NÚMERO (X)

 

    

San Juan Damasceno

HOMILÍA SOBRE

LA NATIVIDAD DE LA

SANTÍSIMA VIRGEN

   En el transcurso de los últimos siglos, los fieles cristianos han perdido de un modo paulatino el acceso a las verdaderas fuentes de la vida espiritual.

   Esto se debe a un proceso histórico muy complejo que no es el caso analizar aquí. Lo cierto es que poco a poco la espiritualidad cristiana ha ido derivando en incontables y deplorables deformaciones. Se podrían utilizar diferentes calificativos (racionalismo, sentimentalismo, rigorismo) pero el denominador común ha sido el creciente alejamiento de las fuentes tradicionales.

   No hace falta resaltar que la culminación de este triste proceso se encuentra en esa suerte de pseudo humanismo hueco e insubstancial que, a partir del llamado Concilio Vaticano II, reina en los ambientes cristianos. Un análisis objetivo de la circunstancia religiosa que se vive en dichos ambientes actualmente nos obliga a percibir, junto con un descomunal vaciamiento doctrinario, una profunda extenuación espiritual.

   La consideración de los altos misterios celestes y la contemplación de las manifestaciones divinas en la realidad terrena, pilares esenciales de la espiritualidad tradicional, han sido reemplazadas por especulaciones psicológicas y sociológicas ajenas por completo a la Tradición Apostólica y que, además, frecuentemente adolecen de una alarmante superficialidad.

   Ahora bien; entre los principales propósitos de quienes conformamos el Consejo de Redacción de "FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA" está el de impulsar, en la medida de nuestras pequeñas fuerzas, el conocimiento y el aprecio por las fuentes verdaderas de la espiritualidad tradicional.

   En este número tenemos el gusto de presentar a nuestros lectores y amigos una traducción de la Homilía de San Juan Damasceno sobre la Natividad de la Santísima Virgen.

   San Juan Damasceno es uno de los más grandes Padres de la Iglesia, considerado el último de los Padres griegos. Nació en Damasco hacia el año 676 y murió, ya anciano, alrededor del año 760. Abrazó la vida monástica en San Sabas, cerca de Jerusalén. Llevó a cabo un combate irreductible contra la herejía de los iconoclastas (finalmente condenada por el segundo Concilio de Nicea, año 787) que pretendían abolir el culto a los iconos o imágenes sagradas. Según las crónicas, en cierta ocasión, el emperador bizantino León el Isáurico, que era iconoclasta, le hizo cortar una mano, pero Dios se la restituyó milagrosamente.

   Se han conservado numerosas obras de San Juan Damasceno: "Sobre las Herejías", "De la Fe Ortodoxa", "Contra los enemigos de los Santos Iconos", "Sobre la Trinidad", "Fuente de la Sabiduría", etc. Entre las homilías que se conservan está la que hoy presentamos sobre la Natividad de María, que pronunció el Santo en Jerusalén, en el llamado Pórtico Probático o Pórtico de las ovejas (Jn. 5, 2) donde, según la tradición recogida por los apócrifos estaba la casa de San Joaquín y el lugar de nacimiento de María.

   No sabemos que esta homilía haya sido publicada en castellano, al menos en ediciones recientes o al alcance del público. El texto griego que hemos traducido se halla publicado en la edición de Migne (Patrología Griega 96, col. 661-680).

   Pedimos a María, Madre de Dios, Reina y Señora nuestra queridísima, nos alcance, por la sabiduría de San Juan Damasceno, participar del conocimiento y del amor de su excelsa Natividad.

