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¡ADIÓS 2001!
Adiós a un año que muere
con mucha pena y ninguna gloria
(24 de Diciembre 2001)

 

El principio del fin

El fatídico 2001 terminó como tenía que terminar: mal.

Nadie puede decir que no era previsible. La conjunción de ineptitud, indecisión e ineficiencia que se dió en el país resultó ser superior a la que cualquier política — aun una política dictada desde el exterior— podía soportar. Porque se puede gobernar tomando buenas decisiones; se puede gobernar tomando decisiones discutibles y hasta pordría ser posible gobernar por un tiempo tomando malas decisiones. Lo que no se puede hacer es gobernar sin tomar ninguna decisión en absoluto o, peor aun, pretender gobernar esgrimiendo un mítico "consenso" como pretexto para que las decisiones — sobre todo las incómodas — las terminen tomando siempre los demás.

Al final, la Argentina explotó. Llegó a un punto en que la gente dijo ¡basta!. Y lo dijo, no a través de los canales institucionalmente previstos por el sistema, sino de un modo directo, muy incómodo e intergiversable: saliendo a la calle y haciéndose oir. Gritando su hartazgo por una incompetencia merced a la cual enormes cantidades de esfuerzos y recursos se pierden en un agujero negro y terminan engrosando arcas personales y partidarias en lugar de reforzar una estructura social destruída. Demostrando que los argentinos están hartos de la inutilidad de medidas demagógicas mediante las cuales se pretenden paliar desastres estructurales socioeconómicos repartiendo cajas con algo de fideos, yerba, azúcar y eventualmente algún pan dulce. Hartos del manoseo de términos como el de "competitividad" que — al márgen de constituir trabalenguas casi tan impronunciables como el trabasesos aquél de la "institucionalización" que otrora le trabara la dicción al general Lanusse — terminaron naufragando en un mar de idas y venidas, con industriales y productores que al final no tenían ya la más pálida idea de a qué atenerse y una masa enorme de gente haciendo cola delante de los bancos para abrir una caja de ahorro en la cual se hubiera podido depositar cualquier cosa pero de la cual solo se podía extraer la suma establecida por un burócrata. Y hartos, en fin, de la casi increíble soberbia con la que se procedió a hacer todo esto; como si se diese por descontado que el pueblo argentino soportaría bovinamente cualquier cosa, mascullando a lo suma alguna protesta anodina entre dientes y sin mayores consecuencias.

La agonía del sistema

Pues no: las consecuencias vinieron y la Argentina explotó de hartazgo e indignación. Frente a ello, la primer pregunta que acaso valdría la pena formular es la siguiente: ¿Qué hacemos con un sistema político que permite el acceso al Poder de los incapaces, los ineptos, los soberbios y hasta de los traidores a la Patria? Porque, pongamos las cosas en su lugar: lo que realmente causó el estallido no fue tanto la ineptitud de un político incapaz como Fernando De La Rua, ni la soberbia irritante de un gerente a sueldo como Domingo Cavallo, sino la total inadecuación de un sistema político que permitió que estas personas llegasen al detentar un cargo público, que se mantuviesen en él y que, desde el mismo, le causasen al país el tremendo daño que le causaron. Aquí lo que falló no fueron tanto las personas. De Cavallo hasta podría decirse que casi tuvo éxito, habida cuenta de su real misión y función. Aquí lo que falló y terminó estallando fue el sistema que, no sólo no consiguió sus objetivos dogmáticos, sino que terminó en la batahola de sus propias pulseadas internas, llevando con ellas al desastre a 37 millones de personas.

Lo peor de todo es que, a la luz de lo que ocurrió en los últimos días del año, todo parece indicar que los personeros del sistema siguen sin querer darse por enterados. Así como la casta de los politiqueros se negó a asumir el significado del voto de rechazo del 14 de Octubre, ahora se niega a aceptar el significado del espontáneo referendum del 20 de Diciembre tratando de reducirlo todo a una cuestión social, cuando no meramente policial. Para cualquiera que haya observado con un mínimo de objetividad este referendum, queda muy claro que, en realidad, se dieron tres manifestaciones simultáneas. Por un lado estuvo la manifestación popular, de gente que salió a la calle a gritar su fastidio y su rabia. Por el otro lado estuvo la manifestación de los que le quisieron dar un sentido político a esa expresión de fastidio y rabia, tratando de encabezar y eventualmente dirigir la ola de protesta que inundó las calles. Y por el tercer lado estuvieron los que aprovecharon la situación, ya sea para hacerse de un paquete de harina o para robarse un televisor. De las tres manifestaciones — la popular, la política y la criminal — la única que importa en realidad es la primera. Pero la Argentina no sería lo que es si sus dirigentes sobrevivientes no le estarían dando ahora toda la importancia a la segunda y a la tercera.

