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MARCHAS, CONTRAMARCHAS
Y EL AVANCE A LA RETAGUARDIA

(Febrero 2004)

Los márgenes de maniobra suelen tener una propiedad por demás desagradable: con el tiempo se estrechan. Es como el ajedrez. Al principio uno tiene un montón de opciones pero, después del medio juego, hay bastante menos para inventar.

En la Argentina está pasando algo parecido. El gobierno está empezando a quedarse sin demasiado margen para maniobras raras y realmente ya es hora de que alguien se ponga a pensar en las medidas que necesita el país.

Porque, de no hacerlo, el reloj de la Historia seguirá su marcha inexorable y, en algún momento no demasiado lejano, los políticos profesionales que nos gobiernan tendrán que admitir que se metieron en un callejón sin salida.

Y de esos callejones se sale de una sola manera: admitiendo el fracaso y retrocediendo. Lo que no es precisamente muy elegante.

 

EL TIC-TAC DEL RELOJ

Hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, en algunos círculos no demasiado piadosos se hizo bastante popular una chacota al ejército alemán según la cual alguien preguntaba: "¿Cual es la diferencia entre un reloj suizo y el ejército alemán?" Y ante la obvia mirada bovina de su interlocutor se contestaba a si mismo explicando: "El reloj suizo avanza y dice tik-tak. El ejército alemán retrocede y dice Tak-tik". (Por si alguien necesita una ayudita - cosa que dudo - "Taktik" en alemán significa "táctica". Y prometo no contar más chistes. Los demás que me sé son todavía peores).

Pues, salvando distancias y respetando diferencias de tiempo y lugar, parecería ser que algo por el estilo está empezando a pasar, tanto en el mundo globalizado y neoliberalizado como en estas subdesarrolladas riberas del Río de la Plata.

EL EMPANTANAMIENTO DE MEDIO ORIENTE

Nuestros amigos anglosajones parecen haberse metido en un berenjenal de aquellos. Es decir, de aquellos que tienen una sola salida: hacia atrás. Afganistán e Irak simplemente no funcionan. Aunque, claro, también es cierto que en algunos sentidos la cosa depende del cristal con el que se la mire.

En Afganistán, por ejemplo, el opio que los opresores talibanes habían prohibido fabricar está empezando a recobrar sus niveles históricos de producción luego de que los democráticos angloamericanos impusieran la libertad bombardeando pacíficamente a medio país y echando a los autoritarios talibanes a balazos. Ciertos afganos seguramente estarán pensando que allí también se está dando algo de reactivación; igual que por aquí. Así que, vamos, no todo es tan negativo al fin y al cabo. Los heroinómanos del mundo también tienen su derecho a una Defensa del Consumidor. O quizás no. Pero, sea como fuere, difícilmente la mafia del opio justifique tener a todo un ejército estacionado en la zona para proteger el negocio.

El asunto del petróleo en Irak ya es un poco más complicado. Aunque más no sea por el hecho de que la guerra en Irak probablemente pasará a la historia como la guerra que se libró para destruir unas armas que nunca se encontraron y durante la cual se produjeron más bajas en tiempos de paz que durante el combate. Eso es más difícil de justificar todavía. Pero está bien, reconozcamos que es un poco jorobado destruir armas si uno no las encuentra. Y tampoco es sencillo mantener la paz cuando uno tiene que enfrentar a todo un ejército regular que se pasa a la clandestinidad en masa y, encima, cuenta con el apoyo de buena parte de la población. Con lo que queda abierta la pregunta de ¿dónde demonios están en Irak los que querían ser liberados de Sadam Husein por los americanos? Pero no hagamos preguntas estúpidas y admitamos que realmente no debe ser fácil bombear petróleo en un ambiente tan enrarecido y en dónde, para colmo, se entremezclan factores políticos, religiosos y culturales que al final terminan embrollando todo el tablero de los indicadores económicos. Y ni hablemos de que, cada tanto, hasta puede llegar a volar un oleoducto por el aire.

Pero aunque el petróleo resulte ser algo más o menos manejable (al fin y al cabo no en vano casi todos los árabes ricos tienen el grueso de su plata puesta en bancos occidentales) el tema militar se pone poco a poco tan espinoso que el único avance posible para las fuerzas anglosajonas parecería ser que es un avance hacia la retaguardia. Lo cual hasta un total ignorante en cuestiones militares como yo sabe que no es sino un eufemismo por no decir que hay que retirarse y huir de allí de la manera más elegante posible. Aunque uno termine tratando de arreglarla después diciendo que lo hizo por cuestiones de "tac-tics". (No me pongan esa cara: según mis globalizados diccionarios, en alemán se dice "Taktik" pero en inglés es "tactic". Lo siento).

