Todo sobre las mujeres  Sebastián Jans ©

Gabriela

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Inhalarás el aire puro a pleno pulmón, y llenarás tus pupilas con el azul del océano inconmensurable, y sentirás el gozo del verano y del ocio, porque tendrás tres semanas tuyas, Gabriela, para todas las ganas posibles para todas las ansias de estar lejos de las presiones del trabajo, para no ver la cara de tu jefe y de tus compañeras chismosas, pero, por sobre todo, para esperarlo nuevamente, hasta que te canses, como todos los años, con tu porfía solterona, con tu certeza de que tendrás que agregarle otro número a los cuarenta, y regresarás al trabajo, a tu departamento ordenadito, pulcro y limpio, a los trabajos del mediodía, con los asuntos del banco, con la frustración de tus anhelos reprimidos que no pudieron hacerse ciertos, con la carga enorme de tu cara fea de secretaria eficiente, la mas trabajadora de la oficina, la del cuerpo sin gracia, del cabello largo y los gruesos lentes.

- ¡Vacaciones! ¡Por fin! - exhalarás, dándote un estirón que hará crujir tu espina dorsal, y harás ojitos hacia la casa del frente, la de terraza agresiva, para comprobar si hay algún signo de vida, pero, comprenderás que todo es tan fortuito en la vida, que si él estuviera sería lo mismo que ganarte la lotería. Año tras año, y lo mismo, Gabriela. Llega enero y te dan la papeleta con el permiso de vacaciones, y tu corres donde el dueño de la casa de playa, de aquella misma de hace veinte años, ésa, sobre las rocas, frente a la bahía, junto al ancho mar, que arriendas por tres semanas, lejos del Santiago asfixiante, de esa metrópoli ya sin paisaje, que sucumbe bajo la contaminación del smog, y haces tus maletas, y partes, dejando el departamento encargado a Leontina, la otra solterona del edificio, y que te dice:

- Anda tranquila, niña. Que te vaya bien. Pásalo muy bonito, yo te cuido tu hogar.

Y tú partes al terminal de buses, rauda, hacia la esperanza de cada año, con el sueño pertinaz de encontrarlo, y ahí llegarás, frente al vaivén inmemorial de las olas, acariciada por el suave vientecillo del sudoeste jugueteando con tu vestido, y con tu pelo largo, mientras, desde el fondo de tu alma se desgarra un grito que eclosiona hacia tu garganta, y que reprimes con tanto esfuerzo, pero, que puja por salir a todo pulmón:

- ¡Antonio! ¡Antonio de mi vida! ¡Ven!

Pero, nada, señorita, nada, que no vendrá, porque, al fin y al cabo, ¡ a ti no mas se te ocurre!, que no, que son solo ilusiones, que no, que son solo tus esperanzas de solterona fea, de cuarentona que te dejó el tren, que no, que son solo tus sueños, que te llevan y te traen, una y otra vez, por el resto de tus días, al mismo lugar, a la misma casita del roquerío frente a la bahía, a las mismas ganas de abrasarlo, de besarlo, de decirle que eres tú misma, la que ha esperado cada verano, mientras tu, Antonio de mis entrañas, no apareces, y que el año pasa, y tu ahorrando para las vacaciones, que no vas al cine, que no comes afuera, que no haces malgasto alguno, porque tienes que ahorrar, Gabriela, que llegará el verano, y que vendrá tu feriado anual, y tendrás que correr a arrendar la casita aquella, y que volarás como gaviota, con la esperanza, Antonio, con todas las ganas, mi peninsular de mis pupilas, porque este año si que lo voy a encontrar, y él me va a ver, y va a correr a abrazarme, Diosito Santo, ¡gracias por escucharme!, Santa Gemita milagrosa, te debo cinco velitas diarias, porque él me va a atrapar con sus brazos castizos, contra su pecho duro, y cogiéndome por la cintura me va a quitar el aire de los pulmones, ¡Antonio!, nuevamente tuya, por fin, ¡por fin!, y ya no voy a ser la fea de la oficina, la de las piernas arqueadas que motiva los soterrados chistes del gerente y las sonrisas burlonas, a media cara, de los funcionarios, sino que voy a ser tu Maja, Antonio, y tu me recitarás poesías de Neruda, mientras yo juguetearé con tu pelo, y me dirás "cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos", y te besaré con mi ardor de fuego, y me extasiarás con aquel rondar y rondar del "Ah los vasos del pecho / ah los ojos de ausencia / ah las rosas del pubis / ah tu voz lenta y triste", y me exprimirás como limón de Azapa, y me dejarás agotada y jadeando, siempre hablándome con ese aplomo espontáneo, con ese acento gallego y el desparpajo del conquistador hispano:

