MILITARES CHILENOS. LA DELIBERANTE DECADA 1924-1933.

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14. La caída de Ibañez.

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Carlos Ibañez del Campo

Retrato oficial con traje de civil. Después de la dictadura se legitimó como un referente político bajo distintos signos. En 1938, con el apoyo de nacistas perdió las elecciones frente a Aguirre Cerda. En 1952 volvería al poder, encabezando un coalisión populista, ejerciendo un gobierno constitucional de 6 años.

El 26 de julio de 1931, el general Ibañez renunciaba a la Presidencia de la República, cargo para el cual había sido electo sin competidor, y abandonaba el país rumbo al exilio, a bordo del tren transandino, en dirección a Mendoza, Argentina. En las semanas previas, la ciudad de Santiago había sido el principal escenario de violentas manifestaciones en su contra, que gatillaron la inestabilidad de su régimen.

Las causas de la caída de Ibañez se pueden reducir a cuatro motivos fundamentales, en el mismo orden de importancia:

  1. La crisis económica provocada por la gran depresión de 1929.
  2. El proceso de recomposición de las fuerzas políticas de la oligarquía tradicional.
  3. La crisis en la cúpula militar, derivada de las dos causas anteriores, y por la disputa de espacios de poder.
  4. El descontento social que se manifiesta en el transcurso de 1931, teniendo como protagonistas a los sectores sociales medios.

Por cierto, la primera causa señalada puso en movimiento, como carambola, los otros procesos que van a crear las condiciones para la caída de la dictadura, al igual como ocurrió con otros dictadores latino-americanos ( Leguía en Perú, Machado en Cuba, etc.).

La crisis depresiva dejó la economía chilena abruptamente en el precipicio, debido a la alta dependencia de los capitales norteamericanos, y por la interrupción de los empréstitos, conque la política ibañista contaba para sus planes de obras públicas. Los resultados de la debacle financiera para Chile fueron desastrosos: sin recursos para resolver sus problemas de caja, sin medios para subsanar los problemas más agobiantes, sin capacidad propia de decisión, el país quedó en la quiebra, como sería la definitiva opinión de Blanquier, el penúltimo Ministro de Hacienda de Ibañez, que, en su cuenta sobre el estado financiero del país, precipitó la caída del gobierno y del régimen, pocos días después.

A la carencia de recursos vía empréstitos, se sumó la incapacidad de vender materias primas, ante la depresión de los mercados. Algunas cifras indican que las exportaciones descendieron entre 1929 y 1932, en un 80%. La Liga de las Naciones, en un estudio sobre 39 países que representaban el 90% del comercio mundial, señalaría posteriormente que Chile fue el mas afectado por la crisis.

Desesperado, el régimen se entregó a la oligarquía, que le ofrecía una supuesta "tabla de salvación" que parecía estar hecha de plomo.

La oligarquía tradicional, después de los acontecimientos de 1924-1925 y 1927, había aprendido una dura lección, producto de sus rivalidades, por lo cual, aprendió a limar sus asperezas y diferencias, iniciando una recomposición de sus fuerzas políticas, para enfrentar unida la recuperación del poder y del aparato del Estado. Hacia 1930, ya se advertía una confluencia entre la clase terrateniente y la burguesía financiera, que se reproducía en el ámbito de los partidos tradicionales. El resultado de aquella confluencia sería la emergencia de Juan Esteban Montero, como figura de consenso, el que fue impuesto como Ministro de Interior a la dictadura, cuando ésta enfrentaba las consecuencias de su debilitamiento, en abril de 1931.

Montero no solo logró consenso a nivel de la base social (clases dominantes), sino también en lo político. Siendo un hombre proveniente del radicalismo, logró el apoyo de ese partido, además de los liberales y conservadores. También tuvo el apoyo de los dos referentes espirituales y fácticos más gravitantes: la Masonería y la Iglesia Católica.

