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PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO
Mayo 2004

Sabido es que los Imperios necesitan dinero. Pero no solamente los Imperios. Nuestros regímenes plutocráticos están directamente basados en el Poder de los dueños del dinero. Mírenlo como quieran, la verdad es que quien tiene Poder hace política y quien no tiene Poder sólo puede hacer comentarios. Pero en nuestro sistema actual, quien tiene dinero, tiene Poder. Y quien no tiene dinero, sólo puede ir cada cuatro años a votar por uno que consiguió financiarse una campaña.

 

EL PODEROSO CABALLERO

Lo de Don Dinero es del inolvidable Don Francisco de Quevedo y Villegas, un incorregible y soberbio hispano que, siguiendo el consejo de Séneca de decir lo que se siente y de sentir lo que se dice, ponía en verso y en prosa lo que se le daba la gana, en el momento en que se le daba la gana y porque se le daba la real gana. Un hábito inveterado que en cierto momento hasta le significó una nada agradable estadía de 4 años en la cárcel.

Quizás valga la pena citarlo entero:

Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

¿Les parece que algo ha cambiado desde el Siglo XVII? Si me lo preguntaran a mí, yo diría que no. Por lo menos no mucho. Giros de idioma y modismos aparte, estos versos podrían haber sido escritos ayer.

Sea como fuere, todos los días podemos comprobar que eso del poder del dinero es una larga tradición y bastará hojear algún manual de Historia para darse cuenta de que era moneda común y corriente - es una manera de decir - ya allá por la época de los fenicios.

LOS FACTORES DE PODER

Lo que sucede es que, por esas extrañas relaciones que a veces tienen las cosas, el poder del dinero está estrechamente emparentado con el poder por antonomasia; es decir: con el Poder político. Está el poder del dinero. Y está el dinero del Poder. Y la razón de esto es bastante simple en realidad: el dinero es uno de los factores del Poder político.

Si nos ponemos a hacer una lista de las cosas que otorgan Poder político es muy posible que, al final, terminemos un tanto sorprendidos. En realidad, los factores del Poder no son tantos. De hecho, apenas si son cuatro.

El más viejo y el más primitivo de todos es la fuerza. La fuerza bruta. Se me dirá - como tantas veces se ha dicho - que la fuerza es el derecho de las bestias. Puede ser cierto. Pero tampoco deja de ser real que entre los grandes y poderosos del mundo ¡hay cada animal dando vueltas por ahí! Y al final del día tampoco se puede negar que no hay muchas cosas para oponerle a un ejército con combatientes aguerridos, armados hasta los dientes, conducidos por un buen estratega y firmemente determinados a vencer. Será el derecho de las bestias, pero diez mil años de Historia demuestran que, cuando algunas bestias se deciden a imponer su derecho, los que tienen menos fuerza más vale que usen la cabeza.

Lo cual me lleva al otro factor que es el del conocimiento. El saber también otorga Poder. No es que lo haya descubierto Alvin Toffler con esa algo cómica costumbre que tienen algunos gurúes norteamericanos de agarrar algo que la humanidad culta ya sabe desde hace siglos y presentarlo como la última maravillosa novedad recién descubierta en Harvard. La relación entre conocimiento y Poder ya la conocían los monjes de la Edad Media que cultivaban cuidadosamente el saber de Occidente en sus monasterios. Más todavía: la conocían muy bien los sacerdotes egipcios para quienes la ciencia era algo sagrado que no necesariamente debía estar al alcance de cualquier perejil. Lo que estos sacerdotes descubrieron es que quien sabe como se hacen las cosas siempre tendrá Poder por sobre quien no tiene la más pálida idea de cómo se fabrica y cómo funciona eso que usa todos los días. El que sabe como funciona realmente el mundo siempre tendrá ventaja sobre el que sólo se entera de lo que ve por televisión. Pero también, el que tiene capacidad de investigar sin anteojeras y sin prejuicios, siempre le llevará varios cuerpos de ventaja al que vive encerrado en el corral mental de una ideología dogmática.

Claro que, para aplicar el conocimiento hacen falta algunas herramientas auxiliares. Por ejemplo, la fuerza. O bien, el dinero. Porque no me costaría demasiado citar casos de geniales inventores que usufructuaron poco y nada de sus enormes conocimientos por haberle tenido que vender el fruto de su genio a algún financista hábil que fue quien, al final, lo comercializó. O grandes investigadores que tuvieron que avenirse a las condiciones de la corporación que tenía el dinero suficiente como para montar el laboratorio con el instrumental necesario para las investigaciones. El dinero por si mismo no construye nada, no fabrica nada y no inventa nada. Pero tiene la habilidad de facilitarlo, multiplicarlo y distribuirlo todo. O casi todo. Es un gran movilizador. Es posible que no pueda producir cosas. Pero puede ponerlas en movimiento. No puede producir hechos, pero puede hacerlos suceder. Como dijo alguna vez, creo que Bob Hope: el dinero no lo es todo; pero es todo lo demás. Porque cuando no sabemos hacer algo, generalmente está el recurso de comprarlo hecho. Y cuando no podemos hacer algo, casi siempre se puede comprar a alguien para que lo haga.

