Todo sobre las mujeres  Sebastián Jans ©

  Refugio de machos

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He estado sin trabajo por mas de un año, y si no es por eventuales pequeños trabajos que he realizado para algunos municipios, no habría tenido ingreso alguno, ni siquiera para mis gastos más elementales. Soy, sin duda, una de las víctimas de la crisis asiática del 98, aunque profesionalmente no tengo ninguna relación con temas productivos o comerciales. De hecho, soy sociólogo, y debiera estar estudiando los efectos de la crisis en las personas, no sufriendo el efecto de la crisis en mi persona.

Como muchos de mi generación, a pesar de estar en el friso de los 30 años, aún vivo en casa de mis padres, resistiéndome a emprender mi propia ruta en la vida. De hecho, a pesar de que tengo una pareja formal, que sí tiene su independencia, hasta ahora no me he sentido suficientemente maduro y laboralmente respaldado como para irme a vivir con ella y ayudarla a costear una vida en común. He escuchado y estudiado en reiteradas oportunidades, que hace 30 años, los jóvenes, a los 20 años de edad, ya querían independizarse de sus padres y muchos se casaban apenas cumplidos los 21 años. Al parecer mi generación es mas conservadora y teme al riesgo de la incertidumbre. Estando yo directamente involucrado en el tema, preferiría no divagar sobre el fundamento de esa tesis.

Desde luego, hay varios problemas que están relacionados con esta especie de interregno en que me encuentro. En primer lugar, ¿cómo puedo enfrentar una vida de convivencia o de matrimonio, si no tengo un trabajo estable? No soy cara dura, como para irme a vivir con una mujer que deba mantenerme, por mucho cariño y compresión que ella me tenga. De hecho, la negra - ése es el apelativo que le tengo - estaría feliz de compartir conmigo su departamento, su cama y su mesa. Corrijo, medio departamento, porque lo comparte con una compañera de trabajo: mi negra es contadora en una empresa consultora y la compañera es secretaria.

Mi padre, el otro problema, no pierde ocasión en presionarme para que resuelva mi futuro en la vida. Me dice que soy un descarado, porque como y duermo en su casa, y que duermo y como en la casa de la negra; que no voy a sentar cabeza nunca. Por supuesto, eso me lo dice cuando no lo escucha mi mamá, porque ella inmediatamente interviene en mi favor. Ella piensa que el viejo gana lo suficiente como para seguir cumpliendo con sus deberes de padre, y que a los hijos no se les puede echar a la calle.

¡En mala hora se me ocurrió estudiar sociología! He ahí mi tercer problema. Si hay algo inútil en éste país, son los sociólogos. Antes de que hubiera dictadura, ser sociólogo era lo máximo, era la profesión de moda. Desde que empezó la dictadura hasta el día de hoy, la ingeniería comercial es el paradigma profesional de todo joven. Ahora levantas una piedra y encuentras un ingeniero comercial sin trabajo. Hay tantos ingenieros comerciales que nos quitan las posibilidades laborales a los sociólogos: vendedores de cualquier tontera, promotores de productos, porteros, vigilantes, mensajeros de oficinas, ocupantes de bancas de plaza pública. ¡Claro! ¿Quién le daría trabajo en cualquier cosa a un sociólogo, si tiene veinte ingenieros comerciales haciendo fila, postulando al mismo puesto? Tiene mas prestigio decir: "tengo un mensajero que es ingeniero comercial", que decir: "tengo un mensajero o un portero que es sociólogo". ¡Pero, yo, tenía que estudiar sociología!

Se me ocurrió que habiendo terminado la dictadura, los problemas sociales iban a ser enfrentados profundamente, y que se iban a necesitar muchos profesionales dedicados al tema en las instituciones de gobierno, en los municipios, en las organizaciones sectoriales. No estaba en mi cálculo, que esos problemas los iban a manejar los ingenieros comerciales. En el primer gobierno democrático estuve estudiando y preparándome para ser útil a la democracia y a la sociedad. En el segundo gobierno democrático quedé esperando la oportunidad que pudieran darme los ingenieros comerciales.

