NÚMERO (Nº I)

 

MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE

   MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE nació en Tourcoing el 29 de noviembre de 1905. Sus primeros estudios los cursó en su diócesis de origen y luego en el Seminario Francés, de Roma, donde obtuvo los doctorados en filosofía y en teología. El 21 de setiembre de 1929 recibió su ordenación como sacerdote.

   Ingresó en la Congregación de Padres del Espíritu Santo (la más importante congregación misionera del mundo) y fue enviado a Gabón, en 1932, donde estuvo trece años.

   El 12 de junio de 1947 recibió el cargo de Vicario Apostólico en Dakar, y al año siguiente el de Delegado Apostólico de la Santa Sede para todo el África de habla francesa.

   El 14 de setiembre de 1955 fue designado primer arzobispo de Dakar, responsabilidad que mantuvo hasta 1962, año en que es elegido Superior General de la Congregación de Padres del Espíritu Santo, hasta 1968, en que renunció.

   En 1970 funda la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y el Seminario de Ecône, Suiza, que hoy funciona con creciente pujanza.

   Mons. Lefebvre ha resistido las ideas modernistas difundidas en la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II y el "Novus Ordo" de la Misa promulgado por Pablo VI, y ha manifestado en repetidas ocasiones su determinación de permanecer ligado por una fidelidad total a la Tradición de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Su postura plantea un serio dilema de conciencia a numerosos católicos en todo el orbe. Cada día se torna más evidente la orientación modernista, o "neo-modernista", que sigue casi la generalidad del aparato oficial de la Iglesia. Ahora bien; el modernismo es una herejía formalmente condenada por la Iglesia y, por tanto, seguirlo o tolerarlo importa la perdición... ¿Qué hacer entonces?

   Mons. Lefebvre con su postura nos indica un camino claro y sencillo. Debemos permanecer fieles a la Fe y al rito de la Iglesia Católica de siempre, la que aprendimos a amar en nuestra infancia, la que fundó Nuestro Señor Jesucristo hace más de diecinueve siglos, la única y verdadera Iglesia, fuera de la cual no hay salvación.

   Presentamos aquí algunas de las principales definiciones de Mons. Lefebvre a fin de compartir con los católicos argentinos la gran inquietud que vive la Iglesia en esta crisis tan terrible que Pablo VI describió como "auto-demolición", y que a todos nos obliga a estar atentos y firmes en la defensa de la Fe.

Álvaro D. Ramírez Arandigoyen

 
   "Pero cuando Pedro fue a Antioquía, en su misma cara le resistí, porque se había hecho reprensible" (Gal. 1, 11).
 

DECLARACIÓN

   Adherimos de todo corazón, con toda el alma a la Roma católica, guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esa fe, a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad.

   En cambio, nos rehusamos —como nos hemos rehusado siempre— a seguir a la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante, que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y, después del Concilio, en todas las reformas que de él surgieron.

   En efecto, todas esas reformas han contribuido y siguen contribuyendo a la destrucción de la Iglesia, a la ruina del sacerdocio, a la aniquilación del Sacrificio y de los Sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa, a una enseñanza naturalista y teilhardiana en las universidades, los seminarios, la catequesis, enseñanza surgida del liberalismo y del protestantismo condenados repetidas veces por el magisterio solemne de la Iglesia.

   Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada de la Jerarquía, puede obligarnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica, claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos.

   "Pero aunque nosotros —dice San Pablo— o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema" (Gal. 1,8).

   ¿No es eso lo que hoy en día nos repite el Padre Santo? Y si se manifestase cierta contradicción en sus palabras y en sus actos así como en los actos de los dicasterios, entonces optamos por lo que siempre se ha enseñado y hacemos oídos sordos a las novedades destructoras de la Iglesia.

   No se puede modificar profundamente la "lex orandi", sin modificar la "lex credendi". A misa nueva corresponde catecismo nuevo, sacerdocio nuevo, seminarios nuevos, universidades nuevas, Iglesia carismática, pentecostista, cosas todas contrarias a la ortodoxia y al magisterio de siempre.

