada 29. O sea que, tomando números redondos, la demanda energética crece prácticamente dos veces más rápido que la población.

Yo diría que tenemos un problema.

Ahora bien, si uno mira un poco cómo se distribuye esta demanda de energía hay algunas sorpresas. La región cuya demanda más ha crecido en los últimos años es la de Asia-Pacífico. La región está creciendo a un ritmo del 4.9% anual y es la región que más energía consume respecto del total global (33.5%). Dentro de esa región, China consume ya el 15% de la energía mundial y, por si esto fuera poco, está creciendo además al 8% anual. En contrapartida, en los EE.UU. – que representan el 21.4% del total mundial – el consumo cayó en un 1%  y toda América del Norte, que representa el 25.8% del consumo mundial, mermó la demanda en un 0.5% . En otros países la merma ha sido todavía más acentuada: Suecia consumió casi un 7% menos y Eslovaquia casi un 5% menos que en el período anterior. Con todo, Europa y Eurasia están creciendo a un 1.5% anual. En la Argentina el consumo creció un 6.6% y ese consumo representa el 0.7% del total mundial.

Una tabla que puede ofrecer un interesante panorama de la situación global en materia de energía es la siguiente:

 

Consumo de Energía Primaria
(Cantidades redondeadas)

Región

Consumo 2006 (*)

Aumento respecto de 2005

Participación del total global

América del Norte

2.803,0

-0,5%

25,8%

Centro y Sudamérica

528,6

4,1%

4,9%

Europa y Eurasia

3.027,2

1,5%

27,8%

Medio Oriente

554,2

4,0%

5,1%

Africa

324,1

2,6%

3,0%

Asia Pacífico

3.641,5

4,9%

33,5%

TOTAL MUNDIAL

10.878,6

2,4%

100%

(*) En millones de toneladas de equivalente a petróleo
Fuente: British Petroleum (www.bp.com)

 

Esta tendencia presiona, por supuesto, muy fuertemente sobre la producción de petróleo en primer lugar y esto explica – por lo menos en alguna medida y en parte – el belicismo norteamericano dirigido a la zona de Medio Oriente. Y ambas cosas juntas explican también buena parte de la disparada de los precios del petróleo.

Pero no se trata sólo de petróleo. La producción de energía nuclear creció en un 1.4%.  La producción de carbón también ha aumentado – un 4.5% a nivel mundial y un 8.7% en China solamente – lo cual es una noticia bastante mala para el medioambiente. En contrapartida, la buena noticia es que, con esta tendencia, las fuentes de energía renovables, no dependientes de los hidrocarburos, están empezando a verse como alternativas serias y viables.

Sin embargo, antes de entusiasmarse demasiado con estas posibilidades, hay que hacer algunas precisiones y, después, barrer de la mesa de trabajo unos cuantos mitos y una cantidad no menor de conceptos totalmente equivocados.

Por de pronto, la fuente de energía más “limpia” que tenemos es la eléctrica. Lo que sucede es que es “limpia” en su aplicación y en su utilización. No siempre es tan ambientalmente favorable en su generación. Los enormes espejos de agua de muchas centrales hidroeléctricas no dejan de hacer sentir su fuerte impacto sobre el medioambiente. Centrales termoeléctricas con turbinas a vapor alimentadas por calderas que queman fuel-oil no son ecológicamente neutras ni mucho menos. Las centrales nucleares, que tanto horrorizan y espantan a muchos ambientalistas, son casi perfectamente limpias en su funcionamiento. Lo que generan es un residuo peligroso que no es sencillo manipular y mantener bajo control y su operación presenta riesgos ciertos aún cuando no necesariamente hay que aferrarse siempre al fantasma de Chernobyl. Pero, nos gusten o no, en muchos lugares las centrales nucleares constituyen la única alternativa viable; al menos por ahora. 

El problema de las opciones alternativas es múltiple. Por de pronto, hay una cosa que es preciso saber: la electricidad que tomamos del tomacorriente de nuestras viviendas y que utilizamos en nuestras industrias es corriente alterna. Las pilas, los acumuladores y las baterías ofrecen, por el contrario, corriente continua. La disputa entre corriente alterna y corriente continua se libró ya hacia fines del Siglo XIX entre Nicolás Tesla y Tomás Edison. La ganó Tesla que estaba decididamente a favor de la corriente alterna ya que ésta presenta muchas ventajas, especialmente en cuanto a su transporte, distribución y utilización como fuerza motriz.

Con todo, la corriente alterna presenta un problema: no sabemos cómo almacenarla. Sólo sabemos almacenar corriente continua en dispositivos tales como los ya mencionados acumuladores o baterías y las tensiones que normalmente se utilizan son muchísimo menores. Las baterías de arranque de los automotores actuales se hallan en el orden de los 12 Voltios corriente continua. El motor de una heladera funciona con 220 Voltios de corriente alterna (110 Voltios en algunos países). Una pila común de linterna ofrece 1.5 Voltios de corriente continua. Un horno eléctrico industrial funciona con miles de voltios de corriente alterna.

En materia de energías renovables tenemos, en principio, las siguientes opciones:

§         Energía solar fotovoltaica

§         Energía solar térmica

§         Energía eólica

§         Etanol

§         Metanol

§         Biomasa

§         Energía hidráulica

§         Energía geotérmica

§         Pilas de combustible

 

Sería muy largo y engorroso pasar revista a cada una de estas opciones ponderando ventajas y desventajas en cada caso. Las soluciones no son sencillas y, en varios casos, todavía resultan prohibitivamente caras.  Por ejemplo, la energía solar fotovoltaica está bastante bien desarrollada (y se usa intensivamente en la tecnología espacial) pero requiere inversiones considerables y cada celda fotoeléctrica entrega corriente continua a tensiones muy bajas. Por consiguiente, se puede emplear por ahora sólo en aplicaciones muy puntuales. El etanol y el metanol presentan también sus problemas. El etanol es más contaminante que la gasolina y el metanol es bastante peligroso de por sí. El automóvil eléctrico está desarrollado desde hace rato y funciona muy bien. El problema está en que, si consideramos tan sólo la versión a baterías convencionales, y si a la noche conectamos 300.000 automotores para recargar esas baterías, no hay red de distribución eléctrica que aguante la carga. Y ni hablemos de la contaminación que representarían cientos de miles de grandes baterías descartadas una vez vencida su vida útil.

En mi humilde opinión, y si tuviera que hacer hoy una elección entre todas estas alternativas, como solución a largo plazo personalmente me inclinaría por la energía eólica para la producción de electricidad de consumo masivo y por la pila de hidrógeno para la automoción. En el corto plazo estimo que la generación de electricidad por centrales termoeléctricas de ciclo combinado (dos turbinas a gas más una turbina a vapor que aprovecha el calor de los escapes de las turbinas a gas, es la configuración típica) serán quizás el mejor camino a transitar. A ello podrían sumarse centrales hidroeléctricas, en aquellos casos y en aquellas regiones en que se considere aceptable su impacto sobre el ambiente y el clima. Allí en dónde el gas no sea una opción y la solución hidroeléctrica sea geográficamente impracticable, las centrales nucleares continuarán siendo la solución viable más eficaz.

A mediano y largo plazo la solución eólica es sumamente interesante. Especialmente para países como la Argentina que disponen de grandes regiones prácticamente deshabitadas  – como la Patagonia – dónde existen vientos fuertes y regulares. Esta solución no sólo es interesante por su prácticamente nula contaminación (aunque las “granjas” de molinos de viento no son precisamente muy estéticas que digamos) sino, principalmente, porque constituye una opción barata que, además, requiere una tecnología muy sencilla. Los generadores eólicos son relativamente baratos, fáciles de fabricar (cualquier taller metalúrgico pequeño o mediano con un mínimo de máquinas de mecanizado sabría construirlos) y pueden perfectamente ser fabricados en serie, con lo cual su costo se abarata más todavía. Quitando las aspas y la torre – que normalmente son de dimensiones considerables – el generador eólico no es mucho más que un eje, un par de rodamientos, un sistema de engranajes y una dínamo. El secreto, por supuesto, está en el diseño; pero la manufactura es posible incluso con tecnología de un bajo nivel de sofisticación.

Y no crean que estamos hablando de instalaciones todavía en una fase muy experimental. Obviamente cabe esperar mejoras  y avances pero los generadores actuales ya son dignos de todo respecto. En Europa, el país que más aumentó su consumo energético en el 2006 fue Dinamarca (12.7% anual). No casualmente es también el país que más empleó la generación eólica. Actualmente genera más del 20% de su electricidad mediante aerogeneradores y el proyecto dinamarqués prevé llegar al 50% del total consumido. Aparte de Dinamarca, también los EE.UU., Alemania, España y la India están haciendo importantes inversiones en el rubro. En Europa la producción de electricidad por energía eólica ya sobrepasa los 7.500 MW. La producción mundial con este método está en el orden de los 73.904 MW lo que ya representa más del 1% del consumo global. Para el 2010 la World Wind Energy Association (Asociación Mundial de energía Eólica) [5] espera tener una capacidad instalada de 160.000 MW en todo el mundo.

En América Latina el desarrollo de esta alternativa está en sus comienzos. Con todo, ya hay centrales funcionando. La mayor producción de energía eólica la encabeza Brasil (256 MW). Le siguen México (88 MW), Costa Rica (74 MW) y Argentina (27 MW) , Colombia (20 MW) y también hay centrales en Cuba, Chile, Perú y otros países del Caribe.

La generación eólica, por supuesto, no es una panacea. También tiene sus problemas técnicos como, por ejemplo, la irregularidad del viento, las dificultades de mantenimiento y el transporte de la energía producida. Pero es un camino transitable, interesante, limpio, barato y cada vez más eficaz.

 

Turbinas eólicas Vestas V90-3.0 de 3 MW
(Cf. http://www.vestas.com)

 

Otro camino transitable y que está ya bastante bien investigado es el de las celdas de combustible, entre ellas la pila de hidrógeno.

Sin entrar en demasiados detalles técnicos, una celda de combustible es un dispositivo mediante el cual se logra transformar la energía química contenida en ciertos componentes (como el hidrógeno, el gas natural u otros) directamente en energía eléctrica y calor sin necesidad de combustión. La pila de hidrógeno, por ejemplo, combina hidrógeno y oxígeno para producir electricidad, con la gran ventaja adicional que la emisión residual es simplemente agua o vapor de agua reduciéndose así a un mínimo casi despreciable su efecto contaminante sobre el medioambiente.

Un esquema útil para entender su funcionamiento podría ser el siguiente:

 

Tomado de: http://es.wikipedia.org/wiki/Imagen:Fuelcell.es2.PNG

 

Para describir en pocas palabras (y muy superficialmente) lo que sucede en una pila de hidrógeno digamos tan sólo que el hidrógeno llega al ánodo; se disocia en electrones por un lado y protones por el otro, con lo cual los electrones pueden ser conducidos al circuito eléctrico dónde se aprovecha su energía (por ejemplo, para hacer funcionar un motor eléctrico). Luego, habiendo realizado su trabajo útil, los electrones vuelven al cátodo; se juntan con los protones más el oxígeno y, por último, terminan formando agua.

Obviamente, no todo es tan simple como parecería por esta descripción muy (quizás demasiado) esquemática. Pero, en esencia, ése es el proceso y resulta perfectamente posible y viable de implementar.

De hecho, ya está implementado en varias versiones. Siemens viene investigando pilas de combustible desde 1965. BMW tiene ya siete series de automóviles experimentales en su haber. Daimler/Chrysler – Mercedes Benz están en el mismo camino. Ford desarrolló el Focus FCV; Honda el EV-Plus; Mazda el RX-8 que funciona tanto a hidrógeno como a gasolina; General Motors dispone del Hy-wire y del HydroGen3; Hyundai, Nissan, Toyota y Volskwagen tienen también sus desarrollos. No estamos hablando aquí de un futurible abstracto.

El HydroGen3 de General Motors

Por supuesto: queda todavía camino por recorrer. Para una comercialización masiva todavía existen problemas de costos. También es cierto que el hidrógeno, en si mismo, es altamente explosivo y resulta por ello peligroso para algunas aplicaciones y su obtención puede no ser ni la mitad de sencilla de lo que algunos creen. Pero hay alternativas y, en todo caso, la de hidrógeno no es la única celda de combustible que tenemos: existen celdas de ácido fosfórico, de carbonatos fundidos, de polímeros sólidos. Hay un enorme campo aquí para investigar y experimentar; y lo bueno es que se están haciendo cosas muy positivas en este terreno.

 

La competencia

En el mundo actual, estos avances positivos están, por supuesto, condenados a competir, tanto entre si como con las soluciones ya establecidas y difundidas. Pero, quizás, no deberíamos prever para esta inevitable competencia el grado feroz de lucha que hemos podido observar en décadas pasadas.

La acusación machaconamente repetida de que el automóvil impulsado a electricidad – o cualquier otra energía “limpia” – no se comercializa ahora mismo porque las grandes petroleras lo han impedido es básicamente falsa. Aún con automóviles eléctricos, a la industria petrolera le quedaría suficiente campo en el ámbito de la petroquímica (principalmente en el de los materiales plásticos) para seguir haciendo excelentes negocios y, en todo caso, una fuerte participación accionaria en la industria automotriz por parte de los petroleros re-equilibraría más de un balance. En el mundo globalizado y financieramente interconectado hay pocas cosas que no se pueden volver a reacomodar comercialmente.

La intensidad y la ferocidad de la carrera competitiva probablemente se estabilizará por algún tiempo en los valores actuales y, quizás, incluso hasta algo por debajo de ellos. En cualquier caso, es observable que esta intensidad ya es en nuestra década algo menor de lo que vivimos durante los años ’90 del siglo pasado. Pero, entiéndase bien: no es que tengamos motivos para suponer que la competencia dentro del sistema capitalista se ha vuelto, o se volverá, una amable y pacífica discusión de café entre caballeros. Seguirá siendo cruel – y en algunos casos posiblemente hasta descabellada – pero lo que parece haber amainado, al menos en algo, es esa incondicional idolatría del cambio sobre la que pontificaban los gurúes del management hace unos diez años atrás.