A partir de la llegada de Montero al Ministerio de Interior, el militarismo perdió la administración de la crisis, la que fue asumida por la oligarquía, con el fin de preparar el cambio de régimen y el traspaso del poder. Montero llevó a Pedro Blanquier al Ministerio de Hacienda, cuya acción tuvo claros objetivos desestabilizadores, aún cuando Tobías Barros cándidamente señalaría años después, que ese Ministro tenía mentalidad y aptitudes "de contador y no de político" (1). Lo cierto es que si Montero y Blanquier hubieran querido resolver el problema de otro modo, tenían la capacidad para ello, sin embargo, la intervención del Ministro Blanquier, a cargo de la Hacienda Pública, fue eminentemente política, poniendo en evidencia el problema de caja fiscal en toda su magnitud, a fin de empujar al régimen hacia el despeñadero. Su cuenta pública de la situación del erario nacional fue demoledora, y provocó mayor inestabilidad económica y social.

La sensación de una crisis sin salida y la fuerte embestida oligárquica, tuvieron efectos profundos en la cúpula militarista, que ya había mostrado algunas fisuras en el transcurso de 1930, a propósito de las respectivas cuotas de poder asignadas y las zonas de influencia. El rol ascendente de Carlos Frödden, que llegó a ocupar el Ministerio de Interior, en agosto de 1930, y la proyección de la Aviación como fuerza autónoma, causaron efectos sensibles en la cúpula militarista del Ejército, comprometiendo la opinión discordante de Blanche, Puga y otros. Esto llevó a Ibañez a descansar mas en el apoyo del Cuerpo de Carabineros.

Frödden, que ejerció inflexiblemente su cargo de Ministro de Interior, era considerado por los mandos del Ejército como "un aparecido", y la generación de oficiales generales, que había tenido relación con los sucesos de 1924 y 1925, desconfiaban de los oficiales de la Armada, a quienes consideraban eminentemente "oportunistas". Blanche se encontraba en un rol secundario, mientras en primer lugar estaba la camarilla íntima de Ibañez (Frödden, Viaux, Montero, Barros, Von Schröeders). Esto lo señala el propio Barros (2), al analizar los últimos momentos de la dictadura: "Con Ibañez estábamos los militares y un grupo de fieles amigos y nada más". Por cierto, aquellos de "los militares" no corresponde íntegramente a la realidad, aún cuando había una gran cantidad de oficiales leales en las tres ramas de las FF.AA., además de la total lealtad del mando del Cuerpo de Carabineros, con un gran poder de fuego.

La oficialidad de las FF.AA., en general, fue siendo sensibilizada a través de diversas vías, respecto de la gravedad de la situación económica. Hubo una gran campaña anti-ibañista, que buscaba corroer la confianza en el dictador, que los oficiales le tenían y por lo que había encarnado en los inicios de su régimen.

De la misma forma como la crisis provocó los procesos anteriormente descritos, también precipitó la insurrección de masas, que eran las mas directamente afectadas por las condiciones generales del país. El costo de la vida había subido, entre 1929 y 1931, en mas de un 60%; graves epidemias, como el tifus y la tuberculosis, afectaban a las familias obreras y campesinas; la mortalidad infantil ascendía a un 25%; la cesantía llegaba a niveles dramáticos. A modo de ejemplo, de 69 oficinas salitreras que funcionaban antes de la crisis, solo 35 pudieron seguir produciendo con personal reducido; las minas de carbón de Lota, Coronel y Schwagers paralizaron; la producción cuprífera quedó reducida al mínimo; etc. El descontento provocó la insurgencia de los trabajadores, de las capas medias, especialmente profesionales y estudiantes universitarios, que expresaron activamente su descontento en las calles de las principales ciudades del país.

