Dénes Martos 
Inicio
Artículos
Ensayos
Libros
Varios
Catálogo
Navegadores

 

VENCEMOS LAS DIFICULTADES
MARCHANDO HACIA ADELANTE
Agosto 2004

La frase fue muy popular allá por los tiempos en que aún existía el imperio soviético y los ideólogos del marxismo trataban de explicar de algún modo las improvisaciones a las que se veían obligados. En la tarea de "construir el socialismo" con la meta final de arribar al comunismo, los dirigentes soviéticos se toparon con algo que sus doctrinas no habían previsto: la realidad política determinada por el ser humano de carne y hueso cuyo comportamiento concreto y cuya esencia última nadie se había tomado el trabajo de estudiar a fondo.

 

EL MÉTODO SOVIÉTICO

El recurso es más viejo que el andar de a pié. Funciona más o menos así: primero uno inventa una hermosa teoría. Después, entusiasma a un montón de gente haciéndole ver lo lindo que sería si la teoría se convirtiese en realidad. Acto seguido, cuando los entusiasmados ya son legión, uno arma una batahola de mil demonios cuyo resultado final — con o sin un par de muertos por medio — es el desplazamiento del Poder de quienes lo venían detentando hasta ese momento. Pero luego, cuando se tiene el Poder, comienza el verdadero dolor de cabeza.

Porque, inevitablemente, siempre sucede que la maldita realidad se resiste a admitir las bondades de la hermosa teoría. En ese preciso momento caben solamente tres posibilidades: 1)- Uno ajusta su teoría a la realidad y aterriza de cabeza en eso que un filósofo francés terminó definiendo como "la libertad dentro del círculo de la necesidad"; o bien 2)- Uno confiesa su fracaso por la inviabilidad intrínseca de la teoría y termina yéndose a su casa para divertirse observando como otros tratan de arreglar el desaguisado que se armó en el interín; o bien 3)- Uno recurre al método soviético.

¿En qué consiste este método? Básicamente es muy simple: consiste en poner de modo muy conveniente en un futuro lejano — preferiblemente incierto e indeterminado — la realización concreta de la hermosa teoría. De este modo se puede parafrasear a Mussolini (que decía que el fascismo no es un punto de llegada sino un punto de partida) y decir, por ejemplo, que el "ismo" en cuestión no es un punto de partida sino un punto de llegada. Con lo cual, el "ismo" de marras se convierte, como lo cantaba el poeta, en un camino que se hace camino al andar. Teóricamente se sabe hacia dónde conduce. Lo que nadie puede averiguar jamás es por dónde terminará pasando.

Los soviéticos declaraban que "construían el socialismo" como punto de partida para, en algún momento, "arribar al comunismo" como punto de llegada. Es sabido que nunca llegaron. Y, curiosamente, jamás llegaron, no porque el socialismo fuese algo imposible de construir sino porque — ironías que tienen las utopías — el comunismo resultó ser una quimera política de tal magnitud que hasta el socialismo diseñado para alcanzarla terminó siendo fácticamente inviable. Con lo cual los soviéticos se atascaron en un capitalismo de Estado monstruosamente burocrático del cual nunca pudieron salir y que, para colmo de males, nunca funcionó de un modo satisfactorio. Ya sea porque la "solidaridad del proletariado" se vio eclipsada por la secular aspiración imperial rusa; ya sea porque los "apparatchiki" de la "nomenklatura" se convirtieron en una nueva burguesía; ya sea porque la planificación centralizada de la economía es posible sólo en tanto y en cuanto no pretenda ser absoluta; el hecho concreto es que el socialismo soviético — que teóricamente debía alcanzar la utopía comunista — terminó chocando de frente contra el muro de Berlin con tal estrépito que, al final, lo tiró abajo y firmó con ello su propio certificado de defunción.

ENTRE PLANES Y UTOPÍAS

Ustedes seguramente se preguntarán qué tiene que ver todo este extraño excurso soviético con la actual situación de la Argentina. Pues, aunque parezca raro, hay unas cuantas similitudes.

