HACIA EL REFLUJO OPOSITOR La insurgencia social contra Pinochet . Sebastián Jans

La devaluación de septiembre de 1984   

Las lecciones del pueblo   

El sueño dorado del mocloismo

Un abrupto desenlace

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EL SUEÑO DORADO DEL MONCLOíSMO.

Al iniciarse la primavera de 1984, la realidad política chilena mostraba contradicciones que se verificaban tanto en el seno de la oposición con en el campo del régimen imperante.

En este último, se había formado un agrupamiento de sectores políticos, tendiente a ofrecer una alternativa de centro-derecha, denominado Acuerdo Democrático Nacional (ADENA), monitoreado por Jarpa, que había tratado de lograr de parte de Pinochet un conjunto de medidas para posicionarse ante una eventual salida política a la crisis en desarrollo.

La Alianza Democrática, en tanto, que había ido desechando la posibilidad de conducir a toda la oposición, parecía tender hacia una inserción intrasistema, validándose como un ente de negociación, antes que rupturista.

El MDP, refugiado en una posición alucinada, estaba convencido de creer que por sí solo, podía ser una alternativa frente al régimen. Sin embargo, estaban en desarrollo contradicciones políticas que eran abiertamente antagónicas. En el PC comenzaba a imponerse la opción de la lucha armada, reflejada en las acciones del emergente Frente Patriótico Manuel Rodríguez; en tanto, en el almeydismo se ponía en evidencia la existencia de dos posiciones antagónicas: la de “los políticos” (Manuel Almeida, Germán Correa, Eduardo Loyola) y la de “los comandantes” (Eduardo Gutiérrez, Robinson Pérez).

El Bloque Socialista, seguía encerrado en el limbo de su propia génesis, en que el convergencismo lo había creado, sirviendo de socio pobre de la AD y de coqueteos poco recatados con el MDP.

En ese marco de contradicciones, se inscribe la carta dirigida por el PC a la AD, en octubre de 1984. Ello tenía sus antecedentes en los continuos emplazamientos de personeros de la AD, respecto del carácter no democrático del PC, y la necesidad de que este partido se definiera por una opción claramente anti-terrorista y no militar. Sin embargo, el PC estaba alucinado con lo que entendían como “una política realista”. Lenin seguramente se revolvió en su tumba. En el tenor de la carta se percibía que no les importaba el resto de la oposición, insistiendo que su política era la única válida, y que había que responderle al régimen “en todos los terrenos”.

La famosa carta no hizo sino asustar a los más tímidos e indecisos, y puso una cuña definitiva a cualquier posibilidad de unificar a la oposición. Nadie podía censurar al PC por sus convicciones, pero, ellas no podían ser, bajo ningún aspecto, el centro del debate político del momento. Sin embargo, en esa política alucinada, prefirieron poner sus ideas y sus políticas, por sobre lo que la lógica política aconsejaba: efectivamente, estaban convencidos de que estaba en sus manos la continuidad del régimen.

Por aquellos días, en algunas poblaciones, jóvenes comunistas repartían panfletos llamando a constituir “milicias rodriguistas” y otros, donde se instruía en la preparación de bombas. Dos semanas después, el mismo tipo de panfletos eran distribuidos por agentes de la Policía de Investigaciones, en otras poblaciones. Por cierto, a los comandantes del PC y a Pinochet les importaba demostrar lo mismo: que los comunistas eran el mayor peligro.

Pero, en la primavera de 1984 se produjeron otros hechos políticos de relevancia. El más importante en el campo de la oposición fue la propuesta de “pacto constitucional” que ocupó las preocupaciones de todas las corrientes políticas, incluyendo a los pocos comunistas que trataban de validar el camino político, a pesar de su cada vez más acentuada marginación de las decisiones del partido.

Los cientistas políticos y constitucionalistas de uno u otro bando, influenciados por las experiencias democratizadoras de América Latina y de la península ibérica, habían buscado soluciones, en el campo académico, sobre las posibilidades de una transición hacia la democracia en Chile. Para ello, percibían dos hipótesis: una rupturista y otra reformista.

