I Seminario de Ciencias Sociales y Humanas del ICCI
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"Reflexiones para el análisis de la participación en organizaciones sociales en el ámbito local"

Flores, B. G.

Universidad de Barcelona

RESUMEN

La participación ciudadana ha adquirido un rol central, ya que es necesario que sean los ciudadanos quienes definan sus necesidades, metas y soluciones en las distintas problemáticas que viven principalmente en el ámbito local y cotidiano.

El interés de esta reflexión, sobre el análisis de la participación, surge porque en la literatura científica de la Psicología, ha existido un dominio del enfoque empirista y positivista para explicar el comportamiento participativo. Desde este enfoque la participación se ha definido desde un modelo de causa-efecto, caracterizado por una visión individualista, ahistórica y acultural de los sujetos. En esta reflexión propongo el enfoque hermenéutico, como marco de análisis ya que permite considerar los aspectos históricos y culturales que producen la participación ciudadana y comunitaria.

 

ABSTRACT

Citizen participation is an important process in a democratic society, so that the citizens by themselves can identify their problems and their solutions mainly in a local context.

Different investigations have been done from a psychological viewpoint to give an explanation for the process of participation, but almost always they have been made from an empiristic and positivist approach. In this kind of research, participation is understood as an individual, ahistoric and acultural process. I propose a reflection with an hermeneutic approach, and to try to understand how the different historic and cultural processes produce citizen and communitary participation.

 

Palabras clave: Participación, comunidad, cultura y hermenéutica.

Keywords: Participation, community, culture and hermeneutics.

 

I

En las últimas décadas la participación ha adquirido un rol central en distintos espacios de la sociedad, como el político, el económico, el jurídico, el educativo y el social.

En el ámbito social y desde una óptica democrática, existe la coincidencia en que el poder del Estado ha de ser descentralizado para que los ciudadanos sean quienes definan, para su propio desarrollo, sus necesidades, metas y soluciones en las distintas problemáticas que viven principalmente en el ámbito local. La democracia es la forma de organización social y política que las sociedades occidentales y capitalistas han valorado y legitimado para intentar lograr una distribución del poder de manera equilibrada. La participación ciudadana es una forma para alcanzar los objetivos democráticos ya que implica descentralizar la toma de decisiones del Estado. Recientemente V. Havel afirmaba que "depender exclusivamente de la capacidad de las autoridades del Estado central o de los organismos políticos centrales para decidir siempre lo que hay que hacer y de qué manera hay que hacerlo, equipara al poder con la verdad, el concepto político más peligroso de este siglo....cuanto más poder se deje al centro más favorables son las condiciones para que esas fuerzas se hagan del control del país" (Havel, 2000, p.15).

La atención sobre el espacio local, rural y urbano, implica un reconocimiento de los poderes locales y de las personas como actores capaces de identificar sus propias necesidades y de autoorganizarse para resolverlas. Es en este espacio donde se pueden impulsar proyectos comunes, fortalecer organizaciones descentralizadas y autogestionadas; donde se entrecruzan diversos intereses y visiones de mundo que conforman una compleja red de relaciones, que da como resultado una forma de vivir y unas determinadas formas de vida (Hernández, 1996).

 

II

La institucionalización de la participación para el desarrollo en América Latina, que inicia en la década de los 60s a partir de los programas de desarrollo social y económico, pretendía ser una alternativa para superar las graves condiciones de pobreza que vivía la población y así como el control de los posibles focos de insurrección. A las comunidades llegaba un "agente de cambio" (trabajador social, psicólogo, o sociólogo), con un proyecto específico que respondía a los fines de la institución. Esto fusionó lo asistencial con el paternalismo del gobierno hacia el pueblo. Todos los tipos de acciones que se llevaron a cabo en las comunidades tomaron el nombre de desarrollo comunitario, cuyos elementos esenciales, participación y coordinación, fueron la constante que pemitía entenderse en la diversidad existente, aunque ambos elementos fueran considerados de una manera muy peculiar en cada proyecto (Sanguinetti, 1980).

