Dénes Martos 
Inicio
Artículos
Ensayos
Libros
Varios
Catálogo
Navegadores

SOBRE DEUDAS, DEUDORES Y DUDAS
(Octubre 2003)

Tenemos un nuevo arreglo (otro más) con el Fondo. Algunas dudas han quedado despejadas - al menos por el momento - y nuestros deudores han recibido - al menos aparentemente - cierta indicación del Departamento de Estado en el sentido de dejarnos en paz - al menos por un tiempo.
Realmente, aún a pesar del triunfalismo oficial con el cual se ha presentado todo el asunto, no parece ser gran cosa. Y la verdad es que no lo es. En primer lugar, porque las dudas que subsisten son más que las despejadas. En segundo lugar porque nuestros deudores no han renunciado a nada importante en realidad.
Y en tercer lugar, porque todo el problema de la deuda externa, así como está planteado, está mal planteado.



DISCUTAMOS LO DISCUTIBLE

Cada vez que, de algún modo u otro, surge el tema de la problemática situación argentina y de las posibles alternativas de solución, es prácticamente imposible evitar que aparezca el escollo de la deuda externa. El tema ya empieza a hartar y, si no fuera por sus forzosas consecuencias, la verdad es que de buena gana uno lo archivaría en ese armario del patio trasero mental dónde habitualmente guardamos problemas insolubles como la cuadratura del círculo, la trisección de un ángulo cualquiera, o la cuenta de cuantos ángeles caben en la punta de un alfiler.

No podemos proceder de esa manera porque, nos guste o no, la cuestión es de un peso específico enorme - a punto tal que constituye realmente la hipótesis de conflicto más seria que tiene la República Argentina en la actualidad - y cuestiones de esa magnitud no suelen solucionarse por si mismas precisamente; ni desaparecen tampoco de la faz de la tierra por medio del viejo recurso de declararlas inexistentes. Pero, si bien no podemos tirar la deuda externa al arcón de los problemas a olvidar, al menos deberíamos enfocarla en su justa magnitud y - ya que vamos a discutir sobre ella - por lo menos tengamos el buen tino de plantear la discusión en términos reales y concretos, sin anteojeras ideológicas y, dentro de lo posible, sin preconceptos.

En este sentido, lo primero que deberíamos acordar entre todos es qué es lo que no tiene sentido. Por de pronto, lo que no tiene ningún sentido es discutir acerca de cómo vamos a pagar la deuda. Porque no la vamos a pagar. Es tan simple como eso. No la vamos a pagar por la sencillísima razón de que es imposible pagarla. La deuda externa de la República Argentina (al igual que la de varios otros países del planeta) es política, social y hasta matemáticamente impagable. Y ponerse a discutir cómo se paga algo impagable equivale a especular sobre qué sucedería si se aplica una fuerza irresistible a un objeto inamovible. Por lo tanto, lo único razonable es invertir el problema, plantearlo por la negativa, y dilucidar cómo haremos para NO pagarla. Y no porque queramos hacerlo, nos propongamos hacerlo, nos guste hacerlo, o proclamemos el no-pago como una especie de panacea que curará milagrosamente todos nuestros males económicos, sino lisa y llanamente porque, tarde o temprano, eso es exactamente lo que va a ocurrir.

Por lo tanto, en lugar que insistir con desesperación en el intento de resolver un problema insoluble, mucho mejor sería prepararnos para enfrentar un hecho prácticamente cierto: no pagaremos. La República Argentina, en algún momento no tan lejano, tendrá que admitir que no puede pagar esa deuda y los acreedores, naturalmente, jamás tendrán la honestidad de admitir que es imposible pagarla. A partir de este hecho, lo que sí podemos discutir y analizar es el conjunto de datos que pueden conducirnos a la mejor y más conveniente forma de enfrentar y manejar la situación.

EL NEGOCIO DE LA DEUDA

Lo primero que podemos decir al respecto es qué no nos conviene. Puesto que resulta casi imposible imaginar que los acreedores admitan la imposibilidad del pago, lo que decididamente no nos conviene es declarar, en un heroico desplante de demagogia mediática dirigida al consumo interno, nuestra intención de no pagar. De hacerlo, nuevamente estaríamos en un sinsentido, aunque esta vez más político que económico, ya que difícilmente tenga mucho sentido declarar que uno no quiere hacer algo que, de todos modos, no puede hacer. Cualquier almacenero sabe que, en esta situación, es mucho más inteligente proceder exactamente a la inversa, es decir: jurar por todos los santos del cielo y hasta por la salud de la suegra que uno quisiera con toda el alma cancelar la deuda pero... ¡qué se le va a hacer! ... si uno no puede, pues no puede... Además, con eso de hacerse el héroe del no-pago ya vimos lo que sucede. Un ex-presidente argentino lo intentó, la ignorancia politiquera lo aplaudió de pié, y a los cuatro días el hombre se tuvo que ir a su casa mientras quienes lo habían aplaudido con euforia ahora silbaban bajito y miraban para un costado...

