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SOBRE HEREJÍAS, LADRILLOS Y FALLOS
Marzo 2004

Es curioso como en la Argentina algunas herejías dejan de serlo con el correr de los años. Y no menos curioso es observar cómo soluciones que nunca han sido verdaderas soluciones vuelven a presentarse con monótona recurrencia cada tanto. La cosa no sería para tomarlo a la tremenda si en algunas áreas esa monocorde insistencia no se volviese inaceptablemente peligrosa. Como, por ejemplo, en la manía de seguir esperando de la Justicia la solución de graves y tristes cuestiones políticas que la pobre Justicia simplemente no está en condiciones de resolver.
Aunque más no sea porque no está para eso.

 

ENTRE HEREJES Y APÓSTATAS

En la Argentina, con las soluciones que se proponen para varios problemas pasan, a veces, cosas curiosas.

Por un lado tenemos esas propuestas que empiezan siendo anatema, herejía, sacrilegio y apostasía pero que, con el correr de los años, por alguna misteriosa razón se convierten en la genial solución del momento y todo el mundo sale corriendo a manifestar su apoyo. O, por lo menos, a hacer gala de una tan resignada como inoperante indiferencia.
Algo así pasó con las llamadas privatizaciones. Y digo "llamadas" porque debemos ser el único país del mundo que consiguió, por ejemplo, vender una empresa estatal argentina a otra empresa estatal española y, encima, tener el coraje de llamarlo "privatización". Pero eso, en última instancia, sólo daría para la anécdota. Más jugoso es todo lo que medio peronismo - por no decir el peronismo entero - dijo allá por la época de Frondizi cuando un radical (intransigente) tuvo la idea de concesionar un par de pozos de petróleo a la Standard Oil y a algunas otras empresas, de aquellas que hoy están viendo qué hacer con Iraq.

Porque si uno recuerda, aunque sea sólo a medias, la de insultos, trompadas, vociferaciones y "planteos" militares que se escucharon en ese momento y compara todo eso con lo que se dijo después de que a un presidente peronista se le ocurrió privatizar YPF, la cosa da como para hacer comentarios de todos los colores.
Si. Ya sé. Mis amigos peronistas me dicen que ese presidente no era peronista. La macana está en que algunos de ellos también me dicen que éste que tenemos ahora, en realidad, tampoco es peronista. Para no hablar de que varios de mis amigos peronistas no son reconocidos como peronistas por aquellos peronistas que en su momento propiciaron las privatizaciones. Como que tampoco lo son por aquellos que, naturalmente, también se definen como auténticos peronistas pero que hoy maldicen a viva voz a los peronistas que organizaron ese remate de empresas estatales siendo que a ciertos peronistas de hoy les toca hacerse cargo de las consecuencias de decisiones que tomaron ciertos peronistas de ayer. Y por eso los primeros quieren ahora meter presos a los segundos acusándolos de corrupción, asociación ilícita, tráfico de armas y sólo Dios sabe cuantas cosas más. ¿Lo entendieron? Yo tampoco. Solamente traté de describirlo siguiendo el hilo de los acontecimientos.

Lo único que me queda claro después de muchos años de política argentina es que el peronismo parecería ser un caballito de batalla al que todos quieren subirse y el problema está en que son tantos los que se quieren subir que, al final, el noble corcel termina colapsando por el peso de todos los que se le prendieron de las crines.

La cuestión es que lo que era herejía, apostasía y traición hacia fines de la década del '50 terminó siendo la mágica panacea para todos nuestros problemas apenas treinta y pico de años más tarde, en la década del '80 y de los '90; y una panacea curiosamente propuesta por varios de los mismos que en otros tiempos la consideraron herejía, apostasía y etcétera. Con lo cual, después de que la panacea salió para el demonio, hoy ha vuelto a ser de nuevo mala palabra, herejía, apostasía y otra vez etcétera, siendo que - como decía la gallega Fernández, mi vieja profesora de Literatura - "etcétera" es lo que ponen los ignorantes cuando no saben cómo continuar, o los perezosos que no quieren tomarse el trabajo de hacer una enumeración completa. Pues en esta materia me confieso perezoso. Porque la verdad es que este tipo de calesitas ideológicas, al que constantemente se suben nuestros políticos profesionales, ya me tiene harto.

LOS LADRILLOS MENTALES

Por el otro lado tenemos las soluciones que nunca jamás fueron soluciones pero que, cada tanto, las vuelve a intentar alguno que - a falta de ideas nuevas - insiste en volver a presentar las viejas como la genial solución del momento.

