EL HOMBRE: CONSTRUCTOR DE LA DIVERSIDAD CULTURAL.
Mónica Gómez Salazar
Resumen.
Hablar de diversidad cultural es mucho más que
hablar de globalización, no es aquélla el producto de la primera. La diversidad cultural
nace no cuando la globalización económica e informática las evidencia, sino en el
momento en que el ser moderno deja de pertenecer al mundo pasivamente para convertirse en
sujeto dentro de éste.
Cada cultura construye su marco
conceptual propio, dotado de vivencias, creencias, en suma; visiones de la vida. De ahí
que las distintas culturas efectivamente vivan en mundos distintos entendidos como los
marcos conceptuales creados desde una realidad común al resto de las culturas. Y es aquí
donde a pesar de los mundos construidos en la diferenciación de las culturas, es posible
conectarlos desde un común, un mínimo razonamiento común que recuerde a los seres de
dónde parte su diferencia y por lo tanto su unidad.
Abstract.
HUMAN BEING: CULTURAL
DIVERSITY CONSTRUCTOR.
To talk about cultural diversity
is much more than talk about globalization because is not the former consequence of the
second one. Cultural diversity emerges not only with economic and informatics
globalization but also at the time when human being becomes modern and an active being in
the world.
Each culture constructs his own
conceptual frame formed by believes and way of living. Therefore many cultures live
literally in distinct worlds understood that those worlds are conceptual frames created
from common reality. Starting from here and despite the cultural difference among
constructed worlds might be possible connect them from a minimum common reason that
reminds where beings are different and where they could become unity.
PALABRAS CLAVE:
Diversidad cultural
Cultural diversity
Marco
conceptual Conceptual frame
Mínimo
común Minimum Common
Relativismo Relativism
Interculturalidad Interculturality
EL HOMBRE: CONSTRUCTOR DE LA
DIVERSIDAD CULTURAL.
Hablar de diversidad cultural es mucho más que
hablar de globalización no es la segunda la que ha originado a la primera. La diversidad
cultural no nace a razón de la evidente presencia de la globalización económica e
informática actuales, de hecho no podríamos decir cuándo es que nace dicha diversidad
cultural, hacerlo sería apostar por afirmar cuándo nace la humanidad. Lo que sí es de
aclarar que la diversidad cultural ha sido podríamos decir- desde el comienzo de la
era humana, un hecho. Las distintas razas, pueblos, personas (de las que ahora sabemos con
mayor detalle e inmediatez gracias al capitalismo informacional, los medios de transporte
y comunicación que permiten la interacción de distintas culturas sin la necesidad de
esperar los tiempos prolongados del pasado) han vivido dentro de un conjunto de construcciones
conceptuales dadoras de un sentido de vida social e individual. Podríamos decir que las
culturas construyen su marco conceptual propio con el cual consiguen un mínimo
común que los potencializa a la intersociabilidad.
En el momento en que el ser
moderno hace del mundo su casa, despide la pasividad para convertirse en sujeto dentro de
ese mundo y reconoce una realidad relacionada con el marco conceptual propio, en ese
instante el ser es sujeto activo y por lo tanto contenidamente intercultural.
En la época moderna el hombre
decide ocupar la posición de sujeto y como tal, ser constructor de su mundo. Hablar de la
construcción de mundos no implica un relativismo radical, la propuesta a plantear no
reside en validar verdades o visiones individuales de la realidad como equivalentes, lo
que se pretende es que partiendo de la realidad común a todos y de la capacidad de
razonamiento (diálogo) compartida por los individuos se recuerde que los marcos
conceptuales (a saber, lo que hasta aquí hemos llamado como generalidad: mundo) es
aquello que los sujetos construyen dentro de una cultura diferente del resto. En otras
palabras, el sujeto cultural sólo puede conocer la realidad a través de sus marcos
conceptuales, a partir de su modo de racionalizar la realidad, pero esa realidad es la
misma para todos, lo único es que le conocemos bajo perspectivas que pueden llegar a
variar. En este sentido si se lograra una conciencia de la existencia e inevitabilidad de
la diversidad de marcos conceptuales podría entonces hablarse de una posibilidad para la
comprensión entre culturas, para el inicio del camino hacia una ética intercultural.
