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La Plutocracia El control del Estado por el dinero
Buenos Aires - Diciembre 2000 INDICE
Plutocracia: controlar al Estado. Durante la década 1986/1996 el sistema democrático se extendió con sorprendente velocidad por el mundo entero. En ese período, el porcentaje de los países considerados democráticos creció de un 42% a un 61% . Hacia fines de la década del '90, 117 países de un total de 191 se consideraban gobernados democráticamente. Entre esas 117 democracias figuraban los 24 países de Europa Occidental y 31 de los 35 países de América. En Europa Oriental y la ex-Unión Soviética había 19 democracias entre 27 países. En la región asiática y la zona del Pacífico, aproximadamente el 50% de los 52 gobiernos existentes era democrático. África, con 53 países y sólo 18 democracias ofrecía todavía la excepción a la regla. (1) Sería realmente ingenuo por decir lo menos suponer que este fenómeno obedeció a una especie de generación espontánea y que, debido a una tan misteriosa como inexplicable convergencia, de pronto un vasto conjunto de países optó por un determinado sistema de gobierno abandonando en muchos casos décadas de tendencias antidemocráticas o, al menos, restringidamente democráticas. Suponer que la democratización respondió primariamente a los procesos internos de cada país; sustentar la tesis de que las influencias externas e internacionales jugaron solamente un papel secundario en el proceso; imaginar una especie de evolución natural hacia el "fin de la Historia" en dónde la democracia capitalista es la etapa última del desarrollo político-social; todo ello podría ser interesante material de especulación intelectual pero no se condice, en absoluto, con lo que la praxis política y los datos de la realidad enseñan de un modo palmario. De hecho, lo primero que llama la atención es que esta súbita expansión de un determinado régimen político coincide, en líneas generales, bastante bien con la no menos súbita propagación de la globalización y las privatizaciones.
Si se toman los 16 años que van de 1974 a 1990, se puede hacer una interesante cronología de la oleada neoliberal o el "tsunami democrático" como lo llama Paul W. Drake quien ha estudiado el fenómeno con bastante detalle (2). La oleada comienza en Europa, se extiende por América Latina y termina en las playas de Rusia, aproximadamente en la siguiente secuencia:
La lista de Drake, por supuesto,
no es perfecta y su autor tampoco lo niega. De hecho, si la democratización
de Nicaragua tuvo lugar en 1990 o ya en 1984 con el gobierno sandinista,
es algo sobre lo cual muchas personas todavía discuten. Faltan,
además, los países africanos. Aun cuando entre ellos sólo
puedan hoy encontrarse 18 democracias entre 53 países, eso no quiere
decir que el continente africano ha quedado totalmente libre de la presión
democratizadora. Así y todo, la tabla da una muy buena idea de
lo que sucedió y obliga a reflexionar seriamente acerca de las
causas.
Analizando el proceso en detalle, se descubren muy pronto varias de ellas que, en conjunto, explican bastante bien lo sucedido.
Coincidiendo con los procesos de globalización y privatización, existen motivos económicos de peso que han presionado hacia una paulatina liberalización. Entre las causas económicas más relevantes pueden señalarse:
Pero las fuerzas que impulsaron la oleada liberal no se agotaron en lo económico. Durante los últimos 30 o 40 años, toda una serie de tendencias estratégicas, geopolíticas e ideológicas ha estado apuntando en forma sistemática hacia un universalismo progresivo, vagamente indicado por los neologismo genéricos de "unmundismo" y "globalización". Durante la segunda mitad del Siglo XX todos los mayores actores de la política internacional evolucionaron bien que quizás con diferentes motivaciones hacia este objetivo. Tanto los Estados Unidos como Europa, la Unión Soviética y hasta el Vaticano coincidieron en aceptar en principio alguna u otra forma de "globalización". Dentro de este esquema, el sistema democrático resultó ser por lejos el más flexible, el más moldeable y, en una palabra, el más viable a escala universal. Debido a que era también por lejos el mejor financiado y el militarmente mejor equipado, el proceso desembocó por último en el nuevo "imperium" de la democracia liberal como régimen político universal, requerido y exigido por la voluntad hegemónica norteamericana. Hay varias causas concurrentes que justifican esta interpretación:
Todos estos factores en conjunto, apoyándose entre si y complementados por otros de menor peso, han terminado constituyendo el mosaico de las democracias actuales. En último análisis, queda bastante claro que la actual democracia no es sino un régimen de gobierno exigido por el Imperio Norteamericano para garantizar la gobernabilidad y el control de su área de influencia.
Pero los factores económicos e imperiales no agotan las causas de la rápida expansión de la democracia como régimen uniforme para Occidente. Como cabe esperar en todo proceso político, también en éste se puede detectar un importante andamiaje filosófico, doctrinario e ideológico ya que, como indicaba Gramsci, la revolución cultural generalmente precede a la revolución política.
