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El Riesgo Político

Cómo analizar y evaluar los riesgos políticos

 

Buenos Aires - Febrero 2001


INDICE

1.El concepto de riesgo

2.Caracterización del riesgo político

3.Los riesgos del ámbito político

3.1 La conquista del Poder

3.2 La conservación del Poder

3.3 La expansión del Poder

4. Conclusiones



1. El concepto de riesgo

Hay varias definiciones del concepto de "riesgo" pero la gran mayoría concurre en hacerlo equivalente a incertidumbre. Más específicamente: nuestra representación más inmediata del riesgo es la incertidumbre - o ignorancia - respecto de un evento desfavorable para nuestra actividad o para nuestras intenciones.

Esencialmente, hay riesgo en cuanto a un determinado evento cuando no sabemos o no podemos determinar alguna, o varias, de las siguientes cuestiones:

  • Si puede ocurrir en absoluto (incertidumbre de factibilidad)
  • Cuando ocurrirá (incertidumbre de tiempo)
  • Dónde ocurrirá (incertidumbre de lugar)
  • Cómo ocurrirá (incertidumbre de modo)
  • Cuantas veces en una determinada unidad de tiempo ocurrirá (incertidumbre de frecuencia)
  • Cuanto daño producirá (incertidumbre de severidad)

Más allá de su definición, el riesgo es percibido como un obstáculo que se interpone entre la actividad y el objetivo perseguido por esa actividad. En el caso de la política, la actividad se relaciona con el Poder de conducir a un organismo político hacia objetivos voluntariamente definidos y, por consiguiente, constituirá un riesgo todo aquello que amenace con hacer fracasar, ya sea el ejercicio de las funciones políticas, ya sea el logro de dichos objetivos, ya sea ambas cosas simultáneamente.

2. Caracterización del riesgo político

Definiendo el Poder como la capacidad de incidir efectivamente en el destino o devenir de un organismo político - y a la política como la actividad relacionada con ese Poder - se sigue que el riesgo político se relaciona con el Poder. De un modo concreto: se relaciona con la actividad que las personas, movidas por su voluntad de Poder, desarrollan con la finalidad de incidir en el destino de un organismo político.

Por ser una actividad necesaria y específicamente humana (sin seres humanos no hay política), la acción política resulta ser siempre consecuencia de decisiones humanas tomadas dentro del marco de una determinada cuantía de libertad o discrecionalidad. Al ser la actividad el fruto de decisiones - más o menos - libres, los riesgos del ámbito político son en su gran mayoría consecuenciales, como oposición a los riesgos causales, accidentales, súbitos, catastróficos o "actos de Dios". tales como p.ej. un terremoto, la erupción de un volcán, un huracán, una sequía, una inundación, una epidemia, etc. etc.

Queda sobreentendido que los riesgos catastróficos, independientes de la voluntad del hombre, también pueden incidir en la actividad política, principalmente por la gran cantidad de personas y daños materiales que generalmente involucran. Sin embargo, no constituyen riesgos políticos propiamente dichos, puesto que no se hallan directa ni necesariamente relacionados con una cuestión de Poder.

Dentro del contexto de un organismo político - como podría ser el de un Estado - o dentro de un sistema de organismos políticos - como sería, por ejemplo, el de una región o configuración internacional políticamente organizada - el Poder nunca es el objetivo de una sola persona o un sólo organismo. Por lo tanto, desde el momento en que la actividad política se realiza siempre en el contexto de una pluralidad de actores antagónicos, la mera existencia de esta multiplicidad ya constituye un riesgo en si y de por si. En la realidad, esto se traduce en una carencia de cadenas consecuenciales simples y lineales. En la enorme mayoría de los casos prácticos, la decisión política puede generar toda una gama de consecuencias; algunas de ellas previsibles y otras muy difíciles o hasta imposibles de prever.

Esto hace que la política se parezca mucho más a una partida de ajedrez que a un juego de ruleta rusa. En la ruleta rusa, el riesgo de jugar presupone la ignorancia de la exacta ubicación de la bala (1) y el acto de gatillar puede producir dos - y sólo dos - resultados consecuenciales posibles e inmediatos: se gana (el arma no se dispara) o se pierde (el arma se dispara). En el ajedrez, todas las piezas están sobre el tablero; no hay piezas ni amenazas ocultas y las consecuencias de mover una pieza sobre el tablero pueden ser, por regla general, múltiples. Sólo en situaciones muy especiales - generalmente hacia el final de la partida cuando la relación de Poder ya está definida - es posible que una sola jugada decida el resultado.