Seguramente, un profesional joven no tiene las oportunidades esperando a la vuelta de la esquina. Pero, también es cierto que, como no pertenezco a ningún grupo de poder, de esos que manejan el sincero esfuerzo de otros, las oportunidades que pueda tener se vuelven remotas.

El caso es que, a propósito de mi profesión, siempre he tenido el interés de estudiar a las mujeres como un fenómeno sociológico. De hecho, los pocos trabajos temporales que he logrado tener, han estado relacionados con la temática femenina, en los ámbitos locales o comunales. Desde luego, han sido solo informes técnicos de evaluación sectorial, sin mayor profundidad. Sin embargo, mi ambición es tomar el tema desde una perspectiva mas profunda, mas integral, e incluso, abarcando aspectos multidisciplinarios, como la psicología y la antropología.

No es que considere a las mujeres un bicho raro, o un fenómeno singularmente diferenciado del hombre, desde el punto de vista sociológico. No es eso. Lo que pasa es que siempre he tenido una obsesión por tratar de descubrir los parámetros del comportamiento social de la mujer. Tal vez el hecho de que la sociedad ha presentado siempre a las mujeres como el sexo débil, o como un ser dependiente y sometido a los hombres, argumentos ambos que siempre me han chocado, y que, a mi entender, solo sirven para establecer plataformas desde donde construir ciertos liderazgos políticos.

Porque, seamos sinceros, los que han estado relacionados con el poder, en los últimos cincuenta años, siempre han desarrollado una demagogia feminista para ganarse las simpatías o los votos de las mujeres, apareciendo como sus emancipadores. Cuando había dictadura, los publicistas desarrollaron varios prototipos de mujeres, según el destinatario, y estimularon el sentimiento conservador, muy natural en las mujeres, para asustarlas con los mil peligros que rondaban cuando hubiera democracia. Cuando ésta llegó, era signo de progresismo estimular el feminismo, para aparecer lo suficientemente emancipacionista.

Pero, volviendo a mis motivaciones, la verdad es que siempre me ha obsesionado la fuerza que posee la mujer, cual es el sentido de sus motivaciones, el vigor de sus decisiones, el espíritu de abnegación. Sinceramente creo que, aquella leyenda sobre el sexo débil, ha sido difundida por la debilidad de los hombres y por la fortaleza de las mujeres. Hombres débiles que tratan de esconder sus flaquezas y su dependencia, y mujeres fuertes que prefieren esconder su poder, para no acentuar nuestras enormes flaquezas masculinas.

Nunca se me pasó por la mente que, luego de un partido de fútbol, tendría la respuesta a mis motivaciones. Sucedió luego de asistir a un match internacional, de un torneo de Copa. Aquella noche de resaca y jolgorio deportivo, en una cervecería de mala muerte, sin proponérmelo, producto de lo que escuché o del estímulo etílico, se encendió mi creatividad, y me dije: "¡Aquí está la gran temática de la mujer para mi estudio!" ¿Para qué hacer un ladrillo de estudio sociológico, si las historias humanas son las que más enseñan y revelan de modo más fidedigno los vericuetos de la conciencia? ¿Para qué indagar en las bases de datos, si las respuestas y las fuentes de análisis están en la vivencia diaria?

Pues, todo ocurrió de un modo entrópico, como gustan de decir ahora los que pretenden conocer la nueva terminología científica o metodológica, des decir, fue consecuencia del desorden analítico de un grupo de fanáticos del fútbol.

Apenas terminó el partido, en medio de la apoteósica euforia de los asistentes al estadio, los que habitualmente compartíamos el mismo lugar de la tribuna, optamos por salir juntos, con el ánimo de ir a celebrar la victoria en alguna cervecería cercana. Ganarle tan categóricamente a los brasileños, era motivo mas que suficiente para celebrar como corresponde, una situación que no ocurre a menudo en el fútbol chileno, más proclive a los llamados triunfos morales que a los triunfos efectivos. Eramos los más habituales hinchas de ese sector - la tribuna Cordillera, filas 25 y 26 del sector central - y que nos encontrábamos todos los fines de semana en el mismo lugar, para alentar a nuestro equipo, en las buenas y en las malas, siguiendo a la distancia los gritos y cánticos de la barra oficial.

