NACIONALISMOS Y GLOBALIZACIÓN. *

Sebastián Jans

volver al índice

Se me ha pedido para esta oportunidad analizar la relación o contradicción entre una ideología y un proceso de carácter mundial, que está transformando el mundo. A veces, sin embargo, tengo la percepción de que se trata de dos ideologías en contradicción.

Si concebimos la realidad como un proceso en constante transformación, de un modo dialéctico, debemos aceptar que la acción del hombre en su tránsito histórico, están marcados por una constante mutación, transformación o cambio. Es lo que da fundamento a la visión hegeliana, que la teoría marxiana elevaría a paradigma, a través de su dialéctica materialista.

Pero, más allá de una comprensión filosófica e ideológica, la verdad es que el cambio es una condición consustancial del Universo y de la vida. Todo es movimiento, todo es transformación, y el hombre, parte de ese Universo, es agente de cambio, y, desde que impone su reinado sobre este planeta, su transcurrir, su medio, su entorno espacial y temporal, ha estado sometido a la transformación.

Me parece oportuno recordarlo, ya que muchos se sorprenden de los cambios que hemos experimentado en los últimos 30 años, a escala planetaria, nacional, o local. Sin embargo, objetivamente, cuanto más, lo único que podría ser novedoso, es la velocidad misma del cambio, bajo determinadas condiciones del desarrollo tecnológico.

LA DIMENSIÓN ETIMOLÓGICA DEL NACIONALISMO.

El escritor mexicano Carlos Fuentes, dice en un artículo de prensa (1), publicado hace algunos años, que existe una tendencia a emplear los términos de nación y nacionalismo, como si fuesen palabras antiguas, consagradas e indudables; empero, nos recuerda que son expresiones muy recientes, inexistentes e inconcebibles en el mundo antiguo o en la Edad Media. Desde su punto de vista, aparecen para darle justificación ideológica y legitimación política a los nuevos Estados europeos, que surgen con posterioridad al Renacimiento.

En efecto, el concepto de nacionalidad es obra de la burguesía y del liberalismo clásico, aunque haya sufrido tan vastas mutaciones, producto de los nacionalismos de diversa estirpe. Visto el concepto, desde el punto de vista del derecho, es una condición civil del individuo, con respecto del Estado que rige una dimensión geográfica y/o territorial, que genera derechos y obligaciones, que se adquieren por nacimiento o de un modo derivativo (por adopción).

Esta definición, permitiría inducirnos a creer entonces que, la Nación, es básicamente una entidad de derecho que une un territorio con un Estado, donde la determinación originaria de la nacionalidad está conferida por los derechos de sangre (ius sanguinis), ya que somos hijos de nacionales específicos, o por los derechos del territorio o solar donde se produce nuestro nacimiento (ius soli).

Sin embargo, el tema ha sido más complejo, en la medida que la relación con un territorio está marcado por condiciones subjetivas (morales, ideológicas, doctrinales, etc) adquiridas o inducidas. Adquiridas en el medio cultural y local en que nos desarrollamos como individuos y como colectividad social. Inducidas por la estructura ideológica predominante en una sociedad, producto de factores de hegemonía que se hacen presente en toda formación social específica, donde aquellos que ejercen el poder establecen elementos de cohesión y de conducción que deben ser comunes a todo el cuerpo societario, regido por un Estado.

Quienes ejercen el gobierno de una comunidad, deben establecer lazos entre la entidad que gobierna y los gobernados, entre los que mandan y obedecen. Ello ha ocurrido desde los clanes hasta nuestros días. Para ello se ha requerido un vínculo que una al súbdito con el que rige. A través de los tiempos han sido: el lazo de sangre, el lazo del credo, el lazo étnico, el lazo lingüístico, el lazo corporativo, en fin.

El ya citado Carlos Fuentes (2), nos recuerda que Emile Durkheim habla de la "perdida de identificación y adhesión", cuando sobreviene la modernidad a las referencias anteriores – familia, clan, tribu, señor feudal -, las cuales son reemplazadas por el nacionalismo. En lo concreto, la idea de Nación sustituye los lazos perdidos.