DEL HUMILDE MONJE Y PRESBÍTERO JUAN DAMASCENO

SERMÓN SOBRE LA NATIVIDAD DE NUESTRA

SEÑORA SANTÍSIMA, LA MADRE DE DIOS

Y SIEMPRE VIRGEN MARÍA

   1. ¡Venid todas las naciones! ¡Venid hombres de todas las razas, de toda edad, de toda condición! ¡Festejemos con júbilo la Natividad del regocijo del mundo entero! Si los griegos destacaban con toda clase de honras —con los dones que cada uno podía ofrecer— la festividad de divinidades que obnubilaban la mente con mitos engañosos, oscurecedores de la verdad, y de reyes, aún cuando habían sido el flagelo de la humanidad, entonces qué no deberíamos hacer nosotros para honrar el aniversario de la Madre de Dios, por quien la raza de los mortales toda entera fue transformada, por quien la pena de Eva, nuestra primera madre, fue convertida en alegría. Por cierto, una escuchó la sentencia divina: "Parirás con dolor tus hijos"; la otra: "¡Salve, llena de gracia!"; la primera: "Estarás sometida a tu marido"; la segunda: "El Señor está contigo". ¿Qué homenaje ofreceremos, pues, a la Madre del Verbo, sino nuestra palabra? ¡Que la creación entera esté de fiesta y cante de una santa mujer el santo alumbramiento! Porque ella ha alumbrado para el mundo un tesoro imperecedero de beneficios. Por ella, el Creador ha transmutado toda naturaleza a un estado mejor mediante la naturaleza humana. Porque si el hombre que es intermediario entre el espíritu y la materia, es vínculo de toda la creación visible e invisible, el Verbo creador de Dios, uniéndose a la naturaleza humana, se ha unido por ella a la creación entera. Por esto, festejemos la desaparición de la esterilidad humana, ya que fue limpiado lo que impedía la posesión de los bienes.

   2. ¿Pero por qué la Virgen nació de una mujer estéril? Para lo único que es bueno bajo el sol, para la coronación de las maravillas, las vías debían estar preparadas por maravillas y, lamentablemente las realidades más bajas debía elevarse a las más altas. Y he aquí otra razón más alta, y más divina. La naturaleza ha cedido el paso a la gracia y al detenerse temblando, no ha querido ser la primera: como la Virgen Madre de Dios debía nacer de Ana, la naturaleza no se atrevió a preparar el fruto de la gracia, sino que permaneció sin fruto hasta que la gracia hizo crecer el suyo. Era necesario que fuera primogénita la que debía alumbrar al Primogénito de toda la Creación, en quien "todo subsiste" (Col. 1, 15-17). ¡Oh, Joaquín y Ana, pareja feliz! Toda la creación os es deudora; por vosotros ella ofreció al Creador el don, el mejor de todos los dones, una madre venerable, solamente digna de Aquel que la ha creado! ¡Oh, dichosos flancos de Joaquín, de donde salió el germen más inmaculado! ¡Oh, admirable seno de Ana, donde se desarrolló lentamente, donde se formó y donde nació la niña más santa! ¡Oh, entrañas que habéis llevado un cielo viviente, más vasto que la inmensidad de los cielos! ¡Oh, era donde fue reunido el trigo vivificante, como el mismo Cristo lo declaró: "Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo" (Jn. 12, 24). ¡Oh, pecho que alimentas a la que nutre al nutridor del mundo! ¡Oh, maravilla de las maravillas y paradoja de las paradojas! Sí, la inefable y condescendiente encarnación de Dios debía ir precedida por estas maravillas. Pero, ¿cómo proseguir? Mi espíritu está fuera de sí, dividido como estoy entre el temor y el amor. Mi corazón se agita y mi lengua se estremece: no puedo soportar el gozo, las maravillas me abruman, la vehemencia apasionada me arrebata en transporte divino. Que el amor lo domine, que el temor termine y que cante la cítara del Espíritu: "¡Alégrense los cielos y regocíjese la tierra!" (Sal. 96, 11).

   3. Hoy, las puertas de la esterilidad se abren y una puerta virginal y divina se adelanta: a partir de ella, por ella, Dios que está más allá de todos los seres, debe "habitar en el mundo" (Heb. 1, 6) "corporalmente" (Col. 2, 9), según San Pablo, oyente de secretos inefables (II Cor. 12, 4). Hoy, de la raíz de Jesé ha salido un tallo, de donde brotará para el mundo una flor substancialmente unida a la divinidad (Is. 11, 1).