Y es que, además de haber llegado al límite de lo racional en materia de cambios para lograr una mayor competitividad, posiblemente también hemos tocado el límite de lo humanamente soportable en materia de cambio y competencia. La angustia y la tensión – o bien, para decirlo con el campanudo anglicismo de moda: el stress – llegaron en su momento a límites inhumanos, soportables muy hasta cierto punto sólo por una generación de jóvenes yuppies muy enérgicos y muy emprendedores, pero también muy inexpertos, muy irresponsables, muy ambiciosos y en no pocos casos muy inmorales, que al final terminaron produciendo verdaderos desastres como el colapso bursátil de 1987. No por nada, cuatro años después, los yuppies ya habían pasado de moda.

El ser humano actual, nuestras sociedades actuales, todo el mundo actual es el resultado de cambios que fueron produciéndose a lo largo de la Historia. Esto es indiscutible, por obvio. Pero lo que muchas veces hemos perdido de vista es que cada cambio, cada modificación del entorno, ha presionado intensamente sobre nuestra capacidad de adaptación. El famoso stress, analizado en profundidad, no es más que la rebelión de nuestra capacidad de adaptación frente a la necesidad de tener que seguir ajustándonos a continuas modificaciones.

Por supuesto que la competencia ha favorecido a aquellos que, pagando los costos involucrados, han conseguido adaptarse de alguna manera a estos constantes cambios. Pero el hecho es que, por un lado, estos costos terminan resultando demasiado altos y, por el otro, muchos de los que consiguieron sobrevivir, al final descubrieron que se adaptaron mal.

Es que resulta difícil orientarse en un mundo en dónde todo puede cambiar mañana y, además, todos los valores son relativos. Si tuviésemos valores firmes y estables, si tuviésemos un sustrato cultural sólido y permanente, los cambios del entorno serían probablemente mucho más soportables. Y a la inversa: si tuviésemos un entorno previsible y estable, la discusión acerca de nuestros valores culturales y acerca de nuestra estructura cultural íntegra sería bastante más dominable. Pero así como están las cosas – con un entorno inestable y con los fundamentos culturales en permanente cuestionamiento – el ser humano de nuestras sociedades sencillamente carece de puntos de anclaje. No es ningún milagro, pues, que muchos – especialmente los jóvenes – se derrumben y caigan, o bien en el escepticismo y en el pesimismo cultural en dónde nada vale la pena, o bien en lo que es su recíproca espejada: en el relativismo intelectual y en el infantilismo utópico en dónde cualquier cosa, por más infundada y estrafalaria que sea, parece ser posible o defendible.

La tendencia, pues, posiblemente sea hacia una relativa estabilización de la guerra competitiva. No es que sea previsible una disminución de los motores que la impulsaron en el pasado: la codicia, el afán de Poder, la carrera por el prestigio, la tácita o explícita equiparación entre posición socioeconómica y valor humano intrínseco tan típica de la ética protestante – todo eso seguramente seguirá actuando y operando. Pero, en alguna medida, parece ser que hemos llegado a una cierta saturación de las posibilidades competitivas y, si bien la guerra por los mercados continuará, la competencia tiende hoy a desplazarse más hacia las operaciones de las grandes empresas internacionales.

En lo global, esto posiblemente significará un cierto alejamiento del cambio en función de la rentabilidad para desplazarse un poco más hacia una preferencia por cambios en función de consideraciones geopolíticas y estratégicas. La cantidad absoluta de dinero tiende a perder importancia frente a las posibilidades de Poder que la tenencia o el empleo de ese dinero pueden conquistar. En otras palabras: lo que observo es que el dinero como mercancía está perdiendo importancia frente al aumento de la importancia del dinero como factor de Poder.

En lo individual, no creo que este desplazamiento del centro de gravedad tenga muchas consecuencias inmediatas. La intensidad de la presión ejercida sobre los asalariados y proveedores de las empresas probablemente se mantendrá dentro de los niveles actuales. Es bastante poco probable que, por ejemplo, un ligero aumento en la estabilidad laboral de algunas empresas resulte demasiado perceptible para el asalariado individual. De modo que, a nivel personal, no preveo – al menos en el corto plazo – grandes cambios.

Sin embargo, el panorama – dentro de todo y por favor no me interpreten mal – no deja de ser positivo en alguna medida y en cierto sentido. La presión ejercida con cambios imprevisibles sobre el empleado o el proveedor es, en cierta manera, distinta a la producida por una competitividad que, por lo menos, es más estable, más constante y, sobre todo, más racionalmente previsible. No es que la diferencia percibida sea mucha en lo personal pero, mal que bien, hay una diferencia y ésta no es desfavorable. Una cosa es no tener ni la más pálida idea de qué genial proyecto de reingeniería se trae entre manos la empresa, ni cuando la aplicará, ni cómo la aplicará, ni cuando recibiremos la comunicación de despido; y otra cosa algo distinta es saber de antemano que la empresa está involucrada en un proyecto estratégico, con determinadas metas y objetivos que, en caso de fallar, pueden ocasionar la pérdida de puestos de trabajo.

En todo caso, lo previsible es que asistamos también a un cambio en la letanía del management. Los gurúes probablemente ya no subrayarán tanto la necesidad de “adaptarse al cambio” o en la recomendación (e incluso en la velada amenaza) de “no resistir los cambios” y pondrán mayor énfasis en el “llegar primero” o en “ser los primeros” y hasta en “ser los únicos”; siendo esto – y sobre todo lo último –  muy típico e inherente a la lógica capitalista. Como queda dicho, para el individuo, la diferencia posiblemente no será demasiado grande. Pero al menos habremos suplantado la necesidad de adaptarnos a la caprichosa entelequia de un “cambio” casi completamente impredecible y orientado casi exclusivamente a bajar gastos y aumentar ganancias, por la competencia directa entre entidades y voluntades que luchan por una posición de Poder.

Aun cuando nunca hay que perder de vista que el dinero es uno de los factores de Poder – y seguramente el factor hegemónico en el mundo actual – la verdadera competencia del futuro es por el Poder; no tanto por el dinero en sí.

 

El hedonismo

Uno de los escapismos que genera la angustia y la tensión cotidianas es, por supuesto, la huida hacia, y el refugio en, el placer.

La filosofía de vida que subyace y justifica a la sociedad capitalista es, básicamente, hedonista. Su visión esencial del ser humano es la de una criatura que busca insistente e instintivamente el placer y huye despavorida ante cualquier posibilidad de lo contrario. El sacrificio por los demás, el heroísmo puesto al servicio de los otros, el sufrimiento como oportunidad de aprendizaje, la disciplina, el rigor, el altruismo en suma, están casi completamente ausentes de los criterios prácticos de la mentalidad capitalista. Por supuesto que esto, expresado así crudamente, genera airadas protestas. Miles de instituciones de beneficencia, políticas activas en pro de los Derechos Humanos, campañas enteras de solidaridad y varias otras iniciativas similares se mencionan inmediatamente para refutar la acusación.

Nadie negará la existencia de estas instituciones e iniciativas. A lo sumo, una crítica malévola podría llegar a argumentar que varias instituciones de beneficencia y varias fundaciones existen más por una cuestión de manipulación de impuestos que por cuestiones humanitarias auténticas. Así como más de una ONG existe por cuestiones políticas e ideológicas que trascienden – y a veces por mucho – sus objetivos declarados. Pero el punto no es ése; por más que subrayar la hipocresía existente detrás de muchas fachadas supuestamente solidarias y caritativas nunca esté de más.

El punto es que todas estas instituciones e iniciativas se desarrollan por fuera de las actividades normales del sistema que las financia. Una empresa puede financiar generosamente, pongamos por caso, a una fundación dedicada a la lucha contra el cáncer pero esta acción – por cierto encomiable – ¿puede ser considerada como patente de corso para permitir que esa misma empresa se comporte en forma monopólica, expoliadora, contaminadora y hasta fraudulenta en su actividad específica?

La otra pregunta que surge inmediatamente es: ¿por qué en absoluto una institución dedicada a la lucha contra el cáncer necesita ser financiada por una empresa privada? O bien, preguntando casi lo mismo de otro modo: ¿por qué hacen falta en absoluto las fundaciones sin fines de lucro, las instituciones de beneficencia y las ONG financiadas por dinero privado? La respuesta es poco menos que obvia: para cubrir la ineficiencia y la falta de credibilidad del Estado en muchos rubros. De este modo resulta muy poco discutible que de lo que estamos hablando aquí es de arbitrios que permiten tapar los agujeros internos de un régimen mediante rellenos, circunstanciales y básicamente fortuitos, colocados desde fuera del mismo. En una estructura sociopolítica dedicada declaradamente al logro del bienestar y hasta la felicidad de sus miembros, la sola existencia de este tipo de procedimientos e instituciones es una prueba palmaria de que, en realidad, el régimen está fracasando en cumplir con sus propios objetivos y promesas.

Pero dejando de lado ahora la cuestión de las formas en que se busca tapar las falencias sistémicas, la propia escala de valores que nuestras sociedades han adoptado es materialista [6] por un lado y hedonista por el otro. En cierta medida, hasta se busca compensar un árido materialismo mediante un hedonismo rampante. Lo primero impulsa a tener más; lo segundo a gozar cada vez más de lo que se tiene.

En principio, no habría por qué escandalizarse. La tendencia es bastante propia del ser humano, existe desde la noche de los tiempos, y se haría bastante cuesta arriba demostrar que es perversa en si y de por si. Quitémonos la máscara y dejémonos de hipocresías: ¿quién no quisiera tener un poco más de lo que tiene y quién no quisiera disfrutar un poco más de lo que consiguió tener?

El problema está en el desequilibrio que una persecución prácticamente exclusiva de estos objetivos puede llegar a producir. Porque no es solamente que la dedicación unilateral al “tener” y al “gozar” deja de lado aspectos también fundamentales de la persona tales como “ser” y “desarrollarse”. No es solamente que el craso materialismo hedonista termina rebajando todo arte al nivel de un simple entretenimiento que necesariamente se vuelve vulgar para lograr éxitos comerciales. No es tan sólo que toda producción intelectual superior se difunde al final como mera curiosidad, luego de convertirse en algo banal y superficial gracias al tratamiento periodístico. Lo realmente grave es el desequilibrio que, tarde o temprano, se produce por el hecho de que la adquisición no tiene límites específicos mientras que el placer sí los tiene.

Peor todavía: sin ninguna pretensión de ser matemáticamente riguroso, señalaría que la acumulación de bienes materiales sigue básicamente una trayectoria lineal mientras que el placer que estos bienes materiales nos producen responde más bien a una curva logarítmica. Dicho en otras palabras: podemos lograr una fortuna más que respetable mediante el procedimiento de ir sumando cosas y más cosas a las que ya tenemos. El placer, en cambio, responde a reglas diferentes. Al placer uno se acostumbra y, en una serie dada de estímulos que producen placer, hacen falta estímulos cada vez mayores para producir la misma sensación de placer que se sintió al principio. El fumador que comenzó fumando un cigarrillo cada tanto, con mucha frecuencia termina fumando un paquete entero o más por día. El placer es adictivo; incrementalmente adictivo.

Pero además, al igual que el dolor, el placer tiene un punto de saturación. Llega un momento en que el individuo no siente más placer que antes, por más que se aumente el estímulo. El placer tiene un límite y muchas personas, cuando llegan a ese límite, se desesperan por recurrir a más y más estímulos para tratar – la mayoría de las veces en vano – de seguir aumentando ese placer o, por lo menos, de volver a sentir ese primer placer que sintieron cuando todo empezó. La historia de este círculo vicioso – literalmente hablando – tiene sólo tres finales posibles: o bien la persona sucumbe al desequilibrio y se enferma o muere; o bien acepta un amesetamiento del placer y lo convierte en un consumo habitual aceptando las consecuencias del hábito; o bien, de alguna manera se libera de esos estímulos, renuncia a ese placer y, por regla general, lo suplanta por alguna otra actividad o por algún otro estímulo.

El problema de la drogadicción es realmente muy complejo y sólo puede ser parcialmente tratado aquí. Pero tiene mucho que ver con lo que venimos diciendo y también con lo que ya vimos en cuanto a la falta de anclaje y puntos firmes de referencia que padece el ser humano actual en un mundo permanentemente dedicado al cambio y a la relativización de todos los valores en forma simultánea. De hecho, no hace falta ni mucha imaginación ni un exceso de pesimismo para prever que una sociedad para la cual no hay nada sagrado, en la cual todo es opinable, en la que nada es perdurable, y en la cual todo lo que importa es tener y gozar, es por cierto una sociedad enferma, desequilibrada, cuyo futuro no parece ser demasiado brillante.

Por suerte, sin embargo, no todas son malas noticias. En mi análisis, los datos indican que la drogadicción está respondiendo bastante bien a lo que cabría esperar teóricamente y se está amesetando por saturación. No obstante les pediría que, como consecuencia de lo que acabo de decir, por favor, tampoco caigamos en un hiperoptimismo infundado. Lo concreto es que la drogadicción como fenómeno y como problema sigue existiendo y su volumen no es para nada despreciable. Pero se está dando un fenómeno digno de atención: en términos estadísticos promedio está descendiendo – o al menos estabilizando – en los países que eran (y por ahora siguen siendo) fuertes consumidores y está aumentando notoriamente en los países que eran (y por desgracia ya no son) lugares de tránsito.

