Dénes Martos 
Inicio
Artículos
Ensayos
Libros
Varios
Catálogo
Navegadores

LA DESCONFIANZA DE LOS SANTOS
(Septiembre 2003)

Es curioso como, en materia de análisis políticos, uno casi no tiene más remedio que reiterarse. Especialmente en la Argentina, los análisis de riesgo político se reiteran, la dirigencia política también se reitera y, al final del día, el análisis vuelve a hacerse... sólo para subrayar casi exactamente los mismos puntos críticos que el análisis anterior. Estamos eternamente dando vueltas alrededor de los mismos problemas. Quizás porque se cometen siempre los mismos errores. O quizás porque, como el proverbial perro, todavía no sabemos dónde acostarnos.
De pronto, sin embargo, la situación parece haber cambiado al menos en algo: ahora los EE.UU. nos apoyan en nuestra negociación con el FMI. ¿Qué habremos hecho para merecer esto?

 

EL MARCO DE LA RELACIÓN ARGENTINA CON LOS EE.UU.

Por de pronto, el análisis no revela demasiados hechos realmente nuevos. Para ser sincero, debo confesar que la parte sustancial del análisis que sigue a continuación fue hecho, casi en los mismos términos, en Diciembre del 2001 cuando estábamos a unos tres meses del tremendo atentado a las Torres Gemelas, con varios "politólogos" y "opinólogos" proponiendo un "alineamiento irrestricto" con los Estados Unidos. Que estos opinadores profesionales no fueran escuchados - o que, al menos nuestros políticos tacharan subrepticiamente la palabra "irrestricto" del concepto - terminó siendo algo bastante afortunado. De no haber sido así, hoy, con más norteamericanos muriendo en la "paz" de Iraq que en la (segunda) "guerra" del Golfo, tendríamos a soldados argentinos convertidos en objeto del deporte favorito del ex-ejército iraquí que, al menos según los medios, parecería consistir en algo así como el "tiro al invasor" practicado con obvia premeditación y hasta una nada despreciable dosis de alevosía.

Sea como fuere, ya hacia fines del 2001 resultaba claro que, para encuadrar el problema de las relaciones de la Argentina con los EE.UU., resultaban de aplicación al menos los siguientes cinco criterios básicos de la ciencia política:

1) La Política, en esencia, es actividad en relación con el Poder entendiendo por tal la capacidad efectiva de incidir en el destino de un organismo social. Sin Poder político no se hace política, mucho menos Política Exterior. Las relaciones exteriores de los países son relaciones de Poder.

2)- El concepto de lo político divide al mundo en amigos y enemigos en los casos determinantes o decisivos. Estas categorías no son de definición personal sino institucional, vale decir: "enemigo" en política no es aquél que me resulta antipático, odioso o despreciable sino quien - por su ejercicio del Poder político - resulta dañino, adverso o peligroso para el organismo social al cual pertenezco. Y la recíproca también es válida: el "amigo" no es quien me resulta simpático, amable o admirable, sino aquél cuyo accionar político, coincide con los intereses del organismo social del que formo parte. De lo cual surge que bien podría ser mi enemigo político una persona o un organismo que me simpatiza y bien podría ser mi aliado una persona u organismo que me repugna. Sencillamente las enemistades y alianzas no son categorías personales en política.

3)- Cualquier organismo político que renuncie a tener enemigos, tarde o temprano terminará tenieno una sola opción: la de elegir la potencia ante la cual se habrá de rendir. O, lo que es lo mismo, y que resulta de aplicación directa a toda Política Exterior: si un Estado renuncia al ejercicio soberano del Poder político — y, por consiguiente, al derecho de elegir a sus enemigos y combatirlos — la única alternativa que le quedará será la de convertirse en vasallo de otro Estado. Con lo cual, obviamente, dejará de ser un Estado soberano para convertirse, ya sea en colonia, o bien en provincia, dependiendo de cómo sea la estructura organizativa del Poder al que se somete.