Se infiere entonces que la
necesidad de una interculturalidad, el respeto a las diferencias de los pueblos y la
urgencia por contar con la autonomía de éstos es un tópico de carácter histórico y no
concerniente tan sólo a nuestra época. Sin embargo, es verdad que las relaciones han
sido modificadas considerablemente, pues si bien antes los nexos interculturales se
establecían entre un número determinado y limitado de pueblos, ahora - debido a
múltiples factores como las tecnologías, el capitalismo económico e informacional, las
crisis sociales, políticas y económicas entre otros - cualquier pueblo puede ser tocado
por otros que no le sean tan próximos física o geográficamente.
El hecho de que el contacto
intercultural se haya pronunciado de la manera como lo hace en la actualidad obliga a
reflexionar no sólo sobre el hecho en sí sino sobre todo en lo concerniente a un
replanteamiento de las relaciones técnicas y sociales entre las culturas, es decir, entre
los individuos que las forman y que pueden o no permitir la interculturalidad.
Hasta ahora da la impresión de
un proceso de globalización monocultural, en el que se caminara hacia la uniculturalidad
occidental, no obstante, todavía es posible fomentar la globalización pluricultural,
aquella en la que efectivamente hay un acercamiento de pueblos internacional pero con
especial atención a las diferencias de cada uno; un enriquecimiento intercultural basado
en el respeto y comunicación de los pueblos para que en la medida en que exista
tolerancia entre ellos haya también apertura a una comunicación, es decir, a la
voluntad de encontrar y establecer lo mínimo común entre unos y otros.
Es claro que la preocupación
oscila entre estudios sobre qué comportamientos culturales son preferibles, la necesidad
de un respeto a lo ajeno, la urgencia porque las culturas sean autónomas, auténticas,
eficaces; el intento por encontrar una base común -moral y/o racional- que permita la
respectiva tolerancia entre ellas, el apuntamiento de la necesidad de una ética más que
multicultural, intercultural; la reflexión sobre el etnocentrismo, relativismo e incluso
la necesidad de que a un mundo globalizado le corresponda una ética-política igualmente
globalizada..
La necesidad de propiciar
relaciones interhumanas entre las diversas culturas es un hecho que va más allá de las
buenas intenciones. Es bien sabido que mientras unas comparten ciertos rasgos comunes,
otras por el contrario, resultan ser decididamente contrastantes, de ahí que unas
pretendan compartir sus conocimientos con la finalidad de ayudar a los demás poniéndoles
a su alcance la verdad -pues suponen que son poseedores de ella-. Pero ¿hasta qué punto
es tolerante, ético y legítimo persuadir al otro que lo correcto y verdadero es lo
propio? ¿Hasta qué punto se puede diferenciar entre dominación de una cultura sobre
otra y disposición a la comunicación entre ellas? ¿Quién dice qué cultura debe
enseñar a otra para separarla de su ignorancia? Podría presentarse el caso en que el
ignorante fuera el instructor y no el instruido. ¿Cómo no caer en un relativismo o
intolerancia cultural? Entre las respuestas aportadas a esta última pregunta Locke
proponía una norma que en su cumplimiento garantizara la comunicación en una sociedad
racional, es decir, la condición de que el pensar racional fuera la única guía del
hombre, lo que significa que el común entre las culturas debiera ser la razón para
evitar la sujeción de unos sobre otros. Villoro por su parte entiende por racionalidad la
tendencia a lograr razones suficientes y adecuadas para nuestras creencias, que garanticen
su verdad y el procurar que nuestras acciones sean congruentes con esas creencias.1 Según esta propuesta, la colectividad debe tener por base
un saber compartible, justificado en razones objetivas excluyéndose el consenso basado en
cuestiones irracionales2. Es pues que la justificación
racional legitima la creencia de las culturas y debe suponerse como base común necesaria
para la interculturalidad.