   Hoy, a partir de la naturaleza terrestre, un cielo ha sido formado sobre la tierra por Aquel que en un tiempo la hizo sólida separándola de las aguas y elevando en las alturas el firmamento. Cielo en verdad más divino y maravilloso que el primero. Porque Aquel que en el primero creó el sol, se ha elevado El mismo, en este nuevo cielo, como Sol de Justicia. ¡Sí, hay en El dos naturalezas, pese a la locura de los acéfalos; una sola persona, cualquiera sea la cólera de los nestorianos! La luz eterna nacida antes de todos los siglos de la luz eterna, el ser inmaterial e incorpóreo, toma un cuerpo de esta mujer, y como un esposo se adelanta fuera de la alcoba nupcial, siendo Dios, y llegando a ser enseguida hijo de la raza terrestre. Como un gigante se alegrará de recorrer el camino (Sal. 19, 6) de nuestra naturaleza, de encaminarse por sus sufrimientos hacia la muerte, de sujetar al hombre fuerte y de arrancarle su bien (Mat. 12, 29), es decir, nuestra naturaleza, y de hacer volver hacia la tierra celestial la oveja perdida (Mt. 18, 12).

   Hoy, "el hijo del carpintero" (Mt. 13, 55), el Verbo universalmente activo de Aquel que para El ha construido todo, el brazo poderoso del Altísimo Dios, como dedo del Espíritu, aguza el hacha debilitada de la naturaleza y construye una escala viviente, cuya base está plantada en tierra y cuya cima se eleva hasta el cielo: sobre ella Dios reposa, es ella la que contempló Jacob (Gen. 28, 12), por la cual Dios bajó en su inmovilidad, o más bien se inclinó con condescendencia, y así "hizo además que se dejara ver en la tierra y conversara con los hombres" (Bar. 3, 38). Porque estos símbolos representan su venida aquí abajo, su descenso condescendiente, su existencia terrestre, el verdadero conocimiento de Sí mismo dado a los que están sobre la tierra. La escala espiritual, la Virgen, está plantada en tierra, porque de la tierra ella recibe su origen, pero su cabeza se eleva hasta el cielo. El jefe de toda mujer, efectivamente, es el hombre, pero en Ella, que no conoció varón, Dios Padre tomó el lugar de su jefe: por el Espíritu Santo cumplió una alianza, y, mediante una simiente divina y espiritual, El envió a su Hijo y a su Verbo, fuerza todopoderosa. Por la benevolencia del Padre, no es por una unión natural, sino más allá de las leyes de la naturaleza; por el Espíritu Santo y la Virgen María, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Pues la unión de Dios con los hombres se cumplió por el Espíritu Santo.

   "El que pueda entender, que entienda" (Mt. 19, 12). "El que tenga oídos para oír, que oiga" (Lc. 8, 8). Descartemos las representaciones corporales. ¡La divinidad no sufre cambios, oh, hombres! Aquel que sin alteración ha engendrado a su Hijo la primera vez, de un modo natural; sin alteración engendra nuevamente el mismo Hijo, según su divina economía. Y es testigo la palabra de David, el antepasado de Dios: "El Señor me ha dicho, tú eres mi hijo, hoy te he engendrado yo" (Sal. 2, 7-8). Ahora bien: "hoy" no tiene lugar en la generación anterior a los siglos, que está fuera del tiempo.

   4. Hoy está edificada la puerta oriental, que dará a Cristo "entrada y salida", y "esta puerta ha de estar cerrada" (Ez. 44, 2): en ella está el Cristo "la puerta del rebaño"; "su nombre es Oriente" (Zac. 6, 12): por El hemos tenido acceso al Padre, principio de revelación. Hoy han soplado las brisas anunciadoras de la alegría universal. ¡Se regocija el cielo en las alturas; debajo de él que se alegre la tierra, que se estremezca el mar del mundo! (Sal. 96, 11): porque en él una madreperla ha nacido, la que por iluminación divina concebirá en su seno y alumbrará la perla inestimable, el Cristo. De ella saldrá el "Rey de gloria" (Sal. 24, 7-10), revestido de la púrpura de su carne, y El "visitará a los cautivos" (Is. 61, 1) y proclamará "la libertad" (Is. 61, 1 cit. en Le. 4, 18). Que la naturaleza salte de gozo: ha venido al mundo la cordera, gracias a la cual el Pastor revestirá la grey y desgarrará las túnicas de la antigua mortalidad. Que la virginidad forme sus coros de danza, puesto que ha nacido la Virgen que, según Isaías, "concebirá y parirá un hijo" (Is. 7, 14 cit. en Mt. 1, 23). Aprended, ¡oh nestorianos! y confesad vuestra derrota: ¡Dios está con nosotros! No es un hombre ni un mensajero sino el Señor en persona que vendrá y nos salvará (Is. 63, 9).