Por de pronto, nuestro actual Presidente y su círculo íntimo de amigos en el Poder provienen de una vertiente del peronismo que, ideológicamente al menos, está más cerca del socialismo soviético que de aquél otro socialismo del cual provenía Mussolini y que Perón tuvo oportunidad de observar entre 1939 y 1940 mientras estuvo como agregado militar en Italia. No es cuestión de exagerar estas cercanías — en ninguno de los dos casos — pero es un hecho muy poco discutible que eso que conocemos como "la izquierda" peronista ha coqueteado mucho más con la vertiente marxista del socialismo (en sus múltiples y diversas interpretaciones) que con las vertientes no-marxistas (también en sus múltiples interpretaciones). Más aún: no costaría mucho demostrar que, en la Argentina, el socialismo no-marxista es un ave rara, prácticamente desconocida en nuestro medio desde hace por lo menos cuarenta y pico de años, o más.

Más allá de ello, la visión utópica de este gobierno es ya tan transparente que se ha vuelto innegable. Kirchner y sus amigos llegaron al Poder un poco por casualidad, un poco por una coyuntura política casualmente favorable y un poco por descarte. Digamos que, desde Santa Cruz, vieron el hueco en la estructura del Poder nacional que Duhalde no conseguía tapar con tropa propia y se metieron. Vieron luz y entraron. O Duhalde, perdida por perdida, los dejó entrar. Y les salió aceptablemente bien. Después del primer escarceo electoral, el Carlitos y el Adolfo decidieron seguir la vieja consigna de "soldado que huye sirve para otra guerra" y le dejaron cancha libre. Con ello, el veintipico porciento de votos obtenidos alcanzó para conquistar el setentaypico del Poder disponible. Nada mal. Especialmente nada mal para un grupo de gente que apenas seis meses antes era olímpicamente desconocida fuera de Santa Cruz y fuera de ese áureo círculo de iniciados asociados que constituye la dirigencia política argentina.

¿Con qué llegaron Kirchner y los suyos al Poder disponible? Uno estaría tentado a decir que con una mano atrás y otra adelante pero eso, aunque aproximadamente cierto, podría llegar a ser excesivamente venenoso. Llegaron, por de pronto, con su mochila cargada de ideas setentistas irrealizadas; con esa mitología revolucionaria difusa que los sucesivos gobiernos militares no tuvieron mejor idea que combatir a balazos. Lo malo de combatir ideas políticas a balazos — incluso las basadas en utopías que no pasan de simples expresiones de deseos — es que los baleados siempre terminan creyendo que, de no haber sido por los balazos, las ideas hubieran sido realizables. Así es como llegaron Kirchner y los suyos al gobierno: creyendo que se abría la posibilidad de realizar lo irrealizado, sin tener ni idea de que lo irrealizado resultaba irrealizable sencillamente porque siempre fue, y nunca dejó de ser, irreal.

Sí, ya sé, y no me lo digan: esto que acabo de decir es un embrollo. Pero es lo que nuestros políticos tienen en la cabeza. ¿Qué quieren que le haga?

Por eso es que este gobierno nunca tuvo un plan estratégico digno de tal nombre. Más aún: exactamente por eso es que su plan consistió en no tener plan. Las utopías no se pueden planificar. Las expresiones de deseos, al resistirse a la objetivación específica, impiden su inclusión en cualquier planificación coherente. Para planificar necesito tener: A)- Una visión del "modelo terminado"; B)- Un clara toma de posición en cuanto a lo que me comprometo a hacer para realizarlo; C)- Un conjunto de objetivos, específicos y verificables, que conduzcan coherentemente hacia el fin declarado y D)- Otro conjunto correlativo de metas que expliciten de manera clara cómo y de qué forma se logrará cada uno de los objetivos enunciados. La fusión de todo ello en un enunciado coherente y consistente es un plan.

