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¿Habrá un Nuevo Orden Mundial?
De los Derechos Humanos al Antiterrorismo
(Diciembre 2001)

A esta altura de la guerra desatada en Afganistán, las centrales de Poder con sede en los EE.UU. están comenzando a pensar seriamente en un nuevo reordenamiento del escenario político internacional. Si hasta hace un par de años atrás la clave para la pertenencia al "club de socios" del Poder hegemónico americano era la adhesión a la política de Derechos Humanos, ahora la nueva consigna parece ser que es el compromiso de participar en la lucha contra el terrorismo. Y así como antaño fueron los intelectuales de los think tanks americanos quienes definían que debía - y que NO debía - entenderse por "Derechos Humanos", ahora serán las mismas usinas intelectuales las que definirán qué es - y que NO es - lo que debe entenderse por "terrorismo".

Poco a poco, las condiciones para ingresar a este nuevo club se van perfilando y precisando. Después del 11 de Setiembre, y por un tiempo, bastó con una declaración más o menos oficial repudiando el terrorismo en forma genérica. Últimamente sin embargo, se están exigiendo compromisos más firmes, más puntuales y, sobre todo, más concretos. El club se está volviendo cada vez más exclusivo, con algunas (hasta ahora poco menos que nebulosas) promesas de ciertas ventajas para los participantes. Con todo, la nueva orientación de la política exterior norteamericana puede producir cambios sustanciales en la estructura del Poder internacional, especialmente en Europa y en el sudeste asiático.

Después de los atentados, Bush llamó a algo así como a una "Guerra Santa" de las Fuerzas del Bien - obviamente encabezadas por los EE.UU. - contra el Imperio del Mal, no menos obviamente encabezado por el fantasmagórico Osama Bin Laden. El teatro de operaciones elegido fue Afganistan. Sin embargo, el análisis en detalle revela que la composición real de las Fuerzas del Bien fue, al menos inicialmente, bastante pobre: solamente Inglaterra y Rusia se ofrecieron de hecho a integrar el club en forma efectiva. La primera actuando de mensajera de su ex colonia en territorio europeo y la segunda brindando un tan positivo como escasamente publicitado apoyo militar y de inteligencia.

Pero no solamente el renacimiento de la antigua Alianza anglo-ruso-norteamericana de los días de la Segunda Guerra Mundial es lo que está cambiando el panorama. Bush, en sus mensajes dirigidos a la dirigencia europea en general, ha dejado bastante en claro que, de aquí en más, quien quiera gozar de las ventajas de pertenecer al Club de los Buenos (sean ahora estas ventajas las que fueren) deberá apoyar las acciones de la política exterior norteamericana con hechos concretos y no con meras palabras. La estrategia de los Derechos Humanos se ha extendido a, y posiblemente fusionado con, la estrategia antiterrorista.

El motivo de esta jugada es múltiple. Por de pronto, es inocultable que, a medida en que avanzaban las acciones en Afganistan, buena parte de la opinión pública europea y, sobre todo, la de los países islámicos, comienza a volverse cada vez más adversa a los EE.UU. El cálculo del Departamento de Estado parecería ser que, involucrando más activamente a estos países en la confrontación real, se podría lograr una mayor adhesión por parte de los pueblos. El cálculo es bastante simple y tenebroso. Se basa en el principio de que la sangre llama a la sangre. Si hay muertos franceses, alemanes o italianos sobre el campo de batalla, difícilmente el pueblo francés, el pueblo alemán o el italiano terminen viendo con buenos ojos a quienes los han matado. Si, en represalia por los feroces bombardeos sobre Afganistán, los terroristas islámicos concretan algún atentado en París, Londres. Berlin o Roma, los pueblos involucrados difícilmente escucharán a quienes apunten el dedo hacia los norteamericanos señalándolos como responsables en última instancia. En cualquier guerra, luego de cierto nivel de escalada, el problema de determinar a los responsables se convierte fácilmente en el proverbial acertijo del huevo y la gallina.

Consecuentemente no extrañó a nadie que, siguiendo estas iniciativas, a principios de Noviembre tanto Gran Bretaña como Francia, Alemania e Italia se comprometiesen a enviar tropas al teatro de operaciones. Estos países, junto a otros flamantes miembros de la NATO que también prometieron su participación, están evidentemente especulando con posicionarse de una manera más favorable en la constelación de Poder europea, ya sea respaldándose en los EE.UU., o bien en función de conseguir el "vía libre" (al margen de los Derechos Humanos) para alguna agenda propia como podría ser, por ejemplo, la liquidación del IRA en Gran Bretaña o el aniquilamiento del ETA en España.

Con todo, la alteración más importante del status quo internacional es, sin duda, la recategorización de Rusia en el escenario de las relaciones de Poder. Putin está desempeñando un papel muchísimo más importante del que sugiere la escasa cobertura mediática de las operaciones rusas y bastante más importante que el que podría inferirse de la situación socioeconómica de su país. El conflicto actual le está dando a Rusia la oportunidad de superar su crisis de identidad y reaparecer en el escenario internacional como una verdadera Potencia digna de ser tenida en cuenta.

Pero Alemania también está moviéndose activamente en este terreno. Después de las giras que realizaran Joschka Fischer y Gerhard Schröder por Oriente Medio y el sudoeste asiático, ha quedado en claro que Alemania participa activamente en el aseguramiento de la retaguardia política norteamericana. Más aún: no se puede perder de vista que, desde la Segunda Guerra Mundial, ésta es la primera vez que Alemania enviará tropas de combate a una zona de guerra caliente, con lo que empiezan a darse las condiciones para que juegue un papel más acorde con su potencial económico e industrial. Es, por supuesto, obvio que una evolución así tocará muy de cerca los intereses franceses ya que Francia ha podido mantener su posición de Poder en buena medida solamente gracias al relativo amordazamiento militar sufrido hasta ahora por Alemania.