El Informe Mundial 2007 sobre Drogas (World Drug Report) de la Oficina Contra la Droga y el Delito de las Naciones Unidas [7] indica textualmente que: “La primera señal alentadora es que sigue descendiendo el cultivo de coca en los países andinos, encabezado por un descenso importante en Colombia. La demanda mundial de cocaína también se ha estabilizado, aunque la disminución en los Estados Unidos se haya visto contrarrestada por aumentos alarmantes en algunos países europeos. En segundo lugar, la producción y el consumo de Estimulantes del Tipo Anfetamínico  se han nivelado y se registra una clara tendencia a la baja en América del Norte y, en menor medida, en Europa. En tercer lugar, parece se está haciendo caso de las advertencias sanitarias sobre el cannabis de mayor potencia hechas públicas en anteriores Informes Mundiales sobre las Drogas. Por primera vez desde hace años, no se registra una tendencia ascendente de la producción y el consumo de cannabis. En cuarto lugar, aunque la producción de opio siga siendo importante, actualmente está densamente concentrada en las provincias meridionales del Afganistán. De hecho, la provincia de Helmand está a punto de convertirse en el mayor proveedor de drogas del mundo, con la dudosa distinción de cultivar más drogas que países enteros como Myanmar, Marruecos o incluso Colombia.

El panorama general sería aproximadamente el siguiente:

 

 

Fuente: Informe Mundial 2007 sobre Drogas. Oficina Contra la Droga y el Delito de la ONU pág. 9

 

 

En el caso de la cocaína, por ejemplo, la variación percibida por los expertos en las tendencias de consumo durante el lapso 1992 a 2005 se puede ilustrar en el siguiente gráfico. Observen especialmente como, a pesar del fuerte crecimiento en Europa, el promedio mundial tiende a amesetarse después del 2002 y hasta a bajar después del 2004:

Informe Mundial 2007 sobre Drogas. Oficina Contra la Droga y el Delito de la ONU pág. 84

 

Si me permiten un paréntesis, señalaría que un caso realmente interesante es el de Afganistán, estrechamente relacionado con la producción de opio y las demás drogas opiáceas obtenidas de la planta de adormidera (Papaver somniferum) – que no debe ser confundida con la amapola (Papaver rhoeas). Afganistán fue invadida en 1979 por los soviéticos. Desde 1996 hasta 2001 el país estuvo en manos de los talibanes. En el 2001 la invadieron los norteamericanos. En el 2005, los EE.UU. y el gobierno afgano firmaron acuerdos de largo plazo. En total, cerca de 40.000 millones de dólares se volcaron sobre Afganistán para, supuestamente, reconstruir la región.

Si uno tiene estos hechos en mente y los correlaciona con la superficie cultivada dedicada a la producción de droga en Afganistán, los resultados son para pensar. Antes de 1996 – es decir, entre 1990 y 1995 – el promedio anual de la superficie de cultivo de la adormidera fue de 54.000 hectáreas. Entre 1996 y 2001 – o sea, durante el período talibán, el promedio subió a unas 60.000 hectáreas. Desde el 2002 hasta el 2006 – vale decir: de la invasión norteamericana en adelante – el promedio anual aumentó a 110.800 hectáreas. O sea que, en manos de los talibanes el cultivo de adormidera subió apenas un 11.1% mientras que, en manos de los norteamericanos, el aumento fue del 84.67%

¿Alguien me puede explicar para qué demonios invadieron Afganistán los norteamericanos?

Quizás, buena parte de la explicación esté simplemente en el dinero. El negocio de la droga mueve, en total, fácilmente más de 320.000 millones de dólares al año. El volumen comercializado del opio afgano en el 2006 estuvo en el orden de los 3.100 millones de dólares. [8] Concedamos que participar con casi el 10% en un negocio de esa envergadura mundial, es una tentación muy fuerte. Por decir lo menos ...

Desde otro punto de vista, la disminución y la estabilización del consumo tienen, también y al menos en parte, una explicación muy cruel pero también muy lógica: muchos drogadictos se mueren. Mueren por sobredosis y mueren también por la correlación que existe entre la droga y enfermedades tales como, por ejemplo, el SIDA entre los adictos que se inyectan y las enfermedades del aparato respiratorio entre los que fuman, más unas cuantas otras que aparecen como consecuencia directa o indirecta del consumo. Una buena cantidad de adictos, por consiguiente, abandonan las estadísticas por ingresar al cementerio. Pero sus casos – y quizás en mayor medida aún la frecuencia de sus casos – no deja de tener un efecto de disuasión, o por lo menos de advertencia, sobre los que quedan y, por más que este análisis de darwinismo social espante y repugne a muchos, el efecto neto no deja de ser moderadamente saludable. Lo concreto es que en aquellos lugares en dónde este ciclo se ha cumplido, quedan menos drogadictos y circula menos droga, aun cuando también debe ser expresamente señalado que la ausencia de drogadictos todavía no justifica que celebremos la desaparición de las causas que impulsan la drogadicción. Porque las causas profundas siguen estando allí. No nos engañemos.

Y que seguimos siendo vulnerables al hedonismo de la droga lo demuestra el hecho de los otrora países de tránsito que ahora se han convertido en países de consumo. Con el agravante de que estos países están consumiendo cantidades importantes de droga de la peor calidad imaginable con lo que el ingreso al cementerio está garantizado con una certeza mucho mayor y en un tiempo mucho menor.

Es que, más allá de sus componentes culturales y psicológicas, la drogadicción tiene una dimensión económica imposible de ignorar. El narcotráfico es uno de los negocios más fabulosos que existen y que jamás hayan existido. En Austria el gramo de opio en la calle está a unos 10 dólares el gramo; los mayoristas lo consiguen a unos 3 dólares. En Inglaterra se vende a unos 27 dólares y el distribuidor lo consigue a poco más de 8. En los EE.UU. el gramo de heroína N°4 que se vende a 207 dólares le cuesta al mayorista 65 dólares. En la Argentina, el gramo de cocaína que en el 2004 se comercializaba entre 3,5 y 8.3 dólares, el mayorista lo compraba a entre 2.6 y 7 dólares. La marihuana que en el 2005 se vendía en la calle a 1 dólar por gramo aproximadamente, el mayorista lo conseguía por 40 centavos de dólar. [9]

Siendo esto así, no es de extrañar que, como primer objetivo, el comercio de la droga se haya centrado en los países altamente desarrollados en dónde el consumismo hedonista y la desvalorización moral ya estaban arraigados, y dónde existía por sobre todo un alto poder adquisitivo que le ofrecía a la venta de droga una perspectiva de mayores márgenes de  ganancia.

Pero los mercados, al igual que el placer, se saturan. Consecuentemente surgió la necesidad de convertir en consumidoras incluso aquellas regiones que, merced a ciertos compromisos, tolerancias y sobornos, habían comenzado siendo lugares de tránsito o, incluso, de producción. Pero como los países subdesarrollados no cuentan con las capacidades económicas del “primer mundo”, fue tan sólo obvio y hasta predecible que estos lugares se convirtiesen en los sitios dónde se consume la mayor cantidad de droga de la menor calidad imaginable. El negocio simplemente no da para más. La heroína y la cocaína de aceptable pureza son para los que pueden pagarlas. Para todos los que no pueden, está el paco, el crack. Lo importante, como en todo negocio, está en mantener el margen de rentabilidad. No nos extrañemos ni nos escandalicemos por esto. Está dentro de la lógica inherente a todo el sistema. La sociedad en la que vivimos es una sociedad de los que pagan. Los que no pueden pagar viven de la dádiva – que cuando es oficial se llama “subsidio” y cuando es privada se llama “asistencia”, todo para no utilizar el término políticamente incorrecto de “limosna” – y los que no pueden vivir ni siquiera de la dádiva simplemente no existen. O simplemente se mueren. Y en el caso de la droga, muchos hasta se mueren más rápido y con menos alharaca que los demás.

Repito: no hay por qué escandalizarse. Es así. Así funciona el sistema. Y si no nos gusta – y a mí ciertamente no me gusta – lo menos práctico que podemos hacer es poner el grito en el cielo y cara de horror. Lo único realmente concreto que cabría es hacer algo positivo al respecto actuando en primer término sobre la relativización de los valores y luego sobre la inestabilidad generalizada. Mientras sigamos creyendo que cualquier opinión es igualmente respetable y mientras sigamos sosteniendo que cualquier cambio es siempre bueno, realmente no tendremos muchos argumentos sólidos para fundamentar una ética positiva y lograr una moral consistente. Y además, por supuesto, también será imprescindible que nos dejemos de hipocresías: mientras la moral de los adultos sea algo que se predica pero no se practica, los adultos no tendremos mucho asidero para quejarnos de que los jóvenes no practican lo que les predicamos.

Por eso, y en tren de perspectivas positivas, quizás una de las primeras cosas que convendría hacer es archivar todas las campañas antidroga actuales y pensar en acciones realmente eficaces. Porque estas campañas son inútiles, inconducentes, ineficaces, banales y no convencen a nadie. Sencillamente no sirven para nada. No sirven para hacer recapacitar al que ya es adicto y no sirven para prevenir en forma convincente al que todavía no lo es. Son tan absolutamente inocuas que no me extrañaría descubrir algún día que los propios narcotraficantes contribuyen a financiarlas.

Basta enterarse de los argumentos esgrimidos por quienes abogan por la despenalización y liberación de la droga para darse cuenta de que las campañas antidroga no producen ningún efecto apreciable y llegan a ser hasta contraproducentes. Para poner un sólo ejemplo y que sirva de botón de muestra: el N° 14 de la revista inglesa  Drug and Alcohol Findings dedicó un bastante amplio análisis a la campaña antidroga que, en 1998, lanzó el Congreso de los EE.UU. y que fue, si no la mayor, al menos una de las mayores campañas jamás lanzadas. Costó más de mil millones de dólares y participaron en ella todas las grandes cadenas de televisión. No obstante, cuando a los cuatro años, en el 2002, se hizo la evaluación, los resultados fueron catastróficos. Los investigadores comprobaron, por ejemplo, que los mensajes correlacionaban positivamente con la predisposición hacia la droga; en otras palabras: mientras más recordaban los jóvenes los contenidos de la campaña, más favorable resultaba su inclinación al consumo. Además, resultó evidente que los jóvenes terminaron dándole al mensaje personal directo (“no consumas drogas”)  muchísima menos importancia que al mensaje descriptivo general (“todo el mundo lo hace”). Las conclusiones finales son poco menos que lapidarias: “... la campaña violó leyes federales sobre propaganda, no redujo el consumo de droga entre la juventud norteamericana y no ha producido ningún resultado significativo”. [10]  Digámoslo de otro modo: desde el punto de vista de la lucha contra la drogadicción, más de mil millones de dólares tirados a la basura. Desde el punto de vista del negocio mediático, mil millones de dólares son un buen paquete de dólares. ¿O acaso alguien lo duda?.

Daniel Rosh, hablando de las campañas antidroga mejicanas, señala: “Las campañas en su concepción actual provocan una ruptura permanente con los jóvenes que de una forma u otra caen en cuenta de las exageraciones y falsedades. (...) La peor complicación sin embargo – donde radica el "tiro por la culata"  –, es que el joven tiende a invalidar automáticamente el resto de la información, lo cual abre paso para que los verdaderos peligros – expuestos espaciadamente en un mar de mitos – hagan sus estragos.” Y agrega: “Lo que verdaderamente importa es que la realidad anecdótica de la subcultura usuaria es muy distinta de la que define la cultura de la prevención, y goza de más credibilidad.[11]

Si a las campañas antidrogas las vamos a alimentar con estupideces tales como “Sí a la vida sin adicciones[12] que no le dicen absolutamente nada útil a un adolescente y que sólo recuerdan huecas admoniciones paternalistas tendientes a lograr un niñito modelo, entonces vamos mal. Peor todavía vamos si manipulamos tendenciosamente las consecuencias del consumo de ciertas drogas con el ánimo de asustar o aterrorizar a los jóvenes con argumentos fácilmente desmentidos por los propios drogadictos. Y peor aún terminaremos si toda esta construcción apesta a hipocresía, a falsedad y a mentiras lisas y llanas que comienzan ya cuando se omite en forma sibilina cualquier mención al placer que las drogas ofrecen.

Si estamos todo el tiempo diciéndole a los chicos que la vida está para gozarla y disfrutarla; si constantemente, en todos los medios, en todas las promociones y en todas las propagandas,  subrayamos que el placer es el objetivo más importante que una persona puede tener en la vida; entonces no veo muy bien por qué nos escandalizamos y nos trastornamos tanto cuando – en forma bien consecuente con el mensaje – los chicos deciden experimentar con el placer de la droga y con todos los demás placeres que están a su alcance.

Se me ocurre que, si le decimos a un joven que “elija la vida”, no estaría de más explicarle también por qué vale la pena vivir. Y si nos topamos con la dificultad de no encontrar en nuestra sociedad mucho por lo cual valga la pena vivir aparte del placer, entonces será hora de preguntarse si no habrá llegado el momento de organizar nuestra sociedad de otra manera, con otros criterios, con otras prioridades y sobre otros principios.

 

Biología

Por suerte el del hedonismo es tan sólo un aspecto de nuestra realidad. No es un aspecto menor y – nos guste o no – terminará forzando en el mediano y largo plazo unas cuantas decisiones difíciles. Pero no es el único y afortunadamente hay otros más positivos para tratar.

Si tomamos nuestros conocimientos científicos actuales y miramos unos tres o cuatro siglos hacia atrás, se pueden ver algunas cosas interesantes. Lo primero que salta a la vista, por supuesto, es la gran diferencia que hay entre el nivel de conocimientos del Siglo XVII y el actual, así como la enorme diferencia entre la tecnología de aquél entonces y la de hoy. Pero quizás eso no sea todo. Si hablamos a grandes rasgos y sin pruritos de precisión absoluta, podríamos decir que los Siglos XVII, XVIII y XIX fueron los siglos de la mecánica, la física y la química. El Siglo XX construyó sobre esas bases y las expandió mucho, pero no exageraríamos demasiado si dijéramos que, en esencia, fue el siglo de la electricidad, la electrónica y la automación. Siguiendo esta línea de evolución, por mi parte estoy convencido de que el Siglo XXI será el siglo de la biología, la genética y la biotecnología. Insisto en algo que ya dije antes: no es que crea que el devenir del ser humano sobre el planeta tiene que ajustarse forzosamente a cierta “lógica” establecida a priori. Lo que sucede es que los hechos y los datos revelan – o por lo menos a mí me parece que revelan – cierta “lógica” que encaja bastante bien en el cuadro.