Y el cuarto factor de Poder es eso que los griegos llamaban charisma. El diccionario de la Real Academia define el carisma como "Especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar". En su segunda acepción significa "Don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad". Y allí está su significado político porque, originalmente, para los griegos significó algo así como la virtud que tienen ciertas personas de "estar más cerca de los dioses que los demás". Es un don. Una gracia - en el sentido teológico del término. Ni siquiera estoy muy seguro de que podríamos llamarlo un talento. Es esa cualidad especial que tienen algunas personas que, como decía Ortega, poseen la capacidad de "echar para adelante" y hacer que otros los sigan. Con lo que - siempre según Ortega - se formarían las sociedades porque toda sociedad está compuesta por los muchos que siguen a los pocos que tienen el don de "ir al frente" y hacerse seguir. El carisma es el don especial de los líderes, los conductores, los caudillos, los jefes. Hay cómicos que cuentan el chiste más viejo del mundo, o que dicen la pavada más grande del mundo, y uno se ríe igual porque tienen "gracia". Pues el carisma es la gracia divina de los auténticos dirigentes que los hace capaces de generar algo tremendamente importante en Política: el consenso. Porque en Política muchas veces no importa tanto qué se dice sino quién lo dice y cómo lo dice.

LA DINÁMICA DE LOS FACTORES

Lo más interesante de todo es que cada uno de estos factores se interrelaciona con los otros tres. Y no sólo eso: cada uno de ellos, además, tiene su propia dinámica.

La fuerza bruta es algo que se puede quitar pero no se puede dar. Puedo debilitar a una persona fuerte de mil maneras pero no puedo robarle su fuerza. Lo máximo que se puede lograr en este sentido es poner la fuerza propia al servicio de otro. Puedo lograr que alguien me defienda con su fuerza o puedo defender a alguien con mi fuerza. Lo que no puedo hacer es apropiarme de la fuerza de otro o entregarle mi fuerza a otro. La fuerza es un atributo personal, ya sea de los organismos individuales o de los organismos políticos. Le pertenece y le es inherente al organismo que lo posee. Es como la salud: no puede ser transferido. Sólo puede ser menoscabado, debilitado o disminuido.

El conocimiento es algo que se puede dar pero, una vez dado, no se puede quitar. Los maestros, los profesores, los instructores imparten, transmiten, su conocimiento. Los alumnos, los discípulos, reciben ese conocimiento y lo hacen suyo. Pero el saber, una vez impartido, es irrecuperable. Una vez que le enseñé a alguien el Teorema de Pitágoras ya no le puedo quitar ese saber. Una vez que alguien me enseñó a tocar el piano, nadie en el mundo me puede quitar ese conocimiento. Un gran Maestro me puede dar todo o parte de su conocimiento. Pero una vez que me lo dió, jamás podrá quitármelo sin destruirme.

El carisma no se da ni se quita. Es un don innato, intransferible e inenajenable. No se le puede enseñar a nadie a ser carismático ni se le puede quitar el carisma a alguien que lo tiene. Los especialistas en ingeniería de imagen podrán tener en su arsenal mil trucos para lograr que un individuo cause una buena impresión mediática. Pero, si bien se pueden hacer muchas cosas para construir una buena imagen, el carisma es mucho más que una buena imagen. No es lo que hace que una persona nos caiga simpática. Es lo que hace a algunas personas ser capaces de conducir a otras. Es el misterio por el cual algunos son seguidos, escuchados y hasta obedecidos mientras que a los otros la gente los ignora hasta cuando proponen una genialidad.

Y por último tenemos a Don Dinero. Fíjense ustedes en que, de los cuatro factores que mencionamos, es el único que se puede dar y también quitar. Se puede prometer y dar a cambio de determinados bienes o servicios . Pero también se puede quitar como lo sabrán muy bien quienes quedaron encerrados en el bendito "corralito" que organizó nuestro benemérito gobierno. Se puede dar para actos lícitos y para actos ilícitos. Se puede quitar mediante actos lícitos o actos ilícitos. El dinero, como ya lo sabían los romanos, no delata su procedencia. Cuando Tito le echó en cara a su padre, el emperador Vespasiano, la decisión de éste de gravar con un impuesto hasta el uso de las letrinas públicas de Roma, el emperador tomó una de las monedas procedente del dinero de los urinales, se lo llevó a la nariz y sentenció: "Pecunia non olet", el dinero no tiene olor.