En principio se habla de la
recuperación de racionalidad de las culturas, pero no pensada a posteriori (pensando en
una racionalidad hegemónica) sino justamente desde el mínimo común cultural: la
capacidad de raciocinio, cuyo significado real se traduce en la necesidad de recurrir
precisamente a la base racional que cada individuo posee, pero dicha racionalidad antes
que concebirla como intercultural habría que reflexionarla desde la propia cultura, es
decir, desde los individuos de una misma cultura, de tal suerte que se analice la
viabilidad de un común racional interindividual como la condición para un posible común
racional intercultural, es decir, los sujetos3 entendidos
cómo únicos interrelacionadores reales de la cultura propia y por lo tanto de las otras.
Como ya hemos dicho, más que
pensar en las culturas es preciso concentrarse en el individuo -quien finalmente es el que
decide- y desde él, pensar el común racional propuesto4;
que sea él mismo quien acceda a la autonomía de su propia razón y al respeto por la
autonomía de los otros sobre la base del rasgo racional compartido logrando con ello un
acercamiento cultural entre los sujetos efectuado por convencimiento y no por imposición.
No obstante, la propuesta de la
racionalidad entendida como la disposición al diálogo no es suficiente si se pretende un
intercambio cultural justificado, no autoritario ni violento, en otras palabras, no basta
con apuntar tanto a lo que es rescatable como atender a la necesidad del cómo, el camino,
la manera de asentar esa racionalidad en los individuos en el supuesto que fuera
efectivamente la racionalidad lo que bastara para lograr un trato tolerante entre los
sujetos de distintas culturas, pues para intentar cierta interculturalidad no basta con
rememorar un mínimo común - en este caso racional - pues éste no es suficiente para
cumplir la condición de una interacción real entre individuos. El individuo es mucho
más que un ser racional. Si bien la razón puede ser el cimiento para una posible
interculturalidad también debe meditarse sobre aquello que mueve a la razón, llámese
sensibilidad, historia, costumbre y voluntad. Contar con un mínimo común no es garantía
de estar en camino hacia la ética intercultural, sólo es la posibilidad de. Es de hacer
notar que la condición racional de cada individuo no garantiza el diálogo, éste y lo
que de él devenga de ninguna manera goza de un perfil dogmático, todo lo contrario,
hablamos aquí de la posibilidad de individuos con uso de razón y capacidad de
interactuar entre sí, para ello no basta tan sólo con que sean racionales, hace falta
también que se involucren en un proceso que les permita estar adecuadamente situados, es
decir, preparados para las relaciones interculturales.
En términos más concretos,
planteemos el caso de la inmigración, los hechos señalan la llegada -en muchos casos
masiva- de extranjeros en busca de residencia, ante tal condición la gente oriunda no
tiene tiempo para aceptar y aprender a convivir con los otros que intentarán integrarse a
su cultura. Es claro que tanto los unos como los otros cuentan con una base racional,
todos somos seres dotados de razón, sin embargo para lograr un diálogo e interacción
intercultural haría falta una formación previa en la sensibilidad, la tolerancia y la
apertura hacia el otro, esa formación prevista, es decir, pensada anterior al
desbordamiento por los hechos hace necesaria una educación intracultural, interindividual
para dar paso a una posible interculturalidad, de ahí que si se educa en la tolerancia y
disposición al diálogo entre aquellos que conviven en la cotidianidad puede esperarse
que al paso de las generaciones pueda lograrse una ética intercultural basada en el
mínimo común racional orientado desde la educación no ya monocultural sino plural.