Sin embargo la participación comunitaria, ya existía desde antes de que se implantaran este tipo de programas gubernamentales, pues como afirma Sanguinetti: "la participación como proceso de cambio, surgió desde la iniciativa del pueblo, sobretodo en las comunidades rurales y lejanas de los servicios públicos, ya que tuvieron que ayudarse mutuamente para dar solución a sus problemas comunales; se unían y buscaban soluciones por medio de acciones cooperativas, con recursos propios y dirigidos por el liderazgo local". Este comportamiento participativo recibe distintos nombres en América Latina como minga, fajina, cayapa, convite, mutirao, ofrenda, tequio, etc.

Posteriormente desde el ámbito académico, la propuesta de Kurt Lewin, de investigar y actuar para el cambio al mismo tiempo (Action Research), sentó las bases para el modelo actual de la Investigación Participativa comunmente practicada en América Latina, en la que uno de sus principales objetivos es activar la participación del sujeto de investigación en su espacio local, es decir en la comunidad o barrio.

Por otra parte las experiencias sobre participación comunitaria para el desarrollo en Europa se pueden encontrar en los años 40, en la reconstrucción de pueblos y ciudades después de la Segunda Guerra Mundial ya que este hecho demandaba la acción conjunta de la población. Actualmente en Estados Unidos y en los países desarrollados de Europa, la participación y los sistemas de bienestar social están mutuamente relacionados, pues estos sistemas han transformado las democracias contemporáneas, el papel del Estado y las relaciones entre el Estado y la sociedad. La conjunción de bienestar social y ciudadanía ha sido el motor de una transformación del bienestar social, que va de un paradigma paternalista tradicional en que el gobierno define las necesidades de bienestar social, a un paradigma de derechos sociales en el que surge una voz comunitaria basada en el consumidor. La ciudadanía se presenta como una forma de actuar más que como un modo de ser y este principio de ciudadanía social se convierte en la clave para fomentar la actuación pública, es decir la participación ciudadana (García y Lukes 1999).

 

III

El interés por investigar el proceso de participación comunitaria y ciudadana, desde la Psicología, en el ámbito local es más bien reciente. En la literatura científica ha existido un dominio del enfoque empirista y positivista para explicar el comportamiento participativo. Desde este enfoque la participación se ha definido dentro de un modelo de causa-efecto, es decir, la participación es necesariamente el resultado de otros procesos que a su vez causa efectos; es un medio para conseguir unos fines.

Por mencionar algunos ejemplos, podemos citar las investigaciones de Zimmerman y Rappaport (1988), quienes establecieron un vínculo entre la participación en organizaciones comunitarias y el sentimiento de empowerment. El empowerment era definidio como "un constructo que vincula los potenciales individuales, los sistemas de ayuda naturales y las conductas de acción a cuestiones políticas y de cambio social. Es un proceso mediante el cual, los individuos obtienen poder y control sobre sus propias vidas y participan democráticamente en la vida de su comunidad". Los resultados de su investigación apoyaban la hipótesis de que la participación en actividades comunitarias y en organizaciones, está asociada con el empowerment psicológico. Las medidas de personalidad, cognitivas y motivacionales contribuyeron signficativamente para distinguir grupos de alta y baja participación.

Florin y Wandersman (1990) realizaron una investigación cuasi-experimental sobre la participación ciudadana en organizaciones comunitarias urbanas en Estados Unidos. Definieron la participación como "un proceso en el cual los individuos se involucran en la toma de decisiones en las instituciones, programas y entornos que les afectan". El objetivo principal era resaltar la importancia de la participación ciudadana, las organizaciones voluntarias, el desarrollo comunitario y su relación con el empowerment. Tres preguntas guiaron la investigación: a) ¿porqué algunas personas participan mientras que otras no? b) ¿porqué algunas organizaciones son exitosas y otras no? c) ¿cuáles son los efectos de la participación ciudadana?.

Otras investigaciones se han interesado por los procesos psicológicos, como el sentimiento de comunidad, con los que correlaciona la participación. Chavis y Wandersman (1990) desarrollaron y evaluaron un modelo en el cual, el sentido de comunidad, era visto como un catalizador en la influencia de la percepción del entorno, de las relaciones sociales, de la percepción de control y de la participación. El modelo utilizaba un nivel individual de análisis.