La ponderación conjunta de los factores señalados debería bastar para probar la tesis de que no es posible considerar a la generalización de la democracia como un fenómeno concurrente que se ha producido de manera espontánea en los diferentes países afectados. Que la democracia ha sido, de pronto, aceptada en todo el mundo por ser "un mal sistema pero el menos malo de todos los sistemas" es básicamente sólo retórica. Los datos demuestran que no es el producto de una convergencia de la voluntad soberana de los pueblos. En último análisis este sistema de gobierno se sostiene en la actualidad fundamentalmente por dos razones: (A) porque es exigido como norma de aceptación por parte del Poder hegemónico imperante y (B) porque este mismo Poder desacredita, en forma sistemática y con un poderoso arsenal de medios, cualquier otra orientación política, en cualquier otra parte del mundo, produciendo así por la falta de una respuesta con propuestas prácticamente viables una claudicación intelectual que lleva a las personas a aceptarlo como inevitable. En otras palabras: no es que sea el menos malo de todos los sistemas; es dado el tremendo Poder que lo avala e impone el único sistema prácticamente posible para la enorme mayoría de los políticos.
La plutocracia detrás de la democracia Para completar el análisis es preciso responder a la pregunta de por qué hay tanto Poder en el mundo promoviendo la imposición de un determinado régimen de gobierno. Poniendo la cuestión en otras palabras: Ώqué relación hay realmente entre los fenómenos de la globalización, las privatizaciones y la democracia? ΏQué denominador común, explica a la democracia liberal como una herramienta política de la globalización? La respuesta que se desprende de los datos concretos disponibles es tan simple como directa: el dinero. La democracia liberal es un sistema muy caro. En 1996, la Comisión Electoral de Australia calculó que las elecciones federales le habían costado 4,75 dólares australianos a cada uno de los 11.655.190 votantes lo cual, con una multiplicación muy simple, nos arroja una cifra superior a los 55 millones. En entornos reducidos la proporción por habitante parece ser aún más onerosa: en las elecciones de Dominica del año anterior, la elección en la que intervinieron 37.187 votantes costó cerca de U$S 376.000; o sea: un promedio general de aproximadamente U$S 10,11 por votante (5). En general, costos directos de entre 4 a 10 dólares por votante, pueden considerarse normales en cualquier régimen democrático. Para la Argentina, con un padrón electoral de aproximadamente 20 millones de personas y estimando solamente $7 por votante, se llega con facilidad a los 140 millones por elección. Quien tiene ese dinero, participa; quien no lo tiene, queda afuera del sistema. El hecho es que los propios partidarios del régimen reconocen abiertamente su dependencia del dinero y el hecho ya ha suscitado varios y enconados debates acerca de la mejor forma de dominar esta situación. Varios países están buscando implementar alguna ley de financiación política que permita, de algún modo, regular los importantes flujos de fondos que van de las grandes corporaciones a las arcas de los partidos políticos (6). En el imaginario popular, muchas veces las falencias del régimen se atribuyen solamente a los países recientemente democratizados. Se cree popularmente que los escandaletes y las corruptelas del ámbito político son poropios de los países atrasados y, ante las constantes crisis del sistema en el ámbito local, un sinnúmero de personas se pregunta: Ώpero, por qué el sistema funciona en los Estados Unidos? La pura verdad es que el sistema político no funciona ni siquiera en los Estados Unidos y ya sería hora de terminar con ese mito. En la propia cuna del Imperio desde hace ya varios años se vienen escuchando voces cada vez más insistentes denunciando el carácter plutocrático de la democracia liberal. Por ejemplo, Marty Jezer, quien en los EE.UU. es miembro fundador del Working Group on Electoral Democracy y que ha estado promoviendo enérgicamente una intensa campaña al respecto, lo dice con todas las letras: "El dinero es el mayor determinante de la influencia y del éxito político. El dinero determina qué candidatos estarán en condiciones de impulsar campañas efectivas e influencia cuales candidatos ganarán los puestos electivos. El dinero también determina los parámetros del debate público: qué cuestiones se pondrán sobre el