La problemática de las
relaciones interculturales y por lo tanto de la ética intercultural debe percibirse no
como una relación entre totalidades culturales que comienzan a establecer contacto, sino
como la realidad de individuos que en cuestión de horas se insertan en una cultura, es
decir en la realidad diaria del otro. La pregunta es: ¿cómo hacer para que a pesar de un
choque cultural tan repentino y cotidiano logre sembrarse un mínimo común moral, un
mínimo de sensibilidad para las relaciones interculturales? ¿Cómo no caer en el
relativismo y por lo tanto en la exclusión? Al respecto Olivé propone un relativismo
moderadamente radical, mismo que rescata del relativismo cultural en el que diferentes
culturas mantienen distintas concepciones del mundo, a su vez sostiene la idea de
objetividad que descansa sobre la racionalidad que es presupuesto de cualquier sistema de
interacción comunicativa, lo que permite considerar a la verdad como aceptabilidad
racional para cualquier sujeto independientemente de la comunidad epistémica de la cual
sea originario. En otras palabras, es posible la interacción y por lo tanto el diálogo
sólo ahí donde operan las fuerzas racionales, así, la interacción entre sujetos de
comunidades epistémicas diferentes con marcos conceptuales diferentes, debería dar como
resultado la creación de un nuevo marco conceptual derivado de los originales de cada
uno, lo que significaría admitir la existencia de la pluralidad de la razón así como la
diversidad e igualdad de los sujetos, sería renunciar a toda idea de dominio y reconocer
en el otro el mismo derecho a ser autónomo y auténtico, lo que nos hace pensar no sólo
en la interacción entre los individuos sino también en la necesidad de una democracia
plural, por lo que se comienza a tener claro que no puede suponerse una ética
intercultural si no existe o está en camino una política democrática plural en la que
efectivamente se respete la autonomía individual y por lo tanto el dominio sobre el otro
desaparezca. Adempero aclarábamos más arriba, no porque los individuos compartan su
capacidad de razonar significa, y todavía menos garantiza que exista diálogo entre los
miembros de las diversas comunidades. Antes que el acercamiento y los mínimos comunes
hace falta mover a los individuos a esa situación.
Según Villoro, entendemos por
autonomía el hecho de que el individuo razone por sí mismo y decida sobre sí mismo; por
autenticidad; el ser congruente con las creencias y propósitos de la cultura a la que se
pertenece, lo cual obvia que la autenticidad no existe sin autonomía y en la medida en
que autónomamente el sujeto elija sus valores y sus fines, ese mismo sujeto respetará la
no imposición de los suyos a otros considerando la autonomía de éstos últimos. No
obstante habría que reflexionar y cuidar que este respeto a la autonomía del otro no
degrade en indiferencia al mismo, pues cabe la posibilidad que la autonomía individual
desemboque en una exclusión individualista que no es otra cosa que la exclusión social y
por lo tanto la intolerancia intra e intercultural. La pregunta que cabría aquí sería
¿cómo ser autónomo en una cultura heredada? Una cultura de la que se heredan los
valores, las finalidades, las dualidades y el dominio del uno sobre el otro. En tal
circunstancia el sujeto no puede pretender sino alcanzar tan sólo una autonomía virtual
fruto de una formación basada en el intento de un entendimiento con el otro, menos
subjetivo, más racional; pero como hemos mencionado anteriormente, el resorte que hace
que un sujeto se disponga abierto en favor de la comunicación, la tolerancia y no del
desentendimiento y bloqueo de interacción, está en la misma cultura heredada. Esto es,
la cultura a la que el sujeto pertenece es a la vez formadora de éste y éste
deconstructor de aquélla, la tarea de dicha deconstrucción no puede asignársele tan
sólo a la educación familiar o académica ni tan sólo a las normas jurídicas o a los
dirigentes, así como tampoco se puede suponer que ese cambio vendrá de una cultura
-pensando en la Occidental- que presuma serr la dominante o verdadera, el cambio tampoco
puede obtenerse tan sólo de una disciplina o ciencia pues pensarlo de esta manera implica
suponer la existencia de absolutos y por lo tanto de dualismos que intentamos dejar atrás
en favor de la pluralidad.