También Pons et al. (1992), buscaron la relación entre sentimiento de pertenencia a la comunidad y la participación en un barrio de Valencia. La participación era entendida como el involucramiento en las asociaciones vecinales, en las fiestas u otras actividades del barrio. Estos autores no encontraron relación significativa entre el sentimiento de pertenencia a la comunidad y la participación en la asociación de vecinos, la cual era bastante baja. Sin embargo otras organizaciones y actividades del barrio como las fiestas y el centro parroquial, mostraron los índices más altos de participación y los participantes manifestaban mayores sentimientos de integración con los vecinos, de identificación con el barrio y de satisfacción de vivir en él.

Por otra parte, la predicción del comportamiento participativo así como su continuidad en el tiempo también han sido motivo de interés. Perkins et al. (1990), investigaron los predictores de la participación a nivel grupal. Su objetivo era desarrollar y evaluar un modelo, donde la participación de las personas en las organizaciones comunitarias, se predecía a partir de datos demográficos, el ambiente construído, y aspectos del entorno social y físico. Los resultados sugirieron que la participación podía predecirse si existía una cohesión social, satisfacción comunitaria y algunas variables físicas-ambientales. Otra investigación fue realizada por Prestby et al. (1990), quienes se centraron en cómo se mantiene a lo largo del tiempo una organización vecinal. Ellos exploraron los factores individuales (costos y beneficios) y los organizacionales (costos/incentivos de dirección) necesarios para que la participación continuara. Los resultados mostraron que los diferentes niveles de participación (líderes, miembros, etc.) estaban relacionados con la cantidad de costos y beneficios reportados por los residentes y los líderes. Las organizaciones que más tiempo tenían presentaban más arraigo en su comunidad, mayor percepción de eficacia política, más sentimiento de comunidad, más satisfacción con el progreso en su comunidad, más líderes visibles y eficaces y más procedimientos democráticos para la toma de desiciones y para la selección de sus dirigentes.

Por otro lado, también se ha intentado superar este enfoque individualista y dualista, (separación entre investigador y participante) como la investigación realizada por Sánchez (1999), cuya finalidad fue entender los procesos que se asociaban a la continuidad de la participación comunitaria, vistos desde la perspectiva de los participantes, en el contexto de comunidades de escasos recursos económicos en Venezuela. Su estudio se enmarcó dentro de los lineamientos de la investigación cualitativa, en el sentido del interés en la propia interpretación de los participantes acerca del proceso de participación que vivían. El autor concluyó que la continuidad de la participación debe comprenderse como un sistema de relaciones intersubjetivas conformado por procesos como el sentimiento de comunidad, el liderazgo participativo, una estructura organizativa democrática y una meta significativa.

Otra investigación realizada a partir de la revisión de diferentes textos de desarrollo comunitario (Flores, 1996) tuvo el objetivo de construir un modelo psicosocial de los procesos generadores de la participación. Los procesos psicosociales que conformaron el modelo fueron: la identidad social, las actitudes, las creencias, los valores y las representaciones sociales construídas sobre el programa de desarrollo aplicado, la comunidad y la realidad que ésta vivía. Estos procesos se entendían como mediadores y portadores de significado en el proceso participativo comunitario.

En general, el enfoque empirista-positivista, se caracteriza por una visión individualista, ahistórica y acultural de los sujetos, así como la descontextualización de las acciones producidas por éstos. En la mayoría de las investigaciones citadas se puede observar su concepción funcionalista y mecanicista del proceso participativo. Esta visión ha permitido cuantificar, sistematizar e instrumentalizar la participación social para determinados objetivos teóricos y prácticos pero deja un vacío en los aspectos simbólicos, pragmáticos, históricos y políticos de la participación.

 

IV

Si se profundiza un poco más en la lectura de distintos textos, podemos interpretar que la participación comunitaria y ciudadana se ejerce de diferentes formas y adquiere diferentes significados en función del contexto cultural, económico y político; así como que su ejercicio puede ser el resultado de luchas sociales históricas y de la promoción de las propias instituciones sociales.

Desde diferentes disciplinas humanas y sociales, la participación se entiende como un proceso, como una actividad, como parte de una estrategia, como un derecho y como un valor (Flores, 1996). En el contexto local, comunidad o barrio, la participación supone la actuación conjunta de un grupo que comparte los mismos objetivos e intereses, la enseñanza y el aprendizaje, la concientización y socialización, la organización, dirección, ejecución y toma de decisiones de manera compartida, la solidaridad e intercambio de ayudas y diversos grados de compromiso en relación con las modalidades de participación (Montero, 1996).