Y porque no tiene olor, puede venir de cualquier parte y puede ir a parar a cualquier parte sin mayores problemas. De hecho, sirve tanto para comprar medicamentos como para comprar armas. Se le puede dar a alguien como sueldo y se le puede quitar como impuesto. Se lo puede hacer aumentar de valor y se lo puede depreciar. Es posible guardarlo, prestarlo y hasta regalarlo. Es más: incluso es posible destruirlo. De modo que, dadas estas grandes ventajas y conveniencias, no podemos extrañarnos de que el dinero sea universalmente usado como principal factor político y principal herramienta de acceso al Poder político.

LA PLUTOCRACIA FÁCIL

Lo que pasa es que fundamentar el Poder político esencialmente sobre cualquiera de los demás factores es mucho más complicado.

Fundar al Poder político sobre la fuerza es muy antipático. Implica poner un policía en cada esquina y un ejército de ocupación en cada territorio. Se puede - como lo hicieron Stalin y tantos otros - gobernar por la fuerza. Pero la Historia ha demostrado que el experimento generalmente termina mal. Además, rara vez dura mucho. Y, aunque dure, siempre es tremendamente engorroso y difícil de implementar. Los rusos tuvieron que convencerse de eso después de ocupar Europa oriental durante más de cuarenta años. Los israelíes lo vienen comprobando desde hace décadas en Palestina. Los norteamericanos lo están comprobando hoy todos los días en Irak. Es como decía Napoleón: las bayonetas sirven para muchas cosas, menos para sentarse sobre ellas.

Fundar al Poder político sobre el conocimiento es algo ya bastante más sólido. Los sacerdotes egipcios se las ingeniaron para retener el Poder durante algo así como 3.000 años. Pero, para eso, tuvieron que esconder el saber del común de los mortales. Hoy eso sería ya mucho más difícil de hacer. Por una parte, deberíamos volver a concebir al Saber como algo sagrado. Y, por el otro lado, las comunicaciones globales hacen poco menos que imposible el ocultamiento del saber y del conocimiento. El escándalo por las torturas de los americanos a los prisioneros iraquíes estalló por una simple foto enviada en un E-mail por Internet. Hoy en día hasta los secretos militares son mucho más difíciles de guardar que en la época de Ramsés. El saber sigue siendo una fuente de Poder pero sólo ciertos conocimientos muy puntuales -ocultables con relativa facilidad, como por ejemplo la física nuclear relacionada con la elaboración de explosivos nucleares - pueden servirle al Poder político.

Fundar el Poder político en el carisma es posible y hay que apuntar que el carisma ha sido siempre una base sorprendentemente sólida para ese Poder. Pero ¿qué pasa si no se lo tiene? Ya dijimos que no se lo puede adquirir ni ceder. Cuando una sociedad no tiene un líder carismático de nada sirve tratar de inventarlo. Por más ingeniería de imagen que se haga y por más operativos mediáticos que se organicen, a la larga la gente termina dándose cuenta del engaño. Y, aunque no se dé cuenta, a la larga el bombardeo mediático cansa. Lo artificial puede funcionar bastante bien por un tiempo pero lo que no es auténtico, por más bien hecho que esté, termina hartando. Por eso nuestro actual sistema necesita la periodicidad de los mandatos y el recambio frecuente de los personajes. Es que el carisma se tiene o no se tiene. Y cuando no se lo tiene, la posibilidad de construir Poder sobre el carisma simplemente no es una opción.

Con lo cual nos queda el dinero. Y por poco que lo pensemos, Don Dinero resulta ser una sirvienta apta para todo trabajo. Con dinero puedo comprar fuerza; aunque sea mercenaria y, según Maquiavelo, ésa nunca sea una buena alternativa en el fondo. Con dinero puedo comprar conocimiento, aunque más no sea contratando a la persona que lo tiene. Con dinero no puedo comprar carisma pero puedo comprar ese sucedáneo pasablemente aceptable que es una buena imagen mediática y un par de buenos operativos de prensa más algunas encuestas medianamente bien hechas que me sean favorables. Al menos por un tiempo eso puede funcionar. Con bastante dinero y con tan sólo no ser absolutamente impresentable en sociedad, puedo llegar a tener a mi disposición - o alquilar - fuerza, conocimientos y al menos algún grado de popularidad.

Más que suficiente para empezar a pensar en una candidatura.

¿Alguien creyó percibir cierta correlación entre lo expuesto y algunos procesos actuales?

No sean mal pensados. Cualquier similitud con hechos o personajes reales hasta es posible que sea pura coincidencia.

 

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