Y lo segundo que no debemos tampoco perder de vista es por qué nuestros acreedores no pueden reconocer la imposibilidad del pago de la deuda. Para los funcionarios de segunda y tercera línea del Fondo y de las instituciones de crédito esta razón es fácil de determinar: si llegan a reconocer algo así, quedan despedidos. Al día siguiente están en la calle pidiendo trabajo en otra parte. Pero, para los verdaderos diseñadores de este sistema, la razón es algo más sutil. El establishment financiero internacional jamás reconocerá que las deudas externas de muchos países son impagables simplemente porque estas deudas no se hicieron para ser pagadas. Una deuda externa como la de la Argentina nació para NO ser pagada. Y esto es así porque, en esencia, está diseñada para ser lo que es actualmente: una herramienta de dominio político y no un instrumento de crédito económico. El dinero que debe la Argentina importa, por supuesto. Pero importa mucho más lo que la Argentina puede ser obligada a hacer porque debe ese dinero. La sola existencia de la deuda le quita a la Argentina poder político y reduce enormemente su margen de maniobra en materia de política internacional.

En numerosos negocios pasa que la inversión importa mucho menos que el poder de decisión que se compra con la inversión. La deuda externa es simplemente uno de esos negocios.

UNA CUESTIÓN DE PRIORIDADES

Y el poder de decisión es, por su propia naturaleza, un poder esencialmente político.

En muchos casos, el verdadero secreto del buen manejo de las situaciones de hecho - especialmente cuando las mismas son tan conflictivas como la del no-pago de la deuda externa - consiste en tener bien en claro las prioridades. Y, en este sentido, en la República Argentina tenemos un pequeño problema: nuestras prioridades están al revés. La enorme mayoría de los habitantes de este país todavía vive creyendo que lo importante es la economía; que si la economía "se arregla", todo lo demás se solucionará por añadidura, prácticamente por si mismo y casi sin mayor esfuerzo. Y es un error. Es un tremendo error y para descubrirlo basta con hacerse la, un tanto infantil y básica, pregunta de: ¿y por qué anda mal la economía?

La verdad es que la economía no es lo importante. La economía es lo urgente. Lo importante es la política. Y la economía de la República Argentina anda mal porque su política anda peor. Esto, entre muchas otras cosas, explica también por qué no funcionó la "teoría del derrame" preconizada por los genios economistas que nos dijeron durante prácticamente una década que lo importante era activar la economía y producir para que, luego, la abundancia así generada "se derramara" sobre la sociedad, beneficiándola de mil maravillosas maneras. El hecho concreto es que la economía, como activarse, se activó bastante durante la década pasada. Pero el derrame terminó en la pesificación asimétrica, en el "corralito" y en el robo liso y llano de los ahorros de los pobres ingenuos que cometieron la estupidez de creer en un sistema fraudulentamente dolarizado y auténticamente desgobernado. Lo único que se "derramó" sobre el pueblo argentino fue la miseria y la desocupación.

Los politólogos y opinólogos argentinos - ya sea por estulticia, por interés, o por ignorancia - simplemente se han tragado el cuento del Estado necesariamente mal administrador y de las mil maravillosas cosas que supuestamente se pueden lograr con una economía libre, en un mercado libre, con organismos financieros libres que prestan libremente plata a un Estado libre y a empresas libres, siendo que todos son democráticamente libres de hacer o dejar de hacer lo que libremente se les da la gana. Que esto es una quimera que no puede funcionar es algo que entenderían hasta los alumnos de una escuela primaria.

Pero los opinólogos mediáticos no lo entienden, no lo quieren entender, o alguien les paga para que no lo entiendan. Y el público en general comete el casi increíble error de creerle más a los opinólogos y a los periodistas que a la realidad. El hecho es que medio mundo sigue insistiendo con el reclamo de una "reforma del Estado" orientada a lograr un aparato administrativo simplemente más barato, para lo cual - naturalmente - se enarbola el siempre muy convincente argumento de la corrupción y la "ética". Lo que al parecer nadie quiere ver en medio de esta escandalizada prédica contra las corruptelas es la cuasi obviedad de que ni la honestidad ni la moral resolverán el problema económico.