Los partidos de fútbol, eran las únicas ocasiones en que nos encontrábamos, y el único factor de relación que nos ligaba. Uno respecto del otro, sabíamos en general muy poco, salvo cuando se trataba de alguien más prominente, desde el punto de vista público, o cuando uno de nosotros era más locuaz para expresar cosas de sí mismo. Por ejemplo, todos identificábamos perfectamente a Schubbert Pérez, un profesor de música, setentón, pelo blanco, de anticuado bigotillo y gruesos lentes bifocales, que entretenía los minutos de espera, previos a los partidos, o los entretiempos, con su enorme bagaje de experiencias deportivas, musicales y de vida. Era todo un personaje en ese lugar del estadio, donde accedía con las dificultades de su caminar de viejo. No había tema en que no nos diera cátedra. A pesar de su edad y de haber sido operado del corazón, durante los partidos fumaba como chino, y se dejaba llevar por la loca adrenalina de la pasión deportiva.

También entre nosotros identificábamos a Donato, un arquitecto de ancestros italianos, joven, impulsivo y pasional, que le hacía honor a su origen, porque hablaba y gesticulaba ante las más insignificantes jugadas. Otro del grupo eran don Villegas, un comerciante de frutos del país, que tenía su negocio en la Feria Lo Valledor, el que tenía la campesina costumbre de decir "don" por "señor". Por ejemplo, a Schubert Pérez, le decía don Pérez, y no señor Pérez o don Schubert como correspondía. Otro de los habituales era un abogado, que había adquirido connotación pública, al haber representado a la familia de una mujer asesinada por su esposo, que provocó un gran escándalo en los medios de comunicación cuando renunció a seguir representando a sus clientes, ante la firme convicción que se formó de que el acusado había cometido el crimen movido por fuerzas superiores a su voluntad. También había un juez, que había investigado un conmocionante crimen cometido por una mujer. Otros miembros de esta suerte de cofradía de hecho, eran: un muchacho que estudiaba ingeniería, un vendedor de zapatos, un tornero de precisión, un par de comerciantes, un empresario, un dentista.

Cuando llegamos a la cervecería que uno del grupo propuso, nos ubicamos en una de las pocas mesas que quedaba disponibles, ya que habían llegados otros hinchas antes que nosotros. Todos estaban alegres y, en algunos casos, había quienes demostraban su entusiasmo con exceso. Debido a la poca disponibilidad de espacio, hubo algunos que se integraron a nuestra mesa, sin mucha consulta y casi rayando con la impertinencia, pero, nadie estaba para discusiones o malos entendidos, ya que nos unía el deseo de compartir entre todos el éxtasis de ganarle a los mejores del mundo. Así, entre los que recuerdo, se nos integró un mensajero de oficina, que era miembro de la barra oficial de mi club, un obrero de la construcción, un contador, un funcionario público y un periodista sin trabajo.

El tema que nos ocupó las primeras horas en la cervecería fue el comentario, no podía ser de otro modo, sobre las alternativas del partido. Que las fintas de éste, que los amagues de aquel, que las soberbias atajadas del arquero, que las comparaciones entre los volantes de contención, que en Chile no hay volantes creativos, que tal o cual cumple mejor la función de stopper, que aquel no sirve para la labor de media punta, que el fútbol chileno no ha progresado. Las mismas discusiones que nunca conducen a nada, y que son el tema de cada día en este país.

Cuando los comentarios del partido ya se habían agotado, casi sin darnos cuenta nos pasamos al tema de las mujeres. Es lo recurrente en todo encuentro de hombres, cualquiera sea su naturaleza. Un atavismo masculino. Cualquiera sea el motivo de algún evento, donde solo haya hombres - sea social, político, religioso, deportivo, de negocios, entre amigos, etc. -, siempre, absolutamente siempre, terminarán hablando de las mujeres. Cualquier encuentro de machos, más aún si tiene un marcado acento machista, derivará siempre hacia la evocación lúdica de la mujer, desde distintas ópticas o ángulos de percepción, pero, la regla se cumplirá al pie de la letra.