Cada vez que hay que crear puestos de trabajo nunca falta un político que llega corriendo con algún ambicioso plan de viviendas bajo el brazo. Porque, claro; como todos saben: la construcción tiene un enorme "efecto multiplicador" sobre varias otras industrias; moviliza un montón de gremios y le da trabajo a muchísima gente. Los bolivianos y los paraguayos, agradecidos. Los argentinos que tienen que competir con esos sueldos de miseria y para colmo en negro, no tanto. Pero bueno. Está bien. Tampoco es cuestión ahora de dejar a afuera a nuestros hermanos latinoamericanos.

La cuestión es que, cada vez que tenemos un problema de desocupación, a los genios políticos no se les ocurre otra cosa que empezar a amontonar ladrillos. Y casi siempre terminan metiéndose en un regio berenjenal porque muy pronto resulta que, será muy cierto que tenemos un déficit habitacional más o menos importante, pero hete aquí que quienes más necesitan una vivienda son los que menos plata tienen para pagarla. Y eso, gracias a los sacrosantos principios establecidos por la ley de la oferta y la demanda del sistema capitalista, es todo un problemón financiero. Que, al final, termina resolviéndose intercambiando viviendas por votos o apoyos partidarios, con lo cual a los planes de vivienda los terminan pagando los perejiles que se rompieron el alma para comprar o construir la suya y, encima, todavía pagan impuestos.

Recuerdo que hace muchos años atrás con un grupo de amigos una vez se nos ocurrió poner un poco bajo la lupa el apotegma ése del "efecto multiplicador" de la industria de la construcción. El resultado fue que, en efecto, la construcción moviliza un montón de otras actividades y recursos. Pero después a un maldito contestatario se le ocurrió hacer una comparación entre la construcción y otras actividades como, por ejemplo, la industria alimentaria. Créanme: ardió Troya.

Porque resultó que, produciendo duraznos al natural en lata le podíamos dar trabajo a: los chacareros que plantaron y cuidaron los durazneros; los muchachos de la zafra que cosecharon los duraznos; los transportistas que los llevaron hasta la fábrica; los operarios de la fábrica que los procesaron; los metalúrgicos que fabricaron la lata; los gráficos que imprimieron la etiqueta; los papeleros que fabricaron la caja de cartón en la que se guardan las latas; los plásticos que fabricaron el suncho con el que se aseguran las cajas y el film de polietileno que se usa para armar el "pallet"; los madereros que aportaron los "pallets" y otra vez los transportistas que llevaron el producto terminado al lugar de consumo. Todo eso sin contar a los petroleros que fabricaron el combustible para los transportistas; a los operarios viales que mantuvieron las rutas para que pudieran transitar; a los químicos que fabricaron las tintas para los gráficos, los productos para la fumigación de las plantaciones y el desinfectado, el lavado y el acondicionado de la fruta; a los telefónicos que facilitaron las comunicaciones para hacer el negocio; a las usinas que proveyeron la energía eléctrica; a los empleados administrativos que hicieron el papeleo y hasta a las compañías de seguros que aseguraron toda la operación. No se asusten. Aquí termino. Pero, si me apuran un poco podría seguir por un buen rato porque hay unos cuantos más.

¿Y saben qué? Después de movilizar a toda esa gente tendríamos una lata de duraznos al natural que, encima, todavía podríamos exportar. Cosa que desgraciadamente no sabemos cómo hacer con un edificio de departamentos. Claro que para exportar latas de duraznos nuestros señores embajadores tendrían que dejar los cócteles y ponerse a trabajar tratando de derribar barreras arancelarias y vender productos argentinos en el exterior. Pero, si lo hicieran, podríamos vender mermeladas fabricadas en Bariloche. O jugo de limón que en Tucumán se fabrica mucho y muy bien. O vinos tintos que en Mendoza, Salta y Río Negro se producen muchos y excelentes (y no es por nada, pero bastante mejorcitos que los chilenos que están mucho mejor posicionados en el mercado internacional). O latas de picadillo de carne. O sardinas en lata. O simplemente fideos y tallarines con una buena lata de tuco/pesto al lado. O bien ... Bueno, sigan ustedes. No es tan difícil construir una buena y larga lista.

Pero no. El horizonte productivo de nuestros políticos está hecho de ladrillos. Para ellos la cosa es: o planes de viviendas, o autopistas, o algo parecido. Cualquier cosa que sea de cemento, hormigón armado y ladrillos a lo que se le pueda poner una cinta de inauguración y que figure en el noticiero. Y se acabaron las ideas. No es que esté mal construir viviendas o autopistas. Por supuesto que no está mal. Y de última construir viviendas todavía es mucho mejor que no construir nada. Pero ¿qué quieren que les diga? Seré medio duro para entender algunas cosas pero antes de construir viviendas y dárselas a gente que no tiene plata para comprarlas yo preferiría impulsar una gran actividad productiva - pero en serio, y con las cosas que el país realmente puede y sabe hacer - tanto como para que la gente tenga suficientes ingresos y pueda comprarse o construirse una vivienda propia con lo que gana de sueldo por un trabajo honrado y productivo. Y con la plata que me sobraría construiría escuelas y hospitales.