4)- En cuanto a los aliados, lo que la experiencia histórica demuestra es que se eligen con beneficio de inventario. Esto significa que, aceptando la alianza con un organismo político, se aceptan — en forma simultánea e inevitable — también los enemigos de dicho aliado.

5)- Las alianzas son posibles entre organismos políticos de Poder equivalente o de Poder dispar. En el primero de los casos, no son alianzas propiamente dichas sino simples pactos de no-agresión. En el segundo caso, es siempre el organismo de mayor Poder el que elige al de menor Poder como aliado. Cuando sucede a la inversa, es decir: cuando el organismo de menor Poder es el que propone la alianza, la misma es sólo una rendición encubierta.

EL ANÁLISIS APLICADO AL CASO PRÁCTICO

Con estos cinco puntos como marco de referencia, el encuadre conceptual de la situación internacional — con especial consideración por las relaciones entre Estados dentro del escenario de la globalización — se puede analizar de la siguiente manera:

I)- Los EE.UU. constituyen la sede principal de los centros de Poder financieros y de las usinas intelectuales que promueven lo que ellos mismos pública y expresamente han definido como la "disolución controlada de los Estados-Nación". La llamada "globalización", como fenómeno político de gravitación sobre las relaciones internacionales, no ha sido impulsada en forma principal ni desde Europa, ni desde Asia, ni desde África, sino desde los EE.UU. cuya política exterior se ha orientado según el planeamiento estratégico diseñado por los intelectuales de los mencionados centros.

II)- En la implementación de dicha estrategia, el gobierno norteamericano se ha apoyado en un entretejido de alianzas. Las mismas abarcan, en forma principal, a Gran Bretaña en Europa, a algunos países del sudeste asiático y a Israel en Medio Oriente. En un probable segundo nivel cabría eventualmente agregar a Japón y a Rusia dentro del esquema, aunque la situación de estos países es bastante más compleja, su posición sobre el tablero estratégico mucho más ambigua, y se requeriría un análisis en mayor profundidad para evaluarla.

III)- La correlación políticamente inevitable y necesaria de esta trama de alianzas ha sido la aceptación de un conjunto de enemistades. Los EE.UU., habiendo elegido su escenario de acción y a sus amigos, han tenido que aceptar, obligadamente, la oposición planteada por todos aquellos cuyos intereses se han visto afectados en forma negativa por la decisión tomada. Con ello se han ganado un amplio espectro de enemigos que, activa o pasivamente, se oponen a la política exterior norteamericana por diversos motivos. Como hubiera sido relativamente fácil de prever, la oposición más violenta se condensó en aquél sector del espectro antagónico cuya motivación combinaba, en proporciones variables, lo político con lo etnocultural, potenciado además y a niveles de exaltación, por lo religioso-dogmático. En otras palabras: del espectro de enemigos, el sector que escaló el conflicto al nivel político se ha cristalizado alrededor del dogmatismo musulmán y los EE.UU. han aceptado el reto cristalizando a su vez su posición alrededor del dogmatismo cristiano protestante. Con ello, la rigidez e intolerancia de ambas posiciones, unida a los enfrentamientos armados de intensidad localizada que ya existían en la zona de Medio Oriente, hizo que el riesgo de una guerra adquiriese el grado de una probabilidad prácticamente equivalente al de una certeza.

IV)- Desde la óptica de las relaciones internacionales es perfectamente demostrable que las acciones, las medidas y las iniciativas tomadas por la alianza política controlada — o al menos impulsada — por la política exterior de los EE.UU. han resultado más negativas al interés nacional de la Argentina que la acción conjunta de todos los países musulmanes sumada a la de la totalidad de los demás países que, sin ser musulmanes, integran el campo opositor a la política globalizadora norteamericana. La política exterior norteamericana le ha impuesto a la Argentina un modelo político que, además de destruir la soberanía de su Estado, ni siquiera se condice con las reales necesidades y condiciones del país. La finanza internacional ha destruido la moneda y la estructura financiera. Gran Bretaña sostiene por las armas y mantiene aun su usurpación territorial en el Atlántico Sur. El sudeste asiático y su zona de influencia destruyeron el mercado interno argentino con productos elaborados por una mano de obra cuasi-esclava a precios de "dumping" manifiestos. Israel ha exportado a la Argentina su conflicto regional con al menos dos atentados. Consecuentemente, la definición y determinación del "enemigo político" de la Argentina, dentro del contexto de la situación planteada por la globalización, no presenta ninguna dificultad teórica. Representa, eso sí, una dificultad de orden práctico desde el momento en que constituye un enemigo al cual la Argentina no está en condiciones de vencer con su cuota de Poder actual.