Y eso es lo que este gobierno no ha tenido, no tiene y, por todo lo que podemos apreciar, jamás tendrá. Quizás porque, por lo ya dicho, la irrealidad de su utopía le impide tenerlo. Quizás porque, al ser la utopía una cosa mucho más fácil de enunciar que un buen plan, Kirchner y sus amigos optaron por seguir el camino de la menor resistencia y no quieren asumir la responsablidad y tomarse el trabajo de diseñar un plan. Pero quizás, también, porque, confiados y obnubilados en su nebulosa ideológica, ni siquiera sabrían construir un plan estratégico como el que hoy necesita la Argentina.

LOS CHIVOS EXPIATORIOS

A todo lo cual se suma el hecho de que, más allá de los problemas que se presentan cuando uno trata de implementar utopías, en la Argentina tenemos métodos algo atípicos — por decirlo suavemente — para manejar los problemas políticos.

Por de pronto, cuando se presenta un problema, para la dirigencia política argentina en su totalidad es muchísimo más importante encontrar a un culpable que hallar una solución. Cuando explota un problema en la Argentina, como por ejemplo el problema de la criminalidad y la inseguridad pública, la primer reacción de cualquier político es meter la cara delante de la primer cámara de televisión que se le cruza por el camino para decir: "yo no tengo la culpa". Después, el segundo paso es señalar con el dedo a alguien, preferentemente a algún antecesor adversario. Y de última, siempre queda el recurso de entonar la letanía de "la pesada herencia recibida".

Los antiguos judíos tenían una ceremonia en la cual para la celebración del Día de la Expiación el Gran Sacerdote, purificado y vestido de blanco, elegía dos machos cabríos, echaba a suerte el sacrificio de uno y al otro, en nombre del pueblo de Israel, le ponía las manos sobre la cabeza imputándole todos los pecados cometidos por los israelitas. Luego el animal era soltado en el valle de Tofet y la gente lo perseguía entre gritos e insultos para terminar matándolo a pedradas.

La manía de los políticos argentinos de encontrar culpables en lugar de soluciones sigue imperfectamente algo de esta lógica. Lo importante es tener siempre un chivo expiatorio a mano. Pero, contrariamente a los israelitas, aquí nunca sacrificamos al chivo. Lo acusamos, lo arrastramos ante los tribunales, lo puteamos con toda la gama de nuestras expresiones folklóricas, y después dejamos que se vaya a su redil para que siga su vida. En el ultra-peor de los casos lo guardamos un par de años en alguna cárcel VIP con lo cual custodiamos al culpable y nunca recuperamos la plata.

Martinez de Hoz destruyó la economía de la Argentina declamando siempre, a quien quisiera escucharlo, que su política económica era la política adoptada por las Fuerzas Armadas. Hoy tenemos a un montón de militares acusados por hechos ocurridos mientras el señor Martínez de Hoz fue Ministro de Economía, siendo que, curiosamente, los hechos por los cuales esos militares están acusados no tienen nada que ver con ninguna cuestión económica. ¿Martinez de Hoz? Bien gracias. ¿Los militares responsables por esa política? Muchos de ellos, bien gracias también.

Alfonsín y su amigo Sourruille lanzaron a la Argentina por el tobogán de la hiperinflación. Con ella se produjo un descalabro tan enorme que aparecimos en los diarios de todo el mundo; se fundió medio país y Alfonsín mismo tuvo que "resignar" su cargo anticipadamente salvando la continuidad democrática casi por pura casualidad. ¿Juan Vital? Bien gracias. ¿Alfonsín? No tan bien, gracias; pero considerando que tiene una de las jubilaciones de privilegio más altas del país no la debe estar pasando tan mal después de todo.

Domingo Cavallo paró esa inflación con su convertibilidad diseñada en Harvard, remató medio país, manipuló la deuda externa, se fue de su ministerio dejando al país endeudado hasta las pestañas, volvió después, organizó lo del megacanje, preparó todo para meternos en el famoso "corralito" y se mandó a mudar justo un segundo antes de que se cayera toda la estantería. ¿El Mingo? Bien gracias. Anda dando conferencias por ahí. ¡En inglés! — para castigo de su audiencia.