Porque esa manifestación principal expresó claramente una voluntad política y un objetivo político que ahora toda la partidocracia se apura a barrer bajo la alfombra. La gente no salió a la calle al grito de "que se vaya De La Rúa". Salió gritando "¡que se vayan!". Así; en plural. El presidente y algún ministro solamente personificaron el fracaso del sistema, pero en la espontaneidad de la manifestación popular se hizo meridianamente evidente que la gente ha percibido el fracaso como una responsabilidad de todos los involucrados. Como un fracaso de todas las estructuras, al punto en que se pedía la renuncia también de los señores diputados, senadores o concejales y algún exaltado llegó a pedir a gritos hasta la renuncia de toda la Corte Suprema. El fracaso se percibió incluso en el accionar de una policía que consintió en ser instrumentada para reprimir a la manifestación política, dejando mayormente de lado a la manifestación popular — porque no podía hacer otra cosa — y tolerando pasivamente a la manifestación criminal — porque no tenía ningún interés en morir por 400 pesos al mes (adeudados, para colmo, en varios casos) tan solo para que los criminales entrasen por una puerta y saliesen por la misma en menos de 24 horas.

Naturalmente, no se puede pedir ni esperar que un sistema político se suicide en cuarenta y ocho horas. Pero la señal está dada. El que insista en ignorarla se equivocará. Tanto o más que el pobre Fernando De La Rua quien, a esta altura de las circunstancias, está dando ya más lástima que otra cosa. Lo que aquí fue repudiado ha sido todo el sistema político y toda la casta política que lo sustenta. Lo que aquí recibió un violento voto de rechazo en este referendum espontáneo es una partidocracia que no sale de su autismo egocéntrico y, cuando sale, lo hace para ponerse al servicio de una plutocracia a la que solamente le interesa el saldo de su cuenta corriente.

El posible futuro en tres frentes

¿Qué se avizora en el horizonte de aquí en más? Pues, desgraciadamente, las primeras señales indican más de lo mismo pero, quizás — y tan solo quizás — de un modo algo diferente.

Por de pronto, en el frente económico-financiero la Argentina ha entrado en default. Algo que cualquier persona con dos dedos de frente podía prever que ocurriría. Las deudas externas son impagables y no se pagarán. Lo hemos venido sosteniendo desde estas páginas desde hace mucho tiempo. No es una cuestión de querer o no querer pagar. Es una cuestión de poder o no poder. Y no se puede, desde el momento en que toda la estrategia subyacente a las deudas externas no es que sea pagadas sino que permanezcan in aeternum sobre las naciones como una herramienta de presión sobre sus Estados. Frente a este hecho, se ha optado por el tradicional "patear el problema para adelante": declarado el default se ha reiterado la voluntad de pago, postponiendo la concreción de esa voluntad para algún momento en el futuro. De este modo, la Argentina no pagará, diciendo que pagará. Una típica solución burguesa que no soluciona nada pero que permite salvar la situación para negociar más adelante. En alguna medida, quizás la decisión esté aproximadamente justificada. Tampoco se puede ahora pedir milagros y exabruptos de un "gobierno" que, a lo sumo, tiene una vida prevista de un par de efímeros meses. Lo malo es que, por las señales que se perciben, muy probablemente la partidocracia terminará negociando sus prebendas con la plutocracia y, una vez concluida esta negociación, la Argentina seguirá pagando y desangrándose financieramente.

En el frente político las cosas están complicadas. Frente a un radicalismo apaleado y una izquierda aburguesada que agotó sus recursos en la protesta sin propuestas y la denuncia sin condenados, la escasa cuota de Poder político remanente en la Argentina ha recaído en un justicialismo que se ve forzado a recurrir a la ley de lemas para dirimir su propia feroz interna simultáneamente con las elecciones anunciadas para el 3 de Marzo del 2002. Lo que puede preverse en este terreno es algo que podríamos llamar "canibalismo político con sordina". Canibalismo político porque los caciques partidocráticos están nuevamente afilando sus cuchillos para hacerse de un puestito y piensan en todo menos en hacerse concesiones mutuas. Con sordina por dos motivos: primero porque es evidente que la ciudadanía no tolerará torneos de oratoria con recriminaciones recíprocas y acusaciones cruzadas; y segundo, porque las arcas partidarias están bastante anémicas después de las erogaciones de Octubre del 2001 y el "cierre de canilla" impuesto por el sistema financiero en vista de la indisciplina mostrada por la casta política. Sobre la política argentina de los próximos meses pesarán dos fantasmas: el "voto bronca" de la gente que está cansada de estupideces y la desfinanciación política que la plutocracia se ha encargado de imponerle a la partidocracia para someterla a su control. Cómo se las arreglarán los políticos profesionales para mantener el sistema a pesar de estos condicionamientos es algo que, seguramente, resultará interesante observar. Si es que lo consiguen.