   Esta Reforma, por haber surgido del liberalismo, del modernismo, está del todo emponzoñada; sale de la herejía y desemboca en la herejía, aun cuando todos sus actos no sean formalmente heréticos. Resulta, pues, imposible a todo católico consciente y fiel adoptar esa Reforma y someterse a ella, de cualquier manera que sea.

   La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico de la aceptación de la Reforma.

   Por eso, sin rebeliones, sin amarguras, sin resentimiento, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal a la luz del magisterio de siempre, persuadidos de que no podemos rendir mejor servicio a la Santa Iglesia Católica, al Sumo Pontífice y a las generaciones futuras.

   Por eso nos atenemos firmemente a todo lo que fue creído y practicado, en la fe, las costumbres, el culto, la enseñanza del catecismo, la formación del sacerdote, la institución de la Iglesia, por la Iglesia de siempre, y a todo lo que fue codificado en los libros publicados antes de la influencia modernista del Concilio, a la espera de que la luz verdadera de la Tradición disipe las tinieblas que oscurecen el cielo de la Roma eterna.

   Al obrar así, con la gracia de Dios, el auxilio de la Virgen María, de San José, de San Pío X, estamos convencidos de que permanecemos fieles a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, a todos los sucesores de Pedro, y de ser los "fideles dispensatores mysteriorum Domini Nostri Jesu Christi in Spiritu Sancto". Amén.

Monseñor MARCEL LEFEBVRE

Ecône, 21 de noviembre de 1974.

(De "Un obispo habla", Ed. Nuevo Orden, Buenos Aires, 1977. Esta declaración fue dirigida a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, y tomó estado público a través de la revista "Itineraires", nº 189)

 

EL EJEMPLO DE LA RESISTENCIA DE DOS SANTOS

   La historia de la Iglesia nos recuerda los detalles de terribles crisis por las que ésta atravesó, y de las cuales surgió incólume merced a la asistencia perpetua del Espíritu Santo. Entre otros, hay dos ejemplos de singular heroísmo, dignos de mención para que todos nos preocupemos para interiorizarnos de ellos: el de San Atanasio y el de San Sofronio.

   San Atanasio fue condenado y excomulgado por el Papa Liberio que se había entregado a la herejía arriana. Pese a ello, siguió combatiendo al arrianismo y se vio enfrentado no sólo contra el Papa sino contra dos Concilios (Arles, 353, y Milán, 355) que apoyaron el arrianismo.

   San Sofronio, a su vez, humilde monje luego elegido Patriarca de Jerusalén, enfrentó prácticamente a la totalidad de las mayores autoridades eclesiásticas de su tiempo, e incluso al Papa Honorio I que dio su apoyo a las ideas de la herejía monotelista. Posteriormente, el Concilio Ecuménico de Constantinopla condenó al monotelismo y al propio Papa Honorio que lo había favorecido.

 

EL NUEVO RITO: UN PRODUCTO ESPURIO

   Vean ustedes, no es una cuestión de antigüedad [la misa]. Lo que es grave en la reforma, no es cuestión de más antiguo o menos antiguo, de latín o de no latín, etc. No es una cuestión de lengua. La cuestión de la lengua es importante, pero secundaria. Lo que es importante es la orientación fundamental de la liturgia, que se ha convertido en una orientación muy semejante a la concepción protestante. Entonces eso es muy grave. Por eso yo me permití decir en Lille, que esta liturgia era espuria. Sí; es espuria porque proviene de dos principios, de los que son más o menos democráticos —diría yo—, y los principios jerárquicos de antes; entonces, eso da como resultado un producto espurio, que es una misa equívoca, una misa que pueden decir los protestantes, que pueden decir los católicos. Eso es lo que es grave y que, en mi opinión, personalmente, no puedo aceptar. No puedo aceptar que una misa católica sea una misa equívoca. Ahora bien, ella es equívoca, puesto que los protestantes pueden decirla y podemos decirla nosotros, guardando los protestantes su fe y guardando nosotros nuestra fe católica, cuando teníamos una misa que era claramente católica.

Conferencia de prensa del 15 de setiembre de 1976, en Ecône.

