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La Hormiga
[primero la debo buscar]
El Café
Entro, el humo me envuelve
inmediatamente junto a la amable señorita que me besa demasiado
cerca de los labios. La tengo loca, lo sé. Me saluda por mi nombre
y trae lo que sabe quiero tomar: un cortado, con canela y azúcar.
Se acerca a mí y estratégicamente se agacha descubriendo
su escote.
La tengo loca, lo sé.
Entra otro tipo, al que ella saluda cariñosamente, y besa demasiado
cerca de la boca.
Maldita traidora. Termino mi café, apago el cigarro, trago la
soda, dejo una moneda y parto sin despedirme, sin besos. Mañana
la dejo loca de nuevo.
-Mención Honrosa Concurso de Cuentos "Santiago en 100 Palabras",
2002
Fluyendo en la Micro
Paso las tres monedas y tomo el boleto. Mi cuerpo fluye a penas hacia
un pequeño claro donde ya siento unas nalgas frotándose
contra las mías. No controlo mis movimientos, la masa me mueve,
sólo sé que debo llegar al final de este pasillo.
Pechos, manos, bolsas, traseros, siento todo pasar a mi alrededor. Ventanas
cerradas, el aire cada vez más oscuro. Finalmente llegué
al fondo y la puerta está frente a mí. Toco el timbre.
No suena. Busco otro pulsador sin encontrarlo y recurro al grito, no
sólo para que el conductor decida detenerse sino además
abrir la puerta.
El salto
Está parado en la orilla. Oye gritos de niños
jugando, voces, muchas voces pero ninguna en particular. Su traje de baño
está impecable, nuevo, primera postura.
Se ven algunos nadando, el agua corre fuerte pero parece como si pudiesen
resistirla por siempre. Se ve tan fácil.
Está parado en la orilla. La mirada en el horizonte, recuerda todas
esas clases de natación, las advertencias del señor García
sobre las rocas, las distintas corrientes y cómo aprovecharlas.
Definitivamente está listo para tirarse.
Sólo falta hacerlo.
Está parado en la orilla. Siente el viento helado golpear su piel
desnuda. Un par de gotas ya le han llegado y están muy frías;
no puede evitar un sobresalto al pensarse en esas aguas. No hay nada que
hacer. Ya está allí y todos esperan verlo nadar. Ojalá
nunca lo hubiese deseado. Ya no le encuentra sentido a nada de esto.
Está parado en la orilla. Un gusto amargo le ha estado llenando
la boca. Y ni puede hablar pues siente un aliento asqueroso rebalsar sus
labios. Traga tanta saliva como puede. Sigue viendo imágenes. Qué
daría por un vaso de agua. Y todo ese río adelante, esperando
su gran salto.
Está parado en la orilla. Sigue ahí, parado como imbécil
y el olor a vida ya se le ha hecho insoportable. Sabe perfectamente que
debe saltar, que es la única opción, a menos claro, que
quiera ser llevado en bote. Eso jamás. Nada perfectamente bien
y sería ridículo usar un bote a estas alturas de la vida.
Arrepentirse, mandar todo a la mierda ¡Con cuanto gusto! Pero todos
esperan verlo saltar.
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