Para llegar a ello, para
reconocer dicha pluralidad, no hace falta sólo establecer una base racional sino también
trabajar en la formación de un mínimo común educativo del y para el individuo, pues es
éste quien constituye la cultura. Para expresarlo con más claridad; nuestra capacidad de
razonamiento no es suficiente para favorecer la interacción cultural, es imprescindible
el desarrollo crítico del razonamiento. En el presente ocurre que la globalización tanto
económica como informática, social, criminal, etc., se asumen como condiciones de hecho,
lo cual ciertamente es así, empero ello no significa que el desenvolvimiento deba seguir
por el camino actual pues está claro que en su falta de autonomía se encuentra la falta
de autenticidad y por lo tanto la falta de crítica. Si se quiere que la sociedad
globalizada del siglo XXI realmente comience a marchar por la vía del diálogo
intercultural será necesario formar a los individuos bajo esquemas críticos, pensantes,
autónomos, en esa medida tendremos sujetos capaces de reflexionar y decidir por ellos
mismos, aptos para cuestionar cualquier rasgo de dominación. De ahí que haga falta no
sólo ir hacia los individuos ciudadanos sino también y en muy buena medida hacia sus
dirigentes.
Asimismo la formación
crítica-educativa debe considerar la manera como la ciencia y tecnología influyen en la
transformación de los procesos educativos, luego, es de atender la vía por la que se
decida formar a los individuos cuidando especialmente no caer en el individualismo propio
de la nueva tecnología al optar por la educación como una de las salidas para hacer de
nuestras culturas entidades más autónomas, abiertas y sensibles al otro. Resulta
evidente que la formación de las nuevas generaciones debe considerar el factor humano
como uno de sus principales requisitos, si el individuo social es educado gracias y a
través de las máquinas difícilmente puede pedírsele tolerancia y disposición al
diálogo hacia cualquiera de sus homólogos pues su condición de relación social
fue tan sólo a través de las máquinas. Citemos un ejemplo: un sujeto x
acostumbrado a la rapidez de un ordenador que al menor retraso en la velocidad le provoca
desesperación, le supone mucho mayor esfuerzo tolerar y ser paciente con un sujeto y
que tarde mucho más que un ordenador en ejecutar determinada tarea. Con lo anterior no se
pretende establecer marcos negativos de la tecnología pues ésta es un instrumento
transformador incapaz de ser juzgado a la ligera, los sujetos tienen en sus manos
utilizarla o no en su beneficio, de ahí que efectivamente la tecnología pueda
aprovecharse para una mejor educación y de hecho éticamente intercultural. No olvidar
que gracias a ella alumnos de distintas partes del mundo han podido interrelacionarse
mientras que en el pasado esto era imposible, pero cuidado con abusar de la tecnología
haciéndola indispensable, pues de ser así terminaría sustituyendo el contacto humano
próximo, por el distal-digitalizado convirtiéndose en una herramienta inútil y
segregadora.
La interculturalidad puede
enseñarse a otros pero sólo logra aprenderse viviendo en la interrelación con el otro,
en el contacto con el otro. Desde una base formativa crítica y racional asimilada desde
el conjunto de la vida académica, familiar y social, el individuo debe ser capaz de
aplicar sus bases e interactuar con el otro en congruencia directa con su educación, de
ahí que replantear la cualidad racional y crítica del ser humano bajo esquemas de
pluralidad sea imprescindible para intentar una comunicación entre culturas. Es claro que
para poner en marcha esta propuesta se requiere obligadamente de la actuación política5, pues las políticas de los Estados son en buena parte
responsables de que los extranjeros a pesar de vivir de hecho dentro una sociedad sigan
siendo disgregados a ella y en buena medida por ella. Empero, en el supuesto de que las
reformas políticas favorecieran la integración de extranjeros a su propia cultura haría
falta que tanto la sociedad como el inmigrante fueran recíprocamente receptivos para una
real aceptación intercultural. La cuestión es que una disposición política que
modifique las leyes de extranjería no es suficiente para que los individuos sociales
involucrados en esta interrelación cultural estén preparados de un momento a otro, los
individuos sociales deben estar dispuestos desde el comienzo de su vida en sociedad pues
es ésta la realidad que los forma o deforma. Mientras no exista esta educación
individual no se podrán ver beneficios colectivos en las relaciones interculturales.