   "Bendito el que viene en el nombre del Señor". "El Señor es Dios. El nos mandó su luz." "Organicemos una fiesta" (Sal. 118, 26-27) por el nacimiento de la Madre de Dios. ¡Regocíjate Ana, "estéril, la sin hijos; entona un canto de alegría, tú que no conoces los dolores del parto"! (Is. 54, 1). ¡Regocíjate, Joaquín; de tu hija "nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo", "y que se llamará Ángel del gran consejo", es decir de la salvación del universo, "Dios fuerte" (Is. 9, 6). Que Nestorio se ruborice y ponga la mano sobre la boca. El niño es Dios, ¿cómo no será Madre de Dios la que lo alumbró? "Si alguien no reconoce a la Santa Virgen como Madre de Dios, está separado de la divinidad" (San Gregorio, Carta 101). Las palabras no son mías y sin embargo, me pertenecen: las he recibido como una preciosa herencia teológica de mi padre Gregorio el Teólogo.

   5. ¡Oh, Joaquín y Ana, pareja feliz y realmente inmaculada! Por el fruto de vuestro seno fuisteis reconocidos, según la palabra del Señor: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt. 7, 16). Vuestra conducta fue agradable a Dios y digna de Aquella que nació de vosotros. Después de haber llevado una vida casta y santa, hicisteis la joya de la virginidad, la que debía permanecer virgen antes del alumbramiento, virgen al alumbrar, virgen después del nacimiento, la única siempre virgen de espíritu, de alma y de cuerpo. Efectivamente convenía que la virginidad surgida de la castidad produjera la luz única y unigénita corporalmente, por la benevolencia de Aquel que la engendró sin cuerpo, el ser que no engendra pero es siempre engendrado, para quien ser engendrado es la única propiedad personal. ¡Oh, qué maravillas y qué alianzas en esta pequeña niña! ¡Hija de la esterilidad, virginidad que da a luz, en ella se unirán divinidad y humanidad, sufrimiento e impasibilidad, vida y muerte, para que en todas las cosas lo menos perfecto sea vencido por lo mejor! ¡Y todo esto, oh Maestro, para mi salvación! Tú me has amado de tal modo que no has realizado esta salvación ni por los ángeles ni por criatura alguna sino como si mi primera creación, mi regeneración también, fuera tu obra personal. Por eso, exulto, hago resplandecer mi orgullo y mi alegría, vuelvo a la fuente de maravillas y, embelesado de gozo, toco otra vez la cítara del Espíritu y canto el himno divino de Natividad.

   6. ¡Oh, Joaquín y Ana, pareja castísima, "par de tórtolas" en sentido místico (Lev. 12, 8 y Lc. 2, 24). Observando la ley de la naturaleza, la castidad, habéis merecido los dones que sobrepasan la naturaleza: habéis alumbrado para el mundo una Madre de Dios sin esposo. Después de una existencia piadosa y santa en la naturaleza humana, habéis engendrado una hija superior a los ángeles y que ahora reina sobre los ángeles. ¡Oh, hija hermosísima y dulcísima, lirio nacido entre las espinas (Cant. 2, 1-2), de la raíz nobilísima y real de David! Por ti la realeza se enriqueció con el sacerdocio. Por ti fue cumplido "el cambio de la Ley" (Hebr. 7, 12) y fue revelado el espíritu oculto bajo la letra, puesto que la dignidad sacerdotal pasó de la tribu de Leví a la de David. ¡Rosa surgida de las espinas del judaismo, cuyo perfume divino colmó el universo! ¡Hija de Adán y Madre de Dios! ¡Dichosos los flancos y el seno de los que tú has brotado! ¡Dichosos los brazos que te han llevado y los labios que han gustado tus castos besos, los labios de tus padres únicamente para que toda tú fueses siempre Virgen!

   Hoy comienza para el mundo la vía de salvación. "¡Aclamad al Señor toda la tierra, cantad, exultad, tocad los instrumentos!" (Sal. 98, 4). "Elevad vuestra voz, hacedla oír sin temor!" (Is. 40, 9). Pues en la Santa Probática la Madre de Dios nos ha nacido, de quien ha querido nacer el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo.

