Todo sobre las mujeres  Sebastián Jans ©

Zunilda

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"Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras/ de la negra melena, cuando estiras los brazos./ Tu juegas con el sol como con un estero/ y él te deja en los ojos dos oscuros remansos." Poema 19. P. Neruda 

Mi hermana Zuni era, físicamente, como nosotros sus cuatro hermanos. Véanme a mí, que no destaco, precisamente, por ser buenmozo. Era así como yo: pelo tieso, la nariz demasiado chica para el formato de la cara, mejillas demasiado notorias, los labios resaltados, los ojos pequeños. Objetivamente, yo no tengo nada que pueda ser atractivo en mi apariencia física. Pero, mi hermana si tenía algo que era digno de mención: tenía muy bonitas piernas. Era una mujer con ese tipo de piernas que, cuando uno la ve en las calles, dice: "¡Esa es una mina rica!", sin darse el tiempo de mirar el resto de las presas.

La Zuni no tuvo, sin embargo, mas de dos pretendientes. La pobre no tenía algo que atrajera la atención de los hombres, ya que lo único bonito que tenía, lo ocultaba bajo los pantalones. Nunca la pudieron convencer de que usara falda o vestido. Seguramente, era algún complejo oculto, ya que, sabiéndose fea y poco atractiva, se avergonzaba de tener algo que rompía con su equilibrio psicológico, sustentado en la aceptación conformista de su condición.

Aunque, en verdad, las pocas veces que alguien logró convencerla de que sus extremidades pedestres eran dignas de ser exhibidas, siempre le trajo mas problemas que beneficios. Cuando tenía 14 años, por ejemplo, se puso una minifalda que dejó una gran cagada. Anduvo con ella puesta una tarde, fue a comprar el pan y se encontró con un drogadicto que trató de violarla. Se salvó solo porque el drogo estaba tan intoxicado, que no logró que la bayoneta le funcionara. En otra oportunidad, las compañeras del colegio, la convencieron de que usara el jumper del uniforme escolar un poco más corto, dejando al descubierto la rodilla, un poco, sin exagerar. El día en que lo hizo, en el bus, un tipo comenzó a manosearla, aprovechándose de que el transporte iba lleno. ¿Se fijan? Ese tipo de experiencias termina por mantener a una muchacha con el alma en un hilo, solo por mostrar las únicas presas dignas que Dios le dio.

Así, obviamente, no quería dejar de usar pantalones. Al colegio iba solo con el pantalón de uniforme, todo el año. Estaban tan brillosos con el uso, que hasta las pulgas se resbalaban sobre la tela. En resto del tiempo, usaba unos jeans que no eran ninguna maravilla. No los usaba apretados como todas las muchachas, porque decía que su trasero se veía demasiado voluminoso. ¡Problema habitual de las chilenas! ¡Mucho poto, pues, compadre! Tal, pues, que la Zuni usaba sus jeans como si fueran una saco. ¡Así de grandes! ¡Pobrecita!

El pelo, como lo tenía muy tieso, terminó por usarlo largo y trenzado. Era un perfecta Fresia. Ustedes saben... la mujer del indio Caupolicán. La india que le tiró el hijo a los pies al pobre indio, cuando los españoles lo tenían atravesado con una estaca en el poto. No crean, con este comentario, que le tengo mala leche a los mapuches, porque, después de todo, yo debo tener harta sangre indígena en mis venas. La cosa va por otro lado. Lo que pasa es que la Fresia de la historia famosa, se me antoja harto bruja para sus cosas, llevada de las ideas y con mala onda con los hombres. ¡Tirarle la criatura a los pies del pobre tipo, que tuvo la mala suerte de ser capturado por los caras pálidas!

Esa es la idea que yo tenía de la Zuni antes que se casara: llevada de sus ideas, terca, malhumorada, con una expresión terrible en el rostro, con aspecto de andar en guerra con todo el que se le cruzara por el camino. Contribuía a esa imagen, las mechas del contorno de su frente, que no eran suficientemente largas para ser parte de su trenza, y que se le iban a la cara, afeándole mas su apariencia. ¡Realmente se veía bien bruja!