Dado este contexto general, corresponde aislar y analizar los momentos políticos más importantes y los riesgos asociados con ellos.

3.Los riesgos del ámbito político

Dentro de lo que es la política como actividad en relación con el Poder, resulta posible aislar analíticamente tres "etapas", "momentos", o situaciones-clave.

Desde la abolición de los sistemas monárquicos absolutos nadie nace con Poder. Aún dentro de una dinastía monárquica, se podría llegar a sustentar la tesis de que incluso el príncipe heredero - si bien disponía de una innegable ventaja inicial - en realidad no nacía con Poder. Nacía en el centro de un entorno de Poder, pero debía ganarse su puesto en ese centro ante la rivalidad presentada por las intrigas de la corte y las aspiraciones nunca acalladas de los demás nobles. Aún en la época de los monarcas absolutos se podía nacer rey pero carecer de verdadero Poder, como lo demuestra una infinidad de casos históricos concretos. Todo esto apunta a que hay una etapa previa de adquisición del Poder. Más allá del análisis y de los ejemplos concretos que pueden citarse, todo político sabe que el Poder no se regala; hay que conquistarlo.

Pero así como el Poder es disputado en su adquisición, también lo es en su ejercicio. Eso es algo que también sabe todo político: una vez conquistado el Poder, no es cuestión de sentarse sobre los laureles que otorga. Nunca hay, en realidad, verdaderos "vacíos" de Poder en política. En el mismo instante en el que una posición de Poder declina, sus enemigos concurrirán inmediatamente a ocuparla. Y, si no declina, estarán permanentemente en la tarea de debilitarla para que decline y pueda ser conquistada. A la etapa de la conquista del Poder sigue, pues, necesariamente la etapa siguiente orientada a la defensa, conservación y consolidación de la conquista.

Por último, siendo toda la actividad política esencialmente dinámico-antagónica, tampoco el Poder consolidado carecerá de enemigos. La neutralización de los mismos será, muchas veces, la mejor garantía para su conservación y supervivencia. De este modo, la expansión del Poder surge frecuentemente como una de las vías que conducen a su consolidación o - viceversa - la consolidación del Poder puede requerir la expansión como una medida necesaria. Más allá, por supuesto, de una vocación específica, intencionalmente orientada a aumentar el Poder, que también existirá en la voluntad de quienes lo ejercen puesto que, si no tuviesen esa voluntad, no lo hubieran conquistado en primer lugar y tampoco se hubieran tomado el trabajo de consolidarlo.

Cada uno de estos momentos de la actividad política se halla caracterizado por una constelación de riesgos específicos.

3.1 La conquista del Poder

Ni las luchas por el Poder suceden en el vacío, ni hay realmente vacíos de Poder - más que de una manera muy excepcional y por tan poco tiempo que los ejemplos disponibles se vuelven irrelevantes para el análisis. Por lo tanto, al iniciarse una actividad orientada a la conquista de una posición de Poder, la misma se hallará, por regla, ocupada. Esto significa que la conquista del Poder supone, en la enorme mayoría de los casos, desposeer de Poder a quien lo ha poseído hasta ese momento. Toda conquista de Poder presupone una abdicación.

Por otra parte, también es observable que la cantidad teóricamente disponible de Poder - el quantum de Poder - en un sistema político, para un momento determinado, es una magnitud no sólo finita sino, además, constante. La capacidad para incidir en el destino de un organismo político nunca es ilimitada. De serlo, se aproximaría y hasta podría llegar a confundirse con el Poder divino. Pero, siendo limitada, la experiencia demuestra que, además, es constante en el momento de la toma de una decisión política. El Príncipe - para llamar con su denominación tradicional al individuo que representa la máxima concentración de Poder dentro de un sistema u organismo político - no sólo no "puede" hacer cualquier cosa sino que, además, la cantidad de cosas que "se pueden" hacer, en absoluto, dentro de ese sistema u organismo son limitadas, siendo que la experiencia indica que la limitación, en un momento histórico determinado, es válida para todos los contendientes y resulta, por lo tanto, constante. (2)

