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¡Se Largó la Carrera!
(Julio 2002)

 

Las tribulaciones de Don Eduardo

Para Eduardo Duhalde la vida no debe ser una cosa fácil. Con un pasado que lo condena; con amigos empresarios que "se borran" apenas descubren que no hay plata dulce para hacer; con aliados políticos que se comportan como enemigos y con enemigos políticos que, como aliados, resultan un verdadero lastre; con una mujer que - como la mayoría de las burguesitas de barrio - cultiva ambiciones desmedidas y sueña con encumbramientos alejados a años luz de sus reales merecimientos; con partidarios tan ineptos que lo obligan a recurrir al campo adversario cada vez que necesita a alguien realmente capaz; y, encima de todo esto, con un cargo de presidente otorgado por políticos que le disparaban ( y le siguen huyendo) a las responsabilidades del cargo en un momento como éste, mientras toda la sociedad a la que debería gobernar no sólo no le tiene la más mínima confianza sino que, directamente, presupone siempre lo peor (y lo peor de todo es que, generalmente, acierta).... No. Decididamente, la vida de Eduardo Duhalde no debe ser algo fácil. Los que lo envidian no saben lo que hacen.

Dentro de este contexto y en el fondo, el llamado a elecciones debe haber sido para Don Eduardo un gran alivio. Cierto es que las piezas no estaban colocadas en el tablero político de la forma en que al principio él hubiera querido que estuvieran. Cierto es, también, que el país no está dispuesto de la forma en que a él le hubiera gustado, para permitirle una salida por la Puerta Grande - algo que, después de algún tiempo, siempre le hubiera facilitado el volver por la pequeña puerta de atrás, porque los políticos en la Argentina siempre vuelven. Y tanto es así que vuelven, que regresan hasta del ridículo.


La Gran Cartelera Nacional.

Pero ya está hecho. Para bien o para mal, el Rubicón ha sido cruzado y henos aquí en plena carrera electoral. A partir de ahora, el público espectador en la Argentina tendrá una opción más en su ya de por si bastante amplia cartelera de espectáculos.

Podrá elegir su caso favorito del generoso abanico de escándalos y escandaletes judiciales, con sus denuncias cotidianas, sus procesamientos, sus declaraciones y su inevitable, conocido, final feliz con el acusado saliendo el libertad y acusando a quienes lo acusaron; o denunciando a quienes lo denunciaron; o, incluso, hablando pestes del propio juez que le permitió salir.

Podrá elegir su piquete favorito. Con o sin tiros, con o sin cortes de ruta, con o sin rotura de vidrieras, con banderas argentinas o con banderas soviéticas. Hoy, dentro de ciertos márgenes, hasta es posible elegir en la Argentina una manifestación con o sin muertos. Todo depende de la cantidad de irresponsabilidad política que se le quiera agregar a una protesta tan justa como inevitable frente a un "modelo" que, sin represión, no "cierra". Y todo depende, también, de hasta qué punto la dirigencia política del puerilismo ideológico ha cruzado aquella tenue y sutil frontera que siempre ha separado - cuando ha separado - a la delincuencia común de la acción revolucionaria directa. Aunque, seamos honestos, algo también depende de la complacencia y hasta de la instigación de quienes amasan bastante buen capital político con los muertos que fabrica gratis la anarquía utópica.

En el ámbito económico también hay un generoso ramillete de opciones dentro del espectáculo de la quiebra financiera y productiva del país, Hay para criar adrenalina con el subibaja del dólar que se encuentra ridículamente alto para una Argentina bien organizada y ridículamente bajo para una Argentina como la que tenemos. O bien, se puede elegir el Festival de Bonos con el suspenso de no saber si el final va a ser de aceptación optativa o compulsiva. O el Certamen de Monedas Truchas en el cual Patacones, Lecops y distintas provincias compiten entre si para determinar quien es capaz de emitir la moneda más falsa con el menor valor real. También se puede asistir al Espectáculo de Quiebras, con algunas mesas de apuestas en dónde gana quien consigue adivinar qué banco caerá primero. Y quienes tengan alguna inclinación por el masoquismo pueden seguir la novela por entregas del "corralito", con sus reprogramaciones, sus amparos, su goteo y, últimamente, hasta con algún posible capítulo ante los tribunales de Nueva York o Washington.