tapete, en qué marco aparecerán, y cómo se diseñará la legislación. El dinero permite que ricos y poderosos grupos de interés influencien las elecciones y dominen el proceso legislativo." (7) En la financiación de la partidocracia de los EE.UU. hay una distinción relativamente importante en cuanto al tipo de dinero utilizado. En la jerga política norteamericana se habla de "hard money" (dinero duro) y de "soft money" (dinero blando). Por dinero "duro" se entienden los fondos provenientes de contribuciones reguladas por la Ley Federal de Campañas Electorales (Federal Election Campaign Act) que establece límites a las contribuciones que pueden hacer los individuos, los partidos políticos y los Comités de Acción Política (Political Action Comitees o PACs), que son organizaciones formadas específicamente para recaudar fondos destinados a las campañas. Las corporaciones y los sindicatos no pueden hacer contribuciones directas a los candidatos pero pueden constituir Comités que recaudan contribuciones de sus empleados o asociados. Si bien lo que un Comité de Acción Política puede darle a un candidato de un modo directo está limitado a U$S 5.000 por elección, estos Comités pueden gastar una cantidad ilimitada de dinero en aportes que no van directamente al candidato pero se invierten en campañas que abogan en pro o en contra de determinados candidatos. Por otro lado, el "dinero blando" proviene de contribuciones que no están reguladas por la mencionada ley. No hay límite para las contribuciones que cualquier institución puede hacer al Comité Nacional de un partido político. Si bien, teóricamente, este dinero no puede ser empleado para inducir a la ciudadanía a votar en favor de o en contra de determinado candidato, los partidos políticos eluden de un modo muy sencillo esta restricción con promociones publicitarias que evitan cuidadosamente palabras tales como "vote a..." o "no vote por...". Finalmente, hay una categoría adicional de dinero político masivo que es aportado por instituciones tales como, por ejemplo, la Cámara de Comercio, o la AFL-CIO, y que se gasta en publicidad específica sobre temas puntuales. Se incurre en la ficción de suponer que estas campañas no promueven directamente una determinada candidatura pero es obvio que cualquier político, con tan sólo posicionar su discurso en línea con el tema publicitado, se beneficia directamente de la promoción. En general, se sostiene que el "dinero duro" es el dinero "bueno" mientras que el "blando" es el dinero "malo" pero esta distinción es poco menos que bizantina. Lo único cierto es que los aportes en dinero "duro" superan ampliamente a los efectuados en dinero "blando". En la campaña electoral de 1996, el 83.20% de los fondos de campaña se constituyó con dinero "duro" mientras que en la del 2000 la proporción se mantuvo casi en el mimo nivel con un 81.20% (8). Además, las mojigaterías juridicistas, que pretenden calificar los aportes en "buenos" y en "malos" según su categorización legal, pierden todo sustento posible cuando se comprueba que ambas clases de dinero provienen, en realidad, de las mismas fuentes. El punto crítico es que las elecciones norteamericanas son progresivamente más caras. Mientras el ciclo electoral de 1996 le costó a los políticos norteamericanos entre 1.500 a 2.200 millones de dólares, se estima que el ciclo del 2000 insumió unos 3.000 millones por todo concepto. Hacia fines de Junio del 2000, entre los candidatos presidenciales, los del senado, los de la cámara baja y los comités partidarios nacionales ya se habían recolectado más de U$S 1.600 millones, es decir: unos 400 millones más de los que, para la misma época del calendario electoral, se habían acumulado en 1966. Para la fecha arriba mencionada, el Senado norteamericano ya disponía de unos 366,6 millones de dólares. Los candidatos al Senado de los EE.UU. habían juntado U$S 259.7 millones; el Comité Senatorial Republicano y el Comité Senatorial Demócrata habían conseguido unos U$S 55.5 millones adicionales y a todo ello hay que agregar los U$S 51.4 millones aportados en dinero "blando" por los comités partidarios del Senado. La Cámara Baja, a su vez, disponía de más dinero aún: 393 millones de dólares recaudados por los propios candidatos, 80.5 millones provenientes de los Comités de Campaña del Congreso y 62.9 millones de dinero "blando" de los comités partidarios; es decir: 536.4 millones en total. La gran pregunta es: Ώde dónde sale todo este dinero?