- ¡Suerte de chilenos, que a este Neruda lo parieron acá, porque si la Divina Providencia fuera justa habría sido español!

Y tu asentirás que si, Antonio, para que él te siga diciendo "para que tu me oigas / mis palabras / se adelgazan a veces / como huellas de las gaviotas de las playas". Porque tendrás todas esas ganas, Gabriela, otra vez, como el año pasado, como el anterior, y el anterior, y el anterior, y así, desde hace dos décadas, pobre fea, pobre cuarentona, pobre solterona, soñadora torpe, que un día te cruzaste con ese español de ojos brujos, que te miró lascivamente las tetas y el trasero, que te clavó sus ojazos en el alma, aquel verano asoleado, y te dijo con calentura en sus palabras:

- ¡Jesús, que mujer! ¡Ya quisiera yo ser tu marido, maja!

Y quedaste como una jalea, con tus fibras deshechas, con los nervios flácidos, y, desde ese momento, fuiste cautiva de su sonrisa, de su mirada que te desvestía cada vez que bajabas con tu madre hacia la playa, cuando eras veinteañera ansiosa de hacerte mujer, y por la que ningún joven de tu edad daba un peso, y que abruptamente subió de cotización, porque tú me cortejabas, Antonio, con tu tranco vigoroso de cuarentón fornido, con tu bagaje de vida que me encandiló hasta los huesos, con tu soledad juguetona que arrastrabas desde que llegaste a esta franja larga y angosta llamada Chile, en ese barco de refugiados, y que apacentabas en tu almacén de algún lugar del barrio de la Estación Central, del que nunca tuve la dirección, porque el papelito lo destruyó mi madre de regreso a casa, sabiendo que destruía cualquier posible vínculo con aquel hombre que le parecía un peligro para el futuro de su hija, sin darse cuenta, con su celo de progenitora, que lo que estaba destruyendo era mi futuro, y que me dejó esta soledad errante, tal vez la misma soledad tuya. ¡Ay, Antonio!, en tu almacén de barrio, y en tu casa de verano, esa que seguirás espiando, Gabriela, pobrecilla, cada verano, y que, inexplicablemente, siempre estará cerrada, cruel destino, con sus ventanas tapiadas, sin signos de vida, luciendo la ausencia inmutable de sus pasos.

- ¡Antonio! ¡Antonio! - haz gritado ya tantos veranos, en el enttorno de la casa, por los bordes del acantilado, por la playa nocturna, por la quebrada de pinos, y lo gritarás de nuevo este verano, cuando recuerdes a tu madre vigilándote, que no te mezcles con él, que ese solo quiere darse un gusto, que mereces algo mejor, que podría ser tu padre, con su tenacidad cancerbera que tu burlaste esos amaneceres de aquel verano inolvidable, el momento de tu vida en que fuiste feliz, en que te escapabas sigilosamente, primero, para que el te siguiera cotejando, luego, para que te llevara a observar el mar, que tú ni veías, porque te gustaba verlo a él, cuando te hurgueteaba entre las ropas, cuando se te venía encima con su lengua en tu boca, cuando comenzaba a bajarte los calzones para hacerte sentir hembra, hembra hecha y derecha, Antonio, que sí, que hazme tuya, y él te decía tantas cosas al oído, y te prometía volver el próximo año, y te arrullaba, y te asfixiaba, y tu feliz, por fin soy de un hombre, cuanto me gusta, ya no soy fea, soy una Maja, soy una sirena, soy una Venus, soy amada, mamita, aunque lo ignores, bendito prodigio, y te lo pasarás recordándolo, como todos los años, ¡hasta cuando, Gabriela!, cada vez con mas pasión, cada vez con mas ilusión, con esas ganas paranoicas de que te diga de nuevo, que te lea otra vez: "¡Oh la boca mordida! ¡Oh los besados miembros! / ¡Oh los hambrientos dientes! ¡Oh los cuerpos trenzados! / ¡Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo / en que nos anudamos y nos desesperamos", carajo, Antonio de mis anhelos de siempre, ¿por qué no te apareces?. Y regarás las hortensias, y los cardenales, y las hiedras, dando miraditas a su casa sola, y te levantarás cada mañana con la desazón palpitante, con la certeza inútil de que hoy llega, sí, Espíritu Santo gracias, sí, Santísima Trinidad, sí, hoy llega, pero, no, que no llega, maldito seas destino, hado fatal, ¿por qué haces escarnio con mi fealdad?