La otra tendencia que llama la atención es la que, si ustedes me lo permiten, yo llamaría el desplazamiento de lo “macro” hacia lo “micro”. Y no estoy pensando solamente en la tecnología de la miniaturización sino más bien en la nanociencia y en las investigaciones a nivel molecular, atómico y hasta subatómico. El mundo grecorromano – si bien conoció el concepto del “átomo” por Demócrito y el cálculo infinitesimal por Arquímedes – concebía al mundo básicamente en sus manifestaciones integrales visibles. Los científicos de los Siglos XVII en adelante – comenzando probablemente con Descartes – empezaron a verlo en términos de sus componentes menores mucho menos evidentes.

En el campo de la biología, si bien el microscopio ya lo conocía Galileo allá por el 1610, fue recién unos 50 años más tarde que Malpighi lo usó para estudiar la circulación de la sangre y las células vivas mientras que van Leeuwenhoek observó y describió por primera vez bacterias, espermatozoides, glóbulos rojos y otras cosas. 

Desde el Siglo XVII hasta la fecha, obviamente hemos recorrido un largo camino. Hoy podemos hablar de microbiología, con resultados sorprendentes en áreas tales como la medicina y la biotecnología. Sin embargo, más sorprendente quizás, es el efecto secundario – o no tan secundario – que la microbiología puede llegar a tener sobre nuestra concepción de la vida y sobre muchos postulados culturales que han venido determinando pautas de criterio y de comportamiento que todavía creemos inconmovibles.

Por de pronto, aunque el hecho ha tenido una difusión mediática más bien escasa, desde la biología molecular se le ha dado una sacudida bastante fuerte al neodarwinismo y a la teoría de la evolución en conjunto.

El progresivo proceso de secularización de la ciencia condujo al mundo científico a abrazar casi sin reservas el modelo evolutivo presentado por Charles Darwin en 1859 y, en especial, su teoría sobre la evolución del Hombre, publicada unos doce años después. Después de Darwin y durante mucho tiempo, el creacionismo religioso quedó en una posición bastante incómoda frente a las explicaciones de la ciencia. En los EE.UU. algunas sectas protestantes llegaron incluso al extremo de negar frontalmente los resultados de la ciencia secular para seguir aferrándose dogmática y literalmente al texto explícito de las Sagradas Escrituras. Más todavía: incluso llegaron a presentar su caso en el terreno judicial, con resultados bastante poco felices como era de prever. Resultó bastante obvio que, en la discusión entre ciencia y dogma – sobre todo entre una ciencia abierta, al menos teóricamente, a hipótesis verificables o falseables y un dogma textual, cerrado, presentado exclusivamente como artículo de fe – el dogma llevaba las de perder en un planteo dominado por argumentos racionales. Pero muy distinta se volvió la situación cuando, desde la ciencia misma, apareció de pronto toda una serie de datos que apuntaban básicamente a dos cosas:

  • Primero, que la teoría de la evolución también contiene dogmas de fe científicamente indemostrados e indemostrables, sobre todo tal como entienden esta teoría los neodarwinistas quienes a veces le incorporan elementos con los que el propio Darwin ni hubiera soñado, y
  • Segundo, que hay toda una serie de fenómenos y de datos, conocidos hoy por la ciencia, que decididamente no encajan demasiado bien en la teoría evolutiva del cientificismo secular.

Para ello acaso convenga aclarar algo de entrada. Lo que se conoce genéricamente como “teoría darwiniana” no es, en realidad, una teoría unitaria sino un conjunto de por lo menos cinco hipótesis y postulados. Siguiendo en esto a Ernst Mayr podríamos apuntar:

  1. La evolución como tal. “Las especies cambian.” (si bien éste es más un hecho de observación directa que una hipótesis).
  2. La Unidad de origen que en su formulación clásica puede definirse como: “Cada grupo de organismos desciende de un antepasado común y todos los grupos de organismos, incluyendo animales, plantas y microorganismos, devienen de un único origen de la vida sobre la tierra”.
  3. La multiplicación de las especies que explicaría por qué hay tantas diferentes especies y por qué hay tanta diversidad orgánica. La teoría darwiniana postula que: “Las especies se dividen y transforman por el proceso evolutivo en otras nuevas que, generalmente, se diferencian por sus formas. Cuando se forma una nueva especie, pierde su capacidad de reproducirse con la que la originó.
  4. El gradualismo. En cuanto a esto, la tesis es: “El cambio evolutivo tiene lugar a través del cambio gradual de poblaciones y no a través de la producción súbita, “de a saltos”, de individuos nuevos que representan un tipo nuevo”.
  5. La selección natural: Por último, el conjunto cierra con la afirmación que:  El cambio evolutivo se produce por una abundante producción de variación genética. Los relativamente pocos individuos que sobreviven debido a combinaciones particularmente bien adaptadas de caracteres heredables, dan lugar a la próxima generación.”.

Ya desdoblando la teoría en sus componentes constitutivas, es casi imposible pasar por alto que se presenta toda una serie de problemas. Por de pronto, la evolución como fenómeno de cambio o transformación y la selección natural como proceso pueden considerarse sólidas y satisfactoriamente verificadas. Pero la unidad de origen es más un dogma de fe que una tesis científicamente demostrable, el gradualismo puede ser criticado desde más de un punto de vista y la multiplicación de las especies presenta varias cuestiones espinosas.

Incluso en el ámbito de lo razonablemente bien establecido tenemos algunos problemas. Por ejemplo, la selección sexual no se compatibiliza demasiado bien con la teoría de la selección natural. Si pensamos los postulados neodarwinistas hasta el final, los seres de reproducción asexuada deberían haber triunfado sobre los seres de producción sexuada, mucho menos prolíficos y mucho más delicados. El sexo es, en cierta forma, una paradoja. Una ameba se reproduce dividiéndose a si misma. Desde el punto de vista genético, las dos amebas resultantes, son exactamente iguales a la primera con lo que la transmisión de los caracteres genéticos es prácticamente perfecta. Incluso, en cierto modo podríamos llegar a especular aquí hasta con la posibilidad de heredar caracteres adquiridos, lo que impulsaría enormemente la evolución. No pasa ni remotamente lo mismo con los seres que se multiplican por reproducción sexual. En éstos, las células reproductivas de cada sexo contienen tan sólo la mitad de la cantidad completa de genes, y esta cantidad se restablece recién al momento de la fecundación. Por consiguiente, los sexuados tiene muchas más probabilidades de romper combinaciones de genes buenos que los asexuados, por lo que los asexuados deberían haber evolucionado mucho más y, sobre todo, mucho más rápido. Es una paradoja que puede tener varias explicaciones posibles y hasta se pueden construir modelos matemáticos al respecto. Pero la verdad es que todavía estamos muy lejos de poder decir que sabemos y comprendemos realmente todo el proceso.

En una posición mucho peor están los darwinistas a ultranza en cuanto a la unidad de origen.

El problema principal que enfrenta la teoría de la unidad de origen de toda la Vida sobre el planeta es que resulta completamente inverificable y, además, imposible de falsear. [13] En otras palabras: así como nadie puede comprobarla, del mismo modo tampoco nadie puede demostrar lo contrario. Nadie vio jamás la “sopa primigenia” en la que supuestamente se originó la vida; nadie jamás logró reproducir el fenómeno en el laboratorio; nadie jamás produjo ese ser primigenio a partir del cual toda vida descendería por evolución. Todo lo que tenemos al respecto son deducciones, suposiciones y teorías. Y todas ellas podrán ser muy racionales, podrán estar muy bien construidas e ingeniosamente hilvanadas (y algunas realmente lo están) pero, así y todo, el pequeño detalle que nos sigue faltando saber es si son ciertas.

Para colmo, toda la construcción incluye ciertas incoherencias bastante difíciles de compatibilizar. Por ejemplo, el factor aleatorio, el azar o casualidad,  al que sistemáticamente recurre el darwinismo conlleva una contradicción intrínseca por más que lo proyectemos sobre un escenario de millones y más millones de años. El problema es que, mientras por un lado se lo utiliza para explicar la diversidad de la vida, simultáneamente se lo emplea para explicar un origen único.

La dificultad para admitir esta incoherencia reside en que el azar se presta bastante bien para explicar la diversidad pero no resulta demasiado plausible para explicar la unidad. No es imposible pensar en que algunas modificaciones genéticas, producidas por azar y perpetuándose por selección, sean – al menos en parte – responsables por cambios cuya posibilidad objetiva y real respalda hasta nuestra ganadería y nuestra agricultura actuales. Pero si suponemos que toda la Vida surgió de una única “sopa primigenia”, de unas únicas condiciones, para crear una única forma de Vida, el azar es quizás la peor explicación a la que podemos recurrir. Si la vida realmente surgió en esas condiciones, lo más probable es que surgiesen varias formas o tipos de vida, en varios o diferentes lugares del planeta en dónde se dieron condiciones similares. El azar tiende a la diversidad y no a la unidad. Haciendo intervenir el azar, un poligenismo original resultaría mucho más probable que un monogenismo.

Sea como fuere, la concepción neodarwinista dogmática se mantuvo bastante bien en sus bastiones mientras fue atacada con argumentos básicamente teológicos procedentes, como es obvio, de fuera del campo de la ciencia propiamente dicha. Sin embargo, sufrió serios sacudones a partir de 1996 cuando Michael Behe, un profesor de bioquímica de la Universidad de Lehigh, publicó “La Caja Negra de Darwin”, [14] un libro dirigido más hacia el gran público que hacia la comunidad académica pero que, no obstante, planteó unos cuantos interrogantes ya no desde el ámbito de la religión sino desde el propio campo científico.

El concepto básico de Behe es el de la “complejidad irreductible”. Esta complejidad la definió originalmente en los siguientes términos: “Un sistema unitario, compuesto por varias partes bien interrelacionadas que contribuyen a la función básica y en el cual la eliminación de cualquiera de estas partes ocasionaría que el sistema efectivamente dejase de funcionar.” [15] Por su parte, William Dembski, que no es bioquímico sino matemático, define la complejidad irreductible como “Un sistema que cumple una determinada función básica es irreductiblemente complejo cuando incluye un conjunto de partes bien interrelacionadas, mutuamente interactivas, individuadas de modo no arbitrario, de tal modo que cada parte del conjunto resulta indispensable para mantener la función básica, y por lo tanto original, del sistema. Este conjunto de partes indispensables se conoce como el núcleo irreductible del sistema.[16]

Para ilustrar el concepto, Behe recurre a un sistema simple: la trampa para cazar ratones. Estudien las piezas que componen el conjunto (la tabla de soporte, el resorte, el lazo de aplastamiento, el retén unido al cebo, etc.) y verán que resulta bastante fácil comprender la irreductibilidad del sistema: quiten Ustedes un sólo elemento y la trampa dejará de funcionar. Convengamos en que no es un ejemplo demasiado feliz porque, dentro del ámbito del tema que nos ocupa, estamos ilustrando una cuestión biológica con un sistema mecánico. No obstante, si no perdemos de vista que se trata simplemente de un ejemplo ilustrativo, traído a colación tan sólo para dar una idea del concepto, el recurso puede servir bastante bien. De hecho, en sus trabajos ya más académicos Behe ha estudiado varios sistemas biológicos que también presentan una complejidad irreductible: el cilio, el flagelo bacteriano, la coagulación de la sangre, la estructura de los distintos subsistemas de una célula eucariota, el sistema de transporte de proteínas, el sistema inmunológico y la síntesis de proteínas y ácidos nucleicos en la célula.

Ahora bien, el gran problema que presentan los sistemas de complejidad irreductible para la teoría darwiniana es que resultan casi imposibles de explicar mediante la teoría de la evolución y muy especialmente mediante la teoría de los cambios graduales. Sobre todo, cuando los hallazgos paleontológicos presentan enormes lagunas que el gradualismo sólo consigue llenar mediante suposiciones indemostradas, algo que ha llevado a algunos científicos, como por ejemplo Richard Dawkin, a admitir que: “Es muy posible que la evolución no sea siempre gradual. Pero debe ser gradual cuando se usa para explicar el surgimiento de objetos complejos que al parecer tienen un diseño. Como los ojos. Pues si no es gradual en estos casos, deja de tener capacidad explicativa. Sin gradualismo en estos casos, regresamos al milagro, que es simplemente un sinónimo de ausencia total de explicación.[17] No es, pues, que el neodarwinismo no haya intentado llenar las grandes lagunas que deja la investigación paleontológica, pero ha tenido que recurrir a hipótesis cada vez más sofisticadas e intrincadas, chocando así contra lo que en investigación científica se conoce como el principio de “la navaja de Occam”: “Nunca aumentes más de lo necesario el número de entidades requeridas para explicar algo”. [18] De hecho, en las ilustraciones evolucionistas que podemos encontrar en los textos de estudio y que muestran toda una cadena de seres supuestamente evolucionados los unos a partir de los otros, en muchos casos solamente los extremos de las cadenas y a lo sumo algún eslabón intermedio tienen firme corroboración paleontológica por restos fósiles efectivamente hallados. El resto de los eslabones, por regla general, es poco menos que especulación pura y el número de esos eslabones supuestos, a medida en que avanzan nuestros conocimientos genéticos, es cada vez mayor.

El otro gran problema que ha conmocionado, y muy fuertemente, al neodarwinismo es que los sistemas irreductiblemente complejos implican algo que el evolucionismo secular simplemente no puede admitir: implican diseño. El razonamiento en esto es bastante directo: si un sistema de complejidad irreductible no surgió por modificaciones graduales, entonces su funcionalidad sólo se explica por diseño y, si existe en él un diseño, la gran pregunta es: ¿quién fue el diseñador? La única otra posibilidad sería la de suponer que todo el sistema se formó gracias a una casualidad múltiple [19] pero esta suposición (que seguiría siendo una suposición y no una explicación) no sólo chocaría contra las leyes de la probabilidad sino que, además, volvería a colisionar contra el principio de Occam.