Para colmo, no sé como se dice "avance" o "táctica", en ruso y en chino (y aunque lo supiera estaría fregado porque no tengo ni caracteres cirílicos ni ideogramas chinos en esta maldita computadora) pero de lo que sí estoy seguro es de que ni en Moscú ni en Pekín alguien está haciendo planes para retroceder. Incluso en Europa no veo a nadie con demasiadas ganas de dar marcha atrás y menos aún cotizando el Euro bastante por arriba del dólar. Pero esto lo tendremos que dejar para otra oportunidad porque es todo un tema por si mismo.

EL DILEMA AMERICANO

La cuestión es que el próximo presidente de los EE.UU. va a tener arreglar una serie de desaguisados que se fueron armando durante estos últimos años. Y la misión del próximo gerente general de la Casa Blanca no es fácil porque siempre resulta algo incómodo recoger el barrilete sin poder admitir un fracaso. Aunque, si analizamos el tema más a fondo, lo que tenemos es que el gran problema de los EE.UU. es que no pueden confesar sus éxitos.

Ya sé, no me lo digan, esto parece un total galimatías. Voy a tratar de explicarme. La aventura de los EE.UU. en Medio Oriente está atascada. Pero, para entenderla, lo que hay que comprender es por qué en absoluto los angloamericanos se metieron en ella. Y en esto no seamos ingenuos. No se metieron allí para destruir armas de destrucción masiva, ni para llevarle las bendiciones de la democracia a los musulmanes, ni para liberar a Irak de una dictadura, ni para salvar al mundo de los talibanes. En realidad, se metieron allí para A)- poner el pie sobre la reserva de petróleo más grande del mundo, para que B)- esa fuente de energía no renovable siga cotizando en dólares y para C)- consolidar una posición geopolítica de poder. Y esto último no lo hicieron tanto para asegurar la seguridad nacional de los EE.UU. sino para descomprimir un poco la extremadamente comprometida seguridad nacional de Israel. Miremos un poco el mapa, veamos un poco la situación internacional y veremos que estos objetivos se lograron bastante bien. No en un 100% (nunca se logra el 100% de los objetivos de un Plan Estratégico) pero sí en una proporción por demás razonable. Pero claro, estos objetivos reales no se pueden confesar en público.

De modo que el pobre Bush (h) termina hoy encontrándose en la harto desagradecida posición de no poder cosechar los laureles por sus logros y de tener que aguantarse los sopapos por todo lo demás. Es casi increíble pero no hay más remedio que rendirse ante la evidencia: la fachada política del Siglo XXI está a cargo de sujetos increíblemente incompetentes. La de los EE.UU. e Inglaterra ha estado a cargo de individuos que ni siquiera supieron inventar una excusa medianamente plausible para librar una guerra y la de Irak en manos de un tipo que asoló la región durante décadas y del cual al final resultó que no servía ni para esconderse. Con lo cual queda bastante bien demostrado que las fachadas políticas de nuestro tiempo son solamente eso: fachadas. El verdadero Poder está en otra parte.

LOS QUE HACEN LAS REGLAS...

El verdadero Poder está en manos del dinero. En nuestras repúblicas y en nuestras no menos republicanizadas monarquías supervivientes la única regla de oro válida es la que establece que las reglas las hace quien tiene el oro. Admitámoslo de una buena vez: nuestras repúblicas no son democráticas. Son plutocráticas. Aquí no gobierna el pueblo. Gobiernan los que tienen suficiente plata como para pagarse una campaña y conseguir que una determinada mayoría los vote, que es algo muy diferente. Y los que ponen la plata para esas campañas son los que realmente toman las decisiones y establecen las reglas. No cometamos la tontería de pensar que la política en nuestro mundo actual es una actividad sin fines de lucro. No lo es para los que la financian y no lo es tampoco para quienes la gerencian.

Y, hablando de plata, eso me obliga a dejar el resto del planeta y regresar a nuestra querida República Argentina en dónde el eterno sainete con el FMI está por inaugurar otro episodio.

... Y LA DEUDA EXTERNA (OTRA VEZ).