Dentro de este contexto están, por supuesto, también las andanzas y desventuras de nuestro Ministro de Economía. Aquí entramos un poco en la gama de los espectáculos de terror con Anne Krueger (la hermana de Fredy, según algunos) y el golpeteo de los tacones de Horst Koehler que - casi, casi - evocaría los oscuros sótanos de esa Gestapo económica en que se ha convertido el FMI. Según Hitchcock habría tres clases de películas de suspenso: las que son al estilo de "¿quién lo habrá hecho?"; las que son del tipo "¿cuándo lo hará?"; y las algo menos frecuentes de la clase "¿qué hará?". Lo excepcional de esa obra maestra del terror que es Argentina y el FMI consiste en que contiene las tres clases de suspenso en forma simultánea. No sabemos quién se quedó con el dinero de la Deuda Externa, no sabemos cuando el FMI se dignará abrir un poco el grifo de sus préstamos y qué hará al respecto nuestro Ministro de Economía es un secreto tan celosamente guardado que, probablemente, ni el propio Ministro lo sabe.

Después, hay espectáculos que un poco se "pincharon". El del Mundial, por ejemplo, desgraciadamente se desinfló muy pronto y hubo que salir a festejar el triunfo del Brasil porque, al fin y al cabo, ¿somos o no somos "latinoamericanos"? ¡qué joder!. Aunque un "hermano latinoamericano" como el presidente de la Banda Oriental del Uruguay nos recordara nuestra condición de ladrones - desde el primero hasta el último - con (póstumas) lágrimas en los ojos. Y por más que un tibio intento mediático de canalizar euforias hacia Las Leonas y Los Pumas trató de actuar de sucedáneo a la derrota de la selección frente a Inglaterra (¡justo Inglaterra!), la cuestión es que esa desviación hacia una zoológica asociación de ideas subliminal no funcionó. Leonas y pumas son animales notables pero un mal sustituto para la selección nacional. Al fin y al cabo el hockey y el rugby no son para la mersada sino para la gente como uno ¿viste?. Y ni hablemos del tenis. La mayoría de la gronchada ni siquiera sabe dónde queda Wimbledon. De modo que esos espectáculos, al carecer de su imprescindible componente nacional y popular, han quedado reservados para el consumo de una burguesía anémica que ya ni sale a hacer cacerolazos porque, posiblemente, ha terminado asustándose de su propia protesta de otrora.

Pero a cambio de todos los eventos que se pincharon, y bajo el principio de que, ya que no hay panem por lo menos que haya circensem - como diría Mariano Grondona - Don Eduardo largó la carrera electoral y la República Argentina se prepara para concurrir masivamente al hipódromo democrático.

El programa

Sin embargo, para gran dolor de cabeza de Don Eduardo (y eso no es moco de pavo, no vayan a creer) el problema está en que la carrera electoral no es tan fácil de organizar como parece.

Por de pronto hay unos cuantos matungos viejos que, en realidad, ya no están para correr pero que se anotan igual. Por otro lado hay alguno que, según una interpretación estricta de las reglas del antidoping partidocrático, ni siquiera tendría permitido participar pero insiste en correr de todos modos. También está aquél que probablemente sabe bastante de carreras pero al cual, quizás, todavía le cuesta un poco entender que en los boxes partidocráticos no hay mecánicos de Fórmula 1 y, por lo tanto, no es tan fácil poner a punto el caballo y - sobre todo - encontrar la forma de frenarlo.