En una revisión de textos latinoamericanos sobre desarrollo comunitario (Flores, op.cit), se puede visualizar tantas formas o modalidades de participación como grupos y contextos culturales e ideologías existentes. Estas formas se pueden concretar en: ser espectador, votar, participar en una consulta, en la organización de las fiestas del barrio; participar en el diagnóstico, planeación, ejecución y evaluación de proyectos de desarrollo social (vivienda, servicios públicos, etc.) en las asociaciones de vecinos o en la formación de colectivos independientes de las instituciones sociales. Los grados o niveles de participación se miden a partir de las posibilidades que tienen los participantes de ejercer su poder en la toma de decisiones sobre situaciones que les afectan: un menor grado de participación corresponde a la toma de decisiones más centralizada y un mayor grado a formas más democráticas.

Las funciones de la participación social también pueden variar según el contexto y la situación, pero generalmente está asociada al cambio social, pues se le ha considerado un instrumento para la transformación social, cultural y económica aunque también puede tener un carácter más bien expresivo de la identidad y de prácticas simbólicas.

Con lo anterior quiero señalar o evidenciar la complejidad del proceso participativo y por lo tanto su difícil análisis desde una perspectiva funcionalista y monocausal (si A entonces B). La mirada que considero pertinente para su estudio, es una mirada hermenéutica que comprenda sin dejar de lado el marco histórico y cultural donde se produce. Una mirada psicocultural para dar cuenta de los sentidos y significados que los actores tienen de su propio proceso participativo en función del marco cultural al que pertenecen.

También considero importante comprender cómo y cuándo la ciudadanía se constituye sujeto actor, cuya participación es capaz de movilizar estructuras institucionales, resignificar prácticas sociales y construir nuevas identidades colectivas.

 

V

El enfoque hermenéutico-interpretativo permite dar cuenta de las formas simbólicas en donde se desenvuelven las acciones sociales, que toman la apariencia de códigos -lenguajes- en cuyo estudio lo que interesa es su carácter comunicativo, mediador y formador de experiencias sociales así como el estudio de las producciones significativas de los propios sujetos –discursos, imágenes, relatos, etc.- generadas y construídas por los actores, o en el diálogo con ellos en sus propios contextos situacionales, sociales e históricos. Lo que interesa en este enfoque hermenéutico es la capacidad de acción de los discursos, lo que hacen y de lo que están hechos (Alonso, 1998).

La interpretación de códigos y lenguajes implica hacer un análisis de la cultura, como conjunto simbólico y denominador común de la comunicación humana, cuyo sustrato básico, constituido por ideas, que da lugar a formas de pensar con las que cada persona o grupo humano explica el mundo y a sí mismo (Picó, 1999). El fenómeno cultural, según Geertz, debe ser entendido como formas simbólicas que acontecen en contextos estructurados y por lo tanto el análisis de la cultura, puede construirse como el estudio de la constitución significativa y la contextualización social de las formas simbólicas.

Sin embargo como señala Thompson (1990), el fenómeno cultural está inmerso en relaciones de poder y conflicto y en circunstancias socio-históricas. Visto de esta manera el fenómeno cultural, no sólo son actos simbólicos sino la expresión de relaciones de poder, que sirven según las circunstancias, para modificarlas o sostenerlas y donde a los sujetos se les puede situar en diferentes posiciones sociales con diferentes acceso a oportunidades. De acuerdo con esta concepción el análisis de la cultura se define como:

 

"el estudio de las formas simbólicas –acciones significativas, objetos y expresiones de varios tipos- en relación con los contextos social e históricamente estructurados y con los procesos en los cuales y por medio de los cuales, esas formas simbólicas son producidas, transmitidas y recibidas" (Thompson, pp. 136).