Y cuando falten solo algunos días para el fin de tus vacaciones, recordarás de nuevo al viejo Mancilla, que vive a la entrada del camino, que oficia de cuidador de las casas durante el invierno, que tiene la dirección de tu Antonio, porque va a cobrarle los servicios de cuidado de la casa a Santiago, dos veces al año, e irás una vez mas, como todos los años pasados, a suplicarle que te entregue la dirección de ese señor español, y le dirás, como siempre, que tú la tenías, pero, que tu madre te la destruyó por un error, que le pagarás por el dato, que le darás mucho dinero, que es muy importante, y él, con la misma respuesta y el mismo talante:

- No estoy autorizado, señora - (porque cree que eres señora). - Compréndalo. El caballero se puede molestar. Tendría que tener su autorización.

- Entonces, dígale que Gabriela Riveros quiere ir a visitarlo, que es muy importante.

- Está bien, señora.

- ¡Pero, acuérdese! El año pasado me prometió lo mismo, y no tuve respuesta.

- Es que lo vi solo una vez, y se me olvidó, señora. Perdone.

Pero, tú sabes que algo sucede. Que el viejo cuidador es un desmemoriado, o que Antonio no quiere saber nada de ti, que tal vez tiene muchos deberes, muchas obligaciones, mucho trabajo, que tal vez está casado, que se fue de Chile. En fin. Seguirás haciendo elucubraciones eternas, y volverás llorando, volverás sufriendo, y jurarás volver el año venidero, y pasarás los meses ahorrando hasta la última chaucha, pasando privaciones, negándote otros placeres de la vida, trabajando horas extras interminables, para juntar el dinero necesario para tus vacaciones en aquella casita sobre las rocas, frente a la del Antonio de mis penas, que te esperaré toda la vida.

Entonces te vendrá a la mente la estratagema que has desechado veinte veces, aquella de prenderle fuego a la casa del frente, para que le llegue la noticia y venga a ver los daños, Antonio lindo, y me verás a mí, frente a los escombros, a tu fea que te ha estado esperando, mi españolito precioso, con un rescoldo en el alma mas grande que el de tu casita playera hecha cenizas. Pero, después te convencerás que no es buena idea, porque puede que haya vendido la casa, y que ahora es de otro dueño, que no vendrá a verte, Gabriela, y solo te convertirás en la loca que incendió la propiedad ajena, que esa loca paranoica fue, señor policía, que tendrás que pagar los daños o ir a la cárcel, y te pasarás otros veinte años de tu vida trabajando como bruta, pero, ya no para costear tus vacaciones, sino para pagar los daños de tu desatino.