Una célebre definición de nación, es la que hace Stalin, padre de la nación soviética, una comunidad multinacional que respondió a una enorme diversidad, y donde las definiciones históricas de nación iban a contrapelo. Dice el dictador georgiano de la Unión Soviética: "Nación es una comunidad estable, históricamente formada, de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de la cultura". Por cierto, esa misma definición podría haber sido planteada por Franco, en su concepción de España.

Uno de los más reputados intelectuales que ha estudiado este tema, Ernest Gellner, plantea (3) que la idea de Nación está íntimamente ligada a quienes detentan el poder del Estado, dentro de un espacio geográfico y cultural. En ese espacio hay un conjunto de factores que tienen que ver con las relaciones entre el Estado y la sociedad civil, donde se conjugan además factores de identidad cultural y de legitimidad.

Pensar que, aún más, se produzca en un territorio o espacio geográfico el exclusivismo étnico, como condición para dar sustento a un concepto de Nación, hace que cualquiera definición se vuelva mucho más compleja, a pesar de que, bien sabemos, muchos han defendido esa condición (territorio-Estado-cultura-raza) como un elemento ideológico fundamental.

Es importante tener presente, que, alternativamente, se ha usado el concepto "patria", que tiene que ver con la ligazón a un espacio geográfico específico, en torno al cual se establecen vínculos espirituales, producto de aspectos de propiedad, filiales o de identidad. Este concepto tiene su raíz en el pater, es decir, el lazo paterno derivado del ius sanguinis. Sin embargo, en muchas situaciones, la idea de patria llega a ser distinta a la de Nación, por cuanto se puede desligar del límite exclusivo que impone el Estado.

NACIONALISMO: LA EVOLUCIÓN DE UNA IDEOLOGÍA.

El nacionalismo tiene su origen, en el siglo XVIII, como una ideología que busca desarrollar la conciencia de constituir una nación, y, en consecuencia, desarrollar una política de defensa de intereses propios y comunes. Su aparición está ligada, de manera decidida, al inicio de la Revolución Industrial, que favoreció el desarrollo económico basado en la industria, y que, en su crecimiento, pronto requirió consolidar mercados bajo la protección de un Estado fuerte.

Para Gellner (4), el nacionalismo es el principio que afirma que la unidad política y nacional deben ser congruentes, es decir, debe haber coincidencia entre los límites territoriales, nacionales y culturales, con los límites políticos. Para el nacionalismo, el concepto de Nación es correspondiente con el de Estado. El nacionalismo no se incuba como resultado de la existencia del Estado Nacional, sino que, por el contrario, el Estado Nacional es el que se incuba como consecuencia del nacionalismo. Este criterio lo respalda Ernest Gellner (5), quien señala que el nacionalismo tomó las culturas preexistentes y las convirtió en naciones. Es la clase burguesa la que reclama un ente válido para toda la sociedad, y para ello busca crear una cultura de Nación.

Los orígenes de los principales Estados Nacionales en Europa, se encuentran en las grandes monarquías del siglo XVI, que se impusieron sobre el feudalismo, como son los casos de Carlos V, en España; Francisco I, en Francia; Gustavo Vasa, en Suecia; Enrique VIII, en Inglaterra; el Zar Iván IV, en Rusia, etc. Vulnerados los lazos que habían dado existencia al feudalismo, éstos monarcas requerían unir la comunidad social en torno a valores y principios comunes, y el concepto de Nación les dio las herramientas necesarias, y la incipiente burguesía el apoyo social.

Esto se acentuará con los procesos unificadores llevados a cabo por la burguesía, en los siglos XVIII y XIX . De hecho, la historia europea del siglo XIX estuvo marcada por tres grandes procesos fundacionales, precisamente, bajo la impronta ideológica del nacionalismo: la lucha griega por emanciparse del yugo otomano, la unificación alemana, conducida por Bismarck, y la unificación italiana, promovida por Garibaldi.

En tanto, el origen de los Estados Nacionales en América, obedece al proceso de emancipación del colonialismo español, inglés o portugués, donde el factor aglutinante lo constituyó la clase terrateniente. En Asia, en la constitución de los Estados Nacionales, primó, por sobre todo, el factor religioso o tradicional, representado por monarquías que personificaban una expresión divina terrenal o guerrera. Cuando sobrevino la emancipación de África, a mediados del siglo XX, los Estados Nacionales fueron consecuencia de las condiciones en que el colonialismo se retiró, dejando una complejidad tribal y étnica, que no respondió , por lo general, a procesos histórico-culturales. Es lo mismo que ocurriría con Yugoeslavia o con Checoslovaquia, después de la Primera Guerra Mundial, que fueron inventos nacionales, más que consecuencia de un proceso social o de realidades culturales preexistentes.