¿Se dan cuenta de lo que quiero decir? Al igual que los antiguos israelitas nosotros seguimos con la ceremonia del chivo expiatorio. Pero no lo sacrificamos. Lo corremos, lo insultamos, nos acordamos mal de toda la rama femenina de su árbol genealógico y a veces hasta lo "escrachamos" en su domicilio o en la calle. Pero a la larga lo dejamos correr. Pregúntenle a Alderete. Dentro de un par de años pregúntenle a María Julia.

Quizás el ritual funcionaría un poco mejor si, al igual que los judíos de la Biblia, termináramos lapidando a todos estos chivos expiatorios. En un sentido figurado, claro.

LA TEORÍA FUTBOLÍSTICA

Otra particularidad de la forma en que nuestros supuestos dirigentes manejan los problemas políticos proviene, probablemente, del deporte que en la Argentina es pasión de multitudes: el fútbol.

Cuando yo era chico y jugaba al fútbol (y no me carguen, ya sé: eso fue hace mucho) una de las peores cosas que tus compañeros de equipo te podían decir era que te "morfabas" la pelota. Para los no iniciados en el lunfardo futbolístico quizás haya que aclarar que, "morfársela" significaba que, en lugar de pasarle la pelota a un compañero para abrir la jugada y avanzar como equipo, el acusado intentaba siempre, o preferentemente, una jugada individual que, por lo general, salía para el demonio. (Cuando salía bien, por supuesto, nadie te decía nada y podías convertirte en el héroe del día).

Pero ¿qué hacer cuando no había un compañero a quien pasarle la pelota y, además, avanzar con ella era un suicidio garantizado? Pues, en ese caso, era de aplicación la regla de oro que han adoptado los políticos profesionales argentinos: se pateaba la pelota para adelante, medio como al voleo, rogando al cielo que alguno del equipo propio la enganchara para seguirla jugando.

La diferencia está en que los políticos profesionales actuales patean la pelota para adelante pero les importa un bledo sobre la cabeza de quién terminará cayendo. Cuando tienen un problema que les quema las manos, como por ejemplo el de nuestra Deuda Externa, después de decirle de todo menos bonito a los supuestos o reales culpables, nuestros políticos toman el problema y lo patean para adelante. Preferentemente más allá del final de su mandato.

La manera en que esto se logra es realmente un arte. Por un lado, está el método de inventar soluciones, pero soluciones tan complejas que tardarían medio siglo en implementarse. Como el mandato de uno es de apenas un par de años, después siempre se podrá decir que se hizo lo que se pudo pero que los que vinieron después lamentablemente no siguieron la excelente política iniciada durante nuestra gestión. Así zafó Alsogaray con sus bonos: él los emitió. El que no los pagó, algún tiempo después, fue otro. Cavallo hizo algo parecido: inventó el corralito. El corralón que le robó el dinero a miles de personas lo tuvo que armar otro cuando el Mingo ya estaba dando cátedra de economía en los Estados Unidos.

Pero no vayan ustedes a creer que eso es todo. La técnica tiene sus variantes. Por ejemplo, está también el Cuento del Proyecto de Ley. Uno ve un problema grave, hace un proyecto de ley para resolverlo y después empieza la diversión. Si el proyecto de ley es tan duro que toca intereses importantes se abre la posibilidad de negociar con dichos intereses para que el proyecto NO prospere. O bien y eventualmente, se negocia la forma de "enriquecer" el proyecto para que, con las modificaciones adecuadas, en lugar de entorpecer esos intereses el proyecto termine favoreciéndolos. En cualquiera de los dos casos el problema, por supuesto, no se resuelve pero la negociación puede resultar muy redituable. O bien uno sabe de antemano que el bendito proyecto jamás será aprobado por ninguna de las Cámaras pero el "rédito político" no está en lograr soluciones sino en haber sido el autor de un genial proyecto de ley. Si los demás no lo aprobaron eso ya no es culpa de uno. Con lo cual enganchamos con el primer método y tenemos a los culpables, seguimos sin tener la solución, pero así es la democracia ¿qué le vamos a hacer?