Para colmo, tampoco está demasiado claro cuantos son los premios a repartir y cuantas carreras se correrán en simultáneo. Encima, subiste el problema de los sponsors que todavía están lejos de haber decidido la álgida cuestión de la financiación del evento. Y, por último, está también el problema de la alineación en la fila de largada porque en las carreras electorales de la Argentina nunca, nadie, quiere correr por derecha. En todo el amplio sentido del término.

Pero vayamos por partes. Que si no entendemos el programa, no podremos gozar del espectáculo.

El retorno de los muertos vivos

Los afiliados al nuevo partido informal de la QSVT (Que Se Vayan Todos) están viendo cómo su ilusión se diluye. En algún momento, estos buenos ciudadanos - honrados, decentes y sinceros la mayoría de ellos, pero dotados de una ingenuidad política enternecedora - creyeron que, con la eliminación de la Vieja Guardia de politicastros, se produciría un vacío de Poder que resultaría llenado por una joven, prometedora y renovadora Nueva Guardia de políticos serios, honestos y capaces.

Pues, ya a esta altura de los prolegómenos de la carrera, la realidad ha demostrado algo que cualquier analista político con dos dedos de frente sabe desde hace años: esa Nueva Guardia sencillamente no existe. Y no existe porque el sistema político imperante en la Argentina ha impedido sistemáticamente que surja. ¿O por qué creen Ustedes que, en la reforma constitucional del '94, se le otorgó a la partidocracia el monopolio de la actividad política en el país? El lema real del sistema partidocrático imperante en la Argentina es una adaptación constitucional del viejo apotegma: "No robe. El Estado no admite competidores".

Pero, aparte de la poca o nula predisposición de los politicastros a permitir la verdadera competencia, hay hechos que en Política no pueden ser pasados por alto porque son como son desde que el mundo es el mundo. En primer lugar, todo sistema se defiende. Ningún Poder político abdica si no hay otro Poder que lo obligue a ello. En segundo lugar, un político, un político de real calibre, no se improvisa. No se salta de la Universidad al Ministerio, ni mucho menos de la vereda a la banca, del mismo modo en que no se salta de telefonista a gerente, de cabo a general, de aprendiz a oficial ajustador, ni de usuario a analista de sistemas. Hasta en el mundo de la actividad privada, la experiencia de los yupies, que fresquitos de la Universidad con brillantes promedios fueron a parar a sillones gerenciales, demuestra que el riesgo de terminar como Enron o como WorldCom es inaceptablemente alto. Y, en tercer lugar, aún contando con políticos capaces y experimentados, el ejercicio del Poder no sólo requiere de una conducción personal sino, también, de aquello que los manuales de ciencias políticas llaman la elite dirigente; es decir: una pluralidad de personas que constituyen un grupo social con vocación y capacidad de gobierno. Dicho en otras palabras: para manejar los problemas de 37 millones de seres humanos, desparramados por 2.800.000 kilómetros cuadrados, con dos o cuatro políticos capaces no basta. No alcanzaría ni con dos o cuatro docenas de ellos.

Así, no es de extrañar, en absoluto, que a la primer campanada del llamado a elecciones se hayan presentado prácticamente las mismas figuritas repetidas de siempre. A lo sumo, algún partido con amplia estructura como la UCR o el PJ podrá hurgar entre sus correligionarios de segunda o tercera fila para sacar de la galera partidaria a algún candidato poco conocido por las audiencias televisivas. A lo sumo, se podrá aplicar algún maquillaje publicitario a algunas figuras legislativas para hacerlas aparecer como candidatos nuevos a puestos del Ejecutivo. Y a lo sumo, viejos militantes políticos de toda la vida, que hasta ahora no consiguieron ni gran repercusión mediática ni gran caudal electoral en las contiendas pasadas, podrán ser presentados como la gran novedad de la política argentina. Pero eso es todo.

