MILITARES CHILENOS. LA DELIBERANTE DECADA 1924-1933.

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10. La ascensión del militarismo al poder.

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Militares chilenos tomando posiciones de combate.

Esta escena se repitió muchas veces, entre 1924 y 1933, como expresión del ascenso y poder del militarismo. La fotografía, es de 1931, frente a la ciudad de Coquimbo.

 A partir de los meses de febrero y marzo de 1925, dentro del Ejército comienzan a manifestarse nuevas tendencias, luego de la eliminación de los oficiales vinculados a la oligarquía parlamentarista. Desde el 23 de enero en adelante, fueron llamados a retiro 9 generales de división, 17 generales de brigada y 19 coroneles, a fin de producir el tiraje necesario para que los oficiales de menor rango, representativos de la oficialidad joven, accedieran a los grados superiores. Solo en la Armada los sectores oligárquicos seguían teniendo una presencia muy consolidada. Las nuevas tendencias se perfilarán, por lo tanto, dentro de la que había sido genéricamente identificada con el nombre de Juventud Militar.

Por un lado se manifestará la fracción militarista, cuya acción fundamental en ese periodo, será su ramificación hacia los centros neurálgicos del poder, tanto dentro del Ejército como del gobierno. En ese contexto se inscribe la consolidación de Ibañez, en el Ministerio de Guerra, y Blanche, en la Subsecretaría del mismo ministerio. La fracción militarista fue poniendo sus hombres claves en regimientos y guarniciones, mientras entregaba las responsabilidades formales a quienes compartían posiciones distintas.

Contestataria al militarismo surge la fracción populista de derecha, fuertemente influida por el alessandrismo, y que constituyó una expresión fragmentaria y retardada de lo que era la opción populista del año 20, que había llevado a Alessandri al poder. Recogiendo algunas demandas de los sectores asalariados y medios, trató de contribuir a replantear esa alternativa por medio de una alianza cívico-militar, capaz de oponerse al conservadurismo y al ascendente militarismo. En esa perspectiva, trató sin éxito de competir con ésta última en el control de los puntos claves y estratégicos del Ejército, sin lograrlo, lo que será el factor decisivo para el nuevo abandono del gobierno por parte del caudillo civil.

Alternativa a ambas, se expresó la fracción populista de izquierda o reformista, que representó el pulso y el sesgo doctrinal del movimiento de la Juventud Militar, desde su fundamento anti-oligárquico y reformista, vinculándose con las demandas y aspiraciones del movimiento social. Sin embargo, no fue capaz de competir por el poder, ya que no tuvo la capacidad de ligarse a los intereses políticos gravitantes en esa lucha. Si bien representaron una alternativa política y social, su extremada crítica a la clase política y a los intereses predominantes, no le dio espacio entre aquellos que estaban pugnando en la resolución del conflicto político-institucional.

No ocurrió lo mismo con el militarismo y el populismo de derecha, que no vacilaron en aliarse, equilibrándose en el poder durante algunos meses, para terminar enfrentándose en la resolución de la crisis, a fines de septiembre del mismo año. Entre ambas fracciones hubo acuerdo para enfrentar la administración del Estado y del gobierno, y una concertación para aislar al conservadurismo, que, por lo demás, dio tiempo a la fracción militarista para afianzar su dominio.

En el apogeo de esa alianza, se dieron dos hechos que constituyeron la antítesis de los planteamientos que enarbolara postreramente el movimiento de la Juventud Militar: el fin de las actividades represiva del Ejército y una Asamblea Constituyente para una nueva Carta Constitucional. Estos hechos fueron la masacre de obreros en Pontevedra y La Coruña, y la promulgación de una nueva Constitución sin la generación de aquella instancia prevista. Ambos hechos mostraron la concomitancia de esas dos fracciones en el poder.