El sistema plutocrático norteamericano Para entender cómo funciona la plutocracia norteamericana hay que prestar atención a un dato que aparece en forma consistente y reiterada en todos los análisis: el número de norteamericanos que espontáneamente contribuye al financiamiento de las campañas es muy reducido. Una investigación realizada a propósito de las elecciones legislativas de 1992 arrojó como resultado que menos del 1% de la población provee el 77% del dinero que usan los candidatos. En 1994, solamente el 20% del dinero recaudado por los candidatos al Congreso norteamericano provino de personas que, individualmente, aportaron menos de U$S 200 cada uno. Durante el ciclo electoral del 2000 tanto George Bush (h) como Al Gore recibieron la mayoría sustancial de los aportes individuales de personas cuyos ingresos superaban los U$S 100.000 anuales. Los datos disponibles revelan que el 80% de los donantes que aportaron U$S 200, o más, tenía ese nivel de ingresos (9). Sólo el 5% tenía ingresos anuales de U$S 50.000 o menos. Nueve de cada diez eran blancos . Para tener un parámetro de referencia, debe saberse que en los EE.UU. sólo el 12% de las familias tiene un ingreso igual o mayor de U$S 100.000 al año, mientras que un 60% percibe U$S 50,000 o menos, siendo que las personas de color representan el 29% de la población (10) . El grueso de la financiación política norteamericana proviene de las grandes "donaciones" y de los Comités de Acción Política. Si se analiza la procedencia del dinero invertido en campañas electorales por los 535 diputados y senadores norteamericanos, se llega a la conclusión de que un 37% proviene de grandes donaciones; otro 32% es aportado por los citados comités, un 20% proviene de pequeños aportes, un 5% es dinero invertido por los propios candidatos y el 6% restante es indeterminable. Si se suman los porcentajes, queda claro que entre grandes donantes, dinero recolectado por los comités y dinero invertido por los mismos candidatos, se llega al 74% del costo de una campaña con lo que el aporte del pequeño ciudadano no llega a ser determinante de ningún modo. Esta conclusión se confirma, además, analizando la procedencia geográfica del dinero. En las campañas de 1994, alrededor del 50% de las contribuciones aportadas por los Comités de Acción Política provino de Washington DC dónde los lobbies y las cámaras de comercio tienen sus oficinas. El dinero que normalmente se recauda en esta zona representa unas diez veces la cantidad que se colecta en las 19 principales ciudades norteamericanas, incluyendo Nueva York, Chicago, Atlanta y Los Ángeles. Si se analiza la composición y las relaciones de los comités, también se confirma una vez más la importancia determinante de los aportes corporativos. En 1994 los Comités de Acción Política asociados o cercanos al sindicalismo norteamericano aportaron unos U$S 42,4 millones mientras que los comités asociados o cercanos a las grandes empresas contribuyeron con U$S 130,2 millones; es decir: más del triple de dicha cantidad. Todos los demás comités, relacionados con grupos de interés sobre cuestiones puntuales y con la totalidad del espectro ideológico sólo llegaron a recolectar U$S 16,3 millones. En otras palabras: las grandes empresas aportan a la política norteamericana prácticamente más del doble de dinero que todos los demás juntos. En la elección del 2000, el 68% del dinero proveniente de los Comités de Acción política respondió a empresas comerciales; el 21% provino de fuentes sindicales y sólo el 11% de grupos ideológicos y otras fuentes. Hay, además, otra particularidad interesante en el sistema norteamericano: varios candidatos arriesgan su propio dinero en la financiación de su campaña. Cerca del 12% del total de dinero "duro" invertido durante los primeros 18 meses de la campaña del 2000 provino de esta fuente. Quizás el caso más notorio sea el del demócrata Jon Corzine ex empleado de la financiera Goldman Sachs que apostó nada menos que 42.4 millones de dólares a su propia candidatura a senador por el estado de New Jersey. Realmente, no hay que ser muy suspicaz para suponer que nadie pondría más de 40 millones de dólares de su propio bolsillo en una candidatura por puro fervor patriótico y sin esperar nada a cambio. Un aporte de esa magnitud no es un aporte desinteresado a la política; es una inversión. Y lo es también, no menos obviamente, para las grandes empresas. Es notorio como aquellas que tienen intereses especiales en determinadas cuestiones legislativas aportaron gruesas sumas de dinero en la campaña. La siguiente tabla refleja los aportes declarados de seis grandes ramas de la industria norteamericana, según los datos oficiales de Comisión Federal Electoral (Federal Election Commission) norteamericana, al 1 de Octubre del 2000. (11)