La radicalización del nacionalismo, se manifestará, justamente, en el siglo XIX, en primer lugar, como consecuencia de la disputa de mercados en Europa, que obligará a la partición de las zonas de influencia en el mundo, por parte de las potencias centrales. Las conferencias entre las naciones industrializadas del siglo XIX, dan marco jurídico a un nuevo proceso de desarrollo del capital: el imperialismo y el colonialismo. Sin embargo, los factores geopolíticos que se producen, en consecuencia, no podrán ser resueltos por los conflictos locales, entre dos o tres Estados Nacionales, los que se resolverán medianamente con la Gran Guerra de 1914.

Es obvio que los conflictos no se superaron, dando paso a una manifestación radical de nacionalismo, que recurre a la exacerbación más perversa, y que tuvo su expresión en el fascismo y/o el nacionalsocialismo, que instituyeron regímenes totalitarios que buscaban aglutinar todos los recursos del Estado para la realización de un engrandecimiento nacional, que se impusiera sobre el resto de las naciones. En esas concepciones influirá la interpretación racial, que se sustentaría en las teorías raciales que Darwin esbozara, y que darían fundamento a proposiciones más extremas, que los ideólogos del nazismo elevarían a categorías "superiores".

Hacia mediados del siglo XX, frente a la perdurabilidad del colonialismo de las potencias centrales europeas, y ante la arremetida de las grandes potencias del mundo bi-polar de la post-guerra, emergieron el nacionalismo y las luchas de liberación nacional de los pueblos postergados del hemisferio sur, especialmente en África. Paralelamente, la dependencia, el subdesarrollo, la agresividad de las potencias, estimularon la lucha por la emancipación económica y la dignidad nacional de los pueblos del Tercer Mundo, que se enfrentaban a la rapacidad y la intervención del mundo desarrollado. El concepto de liberación nacional, adquirió presencia en todas aquellas naciones y pueblos que se declararon independientes del mundo bi-polar y que optaron por la no alineación frente a los intentos hegemónicos de las potencias.

Sin embargo, el nacionalismo, de expresión de los propósitos de una clase social para imponerse en los límites territoriales de un reclamado espacio de influencia, hasta la exacerbación racial del hitlerismo, se ha ido transformando paulatinamente en una expresión ideológica de minorías.

A tal punto, que es, una expresión cada vez más marginal, reflejada en grupos refractarios a las diversas expresiones de hegemonía que presenta la multiplicidad de realidades del mundo de hoy. La más socorrida de las expresiones del nacionalismo tiene que ver ahora con el etnonacionalismo, que se advierte cotidianamente en forma agresiva, y que desata los más enconados focos de tensión en la realidad internacional (v.gr. vascos, chechenos, kurdos, croatas, bosnios, serbios, etc).

EL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN Y SU CARÁCTER.

El proceso de globalización debemos entenderlo como parte de un proceso mayor, aún cuando algunos piensen que es algo particular, y distinto en la historicidad humana. La globalización no es un cambio revolucionario, aislado, desvinculado o superior, desligado de lo que el hombre ha hecho en los siglos recientes.

Pero, tampoco hay que pensarlo como una continuidad de ciertos procesos de universalización o internacionalización. Me refiero con esto último, a, que se escuchan habitualmente, voces que infieren que la globalización siempre ha estado en la mente humana, y vinculan este proceso con otras pretensiones universalistas.

Sin embargo, la globalización no tiene que ver con una pretensión ideológica, aunque se haya constituido una ideología en torno a ella; no es una geopolítica, aunque se haya construido una geopolítica en torno a ella. Lo que debemos tener claro, empero, es que no es fruto de una consecuencia mediática, como tiende a creerse, por el hecho de que ésta constituye su cara más visible. El desarrollo de las comunicaciones es un fenómeno propio y consecuencia de la globalización, en tanto ha sido un mercado de vasta expansión y de mucho plusvalor, y que, por lo mismo, se ha convertido en una herramienta de globalización de los mercados, siendo el formidable caballo en que cabalga el redimensionamiento de los mercados a escala planetaria, pero, obviamente, no el único.