Esa oportunidad no escapó a la regla. Todo comenzó a propósito del comentario de uno de los contertulios, que hizo el alcance que había visto un buen número de mujeres en el estadio. Schubbert Pérez acotó que, a las mujeres, les estaba gustando cada vez mas el fútbol, que eso antes no ocurría; dijo que, hace muchos años, era normal ver a mujeres en el estadio, pero, generalmente, eran esposas que acompañaban a sus maridos, y que mostraban una terrible cara de aburrimiento, pero, que ahora, en cambio, se ven muchas mujeres que van con otras mujeres, sin compañía masculina, a disfrutar las jugadas y participando en el espectáculo, e incluso - lo dijo con natural sarcasmo - entendiendo el espectáculo.

Todos agregaron comentarios en cuanto a que, con su presencia, ellas hacían más agradable el espectáculo. Pero, aquellos que parecieron ser algunos comentarios sin relevancia, se transformaron en el inicio de un largo debate, en el momento que uno de los presentes hizo el alcance que el estadio era cosa de hombres, y que las mujeres lo único que saben hacer es distraer a todo el mundo.

Uno de los contertulios que se había agregado a la mesa, dijo que las mujeres van al estadio solo para controlar a los hombres, ya que saben que el estadio es uno de los pocos lugares donde todavía el hombre es libre. La mujer debe estar en la casa cuidando a los niños o viendo telenovelas, no metiéndose en un espacio que solo era para los hombres, acotó otro con convicción. Luego, hizo una larga cita de lugares en que las mujeres habían ido ganando terreno, y que, a su juicio, demostraba la alteración del orden natural de las cosas.

Alguien le retrucó que no había motivos para suponer que las mujeres, incorporándose a actividades comunes con los hombres, estaban alterando un orden pre-establecido. El aludido respondió. "¿Aquí hay mujeres, acaso?. ¿Quién traería a su novia, a su señora, o a su hermana, a este lugar?". Fue la oportunidad del juez Morelo, que se dio tiempo de ironizar respecto a que las mujeres no necesitan estar presentes físicamente, ya que de espíritu estaban dominando nuestra mesa y nuestra conversación.

Ello dio pie para que interviniera Schubert Pérez, que, en aquella larga noche de debate y relatos sobre las mujeres, nos iluminó con sus reflexiones, desde el momento que dijo que el hombre no puede estar sin su teta. No importando la edad, la inexperiencia o la madurez de un hombre, - sentenció con su estilo de maestro - sigue siendo un niño que quiere ser cuidado, regaloneado y mimado por una mujer. Y si protestamos contra nuestras mujeres y las llamamos "brujas", o tratamos de escapar a su influjo, dijo, es solo porque necesitamos que nos mimen mas, que nos cuiden mas, que nos den mas teta. Cuando no lo logramos, terminamos frustrados, odiándolas, pero, anhelándolas, superlativizando su papel en nuestras vidas. Nos escapamos de ellas, para necesitarlas más. Nos alejamos para quedar mas cerca. Rechazamos su influencia, para terminar mas influidos.

Uno, que en algún momento dijo que era dentista, reflexionó en cuanto a que el problema radicaba en que las mujeres no son como nosotros esperamos que ellas sean, sino que son lo contrario a nuestra forma onírica de verlas. Si las mujeres fueran como cada uno de nosotros quiere, las cosas serían mejores.

El ideal de mujer que todos tenemos en nuestra mente, dijo el abogado Vignola, es aquella que nos espera, igual que una Cleopatra, tendida sobre una cama, recostada de lado, afirmando su cuerpo sobre un codo, desnuda, cubriendo el encanto de su pubis con una paño de terciopelo rojo, y cubriendo la tersura de sus pechos con el largo de sus cabellos, dispuestas a jugar con uno cualquier juego imaginable. Pero, la verdad no es esa. Nos quedamos con el sueño de que Cleopatra nos espera en la casa, y cuando más, lo que encontramos es una beldad con blue jeans y con una polo deportiva, y que se da varias vueltas a la espera de que uno se quede dormido para meterse a la cama, para que no la fastidien con requerimientos para los cuales no están de ánimos.