Si uno lo mira desde un punto de vista estrictamente económico y técnico, todas las idas y venidas de las últimas semanas no son completamente irracionales. Lavagna no es un Don Quijote que sale a quebrar lanzas contra molinos de viento. Conoce perfectamente bien el paño, conoce bastante bien a sus interlocutores, no es ningún ignorante en el tema y, la verdad sea dicha, no sé si el hombre sabe jugar al ajedrez pero, si sabe, yo, por las dudas, lo pensaría dos veces antes de sentarme a jugar una partida con él.

Lo que está pasando es que, probablemente, Lavagna no calculó bien un riesgo que, por no ser económico, quizás se le escapó de su visión del medio juego. La Argentina puede negociar con el FMI. La Argentina puede proponer y pelear distintas alternativas de pago. La Argentina puede solicitar y quizás hasta conseguir determinadas facilidades para que la Deuda Externa no actúe como un salvavidas de plomo colocado alrededor del cuello de su economía interna. Todo eso está bien y, según las reglas de los que tienen el oro, todo eso puede llegar a ser aceptable.

Lo que no es aceptable es que la Argentina intente establecer nuevas reglas. En esto, sencillamente la Argentina no puede salirse con la suya. El aparato financiero internacional simplemente no puede aceptar eso. Y no lo puede aceptar por muchas razones.

Los funcionarios del Fondo no pueden aceptarlo porque, si lo hacen, van a terminar despedidos por ineptos. No olvidemos que, en última instancia, todos los muchachos del FMI que negocian con la Argentina no son sino empleados a sueldo en relación de dependencia. No son los dueños del dinero que manejan. Los tenedores de bonos no pueden aceptarlo porque - y esto es obvio - pierden plata. Y los dueños del dinero que maneja el FMI y el Banco Mundial tampoco pueden aceptarlo porque si la Argentina se sale con la suya, al día siguiente, delante del mostrador de las instituciones internacionales de crédito habrá una cola de diez cuadras formada por los funcionarios de todos los demás países que van a querer hacer exactamente lo mismo que hizo la Argentina. Y si todos los países se ponen a querer cambiar las reglas, todo el sistema de las Deudas Externas se cae de a pedazos.

ECONOMÍA, POLÍTICA Y JUSTICIA

Entendámoslo: la Deuda Externa no es un problema económico. Es un problema político. Y puesto que es un problema político la única alternativa viable que la Argentina tiene es la de convertirla en un problema jurídico.

Ya sé que esto puede parecer extraño y contradictorio para algunos pero les pido por favor que, sin apasionamientos y patrioterismos, nos detengamos un poco para analizarlo en serio.

Económicamente hablando la Deuda Externa de la República Argentina es impagable. La Argentina jamás podrá pagarla. Las razones de ello son múltiples y, en última instancia, es una simple cuestión aritmética. Saquen la cuenta, calculen los intereses, fíjense en el PBI del país y en sus posibilidades razonables de crecimiento, analicen los mercados internacionales y las posibilidades de exportación de los productos argentinos en el mediano plazo. Las cuentas no cierran. Mirémoslo por el lado que lo miremos, la Deuda Externa de la Argentina es un problema que no tiene arreglo si utilizamos herramientas económicas.

Y no lo tiene porque está diseñada, implementada y administrada justamente para no tener una solución económica. Para el aparato financiero internacional es mucho más ventajoso y lucrativo tener a la Argentina agarrada del cuello con la Deuda que cobrar todo el dinero que esa Deuda representa y que, en buena medida y en la práctica, ya no es más que un montón enorme de asientos contables. Consecuentemente, la cuestión de fondo no es económica sino política.

Pero aquí está la madre del borrego: las cuestiones políticas se solucionan con Poder y la Argentina no tiene suficiente Poder como para solucionar esta cuestión. No tiene ni fuerzas militares suficientes, ni dinero suficiente, ni información suficiente ni consenso internacional suficiente como para ganarle al aparato financiero internacional una pulseada de Poder político puro.

En consecuencia ¿qué nos queda? Pues nos queda lo único inteligente que todavía podemos hacer: sacar la pelota de la cancha económica (que es dónde quieren que juguemos el partido nuestros adversarios); no ponerla en la cancha política (que es dónde no podemos ganar) y ponerla en la cancha jurídica que es el único lugar en dónde todavía tenemos excelentes argumentos porque toda la estructura de la Deuda Externa argentina está, en última instancia, basada sobre el fraude, el peculado, la estafa, los sobornos, la malversación de fondos y hasta la asociación ilícita.