Para empezar, el actual Estado no es inoperante por la corrupción sino por la ineptitud de sus funcionarios. Y es una tontería creer que un gobierno de ineptos honestos sería mucho mejor que un gobierno de corruptos ineptos. No sería mejor porque sería igual de inoperante e igual de ineficaz. Con suerte, sólo sería más barato. Por supuesto que la corrupción agrava - y bastante - a la ineptitud. Pero el dinero ahorrado en corrupción, si es invertido con ignorancia, se esfumará con la misma rapidez con la que desaparece ahora. La única diferencia podría ser que, quizás, en lugar de desaparecer en el bolsillo de los corruptos desaparecería por otro lado. Pero ponga usted un inepto a cuidar la caja y le aseguro que, sea por corrupción o por incompetencia, su dinero desaparecerá de todos modos. Y después dígame si la diferencia filosófica entre impericia y cohecho le importó mucho.

En materia de prioridades realmente tenemos un problema en la Argentina. Porque, mientras la economía no es lo importante sino lo urgente, y mientras lo realmente importante es la política; en materia de Estado lo importante no es la eficiencia sino la eficacia, siendo que la eficiencia es tan sólo lo más urgente que tenemos para arreglar si queremos tener un gobierno medianamente decente.

Pero esto quizás es demasiado complicado, o demasiado obvio, como para que lo entiendan los opinólogos y los políticos profesionales.

EL ENTORNO INTERNACIONAL

Y aparte de todo lo anterior, tampoco hay que perder de vista al escenario internacional. En este escenario, si dividimos el análisis en política y economía como lo hemos venido haciendo hasta aquí, tenemos que, en materia económica, la estructura financiera internacional está crujiendo y en materia política estamos metidos en un callejón sin salida.

El gran error que parecen haber cometido los diseñadores del establishment - sobre todo los norteamericanos - es el de haber creído que el fenómeno de la globalización podía concebirse como un fenómeno económico. No lo es. A esta altura del desarrollo ya queda claro que, en esencia, es un fenómeno básicamente tecnológico. Y, muy en el fondo de la cuestión, hay un hecho que pocos parecen haber previsto pero que ahora está empezando a hacerse evidente: la tecnología destruye economía.

Esto que parece un contrasentido ya lo vio Carl Schmitt a principios del Siglo XX cuando advertía que una racionalización tecnológica puede ser lo contrario de una racionalización económica. Porque la economía depende permanentemente del ser humano y la tecnología tiene sólo una dependencia circunstancial. Para que la economía funcione hacen falta productores y consumidores; hace falta alguien que produzca bienes y servicios y hace falta alguien con posibilidades y poder de compra para consumirlos. Cuando estos factores engranan de un modo equilibrado y estable, la ecuación económica "cierra" en forma satisfactoria y se produce el florecimiento económico en ese círculo virtuoso en el cual se produce para vender y se vende lo que se produce.

La tecnología - y muy especialmente la tecnotrónica contemporánea, aunque no sea fácil advertirlo inmediatamente - destruye este círculo virtuoso. Para citar sólo un caso típico: la robotización, por ejemplo, expulsa seres humanos. Hacen falta muy pocos para crearla y menos todavía para operarla. La consecuencia de ello es que se produce fácilmente mucho más de lo que en realidad se puede vender y, aunque se produzca más barato, una enorme proporción de la gran masa de consumidores resulta expulsada de sus trabajos o es obligada a trabajar por salarios más miserables. Con ello, la ecuación económica ya no "cierra" porque se sigue produciendo para vender pero ya no se puede vender lo que se produce.

El gran problema de la economía mundial es que, para el nivel tecnológico que Occidente ha impulsado y alcanzado, sobra mano de obra y falta poder de compra. Hoy el problema no es producir. El problema es vender. Por la época de la Revolución Industrial del Siglo XIX, allá por los tiempos en que Marx escribía su "El Capital", la gran cuestión era cómo producir lo comercializable y por eso la Revolución Industrial fue más una revolución de ingeniería mecánica que de ingeniería financiera. Hoy, la tecnología prácticamente ha resuelto el problema de la producción y la gran cuestión es cómo vender lo que se produce y, por eso, la globalización es más un problema de ingeniería financiera que de ingeniería mecánica y electrónica.