De lo anterior se sigue que, para que la lucha por el Poder sea posible en absoluto, una de las condiciones necesarias es que el Poder establecido no haya acaparado para si la totalidad del quantum de Poder disponible. Desde el momento en que, por lógica, hay que disponer de cierto Poder para luchar por una posición de Poder y desde el momento en que, como hemos visto, el quantum disponible en un sistema es limitado y constante, la condición previa y necesaria para que exista en absoluto la posibilidad de una lucha por el Poder es que quien lo ejerce no lo concentre en su totalidad. De suceder así - y éste es un objetivo al que tienden los sistemas hegemónicos en el orden internacional y los sistemas totalitarios en el orden interno - la lucha por el Poder se tornaría imposible puesto que, en un caso como éste, los enemigos del Poder establecido se quedarían sin capacidad alguna para luchar. De hecho, es muy raro, y acaso hasta prácticamente imposible, que alguien - sea individuo u organismo - logre concentrar realmente la absoluta totalidad del Poder disponible. Pero la tendencia existe y éste es, quizás, el primer riesgo a considerar por parte de los protagonistas de un sistema político, a saber: el riesgo de iniciar una lucha sin el mínimo indispensable de Poder; sin la "masa crítica" mínima necesaria para garantizar al menos alguna razonable probabilidad de éxito.

La lucha por el Poder y su eventual conquista se producen, pues, en un marco de las siguientes características básicas:

  • Posiciones de Poder preexistentes y establecidas.
  • Diversidad de competidores sobre el mismo objetivo.
  • Posibilidades de acción y de opción limitadas
  • Magnitudes de Poder constantes
  • Necesidad de una magnitud de Poder mínima para iniciar la acción.

Considerando las características básicas apuntadas (sin la pretensión de haber sido exhaustivos), los principales riesgos que cabe considerar son los siguientes:

  • Elegir al enemigo equivocado: Si bien el impulso primario para el que inicia una lucha por el Poder es considerar como enemigo al poseedor del Poder establecido; este impulso primario puede estar fundamentalmente errado. En la estructura de un Poder establecido siempre hay una dimensión formal (compuesta por la estructura que posee los atributos del Poder) y una dimensión real (formada por la estructura controladora de las capacidades concretas del Poder). A veces ambas dimensiones coinciden en una misma estructura. Frecuentemente, sin embargo, no sucede así. Uno de los riesgos es confundir atributos con capacidades, lanzando la ofensiva contra un Poder formal cuando, en rigor, el Poder real está en otra parte.
  • Elegir al aliado equivocado: Tanto la "masa crítica" para iniciar una lucha por el Poder como el quantum necesario para conservarlo, se obtienen frecuentemente mediante un - a veces muy complejo - sistema de alianzas. Es raro que el fuerte sea tan fuerte como para poder serlo en soledad. El sistema de alianzas puede estar orientado a lograr una determinada hegemonía (3); o bien puede perseguir la búsqueda de un equilibrio entre las fuerzas antagónicas dejando a la fuerza propia en posición de tomar la decisión que producirá el desequilibrio en el "fiel de la balanza" (4). Dentro de una constelación de alianzas, el riesgo es el de elegir a un aliado que resta más de lo que suma, puesto que al aceptar a un aliado se lo hará siempre con beneficio de inventario: junto con el aliado se aceptarán también, inevitablemente, todos los enemigos de ese aliado. De allí el antiguo proverbio oriental que dice: "el mejor de mis aliados es el más débil de mis enemigos", puesto que - siendo el más débil de todos - es el que probablemente menos enemigos adicionales me acarreará.