EL ANÁLISIS AJUSTADO AL ORIENTE MEDIO

Con referencia al Medio Oriente y su posible relación con la Argentina, la realidad nos presenta los siguientes datos principales:

A)- Los Estados Unidos — ese país que, según Clemenceau, tiene la rara virtud de haber ido de la barbarie a la civilización sin pasar por la necesaria etapa de la cultura — es probablemente el país de Occidente que menos entiende la complejidad de una situación como la planteada en Oriente Medio y su radio de influencia, en dónde intervienen fuertes y complejos factores religioso-culturales. El establishment norteamericano, incluso con intelectuales como Huntington, todavía piensa en las mismas categorías de los padres peregrinos que bajaron del Mayflower. Hijos intelectuales de una secta religiosa perseguida, los norteamericanos han basado toda su política exterior sobre la insólita idea de que ellos encarnan al Bien y todo aquel que se les oponga es un representante del Mal. En muy última instancia y más allá de fuertes componentes económicas y financieras, el conflicto planteado entre la alianza liderada por los EE.UU y el mundo islámico es una colisión geopolítica entre el fundamentalismo judeocristiano protestante y el fundamentalismo islámico árabe. Aquí, como en tantos otros casos, el conflicto cultural ha precedido, subyace y trasciende al conflicto político aún cuando el conflicto político sigue siendo el determinante respecto de la acción bélica propiamente dicha.

B)- Los Estados Unidos eligieron en su momento a sus aliados en Oriente Medio. Nadie ni nada los obligó a tener los aliados que tienen hoy. La elección principal recayó en su oportunidad en Israel, siendo que la propia diplomacia norteamericana ha afirmado en forma reiterada y explícita que Israel es el aliado más importante que los Estados Unidos tienen en Medio Oriente. Puesto que, cuando se elige a un aliado automáticamente se aceptan también a los enemigos de ese aliado, resulta un tanto ridícula la exasperación y la furia desplegada por la política exterior norteamericana después del 11 de Septiembre del 2001. Ese día, los norteamericanos fueron atacados por los enemigos de su principal aliado. Cualquier analista político con dos dedos de frente habría podido prever que algo así sucedería algún día. Desde la óptica estrictamente política los norteamericanos simplemente no tienen derecho a quejarse. Desde el punto de vista humano, el ataque del 11 de Septiembre es deplorable. Desde el punto de vista político es simplemente la consecuencia lógica de una decisión tomada en materia de política exterior.

C)- Más allá de las consecuencias previsibles de una decisión política tomada con aterioridad, tampoco puede perderse de vista el beneficio económico que representa para los EE.UU. un escenario bélico. En una economía amenazada de recesión como la norteamericana, la opción de una guerra constituye un factor poderosamente reactivante especialmente si se plantea con gran consumo de recursos materiales y relativamente escaso riesgo de bajas humanas en el campo de batalla específico. Este factor se ha relativizado en alguna medida desde el cese de las operaciones militares y la instauración de la "paz" en el teatro de operaciones. Pero sigue siendo una motivación relevante en la consideración de posibles guerras futuras. Es, por cierto, moralmente repugnante expresarlo así con todas las letras; pero no deja de ser un dato concreto de la realidad: la guerra, en muchos casos, es un excelente y gran negocio para quienes están en posición de aprovecharse de ella.

LA SITUACIÓN DE LA ARGENTINA

En medio de este escenario la Argentina debe meditar muy bien y muy cuidadosamente sus propios pasos en materia de política exterior.