Desde cierto punto de vista es triste y cuesta tener que admitirlo; pero la realidad es inexorable: incluso si se van todos, lo más probable es que la mayoría volverá. A lo sumo quedarán afuera algunos impresentables. Porque el sistema es el mismo. Porque el método de selección es el mismo. Porque el monopolio partidocrático es el mismo. Porque la maquinaria electoral es la misma. Porque las complicidades son las mismas. Porque las interrelaciones con el aparato mediático siguen siendo las mismas. Porque la necesidad de financiar las campañas es la misma. Porque no hay políticos nuevos, de verdadera envergadura, realmente preparados para hacerse cargo. Porque no hay organismos políticos nuevos, con la masa crítica suficiente como para ocupar el Estado y hacerlo funcionar con criterios auténticamente diferentes. Porque, en suma, la política argentina es lo que es; y hace falta algo mucho más relevante que una simple subasta electoral de cargos públicos para cambiarla en serio.

Volvé Charly; te perdonamos.

Dadas estas condiciones, no debería sorprender a nadie que Don Carlos Saúl se haya anotado en primera fila para correr la carrera. Si sus propios compañeros lo van a dejar correr, o no, eso es algo que todavía está por verse. De cualquier forma, una cosa ya ha quedado clara: Carlos Saúl Menem es el único que, al menos por el momento, cuenta con un sponsor importante.

Al margen de que papá Bush le haya prometido algo, o se haya comprometido a algo, el implementador ejecutivo de la teoría de las relaciones carnales con los Estados Unidos cuenta con un consentimiento - explícito y tácito - mucho mayor del que todos suponen. Frente a sus posibles competidores, Carlos Saúl tiene la enorme ventaja de ser una persona casi confiable. El problema está sólo en el "casi". Difícilmente a alguien se le pasará por la mente la peregrina hipótesis de que a Don Carlos se le puede ocurrir alguna idea política propia. Su discurso político es, pues, perfectamente predecible: alguna referencia extraída del excelente arsenal de citas demagógicas del General, superpuesta con conceptos extraídos del muy bien compilado catecismo de pensamientos políticamente correctos del neoliberalismo norteamericano. Es obvio que, con esa fórmula, no se construye ninguna bomba atómica.

El problema con Don Carlos Saúl no es político. Es más bien de índole privada. Porque en materia privada Charly es muy capaz de algunas travesuras - como por ejemplo la de armar un negocio para mandar armamentos a algún lugar sensitivo y hacerlo de una forma tan chabacana que al final terminan enterándose hasta las palomas de Plaza de Mayo. Además, los socios políticos de Don Carlos Saúl podrán ser bastante confiables para el establishment plutocrático. Pero los socios privados de Charly son ... ¿cómo podríamos ponerlo?... ¿poco presentables en sociedad?. Alguno de estos socios hasta ha sugerido la posibilidad de haber tenido, quizás, cierto poder sobrenatural al suicidarse en la Argentina y firmar la venta de una propiedad en los Estados Unidos pocos años después. Además la familia - en ambos sentidos del término - tampoco lo ayuda demasiado. La carnal probablemente le debe demasiado dinero a demasiadas personas y la "extendida" es muy posible que se dedique a negocios que no son admitidos en público por la high society del planeta globalizado. Pero esto último quizás sería perdonable. Al fin y al cabo a papá Bush le pasa lo mismo y su hijito se las está arreglando relativamente bien.

Con todo, a la hora de las apuestas, valdría la pena no perder de vista a Don Carlos Saúl. Su mayor escollo no son sus posibilidades electorales sino la trenza dentro de su propio partido. No es tanto una cuestión de si ganaría la carrera sino más bien una cuestión de si lo dejarán correr. Porque, si lo dejan correr sin ponerle zancadillas, es buen candidato a llevarse la copa del Sillón de Rivadavia. Tiene un buen sponsor. Tiene bastante buen aparato. La financiación de la campaña no es un problema para sus socios. Tiene en buena parte del inconciente colectivo el recuerdo del auto en cuotas, la estabilidad con dólar barato, los viajes a Miami y las videocaseteras importadas. Y, por si esto fuera poco, tiene a mano el viejo argumento del General que le permitirá decir: "No es que nosotros hayamos sido buenos. Lo que pasa es que los que vinieron después fueron tan malos que, por comparación, resultamos óptimos".

