MILITARES CHILENOS. LA DELIBERANTE DECADA 1924-1933.

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20. Conclusión.

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Palacio de la Moneda (1920).

Casa de gobierno de Chile, escenario de los acontecimientos políticos más importantes del país, y, por supuesto, de los hechos que hemos relatado en este libro.

El proceso que hemos seguido en esta investigación, sin duda, está caracterizado por los elementos que hemos podido conocer, a la luz de los antecedentes que han sido expuestos de manera pormenorizada. Los hechos se enmarcan dentro de una evolución nacional marcada por la relación del país con el desarrollo político-económico-social de un subcontinente que también cambia, y de una civilización que está sometida a cambios fundamentales.

El proceso entre 1924 y 1933 fue multifacético, variado en sus alternativas, y en ellas se pudo observar todos los elementos que caracterizan lo que se puede contener en el concepto de deliberación militar. Desde aquellos donde las FF.AA. se manifiestan neutrales frente al conflicto político, hasta la manifestación más patética del golpe de Estado. Desde aquellas formas de deliberación en que las fuerzas armadas son parte de una fuerza social, hasta aquellas donde actúan como fuerza social. Desde aquellas manifestaciones de deliberación que son consecuencia de un movimiento social, hasta aquellas donde actúan directamente contra el movimiento social.

Conceptualmente, fueron golpes de Estado los pronunciamientos de septiembre de 1924, de enero de 1925, del 4 y 12 de junio de 1932, y de inicios de octubre de 1932. Lo ocurrido en septiembre de 1932, puede catalogarse en una categoría distinta, aunque más eufemística: el pronunciamiento militar. En tanto, el proceso de 1927, es decir, el asalto al poder del militarismo, obviamente, se dio bajo un supuesto manto de legalidad, que por lo menos mantuvo elementos formales de un proceso institucional "normal". Por otro lado, el golpe de Estado de 1924 y la recomposición de septiembre de 1932, fueron procesos eminentemente militares, donde no hubo un concurso civil, ni en su expresión social ni en su expresión política. En los otros casos hubo siempre un sector de la civilidad que se alió a una fracción militar hegemónica, en un tipo de opción política. Así, los golpes de Estado de enero de 1925 y del 4 de junio de 1932, fueron los que tuvieron mas apoyo social, seguido del ocurrido en octubre de 1932. En tanto, los del 16 de junio de 1932 y del 13 de septiembre del mismo año, fueron los que resultaron más impopulares.

Las contradicciones que estimularon la deliberación.

Visto este proceso, en el ámbito nacional, los hechos relatados están determinados por la difícil evolución del país, que estuvo sometido a profundas contradicciones. En primer lugar, la contradicción entre una sociedad terrateniente, de raigambre colonial, que enfrenta la pujanza de las formas capitalistas de desarrollo económico, las que se vieron frustradas por diversos factores que no vienen al caso profundizar en esta somera conclusión. Al respecto, agreguemos solo que el impulso pre-industrial de Balmaceda sucumbió no solo con el abrupto fin de ese gobierno, sino también por el triunfo de las fuerzas que se le opusieron, dominadas por el conservadurismo terrateniente.

En segundo lugar, la contradicción política entre una oligarquía plutocrática y un liberalismo mediatizado, que expresaban la pugna entre los que se beneficiaban del parlamentarismo y quienes, al no beneficiarse, promovían el presidencialismo como la solución para la inercia política que mantenía al país en un statu quo, antes del 1925, pero que, por último, terminaron aliándose ante un protagonista que se convirtió en el convidado de piedra: el militarismo.

En tercer lugar, la contradicción entre las clases propietarias (terrateniente, burguesía financiera y comercial) y la mesocracia, un nuevo protagonista social que se convirtió en un actor determinante en la evolución de la sociedad chilena, en las primeras décadas del siglo XX. A ello debe sumarse también la emergencia de las clases proletarias, como un actor cada vez más gravitante en el desenvolvimiento social, que aliada a los segmentos medios, fue capaz de impulsar los cambios institucionales, políticos y económicos, que hicieron posible el llamado "Estado de compromiso", cuyas referencias mas señeras son la Constitución de 1925 y el Frente Popular de 1938.

Los militares estuvieron en el centro de esas pugnas, porque eran, evidentemente, pugnas que se expresaban en los equilibrios y desequilibrios del poder, y las FF.AA., por su propia naturaleza, se encuentran en el epicentro del poder. En ningún momento hubo "vacío de poder", porque las instituciones armadas son un permanente factor de poder. Cuando desaparece el consenso dentro de una sociedad, y sobreviene la crisis, el Estado sigue descansando en las FF.AA. Este es una realidad típica del Estado moderno, y explica - no justifica - la razón por la cual los militares se toman el poder desde Cromwell hasta nuestros días.