 

Thompson distingue cinco características de las formas simbólicas en su concepción estructural de la cultura. El primero es el aspecto intencional lo que significa que las formas simbólicas son expresiones de un sujeto y por un sujeto(s). El segundo es el aspecto convencional, que se refiere a que la producción, construcción o empleo de las formas simbólicas, así como la interpretación de las formas simbólicas por los destinatarios; son procesos que típicamente implican reglas, códigos o convenciones de varios tipos. El tercero, es el aspecto cultural donde se entiende que las formas simbólicas son construcciones que despliegan una estructura articulada. La cuarta característica es el aspecto "referencial", donde las formas simbólicas son construcciones que generalmente representan algo, se refieren a algo y dicen algo sobre algo. La quinta característica es el aspecto contextual. Las formas simbólicas están siempre inmersas en contextos socio-históricos específicos y en procesos en los cuáles y por medio de los cuales, son producidas, transmitidas y recibidas.

Ahora bien, el análisis de la participación desde esta propuesta, implica realizar una reconstrucción de la realidad social donde la participación es producida y reproducida. En un inicio hay que considerar que el espacio local no es un espacio homogéneo y armonioso, sino un espacio donde se viven y se establecen relaciones de poder y dominación que se sostienen o modifican en la interacción diaria. Los conceptos de campo, habitus y capital de Bourdieu pueden ser herramientas para a reconstrucción de esta realidad local.

De acuerdo con Bourdieu, el campo es una red o configuración de relaciones objetivas entre posiciones. Estas posiciones son definidas por los agentes o las instituciones y por su situación actual potencial en la estructura de la distribución de las diferentes formas de poder o de capital; un campo de interacciones que sincrónicamente sería un espacio de posiciones y diacrónicamente un conjunto de trayectorias. Los individuos están situados en ciertas posiciones en este espacio social y siguen, en el curso de sus vidas, ciertas trayectorias. La construcción de la subjetividad de los individuos está por lo tanto estrechamente relacionada con el contexto social y cultural donde se vive y se actúa; la individualidad, el habitus, es una subjetividad socializada que para ser comprendida es necesario enmarcarla en las coordenadas histórico-sociales donde se constituye (Bourdieu y Wacquant, 1992)

El análisis de la participación implica entonces la reconstrucción del campo de interacciones, definir quiénes son los actores, que posiciones de poder y dominación ocupan y qué trayectorias históricas han seguido para ocuparlas. El análisis requiere establecer las relaciones entre el campo y el habitus, dos planos de una realidad indisociable.

La participación, en tanto práctica social está sostenida y construída por la enunciación de discursos por los distintos actores. Los discursos permiten comprender cómo los actores viven sus prácticas sociales y culturales. Es importante señalar que la enunciación de discursos tiene un carácter comunicativo, vincular, interaccional y social. Tiene una dirección determinada, es decir, expresa un proyecto concreto, con un determinado nexo con la praxis y con el contexto de enunciación (Bajtín, 1993).

En este sentido la participación social la entendiendo, como un acto comunicativo, que se construye en la interacción de los significados, en su intrepretación y comprensión por parte de una colectividad heterogénea que busca metas comunes. Una colectividad simbólica que en su hacer cotidiano y en función de unas coordenadas culturales define y delimita lo que es participar. El contenido simbólico de participar está en función de las múltiples voces y sus posiciones sociales que conforman el espacio local. Las conversaciones cotidianas, los debates y discusiones, los acuerdos y desacuerdos, y los silencios son prácticas que permiten a los actores producir, transmitir y apropiarse de lo que significa participar en una colectividad.

 

VI

A manera de conclusión considero que realizar el análisis de la participación desde el marco de la cultura y la perspectiva hermenéutica, permite comprenderla como una construcción simbólica significativa que demanda ser interpretada, desde un marco histórico-social. Nos permite comprender la heterogeneidad de las formas de participación, es decir, comprender porqué se hace de una forma y no de otra, así como los significados compartidos que sostienen y legitiman estas formas y no otras.

Desde este enfoque la interpretación y la explicación no son dos acciones mutuamente excluyentes sino que deben ser tratadas como momentos complementarios en una teoría interpretativa comprensiva. El enfoque hermenéutico se centra en las formas como son interpretadas las acciones por los sujetos, toma en cuenta su voz, y tiene el reto de darles vida en su re-interpretación "científica".

Desde su aspecto crítico, el enfoque hermenéutico, tiene el reto de hacer evidentes las relaciones de dominación que se mantienen y reproducen en una situación dada, en este caso en el proceso participativo en un espacio concreto y delimitado.

 

 Bibliografía

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