Los luctuosos sucesos de Pontevedra y La Coruña, oficinas salitreras ubicadas en la desértica provincia de Tarapacá (actual I Región), produjeron la muerte de casi dos mil obreros, en manos de las tropas militares, a causa de uno de los tantos conflictos que, generalmente, se producían por efecto de las paupérrimas condiciones de vida del proletariado nortino. El reinstalado gobierno de Alessandri había desatado una embestida a fondo contra el movimiento obrero, a fin de impedir el robustecimiento de la protesta social, ligada a los sectores militares que habían ganado protagonismo a partir del 23 de enero, que exigían cambios mucho más profundos que los que la alianza en el poder pretendía. El temor de una nueva acción del reformismo, preocupaba seriamente a Alessandri e Ibañez. De allí que comenzó a acentuarse una campaña de hostilidades contra las organizaciones de trabajadores.

Esto se hizo manifiesto en el norte del país, en una seguidilla de persecuciones contra el periódico obrero "El Despertar de los Trabajadores" de Iquique, lo que movió a las organizaciones que lo sustentaban a enviar una comisión, que viajó al interior de la pampa, a informar a las agrupaciones de los trabajadores salitreros sobre lo que estaba ocurriendo. En solidaridad con el diario, se decretó una huelga en la mayoría de las oficinas salitreras de la provincia de Tarapacá, para el día 4 de junio de 1925, entre ellas Pontevedra, Argentina, Galicia y La Coruña.

El gobierno entregó instrucciones precisas al Ejército, en el sentido de reprimir la huelga, por lo cual, el general Florentino de la Guarda movilizó tropas hacia las oficinas Pontevedra y La Coruña, donde se realizarían asambleas de huelguistas. Al producirse tales mítines, De la Guardia ordenó bombardear los lugares de reunión con artillería, produciéndose una gran cantidad de víctimas. Muchos fueron apresados y nunca se conoció su destino. Carlos Vicuña Fuentes (1) cuenta que un tren con detenidos, enviado hacia Iquique, no llegó a su destino, desconociéndose cual fue la suerte de aquellos obreros detenidos. Varios de los dirigentes fueron trasladados a esa ciudad, se les subió a un buque de la Armada - el "O´Higgins" - y, posteriormente, fueron arrojados al mar lejos de la costa. Otro número considerable fue fusilado en las mismas salitreras, luego de hacerles cavar su propia fosa común. De éstos hechos se da cuenta en varios trabajos históricos, entre ellos: "Alesandri, agitador y demoledor", de Ricardo Donoso; "La tiranía en Chile", Tomo II, de Carlos Vicuña Fuentes; "Ensayo crítico del desarrollo económico-social de Chile" de Julio César Jobet, etc. El general De la Guarda recibió expresas felicitaciones del Presidente Alessandri y del Ministro de Guerra Carlos Ibañez.

Por cierto, a partir de ese momento quedaba establecido un abismo entre los trabajadores y el gobierno. Dentro del Ejército, aquellos hechos polarizaron las posiciones entre la alianza en el poder y la fracción populista de izquierda. Mas aún, con las nuevas represiones, como la ocurrida con el proceso incoado en Antofagasta contra numerosos dirigentes obreros, que luego fueron relegados a las Islas de Juan Fernández, Isla Guafo e Isla Melinka.

Frente a esa situación, surgió el Periódico "Acción", vocero de la fracción populista encabezada por Grove, en agosto de 1925, periódico que apareció cada dos días, y cuyo director fue el poeta Vicente Huidobro. Su consejo de redacción lo formaron el dirigente obrero Manuel Hidalgo y el intelectual Angel Cruchaga, entre otros personeros que se identificaban con una campaña de "purificación nacional", de la cual, el diario se definía como promotor.