  • Elegir el terreno equivocado: La lucha política puede ser planteada en diferentes terrenos, cada uno con sus respectivo arsenal de argumentos y recursos. La acción puede plantearse en el terreno de las ideas, doctrinas o ideologías; puede plantearse en el terreno de las estratificaciones sociales o clases que segmentan a la sociedad con una diversidad de intereses y aspiraciones; puede plantearse en el terreno de las ventajas o desventajas económicas que sirven de base a un bienestar general; puede estar planteada en términos de carisma o liderazgo personal; puede incluir reivindicaciones históricas y apelar - o no - a orgullos, filias o fobias etnoculturales y - sin haber pretendido agotar la lista - puede, incluso, plantearse con varios de los factores mencionados en proporciones variables. La cantidad de consenso, o mejor dicho: el quantum de Poder por consenso que se puede obtener en cada uno de estos terrenos suele ser sumamente variable. El riesgo aquí es plantear la lucha en un terreno de relativamente poco consenso - o con argumentos y herramientas poco aptas para lograrlo - dejándole al enemigo la posibilidad de cosechar todo el consenso remanente; a veces hasta "por descarte" y sin necesidad de realizar un gran esfuerzo.
  • Elegir el momento equivocado: Aunque resulte algo difícil de definir y de explicar, es sabido y universalmente aceptado que las situaciones políticas tienen la virtud de "madurar" (5). Cuando es que una situación política ha madurado para la acción y cuando es que la misma resulta prematura o tardía, eso es algo que pertenece más a la esfera del arte de la política que a la esfera del análisis empírico. Es casi imposible dar reglas al respecto y, decididamente, el fenómeno no obedece a leyes naturales expresables en términos matemáticos. Lo concreto es que decisiones políticas absolutamente inviables en un momento determinado pueden llegar a ser instrumentadas con un grado aceptable de dificultad apenas una o dos décadas más tarde. A veces los consensos deben ser construidos progresivamente. A veces las situaciones desfavorables no son percibidas como tales hasta que no se logra un determinado grado de deterioro. A veces el prestigio del Poder establecido debe sufrir cierto desgaste para que se lo pueda desafiar con éxito. Cuando ninguno de los contendientes ha cometido un error, a veces hay que saber esperar a que el enemigo cometa el primero. En cualquiera de estas situaciones - y en una casi infinidad de otras que podrían citarse - la decisión del momento de actuar (6) resulta crítica. El riesgo, por consiguiente, es el de no percibir el momento adecuado - o de percibirlo mal - y actuar "a destiempo", o sea: antes o después de la apertura de la "ventana de oportunidad".
  • Elegir el método equivocado: Desde Maquiavelo - un autor que tiene muchísimos más partidarios que los confesados - sabemos que, en política, el éxito justifica los medios utilizados para obtenerlo (7). El concepto es, incuestionablemente, amoral pero - al margen de la cuestión ética en la que aquí lamentablemente no podemos entrar - lo concreto y verificable en innumerables casos reales es que, si bien el éxito podrá justificar medios de dudosa moralidad, ningún fracaso justificará los métodos más puros y nobles al servicio de los ideales más excelsos. Hay pocas cosas más ingenuas en política que aquello de "ni vencedores, ni vencidos". En política, como en cualquier actividad realmente competitiva, siempre hay vencedores y siempre hay vencidos, aun cuando el vencedor se comporte de un modo magnánimo y no humille o no elimine físicamente a los derrotados. El riesgo de elegir el método equivocado es sencillamente la derrota. Una derrota de la que costará tanto más recuperarse cuanto más Poder se hallaba involucrado en la disputa.