De manera desnuda, la globalización es una fase superior del capitalismo, como ayer lo fuera el imperialismo y la transnacionalización del capital. Y separo la transnacionalización de la globalización, porque una responde a particularidades distintas a la otra, en el proceso de internacionalización del plusvalor.

Obviamente, sin transnacionalización no habría globalización, como no habría habido transnacionalización del capital si no se hubiera producido un agotamiento de la fase imperialista del capital. Tampoco hubiera habido imperialismo sin industrialización, ni industrialización sin formación capitalista. Y, bueno, no habría habido formación capitalista sin relaciones mercantiles que generaran plusvalor.

¿A que apunta recordar esta secuencia? A demostrar que la globalización responde intrínsecamente a un estadio de desarrollo del capitalismo a escala planetaria. Obviamente, se agotó el desarrollo capitalista que estudiaron los clásicos marxianos y todo el pensamiento socialista, hasta mediados del siglo XX.

Se agotó el proceso posterior, la transnacionalización del capital, que buscó nuevos escenarios de inversión, sobre la base de la internacionalización del ciclo productivo, como última manifestación del proceso de industrialización. Es decir, se agotó aquella fase que creó nuevos escenarios de inversión dentro de países que aparecían como polos de desarrollo industrial, cercanos a mercados potencialmente en expansión. Recordemos las vastas inversiones del capital financiero en Argentina, Brasil, Sudáfrica, Hong Kong, Singapur, Indonesia, México, etc. que se producen a partir de los años 1960, como una forma de optimizar el plusvalor, buscando mejores condiciones que controlando el comportamiento de los mercados desde las metrópolis.

El agotamiento de aquella fórmula, llevará a un enorme replanteo de las políticas transnacionalizadoras, producto de las limitaciones legales de los países receptores de esa inversión, que bregaban por asegurar sus propios modelos de desarrollo, imponiendo políticas proteccionistas para lograr un adecuado equilibrio en el manejo de sus divisas.

De este modo los grandes capitales internacionales impusieron la estrategia mundial del libre comercio. La tecnocracia de los organismos internacionales dio el fundamento científico-económico, y la clase política de las grandes potencias el apoyo político, dando curso a la idea de un mercado global. La muerte de los mercados regionales, que pretendía la transnacionalización, llegó de manera natural.

Sin embargo, toda expresión de poder, esconde falacias en la razón de su hegemonía. El mundo global sigue siendo una utopía, a pesar de su tendencia a la globalización. En los hechos, gran parte de la Humanidad está y estará al margen de la globalización. Ya sea por razones de mercado, por razones culturales o por la fuerza excluyente que impone toda hegemonía de poder. No es solo un dato de mercado que, de 816 millones de personas que viven en países musulmanes, solo un 0.006% sean usuarios de Internet, el caballo de batalla de la globalización, y que, para muchas de aquellas personas que viven en esos países, no solo es un caballo de batalla, sino también un caballo de Troya.

LA IDEOLOGÍA DE LA GLOBALIZACIÓN.

Una de las características que la globalización ha desarrollado, es que, como todos los procesos humanos, ha generado una ideología que posibilite la interpretación de su rol en la sociedad humana. No es errado hablar de un globalizacionismo, al observar que se han creado constructos ideológicos perfectamente nítidos, que pretenden darle un contenido, una formulación, en fin, una validación contextual, sobre lo que sería posible de lograr, construir o aspirar en un modelo ideal de globalización.

Los integrantes del "partido de la globalización" son los dueños de las grandes empresas globales, la tecnocracia de esas empresas, los economistas. Por cierto, ellos tienen motivos para ser globalizacionistas. No ocurre lo mismo con un pequeño empresario del calzado de Santiago de Chile o con un agricultor de los valles centrales de nuestro país. Menos, el obrero o el campesino que han perdido sus trabajos, como consecuencia de que sus patrones no han podido competir con productores del hemisferio norte con mayor capacidad tecnológica y financiera.