El periódico tuvo una breve duración, pero, se destacó por su ácida crítica al estado de cosas vigente, y por sus denuncias contra la corrupción y los abusos de poder. El 7 de agosto, en su tercer número, "Acción" publicó una lista de 28 políticos, respecto de los cuales consideraba necesaria su "no injerencia en las labores de gobierno y funciones administrativas fiscales", por corrupción e inmoralidad, señalando específicamente sus negociados. La lista abarcaba a representantes del unionismo y del alessandrismo, entre los cuales, por ejemplo, estaban: Pedro Rivas Vicuña, Carlos Briones Luco, Guillermo Bañados, Gonzalo Bulnes, Pedro León Ugalde, etc. En ese Número también, Angel Cruchaga señalaba en un artículo: "Está cansado el pueblo del político macuco que no hizo nada por él, y que solo pensó en vender a precios fabulosos los productos de su latifundio". Aquella publicación provocó un cisma que afectó sensiblemente al círculo en el poder, y hubo una andanada de reacciones verbales, donde la prensa conservadora y gobiernista acusaron al periódico de estar promoviendo la violencia y la confrontación, poniendo en peligro la vida de los 28 políticos citados. Como respuesta, Grove hizo poner un recuadro en el número 4 de "Acción" donde señalaba: "Entre la muerte de unos señores o la muerte de mi Chile, optamos por la muerte de unos cuantos señores". La reacción no se hizo esperar, puesto que el 9 de agosto, Vicente Huidobro fue salvajemente agredido por un matón a sueldo que lo dejó gravemente herido.

La frustración del movimiento social y de gran parte de la oficialidad joven era un hecho de profundos alcances. De alguna manera, Huidobro lo representaba de manera muy fidedigna, al señalar que las "revoluciones de 1924 y 1925", realizadas por la Juventud Militar, habían sido "escamoteadas por los prestidigitadores de la vieja politiquería (…) incorregible y con la cual no hay que contar sino para barrerla". En ese mismo sentido, se inscribió una "Carta a la Juventud del Ejército y de la Armada", publicada en el periódico el 12 de agosto de 1925, en la cual se planteaba: "La historia se repite y bien vemos que nuestra situación actual no supera en bondades ni es inferior en intrigas a la anterior al 23 de enero".

La alianza de las dos fracciones en el poder , tenía claro el riesgo que significaban las embestidas de "Acción" y la influencia creciente de la fracción populista encabezada por Grove en la opinión pública y el movimiento social. De allí que hubo varias acciones con el fin de neutralizarla. Se decretó la clausura del periódico, lo cual significó dejarlos sin presencia pública, y los oficiales conocidos por su simpatía con esa posición, fueron retirados de los puestos con mando militar. El mayor Oscar Fenner, titular del Ministerio de Educación, fue llamado a retiro ese mismo mes de agosto.

Neutralizado el peligro de un nuevo cuartelazo, el militarismo y Alessandri decidieron sortear el otro escollo que imponía el golpe del 23 de enero, que era aprobar una nueva Constitución sin convocar a una Asamblea Constituyente, por lo que se resolvió llamar a plebiscito, el cual se efectuó el 30 de agosto de 1925, con el llamado a la abstención por parte de los radicales, los conservadores y los comunistas. De 302.304 electores inscritos, sobre una población de aproximadamente 4 millones de habitantes, votaron solo 134.421 personas. Por supuesto, el apoyo popular a la nueva Carta estaba interdicto por la baja participación, pero, ello no sería óbice para que fuera promulgada.

Para el militarismo, en tanto, neutralizada la fracción encabezada por Grove, podía enfrentar derechamente a su aliado y a la fracción pro-alessandrista dentro del Ejército. Para hacerlo, ya había creado varias condiciones propicias que le ayudarían a afianzar su situación en el poder. Por un lado, estableció una estrecha vinculación con los fabricantes de armas, especialmente europeos, que desarrollaban una estrategia de penetración y disputa de zonas de influencia, dentro de la alicaída situación económica mundial. En esa vinculación jugó un rol fundamental el hombre clave del militarismo, Bartolomé Blanche, Subsecretario de Guerra, relacionado estrechamente con los fabricantes de armas de Alemania y Francia. Por otro lado, el ala militarista abrió camino para la penetración de los intereses norteamericanos. En 1925, llegará la Misión Kemmerer, para asesorar al sistema financiero nacional y estudiar la capacidad económica del país. Con un buen respaldo de relaciones, solo quedaba por resolver el problema político planteado por un sector aliado, que también aspiraba a una mayor cuota de poder.