Todos estos datos permiten afirmar con bastante fundamento que los puestos políticos de la democracia neoliberal no son sino cargos formales que, en última instancia, deben responder y rendir cuentas al poder real del dinero que paga los gastos del acceso al Estado y a la política. Por supuesto, no es posible caer en la reducción infantil de creer que el dinero de las centrales de Poder financieras, industriales y comerciales directamente puede "comprar" los votos de una elección (12). Pero hay una relación directa entre dinero invertido y chances de éxito, ya que en una apabullante mayoría de casos es posible constatar que los ganadores de una elección han invertido más dinero en su campaña que los perdedores. Ya en 1994, en las cuestiones controvertidas de la cámara baja norteamericana, los ganadores habían gastado U$S 516.000 en promoción y publicidad frente a U$S 238.000 de los perdedores. No es ningún milagro, pues, que las tan universalmente utilizadas encuestas hayan reflejado luego más el resultado de esta presión publicitaria que la verdadera opinión independiente de las personas. Pero, probablemente, el caso más interesante de esta relación casi directa entre dinero recaudado y chances de éxito lo constituyan las elecciones presidenciales del 2000. Esta elección es interesante precisamente porque casi salió mal. La lógica del sistema plutocrático establece que debe ganar quien más dinero maneja. Y, en este sentido, el empate técnico entre Bush y Gore seguramente no entró en los cálculos del establishment norteamericano. Es muy difícil, a esta temprana altura del desarrollo histórico, hacer un análisis serio y exhaustivo de lo que sucedió en realidad. En una primera aproximación, quizás una conclusión posible podría ser que el sistema no está preparado para la indiferencia y no sabe muy bien como manejar el desinterés de amplias capas de la población. En una sociedad como la norteamericana del 2000, con una situación económica razonablemente holgada en términos estadísticos y con un discurso político insulso, aburrido y reiterativo, es muy posible que ya no se puedan captar votos y voluntades con dinero publicitario, por más sumas que se inyecten en la campaña. Otra explicación, acaso complementaria y concurrente, podría ser también que como lo demuestra el caso soviético el adoctrinamiento masivo a través de los medios de difusión y de educación tiene serios límites en el largo plazo. Es muy posible que la tesis básica de George Orwell contenga, en el fondo, graves errores de concepto desde el momento en que por un proceso psicológico elemental la saturación produce insensibilidad y no siempre lo implantado en el subconciente actúa con el automatismo esperado. Esto último ha quedado demostrado aun para las técnicas de "lavado de cerebro" practicadas en forma individual, según la experiencia de los prisioneros de guerra norteamericanos en la Guerra de Corea. (13) Sea como fuere, lo concreto es que en las elecciones del 2000 los norteamericanos votaron más por hábito, interés, adhesión personal o simpatías irracionales que por las presiones de la maquinaria electoral. El resultado fue un empate técnico, que nadie esperaba, y que se contradice con las reglas y previsiones del sistema que le garantizan la victoria al mejor financiado. El hecho es que, según estas reglas y previsiones, Bush tenía que ganar. Y tenía que hacerlo por la sencillísima razón de que los republicanos comprometieron mucho más dinero en su campaña que los demócratas. Tanto Gore como Bush recaudadon enormes sumas de dinero ya desde antes del comienzo de las elecciones primarias. Ambos reclutaron voluntarios (Bush los llamó "pioneros") con la misión de conseguir por lo menos U$S 100.000 cada uno. Pero ya en esas primarias, con U$S 98 millones aportados por donaciones individuales y U$S 2.2 millones provenientes de Comités de Acción Política, Bush aventajaba a Gore en una relación de más de 2 a 1. La tabla de los aportes al 1° de Octubre del 2000, expuesta más arriba, aun cuando refleja solamente un aspecto parcial del total real, revela bastante bien las ventajas financieras de Bush sobre Gore. Si se promedian los porcentajes, se observará que el 64% del dinero corporativo fue a las arcas de Bush y sólo el 36% restante a las de Gore. Con la sola excepción de la TV y los medios masivos de difusión, que apoyaron más a Gore, tanto las empresas de la industria automotriz, como las electrónicas, las petroleras, los laboratorios y hasta las financieras apostaron su dinero a la candidatura de Bush y los republicanos. Con un apoyo así, Bush sencillamente no podía es más: no debía perder. No deja de ser interesante constatar cómo, aun a pesar del susto del recuento de votos en Florida, el sistema plutocrático norteamericano funcionó, al final, tal como estaba previsto y según las reglas que rigen el sistema; más allá de la cantidad exacta de votos obtenidos por cada candidato algo que, muy probablemente, nunca llegaremos a saber con certeza.