No cabe aquí el infantilismo de llevar algún tipo de "relaciones carnales" al extremo de unirse alegremente a la "Cruzada del Bien" norteamericano contra las "Oscuras Fuerzas del Mal", definidas más oscuramente aún en términos de: "quien no está con nosotros, está contra nosotros". Como que tampoco cabe la ingenuidad de creer que la Argentina puede encerrarse en un cascarón geopolítico y esperar pasivamente a que pase la tormenta. La disyuntiva es ciertamente complicada.

Por de pronto, un respaldo incondicional no conviene al interés nacional de la Argentina porque, dadas las relaciones de Poder existentes, ello implicaría un "alineamiento automático" con la política exterior norteamericana, con lo que el país quedaría no menos automáticamente expuesto a un ataque por parte de los enemigos que los EE.UU. se están conquistando por todo el mundo. Y es muy dudoso, por decir lo menos, que los norteamericanos le proporcionen a la Argentina un "escudo de seguridad" contra esos posibles ataques. Todo lo contrario: lo más previsible es que, en un caso así, la Argentina quedaría librada a su suerte luego de haberse comprado unos enemigos contra los cuales no está adecuadamente preparada para luchar por sus propios medios.

Pero, por el otro lado, una neutralidad a ultranza también es contraria al interés nacional, en primer lugar porque — otra vez: dadas las relaciones de Poder existentes — sería sencillamente impracticable. Además y al menos a nivel regional, implicaría ceder terreno e iniciativa a otras aspiraciones de Poder como, por ejemplo, la de Brasil, que ya se ha movilizado muy rápidamente en esta materia con un presidente que pronuncia discursos por izquierda mientras toma decisiones por derecha. Con una actitud obstinada y ciegamente neutral la Argentina, al final de cualquiera de los conflictos previsibles, saldría debilitada y mal posicionada. O, por lo menos, más debilitada y peor posicionada que antes del conflicto. En un mundo globalizado, si los países de primer magnitud de Poder deciden una guerra, los países de segundo y tercer orden no pueden darse el lujo de asumir el papel de espectadores. Si lo hacen, al final del conflicto, casi con total seguridad se encontrarán con la desagradable sorpresa de notar que han descendido aun más en la jerarquía del Poder internacional.

Y no es cuestión de considerar la posibilidad de que la Argentina se convierta en algo así como la Suiza de América. El ejemplo de Suiza es un mal ejemplo de neutralidad. Suiza ha podido ser neutral en el pasado y puede seguir siendo neutral hoy porque todo el mundo está de acuerdo en que sea neutral y a mucha gente con muchísimo dinero le conviene que sea neutral.

Antes de decidir la postura de la Argentina en materia de política internacional y frente al escenario planteado por la realidad, hay tres preguntas para contestar, a saber:

1)- ¿Qué tiene la Argentina para ganar en este escenario?
2)- ¿Qué tiene la Argentina para perder en este escenario?
3)- ¿Qué tiene la Argentina para ofrecer en este escenario?

En cuanto a la primer pregunta, en lo que no hay que caer es en la ingenuidad de creer que si la Argentina "se porta bien", los EE.UU. le otorgarán algo mucho más útil que una simple medalla a la aplicación y a la buena conducta. El alinearse detrás de los EE.UU. difícilmente le reporte a la Argentina algo más que un par de simbólicas palmadas en el hombro. En términos concretos, lo que la Argentina tendrá para ganar será lo que la Argentina sea capaz de negociar. Y en esto no hay reglas fijas: dependerá siempre de lo que se ofrezca y de lo que los norteamericanos estén dispuestos a dar a cambio. Aquí la política exterior Argentina deberá deshacerse de prejuicios primero, proceder con pragmatismo después y — fundamentalmente — deberá demostrar su capacidad en materia de creatividad política. Y no caben timideces en este sentido: los norteamericanos fueron los primeros en instituir el criterio de que en esta vida no hay nada gratis y que, si alguien aspira a algo, todo tiene su precio. El secreto de este criterio reside solamente en no aplicarlo de un modo tan burdo que resulte inaceptable.