Las contradicciones se volvieron antagónicas luego de la acelerada aprobación de la nueva Carta Constitucional, y se desencadenaron a través del conflicto entre las dos personalidades que encabezaban las dos opciones: el Presidente y su Ministro de Guerra. El factor desencadenante fue la promoción de ciertos sectores de la candidatura presidencial de Ibañez. Alessandri, buscando dar una imagen de imparcialidad de su gobierno, le pidió la renuncia al Ministro de Guerra, el 29 de septiembre, lo cual fue terminantemente rechazado por el aludido. Carente de fuerza para imponer su autoridad, el Presidente optó por renunciar el 1 de octubre de 1925, asumiendo en calidad de Vicepresidente el conservador Luis Barros Borgoño.

El nuevo gobierno, que heredó a Ibañez como Ministro de Guerra, siguió adelante con el proceso eleccionario, que debía verificarse en el contexto de la nueva Constitución, para la cual se presentaron dos candidatos: José Santos Salas y Emiliano Figueroa Larraín. El primero contó con el apoyo de los sectores obreros, de los sectores medios y de los sectores reformistas de la Juventud Militar. Los sectores obreros incluso crearon una alianza política con el fin de promover y apoyar la candidatura: la Unión Social Republicana de Asalariados de Chile (USRACH), en la que participaron connotados dirigentes del movimiento social de 1918-1919. Junto a la USRACH estuvo el Partido Comunista y el Partido Democrático, del cual era militante el candidato José Santos Salas, quien gozaba de gran prestigio entre los sectores populares, especialmente por su desempeño como Ministro de Higiene en los primeros años del gobierno de Alessandri. Su contrincante, Emiliano Figueroa Larraín, era fiel exponente de la mas rancia oligarquía chilena, que había controlado el país por mas de treinta años, y que buscaba recomponerse en un acuerdo entre liberales y conservadores, incluyendo al alessandrismo.

La candidatura de José Santos Salas fue derrotada, a pesar de tener un apoyo social superior a Figueroa, en primer lugar, porque su base de apoyo en su mayoría no tenía derecho a voto - el derecho a voto no era universal, y solo un 7,5 % de la población estaba calificada e inscrita para hacerlo -, y, en segundo lugar, por no controlar las vías del cohecho, principalmente en provincias, donde los caciques de los partidos tradicionales dominaban sin ningún contrapeso. De este modo, la candidatura de José Santos Salas tuvo su mayor expresión en las tres grandes urbes del país: Santiago, Valparaíso y Concepción.

En las elecciones señaladas, tanto el ala militarista como el círculo inmediato de Alessandri, permanecieron como espectadoras, observando el curso de los acontecimientos. La primera, a la expectativa del momento apropiado para su asalto al poder total, y la segunda, esperando la descomposición dentro del Ejército, que creían se produciría en cualquier momento contra Ibañez. De este modo, una lenta y paulatina aproximación entre los militares que seguían a Grove y los que apoyaban a Alessandri, se fue dando como un hecho natural.

El alesandrismo civil, en tanto, movía sus personeros en los distintos partidos donde tenía influencia (liberales, radicales y democráticos), con el fin de ir creando un sentimiento anti-militarista. En ese sentido, por ejemplo, Luis Enrique Concha, personero del Partido Democrático, señalaba en enero de 1926, que era necesario "que los militares dejen de intervenir en la cosa pública; han fracasado, mas que por ellos, por sus colaboradores; la única salida honrosa es dejar a los que tienen mas experiencia" (2). Luego se explayaba en argumentos, entre los cuales acusaba a los militares de haber creado un déficit fiscal de 300 millones de pesos. En el mismo sentido se inscribe el libro de Alberto Cabero (3), donde reivindicaba el anti-militarismo como actitud sociológica y psicológica del chileno, planteando que siendo éste de espíritu calmado y reflexivo, aún cuando "siendo un pueblo militar por excelencia", ha señalado "su verdadero rol al Ejército, sin endiosarlo, no obstante sus glorias ciertas", y agregaba que "mientras mas se civiliza la sociedad, mas debe reducirse el papel del ejército a una función meramente protectora, y mas debe aproximarse el tipo del soldado al del ciudadano común".