3.2 La conservación del Poder

El Poder político nunca es indiscutido. Aun en el supuesto caso de un organismo político que consiguiese acaparar la totalidad del Poder disponible, la situación emergente le quitaría a los enemigos de dicho Poder solamente la posibilidad de actuar. No conseguiría, sin embargo, eliminar la probabilidad de una contienda desde el momento en que hay una gran distancia entre el "no poder" luchar por falta del mínimo de Poder indispensable y el "no querer" luchar por falta de la voluntad de Poder correspondiente.

De este modo, quien ocupa una posición de Poder - incluso disponiendo de la "suma del Poder público" - nunca estará exento de riesgos. Los principales a considerar son los siguientes:

  • Pérdida de la base de sustentación: el Poder político no es una magnitud individual. El Poder de una persona, en tanto individuo aislado, es siempre ínfimo en comparación con el Poder que le es inherente en tanto líder, jefe, conductor, funcionario o hasta simple miembro de una organización política. El Poder político es social por naturaleza, por necesidad y por finalidad. Lo es por naturaleza porque un solo ser humano no puede hacer política por la misma razón por la que no se puede jugar al ajedrez contra uno mismo. Lo es por necesidad ya que un individuo no puede acumular tanto Poder como para, por si sólo, lograr la obediencia de - acaso - millones de otros seres humanos. Y lo es, por finalidad puesto que no hay objetivos políticos por fuera de la sociedad sino siempre en ella, por ella y para ella (8). En este contexto el riesgo es perder esa suma, conjunto o amalgama de voluntades que acompaña a la voluntad de Poder principal y que se basa en consensos, simpatías, atracciones, y - muchas veces - hasta en simples adhesiones irracionales despertadas por una personalidad fuertemente carismática.
  • Pérdida de la legitimidad: La única forma de legitimar el Poder político es adecuándolo a su funciones específicas de síntesis, previsión y conducción de la comunidad (9). Es en la medida del cumplimiento eficaz de estas funciones; o bien y más específicamente: es en la medida del éxito concreto logrado en dicho cumplimiento, que el Poder será legítimo. Aquí lo importante es no confundir, como frecuentemente sucede, legitimidad con legalidad. Legalidad es adecuación a las normas, usos, costumbres o tradiciones vigentes. Legitimidad es adecuación a la función. El riesgo de la pérdida de legitimidad está dado por la imposibilidad, incapacidad o ineptitud de cumplir con las funciones inherentes al Poder político ya que, de manera inevitable, un Poder incapaz, inepto, ineficiente o ineficaz será percibido como esencialmente ilegítimo.
  • Pérdida de confiabilidad: Una parte sustantiva de la legitimidad política se basa en relaciones de lealtad y confianza mutuas. Sobre todo, la función de previsión, orientada al diseño de un futuro en términos necesariamente positivos (10) debe tener la capacidad de engendrar confianza, fe, esperanza; en una palabra: expectativas afirmativas y satisfactorias respecto del porvenir. No importa cuan graves, complejos o dolorosos sean los problemas del presente; un Poder seguirá siendo considerado legítimo si mantiene su capacidad de convocar voluntades sobre la base de un proyecto a futuro; en tanto que este proyecto sea percibido como intrínsecamente viable y en tanto se mantenga la confianza en el Poder para concretar la propuesta. Y viceversa: no importa cuan buena sea la coyuntura para el organismo político; no importa cuan buena sea su situación o posición actual: la legitimidad del Poder comenzará a resquebrajarse en el preciso momento en que se pierda la confianza en su capacidad para sostener, mantener y aun mejorar el status quo. El riesgo de la pérdida de confiabilidad significa la posibilidad de perder la convicción en la capacidad del Poder para cumplir con sus funciones específicas, y esto aun cuando momentáneamente las esté cumpliendo de un modo razonablemente satisfactorio.
  • Pérdida de credibilidad: Estrechamente emparentado con el anterior, este riesgo se refiere a un matiz que es importante diferenciar. La pérdida de confiabilidad se produce cuando se pierde la esperanza en que el Poder cumpla con sus funciones. La pérdida de credibilidad se produce cuando se sabe (o se cree saber), y existen (o se cree firmemente en la existencia de) pruebas concretas de que el Poder persigue objetivos total o parcialmente ajenos a los de su función específica. En este último caso, lo que se pone en duda no es tanto la capacidad del Poder para superar las divergencias, garantizar un futuro positivo y coordinar los esfuerzos, sino algo mucho más grave: se duda de su voluntad de hacerlo en absoluto. La duda respecto de la capacidad genera el riesgo de una crisis de confianza: no confiamos en alguien si creemos que no es capaz de hacer bien su trabajo. La duda respecto de la voluntad genera una crisis mucho peor: la crisis de credibilidad, en la cual ponemos en duda hasta que quiera hacer bien su trabajo. La ineptitud genera pérdida de confianza. La corrupción generará pérdida de credibilidad. Ambos riesgos, si se dan simultáneamente, pueden ser letales para cualquier Poder constituido.
  • Pérdida de proactividad: Por último, la conservación del Poder requiere la conservación de la iniciativa. Todo Poder que se limita a reaccionar frente a las situaciones planteadas por la realidad está condenado a eclipsarse y a ceder su lugar ante quienes lo desafían. No es posible conservar el Poder político adoptando una posición permanentemente defensiva y cediéndole constantemente la iniciativa al adversario. Por más que existe la posibilidad cierta de "jugar al contragolpe" - especialmente en aquellas situaciones en dónde se vuelve crítica la elección del momento adecuado y el terreno adecuado - el "contragolpe" debe constituir, necesariamente, el punto de partida para una ofensiva exitosa. El riesgo de la pérdida de proactividad proviene de la posibilidad de perder, definitivamente, la capacidad política de tomar la delantera y forzar la resolución de un conflicto. Un Poder acorralado, con márgenes de maniobra estrechados, con opciones cada vez menores en cantidad y calidad; un Poder en posición meramente reactiva, es un Poder que queda a merced de los conflictos y se constituye - inevitablemente - en un Poder en retirada.

