GÉNESIS DE LA INSURGENCIA La insurgencia social contra Pinochet. Sebastián Jans

 

La lucha social antes de mayo de 1983

La convocatoria de la CTC

¿Por que se produce el levantamiento social contra Pinochet?

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LA CONVOCATORIA DE LA C.T.C.

La Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC), la más estratégica organización sindical de país, en los últimos meses de 1982, había realizado un congreso en Punta de Tralca (El Quisco), donde planteó la necesidad de considerar una huelga general en el caso de no obtener respuesta a sus reivindicaciones. Presidida por Emilio Torres, la CTC entraba, de este modo, a una etapa de abierta confrontación con la empresa, e indirectamente con el gobierno.

La respuesta de la dictadura no se dejó esperar: a través de sus títeres, liderados por Guillermo Medina, miembro del Consejo de Estado creado por Pinochet, sin objetivos específicos, y prominente golpista en 1973, logró dejar inhabilitado a Torres como dirigente, quitándole el apoyo de su sindicato de origen. Sin representación legal, perdía su cargo en la Confederación estatutariamente.

Sin embargo, las maniobras de Medina y sus secuaces recibieron una respuesta inesperada. El 27 de enero de 1983, la Zonal El Teniente elige como presidente al opositor Eugenio López, en tanto, en reemplazo de Torres, en el Consejo Directivo de la CTC es designado Rodolfo Seguel, perteneciente al Sindicato de Caletones.

De acuerdo a los estatutos de la CTC, en reemplazo de Torres debía designarse a un dirigente de la misma Zonal, ya que debía terminar el periodo que le correspondía a El Teniente, puesto que la presidencia de la CTC rotaba correlativamente entre las cuatros zonales: Chuquicamata, Andina, El Salvador y El Teniente. En el Consejo había cuatro dirigentes de la Zonal El Teniente: dos gobiernistas (Alejandro Antequera y Humberto Barrera) y dos opositores (Manuel Rodríguez y Rodolfo Seguel).

El 22 de febrero se realizó la designación del reemplazante de Torres, siendo elegido Seguel, que tuvo como contendor al medinista Humberto Barrera. El resultado de la votación fue categórico: 12 votos contra 2. No podía ser de otro modo, el medinismo solo tenía presencia en El Teniente, y todos los opositores respaldaron a Seguel, ya que había mayoría de dirigentes demócratas cristianos, y los comunistas, como Manuel Rodríguez, apostaron obviamente por una mayoría opositora. Aún, el independiente Estivales, también lo hizo por Seguel, quien provenía de la pequeña burguesía profesional de la gran minería del cobre.

Pronto, Seguel dio señales de que estaba resuelto a llevar adelante los acuerdos de Punta de Tralca, que le habían costado el cargo a Torres. De este modo, convocó a un encuentro consultivo, en el mismo Punta de Tralca, colonia de veraneo del Arzobispado de Santiago, creado por el Cardenal Silva. El acuerdo de los dirigentes del cobre fue llamar a una huelga general para el 11 de mayo, para "protestar por la legislación laboral y la política económica y social imperante". Sesenta y dos votaron afirmativamente, 8 lo rechazaron y 27 se abstuvieron.

El acuerdo de Punta de Tralca remeció al país, más aún, cuando la CTC hizo un amplio llamado a todos los trabajadores a sumarse a la jornada de paralización. Siendo los trabajadores del cobre los de mayor relevancia en la economía del país, su convocatoria era decisiva para involucrar a los trabajadores de las otras ramas productivas y de servicios.

Sin embargo, el llamado a huelga general, desde un primer momento, enfrentaría serios obstáculos a nivel de las cúpulas sindicales. El dirigente de la Confederación de Empleados Particulares de Chile (CEPCH), una cúpula sin base real, en una entrevista realizada por la revista "Hoy" (N° 301), plantearía a los pocos días del acuerdo de Punta de Tralca, que no creía favorable un paro nacional, en circunstancias que el clamor popular exigía ya definiciones concretas sobre la forma como debería enfrentarse a la dictadura (sic).