Desde niña, conmigo siempre anduvo en guerra. Peleábamos por cualquier cosa. Como ella era algunos años mayor que yo, trataba siempre de abusar de esa ventaja, y yo me vengaba gritándole: "¡Fea! ¡Bruja!", y cosas así. Realmente, ¡era muy maricón con ella!

Cuando terminó los estudios, entró a trabajar en una fábrica de alimentos, en la sección de packing. Estaba obligada a ir con un uniforme de trabajo, con falda, ya que no aceptaban a mujeres con pantalones. No tenía mas remedio que mostrar su secretito. Dos compadres le anduvieron haciendo la corte, cuando descubrieron que tenía tan buenos atributos posteriores. Eran dos obreros de la misma fábrica, que seguramente le gustaban mujeres con piernas bonitas, no importando los atributos faciales. Por lo demás, ¡qué podían exigir los pretendientes, si los dos eran más feos que puntapié en los testículos!

De tanto insistir, ella aceptó a uno de ellos, con el cual anduvo flirteando algunos meses. Pero, en definitiva, se enamoró del otro, del más tranquilo y el más formal. A ese le aguantó todo. Seguramente, por el miedo a quedar soltera o por el estilo callado, pero, decidido de Agustín, le aceptó mas allá de lo aconsejado por la prudencia. Lo cierto es que nadie se imaginó que ella iba a salir con la peor noticia que puede dar una hija soltera a sus padres. La batahola que se armó fue enorme. Mi papá estuvo a punto de echarla de la casa, y la trató de lo peor. ¡Que estupidez! No había tenido mas de dos pretendientes y ya estaba preñada. Habiendo tanto método para evitar el efecto de los cabezones con colita, y no usar siquiera los más baratos. Mi viejo fue a hablar con Agustín y le exigió hacerse responsable. El cuñado no se amilanó y le dijo que tenía los pantalones muy bien puestos, y que se haría cargo de la Zuni, en cuanto mi viejo lo dispusiera.

Se casaron con fiesta y todo, cuando la barriga ya denunciaba que estaba con contenido humano dentro. Pero, como la Zuni era terca, le dio que tenía que casarse de vestido blanco, así que la cola de comentarios que dejó en el barrio fue mas larga que la cola del velo. Mi vieja movía la cabeza de lado a lado, protestando: "¡Mas encima provoca comentarios ante todo el mundo, vistiéndose así, cuando la cría ya le está dando patadas!". En todo caso, yo creo que los viejos estaban felices de que la Zuni se casara, ya que las oportunidades que podía haber tenido, eran prácticamente nulas. ¡En serio, compadre! No crean que todavía estoy resentido con ella, por las peleas de la infancia. ¡Es que esa era la verdad cruda!

Arrendaron un departamento en un barrio proletario, de esos en que no caben dos personas al mismo tiempo en una misma pieza, y que, cuando entras al baño, puedes hacer todo al mismo tiempo, por lo chico que es: hacer tus necesidades, ducharte, lavarte los dientes, ¡y hasta peinarte, compadre! Pero, lo importante, es que empezaron bien su vida juntos. Nació la niña, después tuvieron un niño, y poco después un tercero. Con tres crías que alimentar, pararon la producción, y ella se hizo un tratamiento para evitar seguir teniendo críos. En éstos tiempos cuesta harto tener que alimentarlos. ¡Los críos comen como condenados y hay que tenerles siempre algo para que mastiquen!

Las cosas para ellos anduvieron bien, hasta que vino una crisis económica, y la empresa empezó a crujir por todos lados. Comenzaron a despedir a los trabajadores, y entre ellos, a Zunilda le tocó la mala suerte. A Agustín lo dejaron trabajando, pero, con menos sueldo. La alternativa era: te quedas con menos sueldo o te vas a la calle. Se quedó. Pero, sin hasta entonces habían vivido, mas o menos, con dos sueldos bajos, ahora que tenían solo un medio sueldo, la cosa se puso negra de grave.

La Zunilda salía a buscar trabajo, por medio del diario, pero, como era fea y muy desgreñada, no había nadie que la quisiera contratar. Ni siquiera se interesaban por ella en las casas de masajes. ¡Menos la iban a contratar de niñera, si con la imagen que tenía era para que aterrara a los niños! ¡Que maldito soy con mi hermanita!