   ¡Saltad de gozo, montañas, naturalezas racionales, que os eleváis hacia la cima de la contemplación espiritual!: la montaña del Señor, que se manifiesta, traspasa y trasciende toda colina y toda montaña, más elevada que los ángeles y que los hombres; de ella, mano inmaterial separó el Cristo, la piedra angular, la Hipóstasis (Persona) única, que aproxima lo que es distante: lo divino y lo humano, los ángeles y los hombres, y reúne a los paganos y al Israel según la carne en un solo Israel espiritual. "¡Montaña de Dios, montaña de abundancia! ¡Montaña opulenta, montaña de abundancia, la que Dios ha querido escoger como morada!" (Sal. 68, 17). "Los carros de Dios son miríadas" (Sal. 68, 18), con seres florecientes de la gracia divina, Querubines y Serafines. Cima más santa que el Sinaí, que no cubren ni vapores ni tinieblas, ni tempestades ni fuego temible, sino el resplandor esclarecedor del sagrado Espíritu. Allá, el Verbo de Dios grabó la Ley sobre las piedras por el Espíritu, ese dedo divino: aquí, por la acción del Espíritu Santo y por la sangre de María, el Verbo mismo se encarnó y se dio a nuestra naturaleza como un remedio de salvación más eficaz. Allá era el maná: aquí quien da el maná y su dulzura.

   Que la morada famosa que Moisés construyó en el desierto con materiales preciosos de toda especie, y antes que ella la morada de nuestro padre Abraham, se borren ante la morada de Dios, viviente y espiritual. Esta fue la morada, no de la sola energía divina, sino de la persona del Hijo, que es Dios, presente substancialmente. Que el arca completamente recubierta de oro reconozca que no tiene nada comparable con ella, como tampoco la urna de oro del maná, el candelabro, la mesa, y tocios los objetos del culto antiguo: fueron honrados porque la prefiguraban, como sombras del verdadero prototipo.

   7. Hoy, el Creador de todas las cosas, Dios Verbo, ha compuesto un libro nuevo, brotado del corazón del Padre para ser escrito, como con una caña, por el Espíritu que es la lengua de Dios. Fue dado a un hombre que conocía las letras, pero que no leyó. José, en efecto, no conoció a María ni la significación del misterio. ¡Oh, hija santísima de Joaquín y de Ana, que escapaste de las miradas de las Potestades y de los poderes de "los encendidos dardos del maligno" (Ef. 6, 16), que estuviste en la cámara nupcial del Espíritu y fuiste guardada intacta, para llegar a ser esposa de Dios y Madre de Dios por naturaleza! ¡Oh, hija santísima, apareces en los brazos de tu madre y eres el terror de los poderes rebeldes! ¡Oh, hija santísima, alimentada con la leche materna y rodeada de bandadas de ángeles! ¡Oh, hija amada de Dios, honor de tus padres, las generaciones de las generaciones te dicen bienaventurada, como tú lo has afirmado verdaderamente! ¡Oh, hija digna de Dios, belleza de la naturaleza humana, rehabilitación de Eva, nuestra primera madre! Porque, por tu nacimiento, la que cayó se levanta. ¡Oh, hija santísima, esplendor del sexo femenino! Sí, efectivamente, la primera Eva fue culpable de transgresión, y si por ella "la muerte hizo su entrada", porque ella se puso al servicio de la serpiente contra nuestro primer padre, María, Ella, que se puso al servicio de la voluntad divina, engañó a la serpiente engañadora e introdujo en el mundo la inmortalidad.

   ¡Oh, hija siempre Virgen, que pudiste concebir sin intervención humana! Porque el que tú has concebido tiene un Padre eterno. ¡Hija de la raza terrestre, que llevas al Creador en tus brazos divinamente maternales! Los siglos rivalizaban por saber cuál se honraría de verte nacer; pero el designio fijado por adelantado por Dios, "que ha hecho los siglos", puso fin a su rivalidad, y los últimos han llegado a ser los primeros, aquellos a quienes tocó la felicidad de tu Natividad. Realmente tú eres más preciosa que toda la Creación, porque de ti sola el Creador ha recibido en participación las primicias de la naturaleza humana. Su carne ha sido hecha de tu carne, su sangre de tu sangre; Dios se ha alimentado de tu leche y tus labios han tocado los labios de Dios: ¡Maravillas incomparables e inefables! En la presencia de tu dignidad, el Dios del universo te ha amado; como El te amó, te predestinó, y en "los últimos tiempos" (I Pedr. 1, 20) te llamó a la existencia y te hizo Madre, para engendrar un Dios y alimentar su propio Hijo y su Verbo (Rom. 8, 29-30).