El Fondo Monetario Internacional (FMI), como expresión del poder económico de las grandes potencias, que financia el potenciamiento de los mercados sin fronteras, en tanto ello optimizará las condiciones de intercambio y el beneficio de los grandes inversionistas, también tiene un compromiso absoluto con el desarrollo de una ideología globalizacionista, como los demuestran sus tecnócratas.

No obstante, el convento ideológico más importante del globalizacionismo, se encuentra en Davos, donde todos los veranos boreales, se reúnen empresarios, políticos, tecnócratas, e intelectuales, integrantes del llamado Foro Económico Mundial (WEF), instancia promotora del neoliberalismo y de la globalización. Este Foro es el lugar en que se produce la legitimización ideológica que impone el ahora Grupo de los 7, es decir, el estado mayor de la globalización, integrado por las siete grandes potencias tecnológicamente hegemónicas.

Para los contrarios al proceso de globalización y a la ideología del globalizacionismo, Davos se ha convertido en un símbolo de reproducción de estructuras insostenibles de gobierno global, donde sus reflexiones se hacen en un ambiente desconectado de obligaciones terrenales como la democracia y la responsabilidad social. Su objetivo apuntaría más bien a obtener consenso dentro de las elites empresariales para obtener más beneficios económicos y políticos, para influir en la opinión pública, para concertar nuevos negocios y establecer influencias a puerta cerrada.

Como ideología, el globalizacionismo ha logrado imponerse con tanta fuerza, que ha producido el desplazamiento de la ideología del nacionalismo en el concurso por el poder político en los Estados Nacionales. En los hechos, al purgar al nacionalismo del poder político, la deja como una ideología marginal, que se expresa en las instancias propias de minorías refractarias al poder instituido.

Tanto así, que, quienes se enfrentan con poder a la globalización y al discurso globalizacionista, no lo hacen desde los ámbitos de la reivindicación nacional, sino que esencialmente, desde los ámbitos de la identidad cultural. El polémico, Samuel P. Huntington (6), hace casi una década, hablaba sobre el choque de las civilizaciones, como la condición característica de los conflictos del mundo de inicios del siglo XXI. Es cierto que las consideraciones del libro de Huntington son muy discutibles, pero, tiene el mérito de poner el tema del choque cultural en el debate de nuestro tiempo.

Cuando observamos, por ejemplo, las grandes tensiones que presenta el mundo posterior a la guerra fría, podemos constatar que aquellas no se manifiestan entre concepciones emanadas del poder nacional, sino en concepciones basadas en el poder de la identidad. Bin Laden no busca enfrentar Estados Nacionales entre sí, sino que busca enfrentar su identidad musulmana, su condición cultural, su fe, contra la identidad occidental, contra la cultura mercantilista, contra la fe cristiana. Cuando Bush replica, también presenta un discurso que reivindica la forma de vida y la cultura, y sus enemigos no son naciones sino concepciones culturales que considera enemigas de la suya.

Pero, veamos cuales son los conceptos que sustentan la ideología de la globalización y donde encuentra su nutriente. En primer lugar, está la concepción neoliberal, que propone la exaltación del mercado como regulador de toda la actividad humana, y ante el cual, toda otra actividad de los hombres, debe subordinarse.

En segundo lugar, hay un abandono de la concepción capitalista clásica, donde primaban las necesidades de la propiedad de los medios de producción, del control de las fuentes generadoras de materias primas y la búsqueda del monopolio en los mercados. La nuieva concepción del capitalismo es exclusivamente financiera, donde las capitales financieros han llegado a superar en veinte veces el valor del comercio internacional. La clave del capitalismo de la globalización reside en la oportunidad, la movilidad y la competitividad.

La producción, objetivamente, dejó de depender de los recursos naturales, y a los financistas no les preocupa quién tiene la propiedad de los medios de producción. La gestión no está basada en instalaciones físicas, maquinarias o equipos, sino que en el conocimiento y la organización. Todos los esfuerzos de gestión hoy se vinculan a la capacidad de mejoramiento de la organización, a fin de optimizar la eficiencia y estimular la creatividad. Ese es el paradigma del capitalismo de inicios del siglo XXI.