Deliberación y militarismo.

En la terminología militar, que han desarrollado los civiles, deliberar es pronunciarse - individual o colectivamente - respecto a los aspectos propios de la actividad política en una sociedad determinada. Pese a que la palabra "deliberación" tiene un componente "satanizante", viéndola como un peligro inminente para la estabilidad política e institucional del Estado, hay que tener presente que siempre los militares deliberan, e incluso, los sistemas políticos establecen un margen de deliberación de las FF.AA., para que éstas manifiesten sus opiniones. Es lo que se conoce crípticamente como "conducto regular". La clave de ello está en quien pone los márgenes y bajo que condiciones éstos se institucionalizan y son una referencia obligada para los militares en su relación con el poder político y la práctica política.

Si deliberar es pronunciarse políticamente, ello pone límites para entender también el recurrido concepto de "pronunciamiento militar", conque los golpistas tratan de suavizar sus acciones contra la legalidad, pues, el golpe de Estado es una acción de hecho dentro del Estado, en contra del orden institucional, sea bajo la sutileza de pronunciarse con relación al gobierno constituido o emplazando derechamente tropas y armamento para derrocarlo.

El factor determinante, en el seno de las FF.AA., en la deliberación militar del periodo analizado, fue la presencia del viejo militarismo, ora latente, ora subyacente. Y cuando decimos viejo militarismo, hablamos de aquella ideología militarista anterior a la Segunda Guerra Mundial, que sucumbió con ella, que fue colgada en Nüremberg, que se hizo polvo en Hiroshima, y que fue linchada junto al Duce en una plaza italiana. La confrontación Este-Oeste y la guerra fría, dieron vida a un nuevo militarismo, ya no arrogante y fastuoso como el anterior, sino un militarismo satelizado, dependiente y artero, sin valores corporativos, sin gallardía de corps. El viejo militarismo actuó siempre como una visión dentro de las FF.AA., tal vez liderándolas, pero, sin pretender que ellas mismas eran un partido. El nuevo militarismo convirtió a las FF.AA. en un partido mas dentro del escenario político.

El viejo militarismo fue una ideología que pretendió un proyecto social basado en formas militares de relación, para lo cual, siempre buscó el concurso civil, para legitimar su opción "nacional". El nuevo militarismo no ha sido una ideología, sino que una doctrina en que no hay proyecto de sociedad alguno, sino una simple opción de poder vestida con los ropajes comunes del debate político. Cuando no ha existido ese componente doctrinal, la tendencia de los militares a sustituir a los partidos políticos, se ha definido en América Latina como "gorilismo", es decir, la manifestación activa y desnuda de las FF.AA. como partido político, en competencia con los partidos civiles por el control del poder, cuyos exponentes más sintomáticos fueron las dictaduras militares argentinas y brasileñas, antes de los años 70.

Las FF.AA. como fuerza social.

En un capitulo precedente definimos el concepto de "fuerza social", como un grupo social plural (clase o grupo de clases), que puede establecer o desarrollar un proyecto social específico, teniendo la fuerza objetiva para ello. Es un conjunto de estratos sociales que se unen para llevar a cabo un ordenamiento de la sociedad, sobre la base de ideas y objetivos comunes, independientemente de quien hegemoniza. Esto se constata en los casos de 1925, en 1927, el 4 de junio de 1932, y en octubre de 1932.

En el primer caso, es una correlación compuesta por sectores militares de los estratos medios, la pequeña burguesía, sectores de la clase media propiamente tal, y sectores proletarios.

En el segundo caso, las FF.AA. actúan como fuerza social autónoma, en la imposición de un proyecto, que se basa en el consenso de 1925, pero, que se desliga de la correlación de fuerzas que concurre a su instauración, aún cuando, poco después, se construya una correlación de fuerzas para sustentar el régimen. Es decir, las FF.AA. imponen por sí solas el modelo, el que, luego, obtiene apoyo civil, fundamentalmente en el ámbito de los estratos medios.

En el tercer caso, se advierte nítidamente un proyecto alternativo, donde los trabajadores buscan recuperar el protagonismo perdido luego de 1925, pero, esta vez esbozando un diseño más radical y con claros objetivos revolucionarios.

En el cuarto caso, - octubre de 1932 - surge una fuerza social predominantemente conservadora, que logrará imponer un modelo claramente neo-oligárquico, que conservará los fundamentos del Estado surgido de la deliberación militar, pero, con claros perfiles y objetivos de hegemonía asociados a las clases poseedoras.

El estado de ánimo y los factores subjetivos.