En cuanto a la segunda pregunta, la respuesta es simple y directa: con una participación activa o directa, la Argentina se expone a ser blanco de un ataque. Y, en este escenario, previsiblemente ya no se tratará — como en los atentados anteriores — de un ataque al menos principalmente enfocado contra una colectividad albergada por la Argentina sino contra cualquier blanco que al terrorismo se le ocurra elegir, incluso de una manera irracional y, por lo tanto, imprevisible. La cuestión que la política exterior argentina deberá resolver aquí es la de si los beneficios esperados superan — o no — los costos previsibles. Y eso, a su vez, depende de la respuesta que se le pueda dar a la primer pregunta.

En cuanto a la tercer pregunta, la respuesta parece bastante obvia pero tiene sus sutilezas.

LA PREGUNTA DEL MILLÓN

Por un lado, dada la situación socioeconómica y política en que se encuentra — para no mencionar su real capacidad bélica — resulta meridianamente evidente que la Argentina es un país con más problemas que soluciones. Incluso podría ponerse en duda que tenga hoy, en absoluto, el Poder suficiente como para afirmar y sostener una verdadera Política Exterior. Por lo tanto, tiene muy poco para ofrecer. Es muy difícil imaginar una contribución concreta y material por parte de la Argentina que represente una contribución relevante para quienes están en riesgo de conflicto. Puede herir nuestra susceptibilidad y maltratar nuestro orgullo, pero la triste verdad es que la presencia de efectivos militares argentinos en cualquier previsible teatro de operaciones bélicas, muy difícilmente resulte indispensable y más difícilmente aún resulte decisiva para el resultado de cualquier conflicto. Dadas las condiciones actuales, es harto poco imaginable que una participación militar u operativa de la Argentina agregue o quite algo en la situación internacional, más allá de algún grado de satisfacción o de disgusto por parte del Departamento de Estado.

Ahora, que una contribución concreta, tangible y material sea poco imaginable, o en todo caso poco relevante, no quiere decir que el país no pueda prestar algún muy útil servicio a la causa norteamericana en su Cruzada contra el Eje del Mal. Y aquí es dónde el caso AMIA presenta algunas aristas que, como mínimo, dan para pensar.

Por de pronto llama mucho la atención la casi obcecada terquedad con la cual se insiste en tratar de dirigir la autoría del hecho de algún modo hacia Irán. Objetivamente mirado, para la Argentina (y por si sirve de aclaración innecesaria: incluso para quien esto escribe) resulta completamente indiferente si la autoría intelectual del hecho corresponde a Irán, a Siria o a cualquier otro Estado del planeta — o, dado el caso, a ningún Estado en particular ya que la guerra contemporánea ha dejado de regirse hace rato por los convencionalismos jurídicos vigentes hasta principios del Siglo XX. Lo que realmente no puede discutirse es que, de conseguirse el involucramiento de Irán en el atentado, la sentencia resultante sería muy funcional a los intereses de la política exterior norteamericana. En este sentido, lo que la Argentina tendría para ofrecer sería nada más — y nada menos — que un buen argumento para justificar alguna próxima guerra.

Mirémoslo con total ecuanimidad: los EE.UU. y sus aliados están atascados en Irak. Ganaron la guerra pero, como muchas veces ya ha sucedido en la Historia, les es imposible ganar la paz con lo cual la victoria obtenida en el campo de batalla amenaza con convertirse en una derrota sufrida en el campo político. Los argumentos esgrimidos para justificar esa guerra se han desmoronado: ni las armas de destrucción masiva han aparecido, ni la neutralización de las Naciones Unidas ha sido lograda, ni los EE.UU. tienen hoy un prestigio internacional mayor del que tenían antes de la guerra, ni la economía norteamericana se ha revitalizado enérgicamente a consecuencia de la guerra. Se ha consolidado, eso sí, en algo la posición del dólar frente al euro y se ha controlado un poco mejor el negocio del petróleo. Pero, aún así, es transparente que las pérdidas superan a las ganancias.