Con todo lo expuesto, es forzoso concluir que, en el régimen político propuesto por la globalización, hay una estrecha relación entre los intereses de los mayores inversores y las decisiones políticas adoptadas, ya que sería un desatino suponer que las corporaciones transnacionales ponen sobre la mesa esas gruesas sumas a cambio de nada. Cuando hacia 1995 estalló el escándalo de las compañías tabacaleras norteamericanas, las grandes empresas de la industria del tabaco aportaron U$S 2,3 millones a las arcas republicanas. Los abogados de la parte querellante, a su vez, aportaron U$S 1,7 millones a las del Partido Demócrata. Las motivaciones que impulsaron estas generosas donaciones son demasiado obvias como para poder ser ocultadas o discutidas. Las industrias que tanto dinero pusieron en la campaña del 2000 también tuvieron sus muy buenas y poderosas razones. La industria automotriz, por ejemplo, enfrenta una situación bastante desagradable por el caso de las más de 100 personas muertas en accidentes ocurridos a dueños de camionetas Ford Explorer equipadas con neumáticos Firestone. Hacia Octubre del 2000 el Congreso norteamericano adoptó al respecto una resolución que según Joan Claybrook, presidente de "Public Citizen", una organización de defensa del consumidor es tan solo "...una norma para salvarle la cara a la industria automotriz; no para salvarle la vida a la gente". Está en los republicanos ahora sostener esa legislación. Microsoft, por su parte, comenzó a tener algunos dolores de cabeza en 1966 cuando el Departamento de Justicia inició una investigación para determinar si la empresa había, o no, violado las disposiciones anti-trust contenidas en un decreto de 1994. Luego, con sentencias judiciales adversas a la empresa, la posición de Microsoft empezó a ser un tanto incómoda. Curiosamente, la firma de Bill Gates que, en 1966 había aportado solamente U$S 237.000 en dinero político, de pronto se lanzó a participar con U$S 3.5 millones en la campaña del 2000. Además de ello, también en Octubre de ese año, el Congreso le hizo un no pequeño favor a la industria electrónica norteamericana autorizando cerca de 600.000 visas para los próximos 3 años, destinadas a trabajadores extranjeros que deseen ingresar a los EE.UU. y ocupar puestos de trabajo en empresas electrónicas. Es sabido que estos inmigrantes están dispuestos a trabajar por un salario muy inferior al pretendido por sus pares norteamericanos, por lo que el ahorro en nóminas salariales posiblemente ya de por sí justifique la inversión política realizada. El caso de las petroleras norteamericanas es relativamente poco conocido fuera de los EE.UU. El hecho es que los derivados del petróleo y los combustibles tienen actualmente un precio que es el más alto registrado en el mercado norteamericano durante los últimos años y los consumidores están bastante molestos. Los lobbies de la industria petrolera están presionando muy fuertemente para que las autoridades políticas permitan iniciar perforaciones en el Parque Nacional Ártico (Arctic National Wildlife Refuge) de Alaska. El destino ecológico de uno de los parques nacionales más importantes del mundo ha quedado, así, en manos de las autoridades elegidas en Noviembre pasado y no es precisamente casualidad que casi el 80% de los aportes petroleros haya ido a parar a los republicanos, entre quienes los Rockefeller tienen seguramente más de cuatro cosas para decir. Una de las cuestiones más discutidas y controversiales de la campaña fue el costo de los medicamentos para los pacientes de la tercera edad. La solución propuesta por los demócratas preveía una mayor generosidad en las prestaciones y sólo carecía de previsiones adecuadas para controlar los aumentos de precios. En contrapartida, el proyecto republicano descansó íntegramente en coberturas provistas por la iniciativa privada. Así, no es de extrañar tampoco en este caso que el 68% de los aportes realizados por los grandes laboratorios haya ido a parar a la caja electoral de Bush. Los grandes tiburones del mercado de inversiones de Wall Street como, por ejemplo, Merrill Lynch, Morgan Stanley o Dean Witter, siempre han financiado a los dos partidos políticos tradicionales del espectro norteamericano. Hacen esto porque sus intereses son muy amplios y variados, abarcando desde acuerdos comerciales internacionales hasta privatizaciones de sistemas de seguridad social. Últimamente, una de las cuestiones que estas firmas están interesadas en promover es la posibilidad de canalizar los fondos públicos de retiro del sistema norteamericano hacia el mercado privado. Los republicanos parecen tener una mejor disposición a asumir compromisos en este sentido, lo cual se halla bastante en línea con el 59% del dinero disponible otorgado a Bush. Los medios masivos, con su 60% de apoyo a Gore, constituyeron la excepción a la tendencia. Aquí el tema es que el puritanismo norteamericano está, al menos aparentemente, comenzando a cansarse del libertinaje moral de los medios. Es posible detectar una presión en la opinión pública en favor de un mayor control sobre el contenido de sexo y violencia de muchos programas. Además, hay también otras cuestiones de peso tales como, por ejemplo, la implementación a escala global de normas más estrictas de derechos de autor; lo cual le permitiría a las grandes cadenas ejercer un mayor control y obtener mayores regalías y beneficios. En general, en cuestiones morales los demócratas han sido más "liberales" que los republicanos y Gore seguramente por un inteligente cálculo electoral supo posicionarse ante la industria mediática mejor que Bush. Se podría seguir profundizando en las particularidades de la política norteamericana y constantemente comprobaríamos que en los EE.UU. el sistema no funciona de una manera tan distinta a como estamos acostumbrados a percibirlo, ya sea en América Latina o en cualquier otra parte