Obviamente, para enfrentar a la dictadura era fundamental la unidad de los trabajadores, pero, de una u otra manera, ante el hecho concreto, comenzaron a manifestarse los intereses de las cúpulas sindicales. En ese momento existían cinco grandes referentes sindicales: la CTC (dominada por los demócratas cristianos y con fuerte presencia comunista); la Coordinadora Nacional Sindical (CNS), con presencia DC, comunista y del socialismo almeydista, presidida por Manuel Bustos; la Unión democrática de Trabajadores (UDT), que reunía al sindicalismo vinculado a los dirigentes que habían colaborado con la dictadura en sus primeros años (Eduardo Ríos, Hernol Flores, Ernesto Voguel); el Frente Unitario de Trabajadores (FUT), una cúpula casi sin base; y la CEPCH, presidida por Federico Mujica, quien también había colaborado con la dictadura, y que logró reconstruir su organización precisamente a partir de su lucha contra la ella.

La carencia de perspectivas unitarias y de un accionar común, la multiplicidad de cúpulas y las pretensiones hegemonizantes de algunas de ellas, determinarían que se crearan las condiciones para hacer imprevisible el resultado de la huelga general. Una demostración clara de la actitud unitaria de las cúpulas, debería observarse con la celebración del 1° de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, once días antes de la huelga general.

Cuando se requería a los dirigentes de los trabajadores férreamente unidos, dispuestos a dar una lucha común, con el fin de crear confianza en los indecisos, las cuatro cúpulas sindicales, pretendidamente "nacionales", dieron un grotesco espectáculo. La Coordinadora Nacional Sindical invitó a realizar un acto único en Santiago, en la Plaza Artesanos, en el borde norte del río Mapocho, a un costado de la Pérgola de la Flores. Empero, la UDT y la CEPCH rechazaron la invitación y organizaron un acto en un local cerrado, al cual se sumó también el FUT.

En tanto, en la Plaza Artesanos, quienes acudieron a la convocatoria de la CNS, fueron violentamente reprimidos, siendo agredidos brutamente por carabineros y agentes de la CNI, que armados de palos y cadenas golpearon salvajemente a los trabajadores y estudiantes que se hicieron presente en el lugar. Seguramente, aquella noche Pinochet se acostó con una sonrisa de satisfacción. Era evidente que la primera batalla de la huelga general había sido perdida por los trabajadores.

Sin embargo, los dados estaban ya lanzados para la población descontenta, y, aún con las ambigüedades de ciertos dirigentes, los trabajadores, los pobladores y la juventud, querían demostrar su repudio a la dictadura.

El 7 de mayo, cuando el clima de la huelga general comenzaba a desparramarse como leche sobre la mesa, la dictadura decidió jugarse su carta acostumbrada: la fuerza. Una gran cantidad de vehículos militares, transportando tropas fuertemente pertrechadas, se hicieron presentes en los accesos de los centros mineros del cobre, ubicándose en lugares estratégicos.

La militarización de las minas, especialmente de El Teniente, creaba una situación que la CTC no había previsto. Se tenía la certeza de que los dirigentes serían reprimidos, pero, tamaña demostración de fuerza hacía imprevisible lo que la dictadura podía llevar a cabo, a medida que se acercara el día de la huelga general. De hecho, aún había mucho temor en las minas y la convocatoria podía fracasar, produciéndose una grave derrota moral para el movimiento sindical y para la lucha antidictatorial.

Ante esa situación la CTC, en medio de fuertes presiones, acordó suspender el llamado a la huelga general, reemplazándolo por un llamado a todo el país a "protestar". El propio Seguel especificó el carácter de la nueva convocatoria: "Ahora llamamos a toda la ciudadanía, para que, junto a nosotros, realice una protesta activa y pacífica". La protesta consistiría en no enviar a los niños al colegio, no comprar en el comercio, hacer sonar ollas y cacerolas al amanecer, no hacer trámites, no concurrir a almorzar a los comedores de las empresas, hacer sonar las cucharas en los comedores de la universidades, etc. Este llamado fue aceptado por las demás cúpulas sindicales, prácticamente obligados por los hechos, incluidas las anodinas UDT y CEPCH.