De tanto estar en la casa, mas bien en el departamento, se fue haciendo amiga de una vecina, que vendía chucherías entre las vecinas: calzones, cosméticos, envases de plástico herméticos para la cocina, joyas de fantasía, ¡esas tonterías! Bueno. El caso es que esta comadre fue aconsejando a la Zuni, sobre lo que debía hacer para cambiar su vida. "Tienes que mejorar tu pelo". "Tienes que aprender a maquillarte". "Aprende a mostrar las piernas". "Tienes que caminar así". "Tienes que ponerte pantys de acuerdo a tu vestimenta". "No te vistas como vieja".

De tanto insistirle, de tanto aconsejarle, la Zuni fue entendiendo que la causa de su mala suerte estaba en su apariencia física, por lo que accedió a hacerse unos retoques. Con la asesoría de la vecina, se cortó el pelo, le hizo ondulaciones, y lo tiñó con un tono ligeramente trigueño, con algunas mechas color miel. Se depiló las cejas, que parecían un bosque sureño, y se dejó solo una fina línea de pelitos en hilera. Las pestañas aprendió a encresparlas con una cuchara de té. La vecina le enseñó a pintarse la boca y a elegir los colores del maquillaje, de acuerdo al tono de su piel y al color de sus ropas. Se dio varias tardes para que aprendiera a usar la sombra de ojos y el lápiz delineador.

Con la ayuda de otra vecina, le modificaron las faldas y le hicieron otras adicionales, quedando todas estrechas y cortas, para que las piernas le lucieran en todo su esplendor. Le regalaron varias pantys de color humo, negro y nácar. También se dieron tiempo para enseñarle a caminar con tacos altos, una proeza difícil de hacer para alguien que había usado solo zapatos de taco bajo o zapatillas deportivas.

¡Que rica se veía mi hermana, cuando la vi con su nuevo estilo! ¡Era un pedazo de mujer que hacía que le corrieran las babas hasta al más impotente! ¡Se veía tan exquisita que encontró trabajo antes de tres días! No crean que cualquier trabajo, no. No vayan a creer que se puso a trabajar como masajista o algo por el estilo. No, compadre. La contrataron como ejecutiva de venta de intangibles. ¡Nótese el cargo! Ustedes saben...Vender seguros, planes de salud, planes de ahorro para la vejez. Ese tipo de cosas en que tienen que usar minas que atraigan la vista, para que los compadres enganchen con solo ver a las pinturitas que van a ofrecérselos. ¡Así somos los hombres! Nos ponen un buen trasero ante nuestras narices y somos capaces de hacer cualquier tontera. Tengo un amigo que está hasta el cuello en tanto firmar contratos de seguros o préstamos de consumo, porque es incapaz de decirle que no a cada mina que va a venderle un nuevo plan.

Con la facha que mi hermanita estrenó, su vida cambió completamente. Los clientes la invitaban a almorzar, primero, luego a cenar o a tomar un trago; se relacionó con otro ambiente: profesionales, gente de mas nivel educacional, tipos con buenos ingresos. Su nuevo mundo no tenía nada que ver con el ambiente de la fábrica en que había trabajado. Ahora tenía un escritorio en una oficina llena de cristales, con teléfono con luces, computadores, aire acondicionado, celular en la cartera. ¡Todo distinto a lo que había sido su vida! ¡Gracias a unas buenas piernas! ¡Increíble, compadre!

Pero, tanto cambio en una mujer, es difícil que un marido pueda digerirlo de buenas a primeras. Mi cuñado Agustín, metido en su trabajo de la fábrica, no fue capaz de masticar el bacalao que le metieron entero en la boca. El se había casado con una mina fea y desgreñada, por la cual nadie daba un centavo, pero, esa mina era su fea, su mina, su mujer, la que a él le tocó por destino, y así tenía que ser. Es comprensible que quedara desubicado, cuando, de un día para otro, su mujer se transformó en la más apetecible del barrio, donde cada hombre que pasaba le decía requiebros, y cuando el famoso celular de la Zuni sonaba cada cinco minutos, incluso de noche, debido a tipos que llamaban para concertar entrevistas para el día siguiente. Esos cambios tenían al pobre de Agustín fuera de su tranquilidad y confianza. Después de tener varios a una bruja en la casa, de un momento a otro tenía poco menos que a la Victoria Abril, todas las noches durmiendo con él. ¡No hay derecho!