Olivé señalaría que los miembros de una cultura aprenden por medio de su socialización
en ella y por medio de la educación.6
Es de aclarar que la propuesta en
favor de una educación basada en la capacidad racional así como la argumentación
crítica no pretende ser homogeneizadora, es decir, se retoma la racionalidad como
característica común a todos en un intento porque desde ella sea posible el inicio del
diálogo entre aquellos que no comparten las mismas creencias, costumbres; la misma
cultura. Esa vuelta a la racionalidad no es pues en absoluto hacer que la diversidad se
universalice bajo una sola concepción de razón o manera de ser razonable, no es fomentar
que los individuos se hagan pertenecer a un núcleo que comparte una misma forma de
pensamiento, todo lo contrario, es precisamente hacer que en la medida en que esos
individuos son racionales y por lo tanto críticos, sean susceptibles de aceptar no sólo
un esquema de pensamiento sino que desde su propio esquema racional puedan acoger la
diversidad de otros tipos de razonamientos, maneras de vida y modos en los procesos de
reflexión. De ahí el interés por el Pluralismo y no por el Relativismo o Universalismo
pues sólo a través del primero es posible comenzar el proceso de deconstrucción de una
sociedad global tendenciosa y de hegemonía occidental a una sociedad global con el
respeto y participación de las diversas culturas, es una apuesta por transitar de una
sociedad global dominadoramente homogénea a una sociedad de hecho global autónomamente
heterogénea.
¿Por qué el Pluralismo? La
posición plural es aquella que admite como válida la tesis en la que el mundo puede ser
visto, entendido, reflexionado, vivido y criticado desde muy diversas perspectivas sin que
por ello se suponga mayor o menor valor de unas con relación a otras, pero sobre todo, la
posición plural, al admitir dicha diversidad no pretende favorecer el relativismo que
termina aislando a las distintas culturas y que suele aceptarse como un multiculturalismo;
una gran variedad de culturas que si bien se les entiende como distintas e igualmente
valiosas, también se les considera incomunicadas, es decir, sin nada que puedan o quieran
establecer en común. Evidentemente esta posición relativista implica que la unificación
y encierro de cada cultura respecto a sí misma sea directamente proporcional a la
intolerancia y constante aumento de tensión de unas frente a otras, de tal suerte que
sería inútil basar una propuesta intercultural sobre un planteamiento que en sí mismo
lo niega. Mismo caso el de la posición dogmática o universalista interesada por una sola
concepción de racionalidad válida intrínsecamente establecedora de un marco en el que
todo aquel que disienta de ella queda excluido. Ello es en buena medida el pensamiento
occidental, si se coincide con él entonces se es parte de todos aquellos que comparten
cierta verdad, si no se le acepta, entonces se es parte de quienes deben ser enseñados y
corregidos por quienes efectivamente saben. Indiscutiblemente esta posición tampoco puede
servir de base para una propuesta intercultural desde el momento en que la libertad, la
autonomía, la autenticidad y por lo tanto la diversidad son negadas y radicalmente
anuladas. La posición pluralista no sólo propone bases en favor del respeto por la
variedad, la tolerancia y el diálogo entre las culturas sino también la capacidad de
éstas para responder favorablemente a las constantes redefiniciones. En la medida en que
haya admisión al cambio, podremos hablar de pueblos más flexibles y abiertos. Se debe
preparar al sujeto para que aprenda a pensar, reflexionar, criticar y por lo tanto para
que aprenda a redefinirse en las diferencias conservando su autonomía, autenticidad y el
mínimo común. En la redefinición de los sujetos está la del colectivo y la posibilidad
de una diversidad de culturas comunicadas entre sí.