Para poner tan sólo un ejemplo: que un sistema irreductiblemente complejo como el de la síntesis de proteínas y ácidos nucleicos en la célula se haya formado por casualidad múltiple tiene una probabilidad tan remota como la de que pegándole con un martillo al teclado de mi computadora resulte una enciclopedia. Y si recurro a millones y millones de años para aumentar mis probabilidades, implícitamente estaría presuponiendo que: A)- Durante millones y millones de años alguien, o algo, estuvo pegándole con el martillo al teclado; B) que ese alguien, o algo, tenía la intención de lograr algo con ello y C): que esa intención fue lo suficientemente inteligente como para pegar martillazos hasta lograr una enciclopedia. La única otra alternativa sería la de suponer que alguien, o algo, estuvo pegándole martillazos al teclado simplemente “porque sí” y que, después de millones de años, por pura casualidad, surgió una enciclopedia. No sé qué piensan Ustedes pero a mi me parece que ante una hipótesis como ésa Occam sonreiría, sacudiría la cabeza, y me diría: “Si tenía una intención y además era inteligente, millones de martillazos durante millones de años son demasiadas entidades y, además, resultan innecesarias para explicar tu enciclopedia.” Y, si no era inteligente y martillaba a ciegas, ¿dónde están los millones de teclados rotos y las miles y millones de palabras y letras sin sentido que el proceso necesariamente tuvo que producir a lo largo de su evolución? Porque resulta ser que ni la paleontología ni otras disciplinas nos ofrecen pruebas para sustentar la hipótesis de esos millones de “teclados rotos” o “actos fallidos” por los que la evolución necesariamente habría tenido que pasar para lograr – por pura casualidad – la síntesis de proteínas y ácidos nucleicos celulares que hoy podemos observar y estudiar.

La cuestión es que los sistemas complejos, ya sean irreductibles o no, se llevan muy mal con el azar, que es – no lo olvidemos – el caballito de batalla predilecto del evolucionismo secular. Estos sistemas apuntan mucho más a lo que Behe, Dembski y varios otros científicos denominan “Diseño Inteligente”.  Si existen sistemas de complejidad irreductible que no pueden ser explicados por evolución gradual, todas las probabilidades apuntan hacia un diseño. Y si existe un diseño, las probabilidades apuntan decididamente hacia un diseñador inteligente.

La existencia de un diseñador inteligente, por supuesto, no significa que no existió o que no existe la evolución. Lo que significa es que la evolución obedece a un propósito. El elefante actual puede muy bien estar emparentado con el mamut prehistórico y es muy probable que haya descendido de él por evolución. Y lo mismo sigue siendo perfectamente aplicable a muchas otras especies.  Lo que en gran medida hay que replantearse es el papel que pudo haber jugado el famoso azar en el desarrollo y la evolución de la Vida.

¿A qué nos lleva todo esto?

Pues, por de pronto, a considerar a la bioquímica y a la biología desde un punto de vista completamente diferente de cómo las habíamos venido considerando hasta ahora. La microbiología y la bioquímica pueden fácilmente hacer por la biología y muy especialmente por la genética algo similar a lo que la física atómica hizo por la química y la física hace apenas unas cuantas décadas atrás.

Al principio, el materialismo secular concibió a la genética como un determinismo. Hasta principios y mediados del Siglo XX muchos antropólogos, biólogos y hasta sociólogos creyeron en que los cromosomas y los genes determinaban por completo a un ser humano. Luego, cuando se hizo evidente que esa concepción resultaba exagerada y – sobre todo – cuando se cayó en la cuenta que este determinismo contradecía muy seriamente al igualitarismo por un lado y, por el otro, tendía a destruir las tesis que afirmaban la casi exclusiva influencia del entorno y de la educación sobre el desarrollo humano, se produjo un giro de 180 grados, el péndulo se fue al otro extremo y durante décadas la palabra “genética” pasó a ser una casi mala palabra.

Poco a poco, sin embargo, el péndulo vuelve a su punto de equilibrio y la genética recupera el sitio que le corresponde. Entre los años ’70 y ’90 del siglo pasado, por ejemplo, en medio de la furiosa controversia desatada alrededor de la heredabilidad de la inteligencia, hasta se dio el curioso caso de académicos que defendían a ultranza la tesis de que el desarrollo humano estaba completamente determinado por la educación – presuponiendo, además, la infinita educabilidad del Hombre – mientras, en la vereda de enfrente, toda una serie de investigadores trataban de hacerles entender que herencia y medio forman una pareja indisoluble y lo que hay que hacer es tratar de establecer los alcances y la medida en que ambos factores influyen en el desarrollo humano. En otras palabras: para defender las tesis políticamente correctas se recurrió (y a veces se sigue recurriendo aun al día de hoy) a un determinismo ambiental para oponerse a un supuesto determinismo genético que ningún investigador serio sostiene. Así, cuando por ejemplo R. Herrnstein y C. Murray demostraron con una apabullante cantidad de estadísticas y de análisis matemáticos que la herencia ejercía una influencia no menor al 40% y no mayor del 80% en la conformación de la capacidad cognitiva [20], académicos como S.J. Gould pusieron el grito en el cielo y llamaron en su auxilio a toda la maquinaria periodística para desacreditar el trabajo, aun a pesar del más que amplio margen indicado en los porcentajes.

La mala suerte de estos personajes fue que la parte sustancial de los investigadores serios no se dejó intimidar por el griterío. En 1990, con un presupuesto de 3.000 millones de dólares y un plazo de realización previsto de 15 años, nació el Proyecto Genoma Humano con el objeto de determinar la secuencia de la estructura química del DNA e identificar, o “mapear”, los más de 20.000 genes que hacen al genoma del ser humano.

El proyecto en sí finalizó en Junio del 2003, dos años antes de lo planeado, y ahora nos encontramos en la fase de interpretar el genoma; algo que recién ha comenzado, pero que ya resulta muy prometedor sobre todo en el área de la medicina. En las palabras del Dr. Carlos de Céspedes M., ex-decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Costa Rica: “ (...) la meta del Proyecto Genoma Humano es tratar de entender las bases genéticas no sólo de las enfermedades raras, en que una mutación en un solo gen es suficiente para provocarlas, sino de enfermedades más comunes como la diabetes, la hipertensión arterial, la enfermedad arterial coronaria o los trastornos mentales más comunes. (...) De hecho, se ha visto que los genes están involucrados en la susceptibilidad o resistencia inclusive a enfermedades infecciosas como la tuberculosis o la lepra. Una observación notable es que algunos individuos repetidamente expuestos al virus HIV, no desarrollan SIDA, o lo hacen más lentamente, porque tienen ciertos factores genéticos que los protegen del virus.”  [21]

Pero aparte del área específicamente médica, es fácil prever que los conocimientos que vayamos obteniendo en el campo de la microbiología y la genética tendrán, más temprano que tarde, un fuerte impacto también en otras áreas y disciplinas como la psicología y la sociología. De modo que, por un lado, se abren aquí perspectivas para grandes avances largamente esperados como, por ejemplo, tratamientos más efectivos del cáncer o la enfermedad de Alzheimer. Pero la contrapartida que no puede ser pasada por alto es el ingreso a una zona altamente riesgosa, como la clonación y la manipulación genética, cuyos límites éticos y morales no están para nada claros y, lo que es peor, cuyos resultados y consecuencias estamos muy lejos de poder determinar.

 

Cultura, educación y sociedad

Es que buena parte de lo que hagamos durante las próximas décadas y aún los próximos siglos depende muy fuertemente de qué mundo queremos construir y a qué sociedad queremos pertenecer. Y en cuanto a esto, los datos del mundo y de las sociedades actuales son confusos, por decir lo menos. 

Por de pronto tenemos un tremendo problema en el área de la actividad laboral y profesional. La tecnología está haciendo desaparecer aquellos puestos en dónde, hasta hace algunos años atrás,  la capacitación y los conocimientos requeridos se aprendían en el mismo lugar de trabajo. En otras palabras: estamos perdiendo aquellos puestos de trabajo que requerían conocimientos simples y, si bien todo el mundo se llena la boca hablando de la necesidad de capacitar, re-capacitar, adiestrar y educar a la mano de obra disponible, la cruda verdad es que, por un lado nuestras estructuras pedagógicas y educacionales están fracasando estrepitosamente en el intento y, por el otro, la automación y la tecnotrónica están levantando cada vez más la altura de la barrera de acceso al mercado laboral. Es cierto que hoy hay más trabajo para programadores, analistas de sistemas, ingenieros y expertos en comunicaciones. Pero, mientras por un lado la cantidad de estos nuevos puestos sigue siendo sustancialmente menor a la cantidad de los puestos destruidos y que antes ocupaban obreros de fábrica especializados y no-especializados, por el otro lado, el sistema educacional ha fracasado poco menos que rotundamente en su promesa de convertir a este obrero en un empleado capacitado para las nuevas actividades. Ya sería hora que los docentes, en lugar de esconderse siempre detrás del argumento de los bajos presupuestos, confesaran públicamente que no pueden cumplir con lo que prometen.

El resultado de esta tendencia es que, mientras una parte de la mano de obra disponible se está desplazando de la fabricación hacia las áreas de servicios, buena parte de quienes antes estaban en el área de la fabricación se están desplazando hacia la marginalidad; ya sea porque no encuentran un lugar en la nueva estructura, ya sea porque no logran alcanzar el nivel de capacitación requerido. Y lo más irritante de esto es que la situación era perfectamente previsible ya desde, por lo menos, la década de los ’80 del siglo pasado. Si docentes, psicólogos y sociólogos no hubieran insistido tanto y tan obcecadamente en la hipotética capacidad del sistema educativo para convertir a cualquier badulaque en un casi Einstein, y si la política no hubiera construido casi ciegamente sus ideologías y sus dogmas sobre esta hipótesis, nos hubiésemos ahorrado un elevadísimo porcentaje del problema. Porque casi exactamente la actual situación es la que se podía prever de los análisis de estratificación social realizados por Eysenck, Herrnstein y muchos otros.

Es que la cuestión de la estratificación social no puede ser resuelta con voluntarismos y con utopías. Menos aún con voluntarismos más utopías. El orden natural de las cosas impulsa a que los más capaces prosperen y los menos capaces se queden atrás. Y esto tiene muy poco que ver con doctrinas clasistas o con darwinismo social; simplemente es así desde hace más de dos millones de años. Y la prueba de ello está en que aun hoy, a pesar de toda la logorrea ideológica, difícilmente alguien se atrevería a calificar de injusta una situación en la cual los más capaces obtienen mejores posiciones que los menos capaces.

Lo que sucede es que a esta tendencia natural le hemos puesto desde siempre unas cuantas dificultades en el camino. Además, nuestras definiciones de “capacidad” han sido siempre por demás elásticas y han  admitido toda una gama bastante amplia de interpretaciones y relativismos. Sin embargo – más allá de calificaciones éticas, morales, religiosas, o jurídicas – la aptitud para resolver problemas, el talento para descubrir interrelaciones, la visión para ver más allá de lo aparente, el don de la previsión y el saber posponer lo inmediato en función de objetivos a más largo plazo – en una palabra: todas aquellas capacidades que, de una manera u otra quedan abarcadas por lo que Spearman [22] llamaba el “factor g” (por general intelligence o inteligencia genérica) – fueron y siguen siendo al menos el núcleo central de eso que, en términos muy amplios, podemos llamar “capacidad”.

En materia de estratificación social, el papel de esta capacidad genérica ha dependido de un modo muy fuerte de la llamada “movilidad social”, un factor que resulta variable de acuerdo con la estructura y la cultura de las distintas sociedades. Así, por ejemplo y para tomar dos extremos muy amplios, en sociedades rígidamente estructuradas en castas es prácticamente imposible que las personas capaces lleguen a traspasar la barrera de la casta a la cual pertenecen por nacimiento mientras que en sociedades más “meritocráticas” la capacidad es una garantía medianamente razonable del ascenso – pero también del descenso – social.

El hecho es que, como ha quedado demostrado en un sinnúmero de estudios, el “factor g” es, en buena medida, heredable y debido a ello, responde bastante bien a las leyes de la genética.  Y esto no quiere decir – como suponen algunos – que en una “meritocracia” los hijos de los capaces quedarán siempre arriba y los de los menos capaces quedarán condenados a quedar siempre abajo. Esta es justamente la visión de los que no conocen en absoluto las tendencias genéticas. Si se dejase absolutamente a la naturaleza seguir su curso y la posición social estuviese absolutamente determinada por la capacidad, lo que sucedería sería que muchos hijos de personas capaces descenderían de nivel mientras que muchos hijos de personas menos capaces ascenderían por la escala social. Y esto por un fenómeno que los genetistas conocen muy bien y que es la tendencia de la regresión a la media. Según la misma, en toda población existe la tendencia a que los descendientes de progenitores ubicados a ambos extremos de la curva de distribución normal se aproximen progresivamente a la media promedio estadística de la población general.

En estructuras sociales relativamente rígidas, como por ejemplo la de la Europa medieval, lo que sucedía era que personas relativamente muy inteligentes – o por lo menos más inteligentes que la mayoría de los miembros de su estrato – se quedaban por regla general en el estrato al cual pertenecían. Esto, individualmente y a primera vista puede parecer muy injusto pero, socialmente, lo que produce es un aumento del nivel general de capacidad del estrato en cuestión. Un estrato de artesanos en dónde los más capaces siguen siendo artesanos, indiscutiblemente lo que tiene que producir es un aumento del nivel de capacidad promedio de los artesanos como capa social. Y lo mismo se aplica, por supuesto, a los demás estratos sociales.