En esta situación los EE.UU. tienen dos posibilidades: o bien abandonan el proyecto organizándose una retirada lo más "honrosa" posible — y en ese caso muy probablemente Israel quedaría en una situación por demás complicada — o bien redoblan la apuesta — y en ese caso necesitan ahora desesperadamente un nuevo candidato para atacar.

Aunque muchos no lo vean, o insistan en no querer verlo, el hecho es que en ambos escenarios la Argentina podría llegar a desempeñar un papel funcional, aunque obviamente no protagónico. Si la situación en Medio Oriente se escapa de todo control posible, la población de Israel se encontraría muy seriamente amenazada. Con el odio incubado y cultivado durante prácticamente medio siglo en la región no es, en absoluto, fantasioso imaginar una situación que haga inevitable la segunda diáspora. Con ello el problema planteado sería el de la reubicación de entre 2 a 3 millones de personas, en cifras redondas y aproximadas. Para este escenario la Argentina, con sus enormes "espacios vacíos" desde el punto de vista geopolítico y demográfico, podría muy bien tomarse en consideración. Máxime si se considera que ya estuvo en consideración en su momento, hacia fines del Siglo XIX, por la época en que Teodoro Herzl ponía las bases del sionismo que luego reconquistraría a Israel para el pueblo judío.

En cambio, si los EE.UU. decidiesen redoblar la apuesta, el caso AMIA puede brindarle a la política exterior norteamericana un argumento bastante consistente — o por lo menos más coherente que unas armas de destrucción masiva inhallables — para justificar un avance contra Irán. Si quedase jurídicamente registrado el involucramiento de Irán en el atentado contra la AMIA, la conclusión inmediata que el Departamento de Estado podría sacar de semejante fallo estaría dada por un razonamiento del tipo: "Si lo hicieron en la Argentina es razonable pensar que también querrán hacerlo en los EE.UU". En el marco de la doctrina de la "guerra preventiva" adoptada por los norteamericanos, este razonamiento es perfectamente utilizable.

Esto puede explicar, o por lo menos contribuir a explicar, el súbito respaldo dado por los EE.UU. a la Argentina en su negociación con el FMI. Hace apenas unos ocho o diez meses atrás el elenco completo del establishment norteamericano, desde Bush hasta Powell y pasando por O'Neill y Kruger, recitaban todavía al unísono el "mantra" de "hagan un plan sustentable". Apenas unos meses atrás todavía nos criticaban en todos los tonos imaginables; decían que no éramos "serios"; declaraban no querer "malgastar" en nosotros "la plata de los carpinteros y plomeros norteamericanos" y hasta alguno hubo que llegó a expresar su extraña desesperación intelectual afirmando que "los argentinos son así porque les gusta".

La pregunta del millón es: ¿que habremos hecho para, de pronto, merecer el titular en primera página y a todo lo ancho, anunciando el "Fuerte apoyo de EE.UU. al acuerdo con el Fondo?" Seguimos sin tener un plan económico sustentable. Más todavía: hasta es posible que sigamos sin tener plan en absoluto. Acabamos de pagar apenas (y a duras penas) unos 2.900 millones de dólares echando mano a las reservas líquidas del Banco Central; tendríamos que pagar unos 14.000 millones todavía este año y una cifra aún mayor el año que viene. La situación no es "sustentable" por el lado que se la mire. ¿Por qué, de repente, los norteamericanos son tan generosos con nosotros como para darnos graciosamente su "fuerte apoyo"? Y lo más importante de todo: ¿cuánto (o qué) nos costará este apoyo?

Lo mínimo que aconseja el análisis es una enorme dosis de prudencia. Simplemente no es creíble que las autoridades norteamericanas se depierten un buen día y, por pura generosidad y simpatía hacia el Río de la Plata, le digan a los funcionarios del Fondo: "firmen el acuerdo y dejen en paz a los argentinos". Es, por lo menos, para desconfiar. Porque, como ya lo sabían los hombres de épocas pretéritas, cuando la limosna es grande hasta los santos desconfían.

 

Navegadores
Inicio
Artículos
Ensayos
Libros
Varios
Catálogo
Dénes Martos 


Hosted by www.Geocities.ws

1