Y lo más triste del caso es que algo de cierto puede llegar a haber hasta en eso.

Y el segundo puesto es para...

Los demás integrantes de la fila de largada no se perfilan todavía con tanta claridad al momento de escribir estas líneas. Cuando uno habla de segundos puestos, la referencia a Reutemann se hace casi obligada. Pero, a todas luces, a Reutemann no lo entusiasma la idea de confrontar con Don Carlos Saúl en la interna y el hecho es comprensible. Basta con repasar un poco la historia de cómo Reutemann pudo pasar de la Fórmula 1 al circuito de la política argentina para entender que hay ciertos compromisos de lealtad que solamente los avezados políticos de la partidocracia argentina saben cómo traicionar sin que la sangre llegue necesariamente al río. Aunque muchos no lo sepan, la traición también es un arte. Una traición que deja enemistades perdurables no es una buena traición. En la política argentina las traiciones hechas como Dios manda son aquellas que, después de las puteadas del caso, permiten tirarle un hueso al traicionado para comprometerlo en la operación y hacerle olvidar los deseos de una venganza que ya no le conviene.

Rodriguez Saá y/o Kirchner y/o De La Sota y/o algunos otros vienen galopando desde el fondo, pugnando por ponerse en la línea de largada, pero su llegada a ella tiene las mismas chances reales que las de un "muletto": pueden llegar a correr solamente si, por alguna razón, fracasa el titular.

El radicalismo, a esta altura del partido, es un verdadero misterio. Ni con la mejor buena voluntad del mundo se puede ver todavía de dónde sacarán los radicales algún candidato, no ya con posibilidades de ganar, sino hasta de correr una carrera aceptable. Porque la UCR necesita, o bien un genio político capaz de obrar milagros, o bien un idiota útil dispuesto a tragarse el sapo de una derrota calamitosa. Para la primer opción los radicales no parecen tener muchos postulantes que digamos. Y para la segunda opción la única pregunta que quedaría abierta es quién de los múltiples postulantes estaría dispuesto a tragarse el sapo.

Tenemos, por otro lado, el haras del radicalismo arrepentido, encabezado por Don López Murphy que, si llegara a ganar, demostraría palmariamente la aplicabilidad universal de las Ley homónima (considerando su segundo apellido). El problema mayor de Don Ricardo es que los sponsors que deberían apoyarlo ya están bastante comprometidos con Don Carlos Saúl. Difícilmente una sociedad anónima armada con Doña Patricia Bullrich le pueda restar por izquierda al Charly lo que éste ya consiguió por derecha. Patricia tiene lo suyo, es hábil, es hasta bastante simpática, pero el Charly también tiene su encanto y, sobre todo, mucho, mucho más estaño. El problema de López Murphy es un problema de masa crítica. Y de financiación. Y de discurso. Tiene a su favor el buen argumento de "si hubieran hecho lo que no me dejaron hacer, no tendrían hoy la crisis que tienen". La gran macana es que todos sabemos que tendríamos otra. Y acaso una peor. Aunque eso sí: más prolijita, más ordenada y más estructurada. Lo cual no dejaría de ser una ventaja después de todo. Si vamos a parar al infierno, por lo menos que sea un averno con temperatura controlada y un Satanás que puede no saber demasiado bien cómo manejar el termostato pero, al menos, que sea un contador lo suficientemente prolijo como para no gastar más carbón que el imprescindible.

Y después tenemos a la tropilla del ARI que - legajo de demandas en mano - promete limpiar la pista del hipódromo a denunciazo limpio. Bajo el lema de "todo el mundo es sospechoso mientras respire" Lilita y sus muchachos se dedicarán a la caza de brujos - que no de brujas porque eso podría salir mal - responsables de todos los males padecidos por la benemérita República Argentina desde los tiempos del Virrey Sobremonte a esta parte. No está demasiado en claro cuales son las chances reales de Doña Lilita fuera de los círculos intelectualosos urbanos. Pero tiene su volumen de admiradores que ciertamente le puede garantizar un puesto en la carrera, aunque más no sea a la izquierda de algún sector de la curia; con, o sin, Gustavito Béliz tomando el carril derecho, y los muchachos del Grupo Clarín - Página 12 incluida - garantizándole al menos una buena largada. Con todo, Lilita es una buena opción. Con ella muy posiblemente no lograremos la solución de nada. Pero al menos tendremos denunciados hasta el hartazgo a los culpables de todo.