Para peor desgracia, ella estaba ganando cinco o seis veces mas que él, que seguía ganando la mitad del sueldo de un año antes, a pesar de que pelaba el lomo en la fábrica todos los días haciendo horas extras para conseguir un poco mas de plata. Pero, ahí estaba sin ganar lo suficiente para cubrir todos los gastos del hogar. Con mas plata en el bolsillo, la Zuni, en tanto, con la mejor de las intenciones, se puso a comprarle ropa a los niños, nuevos muebles, TV con equipo de video, un equipo de música de 2.000 watts, y ella se empezó a poner trapos nuevos todas las semanas; que blusas nuevas, que faldas nuevas, que ropa interior de moda. A mi cuñado le compró un par de ternos y tres pares de zapatos, para mayor escarnio. Todas esas compras eran impensables antes del cambio que había experimentado. Hasta se le ocurrió cambiar de departamento, para irse a un barrio de mejor nivel.

Cada cosa nueva, cada idea que a ella le pasaba por la cabeza, era un nuevo golpe al orgullo del pobre Agustín. Igual que esos boxeadores que quedan medio aturdidos, y no atinan a escapar de los golpes del contrincante, mi cuñado no alcanzaba a recuperarse de uno, cuando llegaba el otro golpe. Ajeno en su propia casa, vagaba de un lado a otro, sin tener la capacidad de superar aquella sensación de orgullo humillado. Su opinión casi no contaba, y al comparar sus ingresos con los de su mujer, sentía que su sueldo era francamente ridículo. La Zunilda, sin mala intención, lo único que perseguía, era resarcir a su familia y a su marido de las privaciones que habían tenido que enfrentar toda su vida.

Las discusiones entre ellos se hicieron habituales. Por cualquier pretexto. Se trataban mal y se herían con cada palabra. Ello fue resintiendo el matrimonio. Poco a poco, el rencor superó el cariño, los reproches a las palabras de amor, y se convirtieron en extraños compartiendo un mismo techo. Solo la preocupación por los hijos los mantuvo unidos, compartiendo aquel infierno de vida en común. Mi cuñado, hombre bueno hasta las entrañas, jamás le tocó un pelo a mi hermana, para sacarse la rabia que le consumía hasta las tripas. Estoy seguro que yo, en su caso, le habría dado varios correctivos a correazos, si ella hubiera sido mi mujer.

Un día, amargado y triste, para matar las penas, el pobre Agustín se fue de farra con unos compañeros de trabajo. No era habitual que hiciera eso. Sin experiencia en el mundo nocturno, se fue de bar en bar, hasta que terminó por encontrarse con unas minas muy ricas, por el barrio San Camilo. Poco ocurrente, sin saber lo que pasaba en las noches por las calles de la ciudad, no se percató que eran maricones. Era un grupo de locas travesti, con mas cuerpo que la Pamela Anderson. Había entre ellos hasta maricones célebres, como uno que mató a un vocalista de un grupo musical de protesta a cuchilladas, y que no estuvo en la cárcel por mas de tres años.

El tonto de Agustín, muerto de borracho, solo se vino a dar cuenta que andaba por el lado equivocado, cuando después de negociar con un marica se fue a acostar con él. Allí le descubrió a la loca la tremenda herramienta que escondía entre las piernas con una especie de faja de elástico. Pero, como ya estaba metido hasta las masas, y no era de hombre salir arrancando, se dijo: "Echémosle para adelante, no más. Hay que ser bien hombre en todas las eventualidades". Y se envalentonó con el travesti, sin saber el pobre desdichado que para esos menesteres hay que andar bien preparado, y le hizo la gracia al maricón así, a sangre de pato, sin sombrerito de goma, y el maricón lo cagó. Por su inexperiencia y falta de conocimientos, quedó contagiado con SIDA.