3.3 La expansión del Poder

Analíticamente, los riesgos asociados a la expansión del Poder son, en principio, los mismos que se relacionan con su conquista puesto que toda expansión es - al menos de alguna manera - una conquista adicional.

Sin embargo, los riesgos inherentes a la expansión presentan un matiz distinto y conviene, desde el punto de vista metodológico, analizarlos por separado y desde otra óptica. Se ha dicho frecuentemente que "la verdadera política es la Política Exterior". Pues, precisamente, la política exterior de un organismo político es la que, por excelencia, se relaciona con la expansión del Poder y sus principales riesgos son:

  • Imposibilidad de convertir Poder en poderío: Poder y poderío no son sinónimos. El poderío es la expresión práctica del Poder, pero no necesariamente correlativa en términos cuantitativos. Para ilustrar el punto lo mejor será, probablemente, un ejemplo. Imaginemos que dos personas asumen la suma del Poder público. Obviamente, tendrán a su disposición la totalidad del Poder disponible, sus decisiones serán cumplidas sin oposición. Desde el punto de vista de la técnica política podríamos decir que ambos tienen una posición política equivalente. Pero, digamos que hay un pequeño detalle: el primero ha asumido sus funciones en los Estados Unidos de Norteamérica y el segundo en el Principado de Mónaco. Ahora: ¿seguiríamos diciendo que ambos tienen una posición política equivalente? Es obvio que no. Sin embargo, la diferencia no está en la cantidad o calidad del Poder político del que dispone cada uno; la diferencia está en el poderío que cada uno de esos Poderes implica. El primer riesgo, (probablemente el principal) que amenaza la posibilidad de expandir el Poder es la imposibilidad de convertir Poder en poderío. Poniéndolo en otros términos: no son los Estados poderosos los que se expanden. Son las naciones poderosas, dotadas de un Estado poderoso, las que lo hacen. Un Estado poderoso que no consigue construir una nación poderosa, no podrá expandirse porque tendrá el Poder pero carecerá del poderío.
  • Imposibilidad de elegir a un enemigo: Así como en el orden interno no hay vacíos de Poder permanentes, tampoco los hay en el sistema político internacional y también en este ámbito la cantidad o volumen total de Poder es constante para un momento histórico dado. La expansión del Poder de un organismo político se realiza, pues, siempre a costa de la merma de Poder de otro organismo. En consecuencia, todo aumento del Poder propio se obtiene mediante el avance sobre otro Poder competidor, lo cual requiere una decisión política en el sentido de elegir o seleccionar al competidor sobre el cual se avanzará. En otras palabras: la expansión requiere la elección de un enemigo. El riesgo está en elegirlo mal y hasta en no poder elegirlo en absoluto, dadas las relaciones de poderío existentes. Esto es así porque, para aumentar el Poder propio, sólo se puede atacar a un enemigo al que se puede vencer. La regla, por supuesto, no significa que la expansión del Poder sólo es posible cuando la victoria es cierta. Lo que significa es que la decisión de expandir el Poder - decisión que implica forzosamente la elección de un enemigo - sólo puede tomarse cuando una victoria entra dentro del ámbito de lo factible. Las verdaderas batallas sólo pueden ser libradas cuando la victoria es una magnitud incierta pero posible, o resultan tan desesperadamente necesarias que la derrota no constituye una alternativa a considerar.
  • Imposibilidad de rehuir a un enemigo: Este riesgo es la inversa casi exacta del anterior y resulta especialmente adverso cuando se está en inferioridad de condiciones. En un sistema internacional, uno no sólo puede elegir a un enemigo; uno también puede ser elegido como objetivo por un enemigo. La sabiduría popular anglosajona aconseja en estos casos aliarse al enemigo que no se puede vencer (11).La alternativa aparentemente viable de ir desgastando a un posible oponente para que no pueda atacarnos ha demostrado ser políticamente poco aconsejable, puesto que quien se dedica sistemáticamente a debilitar, pero sin por ello ganar Poder propio, terminará debilitado a su vez a causa del desgaste que no resulta compensado por la victoria. - Si bien es cierto que el más débil de mis enemigos puede ser mi mejor aliado, a veces el más fuerte de ellos es el único con el que me puedo o me tengo que aliar. Pero ello nunca significará un aumento del Poder propio. El débil que se alía con el fuerte otorga más fuerza al fuerte. La alianza con el fuerte no otorga más fuerza al débil. A lo sumo le ofrecerá protección, lo cual - en última instancia - debilita más de lo que fortalece. El riesgo de una alianza con el más fuerte es terminar promoviendo la propia debilidad.