Y es un problema sin resolver. Peor todavía: es un problema que no tiene solución dentro del marco y dentro de los paradigmas del actual sistema. Anquilosada económicamente en el paradigma de la rentabilidad y aferrada políticamente a la fórmula de comprar Poder con dinero, la élite gobernante del sistema - sea de izquierda, de derecha o de centro - sencillamente no tiene solución para el problema planteado por la destrucción de la economía por parte de la tecnología. Lo único que se le ocurre es inventar guerras para tratar de destrabar una economía atascada o regalar subsidios para mantener relativamente con vida a los desocupados y a los pobres que genera el régimen. Ése es el recurso al cual han apelado los EE.UU. con su estrategia de comprarse enemigos para hacer valer su superioridad tecnológica y tratar de convertirla en poder político, y es también el recurso al cual han apelado los políticos argentinos con su estrategia de comprar solidaridad social para tratar de convertirla en poder electoral.

DIVISANDO EL PANORAMA Y SINTETIZANDO:

Argentina comenzará a caminar lentamente hacia un futuro mejor el día en que su dirigencia se convenza de que el país no tiene un problema económico sino un problema político y el día en que esa dirigencia se decida, por fin, a hacer algo positivo al respecto.

Hasta que esa decisión no se tome, cada determinada cantidad de meses volveremos, una y otra vez, a discutir en todos los tonos imaginables, desde todas las tendencias posibles, y en todos los múltiples aspectos previsibles, el eterno y recurrente problema de la deuda externa. Y, en último análisis, siempre llegaremos a la misma conclusión: el problema de la deuda externa no se soluciona pagándola porque pagarla es imposible. Se comenzará a solucionar el día en que, dentro del marco de una política de Estado coherente y firme, alguien tenga el poder, la valentía, la habilidad - o las tres cosas - de demostrar de un modo palmario e indiscutible que es impagable e, incluso, que se diseñó para que fuese imposible de pagar.

Naturalmente: para implementar una política de Estado de esa coherencia y firmeza lo primero que tendríamos que tener en absoluto es un Estado capaz de diseñar, instrumentar y ejecutar verdaderas políticas de Estado orientadas a la defensa del interés nacional. Y para empezar a pensar en un Estado así, forzosamente tendremos que pensar primero en la construcción de otra República porque ésta, con sus estériles peleas, reyertas, trifulcas, despidos, recambios, pulseadas, conflictos de poderes, juicios políticos, juicios administrativos, juicios vengativos, juicios mediáticos y escándalos varios; esta República, decíamos, podrá ser el sueño dorado de un abogado pero difícilmente sea apta para hacer política en serio. Sin embargo, ése es otro análisis y otra historia que seguramente iremos desarrollando en estas mismas páginas. Por el momento, lo importante es comprender el problema porque, si no se lo comprende, menos aún se comprenderá la solución.

Mientras tanto, en el reciente episodio de este folletín en que se ha convertido la deuda externa argentina, Lavagna - ya que no Kirchner - lo único que hizo fue comprar tiempo. Lo pagó caro pero, con el dinero de todos los argentinos, le compró a Kirchner casi todo el tiempo que éste necesita para cumplir con su mandato sin catastróficos apretujones financieros. Hubiera sido mejor que comprara deuda en lugar de tiempo y muy posiblemente, si Kirchner no hubiera tenido un discurso tan por izquierda, Lavagna hubiera podido comprar por derecha ese tiempo a un precio algo más barato. O al menos con alguna garantía de que los apretujones financieros no se producirán de todos modos, dentro de relativamente poco tiempo, cuando los efectos de la modesta reactivación del mercado interno se dejen de sentir.

Pero, por un lado Kirchner necesitaba ese discurso por izquierda para construir y expandir su poder personal (aparte de que, probablemente, el sesgo a la izquierda sea su inclinación natural) y, por el otro lado, la derecha - o al menos lo que hoy se ha dado en llamar "la derecha" - es ya muy cara de por sí.

Y lo es porque su negocio político está en ser económicamente tan cara que nadie pueda hacerle la oferta compradora imposible de rehusar. Es como la Deuda. Y por la misma razón.

 

Navegadores
Inicio
Artículos
Ensayos
Libros
Varios
Catálogo
Dénes Martos 



Hosted by www.Geocities.ws

1