   8. Se dice que los contrarios sirven de remedio a sus contrarios: pero los contrarios no nacen los unos de los otros. Ni aun si cada uno tiene en su naturaleza un tejido de contrarios proviene él mismo del predominio de la causa que lo hizo nacer. Así como el pecado, operando para mí la muerte mediante el bien, muestra al extremo su naturaleza pecadora, así el autor de los bienes por medio de sus contrarios, opera para nosotros el bien, que le es natural. Porque "donde el pecado se multiplicó la gracia ha sobreabundado". Si nosotros hubiéramos conservado nuestra primera comunidad con Dios, no habríamos merecido la segunda, más grande y más extraordinaria. Ahora, por el pecado, hemos sido juzgados indignos de la primera unión, por no haber conservado el don recibido. Pero por la compasión de Dios, hemos sido perdonados y puestos bajo su guarda, para que la comunión quedara asegurada. Pues el que nos ha tomado bajo su protección, conserva la unión sin fisura.

   Sí, toda la tierra estaba manchada por sus fornicaciones y el pueblo del Señor, incitado "por el espíritu de fornicación", se alejó del Señor su Dios (Os. 4, 12), lejos de Aquel que lo había ganado "con mano poderosa y brazo elevado" (Ex. 13, 14), el que con signos y prodigios lo había hecho salir "de la casa de servidumbre" (Deut. 4, 34 y Sal. 136, 12) del Faraón, lo condujo a través del Mar Rojo, y lo guió "por una nube durante el día y durante la noche por un resplandor de fuego" (Sal. 78, 14). Y su corazón se volvió hacia Egipto, y el pueblo del Señor llegó a ser "aquel que no es el pueblo del Señor" (Os. 2, 24 cit. en Rom. 9, 25); aquel que obtenía misericordia llegó a ser aquel que no obtiene misericordia; y el amado, aquel que no es amado.

   Por esto ahora una Virgen viene al mundo, adversaria de la ancestral fornicación; Ella es dada como esposa a Dios mismo y Ella alumbra la misericordia de Dios. Así se estableció como pueblo de Dios aquel que antes no era su pueblo; excluido de la misericordia, obtuvo misericordia; no amado, desde entonces fue amado. De Ella efectivamente nació el Hijo bien amado de Dios, en quien El puso su complacencia (Mt. 3, 17; 12, 18).

   9. "Una viña de buenos sarmientos" (Os. 10, 1; Sal. 128, 3) ha germinado en el seno de Ana y ha producido una uva plena de dulzura, fuente de néctar surgente para los habitantes de la tierra de vida eterna. Joaquín y Ana sembraron "semillas de justicia" y recogieron un "fruto de vida". Ellos "se han iluminado con la luz del conocimiento" y buscaron al Señor (Os. 10, 12; Is. 61, 11). ¡Tenga confianza la tierra! ¡Hijos de Sión, regocijaos en el Señor vuestro Dios!: la que era estéril ha dado su fruto. Joaquín y Ana, como montañas místicas, han hecho correr el vino dulce (Joel 3, 18 y Amos 9, 13). Alégrate, Ana bienaventurada, por haber alumbrado una mujer. Pues esta mujer será Madre de Dios, puerta de luz, fuente de vida, y Ella borra la acusación que pesaba sobre la mujer.

   "El rostro" de esta mujer "los ricos del pueblo invocarán con súplicas". Delante de esta mujer los reyes de las naciones se prosternarán ofreciéndole presentes. Esta mujer, tú la conducirás a Dios el Rey universal vestida de la hermosura de sus virtudes como "tejido de oro", ornada de la gracia del Espíritu, en la cual "la gloria se manifiesta" (Sal. 45, 13-14). La gloria de toda mujer es el nombre que le es dado desde fuera; pero la gloria de la Madre de Dios es interior, es el fruto de su seno.