  • Imposibilidad de hallar aliados: En el orden interno se buscan partidarios, sostenedores, simpatizantes y aliados. En el orden externo sólo se pueden buscar aliados. Las alianzas son un medio efectivo de aumentar el Poder y permitir su expansión. El riesgo es que resulten imposibles de concertar. También en el orden internacional es raro que el fuerte pueda serlo solo, pero las virtudes personales, el carisma, la capacidad de convencer o persuadir - bienes que se cotizan muy alto en el mercado político interno - no tienen demasiada demanda en el mercado político internacional. Los aliados en este ámbito no se consiguen por simpatía sino por intereses convergentes (12). Y sucede que, a veces, no hay nadie cuyos intereses resulten compatibles con el Poder propio, o convengan en absoluto al Poder propio. Una expansión basada en alianzas debe verificar previamente si las mismas son políticamente viables, además de estratégicamente convenientes.
  • Imposibilidad de asimilar el crecimiento: La expansión en si conlleva, además, sus propios riesgos. Algo que pocas personas tienen presente es que el éxito, por lo general, resulta más difícil de digerir que un fracaso. Contrariamente al Poder militar que virtualmente culmina en la victoria, para el Poder político la victoria constituye el punto de partida para un ámbito más amplio de las funciones políticas. Poniéndolo en términos simplificados: mientras que el Poder militar, con la victoria, se saca un problema de encima; el poder Político, con la misma victoria, se compra un problema adicional: el de gobernar, al día siguiente del triunfo, a un organismo social de mayores dimensiones y, presumiblemente, también de mayor complejidad (13). Para el Poder político, la expansión implica el riesgo de no poder dominar la situación creada y quedar en una posición en que los conquistados terminan conquistando a los conquistadores. Una manifiesta superioridad cultural, por ejemplo, puede convertir en relativamente poco tiempo, a los vencedores en vencidos al dejarlos "envenenados" por su propio éxito. El riesgo concreto es que el organismo político victorioso, en lugar de asimilar e integrar al vencido, termine siendo asimilado e integrado por aquellos que ha atacado (14) con lo cual la expansión exitosa habrá ocasionado su propia decadencia.
  • Imposibilidad de explotar la victoria: Este riesgo podría ser denominado como el "riesgo pírrico", en honor al legendario general Pirro de la antigüedad quien gastó tantos recursos en la batalla que, al final, la victoria no le sirvió para nada. Sin embargo, no hay que remontarse a la Antigüedad para hallar antecedentes. También en tiempos modernos pueden encontrarse ejemplos muy ilustrativos. Durante la Segunda Guerra Mundial, los ingleses ganaron la guerra y perdieron un Imperio. Además - y quizás como consecuencia de lo primero - debieron ceder gran parte de su Poder a los Estados Unidos, que había sido su aliado principal en la contienda. El hecho tan concreto como simple es que la expansión tiene un beneficio pero también un costo. El riesgo está en calcular mal la relación costos/beneficios y terminar perdiendo tanto que ya no se puede aprovechar lo que se gana porque se llega tan debilitado que no quedan fuerzas para explotar la ganancia. En política, la victoria no siempre ni necesariamente implica un aumento automático en el Poder propio. Frecuentemente, no es más que una veta a explotar y para que esa explotación sea posible hacen falta cantidades adicionales de poderío y de Poder que no deben haber sido invertidas en obtener el triunfo.
4. Conclusiones