A la izquierda de la pista - bien a la izquierda - quizás se presente Luis Zamora a correr una carrera que no habrá de ganar pero en la cual podría cosechar algunos aplausos. En especial si al establishment le conviene realizar una "Operación Le Pen Inversa", es decir: dividir a la izquierda revoltosa para darle más chances al resto del espectro. En un escenario así, Luis podría correr con relativamente buenos resultados, siempre y cuando consiga escapar de los zarpazos con los que la bolsa de gatos del marxismo vernáculo desgarra a la izquierda argentina desde siempre.

El handicap de Luisito es que tiene visibles problemas de ubicación. Se le nota demasiado que no ha conseguido hacer bien la transición del marxismo-leninismo caminando la senda que pasa por las alturas especulativas del trotzquismo para aterrizar en una socialdemocracia que es la única que le puede ofrecer un puesto de militancia rentada.

Aparte de ello, por supuesto, Luis tiene el problema que tienen todos los militantes de izquierda. Estos militante son - al menos en un promedio general - íntegros, sinceros, y bastante buenos críticos del sistema capitalista. Pero, fuera de discursos incendiarios inflamados de demagogia revolucionaria, no tienen ni la más repálida idea de cómo se maneja un Estado. Su propia ideología los lleva a una ignorancia supina de hasta las nociones más elementales del tipo de decisiones políticas que son necesarias para construir un país. Más aún: esa misma ideología les impide entender qué es, en absoluto, un país o una nación soberana y con ello caen, inevitablemente, en ese infantilismo revolucionario del cual hasta Lenin advertía que es la enfermedad congénita del socialismo. Atrapados en el corralito ideológico del clasismo dialéctico, lo único en concreto que tienen para ofrecer en materia de soluciones prácticas son unos bonos de promesas políticas que valen aproximadamente lo mismo que los bonos de promesas de pago que entrega el capitalismo a los atrapados en el corralito económico.

Finalmente, agárrense muchachos que se viene el "aluvión zoológico", al decir de un ilustre politicastro argentino de épocas pretéritas. Porque todos los que no entren en alguna de las opciones autorizadas por el sistema están condenados al ostracismo piquetero. Y los que están en el ostracismo, no corren. Podrán hacer sus marchas, tocar sus bombos, gritar sus consignas y - si no hay más remedio - armar un regio bolonqui de tránsito cortando una ruta, repartiendo papelitos y rompiendo un par de vidrieras. Y si la cosa sale mal, a lo sumo habrá un par de muertos que se cargarán en la cuenta de algún policía sobreviviente de la masacre de policías que algunos de esos mismos muchachos piqueteros están encargándose de producir cuando, abandonado la acción política, se dedican al negocio privado de alguna actividad delictiva bastante bien protegida por el garantismo lacrimógeno de buena parte de nuestros insignes abogados. Pero a la hora de los bifes - que en términos partidocráticos es la hora de los votos, las bancas y los cargos - los líderes piqueteros no tienen más opción que negociar. Y cuando negocian, la transa siempre es con los dueños de la caja. O con los futuros probables dueños de la caja; que de eso se trata en las elecciones.