En cambio, en estructuras sociales más elásticas, los más capaces abandonan por regla general el estrato al cual pertenecen por nacimiento; “prosperan” en el sentido económico, social y hasta cultural de la palabra, para terminar en algún estrato de mayor nivel. Y viceversa: los menos capaces fracasan con frecuencia en las actividades que les exige su posición y terminan descendiendo a algún estrato más bajo. En sociedades así es perfectamente posible que el hijo del comerciante o del profesional termine siendo un poderoso empresario y, por el contrario, el hijo del poderoso empresario dilapide la fortuna heredada del padre y termine como profesional o comerciante, o hasta como simple empleado.

Pero si alguno de Ustedes piensa que éste es justamente el tipo de sociedad en la que vivimos, lamentablemente tengo que advertirle que se equivoca. Lo que acabo de describir son tendencias. Es posible que se verificarían en el largo plazo aun con las actuales condiciones pero, Keynes dixit, cuando se verifiquen – si es que se verifican – ya estaríamos todos muertos porque sobre estas las tendencias influye toda una serie de otros factores imposibles de ignorar.

Por un lado, los estratos superiores tratan siempre de proteger a su prole del descenso social. Esto es lógico, natural e inevitable. A nadie le puede agradar la idea de que su hijo termine en una posición peor de la que uno ha logrado. Por el otro lado, los estratos inferiores tratan siempre de empujar su prole hacia arriba. Y esto es exactamente tan lógico, tan natural y tan inevitable como lo anterior. A nadie le puede dejar de agradar tampoco la idea que su hijo alcance un nivel de vida algo mejor del que uno ya consiguió. Pero lo que sucede en nuestras sociedades actuales es que estas tendencias naturales se han exacerbado a tal punto y se han exagerado del tal modo que todo el proceso está artificialmente distorsionado.

Por un lado, los estratos superiores de la sociedad capitalista reclutan sistemáticamente a los más capaces con una intensidad tal que el estrato académico y profesional se ha convertido en una verdadera aspiradora que succiona toda la capacidad que encuentra en los demás estratos. Por el otro lado, el aparato educativo y el sector docente, aferrándose a la hipótesis de la infinita educabilidad del ser humano y – simultáneamente – disimulando sus fracasos y sus falencias mediante el expeditivo recurso de aprobar hasta a los ignorantes,  alimenta esa aspiradora con los más capaces pero también con candidatos que en la vida real y por su falta de aptitud concreta, están prácticamente condenados al fracaso de entrada. Naturalmente, esa misma vida real se encarga después de hacer la selección de todos modos. Pero es una selección cruel, muchas veces no del todo justa, hecha a los porrazos, y con la cual al final de cuentas nadie está conforme. O, por lo menos, en la cual los relegados tienen muchos argumentos en su favor para no estar conformes.

A nadie se le dice que la escalera social, en todas las sociedades, no importa qué estructura se nos ocurra imaginar, siempre se angosta hacia arriba. Es que en la cúspide, y no importa ahora la sociedad que utópicamente nos imaginemos, siempre hay y siempre habrá lugar para unos pocos. Las decisiones finales que afectan o pueden afectar a toda la sociedad siempre estarán en manos de unos pocos. Lo contrario sería suponer una tribu de muchos caciques y pocos indios; un proyecto que sólo es posible en el ámbito de la fantasía, no en la dura realidad. Lo ideal, por supuesto, sería que estos pocos fuesen también los mejores y los más capaces. Pero aquí lo que interviene es el factor cultural que influye sobre la decisión de qué es “mejor” y qué es “capacidad” – o sea: ¿quiénes son los mejores y los más capaces? ¿Con qué criterios vamos a definir estos valores? Pocos me discutirán si digo que hoy una persona muy inteligente pero fría, desconsiderada, ambiciosa y cruel hasta la ferocidad tiene bastante más chances de prosperar que otra persona de la misma inteligencia pero amable, sobria, justa, respetuosa y honesta. Lo que sucede es que el “factor g” de Spearman nos indica inteligencia y capacidad cognitiva. Sencillamente no podemos dejar de lado que no nos indica capacidad moral, ni – mucho menos – calidad moral.

Por otra parte a nadie se le dice tampoco que lo de la infinita educabilidad del ser humano es tan sólo un mito. Todo lo contrario. Se nos repite como un mantra eso de que aprender “es fácil”; que “cualquiera puede”. Todo nuestro sistema educativo está edificado sobre la hipótesis de que cualquiera puede llegar a ser cualquier cosa con sólo proponérselo y hacer el curso adecuado. Y cuando el sistema falla rotundamente en cumplir con lo que promete, nuestros docentes pretenden disimular el hecho aprobando a todo el mundo y gritando por mayores presupuestos. El resultado es que llegan a la Universidad jóvenes que no saben diferenciar la hipotenusa de un cateto y se creen que pueden llegar a ingenieros o arquitectos con sólo asistir a clase. [23]  Es tan sólo natural que se irriten y se enojen cuando descubren que no es tan así. No deberíamos ni extrañarnos ni escandalizarnos por ello. Somos nosotros, los adultos, los que les estuvimos mintiendo un facilismo inexistente. [24]

Lo que tenemos hoy es un sistema económico-social que acapara para sí a los más capaces e inteligentes, colocándolos en los estratos más privilegiados y exigiendo aun de las personas básicamente moderadas un comportamiento cruel, desconsiderado y brutal cuando se trata de garantizar los márgenes de rentabilidad y de ganancias. De este modo todos terminamos creyendo que la totalidad de los empresarios y funcionarios de las altas gerencias son unos perfectos energúmenos a los que les importa un comino el resto de la humanidad. Varios lo son y no les importa, eso es indiscutible. Pero basta encontrarse con muchos de ellos en la intimidad, o simplemente en forma privada, para darse cuenta de que ése comportamiento profesional es – al menos en gran medida – forzado e impuesto por lo que el sistema espera y exige de ellos en función de la posición que ocupan. En una manada de lobos el no aullar con los lobos nunca es buena idea. 

Y lo que también tenemos es que esa misma sociedad, cuyos estratos superiores ofician de aspiradora de capacidades, es una sociedad que se despreocupa olímpicamente de todos aquellos estratos que ya no tienen capacidades aprovechables para ofrecer. Y puede darse el lujo de despreocuparse de ellos porque la base social ya no es la que sustenta el sistema como lo hacía el campesinado hasta fines del Siglo XIX y el proletariado industrial hasta hace mediados del Siglo XX.

En el sentido estricto de los términos – es decir: tal como al campesinado lo entendió el mercantilismo del Siglo XVII y como al proletariado lo entendió el socialismo del Siglo XVIII – el campesino desapareció con la industrialización y el proletario con la automación y la robótica. Al sistema actual lo sustenta un relativamente ensanchado estrato medio que lucha por ascender – o al menos por no descender – y que está encuadrado y dirigido por un delgado estrato superior al cual lo único que le importa es el dinero y el Poder en el cual este dinero se puede traducir. Lo que queda por debajo de ese estrato medio es, para el sistema actual, un remanente descartable, marginable, alimentado en todo caso con dádivas y subsidios para que no grite demasiado, y relativamente útil en todo caso como un sector del mercado de consumo con escaso poder adquisitivo y como masa de votantes manipulable a través del aparato mediático y la demagogia. Alternativamente, resulta un sector medianamente controlado ya sea a través de la corrupción de sus más que incapaces dirigentes, ya sea mediante la tolerancia de la vociferación de utopías míticas tan delirantes que sólo sirven como válvula de escape permitida para descarga de la irritación general.

Tenemos, pues, varias cuestiones identificadas aquí. Por un lado, existe un entorno cultural que otorga méritos y posibilidades de ascenso a personas cuya conducta carece de genuina aprobación moral desde el momento en que está basada en valores que prácticamente nadie acepta como tales.  Por el otro lado tenemos una movilidad social tan frenética y tan artificialmente fomentada que directamente se roba y pervierte a los más capaces, condena al fracaso a los que se les mintió una capacidad que no tienen, y poco menos que abandona a su suerte a todos los demás. Por arriba el sistema se rige por pautas exclusivamente plutocráticas y por abajo impera el permisivismo – sentimental o indiferente – de la ley del más fuerte o del más corrupto.

A partir de este análisis no es muy difícil ver el probable final de la historia. Este sistema socioeconómico, así como está, carece de viabilidad a largo plazo.  Estamos en una situación en la que una enorme máquina de producción, girando casi en piloto automático ya que hacen falta relativamente pocas personas para supervisarla, vomita toneladas de productos sobre una sociedad en la cual solamente un artificialmente agrandado estrato medio tiene el suficiente poder adquisitivo para comprarlas; y ese estrato medio se ha hinchado tanto precisamente porque invertimos más tiempo, energías, esfuerzo y dinero en vender, administrar y promover que en fabricar y producir. Nos encontramos en la paradoja de que técnicamente podríamos con facilidad producir el doble o el triple de lo que producimos pero no lo hacemos porque no hay quien pueda comprar lo producido. O mejor dicho: los que podrían consumir esa producción no tienen el dinero necesario para comprarla.  Y no tienen ese dinero porque no tienen el trabajo con el que lo podrían ganar. Y no tienen ese trabajo porque no tienen la capacitación requerida. Y no tienen esa capacitación, o bien porque la misma supera sus posibilidades personales, o bien porque el sistema educativo es incapaz de proveerla, o bien por ambas cosas a la vez.

Esta sociedad, que con la Revolución Industrial comenzó siendo una sociedad de fabricación; que después de la Segunda Guerra Mundial fue una sociedad de consumo y que hoy es una sociedad de ventas y administración,  se dirige en forma lenta pero segura hacia un callejón sin salida. Personalmente pienso que podría encontrar la salida generando muy grandes y muy ambiciosos proyectos dentro de cuyo marco – quizás renunciando parcialmente al empleo de alta tecnología en algunas áreas de operaciones sencillas – habría cabida para tareas que no requieren una mano de obra altamente capacitada. La tecnología para proyectos de este tipo está absolutamente disponible y la ingeniería financiera necesaria para lanzarlos y sostenerlos es perfectamente posible de diseñar. Pero, por desgracia, no tengo más remedio que ser – medianamente – pesimista en esto. No creo que la plutocracia actualmente en el Poder esté dispuesta a transitar por ese camino. La experiencia nos señala con claridad que la plutocracia prefiere recurrir a la guerra para tratar de controlar los conflictos que ella misma origina antes que dedicarse a generar proyectos de gran envergadura con los que podría resolverlos.

En consecuencia y en el corto plazo, el sistema está condenado a fuertes sacudones. Más allá de las oscilaciones cíclicas, típicas e inherentes al sistema capitalista, el cielo del corto plazo se presenta cubierto de unos cuantos nubarrones. Por de pronto, hay un grueso problema financiero sin resolver. El área del dólar está crujiendo por los cuatro costados; en parte por problemas financieros específicos que afectan a la economía norteamericana pero en parte, también, por la estrecha relación que hay entre una demanda energética en fuerte y constante aumento y el dinero con el que se paga esa energía en el mercado internacional.

Bastante interrelacionado con esto está el problema ya señalado de la producción versus carencia del poder de compra. Un tercio de la humanidad produce bienes y servicios y los dos tercios restantes carecen del dinero para comprarlos. Con el agravante de que el tercio productor es el que dicta las condiciones del mercado, migra la producción hacia zonas en dónde puede lograr la mayor rentabilidad con la menor inversión y, encima, saquea las zonas no productivas llevándose commodities  y materias primas al menor precio posible mientras recicla las ganancias financieras por el circuito internacional con lo que bastante poco de la renta generada en las zonas subdesarrolladas vuelve a las mismas para alimentar inversiones o reinversiones.

Y, por si lo anterior fuese poco, en aquellas áreas del planeta que tratan de salir de este circuito perverso y en dónde – aunque más no sea tímida o incluso torpemente – se intentan construir sistemas socioeconómicos o políticos alternativos, la plutocracia no tiene mejor idea que recurrir a la fuerza bruta y a las represalias económicas para mantener la situación bajo control insistiendo en la implantación forzada del liberalcapitalismo de cuño norteamericano.

Con ello, al conflicto socioeconómico se le agrega un conflicto geopolítico y etnocultural que en algunos lugares ya ha estallado y en otros constituye una caldera a presión sobre cuya válvula de seguridad los EE.UU. insisten en sentarse. [25]

 

Política internacional

Comencemos con una tautología: el panorama político internacional actual se caracteriza por el riesgo de una alta inestabilidad, producto de serias probabilidades de conflicto. No pretendo, por supuesto, presentar esto como un descubrimiento. Cualquiera de Ustedes, con sólo abrir algún diario, puede verificarlo. La cuestión, pues, no es la de señalar los riesgos sino, dentro de lo posible, investigar causas y – sobre todo – tratar de determinar hacia dónde apuntan los datos disponibles.

Desde que Huntington hablara del “Choque de Civilizaciones” varios se han acoplado a esta visión. De hecho, hay unos cuantos argumentos bastante sólidos para sustentar la tesis de que el conflicto ideológico del siglo XX se está transformando en un “conflicto entre civilizaciones”. El problema, sin embargo, al menos en mi humilde opinión, es que no resulta tan fácil definir exactamente el concepto de “civilización” y, además, tampoco me parece razonable suponer que “conflicto entre ideologías” y “conflicto entre civilizaciones” sean dos conceptos excluyentes. De última, nada le impediría a una “civilización” tener, o estar impulsada por, una “ideología”.

Lo que sí veo es una tendencia hacia el “encapsulamiento” de varias sociedades que buscan encerrarse – como mínimo culturalmente – en sus valores tradicionales y resistir de esta manera los intentos de uniformización global. Esta tendencia ya fue detectable después del colapso de la URSS en 1989 cuando buena parte del imperio soviético se fisuró y se desmembró  (en mi humilde opinión, en contra de lo esperado) a lo largo de líneas etnoculturales tradicionales, sobre todo en Europa oriental – algo que posibilitó nada menos que la reunificación de las dos Alemanias. Se hizo después, más visible aún en Medio Oriente y en el conflicto en las áreas dominadas por el Islam. Y sigue haciéndose sentir incluso en América con países que resisten, ya sea abierta o pasivamente, a la niveladora política y cultural de los norteamericanos.