Por favor, que no me venga nadie a decir que eso no se puede hacer. Porque no sólo se puede hacer sino que, incluso, ya se hizo una vez. En el barrio en dónde vivo hay toda una pila de casas que se construyeron así cuando al país todavía lo gobernaba el mismo Perón al que hoy tantos invocan pero al que tan pocos quieren recordar cuando ya allá por los '70 preanunciaba aquello de que "el año 2000 nos encontrará unidos o dominados".

Y por supuesto que ésas eran otras épocas. Aquellas en las que el Banco Hipotecario Nacional daba préstamos para viviendas a empleados y obreros eran ciertamente otras épocas. Eran tiempos en los que quizás los argentinos no estaban mucho más unidos que ahora. Pero ciertamente estaban bastante menos dominados. Y no sé qué piensan ustedes, pero a mí se me hace que en eso podría estar buena parte de la diferencia.

LA POLÍTICA Y LA JUSTICIA

Aunque, digamos la verdad, lo de estar desunidos tampoco ayuda.

Sé que con esto me meto en un terreno muy peligroso porque hay un montón de muertos y mucha sangre de por medio, pero honestamente creo que con la reivindicación del setentismo en que está embarcado nuestro inefable presidente, y sobre todo con la más que desafortunada forma en que ha encarado esta reivindicación, el gobierno ha caído en un tremendo error. O mejor dicho: en toda una serie de tremendos errores.

Las heridas abiertas por los sangrientos enfrentamientos de los años '60 y '70 no se van a cerrar fácilmente. Y conste que lo dije en plural porque enfrentamientos hubo más de uno desde el momento en que no todos fueron entre militares y civiles - a menos que me falle la memoria de, por ejemplo y sólo por ejemplo, el 20 de Junio en Ezeiza - y realmente ya sería hora de dejar de escamotear ese hecho porque todos los que vivimos aquella época lo sabemos. O por lo menos deberíamos tener la obligación de saberlo. Pero, de cualquier forma que sea, son rencores y dolores que no se olvidan así como así. Y son muy difíciles de superar especialmente porque después de esa tragedia, que le hizo perder a la Argentina a toda una generación, algunos todavía insisten en buscar a un culpable para crucificarlo en vez de buscar una solución para resolver el problema.

Y si hay quienes aún creen que convirtiendo a la Justicia en una especie de Gólgota funcional a una tardía venganza podrán lograr la superación de una amargura que todavía embarga a todos los que con sinceridad y honestidad, de alguna manera o de otra, vivimos la militancia de aquella época; si todavía hay quien cree que un estrado judicial es el marco adecuado para plantear de frente y con las cartas sobre la mesa todo el drama de nuestra generación, pues me veo en la triste necesidad de indicarle que, en mi opinión al menos, está tremendamente equivocado. Y que mi opinión valga por lo que pueda valer.

Porque, para empezar, la justicia no está para resolver los conflictos políticos. Y no lo está por la sencilla razón de que el Derecho es impotente para solucionar cualquier cuestión política. Los problemas políticos se resuelven con decisiones políticas y las leyes no son nada más que la expresión manifiesta y escrita de esas decisiones. Nuestros políticos profesionales - que en su enorme mayoría no son sino abogados fracasados - se creen que todos los problemas de la Argentina, incluso los políticos, se resuelven sancionando una ley y pateándole el problema al Poder Judicial. Y el mayor de los problemas está en que solamente en el imaginario de la mitología liberal existe un Poder Judicial entendido como Poder. El Poder Judicial no es y nunca fue, en realidad, un verdadero poder. Y no lo es ni puede serlo porque constituye una instancia administrativa y no una instancia de gobierno. No toma decisiones sino que las hace cumplir y, en todo caso, sanciona su incumplimiento. Encargarle a la Justicia la resolución de un conflicto político es un tremendo error porque con ello se le encomienda la solución del problema a una institución que no tiene ni el poder necesario ni las herramientas adecuadas para resolverlo.

Por supuesto que es muy cómodo. Deroguemos un montón de leyes, pongamos otras, inventemos algunas adicionales, quedemos bien con los amigos, acomodemos todo para reventar a los enemigos y después que los jueces se arreglen como puedan. De cualquier manera, si las cosas salen para el demonio, la culpa la van a tener ellos y ya está. Es facilísimo.