Para ciertos analistas de la temática militar de los últimos decenios en Chile, siempre han existido dos ópticas distorsionadas para enfocar a las FF.AA. Una, la conservadora, "que presenta a nuestras fuerzas armadas como instituciones excepcionales, dotadas de un profesionalismo que las coloca por encima de la sociedad, sin participar de sus crisis y problemas". La otra, la de izquierda, que "presenta a las FF.AA. solo como mecanismo represivo del Estado burgués". Ambas ópticas pudiendo contener una verdad parcial, no constituyen una definición realista, ya que siendo las FF.AA. instituciones dentro de una sociedad con múltiples y variadas contradicciones, éstas se reproducen y se expresan activamente dentro de ellas.

Previo al periodo enfocado, en la escala social, los militares no gozaban de ningún reconocimiento. Tampoco participaban de las grandes decisiones nacionales, ni disponían de recursos, no tenían poder ni influencia. El apoliticismo o el profesionalismo resultaban así un mecanismo para aislar a las fuerzas armadas, reservándolas solo para su rol represivo. A pesar de ser el epicentro del poder, a pesar de ser los exponentes de la violencia objetiva, organizada y legítima dentro del contexto social en que se profesionalizaron, estaban ubicadas en un plano excesivamente discrecional y de rezago institucional, que las enajenaba completamente de los problemas y las decisiones nacionales.

En efecto, nada pudieron hacer cuando la Patagonia fue entregada a los argentinos, a pesar de haber ganado una guerra pocos años antes. Nada pudieron decir cuando el salitre era de beneficio exclusivo de los extranjeros, a pesar de haber conquistado esa riqueza para Chile. Nada pudieron decir frente al derroche escandaloso de los magnates criollos que construían palacetes en medio de la miseria popular, del rezago del país y de las privaciones de los militares. Nada pudieron hacer presente cuando las necesidades de la defensa del país eran ignoradas por la clase oligárquica.

Empero, si bien las FF.AA. chilenas dieron paso a su profesionalización a fines del siglo XIX y se ubicaron en un rol específico dentro del Estado y la sociedad, donde se neutralizaron respecto de los conflictos políticos desde un punto de vista institucional, esa neutralización no significó la despolitización. Por el contrario, la propia profesionalización y los cambios en la profesión militar, estimularon la politización.

Las FF.AA. como agente de cambio.

El apoliticismo se había fundado entonces en una condición que los subordinaba a roles esencialmente represivos internos, donde el profesionalismo era solo una condición de discresionalidad frente al poder político. El proceso 1924-1933 tiene la trascendencia que surge del hecho de que los militares comprobaron que ellos eran el epicentro del poder, porque tenían la fuerza objetiva y subjetiva en la mano. Objetiva, porque tenían las armas. Subjetivas, porque eran legítimas.

Habiendo asimilado mas rápidamente la época de cambios que se vivía a nivel mundial que la clase oligárquica, la oficialidad joven constató que el Estado chileno no correspondía al desarrollo que las propias FF.AA. habían tenido, y se convencieron que era necesario transformarlo. Así, los militares, en tanto factor determinante del poder, se transformaron en un agente de cambios.

Para provocar los cambios debieron subvertir el orden y actuar directamente en la formación de un nuevo Estado, a través de la formulación de una nueva Constitución Política, pues, para cumplir con el rol profesional asignado, para legitimarse como burocracia, necesitaban de una Constitución que se compatibilizara con ese propósito.

De ese modo, no solo forjaron un nuevo Estado, sino que lo hicieron a imagen y semejanza de su concepción social, es decir, interventor y gestor. De allí en adelante, la burocracia estatal se desarrollará extraordinariamente, creándose los servicios públicos y toda la institucionalidad en que el Estado asumía la gestión directa en todos los niveles de la sociedad (la economía, el bienestar social, la educación, etc.).

Concluido ese periodo de cambios, las fuerzas armadas recuperaron su neutralidad, que se consolida sobre todo a fines de los años 30, asumiendo esa posición doctrinaria como resultado de una obra en desarrollo, que la consideraban suya, y que culminará en su expresión mas acabada con la llamada "doctrina Schneider-Prats", que reivindicó la naturaleza neutral del Ejército frente al resultado del proceso eleccionario presidencial que dio como ganador a Salvador Allende, en 1970. Asesinado Schneider por pistoleros derechistas, su sucesor, el general Carlos Prats reafirmó esa línea de respeto a la Constitución, lo que, a la larga, también le costaría la vida ya en el exilio, como consecuencia de un nuevo periodo en que los militares coparon el poder y el Estado, con perspectivas distintas, 40 años después de los hechos que hemos conocido en este libro.

 

 

FIN.

 

 

Noviembre de 1987.

Santiago, Chile.

 

Correcciones del autor

efectuadas entre enero y mayo de 2000.


Sebastián Jans ©

 

 

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