 

¿SE PUEDE OBEDECER A QUIEN MANDA UNA COSA MALA?

Jamás se puede obedecer a quien manda una cosa mala, sea quien fuere el que lo mandare.

(Del "Catecismo de la Doctrina Cristiana - Perseverancia", promulgado el 15 de agosto de 1937 por el Episcopado Argentino). Pregunta nº 186

 

UNA FE QUE NO ES LA NUESTRA

   ¿Nos equivocamos nosotros al obstinarnos en conservar el rito de siempre? Ciertamente, hemos rezado, hemos consultado, hemos reflexionado, hemos meditado para saber si verdaderamente somos nosotros los que nos hallamos en el error, o si realmente no tenemos razón suficiente para no someternos al nuevo rito. Y bien, justamente, la insistencia de aquellos que nos son enviados de Roma para pedirnos cambiar el rito, nos hace reflexionar y tenemos la convicción que precisamente ese nuevo rito de la Misa expresa una nueva fe, una fe que no es la nuestra, una fe que no es la fe católica.

Homilía del 29 de junio de 1976, pronunciada en Ecône.

SI NO HAY SACRIFICIO EN LA MISA

YA NO HAY IGLESIA CATÓLICA  

   En vuestros catecismos habéis aprendido que el sacrificio del altar es un verdadero sacrificio y que sólo difiere del sacrificio de la cruz, en que el sacrificio de la cruz fue cruento y el sacrificio de la misa es incruento. Por eso veneramos el sacrificio del altar. Según la doctrina católica todo está allí. Todo se reúne en esa pequeña y a la vez inmensa realidad del sacrificio de la misa. Para que haya sacrificio la víctima debe estar presente. No hay sacrificio si no está presente una víctima. Así, pues, Nuestro Señor debe estar presente para ofrecerse en sacrificio. Por lo tanto, no digamos que el sacrificio de la misa es simplemente una comida conmemorativa, una comida de recuerdo, un simple recordatorio de lo que hizo Nuestro Señor en la Cena. Todo eso es una blasfemia contra la doctrina de la Iglesia, contra lo que Nuestro Señor hizo y contra lo que El quiso hacer. ..

   Eso es lo que siempre creyeron nuestros antepasados, lo que siempre creyó la Iglesia. Esa fe no puede cambiar ni un ápice. Si la variamos, si cambiamos las fórmulas, si decimos ahora: ofrecemos una eucaristía, hacemos una comida eucarística, hacemos una cena, nos convertimos en protestantes. Y perdemos toda la realidad de la Iglesia Católica, que se funda sobre esa verdad. Si ya no hay sacrificio en la misa, ya no hay Iglesia Católica. No hay más Iglesia Católica si ya no hay un sacerdote que tenga un carácter para ofrecer el Santo Sacrificio. ..

Alocución pronunciada en Mariazell, el 8 de setiembre de 1975. (De "Un Obispo habla". Ed. Nuevo Orden, Buenos Aires, 1977).

 

   CONCILIO DE TRENTO

   Del Sacrificio de la Misa. CANON III: "Si alguno dijere que el Sacrificio de la Misa es sólo un Sacrificio de alabanza y de acción de gracias, o un mero recuerdo del Sacrificio consumado en la Cruz; y que no es propiciatorio, o que sólo aprovecha al que lo recibe; y que no se debe ofrecer por los vivos ni por los difuntos, por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades, sea excomulgado".

 

EL CONCILIO VATICANO II:

"Año 1789" en la Iglesia

   ... Pues es necesario decirlo abiertamente, como lo ha hecho el Cardenal Suenens. Veis que no soy yo quien ha inventado ese término. El Concilio ha sido 1789 en la Iglesia.. .

   Y es por eso que se me dice desobediente, más bien se me dice cismático. Pero no. No soy desobediente, ni cismático, yo obedezco, a la Iglesia, a Nuestro Señor Jesucristo. "Usted desobedece al Papa" —me dicen—. Sí; yo desobedezco al Papa, en la medida en que el Papa se identifique con la Revolución hecha durante el Concilio y después del Concilio. Pues esta revolución es la Revolución de 1789, y yo no quiero obedecer a la Revolución de 1789 en el interior de la Iglesia, yo no quiero obedecer a la diosa Razón, no quiero inclinarme ante la diosa Razón. Y es eso lo que quisieran que hiciésemos. Quisieran que suprimiésemos este seminario para que adorásemos a la diosa Razón y, a través de ella, al hombre.