La globalización de los años ’90 del siglo pasado consiguió impregnar el ámbito internacional con una misma tecnología, un mismo criterio económico y un mismo sistema de producción, comercialización y financiación. Lo que no consiguió – tal como lo esperaban muchos de sus promotores – fue universalizar la cosmovisión, los valores culturales, la filosofía y la mentalidad de quienes promovieron esa globalización. De este modo, la globalización capitalista resultó un éxito económico y tecnológico pero quedó atascada en el campo cultural y social. No se produjo, de ningún modo, el “fin de la Historia” que creyó percibir F. Fukuyama.

Esto, por supuesto generó tensiones y lo previsible es que los siga generando. En la enorme mayoría de las sociedades el nivel de desarrollo tecnológico, la arquitectura social, los valores culturales y los criterios de conducción política deben guardar entre si una relación armónica (y bastante delicada) para que todo el organismo social funcione sin fricciones graves.

Hay excepciones, por supuesto. Una de ellas es China. Pero, para entender el caso chino, lo primero que hay que saber es que la lógica china desconoce el principio de no contradicción desde hace siglos. Para el chino – y para muchos orientales, si vamos al caso – el ying y el yang coexisten; por supuesto que entendiendo estos conceptos en términos simbólicos. Y no es que coexisten como una especie de “síntesis” o “resultado provisorio” de contraposiciones o contradicciones. Coexisten precisamente porque, según la mentalidad oriental, resultan necesarios para el logro de una armonía estática que, a su vez, es percibida como un estado de perfección. El occidental considera las contraposiciones con criterio dinámico; el oriental las considera con criterio estático. El occidental ha visto en ellas siempre motivos de conflicto; el oriental las ve como elementos necesarios para el equilibrio de los opuestos. Para el occidental, una sociedad organizada sobre la base de un sistema político marxista y un sistema económico capitalista – es decir: un comunismo capitalista – es una contradictio in adjecto – una contradicción en los términos. Para China y para buena parte del Lejano Oriente es una experiencia posible y, quizás, hasta un camino para amalgamar ambos criterios.

Aquí lo que queda meridianamente en evidencia es la supremacía de lo cultural sobre lo estrictamente político. Algo que apunta a desmentir a Lenin y darle la razón a Gramsci en cuanto a su planteo básico de que la revolución cultural precede a la revolución política. Quisiera aclarar que no me considero, en absoluto, “discípulo” de Gramsci pero su tesis en cuanto a que, para conquistar a la sociedad política, primero hay que conquistar a la sociedad civil – y no a la inversa como pretendió Lenin – ha demostrado tener un anclaje bastante sólido en la realidad. [26] En todo caso, lo que Gramsci omitió decir – o quizás omitió ver – es que a una sociedad civil determinada no se la puede conquistar con cualquier teoría y menos aun es posible conquistar a todas las sociedades civiles con la misma teoría. La hipótesis ésa de que “si es bueno para nosotros, entonces tiene que ser bueno para todo el mundo” constituye un error garrafal.

La cuestión es que, entre otros, éste es exactamente el error que cometieron, y siguen cometiendo, los norteamericanos en Medio Oriente al tratar de imponerle a iraquíes musulmanes – para colmo a musulmanes enfrentados entre si – un capitalismo enmarcado en una democracia liberal copiada de la norteamericana. Ese mismo error fue el que cometió la Unión Soviética cuando trató de exportar su versión del marxismo a todos los demás países, especialmente a los de Europa Oriental. Y ese mismo error, también, lo cometieron los marxistas relativamente independientes en materia ideológica cuando intentaron exportar el socialismo marxista a Latinoamérica, al África y a otras regiones. Es que, sencillamente, las ideologías políticas no son un buen artículo de exportación.

Si bien es cierto que los Estados Nacionales, tal como los conocimos a lo largo del Siglo XX, están cediendo el paso a estructuras internacionales de mayor sentido geopolítico y geoeconómico, no menos cierto es que las culturas involucradas en este proceso tienden más a la autoafirmación que a la disolución .

Por de pronto, no hay que perder de vista una cosa: muchos países fueron – y algunos todavía son –meras ficciones cartográficas construidas por la diplomacia de las grandes potencias. Países como Yugoslavia o Checoslovaquia se construyeron artificialmente sobre mesas de negociaciones y sus artífices fueron políticos cuya miopía hoy nos parece casi increíble. No es ningún milagro, pues, que luego del colapso soviético estas construcciones se desmoronaran en sus componentes etnoculturales originales – pacíficamente como en el caso de Checoslovaquia o luego de matanzas y “limpiezas étnicas” como en el caso de Yugoslavia. Como ya quedó señalado, en el seno mismo de la ex-URSS sucedió algo muy similar: la dictadura del proletariado internacional nunca consiguió eliminar la segmentación etnocultural del imperio soviético y la Federación Rusa actual – luego de haber tenido que soportar la independencia de Ucrania – ha tenido que reconocer que “el problema de las nacionalidades”, como se lo denominaba en tiempos de Stalin, es un hecho imposible de obviar.

Lo que se observa, pues, es una reafirmación de identidades etnoculturales por un lado y una tendencia a la aglomeración continental o regional por el otro.  La República Checa, la República Eslovaca, Ucrania, el mosaico de países en los Balcanes, el reconocimiento de que Rusia es una “Federación” y ya no una “Unión”, los acuerdos entre Gran Bretaña e Irlanda, la persistencia en España de la cuestión vasca, el resurgimiento de la cultura céltica, son todos hechos (y podrían señalarse varios más) que apuntan a una revalorización de componentes etnoculturales.  Por el otro lado, grandes construcciones socioeconómicas (y en alguna medida también políticas) como la Unión Europea, el NAFTA, el Mercosur, la Comunidad Económica Africana, la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN) y muchos otros que sería realmente tedioso enumerar, apuntan – aun a pesar de grandes altibajos y desarrollos muy dispares – a integraciones regionales con fines principalmente económicos y geopolíticos.

Podría pensarse en que estas dos tendencias resultan contradictorias. De hecho, en alguna medida y desde cierto punto de vista lo son. Para citar tan sólo el caso de la Unión Europea, se han suscitado – y de seguro se seguirán suscitando – ásperas controversias y acaso algún que otro conflicto. Pero hay, así y todo, varios hechos que sería imposible pasar por alto.

El primero de ellos es que el fenómeno de la liquidación de las ficciones cartográficas inventadas por las otrora grandes potencias también funciona – o al menos podría funcionar – al revés. No es tan sólo que países “armados” sobre la mesa diplomática pueden disgregarse en sus partes componentes, como fue el caso de los ya apuntados. También puede muy bien darse el caso de que, en la estela de la construcción de grandes unidades económico-comerciales, se borren algunas balcanizaciones que también fueron alguna vez impuestas por las grandes potencias; ya sea por miopía, por ignorancia, por simple estupidez política, o deliberadamente siguiendo el antiquísimo principio del divide et imperat. Éste muy bien podría ser el caso no sólo de buena parte del África sino también de, por ejemplo, nuestra América del Sur, cuya configuración actual es producto, en buena medida, de la balcanización del Imperio Español a manos de la política exterior británica. Aquí, un Mercosur inteligentemente instrumentado y sorteando hábilmente las imposiciones norteamericanas podría darle a la región el poder geopolítico que está perfectamente en condiciones de adquirir. Aunque, noten por favor que dije “podría”. No es que me haga muchas ilusiones en el corto plazo, y menos todavía con los actuales políticos.

El segundo punto es que la diversidad molesta menos a los grandes organismos políticos que a los pequeños. Si hay una característica que ha diferenciado a los auténticamente grandes imperios ésa fue su capacidad para gobernar a la diversidad. Entre otras cosas, también por ello me resisto a concebir a los EE.UU como un “imperio” porque, si hay algo que los norteamericanos no saben hacer – ni dentro ni fuera de su país – eso es justamente gobernar una diversidad. Todavía creen que con tolerarla y garantizarla jurídicamente es suficiente.

Con todo, unidades multiculturales como la europea actual están bastante bien orientadas en este sentido. Hace menos de cien años atrás una cuestión como la de Alsacia y Lorena todavía podía hacer que alemanes y franceses se agarraran a los cañonazos y durante siglos el objetivo principal de la política exterior francesa consistió en impedir, o al menos dificultar, la unificación alemana. La contracara es que, después del colapso soviético, Alemania logró su reunificación sin ningún contratiempo diplomático digno de mención. En Europa, sobre todo entre la juventud europea, está comenzando a penetrar el concepto de que el interés común está por encima de los egoísmos particulares. No es que no queden vestigios de chauvinismo. Pero, por un lado la juventud europea está cada vez menos dispuesta a prestarle oídos y, por el otro lado, la reafirmación de una identidad cultural, presenta mucho menos riesgo de degenerar y convertirse en un problema político cuando está dentro de un contexto más amplio que la contiene y la integra. La Unión Europea presenta muchas aristas debatibles y está todavía ante muchas cuestiones bastante críticas por resolver. Pero, en términos generales, los datos concretos indican que la mayoría de los europeos está poco a poco llegando a la conclusión de que es mejor tenerla que perderla.

El tercer punto es que el “choque de civilizaciones” bien podría transformarse en una “cooperación entre civilizaciones” si miramos la cuestión desde una perspectiva regional y continental. En esto la palabra quizás más crítica la tiene hoy Rusia. Durante muchísimo tiempo los intelectuales rusos han señalado que, en algún momento, Rusia tendría que decidir si quiere constituir la avanzada de Asia en Europa o bien si, por el contrario, quiere ser la avanzada de Europa en Asia. Durante el régimen soviético fue claramente lo primero. Desde que se convirtió en Federación, y sobre todo desde que Putin tomó las riendas del Poder, la política exterior rusa ha demostrado tener un pragmatismo y una elasticidad que la soviética no tuvo ni siquiera en sus mejores momentos. Siendo esto así, no es una fantasía demasiado audaz especular con que Rusia puede llegar a caer en la cuenta que su posición geopolítica tiene un valor no explotado como eslabón entre el Asia y Europa; más específicamente: entre China y Europa. Podría muy bien superar el dilema de ser la avanzada de alguno de los dos convirtiéndose en el nexo geoestratégico entre ambos. Si Rusia se da cuenta de esta posibilidad y sus dirigentes políticos consiguen plasmarla en hechos concretos, podríamos asistir a la construcción del bloque geopolítico más poderoso de la Historia de la humanidad. Sería una bastante mala noticia para nosotros los sudamericanos porque, en un caso así, a los EE.UU. no les quedaría más remedio que replegarse sobre su propio continente y, si ello ocurre, nuestro margen de maniobra se estrecharía en forma considerable. Pero la posibilidad existe y sería más que saludable tenerla en cuenta.

Por último, un proceso de revalorización etnocultural unido a – o en medio de – otro proceso de regionalización continental también puede ser una buena oportunidad para replantearse toda una serie de paradigmas políticos. La democracia liberal, dominada desde afuera por una estructura plutocrática, es una construcción política con bastante escasas posibilidades de obtener logros políticos concretos. El prácticamente universal descrédito del que gozan los políticos en casi todo el mundo es – entre muchas otras cosas – un indicador bastante seguro de que nuestro sistema político, basado en ideologías y conceptos que tienen ya una marcada obsolescencia, se encuentra en crisis. La palabra “democracia” es, hoy por hoy, algo que hace muchos años atrás uno de mis maestros llamaba “concepto de goma”: resulta tan elástico que puede llegar a significar cualquier cosa. El hecho es que, mientras todos los politicastros se llenan la boca hablando de “democracia” y tratan de desprestigiar a su circunstancial adversario acusándolo de “antidemocrático”, cada uno entiende el término como se le ocurre, o como le conviene. Y lo mismo sucede con los periodistas y los intelectuales que riegan generosamente de términos democráticos a todo lo que les gusta y acusan virulentamente de antidemocrático a todo lo que les desagrada. De esta forma y a los efectos prácticos, la democracia no es hoy mucho más que la dictadura de algunos demócratas.

O, más precisamente, la de algunos plutócratas que son los que pagan las campañas electorales de los políticos democráticos. Excepción hecha, claro está, de los muy democráticos políticos argentinos que se autofinancian mediante dinero robado al Estado con lo que todo el mundo conoce como “la caja” política. Es que la “viveza criolla” no sólo permite sortear la ley; permite incluso sortear a los que pagan las leyes...

El problema está en que, por más discursos oficiales que se pronuncien y por más que se difunda la perorata por los medios, la experiencia indica que los sistemas ineficaces e ineficientes terminan derrumbándose a la corta o a la larga. Y después del derrumbe queda muy poco del contenido ideológico del sistema fracasado. En el ámbito de la Unión Soviética, desde 1918 hasta 1989 se implementó una intensa, sistemática, constante y omnipresente campaña de adoctrinamiento.  Fueron setenta años de adoctrinamiento masivo. Más de dos generaciones pasaron por esa escuela. En los países de Europa Oriental fueron 44 años – desde 1945 hasta 1989 – prácticamente dos generaciones. ¿Y qué ha quedado de todo ello? Muy poco. Con sólo algo de pesimismo uno hasta podría decir que, desde el punto de vista estrictamente ideológico, casi nada.

El sistema liberalcapitalista ha demostrado tener mayor capacidad para soportar sus ciclos y las crisis que las falencias del propio sistema generan. Pero, por un lado, las crisis presentan una notoria tendencia a agudizarse y, por el otro, las corrientes culturales que se empiezan a generar apuntan hacia objetivos sensiblemente diferentes de los exigidos por el sistema. Lo que estas corrientes culturales no tienen aun es experiencia política práctica concreta y las pocas experiencia políticas que se están intentando avanzan todavía poco menos que a los tropezones, trabadas por los preconceptos y loa prejuicios que aun subsisten.

Pero una nueva cultura, con nuevas ideas y con nuevos objetivos está naciendo. Lo que sucede es que no se la ve ni en los medios masivos de difusión, ni en los círculos académicos oficiales, ni – mucho menos – en las esferas políticas partidarias. Para tomar contacto con ella hay que tomar el camino de la tecnología informática. Porque la mayor parte está en Internet.