Mi hermana, en los meses siguientes, ignorando lo que había ocurrido, siguió viento en popa, con su éxito de ejecutiva de ventas, como nadie se le habría imaginado. Cada vez se arreglaba mas: iba todas las semanas a la peluquería, compraba ropa elegante, se depilaba todos los sábados, seguía comprando cosas para la casa, y hasta tenía planes de comprar un auto. Ello hacía cada vez más imposible que las comunicaciones con su marido se restablecieran y volviera todo a la normalidad.

Ante la falta de cariño en la casa, comenzó a aguantarle la pasada a algunos de sus clientes, y salió con algunos de ellos. Primero a comer, luego, a conocer los moteles de moda de Santiago. ¡Claro! ¡Con el desenfado que fue adquiriendo, al comprobar que los tipos se ponían calientes de solo verle las piernas! Le firmaban cualquier papel que ella les ponía por delante y, mas encima, la entretenían un rato.

A mi hermana María, la que tiene mejor relación conmigo, le contaba todo y era su confidente. No muy buena confidente, creo, ya que yo me fui enterando de todo, a medida que aquellos encuentros se iban produciendo. Como las mujeres son malas para guardar secretos, quizá cuantas personas mas se enteraron de las andanzas de la Zunilda. No eran andanzas de mala leche, pienso yo. No quiero justificarla, no se equivoquen. Pero, si en el hogar no pasaba nada, y las tentaciones son grandes, sumado al hecho que, cuando era más jovencita, nadie la cotizó para nada, era natural que, por autoestima, aguantara mas allá de lo normal. No podía ser indiferente a los tipos que babeaban por ella, como gatos mirando la pescadería, cuando llegaba luciendo su minifalda, dueña de sí misma, mostrando la anatomía de sus formidables piernas, que se veían más espléndidas cuando usaba tacos altos y esas pantys de moda que a uno lo dejan temblequeando. Entonces no sabía que la desgracia sobrevendría a su vida, cobrando su precio a la fortuna.

Algunos meses después de su farra, Agustín comenzó a sufrir una serie de problemas de salud, que, poco a poco, fueron poniendo en evidencia su destino. Mi pobre cuñado comenzó a llenarse de infecciones y achaques, hasta que la piel se le empezó a poner ulcerosa. El diagnóstico había sido establecido con precisión. El SIDA estaba actuando en todo su organismo de manera vertiginosa. ¡Pobre hombre! ¡Todo por una borrachera y por darse un simple desquitarse!

Cuando la Zuni se enteró hizo el escándalo del siglo, sobre todo cuando supo los detalles, y poco menos que lo abofeteó. ¡No era para menos! Separó cama del marido, y se hizo el ánimo que el marido se moriría pronto. Eso la llevó a recapacitar sobre su despecho y rabia que tuvo en un primer momento. Fue el periodo más difícil de su vida. De la furia pasó a la resignación. Mi hermana, que lo quería, porque, después de todo, era el padre de sus hijos, trató de mantenerlo con la mejor atención posible. Gastó toda la plata que tenía guardada para comprar su auto, para que le aliviaran los dolores y el sufrimiento. Cuando vio que los recursos no le alcanzaban, comenzó a concertar citas pagadas. Una tipa de buenos contactos le conseguía los clientes, a nivel de ejecutivos que pagaban muy bien.

Cuando el cuñado tenía la enfermedad muy avanzada, el cuñado tuvo que quedar en un hospital público, esperando la muerte. Yo lo iba a ver una vez a la semana, a solicitud de la Zuni, ya que ella no podía ir todos los días. Como en ésa época yo estaba sin trabajo, no tenía impedimentos en ir a conversar un rato con el pobre hombre, que se estaba pudriendo en su propia mierda, sin salvación. Saber que uno se va a morir, debe ser terrible. Durante mis visitas, yo trataba de hablarle de temas que lo mantuvieran pensando en otra cosa, pero, el siempre terminaba hablando de su pronta muerte. A veces lloraba. Yo quedaba mas deprimido que él. Un día que estaba de mejor ánimo, me dijo:

- ¿Sabe lo que me gustaría hacer, cuñado?. Me gustaría hacer el amor con una mujer. Ya se me olvidó como se hace. Ese sería mi último deseo.