Y con esto no me estoy refiriendo ahora al tema de los embargos y las acciones judiciales que últimamente se han estado promoviendo. Aunque, usadas inteligentemente, estas acciones podrían servir quizás como disparadoras de un planteo de muchísima mayor profundidad. En cualquier caso, no me refiero a la posibilidad de defender la posición argentina ante tribunales internacionales por demandas de acreedores privados extranjeros. Estos litigios han sido posibles porque nuestros beneméritos gobernantes resignaron soberanía y problemas que en última instancia son problemas argentinos ahora pueden ventilarse ante un juez de Nueva York o de Amsterdam. A lo que me refiero es a la investigación judicial de la deuda misma.

Porque, si no la investigamos, al final la Argentina no podrá salirse con la suya. Podrá torear a los empleados del FMI; podrá hacer heroicas declaraciones mediáticas para el consumo interno; podrá inventar mil ingeniosos mecanismos de ingeniería financiera y podrá reestructurar, renegociar, refinanciar y rediscutir la Deuda. Pero, al final del día, al gobierno no le va a quedar otra salida que decir tác-tic-a-pagar y porque no hay más remedio.

Además, que nadie crea que haciendo de esto un show de política interna vamos a lograr algo realmente positivo para el país. La gimnasia de los actos públicos y las concentraciones masivas con campanudos discursos hace rato que ya no sirve para resolver ningún problema internacional. Menos todavía dónde hay tanta plata de por medio, y muchísimo menos aún cuando toda la cuestión es un problema de Poder geopolítico.

LA BOMBA BALLESTEROS

No nos hagamos falsas ilusiones con un dramático llamamiento a las masas para apoyar al gobierno en una supuesta patriada. Hacer de la Deuda una Causa Nacional sin investigarla no es convertir la Deuda Externa en una causa nacional. Es tratar de convertir el No-Pago en causa nacional que es algo muy diferente. Eso ya lo intentó el Adolfo Rodriguez Saá. Lo aplaudieron de pie, lo largaron en banda y el hombre se tuvo que ir a tomar sol al Mediterráneo con su novia. Para que la Deuda sea realmente una causa nacional hay que poner los atributos masculinos dónde hay que ponerlos y decidirse a hacerle caso al Juez Ballesteros que ya hace casi 4 años decía:

"Ha quedado evidenciado en el trasuntar de la causa la manifiesta arbitrariedad con que se conducían los máximos responsables políticos y económicos de la Nación en aquellos períodos analizados. Así también se comportaron directivos y gerentes de determinadas empresas y organismos públicos y privados; no se tuvo reparos en incumplir la Carta Orgánica del Banco Central de la República Argentina; se facilitó y promulgó la modificación de instrumentos legales a fin de prorrogar a favor de jueces extranjeros la jurisdicción de los tribunales nacionales; inexistentes resultaban los registros contables de la deuda externa; las empresas públicas, con el objeto de sostener una política económica, eran obligadas a endeudarse para obtener divisas que quedaban en el Banco Central, para luego ser volcadas al mercado de cambios; se ha advertido también la falta de control sobre la deuda contraída con avales del Estado por la empresas del Estado."

Para conlcuir afirmando:

"... remitiré copia de la presente resolución al Honorable Congreso de la Nación para que, a través de las comisiones respectivas, adopte las medidas que estime conducentes para la mejor solución en la negociación de la deuda externa de la nación que, reitero, ha resultado groseramente incrementada a partir del año 1976 mediante la instrumentación de una política económica vulgar y agraviante que puso de rodillas el país a través de los diversos métodos utilizados, que ya fueran explicados a lo largo de esta resolución, y que tendían, entre otras cosas, a beneficiar y sostener empresas y negocios privados - nacionales y extranjeros - en desmedro de sociedades y empresas del estado que, a través de una política dirigida, se fueron empobreciendo día a día, todo lo cual, inclusive, se vio reflejado en los valores obtenidos al momento de iniciarse las privatizaciones de las mismas.
En efecto, debe recordarse que el país fue puesto desde el año 1976 bajo la voluntad de acreedores externos y en aquellas negociaciones participaron activamente funcionarios del Fondo Monetario Internacional..."