   ¡Oh, mujer toda amable, tres veces dichosa! "Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¡Oh, mujer hija del rey David y Madre de Dios, el Rey universal! Divina y viviente obra en la que el Creador se ha regocijado, en la que el espíritu es gobernado por Dios y está atento solamente a Dios, en la que todos los deseos se aplican a lo único que es deseable y amable; su cólera es únicamente contra el pecado y contra el que lo trajo al mundo. Tú tendrás una vida superior a la naturaleza, porque no la tendrás para ti, pues no es para ti que tú has nacido; la tendrás para Dios pues a causa de El, tú has venido a la vida; a causa de El tú servirás a la salvación universal para que el antiguo designio de Dios (Is. 25, 1), que es la encarnación del Verbo y nuestra divinización, por ti se cumpliera. Tu apetito es alimentarte con palabras divinas y fortificarte con su savia, como "el fructífero olivo en la casa de Dios" (Sal. 52, 10), como "el árbol plantado cerca del curso de las aguas" (Sal. 1,3) del Espíritu, como el árbol de vida, que ha dado su fruto en el tiempo que le fue señalado: el Dios encarnado, vida eterna de todos los seres. Tú retienes todo pensamiento nutridor y útil al alma, pero rechazas, antes de gustarlo, todo pensamiento superfluo y perjudicial para el alma. Tus ojos siempre están hacia el Señor (Sal. 25, 15), mirando "la luz" eterna e "inaccesible" (I Tira. 6, 16). Tus oídos escuchan la divina palabra y se deleitan con la cítara del Espíritu, por ellos el Verbo ha entrado para hacerse carne. Tus narinas respiran con delicia el aroma de los perfumes del esposo, El mismo un perfume, espontáneamente esparcido para ungir su humanidad. "Es tu nombre ungüento derramado", dice la Escritura (Cant. 1, 2). Tus labios alaban al Señor y están clavados en sus labios. Tu lengua y tu paladar disciernen las palabras de Dios y se sacian de la suavidad divina. ¡Corazón puro y sin mácula, que ve y desea a Dios sin mácula!

   En este seno ha venido a morar el ser ilimitado; de su leche, Dios, el Niño Jesús, se ha alimentado. ¡Puerta de Dios, siempre virginal! (Ez. 44. 2). He aquí las manos que sostienen a Dios y estas rodillas son un trono más alto que los querubines: por ellas, "las manos débiles y las rodillas vacilantes" (Is. 35, 3), fueron fortalecidas. Sus pies son guiados por la ley de Dios como por una lámpara brillante (Sal. 119, 105), corren en su seguimiento sin volverse, hasta llegar a lo que los había traído hacia el amante Bien Amado. En todo su ser, Ella es la cámara nupcial del Espíritu, "la ciudad de Dios" viviente, "que alegran los canales del río" (Sal. 46, 5), es decir, las olas carismáticas del Espíritu: "completamente hermosa", enteramente "vecina" de Dios. Porque, dominando los querubines, más alta que los serafines, vecina de Dios a Ella hay que llamarla.

   10. ¡Oh, maravilla que supera todas las maravillas, una mujer está colocada en lugar más alto que los serafines, porque Dios se presentó rebajado "un poco por debajo de los ángeles"! (Sal. 8, 6). ¡Que el muy sabio Salomón se calle y que no diga más: "nada nuevo bajo el sol"! (Eclés. 1, 9). ¡Virgen pura, templo santo de Dios, que Salomón según el Espíritu, el príncipe de la paz, ha construido y habita: el oro y las piedras inanimadas no te embellecen; sino que, mejor que el oro, el Espíritu hace tu esplendor! ¡Por pedrería, tu tienes la piedra más preciosa, el Cristo, el rubí de la divinidad! Suplicadle que toque nuestros labios para que, purificados, cantemos con el Padre y el Espíritu, cantando en alta voz: "Santo, Santo, Santo, es el Señor Sabaoth", la naturaleza única de la divinidad en tres Personas.

   Santo es Dios, el Padre, que ha querido que en ti y por ti se cumpliera el misterio que El había predeterminado antes de todos los siglos (I Cor. 2, 7).