   Y cuando se nos dice: "Usted juzga al Papa, usted juzga a los obispos", yo respondo: No somos nosotros quienes juzgamos a los obispos, es nuestra Fe, es la Tradición, es nuestro pequeño catecismo de siempre. Un niño de cinco años puede corregir a su obispo, si éste le dice: "Cuando se te dice que hay tres personas en la Santísima Trinidad, no es verdad". El niño toma su catecismo y dice: "Mi catecismo me enseña que hay tres personas en la Santísima Trinidad, usted está errado y yo tengo razón". Y tiene razón el niño. Tiene razón porque tiene toda la Tradición con él, tiene toda la Fe con él. Esto es lo que nosotros hacemos, no hacemos otra cosa. Nosotros decimos: "La Tradición os condena, la Tradición condena lo que hacéis actualmente". ¡Entonces! Nosotros estamos con dos mil años de Iglesia, y no con doce años de una nueva iglesia, de una iglesia conciliar, como nos lo ha dicho Monseñor Benelli al pedirnos que nos sometiéramos a la "iglesia conciliar". Yo no conozco esta iglesia conciliar, no conozco más que la Iglesia Católica.

(De la Homilía pronunciada en Ecóne, el 22 de agosto de 1976)

DESTROZADOS Y CRUELMENTE DIVIDIDOS

   ... No sé cuales son los sentimientos del Santo Padre, pero es evidente que no puede hacerse caso omiso de las opiniones de millones de católicos que están desamparados. Se lo dije al Santo Padre: estamos destrozados, yo mismo estoy destrozado, ahora me encuentro delante vuestro, querría estar plenamente con vos y por completo sumiso a vos en todo. Pero ¿cómo puedo estarlo si vos os alejáis de vuestros predecesores? No sé qué hacer, pues no puedo separarme de la Iglesia de siempre, no puedo separarme de vuestros predecesores, y por otra parte no querría separarme de vos. Ahora bien; vos os alejáis de vuestros predecesores, con vuestras acciones, con vuestras palabras; entonces uno se encuentra cruelmente dividido. Millones de católicos se encuentran en esta situación. Tendríais que hallar una solución. No podemos permanecer así.

(De la conferencia de prensa dada en Ecóne el 15 de setiembre de 1976).

 

LA INFALIBILIDAD PAPAL

   "Por tanto, Nos, adhiriendo fielmente a la Tradición aceptada desde el principio de la fe cristiana, para gloria de Dios, Nuestro Salvador, exaltación de la Religión Católica, y salvación de los pueblos cristianos, con aprobación del Sagrado Concilio, enseñamos y definimos ser un dogma revelado por Dios: Que el Romano Pontífice, cuando habla ex Cáthedra, esto es, cuando ejerciendo el cargo de Pastor y Maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define que una doctrina sobre la fe o las costumbres debe ser profesada por la Iglesia universal, goza plenamente, por la divina asistencia que le está prometida en la persona de San Pedro de aquella infalibilidad, de que el Divino Redentor ha querido que su Iglesia estuviese dotada al definir la doctrina sobre la fe o las costumbres; y por consiguiente, tales definiciones del Romano Pontífice, son irreformables por sí mismas, y no por consentimiento de la Iglesia."

(Concilio Vaticano I, capítulo IV, lunes 18 de julio de 1870)

   De esta definición dogmática, surge cuales son los elementos esenciales que debe poseer un pronunciamiento pontificio para que sea reputado infalible. A salvo queda la cuestión arduamente debatida por los teólogos sobre la posibilidad de un Papa hereje (Suárez, San Roberto Belarmino, etc.).

 

.

  

REGRESAR AL ÍNDICE DE

"FIDELIDAD A LA SANTA IGLESIA

PORTADA

Hosted by www.Geocities.ws

1