En el frente social y contrariamente a lo que afirma la mayoría de los comentaristas, es bastante poco probable que se produzcan grandes novedades. Ciertamente cabe esperar un aumento de la agitación de parte del socialismo clasista nostálgico y, dado el caso, el sistema hasta podría intentar por izquierda lo que no consiguió por derecha. Al fin y al cabo, la izquierda dogmática y domesticada es la oposición tolerada del sistema, por más que esté fragmentada en docenas de grupúsculos que mantienen aun la vieja discusión entre trotzquismo, marxismo-leninismo, maoismo, cheguevarismo, peronismo de izquierda y todos los demás sectarismos que han conseguido atomizar a la izquierda argentina. Pero es poco probable que la plutocracia esté dispuesta a jugar esa carta, y mucho menos a financiarla, por lo que la discusión relevante se dará casi con seguridad dentro de las líneas internas que desgarran al partido justicialista. Con ello, el frente social — especialmente el constituido por los excluidos que ha generado la globalización capitalista — podría llegar a mantenerse bajo control, al menos hasta Marzo, con el panem et circensem organizado por la acción conjunta de vacaciones, asistencialismo y demagogia.

El fantasma social

En esto no debemos equivocarnos: por más que la sensiblería romanticoide de los medios quiera presionar nuestras glándulas lacrimales hablando del hambre de los pobres y justificando indirectamente hasta el pillaje y el asalto a mano armada, la mayor desgracia de los auténticos pobres de la Argentina no es tanto el hambre como la desesperación. En materia de comida, estrictamente hablando, es muy difícil que los pobres en la Argentina estén hoy peor de lo que estuvieron sus antepasados indígenas o sus abuelos españoles, italianos, polacos o rusos cuando llegaron al país a principios o mediados del siglo pasado. Con la enorme diferencia de que esos abuelos llegaron a un país en el que se podía comer, se podía trabajar y trabajando se podía progresar, mientras que hoy los pobres viven en un país en el que no hay ni trabajo, ni esperanza de conseguirlo, ni progreso creíble a la vista. Pero también con la otra enorme diferencia de que para esos abuelos un ladrón era un ladrón con derecho a una celda en la cárcel, mientras que a los actuales criminales desclasados se los ha catalogado como víctimas de la sociedad con derecho al asistencialismo gratuito.

El problema está en que, por de pronto, ningún asistencialismo es gratuito. Naturalmente, es mucho más cómodo señalar a "la sociedad" como la culpable de la situación y apuntar a los (cada vez más escasos) "ricos" cuya fortuna debería ser distribuida a lo Robin Hood para solucionar el problema de los pobres. Diciéndole a alguien que es "victima de la sociedad capitalista" es echarle la culpa a una entelequia abstracta de la cual, por supuesto, difícilmente será posible destilar algún responsable concreto, más allá de algún chivo expiatorio emblemático o alguna generalización intelectual. Si, en lugar de esta concepción lacrimógena, se le dijera a los pobres que son víctimas de un sistema político mal diseñado, mal conducido y mal planificado, los responsables por el mal diseño, la mala conducción y la mala planificación aparecerían, con nombre y apellido, mucho más rápidamente.

La Argentina — y buena parte del mundo con ella — ha caido en la estupidez de creer, por un lado, que ser rico es un pecado y, por el otro, que las decisiones políticas no son judiciables. Así, mientras muchos estarían gozosamente dispuestos a crucificar públicamente a un Franco Macri, por el otro solo refunfuñan su disgusto ante el hecho de que un Carlos Menem y hasta un Alderete anden sueltos por la calle. Es cierto que la cosa no es tan sencilla. Es cierto que muy difícilmente una persona cabalmente honrada podría llegar a ser rica en un ambiente tan corrupto, hipócrita e intrínsecamente perverso como el que nos toca vivir; por lo que, si una persona tiene mucho dinero, no es descabellado suponer que — al menos buena parte del mismo — es producto de alguna operación no necesariamente del todo cristalina. Pero no olvidemos una cosa: el gobierno del dinero — es decir: la plutocracia — es posible sólo en virtud de la claudicación total del Poder político. En toda sociedad, los responsables por la organización social son quienes poseen el Poder político. Y no dejan de ser responsables ni aun si prostituyen ese Poder vendiéndolo a un par — o incluso a todo un club internacional — de magnates financieros. Entendámoslo de una vez por todas: los pobres no son víctimas de la sociedad. Son víctimas de la pésima organización de la sociedad y los responsables por esa pésima organización son todos los políticos que no tienen ni el coraje, ni la capacidad y en muchos casos ni siquiera la voluntad de hacer algo al respecto.