Sí, lo concedo: la Internet es un espacio enorme en dónde hay de todo; desde pornografía hasta teología, desde venta de ataúdes apenas usados hasta libros inhallables en las librerías. No cabe duda de que es fácil perderse por la “autopista informática”. Internet es la Biblia junto al calefón y por cierto que hay más calefones que Biblias. Pero, sabiéndola usar, es no sólo una mina de oro en cuanto a disponibilidad de conocimientos e información sino, además, una fenomenal vidriera en la que se exponen literalmente millones de ideas, proyectos, inquietudes, apreciaciones, opiniones y trabajos realmente muy serios. Hoy por hoy es el único lugar (bien que virtual) en dónde se ha concretado aquello tan cacareado de “publicar ideas por la prensa sin censura previa”. La tecnología ha logrado hacer realidad lo que el liberalismo siempre predicó pero rara vez practicó y la mayoría de la gente no se da ni idea del alcance que esta tecnología tiene.  Dedíquenle tan sólo unos minutos al siguiente cuadro:

 

 

ESTADISTICAS MUNDIALES DEL INTERNET Y DE POBLACION

Regiones

Población
( 2007 Est.)

% de la Población
Mundial

Usuarios, dato
más reciente

% Población
(Penetración)

% Uso
Mundial

Aumento
(2000-2007)

África

933,448,292

14.2 %

43,995,700

4.7 %

3.5 %

874.6 %

Asia

3,712,527,624

56.5 %

459,476,825

12.4 %

36.9 %

302.0 %

Europa

809,624,686

12.3 %

337,878,613

41.7 %

27.2 %

221.5 %

Oriente Medio

193,452,727

2.9 %

33,510,500

17.3 %

2.7 %

920.2 %

Norte América

334,538,018

5.1 %

234,788,864

70.2 %

18.9 %

117.2 %

Latinoamérica/ Caribe

556,606,627

8.5 %

115,759,709

20.8 %

9.3 %

540.7 %

Oceanía/ Australia

34,468,443

0.5 %

19,039,390

55.2 %

1.5 %

149.9 %

TOTAL MUNDIAL

6,574,666,417

100.0 %

1,244,449,601

18.9 %

100.0 %

244.7 %

Fuente: http://www.exitoexportador.com/stats.htm

 

Con un crecimiento del 244.7% en 7 años estamos hablando de un incremento del 35% anual. La cantidad de usuarios de Internet se está duplicando cada dos años. Un sitio de Internet, convencional y por demás modesto, con tan sólo un poco de habilidad para lograr su inclusión en los buscadores, puede perfectamente lograr más de medio millón de visitas al año y lograr que sean vistas más de 1.200.000 páginas. No hay libro ni editorial que pueda competir con esto y lo mejor de todo es que la enorme mayoría de los usuarios que navegan habitualmente son jóvenes a los cuales les interesan poco y nada los dogmas preconcebidos pero sí les interesan – y mucho – las propuestas viables y con sentido. Después de que estos jóvenes se hagan cargo de la actual sociedad – lo cual fatalmente habrá de ocurrir – no creo que quede mucho de unas cuantas cuestiones que hemos venido analizando hasta aquí.

De modo que no me tengo por hiperoptimista si digo que, en última instancia, el tiempo – aun a pesar de la previsión de Keynes en cuanto a lo que a mí en lo personal me toca – trabaja lentamente en favor de situaciones que pueden ser mucho mejores que la actual. Lo importante en este momento y a mi modo de ver es lograr el establecimiento y el arraigo de conceptos y de valores básicos, tendientes a forjar una cosmovisión que concuerde con las exigencias del Siglo XXI y que al mismo tiempo sea receptora de la amplia experiencia – tanto la buena como la mala – recogida a lo largo del Siglo XX. Sobre ese soporte cultural se pueden construir luego proyectos concretos, puntualmente adaptados a situaciones específicas, quizás primero dentro del marco unidades sociopolíticas más reducidas, mentalmente abarcables y más simples de administrar, gestionar y conducir que los grandes organismos políticos. Con la experiencia concreta recogida de esta manera, el campo puede quedar abierto a proyectos más ambiciosos y genéricos.

No será fácil. Pero estoy absolutamente convencido de que es posible.


Notas



[1] )- Cf. http://www.nasa.gov/mission_pages/exploration/main/griffin_why_explore.html

[2] )- First and Last Men - Olaf Stapledon - 1930; Seete Shock – Jack Wiliamson – 1949.

[3] )- Carl Sagan en la revista Science (1961) y en la revista Icarus (1973). En 1976 la NASA incorporó oficialmente lo que se dio en llamar “ingeniería planetaria”. Cf. Los trabajos de Joel Levine (1979); James Oberg (1979 y 1981) ; Christopher McKay (1982); James Lovelock y Michael Allaby (1984) además de los aportes de Robert Haynes, Robert Zubrin y su proyecto de “Mars Direct”, etc. etc. Cuando Griffin habla de “viajar hacia Marte” no está manifestando una romántica expresión de deseos. Se está basando en proyectos muy concretos y, en varios casos, altamente elaborados.

[4] )- Cf. http://www.bp.com/sectiongenericarticle.do?categoryId=9017890&contentId=7033493

[5] )- Cf. http://www.wwindea.org/home/index.php

[6] )- Entendiendo el término en su sentido común y corriente; no necesariamente en su estricto sentido filosófico.

[7] )- http://www.unodc.org/documents/wdr/WDR_2007/WDR%202007_Spanish_web.pdf

[8] ) - Informe Mundial 2007 sobre Drogas. Oficina Contra la Droga y el Delito de la ONU pág. 197

[9] )- Informe Mundial 2007 sobre Drogas. Oficina Contra la Droga y el Delito de la ONU págs. 223 y siguientes

[10] )- Cf. http://www.drugandalcoholfindings.org.uk/Boomerang.pdf

[11] )- Daniel Rosh, “Campañas mejicanas antidrogas: un tiro por la culata”, en http://www.drogasmexico.org/vcd_p02/rosh1.htm

[12] )- Lema de campaña antidrogas en Guatemala en dónde el 50% de los jóvenes entre 12 y 18 años ya experimentó con alcohol y cigarrillos y el 10% probó cocaína o marihuana. Cf. http://www.prensalibre.com/pl/2006/marzo/28/137985.html

[13] )- Según Karl Popper (austríaco, 1902/1994), una teoría puede ser considerada científica si, y sólo si, es falseable. Es decir: si, y sólo si, admite la prueba en contrario. No es cuestión de tomar la tesis de Popper en un sentido dogmático ya que admite algunas críticas. Pero como regla general es útil para una diferenciación práctica de lo que, en la gran generalidad de los casos, es una teoría realmente científica y lo que es meramente una simple hipótesis de trabajo.

[14] )- El título del libro hace referencia al hecho que para los conocimientos disponibles en la época de Darwin, la célula constituía algo muy similar a una “caja negra”. Se conocía su existencia pero se ignoraba prácticamente todo lo referente a sus muy complejas estructuras y funciones internas. Hoy, gracias a nuestros conocimientos de biología molecular, los bioquímicos como Behe están en condiciones de plantear cuestiones sobre las que Darwin simplemente no podía tener ni la más remota idea.

[15] )- "A single system composed of several well-matched, interacting parts that contribute to the basic function, wherein the removal of any one of the parts causes the system to effectively cease functioning” - Michael J. Behe, Darwin's Black Box: The Biochemical Challenge to Evolution, Simon & Schuster, 1996, pág. 39.

[16] )- William Dembski, No Free Lunch, pág. 285

[17] ) – Richard Dawkin, citado por Santiago Collado González en “Ciencia y Trascendencia: Intelligent Design”  , Universidad de Navarra, Seminario de Ciencia, Razón y Fe, Marzo 2005 - pág. 12.

[18] )- William of Occam (1285-1349). Su principio se conoce como el de “la navaja” de Occam porque tiende a “afeitar” de un cúmulo de explicaciones todas aquellas que en realidad resultan innecesarias. En un sentido extendido, su principio se emplea para considerar que, de dos explicaciones, una que emplea muchos argumentos intrincados y otra que utiliza menos argumentos directamente relacionados con el asunto, la última tiene muchas más probabilidades de resultar cierta.

[19] )- Es decir: por varias casualidades ocurriendo simultáneamente o en serie para producir un sistema complejo con una función determinada.

[20] )- Richard Herrnstein, Charles Murray: “The Bell Curve”, (1994) – Cf. También H.J. Eysenck: “The Inequality of Man” (1973),

[21] )- Cf. http://geosalud.com/Genoma%20Humano/genomahumanoymedicina.htm

[22] )- Charles E. Spearman (1863-1945)  Psicólogo inglés que se dedicó a los análisis estadísticos y que fue pionero del análisis factorial. Realizó trabajos fundamentales en el área de la investigación de la inteligencia humana, demostrando que todos los diversos tests de inteligencia reflejaban un único factor general al que denominó “factor g”. (Cf. http://psychclassics.yorku.ca/Spearman/)

[23] )- “Febrero de 2005. Apenas un mes después de egresar, los alumnos rinden en las universidades exámenes sobre los contenidos que vieron en la escuela. El índice de desaprobados es altísimo. Los docentes universitarios dicen que los alumnos no saben los temas básicos. Que la lectura de un texto les resulta un abordaje difícil. Que no comprenden las consignas. Que tienen dificultades para realizar interpretaciones […] Febrero de 2006. Los alumnos que un mes atrás egresaron del Polimodal rinden los exámenes de ingreso a la Universidad. El porcentaje de desaprobados vuelve a ser altísimo. Los docentes del Polimodal se enteran por los medios. Que los rectores de las universidades están cada vez más preocupados. Que ninguno de los cincuenta aspirantes que rindieron matemática logró aprobar el examen. Que la calificación promedio que alcanzaron fue de 1,50 puntos. El secretario académico de Astronomía, Felipe Wachlin, declara que los chicos salen con conocimientos sin afirmar y poco acostumbrados a la exigencia en la corrección […]” PRADELLI, A.;La calidad educativa es un horizonte que se aleja; en Clarín, jueves 23 de febrero de 2006, p.31

”Autoridades educativas bonaerenses y rectores y vicerrectores de 15 universidades se reunieron ayer durante varias horas para analizar cómo hacer que los jóvenes que salen de la escuela secundaria estén preparados para ingresar en la universidad o en el mundo del trabajo. […] Los rectores plantaron sus inquietudes y advirtieron sobre las dificultades que tienen los egresados de polimodal a la hora de dar el examen de ingreso a la universidad. El vicerrector de la universidad Nacional de la Matanza, René Nicoletti, dijo que sólo el 30% de los aspirantes a ingresar en esa casa de altos estudios logran su objetivo. Al resto tratamos de no dejarlos afuera, brindándoles orientación vocacional y una nueva oportunidad de dar el examen[…]”. LALAURETTE,S; Analizan los fracasos en el ingreso; La Nación, 15 de Febrero de 2006, p.11

“Un examen de matemática que se tomó a los alumnos de la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) terminó en un nuevo fracaso, ya que sobre 67 evaluados sólo aprobaron 8. Se trata de exámenes que al aprobarlos permiten saltear el curso de ingreso.La baja respuesta en una evaluación en la que, según las autoridades de esa facultad, se pide el manejo de contenidos que se ven en el secundario, tiene entre otros antecedentes cercanos, el resonante bochazo en el Observatorio (50 aspirantes a ingresar en las carreras de Astronomía y Geofísica reprobaron y dejaron un promedio de 1,50) de la semana pasada y otro en Ingeniería, en diciembre pasado (sólo 72 aprobados de 433 evaluados).Las fallas también se observan en la UNLP en otras asignaturas de las llamadas "ciencias duras" como Química, Física y Biología. En ese sentido, en Agronomía también se evaluó en Biología esta semana y reprobó un 40 por ciento de un total de 56 estudiantes, de acuerdo con lo indicado en la edición de hoy del diario "El Día" de esa ciudad.[…]”

Ahora el nuevo bochazo fue en Agronomía de la UNLP; 01/02/2006; en www.universia.com.ar “Sólo 40 de los 551 alumnos que se presentaron a rendir el tercer examen recuperatorio para el ingreso a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario lograron superar la prueba. Sólo aprobó el 7,5 por ciento de los postulantes.

Este recuperatorio no figuraba en los planes de las autoridades: fue una victoria de los estudiantes luego de varias s movilizaciones. En diciembre pasado se habían presentado 2.264 aspirantes y sólo habían aprobaron los exámenes 840 estudiantes. Así, tras conocerse los resultados del recuperatorio (40 pasaron los test) este año comenzarán la carrera 880 alumnos.[…]”
BRISABOA, J.; Otro bochazo en el curso de ingreso a Medicina de Rosario; en Clarín, 12 de Febrero de 2005.

[24] )- En Julio del 2003 una evaluación de la calidad educativa realizada por la UNESCO colocó a la Argentina, entre 41 países, en el puesto 33.  En Diciembre del 2007, es decir: cuatro años después, el Programa Internacional de Evaluación para Estudiantes colocó a la Argentina, entre 57 países, en el puesto 53. (Cf. http://www.lanacion.com.ar/976788). 

[25] )- Para un análisis más detallado del aspecto puntual de Medio Oriente, les pediría que consulten mi artículo “Jehová versus Allah”, disponible en http://ar.geocities.com/sitiomartos/

[26] )- Y no deja de ser sorprendente que esa realidad haya sido señalada por Gramsci, un hombre encerrado en una cárcel, y haya sido pasada por alto por Lenin, un activista nato, constante organizador y hasta hombre de Estado en sus últimos años. Quizás uno de los tantos ejemplos que servirían para sustentar la tesis que, para comprender al mundo, a veces lo mejor es alejarse de él a cierta distancia.

Navegadores
Inicio
Artículos
Ensayos
Libros
Varios
Catálogo
Dénes Martos 



Hosted by www.Geocities.ws

1