Hasta aquí se ha aludido lo que
podría ser una vía para la interculturalidad, que si bien tomará generaciones, puede
convertirse en una opción válida, sin embargo está claro que el ser humano necesita de
normas que lo regulen pues por él mismo es incapaz de autocontrolarse. Buena parte del
problema cultural, interracial y humano es precisamente la discapacidad de las personas a
ser autónomas, de ahí que esperar que las sociedades actuales tuvieran por voluntad
propia una disposición intercultural auténtica, resultaría más que ingenuo, insensato;
el ser humano necesita leyes que acatar y sobre esas normas vivir en sociedad. La pregunta
en este punto sería ¿cómo evitar que el planteamiento de las leyes supere las
tendencias de absolutismo y relativismo respectivamente? ¿Cómo hacer que una ley se
respete y cumpla para dar orden a la sociedad sin que esa ley caiga en contradicción con
la idea de una sociedad plural?
El asunto es bastante más
complicado de lo que se supone pues para erigir leyes hace falta como mínimo saber lo que
es válido como correcto y válido como incorrecto, para lo cual hace falta saber sobre
las creencias, costumbres, historia y valores de una cultura. Se infiere que para una
cultura algo sea válidamente correcto mientras que para otra no o incluso para una sea
algo justificable en sí mismo debido al contexto histórico-cultural de una comunidad
mientras que para otra sea incuestionablemente condenable por la ley y por cualquiera que
comparta la idea de derechos y dignidad humana occidental. V gr: Desde el punto de
vista occidental moderno, enterrar viva a una persona bajo una montaña de estiércol
parecería no sólo algo muy indignante, sino una agresión que nada puede justificar,
más aún se interpretaría como un crimen monstruoso. Y, sin embargo, ésta fue una
costumbre practicada hasta hace poco tiempo por el pueblo de los dinka en el sur del
Sudán, en África.7 ¿Cómo establecer principios
jurídicos comunes a todos sin violar la diversidad de las culturas? Es decir ¿cómo
obtener un ordenamiento político internacional válido pero no invasor de las diversas
culturas sin caer tampoco en el relativismo?
En el ejemplo citado, el pueblo
dinka no ve en su práctica nada de monstruoso y menos de condenable, todo lo contrario,
ese ritual es en beneficio del propio pueblo. Ante dicha posición la vía absolutista no
podría ser tolerante ante lo que para ella le parece censurable, de ahí que deba actuar
y corregir a aquellos que todavía viven en creencias falsas, de tal suerte que el pueblo
dinka es susceptible de verse invadido por nuevas creencias que se suponen son las
verdaderas siendo víctima de la intolerancia en la diversidad cultural, lo que nos hace
preguntarnos ¿quién legitima lo que es verdadero y objetivo y lo que no? ¿Quién es el
tolerante y quién no? Por el otro lado tampoco se puede justificar ningún hecho que vaya
en contra de la vida humana sólo porque determinado acto sea válido para cierta cultura.
Para no caer en ninguno de los dos extremos hace falta un ordenamiento político
internacional de mínimos comunes aplicables a cualquier, o al menos a la mayoría de las
culturas con el respeto por su diversidad pero también por las personas.