Don Villegas, en tanto, se endilgó la idea campesina, de que a las mujeres hay que manejarlas con fuerza y reciedumbre, ya que, cuando advierten que las cosas pueden manejarlas a su amaño, los resultados son de lamentar. Para confirmar su criterio, hizo relación de la primera historia que escuchamos esa noche. Luego, Donato trataría de complementarla contándonos su propia historia con Alonsa, ejemplo que cundió, pues, casi todos los presentes se atrevieron a hacer mención de una experiencia propia o cercana.

La historia de don Villegas, era de un herrero que, después de cada parranda, llegaba a su casa y le propinaba a su mujer una buena zurra con su cinturón. La pobre mujer lloraba de dolor y humillación y le decía entre sollozos: "¿Por qué me pegas, José Abel?", y el tipo le contestaba: "¡Por puta y mala mujer!". Ella, cada vez que el hombre le daba esta respuesta protestaba con justicia: "¡Pero, José Abel, si yo jamás te he faltado, siempre te he respetado, y siempre he sido buena contigo!". Y el hombre le corregía: "Por si lo fueras alguna vez". Desesperada la pobre mujer, con tanto mal trato, conversaba con sus amigas sobre la mala vida que el hombre le estaba dando, y ellas le daban múltiples soluciones: "Sepárate". "Denúncialo". "Mátalo". Hasta que una le dio una idea que a ella le pareció la mas adecuada: "Dale motivos para que te pegue. Así lo va a hacer con razón, y vas a vengarte". "Pero, yo no sería capaz de hacerlo. Yo lo quiero". "No es necesario que lo hagas. Se trata que él crea que tú lo haces. Cuando te pegue, hazle con la mano como si él tuviera cuernos. Levantas el dedo meñique y el pulgar, y mantienes los otros empuñados". Así lo hizo la afectada. Cuando el hombre comenzó a propinarle su ración habitual de correctivos, ella le hizo el signo de cornudo, y el tipo dejó de pegarle. "¡Me engañas y te burlas de mí!" , dijo al borde de un infarto. "¡Mala mujer! ¡Traidora!", chillaba una y otra vez, mientras lloraba por haber sido engañado. Volvió al bar de donde venía, se tomó dos botellas mas de vino, y regresó a casa dispuesto darle un escarmiento a la culpable de su pena. Ella lo vio entrar tambaleando y le hizo el signo de nuevo con la mano. El hombre fuera de sí, la tomó por el pelo y la fue arrastró hasta la orilla del río, que por allí pasaba, y la empujó a las aguas. Lo último que vi fue la mano de la mujer, que salía de entre las aguas, haciéndole el signo del cornudo. Encolerizado, el hombre se tiró a las aguas para matarla, de una vez por todas. Ebrio como estaba, terminó por ahogarse, mientras la mujer lograba salir del río un poco mas abajo, con la ayuda de unos campesinos.

Los comentarios que desencadenó el detalle de aquella historia, provocaron que cada uno de los presentes, se sintiera llamado a contar su propia historia, que había vivido en lo personal, o que conoció por su cercanía con alguna persona relacionada con la experiencia. Así, durante esa noche escuché increíbles relatos, experiencias sorprendentes, que trataré de recogerlos de la manera más fidedigna, y que me gustaría incorporarlos en una especie de libro o de gran crónica, que tenga por título algo así como "Vidas Ejemplares". En cada historia, que logré retener, queda patéticamente demostrado que, aunque muchos puedan negarlo, la verdad es que los hombres viven admirando y ensalzando a sus mujeres. Que, en el fondo, aún cuando exista una lucha de los sexos, aún cuando sean antagonistas en muchos aspectos de la vida, el hombre vive espiritualmente de la idealización que hace de las mujeres. Desde luego, no es mi intención indagar sobre la historia de la mujer, sino, sobre las pequeñas historias de las mujeres, es decir, mas cerca de la story, como dicen los ingleses, que de la history.