Así llegó el 11 de mayo de 1983, que sería conocido posteriormente como el día de la Primera Jornada de Protesta Nacional contra Pinochet. En las primeras horas del día señalado, ya se notaba anormalidad. Cerca de la mitad de los escolares no concurrieron a clases, por decisión de sus padres, porcentaje que en la tarde sería superior. En las universidades se realizaron asambleas desde temprano, y cerca del mediodía hubo choques callejeros entre los estudiantes y la policía. Mediando el día en los comedores de fábricas y universidades de efectuaron manifestaciones pacíficas, produciendo ruido y no consumiendo los alimentos. En el edificio de la Corte Suprema, los abogados hicieron manifestaciones que terminaron en golpes y empujones con los gendarmes de presiones, encargados de la custodia del lugar.

Próximo al anochecer, la dictadura podía sentirse satisfecha de haber desarticulado la huelga general, y por haber controlado las manifestaciones que se produjeron durante el día.

Sin embargo, luego de las 20:00 hrs. se advertiría un fenómeno de insurgencia de masas, que se tornaría incontrolable para las fuerzas represivas. A partir de esa hora, se produce un ensordecedor ruido en Santiago y en las principales ciudades del país, mientras, en todos los barrios surgen barricadas levantadas con escombros, neumáticos ardientes y todo objeto que impidiera el tráfico por las calles. A las 23:00 hrs. la circulación por las ciudades era imposible, ya que las calles estaban en poder del descontento social.

Ante ese desafío miles de policías fueron enviados a reprimir, produciéndose violentos enfrentamientos. Las comunas del sur de Santiago, se cubrieron de disparos de metralletas y de estampidos de bombas lagrimógenas, recordando los dramáticos días posteriores al 11 de septiembre de 1973. En sectores del poniente de la ciudad, los ruidos de protesta y el apedreo a la policía se extendió hasta las 03:00 de la madrugada del día 12.

El resultado de aquella jornada fue una sorpresa hasta para sus convocantes, y debió lamentarse la muerte de dos personas y la detención de más de 350 personas solo en Santiago. El diario "El Mercurio" reconocería en su editorial del domingo de aquella semana, que "hubo lugar a la comprobación de un descontento que no es posible desdeñar".

Sin embargo, Pinochet no quería reconocerlo y estaba dispuesto a tomarse el desquite. El sábado 14, tres días después de la demostración de repudio popular, daba la orden de allanar cuatro poblaciones densamente pobladas de la zona sur de Santiago. De madrugada, miles de soldados, carabineros y agentes de civil, rodearon las poblaciones La Victoria, Joao Goulart (hoy Brasil), La Castrina y Yungay, deteniendo a 500 personas, luego de arbitrarios cateos de sus casas y acciones de brutal amedrentamiento. La operación rastrillo no tuvo otro objetivo que crear inseguridad y temor en los pobladores. Sin embargo, aquellos procedimientos ya no tenían el mismo efecto que en los meses precedentes. Las amenazas, la violencia y la represión, no eran argumentos efectivos ante el estado de descontento social.

Ante el éxito de la Jornada de Protesta Nacional, las cúpulas sindicales tuvieron que sentarse a conversar seriamente, pese a sus diferencias. Unos eran antiguos opositores, otros recientes; algunos eran de izquierda, otros de centro, y los había de centro-derecha; unos eran más tímidos, otros más audaces; unos eran más francos, los otros más rebuscados. Sin embargo, tenían en sus manos una responsabilidad de la que no podían escapar, y quien vacilara sería sobrepasado por los hechos, quedando confinados al desprecio popular.

Luego de intensas negociaciones, a fines de mayo, se conformaba el Comando Nacional de Trabajadores (CNT). Su dirección quedó integrado por cinco representantes de cada cúpula sindical (CTC, CNS, UDT, CEPCH y FUT), bajo la presidencia de quien había sido capaz de sobrepasar los conciábulos y las conspiraciones pequeñas, para asumir en propiedad el momento histórico, Rodolfo Seguel. Pese a hacer sido apresado luego de la protesta del 11 de mayo, salió de la cárcel con el reconocimiento social a su liderazgo.

Impetuoso y decidido, se echó al bolsillo a las cinco cúpulas sindicales y los encauzó en el camino que el sentimiento popular esperaba de sus dirigentes sindicales: la lucha contra la dictadura. Como presidente del Comando Nacional de Trabajadores, es decir, una instancia que estaba fuera de la legalidad imperante, y donde las triquiñuelas de los títeres de la dictadura no podrían neutralizarlo, llamó a la Segunda Jornada de Protesta Nacional para el 14 de junio.

 

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