A la derecha de su televisor, señora

Así las cosas, imaginémonos por un momento la línea de largada: Luisito Zamora con casaca rojo brillante a la izquierda flanqueado - más hacia el centro de la pista pero siempre hacia la izquierda - por los pupilos del ARI y los aliados que se hayan sabido conseguir. Después, en el centro pero un poco a la izquierda, algún resignado y sacrificado representante de la UCR; o lo que quede de ella. En pleno centro, pero ya un poco corrido a la derecha, Don Carlos Saúl, o quien lo suplante (o quienes lo suplanten en abigarrada pluralidad), luciendo orondo los colores del PJ y una bandera negra, con tibias, calavera y todo, sustraída del museo del Tigre de los Llanos con la leyenda cambiada a "Dolarización o Muerte". Lo cual nos deja a Don Ricardo López Murphy en la extrema derecha.

Paren un cachito. Acá hay algo que no cuadra. López Murphy no puede ser extrema derecha. Sí ya sé: lo de las derechas e izquierdas es un trabasesos que no tiene mucho asidero. Lo hemos dicho varias veces desde estas mismas humildes páginas. Pero hablando en términos convencionales y haciendo todas las salvedades del caso, tampoco es un crimen de lesa semántica hablar de derechas e izquierdas a fin de orientarnos un poco por el ambiente partidocrático. Porque el problema con el espectro político argentino es que siempre resulta incompleto. Es como un trípode al cual eternamente le falta una pata. No tiene más remedio que caerse.

Si miramos a la política argentina con el cristal europeo - que es de dónde proviene todo el lío éste de derechas e izquierdas ya que los norteamericanos son mucho más simplotes y lo redujeron todo a una simple cuestión binaria - nos encontramos con que la dispersión de las tendencias ideológicas va, en realidad, desde la izquierda hasta la centro-derecha. Pero en la derecha propiamente dicha, en lo que vendría a ser el lugar que debería ocupar una derecha come il faut, siempre hay un enorme vacío. La política argentina hasta ha perdido a un conservadorismo más o menos democráticamente domesticado. A la derecha no hay nadie en realidad. Nadie quiere estar a la derecha. La derecha está out. Es una especie de leprosario al cual todo el mundo le dispara. Cualquier político argentino que quede catalogado por alguna razón en este lugar, inmediatamente la emprenderá a los codazos con sus colegas del centro para correrse, aunque sea un poquito, más hacia el centro. O sea, más hacia la izquierda, que eso nunca estará mal visto. Pero la derecha es mala palabra.

Hasta el vocabulario político argentino ha perdido gran parte de la terminología propia de la derecha. Uno mismo tiene que tener, a veces, especial cuidado con los términos que emplea porque se arriesga a no ser entendido por nadie. Hay que saber, por ejemplo, que ya no hay más Pueblo; ahora se habla de "la gente". Se acabó la Patria; ahora con tener un país es suficiente; y si es un país carente de personalidad en absoluto, que se limita a copiar lo que hacen los demás "países exitosos", pues tanto mejor. La Nación es el nombre de un diario; no un concepto para indicar a un Pueblo con una comunidad de destino diferenciada en lo universal. La Tradición se aplica solamente a la imagen de un gaucho for export zapateando un malambo con boleadoras de material plástico ante un público de turistas brasileños. Y la Cultura es cualquier extravagancia intelectualoide basada en un desparramo de amor hacia una humanidad abstracta; o bien todo programa transmitido entre la una y las cuatro de la madrugada, lo que convierte a los serenos y guardias nocturnos argentinos en los seres potencialmente más cultos del planeta.

¿Por qué nadie quiere estar a la derecha en la Argentina? No tenemos ni siquiera a un bombástico dinosaurio de épocas idas como Le Pen que al menos sirve como Hombre de la Bolsa para asustar a los buenos ciudadanos y obligar a los comunistas a votar por los candidatos capitalistas, no sea cosa que Francia termine saliendo de la Comunidad Europea y un par de turcos medio desprolijos terminen teniendo que volver a su Turquía natal para morirse de hambre allí sin ofender la sensibilidad - y, seamos sinceros, un poco también la sensación de seguridad - de la tradicional burguesía francesa. Menos todavía tenemos a un simpático playboy como Haider que, luego de pegarle un susto mayúsculo al estamento dirigente de la Europa políticamente correcta y provocar una histeria de paranoia generalizada, renunció a su cargo partidario, se subió a su Ferrari y se volvió a su provincia dónde nadie le disputa la primacía desde hace una pila de años.