del mundo. Pueden variar los estilos y puede variar el mayor o menor grado de moralidad individual de los participantes. Pero, en todas partes, el hecho concreto es que el Poder del dinero le da de comer al Poder político y el Poder político se comporta luego de acuerdo con los intereses de quién le ha dado de comer. Lo que sucede es que, en un sinnúmero de casos, esto no resulta tan evidente para el público. Hay oportunidades en dónde el procedimiento es realmente chabacano; como, por ejemplo, el caso del legislador argentino que de pronto presentó un proyecto de ley para modificar la hora oficial, justo poco antes del cambio de estación y justo de tal manera que haría aumentar el consumo de energía eléctrica en todas las grandes ciudades para obvio beneplácito de las compañías generadoras de electricidad. Pero no siempre las aquiescencias ante el Poder real son tan burdas. En la mayoría de los casos basta una pequeña cláusula dentro de la "letra chica" de una complicada ley o una frase capciosamente redactada que permita una cierta y determinada interpretación. A veces basta con conocer de antemano el resultado de una votación parlamentaria o el texto de un decreto del Poder Ejecutivo. A veces la misión se cumple a través del debate público en dónde, de pronto, la gran mayoría del espectro político concurre a entusiasmarse con determinada idea o a declarar la inevitabilidad de determinado proceso, como ocurrió con las privatizaciones. Pero, quizás, lo que se hace no sea tan importante como lo que no se hace. Los decretos y las leyes pueden ser "cajoneados" durante meses y hasta por años enteros. Si alguien no vota a favor, frecuentemente es suficiente con que vote en contra o se abstenga. Siendo un poco más sutiles, a veces basta con que se oponga mal o no se oponga lo suficiente. Si el Poder del dinero no alcanza para financiar la máquina de promover, es muy común que baste y sobre para poner efectivamente en marcha la siempre eficiente máquina de impedir. Además, desde la óptica del Poder político formal, una determinada posición opositora puede llegar a ser muy redituable. Ante un proyecto de ley es bastante fácil ponerse en opositor solamente para que alguien pague a fin de que el señor representante del pueblo deje de oponerse. A nivel del Poder Ejecutivo frecuentemente ni siquiera hace falta oponerse: con no promover la cuestión es suficiente para hacerle llegar el mensaje al mundo empresario de que el entusiasmo político por el asunto debe ser, primero, adecuadamente aceitado. De este modo, la relación entre el Poder real y el Poder formal termina muchas veces en un régimen de corrupción mutua. Los grandes capitales pagan las campañas y los políticos chantajean a los grandes capitales para portarse de acuerdo con lo que éstos desean. Pero, lo más importante es siempre que el dinero hace política puesto que, así como están dadas hoy las cosas, el dinero se ha convertido en la herramienta política por excelencia.
Si las democracias no son el producto de una evolución local sino más bien el resultado de un requerimiento explícito del Poder hegemónico y si, adicionalmente, resultan tan dependientes del Poder del dinero siendo que al mismo tiempo este dinero es la base del Poder hegemónico imperial; si todo esto es así, entonces resulta forzoso concluir que este régimen de gobierno no es sino la continuación por medios políticos de lo que las privatizaciones han iniciado con medios económicos dentro del marco de la globalización. Lo que se intenta, pues, es lograr la disolución controlada de los Estados-nación; por un lado con propuestas ideológicas tendientes a permitir su reestructuración y reingeniería; por el otro lado reduciendo su tamaño, su radio de acción y sus funciones; y por el tercer lado atándolo firmemente a los intereses de la superestructura financiera que es la que en realidad domina todo el sistema. Las tres oleadas: globalización, privatizaciones y democracia, están íntimamente unidas. Forman parte de un "modelo" amplio, promovido por las centrales plutocráticas del Poder internacional para lograr el control y la gobernabilidad de todo el planeta. Constituyen el tránsito planificado hacia un "Nuevo Orden Mundial" en el cual los Estados soberanos no tienen cabida. Bien mirado, ni siquiera es demasiado sorprendente que esto sea así. Cuando una gran transnacional factura en un mes más de lo que muchos Estados pueden llegar a gastar en todo un año, no es muy difícil determinar de qué lado está el poder de decisión en última instancia. Luego, cuando esas mismas transnacionales deciden que los Estados-nación sean privatizados y sus instituciones "reformadas" para adecuarlas a las tendencias de la globalización económica, tampoco es muy difícil darse cuenta de cómo se logra el apoyo, el acuerdo y hasta la complicidad de la clase política. El 70% de todo el comercio mundial está ya controlado por apenas unas 500 transnacionales. Pero esto no es todo: apenas el 1% de todas las transnacionales controla el 50% de la masa total de inversiones extranjeras directas en los países en vías de desarrollo. (14) La pregunta de Ώquién manda en realidad sobre el planeta? no resulta, después de todo, tan difícil de contestar. El gran