Los últimos acontecimientos en el teatro de operaciones han producido modificaciones importantes también en el área sudoccidental del Asia. Paquistán ha demostrado ser un aliado muy poco útil y bastante escasamente confiable. El régimen de Musarraf no sólo no pudo cumplir con su promesa de cerrar herméticamente su frontera con Afganistan sino que, para colmo, tampoco cuenta con demasiado consenso en su propio frente interno. Esto ha obligado a los norteamericanos a fortalecer las relaciones con la India, un país al que el Departamento de Estado había venido dejando de lado en el proceso. Después de la visita de Donald Rumsfled a la India, se anunció que los EE.UU. procederían a congelar los fondos de la organización paquistaní más importante que opera en la conflictiva zona del Kashmir. Una medida que, sin duda, ha sido recibida con gran beneplácito en Nueva Delhi.

Según los especialistas, la India ha jugado después de esto un papel muy importante en el éxito militar obtenido en Afganistán. Se dice que, aparte de los rusos, los hindúes son los que disponen de la mejor información de inteligencia relacionada con las organizaciones fundamentalistas musulmanas. Pero esto, a su vez, si bien contribuyó en buena medida a los avances militares norteamericanos en Afganistan, significó un muy incómodo retroceso para las posiciones de Poder de China.

El hecho concreto es que, mientras el Poder de la India ha venido creciendo, el de China ha ido decayendo casi en la misma proporción. No debe olvidarse que Paquistán ha sido el aliado tradicional de Pekin en el área y, con los acontecimientos que se han producido, dicha alianza se ha resquebrajado. A esto cabe agregar todavía que Japón, el archienemigo histórico de China, ya ha enviado una nave-hospital al teatro de operaciones. Según la diplomacia china, cualquier participación japonesa en el conflicto podría llegar a abrir la puerta a la posibilidad de que unidades militares japonesas se involucren directamente en operaciones de guerra fuera de las fronteras del Japón.

En general, la situación que se avizora es que la relación de fuerzas internacionales se irá configurando en favor de la India y en desmedro de China. Los Estados Unidos buscarán la forma de comprometer a más paises, incluyéndolos en su club antiterrorista. Sin embargo, a medida en que este club crezca, las opciones abiertas para los norteamericanos posiblemente disminuyan en algún grado al menos. No es lo mismo solicitar una adhesión a una política como la de los Derechos Humanos que no implica prácticamente riesgos físicos inmediatos, a exigir la adhesión a una política antiterrorista en dónde lo que puede llegar a estar en juego es una acción militar directa con su correspondiente secuela de bajas y de víctimas. Jugar al Juez Supremo es una cosa. Jugar al Verdugo Supremo puede convertirse en algo muy distinto.

Con la información actualmente disponible, es posible prever que la guerra muy probablemente no termine con la caida del régimen taliban. Por un lado, los líderes del fundamentalismo musulmán - Bin Laden incluido - siguen siendo fantasmas. Aun cuando se consiga aprehender y llevar a juicio a alguno de ellos, con los sonsiguientes bombos y platillos en la prensa internacional, es imposible predecir cuantos candidatos hay para ocupar su lugar. Por el otro lado, las organizaciones musulmanas pueden darse un lujo que el Club Antiterrorista difícilmente podrá imitar: pueden establecer una "estrategia sin tiempos" en la cual no solo los blancos pueden ser elegidos según la oportunidad y hasta por azar, sino incluso el momento de la acción puede ser establecido según la mejor conveniencia operativa. Con ello, en lo que los EE.UU. se han metido es en una guerra de desgaste en la cual la iniciativa estará siempre en manos del enemigo. Un escenario bastante complicado, por decir lo menos.

Hasta ahora, el transcurso de la guerra en Afganistán se ha decidido casi exclusivamente en Washington. En un escenario de desgaste y de conflicto prolongado es, pues, muy previsible que los demás participantes del Club, poco a poco, irán haciendo oir su voz y haciendo sentir su peso. Esto, en primer lugar, aumentará la importancia participativa de Rusia. Para contrabalancearla, resulatrá casi inevitable permitir el fortalecimiento de Alemania en Europa y de un país como la India en Asia. Luego, alrededor de estos núcleos de Poder, probablemente todo el ordenamiento del sistema internacional tendrá que reorganizarse ya que las centrales norteamericanas jamás podrían permitir un acercamiento demasiado estrecho entre aquellos a quienes hoy favorecen las circunstancias.

Una alianza ruso-germana sería poco menos que una reedición tardía del tratado Ribbentrop-Molotov. La inclusión de la India - con la bastante probable participación del Japón de por medio - colocaría la escena internacional casi en las mismas condiciones en las que estuvo a las vísperas de la Segunda Guerra Mundial.

Y eso es algo que los norteamericanos sencillamente no pueden permitir que suceda. Los serbios en los balcanes ya colocaron al mundo casi en las mismas condiciones en que estuvo en 1914 al estallar la Primera Guerra Mundial y el conflicto pudo controlarse a duras penas. Si los alemanes y los rusos llegasen a construir un escenario similar al de la Segunda Guerra, los norteamericanos saben muy bien que esta vez serían ellos los que tendrían que pelear en dos frentes: el musulmán por un lado y el euroasiático por el otro.

Los Estados Unidos están jugando con fuego. La única esperanza que le queda al resto del mundo es rogar a todos los Santos que, con este juego bastante irresponsable, no termine incendiándose medio planeta.

Diciembre 2001

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