Con lo expuesto no se pretende, en absoluto, haber agotado el tema de los riesgos políticos. El objetivo de este análisis ha sido doble: por un lado, señalar los riesgos principales (en determinados casos, sólo algunos de los principales) y, por el otro, ofrecer una perspectiva diferente a la que por lo general se utiliza cuando se habla de "riesgo político".

Lo común es considerar como "riesgo político" solamente aquellos riesgos que el accionar político genera para la economía. Así, lo usual es medir la diferencia entre las tasas internas de retorno al capital invertido - tomando al mercado norteamericano como "riesgo cero" - para lograr un indicador del "riesgo país" o - por extensión - del "riesgo político". El procedimiento, por supuesto, es válido desde una óptica económica. Pero no es, ni por lejos, la única óptica posible. En primer lugar, la política tiene, como hemos visto, sus propios riesgos específicos. Y en segundo lugar, sería saludable invertir de vez en cuando la proposición: en lugar de analizar siempre el grado de riesgo que la política representa para la economía, no vendría mal analizar también el grado de riesgo que la actividad económica puede representar para la política de un país y hasta para toda una región.

En cuanto a los riesgos propiamente políticos, la conclusión forzosa es que, de los tres momentos analizados, el más riesgoso es el de la expansión del Poder. Tanto cuando dicha expansión se produce por decisión propia como cuando se trata del caso recíproco en que uno es el objeto de la expansión del Poder de otro organismo competidor. Lo más peligroso en política es elegir un enemigo externo para extender el Poder propio o ser elegido por un enemigo que se quiere expandir, porque en ambos casos, es muchas veces la supervivencia misma del organismo político la que termina siendo puesta en juego - un riesgo que muy difícilmente produzcan los vaivenes cotidianos de la política interna.

Por último, la recomendación final que los administradores de riesgo acostumbramos darle siempre a nuestros clientes es: "Nunca apueste más de lo que está dispuesto a perder". Para los políticos esta recomendación es exponencialmente válida. Los riesgos del médico los asume una sola persona: su paciente. Los del abogado los asume el cliente o la sociedad representada. Los del empresario los asume todo el personal de la empresa. Pero los riesgos del político los asumimos - queriéndolo o no queriendo - todas las millones de personas que vivimos en un país. Y, la verdad sea dicha: hay pocas actividades, con tanta responsabilidad, en dónde, como en la política habitual, se sabe tan poco del riesgo y de la manera correcta de manejarlo.


Notas

1)- Es la misma situación que en muchos otros tipos de juegos como la moneda que se tira al aire a "cara" o "ceca" y en dónde el resultado es binario (o se triunfa o se pierde) por más que las probabilidades puedan ser variables y hasta sea posible establecerlas matemáticamente de antemano. (Volver al texto)

2)- Naturalmente, aquí lo realmente importante es que - más allá de la magnitud real de ese quantum - la cantidad de Poder es constante. Por lo que si alguien - sea individuo u organismo -gana Poder, otro habrá perdido una cantidad equivalente.(Volver al texto)

3)- Es la clase de posición que buscaron históricamente países como Alemania, Francia, Rusia y, desde la caída del imperio soviético, los Estados Unidos de Norteamérica. (Volver al texto)

4)- Es la estrategia tradicionalmente seguida por Gran Bretaña frente al continente europeo. (Volver al texto)

5)- Napoleón solía decir que siempre había esperar a que "la breva esté madura". (Volver al texto)

6)- Con lo cual puede apreciarse que la decisión de actuar es por lo menos tan importante como la de no actuar. (Volver al texto)

7)- Es el éxito - y no el fin como vulgarmente se dice - lo que, según Maquiavelo, justifica los medios. (Volver al texto)

8)- El Poder político no es algo superpuesto a las sociedades humanas sino algo inherente a ellas. No se trata, pues, de una superestructura sino más bien de una componente estructural esencial e inmanente a todo grupo humano organizado. (Volver al texto)

9)- Siendo que estas funciones de síntesis, previsión y conducción constituyen las funciones esenciales del Estado mismo. (Volver al texto)

10)- Esta es la enorme diferecia que separa la previsión política de la previsión económica. En economía es admisible (aún cuando generalmente no deseada) la posibilidad de la bancarrota. En Política no es ni siquiera pensable. Una empresa puede quebrar, puede despedir a sus empleados y hasta puede cambiar de rubro. Un Estado ni puede echar a sus ciudadanos, ni puede suicidarse ni puede tampoco renunciar a su misión histórica sin volverse ilegítimo. (Volver al texto)

11)- If you can't beat them, join them. Lo cual, literalmente significa: "Si no puedes vencerlos, únete a ellos". (Volver al texto)

12)- Según el conocido dicho de Disraeli, en Política no habría alianzas permanentes sino tan sólo intereses permanentes. (Volver al texto)

13)- Por ello es que tantas guerras se ganaron en el campo de batalla y se perdieron luego en la mesa de negociaciones. (Volver al texto)

14)- La Historia registra numerosos casos en los cuales los vencidos terminaron asimilando culturalmente a sus vencedores con lo cual los otrora "bárbaros" terminaron al final siendo continuadores del organismo político al que habían atacado y circunstancialmente vencido. (Volver al texto)

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