La cuestión es que aquí, a la derecha no hay nadie. Quizás sería de aplicación a la Argentina actual aquella observación de un pensador francés - creo que fue Alain de Benoist - que dijo algo así como: "Puesto que nadie quiere estar a la derecha, ya es hora de que alguien se ponga allí. Sería una forma de decirle a todo el mundo que, por fin, hay alguien que está parado en un lugar diferente".

Urnas guardadas, cajas vacías.

En la Argentina las urnas han sido, y siguen siendo, el objeto de culto mejor custodiado del país. En una época las custodiaron los militares a bayoneta calada para que los politicastros no las usen. Ahora las custodian esos mismos politicastros, no sea cosa que pasen a manos de los giles que se avivaron y se volvieron contreras. Las guarden tirios, o las guarden troyanos, las urnas fueron, son y por lo visto seguirán siendo, patrimonio y trofeo de los jugadores principales de este Juego de la Oca de la política en dónde, cada vez que los dirigentes dan dos pasos para adelante, la Nación da tres para atrás.

Pero, si bien los custodios de las urnas sin duda alguna se las arreglarán para que éstas no se les escapen de las manos - con lo que vayamos despidiéndonos hasta de la ilusión de una auténtica renovación política - la partidocracia en general sigue teniendo un grave problema: las urnas estarán bien guardadas o custodiadas; pero las cajas están vacías.
Y con una caja partidaria poco menos que vacía se hace bastante difícil llenar las urnas con votos. En la próxima elección, ningún candidato con menos de un mínimo 50 millones de pesos en la mano puede soñar siquiera con arrimar el bochín. Con algo así como 18 millones de electores potenciales, esos 50 millones representarían una inversión de aproximadamente unos $ 2.77 por voto. Traducido en dólares - a $3.70 el dólar - vendrían a ser algo como 0.75 centavos de dólar el voto. Ridículamente barato si se tiene en cuenta que, a nivel internacional, se calcula entre 5 a 12 U$S por sufragio el costo de una campaña electoral.

Con lo que la plutocracia, pesificación y mamarrachos sucesivos mediante, ha conseguido abaratar sustancialmente el costo de la política argentina. Por supuesto, del mismo modo y en la misma proporción se ha conseguido abaratar, en dólares, también el precio de venta de cualquier empresa argentina y hasta de cualquier pedazo de territorio argentino. Pero, manteniéndonos dentro del ámbito de la matemática financiera electoral, queda bastante en claro que cualquier candidato que consiga un sponsor dispuesto a poner algo así como dos o tres dólares por voto para la campaña, es muy posible que se lleve el Premio Mayor.

Porque los demás no tendrán muchas opciones de dónde sacar una cifra equivalente. Con el grifo del FMI cerrado, las arcas del Estado están demasiado exprimidas. Además, con Don Eduardo poniendo la mano sobre las arcas más importantes, habrá que negociar muy bien con él para tener algún acceso a lo que todavía puede quedar en la fuente de financiación tradicional de la política argentina. Los señores empresarios argentinos tendrían que volverse rematadamente locos para traer mucha plata de afuera a fin de financiar a algún candidato. A lo sumo negociarán alguna alternativa extraoficial al corralón, al corralito, o a las liquidaciones por exportaciones, para arrimar alguna pequeña contribución local.

De modo que la única alternativa viable de financiación que le queda a la partidocracia son las grandes corporaciones transnacionales de la plutocracia. Y con ellas, la Nación marchará democráticamente hacia la elección popular y constitucional de su liquidador final.

La República ha quedado como la Justicia: sola, con los ojos vendados y de a pié. ¡Pobre Argentina! ¡Era tan linda cuando todavía estaba gobernada por políticos que le tenían un poquito de cariño!...

7 de Julio 2002

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