Mejor es que lo olvides, Gabriela, que no es buena idea, y terminarás botando los dos litros de gasolina al excusado, e impotente llorarás a gritos porque él no aparece, y maldecirás el directorio telefónico de Santiago, donde no hay ningún "Antonio Guerra" que tenga almacén, que haya llegado en el "Winnipeg" y que le gusten los poemas de Neruda, y caerás nuevamente en la desolación de comprobar que ni los distribuidores de arroz, ni los repartidores de fideos, ni los agentes de ventas de yogurt, sabrán de algún almacenero con ese nombre en sus registros de clientes, y te sobrevendrá otro ataque de furia, cuando llegues a la conclusión que lo del almacén debió haber sido un embuste, que era un mentiroso de pacotilla, que solo se aprovechó de tu virginidad intocable de fea, que se dio el gusto y se quedó riendo, que deberías morirte donde te encuentres, mal hombre, porque te importé un rábano, y así me tiene tanto tiempo sufriéndote, mal agradecido, esperándote, casanova, queriéndote sin destino, papanatas, que ya no te quiero nada, pero, sufro, porque tú te haz reído quizás cuantas veces con tus amigos, de la fea ésa, de la tonta veinteañera que te serviste a tu regalado gusto, mal nacido, que se creyó tus palabras, que se encandiló con tus "eses" que suenan como "zetas", mal parido, y que se tragó tus versos de Neruda, mientras la tenías desnuda sobre la cama de tu casita playera, mientras mi pobre madre recorría los acantilados, las playas y las riberas, buscando a su niña virgen, su hijita querida, la luz de sus ojos, su fea, pero, virgen, ¡sí, señor!, y no como me la entregó ese tipo, desflorada y absorta con sus requiebros poéticos, con esa dirección en Santiago para cazar bobas, que yo hice añicos para que mi pobre hija, en su desventura de fea, no se creyera sus palabras de embuste, sus promesas de picaflor consuetudinario, que seguramente vuelve al regazo de su esposa, porque, con seguridad, es de esos casados dañinos, hija mía, uno de esos que persiguen y la consiguen, y después de van, igual al padre que te gestó, hija mía, y que me dejó contigo como su recuerdo, parida y solterona para el resto de mi vida, mi niña.

Y con esa furia eruptiva, que termina siempre pudriéndote los últimos días de tus vacaciones, prepararás las maletas, maldiciendo al Antonio de tus ojos, al español de tu alma, al hombre de tu oculta lascivia de fea abstinente, y sabrás que no lo encontraste, que tu sueño de cada año es mas sueño que nunca, y sabrás que no lo encontraste, que tu sueño de cada año es mas sueño que siempre, e irás metiendo todo a tus maletas de viajera retornable: vestidos, perfumes, las cartas de amor que nunca le enviaste, cosméticos, los calzones de encaje especiales para la seducción, todo; absorta en tu furia de amante frustrada, y no repararás que, en ese atardecer lúgubre para tus emociones, las tapias de la casa del frente acabarán de ser removidas, y las luces de las casas se irán encendiendo a medida que las sombras de la noche se van haciendo más densas, y que un señor de cabello blanco, barrigón, ligeramente encorvado, saldrá con paso lento a regar las hortensias de su jardín, y que, de vez en cuando, dará miraditas hacia tu casa arrendada, y no llegarás a enterarte, porque estarás furiosa de despecho, que, de una de sus maletas, sacará un par de libros de Neruda, y cuando, al día siguiente, salgas rumbo al camino a tomar el bus, te sorprenderás al percatarte de la presencia de ese sesentón que te observará, que tendrá cierto aire, cierto estilo, cierto tono parecido a un español lujurioso que conociste hace veinte años, y que te robó el tesoro de tu virtud, pero, que no era un viejo decrépito como usted, caballero, perdone mis palabras, porque él era distinto, mi Antonio era brioso y engañador, embustero y amoroso, dulce y embrujador; era como vino varietal, fresco, embriagador y frutoso, y te alejarás, volviendo al Santiago de todo el año, a tu trabajo de secretaria abnegada, a tus ahorros inflexibles, dispuesta a huir por tres semanas a tu ilusión color rosa, a tu envejecer de solterona fea, que sueña con un español mentiroso que un día la hizo sentir una verdadera hembra.

Y en tu prisa de retornos llorosos, no alcanzarás a escuchar el requiebro que te lanzará el viejo de la casita:

- ¡Jesús, que mujer! ¡Ya quisiera yo ser tu marido, maja!

 

Todo sobre las mujeres   *  Sebastián Jans ©

 

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