Hasta ahora se sabe que los
conocimientos son falibles tanto en el campo científico como en el social, lo que
significa que, debido a la incapacidad del hombre para saberlo todo o conocer
indefectiblemente lo que es correcto o incorrecto, él mismo puede errar en sus
conclusiones, sus pensamientos e incluso sus creencias, es decir, el hombre está
inevitablemente sujeto al cambio, de ahí nuestra insistencia por su flexibilidad para
redefinirse, lo que no significa acogerse al relativismo pues está claro que esta vía
tampoco ofrece un camino favorable para la interculturalidad, empezando porque al validar
todo, se anula cualquier posibilidad de crítica. Tal vez es momento de que el
conocimiento científico y filosófico redefinieran sus seguridades epistemológicas
reconociendo el franqueo de límites de lo que suponían fijo y que ahora está en
movimiento.
Antes de concluir no olvidemos
retomar uno de los conceptos básicos en los que se fundamenta este trabajo, el concepto
de cultura. Cultura es un concepto tan polisémico como redefinible, en él
no es posible incluir todos y cada uno de los rasgos que puedan concretarlo pues las
culturas son intrínsecamente cambiantes, de ahí que su definición sólo sea un
acercamiento. Siguiendo la definición de Olivé obtenida a partir de Villoro, Kymlicka y
Salmerón, cultura es el concepto que alude a una comunidad que tiene una
tradición cultivada a lo largo de varias generaciones y que comparte una lengua, una
historia, valores, creencias, instituciones y prácticas (educativas, religiosas,
tecnológicas, etc); mantiene expectativas comunes y propone desarrollar un proyecto
común.8 Por lo tanto puede inferirse que sea la
cultura lo que le da sentido al individuo y lo que en gran medida le hace ser el que es y
no otro. Ahora, si hablamos de relaciones interculturales es evidente la existencia de
varias culturas, esto es, de un multiculturalismo, que bien puede ser entendido como un
relativismo o bien entendido como una multiplicidad de culturas en busca de una relación
entre ellas. No obstante todavía puede establecerse cierta diversidad en los modelos de
multiculturalismo, a saber, Olivé distingue entre el término multiculturalidad
relativo a una situación de hecho y el término multiculturalismo entendido
como normativo, que se refiere a los modelos de sociedad que funcionan como guías para la
toma de decisiones y acciones de los representantes de los Estados y de los ciudadanos en
general; entre esos modelos se incluyen concepciones acerca de las culturas, sus
funciones, sus derechos y obligaciones, las relaciones entre culturas e individuos y las
relaciones entre las diversas culturas.9 También es
importante señalar que no existe un sólo tipo de sociedad multicultural, las puede haber
multiétnicas, multinacionales, con o sin territorio, y de hecho el multiculturalismo
existente en el caso de México varía del de España, Estados Unidos o Gran Bretaña. Lo
que nos hace reflexionar sobre los espacios comunes entre los diferentes
multiculturalismos y las particularidades de cada caso.
Hasta ahora y a pesar de las
variantes entre ellos podemos adelantarnos a establecer como común la necesidad de llegar
a fundamentos políticos, morales, epistemológicos y pedagógicos que favorezcan la
pluralidad, el diálogo, tolerancia e interacción entre los individuos, mismos que sin
importar el tipo de multiculturalismo al que pertenezcan, son ellos y no otros los
conformadores y constructores de las culturas.
Bibliografía.
Bilbeny, Norbert; La
Revolución en la ética. Hábitos y creencias en la sociedad digital,
Barcelona, Anagrama,1997.
Olivé, León; Multiculturalismo
y Pluralismo, México, Paidós-Unam, 1999.
Olivé, León (compilador); Racionalidad.
Ensayos sobre la racionalidad en ética y política, ciencia y tecnología, México,
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Ram Adhar Mall; The Concept of an Intercultural
Philosophy, www.polylog.org/them/0101/fcs04-en.htm
Unesco The Universal Ethics Project Preliminary
Report Part II May 1998.
Villoro, Luis; Creer, saber, conocer,
México, Siglo XXI ,1989, 5ta. Edición.
Villoro, Luis; Estado Plural, Pluralidad de
Culturas, México, Paidós, 1998.
e-mail del autor: [email protected]