Claro que lo es. Pero después que nadie me venga a pontificar con ominosos discursos acerca de la independencia del Poder Judicial. Porque con este criterio es directamente imposible que exista esa cacareada independencia. En este sistema un juez que quiera perdurar en la magnificencia de su cargo va a tener que estar siempre muy alerta y prever para qué lado girará la nave del Estado después del próximo golpe del timón político. Y la mejor forma de saberlo - a veces la única - es manteniéndose lo más cerca posible de los sujetos que están en condiciones de dar ese golpe de timón. Si el trabajo de uno es hacer cumplir las decisiones que otro toma, o castigar el incumplimiento de la decisión tomada por otro, no es cuestión de ser tan necio como para tratar de meter preso justo al que toma las decisiones. O de tener tanta mala suerte como para estar procesando o investigando justo al que, de repente, aparece en posición de tomar esas decisiones. No es una cuestión de principios. Es una cuestión de supervivencia.

En la Argentina tenemos, por desgracia, varios problemas políticos que terminaron siendo tirados a los pies de la Justicia. Y, por supuesto, para que la Justicia produzca las sentencias políticamente correctas, los políticos se han encargado de que todo el aparato judicial se fuese acomodando poco a poco a los rumbos marcados por la política. Y aquí no se trata de mirar solamente para el lado de Alfonsín o de Menem. Todos los políticos, siempre han influido, influyen e influirán sobre el llamado Poder Judicial para que éste se adecue a la orientación política en vigor. Por eso es que la Justicia juzga a los políticos - sean civiles o militares -recién cuando éstos han perdido su posición de Poder. Hacer otra cosa sería lisa y llanamente un suicidio y, en rigor de verdad, le podemos pedir muchas cosas a un juez pero es bastante infantil esperar de él un harakiri profesional en beneficio de una división del Poder que solamente existe en la fantasía del público y en la utopía de las doctrinas demoliberales.

Es que sencillamente no puede ser de otra forma ni de otra manera. Los que creen que los jueces pueden ser intangibles seres angelicales puestos fuera del alcance de las sucias garras de la política simplemente no tienen ni idea de lo que están hablando. El Estado es uno. El Poder político es uno. Divídanlo en dos, en tres, en cuatro o - si ustedes quieren - en veinte Poderes de diferente denominación o función formal. Al final del día se encontrarán con que el Poder político siempre tiende a reunificarse. Y si no puede hacerlo por las vías formales, pues lo hará por las informales. Que es exactamente lo que sucede en nuestro país y lo que sucede en todas partes, incluso en ese supuesto modelo a imitar que serían los Estados Unidos. Porque si no fuese así allí también, entonces un O.J. Simpson no estaría libre y hoy sabríamos con precisión por lo menos quién mató a Kennedy.

La próxima vez que vean a alguien por televisión propalando ese remanido "yo creo en la Justicia" háganme caso: tomen nota y esperen. Les apuesto lo que quieran a que el entusiasta creyente en la Justicia verá sustancialmente disminuida su mística fe en el Derecho y en los tribunales exactamente medio segundo después de recibir una sentencia adversa. Todavía no he visto a nadie repetir el sonsonete ése de "yo creo en la Justicia" después de que esa misma Justicia fallara en su contra.

No esperemos milagros de la Justicia humana. Y por el amor de Dios no le tiremos problemas que sencillamente no puede resolver. Para entenderla fíjense tan sólo en la estatua que la simboliza: es una mujer parada sobre un alto pedestal, con los ojos vendados, con una espada en una mano y una balanza en la otra. No quiero parecer machista pero es más o menos lo mismo que decir que es caprichosa, que es ciega, anda de a pié, si da un paso al frente se pega un porrazo y si te descuidás te corta la cabeza.

Y, al menos según algunos abogados amigos míos algo malévolos, la balanza que sostiene en una de sus manos se inclina con demasiada frecuencia del lado de quien ha puesto la mayor cantidad de oro. Porque, si no fuese así, ¿para qué querría la buena señora una balanza en absoluto? La razón y la verdad no responden a las leyes de Newton.

Y en cuanto a los jueces, no esperemos de ellos que resuelvan las cuestiones políticas que nosotros tenemos el deber de resolver y tampoco nos enojemos con ellos más allá de lo prudente. Al fin y al cabo, será una de las ironías de nuestro idioma, pero el hecho es que a las sentencias de esos jueces las llamamos, con bastante propiedad: fallos.

Con lo cual podría quedar probado que la justicia humana viene fallando desde el mismo día en que la inventamos.

 

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