Sonreía patéticamente con su cara llena de sarcomas sanguinolentos. Obviamente, él sabía que era un sueño imposible. Nadie se habría atrevido a una cosa así. Se quedó mirando el techo, con una expresión indescriptible. Me sobrecogió con el sentimiento conque se quedó mirando el cielo de la sala común, sabiendo que ya no tenía nada en la vida, nada mas que esperar la muerte.

La impresión que me produjo aquella conversación, me pesó tanto en la conciencia que no pude evitar hacerle el comentario a la Zuni, como una cosa casual, sin importancia: cosas de moribundo. Ella me miró a los ojos profundamente. Aquello le había afectado, sin dudas.

- ¿Eso te dijo? – inquirió con un tono tan impersonal, que parecía no estar hablando conmigo.

Con el tiempo me arrepentiría de haber sido infidente con ella. Cuando me despedí, en esa oportunidad, no pude descifrar la que había tras aquella expresión imprecisa, que le daba un toque más atractivo a su semblante. Porque, sepan ustedes que mi hermana, a pesar de las penas que estaba sufriendo, cada vez se veía más bonita.

Lo que se le metió en la cabeza pude reconstruirlo después, con la ayuda de la chismosa de la María, que como les dije, era su confidente. Una semana después de que hablé con la Zuni, nos enteramos que ella había retirado a Agustín del hospital, llevándolo en una ambulancia de regreso a casa. El dormitorio lo había arreglado como para recibir un príncipe. A los niños los mandó a casa de familiares y contrató a una enfermera para que lo cuidara. A partir de entonces, el hombre tuvo una atención de rey.

Un día ella llegó mas temprano y le dijo a la enfermera que se podía ir, que tenía el resto del día libre. Cuando quedaron solos, ella fue al baño, se sacó la ropa y se puso una camisola de encajes, de esas negras, que te muestran todo a pedacitos. Se puso uno de esos calzones que se meten en las nalgas y que por delante parecen estampilla con hilos, un portaligas y unas medias de esas terriblemente provocativas. ¡Debe haberse visto muy, muy rica! Así se le presentó al pobre Agustín, que debe haber pensado que todo eso era un sueño. ¡Jamás había tenido una mina así en la cama!

Mi hermana no llevó ningún tipo de protección, ni era necesario, porque al hombre le hizo lo que nunca le habían hecho ni siquiera en sueños. Con mamada y todo, ¿pueden creerlo? El hombre era un montón de mugres malolientes en la piel, que daba espanto, pero, ella le hizo el ejercicio como si hubiera sido el mismo Leonardo Di Caprio.

Cuando mi hermana María se enteró por boca de ella, sufrió una crisis nerviosa de furia. Histérica, le gritaba que como se le había ocurrido cometer ese suicidio, que había perdido el juicio. La Zuni no se inmutó.

- Yo fui la culpable de que él enfermara – afirmó, con mas cojones que un hombre. – Lo mínimo que puedo hacer es que muera feliz.

Y el cuñado murió feliz. En sus últimos días, siempre tuvo a su Victoria Abril personal, que la hacía el amor como una diosa. Murió al poco tiempo, víctima de todas las infecciones del mundo.

Así murió también mi hermana, al año siguiente, con los mismos males, pero, ella no tuvo ninguna compañía, ni nadie que la cuidara y le hiciera el amor. Pobre, sin nadie que tuviera la dedicación que ella tuvo con mi cuñado, aunque fuera por remordimiento. Ni sus hijos pudo ver, porque nadie quiso autorizarlo. Cuando traté de llevarlos para que los viera por última vez, hasta mis padres se opusieron. Sus últimos meses los pasó en un sidario de beneficencia. La última vez que estuve con ella, era una sombra de su vida, un esqueleto con pellejo. Hasta sus lindas piernas eran un lejano recuerdo, bajo aquella piel llena de erupciones y heridas. Pero, su alma estaba bellísima, no tenía rencores y estaba en paz con todo el mundo.

Ahora que les cuento esta tragedia, pienso lo mucho que la quería, aunque peleábamos tanto cuando niños, precisamente, aquel periodo en que más compartimos nuestras vidas. Solo que entonces no sabía lo buena que era. Ahora lo sé, y la echo mucho de menos.

 

Todo sobre las mujeres   *  Sebastián Jans ©

 

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