Este sentimiento se fue haciendo extensivo a toda la dirigencia política, incluso conservadora, que, ahora en el gobierno, debía sentir la misma presión de captar un Ministro de Guerra inamovible y con poderes ilimitados. A pesar de contar con la Armada como sólido bastión, la oligarquía tenía claro que aquella no estaba en condiciones de ofrecer resistencia a un Ejército que dominaba gran parte del territorio nacional, aún con el poder de fuego que podía concentrar en Valparaíso y Talcahuano. En los hechos, al decir de un ibañista, "la Marina de Guerra había asistido a las revoluciones como simple observadora" (4). Por otro lado, pensar en una alianza civil que agrupara a todos los sectores, era imposible por el grado de odiosidad que despertaba la presencia de Alessandri . Por ésta razón, los conservadores prefirieron cohabitar en el poder con el militarismo, esperando ganar mas tiempo.

Ibañez y Blanche estaban en el mismo predicamento, considerando que, para su toma del poder total, requerían tener resuelto el problema que presentaba la Armada, además del completo dominio del Ejército. En la Armada era necesario desarrollar una tendencia proclive, lo que comenzará a darse cuando Ibañez accede al Ministerio del Interior. La Armada, en su cúpula, era particularmente enemiga de Ibañez, lo cual sería explicado por René Montero, debido a que "los almirantes no poseían el espíritu de la revolución"(5). El ala reformista del Ejército ya estaba neutralizada desde agosto, y solo el sector alessandrista, seguía ofreciendo resistencia, encabezada por el coronel Enrique Bravo.

Para eliminar los últimos focos de oposición dentro de sus filas, Ibañez y Blanche se valieron de los propios acontecimientos a nivel del gobierno. El recién ascendido Presidente Figueroa, presionó hacia el Ejército para sacar a Ibañez de su inexpugnable condición de Ministro de Guerra, ante lo cual, Blanche exigió a toda la oficialidad superior, un voto de fidelidad con el Ministro. En esa oportunidad, Bravo votó contra la fidelidad exigida, pero, no tuvo el apoyo que él esperaba. El ala militarista tenía la hegemonía absoluta, lo cual provocó la renuncia del Gabinete Ministerial en pleno.

Reconociendo que su gobierno estaba en manos de los militares, Figueroa le ofreció a Ibañez el Ministerio del Interior, es decir, la condición de jefe del Gabinete. Era la hora de asalto al poder total. Ibañez nombró como Ministro de Guerra al articulador del poder del militarismo: el coronel Blanche. En una carta dirigida al Ejército, donde se despide como Ministro de Guerra, Ibañez señala que deja esa cartera "en las más sabias manos que mi amor al Ejército podía desear" (6)

A partir de ese momento empieza la dictadura. Se inicia la represión contra el movimiento social y contra la dirigencia política tradicional. Sin embargo, en un primer momento, la dictadura efectuará una serie de medidas populistas, como forma de ganar apoyo social, involucrando incluso a algunos oficiales del ala reformista (Alejandro Lazo y otros). Aún mas, no vacilará en reivindicar las "revoluciones" de septiembre de 1924 y enero de 1925, y con la llegada de Ibañez al Ministerio del Interior se proclamará el triunfo definitivo de los postulados de la Juventud Militar. Montero (7) señala que Ibañez, al asumir su nuevo cargo, estableció que su presencia como jefe del Gabinete Ministerial "no tenía otra significación que el cumplimiento de los ideales revolucionarios tantas veces postergados".

El próximo paso de los jefes del militarismo, controlado ya el poder real, fue tomar el poder formal. 

Notas.

1 "La tiranía en Chile".

2 Revista "Zigzag". Nro. 1090. Enero, 1926. Santiago, Chile.

3 "Chile y los chilenos". Alberto Cabero. Editorial Nascimento, 1926. Santiago, Chile.

4 "La verdad sobre Ibañez". René Montero. 1952. Santiago,Chile.

5 Ibid.

6 Ibid.

7 Ibid


Sebastián Jans ©

 

 

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