De cualquier manera que sea, mientras todo esto sucede, el problema a resolver sigue su camino, deviene, se metamorfosea, engorda, evoluciona, cría descendencia, se hincha, se convierte en una bola de nieve, sigue rodando y a lo mejor explota y termina sumiendo en la miseria a medio país. Pero, para cuando eso suceda, uno muy probablemente ya no estará en el cargo y, de todas formas, siempre podrá alegar: "... si hubieran aprobado el proyecto que yo presenté en su oportunidad...", o algo equivalente.Y si alguien tiene tanta mala suerte que la bola de nieve explota justo durante su mandato, bueno, ahí está el recurso de "la pesada herencia recibida" y el "yo no tengo la culpa" porque, naturalmente, la culpa va a ser siempre de alguien que dejó el cargo o la función una parva de años atrás.

¿Les parece pueril? No lo crean. Observen la política argentina detenidamente y verán que eso de patear la pelota para adelante funciona. Es más: es sorprendente ver lo bien que funciona para los políticos y lo mal que le hace a todo el resto del país.

EL EFECTO ACUMULATIVO

Y el tercer método con el cual nuestros politicastros pretenden manejar los problemas es el más simple de todos. Consiste, sencillamente, en no hacer nada; en dejar que las cuestiones sin resolver se acumulen.

En lo esencial, el efecto de este método es muy similar al anterior: el problema subsiste y su solución queda para algún momento del futuro. Pero, mientras que para patear el problema hacia adelante es necesario hacer al menos algún pequeño esfuerzo, el dejar que las cuestiones se acumulen requiere tan sólo un mínimo de viveza criolla a los efectos de evitar "quedar pegado" al problema.

Así la crisis energética era previsible desde hace bastante tiempo. Bastaba con mirar superficialmente las tendencias de consumo y oferta para darse cuenta de que, tarde o temprano, la Argentina tendría serias dificultades en materia de energía. Pero como su solución requería de unos cuantos compromisos serios y varias negociaciones bastante duras, todo el politicaje prefirió mirar para otro lado y dejar que la crisis se fuera acumulando. Cuando estalló a principios de este invierno, Kirchner, naturalmente, recibió "la pesada herencia" de un problema perfectamente conocido desde hacía meses, por no decir años. Sólo que nadie había hecho absolutamente nada al respecto.

De hecho, Kirchner y su gente tampoco hicieron gran cosa. Como que tampoco estaban preparados para hacer algo. A pesar de que, cuando asumieron, la existencia de la bomba de tiempo energética la conocían hasta las palomas de Plaza de Mayo. Lo único que se les ocurrió fue colgar a los chilenos; cerrarle el grifo a algunas industrias y, probablemente, prenderle una vela a todos los santos meteorológicos rogando al cielo que el invierno del 2004 no fuese excepcionalmente crudo. Y, como siempre, Dios — al menos hasta ahora — resultó ser criollo: tuvimos un inviernito bastante soportable. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que la crisis esté superada. Ni siquiera está controlada. De hecho, en cualquier momento puede estallar de nuevo.

Pero la vida tiene sus vueltas y sus recovecos y en una de esas vueltas de la ruleta de la vida, a veces, uno hasta puede llegar a ganar. Cuando uno deja que los problemas sigan siendo lo que son sin hacer prácticamente nada digno de mención al respecto, lo que en realidad está haciendo es apostarle a la suerte. A veces se gana. A veces las cuestiones mueren de muerte natural, superadas por una nueva tecnología o por algún acontecimiento fortuito que cambia las condiciones. La polución causada por el carbón de piedra dejó de ser un problema simplemente porque dejamos de usar carbón y dejamos de usar carbón en buena medida porque dejamos de usar gran parte de las máquinas de vapor que teníamos y, en todo caso, empezamos a usar gas porque era más práctico, más barato y más limpio. Por supuesto: ahora no corremos el riesgo de tener falta de carbón sino el de tener falta de gas. Quizás sea tan sólo cuestión de esperar unos veinte o treinta años más, capenado el temporal con improvisaciones, y a lo mejor la energía solar o la energía eólica para ese entonces nos sacará del paso. ¿Para qué preocuparse por problemas que, con tan sólo un poco de suerte, quizás hasta terminen solucionándose solos?