problema, sin embargo, es que la disolución controlada de los Estados-nación y su suplantación por Estados-administradores está condenada al fracaso porque no se puede administrar bien si no se gobierna bien. La privatización del Estado está, también, condenada al fracaso porque la actividad privada, orientada al lucro por necesidad, no es adecuada para solucionar ningún problema que esté más allá de criterios puramente utilitaristas. A ninguna empresa se le puede pedir que pierda plata y, en política, muchas veces lo importante es hacer las cosas, siendo irrelevante si se gana o no plata con ello. Pero también la democratización de los Estados está condenada a fracasar porque la democracia actual, con un cuerpo doctrinario anquilosado en modelos del Siglo XIX y con una dependencia casi insalvable del Poder financiero, ni está a la altura de los problemas que presenta el Siglo XXI, ni es capaz tampoco de actuar con la dinámica, con la efectividad y sobre todo con la independencia de criterio que requieren los problemas del tercer milenio. La consecuencia inevitable de las razones arriba expuestas es que el modelo actual, no puede sostenerse en el largo plazo. El régimen del capitalismo democrático está condenado a muerte casi por las mismas razones que condujeron a la desaparición del régimen soviético: es funcionalmente inadecuado, es abusivamente materialista y es políticamente ineficaz. Los muros de Wall Street, aunque sean más flexibles, son en el fondo y bien mirados por lo menos tan débiles como lo fue el muro de Berlin. Es, pues, necesario comenzar a pensar seriamente en el Estado del Siglo XXI. Ante el previsible colapso del régimen liberalcapitalista, es muy recomendable que vayamos discutiendo y diseñando el Estado que inevitablemente nos veremos obligados a construir después de la crisis. Para ello, deberemos comenzar con poner a un lado toda la mitología del modelo actual y volver, por decirlo así, a las bases de lo básico: Ώqué es en realidad el Estado? ΏCuales son realmente sus funciones esenciales e indelegables, más allá de las ideologías y de las utopías políticas? ΏQué modelo aceptable de Estado podría proponerse? El desarrollo de una adecuada Teoría del Estado es una asignatura pendiente en la Política contemporánea. Notas 1)- Barbara Crossette, "Globally, Majority Rules," New York Times, 4 de Agosto, 1996. (Volver al Texto) 2 )- Paul W. Drake, "The International Causes of Democratization" en http://polisciexplab.ucsd.edu/mccubbin/MCDRAKE/CHAP5.HTM En el desarrollo de las causas que impulsaron la oleada democratizadora se ha seguido aquí, en líneas generales, el esquema propuesto por este autor aun cuando, como se verá, nuestra interpretación de los datos es bastante distinta. (Volver al Texto) 3 )- Literalmente "patio trasero"; expresión con la cual la política exterior norteamericana designó muchas veces a todo lo que estuviera al Sur del Río Grande. (Volver al Texto) 4 )- A ninguna persona de bien, a ningún ser humano normal, en todo el mundo, se le ocurriría hacer la apología del asesinato, la tortura, la crueldad o las masacres para proponer estos actos como métodos normales y recomendables de gobierno. El consenso en este sentido, es realmente universal. (Volver al Texto) 5 )- George R. Smith, "The Cost of Democracy" en http://www.aceproject.org (Volver al Texto) 6 )- La gran mayoría de estas iniciativas ha terminado, sin embargo y hasta ahora, en puras operaciones de cosmética después de las cuales seguir el rastro del dinero se vuelve aun más complicado que antes. (Volver al Texto) 7 )- Marty Jezer, "Money in Elections" en The World and I publicación mensual del Washington Times, Agosto 1996 Los escritos de M.Jezer pueden consultarse, además, en http://www.sover.net/~mjez/finance/financeintro.htm (Volver al Texto) 8 )- Cf. "Hard Facts - Hard Money in the 2000 Elections", Octubre 2000, http://www.publicampaign.org/hardmoney.html (Volver al Texto) 9 )- Cf. "Whos Paying For This Election?", Center for Responsive Politics, Octubre 2000. (Volver al Texto) 10 )- Cf. Oficina del Censo de los EE.UU (U.S. Census Bureau), "Current Population Reports, P60-209, Money Income in the United States" 1999, U.S. Government Printing Office, Washington, DC, 2000, Tabla 2 y "Resident Population Estimates of the United States by Sex, Race, and Hispanic Origin," de la misma fuente, 27 de Septiembre 2000. (Volver al Texto) 11 )- Los aportes individuales incluyen solamente aquellos de U$S 200 o más. Los aportes de los Comités de Acción Política comprenden solamente las contribuciones a los candidatos federales y a sus partidos. (Volver al Texto) 12 )- Aun cuando es muy fecuente que pueda, de hecho, comprar los votos de una decisión parlamentaria. Y esto no solamente en nuestro país como en forma bastante tardía parece haber descubierto un ex-vicepresidente argentino. (Volver al Texto) 13 ) Cf. Edward Hunter, "Brainwashing" - Farrar, Straus and Cudahy - New York, 1956 (Volver al Texto) 14 )- "The Power of Transnationals", en The Ecologist, N° 22 (1992) citado por Adrián Salbuchi en "Argentina, ΏColonia financiera?", Ediciones del Copista, Córdoba, Argentina, 2000 pág. 118 (Volver al Texto)
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