La rupturista tenía dos variantes: el golpe de Estado a la portuguesa, donde un sector de las FF.AA. asumía la responsabilidad del cambio, lo que significaba la división de los militares, situación que se consideraba imposible por el grado de cohesión impuesto por Pinochet; o la revolución a la nicaragüense, donde las FF.AA. debían ser derrotadas militarmente, hipótesis que tampoco se veía como posible, considerando que tanto los factores nacion ale s como internacion ale s inhibían el éxito de una política de tal especie.

La reformista podía también darse en torno a dos variantes: que se negociara con los militares, a la uruguaya,  o que se produjeran cambios en el sistema institucional, a la brasileña, donde los militares llevaran la iniciativa y la oposición decidía si se integraba o se mantenía al margen. Ambas opciones, planteaban una necesidad previa: la desmilitarización de la política y la recuperación de los partidos políticos, de los grupos de intereses y los cuerpos soci ale s intermedios, para equilibrar la desproporcionada influencia de las FF.AA. en la cotidianidad de la sociedad civil.

Siguiendo las características de la transición española, consideraban que la transición hacia la democracia no pasaba por la iniciativa de los partidos políticos opositores, sino por quien tenía “el sartén por el mango”, v ale decir, los militares.

Ese marco de reflexiones sería el que permitiría la gestación de la idea de un “pacto constitucional”, que tuvo como patrocinador a la AD, pero, que tuvo su primer hito en las deliberaciones del Bloque Socialista, fuertemente influenciado por la experiencia del Pacto de la Moncloa, que tuvo como protagonista destacado al socialismo español, encabezado por Felipe González, con el cual, el socialismo convergencista tenía privilegiadas relaciones.

Sin embargo, los integrantes del Bloque Socialista no eran los únicos que estaban bajo ese influjo. Sin embargo, fueron los que elaboraron el primer documento que fue  entregado al “Grupo de los 24”, que, como señalamos anteriormente, estaba formado por abogados constitucionalistas de oposición, encabezados por el ex radical Manuel Sanhueza. De allí, la proposición pasó a la AD, que lo patrocinó hacia el resto de las fuerzas políticas opositora, para buscar un acuerdo global, con un destinatario aún impreciso, que obviamente eran las FF.AA. La idea era establecer el consenso entre una mayoría de partidos opositores y la minoría “o se integraba o se excluía”.

El pacto abogaba, en los borradores que se llegaron a conocer, ya que no tuvieron difusión pública, por el retorno pacífico al régimen democrático, al Estado de Derecho y a la plena vigencia de los derechos humanos”, rechazando la violencia, proponía una nueva carta constitucional, y la subordinación del poder militar al poder civil. Junto al pacto constitucional se proponía un “pacto social”, entre empresarios y trabajadores, del mismo corte que en España. La propuesta inicial sufrió varias modificaciones importantes.

Fue tanto el existismo que rodeó a la propuesta de “pacto constitucional”, que incluso, la AD formó comisiones para conversar con la derecha, a cargo de Enrique Silva Cimma, en tanto, dentro del BS se conversaba con el almeydismo y los comunistas.

En octubre de 1984, todos hablaban del  “pacto constitucional” (AD, BS, MDP, ADENA), a excepción de dos excluidos de los referentes políticos: los socialistas de Mandujano y el Partido Nacional, reflotado por Phillips. Los más audaces eran los portavoces del moncloísmo: el BS y el grupo de Gabriel Valdés en el PDC. Su percepción respecto de las FF.AA. chilenas claramente estaba absolutamente fuera de toda comprensión acertada. Los militares no pensaban en soluciones políticas, sino que, siguiendo la lógica de su comandante en jefe, en como vencer al enemigo interno: “los políticos”. El éxito de Pinochet en sortear la insurgencia social, daba coherencia y homogeneidad a su mando militar y político, y ningún oficial estaba dispuesto a mostrar tibieza frente a opciones que venían del mundo civil.

A inicios de noviembre se imponía una vez más la lógica de Pinochet: decretaba el estado de sitio. Y el pacto constitucional se volatilizó con la brisa que anunciaba el fin de una primavera llena de espejismos: era demasiado volátil.

 

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La insurgencia social contra Pinochet

Sebastián Jans ©


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