   Santo es el Fuerte, el Hijo de Dios, y Dios unigénito, que hoy te ha hecho nacer, primogénita de una madre estéril, a fin de que, siendo El mismo Hijo único del Padre, y primogénito de toda criatura (Col. 1, 15), El naciera de ti, Hijo único de una Virgen Madre, "primogénito de una multitud de hermanos" (Rom. 8, 29), semejante a nosotros y participando por ti de nuestra carne y de nuestra sangre (Heb. 2, 14). Sin embargo, El no te hizo nacer de un Padre solo, o de una Madre sola, para que a El solo primogénito fuera reservado en perfección el privilegio de Hijo único: El sólo es pues Uno Unigénito, El sólo de un Padre solo y sólo de una Madre sola.

   Santo es el Inmortal, el Espíritu de toda Santidad, que mediante el rocío de su divinidad, te ha guardado indemne del fuego divino: pues esto preanunciaba la zarza de Moisés.

   11. Yo te saludo, oh, pórtico de las ovejas, morada muy santa de la Madre de Dios. Yo te saludo, pórtico de las ovejas, domicilio ancestral de la reina, antiguamente el cercado de las ovejas de Joaquín, llegado ser hoy la Iglesia del rebaño espiritual de Cristo, esta imitación del cielo. Antiguamente, tu recibías una vez por año al ángel de Dios, que agitaba las aguas y devolvía la salud a un solo hombre, librándole del mal que le paralizaba (Jn. 5, 4). Hoy, tienes aquí multitudes de potencias celestes que celebran con nosotros a la Madre de Dios, abismo de las maravillas, fuente de la universal curación. Tú has recibido, no un ángel servidor, sino el "Ángel del gran consejo", descendido sin ruido sobre el vellón como una lluvia de bondad (Is. 45, 8, Sal. 72, 6). Aquel que ha restablecido a la naturaleza entera, enferma e inclinada hacia su perdición, una salud inalterable y una vida sin vejez: por El, el paralítico que yacía en ti ha saltado como un ciervo. Yo te saludo, precioso Pórtico de las ovejas, que se multiplique tu gracia.

   Yo te saludo, oh, María, muy dulce hija de Ana. Hacia ti, nuevamente el amor me atrae. ¿Cómo describir tu paso lleno de gracia, tus vestiduras? ¿Y la gracia de tu rostro? ¿Y la madurez del juicio en un cuerpo juvenil? Tus costumbres y atuendo sobrios, alejados de todo lujo y sensualidad, tu andar grave, sin premura, y exento de toda indolencia, tu idiosincracia seria pero moderadamente jovial, discreta y reservada en cuanto a los hombres: testimonian el desconcierto que te dominó ante la proposición inesperada del ángel. Para tus padres, dócil y obediente, tú tenías sentimientos humildes en las contemplaciones más altas, una palabra amable proveniente de un alma en paz. Finalmente, ¿quién otra sino tú para digna morada de Dios? Con razón, todas las generaciones te proclaman bienaventurada, tú, la gloria insigne de la humanidad. Tú eres el honor del sacerdocio, la esperanza de los cristianos, la planta fecunda de la virginidad, porque es por ti que el renombre de la virginidad se ha extendido a lo lejos. "Tú eres bendita entre las mujeres y el fruto de tu seno es bendito". Los que confiesan tu maternidad divina son benditos, y malditos aquellos que la niegan.

   12: ¡Oh, Joaquín y Ana, pareja bendita, recibid de mí este discurso de aniversario! ¡Oh, Hija de Joaquín y Ana, soberana, acoge la palabra de un servidor pecador, a quien el amor inflama, para quien tú eres la sola esperanza de alegría, la protectora de la vida y, al lado de tu Hijo, la reconciliadora y la garantía segura de salvación! Alivias la carga de mis pecados, disipas la sombra que oscurece mi espíritu y el peso a que me somete la materia. Detienes las tentaciones, gobiernas felizmente mi vida y me conduces de la mano hasta la beatitud de lo alto. ¡Otorga al mundo la paz y a todos los habitantes ortodoxos de esta ciudad una dicha perfecta y la salvación eterna, por las plegarias de tus padres y de todo el cuerpo de la Iglesia! ¡Así sea! ¡Así sea! "Salve, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre", Jesucristo, el Hijo de Dios. Para El la gloria, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

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"FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA

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