LA REALIDAD SOCIAL CHILENA A INICIOS DE LOS 1980 La insurgencia social contra Pinochet . Sebastián Jans

Una etapa de reflujo  

Las consecuencias sociales  

El paupérrimo rostro de Chile

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UNA ETAPA DE REFLUJO.

A partir de los años 1920, en la sociedad chilena, comienza legitimarse el movimiento social, expresado en las organizaciones de las clases trabajadoras.  Cuando hablamos de “clases trabajadoras”, nos referimos a la clase obrera – típicamente vinculada a la industrialización -, al proletariado, es decir, los miles de asalariados no industriales de las ciudades, vinculados a los servicios, y al campesinado. Por cierto, la clase obrera es parte del proletariado, pero, juega un rol distinto en el proceso productivo al de los obreros.

La clase obrera, representó en Chile, a partir de los años 1940, entre un 15 y 20% de la fuerza de trabajo activa, expresándose en la industria, la minería, la construcción, la agro-industria, la industria pesquera, etc. El movimiento obrero, como fuerza social, aparece en la industria extractiva del salitre, del carbón, y del cobre. También se manifiesta en las ciudades principales del país, en las fábricas que emergen con el siglo XX, para robustecerse definitivamente con el proceso de industrialización nacional, a partir de los citados años 1940.

Su capacidad de organización y su fuerza reivindicativa, además de su importancia en la realidad económica del país, le harán jugar un rol de liderazgo en el movimiento social, convirtiéndose en un interlocutor político no desdeñable. Si la política del gobierno de turno era receptivo a las demandas de los trabajadores, ello facilitaba la negociación y el compromiso, y los trabajadores en su conjunto podían obtener beneficios más o menos significativos, en términos salariales o aspectos propios del bienestar (educación, vivienda, salud, previsión). Si el gobierno de turno era represivo, su política se basaba en coartar la capacidad de organización y demandas de los trabajadores, y reprimir a las organizaciones y a sus dirigentes. En ambos casos, de advertía la importancia de los obreros y sus organizaciones, además de su capacidad de vertebrar el movimiento social.

El proletariado no industrial, porcentualmente, ha sido la clase más numerosa, y dentro de la cual se encuentra históricamente una amplia masa de asalariados, que se acrecienta con el fenómeno migratorio hacia las ciudades, donde cumplen labores principalmente de servicios. Empleados administrativos, empleados fiscales, trabajadores ocasionales, artesanos pobres, empleados del comercio, comerciantes ambulantes, personal de clases y tropas de las instituciones armadas, dueñas de casa, jóvenes, jornaleros sin oficio, educadores, etc.

Estos estratos sociales proletarios, adhieren al movimiento social a partir de sus particularidades, no como bloque, llegando algunos de sus sectores a tener un rol tan significativo como el de la clase obrera, propiamente tal, en algunas de las etapas del siglo XX. Al respecto, puede destacarse la organización de los empleados fiscales, por ejemplo, que tanta importancia tuvo en la gestación de la Central Única de Trabajadores (CUT), en tiempos del gobierno constitucional de Ibáñez. Es más, los años 1960, permitieron un significativo robustecimiento de las organizaciones reivindicativas y de participación del proletariado no industrial.

Por último, el campesinado fue un grupo social en constante descomposición, producto de la naturaleza de la propiedad agraria en Chile, y por el fenómeno de las migraciones hacia la ciudad. Estos trabajadores, durante el siglo XIX y la primera parte del siglo XX, estuvieron sujetos a las condiciones típicas de la terratenencia semi-feudal de América Latina. Vendían su fuerza de trabajo a cambio de suelo para usufructuar (inquilinos), o cambio de ciertas formas salariales limitadas (peones y afuerinos). Dentro del campesinado se comprendía también  a los propietarios pobres, con menos de 10 hectáreas. Ideológicamente, estaba rezagada frente a la realidad del proletariado, aunque, cuando llegó a despertar lo hizo con una inusitada reacción contra el latifundio.

Si bien, en algunos momentos de la primera parte del siglo XX, hubo algunos brotes de reivindicaciones campesinas, estas no tuvieron una significación más que testimonial. Solo cuando se manifiestan las demandas de reforma agraria, es cuando comienza a vislumbrarse cierta organización campesina, la que se hará palpable solo con la sindicalización promovida por el gobierno de Frei Montalva, en los años 1960, y las reivindicaciones que se acentúan bajo del gobierno de Allende.

Todo este movimiento social de los trabajadores, se consolida fuertemente en la segunda mitad del siglo XX, con un protagonismo activo, a través de sus organizaciones reivindicativas. En su tránsito entre los años 1920 y 1970, podemos advertir muchas conquistas legislativas y políticas, que fueron consecuencia de esa capacidad de organización y movilización tras sus objetivos de clase.

La entronización de la dictadura de Pinochet, significa una derrota para el movimiento social, en que las estructuras organizacionales y las dirigencias, son destruidas de un modo sistemático. Todo el tejido organizacional y reivindicativo, recibe el brutal golpe de la represión y de la ilegalidad. Se pierden conquistas sociales y políticas, los dirigentes son apresados o asesinados. Se entra en lo que, la conceptualización de izquierda, define como un periodo de reflujo, es decir, de retrocesos, en que no se puede avanzar ni recuperar los logros alcanzados, donde se redunda en la crisis y en la incapacidad de rearticulación.

Sin duda, la gran victoria de Pinochet no fue derrocar el gobierno de Allende, sino el desarticular el movimiento social y las conquistas de los trabajadores.   

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La insurgencia social contra Pinochet

Sebastián Jans ©


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