A principios de julio, Montero y su Ministerio renunciaban, dejando al gobierno de Ibañez sin apoyo político, ante lo cual, el dictador se jugó una última carta, nombrando un Ministerio civico-militar, que trató de resumir las distintas posiciones dentro de las FF.AA., con el fin de involucrarlas directamente en el sostenimiento del régimen. En un Ministerio formado por tres civiles y cinco uniformados, encabezados por Carlos Frödden en Interior, juraron: en Fomento, el almirante García Castelblanco (fracción conservadora); en Guerra, el general Charpín (militarismo anti-personalista); en el de Marina, el almirante Hipólito Marchant (militarista anti-personalista), y en Justicia, el mayor retirado Oscar Fenner, que gozaba de gran prestigio entre los oficiales comprometidos en los hechos de 1924-1925. Por esa vía se buscaba una mayor representatividad para legitimar ante las FF.AA. una represión cruenta, en defensa del régimen. Sin embargo, el nuevo Gabinete no logró ser un escenario de cohesión suficiente para garantizar el apoyo necesario para la continuidad del régimen, y antes que ello, fue un lugar de nueva diferencias.

El 26 de julio, Ibañez resignó el poder en el Presidente del Congreso "Termal", Pedro Opazo Letelier, quien, presionado por la oposición y por quienes se habían desligado oportunamente del gobierno, designó Ministro del Interior a Juan Esteban Montero, el hombre del consenso. Acto seguido, Opazo, sin ningún apoyo a que echar mano, renunció a su vez, quedando expedita la vía constitucional, para que Montero asumiera como Vicepresidente de la República. El nuevo Mandatario designó como Ministro de Guerra al general Carlos Sáenz, y al almirante Calixto Rogers en el Ministerio de Marina.

El general Blanche, comandante en jefe del Ejército, dirigió a sus subalternos una carta que, en lo principal, señalaba: "Su Excelencia, el Presidente de la República (Ibañez), en un gesto de amor a Chile, y deseoso de que la paz y la concordia vuelvan al ánimo de sus ciudadanos, ha decidido retirarse de la Primera Magistratura. El Ejército que (...) es una fuerza esencialmente obediente, que no puede deliberar, tiene que acatar esa resolución (...), debe poner su espada y su vida al servicio del nuevo gobierno".

Reconocido el nuevo gobierno, debían crearse las condiciones para el cambio de régimen, lo cual no era fácil de resolver, considerando el compromiso de las FF.AA. con el sistema de poder impuesto por el militarismo. La oligarquía, a partir de ese momento, desató una vasta campaña anti-militarista y de "civilismo constitucional", que tuvo altos niveles de exaltación. Entre los propósitos que la animaron, estuvo la necesidad de disolver el Cuerpo de carabineros y crear un cuerpo de policía desmilitarizada. Así también, comenzaron a formarse las Milicias Republicanas.

Esta campaña contra los militares fue tan exacerbada que, el general retirado Enrique Bravo, conspicuo alessandrista, debió hacer un llamado, el 7 de agosto de 1931, a terminar con los ataques contra el Ejército, señalando que "no tenían toda la responsabilidad en el mantenimiento de la tiranía". A fines de ese mes, Bravo asumió el Ministerio de Guerra, reemplazando la general Sáenz que fue acusado de "débil" por no haber comenzado la depuración dentro del Ejército.

La oligarquía, sin embargo, no se jugó todas sus cartas en ese momento, y esperó legitimar la conducción de Montero como hombre de la transición, y bregó por llamar a elecciones presidenciales para fines de 1931. Montero renunció entonces a su cargo, para postular en esos comicios, dejando la jefatura del gobierno en su Ministro de Interior, Manuel Trucco.

El militarismo había sido defenestrado del gobierno, aún cuando continuaría conservando importantes cuotas de poder, que en algún momento le permitirían tratar de volver por sus fueros.

 

Notas.

"Testigos del Siglo XX: Tobías Barros"...

2 Ibid.


Sebastián Jans ©

 

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