Las asignaturas pendientes

Frente a todo esto, ¿qué se podría hacer? Pues, muchas cosas. Por de pronto se podría tomar la crisis como una oportunidad; algo que mil veces se ha propuesto y que nadie se ha decidido a hacer. Bien o mal, el 3 de Marzo del 2002 abre una oportunidad para los argentinos a condición de que el proceso hasta esa fecha se invierta, no en una discusión de candidaturas o celebridades mediáticas, sino en una discusión a fondo de los problemas que tiene el país y — sobre todo — de las soluciones que se necesitan para resolverlos.

La Argentina necesita, en primer lugar, recuperar su Estado. Para ello debe renovar a fondo dos cosas: su dirigencia política y su estructura jurídica. Debe deshacerse de los políticos profesionales y crear estructuras representativas formadas por políticos vocacionales. Con esta dirigencia, debe fundar una Segunda República y darse una nueva Constitución que restaure al Estado en sus funciones esenciales; elimine la división artificial del Poder político; independice a la política del Poder económico; le otorgue al Ejecutivo la facultad y la responsabilidad de tomar las decisiones; instaure el principio de la responsabilidad personal de todo funcionario público por las decisiones que toma; separe orgánicamente a los cargos públicos de los cargos de la Administración Pública reduciendo drásticamente la cantidad de los primeros y racionalizando con eficiencia los segundos; regionalice terriorialmente al país en unidades eficientemente administrables y establezca la obligación indelegable del Estado de garantizar y, dado el caso brindar, los servicios esenciales e indispensables a la vida en comunidad.

En segundo lugar, la Argentina necesita recuperar su moneda y su estructura económica. Para ello deberá crear una moneda soberana, racionalmente sustentable, destinada a la producción y al intercambio de bienes en forma prioritaria. Deberá recrear su mercado interno; desarrollar a pleno las capacidades de su industria alimentaria para poner valor agregado a sus principales productos de exportación y, a los efectos de hacer que esto sea viable, deberá desarrollar también toda la infaestructura necesaria en materia de: redes viales, transportes, mecanización del agro, comunicaciones, industria del envasamiento, almacenamiento, mantenimiento, automatización, administración, logística y distribución. Paralelamente, deberá ampliar su mercado externo, en primer lugar a América del Sur — dentro o fuera del marco del Mercosur — y, en una segunda etapa, hacia Europa y el Asia para salir al máximo posible de la esfera de interés directamente norteamericana. Para ello, deberá readecuar su estructura diplomática y su estrategia de relaciones exteriores, elaborando proyectos viables a largo plazo, dentro del realismo impuesto por los factores concretos del mundo globalizado pero con un criterio soberano y previendo lo que los propios estrategas financieros norteamericanos han definido como "el colapso controlado del sistema financiero internacional".

En tercer lugar, la Argentina debe definir en forma inequívoca su posición frente a su deuda externa. Para ello, deberá primero investigarla a fondo y delimitar responsabilidades. Después, deberá establecer fehacientemente su monto y, en la parte en que resulte legítima, tendrá que negociar métodos plazos y montos de pago viables y razonables.

Hay, así, tres grandes tareas que le quedan planteadas a este 2002 que está naciendo: 1)- recuperación del Estado, 2)- reestructuración de la moneda, 3)- renegociación de la deuda externa. En ese orden y con las orientaciones indicadas. Si la Argentina no lo logra, como mínimo parcialmente, su destino como Nación se verá seriamente cuestionada. La actual pulseada entre la partidocracia y la plutocracia ha terminado en una especie de sangriento empate. Pero no alentemos falsas esperanzas: tanto tirios como troyanos han aprendido algo del estallido y si hay una cosa segura, esa cosa es que — si no se producen verdaderos y profundos cambios estructurales en el sistema — el próximo gobierno no se dejará derribar con un par de cacerloazos y algunos saqueos. Esta vez pudo suceder porque, entre las muchas ineptitudes del régimen, estuvo hasta la incapacidad de tomar las medidas en previsión de que sucedería. La próxima vez será más difícil y, sobre todo, más, mucho más, sangriento y lamentable.

Así y todo, nuestro más sincero deseo en esta Navidad es que todos tengan un buen año. Pero no lo dejemos en deseos solamente. Hagamos lo que cada uno puede y debe hacer para lograrlo.

24 de Diciembre 2001

 

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