UN PAÍS A LA DERIVA

Si juntamos todos los factores que hemos mencionado hasta aquí, el cuadro general que obtenemos es el de un país a la deriva.

Tenemos un gobierno que ha hecho de la improvisación su estrategia; que no tiene plan alguno — más allá de los "planes" que se arman entre gallos y medianoche cuando alguna crisis se vuelve insoportable como sucedió, por ejemplo, con el ahora semiarchivado Plan Nacional de Seguridad del cual ya no queda ni el Ministro que lo pergreñó.

Tenemos un Estado que persigue la utopía con la cual sus primeras figuras soñaron hace treinta años atrás. Figuras éstas que evidentemente están más preocupadas por armar algún esquema de Poder que les permita seguir persiguiendo la utopía que en revisar esa utopía para ver si, en absoluto, es prácticamente viable. En realidad, lo único a lo cual el actual gobierno se dedica seriamente es a cuidar su imagen y a tratar de conseguir apoyos electoralmente aprovechables. Para ello, así como Alfonsín inventó su Segundo Movimiento Nacional que nunca llegó a concretarse, ahora Kirchner persigue el espejismo de una "transversalidad" que muy probablemente tendrá el mismo destino.

Mientras tanto, debajo de los sueños y de los delirios utópicos de los políticos, en el país real se acumulan las cuestiones no resueltas. Algunas simplemente se acumulan y estallarán a su debido momento. Algunas otras se patean para adelante con el criterio del ya veremos lo que haremos cuando la situación se presente. Y por los que ya han estallado la culpa siempre es de los otros así que, existiendo un buen chivo expiatorio sobre el cual la gente puede descargar su bronca, ¿para qué preocuparse?

Mientras tanto, tocamos el bombo, cortamos las calles, apretamos a algunas empresas yanquis, hacemos gimnasia revolucionaria y jorobamos a los ricos hasta hacerlos rabiar a lo loco ya que, como todo el mundo sabe, al fin y al cabo ellos son los que tienen la culpa de todo. Si no hubiera ricos tampoco habría pobres porque los pobres no tendrían contra quien compararse. De modo que exterminemos la riqueza capitalista y logremos la democrática igualdad liberal en el equitativo reparto socialista de la miseria.

Los soviéticos lo intentaron durante algo así como 70 años. Durante todo ese tiempo persiguieron su utopía ideológica afirmando constantemente que la vanguardia del proletariado construía el socialismo para llegar al comunismo venciendo las dificultades mientras marchaba hacia adelante. Y marcharon hacia adelante hasta que, un buen día, se encontraron en un callejón sin salida. Con lo que bajaron la persiana, cerraron el boliche y hoy son funcionarios del mismo régimen burgués y capitalista que combatieron hasta 1989. La utopía soviética, en su constante marcha hacia adelante, terminó en la cleptocracia del capitalismo ruso actual.

Según la mayoría de los indicadores parece ser que Néstor Kirchner y sus muchachos nos están proponiendo algo muy similar: sin plan, sin estrategia, sin objetivos claros y verificables, tratan de cabalgar la crisis juntando votos para la próxima campaña.

Pero no desesperemos. Néstor Kirchner y sus muchachos seguramente no durarán 70 años en la Rosada. El único problema es que en la cleptocracia del capitalismo ya hemos caído hace rato.

Con lo cual, la pregunta del millón en la Argentina es: ¿para qué lado queda "adelante"?

 

Navegadores
Inicio
Artículos
Ensayos
Libros
Varios
Catálogo
Dénes Martos 



Hosted by www.Geocities.ws

1