Cuando las primeras luces del alba comenzaban a despuntar sobre el perfil de la cordillera de Los Andes, y el agotamiento físico comenzaba a hacer presa de aquel dominio de machos, cancelamos los últimos consumos adeudados, y nos fuimos incorporando de nuestros asientos, para emprender la retirada. Mi mente bullía de ideas y reflexiones. Me despedí de cada uno de los presentes, como si hubiésemos sido grandes amigos, y salí a la avenida.

Caminé hasta el Metro, tranquilamente, respirando con profundidad el aire de la mañana, para aliviar el cansancio de mis pulmones, luego de haber estado tantas horas respirando el espeso aire contaminado por el humo de los cigarrillos. La boletería de la estación estaba recién funcionando, y la muchacha que la atendía me observó de reojo, con cierta molestia, seguramente porque la fui a molestar cuando recién se estaba instalando. Me dio el boleto con gesto adusto, mientras yo esbozaba una sonrisa burlona. ¡Y pensar he estado hablando de ti toda la noche!, me dije. ¡Mujeres! ¡Si solo fueran como una las sueña!

Descendí hacia el andén, donde recién se había detenido un tren, para tomar pasajeros. Lo conducía una mujer delgada, de rostro severo. Subí y las puertas se cerraron tras mis espaldas. El carro iba casi vacío. Solo iban algunas mujeres, de pelo aún húmedo, por la ducha matinal, recién maquilladas, espléndidas. Todas iban ubicadas en el mismo sector del carro, como si quisieran protegerse unas a otras con la proximidad. Una mujer cincuentona, de pelo negro y liso, con un traje con pantalones. Otra, un poco más joven, con el pelo rizado y tomado en la parte alta de la cabeza, vestida de manera más sencilla. Una tercera, de no más de veinticinco años, de pelo largo y aire recatado. La cuarta era una muchacha morena, de ropa ceñida y pelo corto, con una blusa exuberante que parecía romperse por la presión de los pechos, y unos jeans apretadísimos, con aplicaciones de metal en las caderas. La última tenía el típico aspecto de trabajar en alguna oficina corporativa, por su traje de dos piezas, falda corta y una insignia de metal en la solapa.

Mis ojos no pudieron evitar el desenfado de posarse en la blusa de morena, que comprimía sus tetas contra la tela con extrema provocación. Luego, hicieron - mis ojos - un rápido recorrido por la anatomía de las otras, quedando cautivados, por algunos momentos, en las piernas de la oficinista, hermosas y torneadas con estilo de artesano. Seguramente, mi lasciva mirada no pasó desapercibida por las cinco mujeres, que dejaron escapar algunas recatadas sonrisas, cargadas de sutil ironía. Volvía mirarlas, una por una, del modo mas descarado, recorriendo con desparpajo sus anatomías, con una expresión en el rostro de suficiencia masculina, que decía: "Vamos, estoy dispuesto a satisfacerlas a todas".

Seguramente, mi aspecto de trasnochado y con evidencias de ingesta alcohólica, debe haberles producido gracia. Cruzaron miradas entre ellas, con cierto aire divertido, como diciendo: "Pobre tipo. Se ve buen mozo, interesante, pero, no se da cuenta que está haciendo el ridículo" "Pobre niño, se ve huérfano sin su teta". "Tiene pretensiones de conquistador, y no sería capaz de atrapar a una mosca".

Ante aquellas miradas ininteligibles, me sentí un estúpido, inseguro, indefenso, y me vino un sofoco insoportable. Tuve ganas de huir. "¿Qué hago yo entre éstas mujeres?", me pregunté, anhelando que el tren se detuviera, queriendo volver sobre mis pasos, volver hacia la seguridad de aquel refugio de machos, que me había protegido durante la noche. No lo tomen a risa. Una mujer es peligrosa e imprevisible. ¡Imaginen cinco!

Todo sobre las mujeres   *  Sebastián Jans ©

 

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