Pido perdón por lo extenso de la cita pero, por experiencia, lamentablemente sé que la enorme mayoría de los argentinos desconoce supinamente este fallo y lo que más me llama la atención es que el Honorable Congreso arriba mencionado haya ignorado tan olímpicamente la recomendación del juez. Si una ley laboral costó cerca del millón de dólares me pregunto cuanto habrá costado este ominoso y honorable silencio. Aunque, en verdad, lo que realmente importa es que, si no le hacemos caso a nuestros propios jueces, por favor después no hablemos de creer en la Justicia mientras tratamos de armar causas nacionales al margen de lo que la propia Justicia sentenció.

De última y en otro orden de cosas, tampoco veo muy bien cómo podemos hacernos los malos con los mismos a quienes después vamos a pedirles plata. Fanfarroneamos con no pagar 3.100 millones, siendo que por el otro lado les pedimos que, por favor, nos presten 5.000 millones. ¿A qué estamos jugando? Si las cosas fuesen más sencillas de lo que son y si yo fuese el FMI casi-casi estaría tentado a decirle al gobierno argentino: "¿Quieren 5.000 millones? Está bien. No paguen los 3.100 que me deben. Aquí tienen 1.900 millones de dólares y ahora me deben 5.000" Y listo. La cosa no es tan infantilmente sencilla, por supuesto. No es para nada tan simple. Pero esa sería - aun mal sacada - la cuenta del almacenero. Y en un caso así: ¿quién habría jorobado a quien? Si queremos ponernos realmente en duros, dejemos de pedir plata prestada. Claro que no es nada fácil, sobre todo considerando las inversiones que necesita el país. Pero otra vez: ¿a qué estamos jugando? ¿Nos ponemos en duros, o hacemos que nos ponemos en duros y después vamos, negociamos una rebaja y encima pedimos más plata?

Porque y dejemos esto en claro: negociar una rebaja no me parece nada mal. Al fin y al cabo una buena rebaja ya es algo. Por lo menos alguna rebaja es 100% mejor que nada de rebaja y, en todo caso, es bastante más de lo que consiguieron todos los gobiernos anteriores. Si lo consigue, no pienso negarle a Lavagna el mérito en absoluto. Pero no hagamos ridiculeces. Tengamos al menos la honestidad de llamar las cosas por su nombre y dejémonos de discursos bombásticos al estilo de "¡Que vengan los del FMI!" porque yo me acuerdo de uno que dijo "¡Que venga el Principito!" y prefiero no recordar lo que pasó después.

El pueblo argentino no va a frenar al FMI ni con referéndums ni con masivas concentraciones en Plaza de Mayo. Por más que el pueblo argentino lo rodee al gobierno para defenderlo, el FMI atacará por otra parte. Lo que necesitamos son buenos argumentos como munición para pelear en dónde sea. La guerra no va a ser en Buenos Aires. La guerra va a ser - o mejor dicho: ya empezó - en los tribunales internacionales y la única arma realmente buena que tenemos se llama la Bomba Ballesteros. Ahora, eso sí: habría que tener el coraje de lanzarla.

Lo otro es efectismo populachero y fetichismo demagógico que no le mueve el amperímetro a nadie en todo el planeta. Que nadie se crea que alguien en Wall Street se va a poner nervioso si aquí un presidente consigue juntar un par de decenas de miles de muchachos para que, envueltos en la camiseta de la selección nacional, vayan a tocar el bombo a Plaza de Mayo al grito de "Nestór, Nestór, que grande sos". Dónde se toman decisiones importantes nadie se deja impresionar por esta clase de zarzuelas. En general, más allá de alguna ventajita circunstancial y a veces hasta muy poco confesable, lo único que hoy consiguen los que organizan manifestaciones masivas es exasperar a quienes no forman parte de ellas.

¡GUARDA CON EL CORRALITO!

De cualquier manera que sea, si alguien me pidiese un asesoramiento gratis, le aconsejaría que, en caso de tener dinero depositado en el exterior, piense seriamente en traerlo de regreso al país para - aunque más no sea - meterlo debajo del colchón por un rato y hasta que pase la tormenta que se viene. No sea cosa que a algún genio de la finanza internacional se le ocurra embargar los bienes de ciudadanos argentinos en el exterior. Porque varios no podrían ni siquiera protestar por el embargo sin ir presos.

Y no crean que los muchachos del FMI y los financistas internacionales no son capaces de armar un corralito. Fue el Mingo Cavallo el que les mostró como se hace y actualmente el Mingo está (ahora ya abierta y oficialmente) trabajando para ellos.

No lo olviden.

 

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