En tercer lugar, está el abandono a las limitaciones nacionales. En ese sentido, ni siquiera podemos hablar de que prima un internacionalismo, o sea, una relación entre naciones, sino un transnacionalismo, es decir, una estrategia que traspasa los marcos nacionales. Toda cortapisa que imponga cualquier Estado Nacional en términos políticos o culturales, se convierte en obstáculo a la globalización, es decir, al nuevo orden mundial, y, por lo tanto, materia de alguna forma de sanción.

LA DICOTOMÍA NACIONALISMO Y GLOBALIZACIÓN.

El hombre, por su naturaleza gregaria, se ha expresado, desde sus orígenes, a través de distintas formas de organización social, como muchas veces en Mas\ lo hemos analizado: desde la familia, pasando por la tribu, el clan, el feudo, el reino, el imperio, hasta la nación. Para Durkheim (7) toda sociedad mantiene en nosotros la sensación de una perpetua dependencia, porque nos sujeta a reglas de conducta y de pensamiento. Esto, indica, no nos determina, sino que establece el modo como nos representamos a aquel que no recomienda o prescribe.

Todo tipo de sociedad, plantea Durkheim, solo puede vivir en y por las conciencias individuales que la componen, y sólo puede realizarse en quienes la componen y por quienes la componen. Por ello, Ernest Renán (8), definía, a fines del siglo XIX, en una conferencia dictada en La Sorbona, que nación "es un plebiscito cotidiano", una adhesión a cierta unidad territorial, política y cultural, una suma de valores.

De allí que son necesarios un conjunto de elementos articuladores de la conciencia gregaria, que se sostienen en una idea de perpetuidad, factor fundamental para cohesionar las voluntades y el sentido de trascendencia: los individuos mueren, pero, la forma asociativa sobrevive, es decir, las fuerzas que constituyen su vida deben tener perpetuidad. El hombre puede llegar hasta el sacrificio de su vida por los valores que se construyen en torno al grupo, pues, el grupo renace y se reencarna en cada generación, en la medida de esos sacrificios.

En ese contexto, los emblemas tienen la condición de reflejar esa expresión personal y colectiva. Ayer fue el totem del clan, hoy es la bandera o la constitución política del Estado, en torno a los cuales se construye la ideología y los valores que hacen posible despertar en los espíritus la sensación colectiva, la sensación de la trascendencia. Si en el mundo antiguo descansó en la divinidad y en la religión, a partir de la modernidad y de la Revolución Francesa, aquello descansó en la mezcla de la cultura, de la territorialidad y del derecho emanado de la determinación política de la sociedad civil. Con el tiempo, habría quienes agregaron a esa mezcla el rasgo étnico o racial.

Para determinar la condición nacional, entonces, deben considerarse tres aspectos fundamentales: en primer lugar, la soberanía, que refleja la condición territorial y de derecho, donde se expresa la voluntad política de una sociedad, y que se hace tangible en el Estado; en segundo lugar, la cultura, como expresión de las formas de vida, las creencias, los valores y las costumbres que caracterizan una sociedad; y, en tercer lugar, la identidad, como resultado del conjunto de factores emblemáticos que hacen posible la condición gregaria y la trascendencia de la sociedad.

Estas tres referencias, debemos analizarlas frente a lo que significa la realidad que impone la globalización, y que, sin duda, está produciendo mutaciones en los conceptos fundamentales sobre los que se sustentan las realidades nacionales.

El tema de la soberanía adquiere importancia en la sociedad humana, en la medida que los Estados deben reconocerse los unos con los otros. Cuando no hay un reconocimiento a la validez de un Estado, en toda su integridad, es cuando asoman los conflictos y la guerra como forma de solución de ellos. A través del tiempo, en los últimos cien años, el derecho internacional ha tenido un notable avance, sin embargo, ello no ha impedido que muchas veces haya sido ignorado de un modo absoluto, sea por causas legítimas o ilegítimas.

Obviamente, para que la soberanía efectivamente sea respetada, es necesario que el Estado que rige una sociedad determinada, tenga el poder necesario para imponer sus términos a su contraparte. Esto significa poder en todas sus expresiones, tanto para resolver los conflictos de un modo pacífico como por la fuerza. El poder significa también autonomía y autosuficiencia, por lo cual, la primera condición para que ese poder se vea menguado reside en factores de dependencia.

La difusión del proceso de globalización, se sustenta, objetivamente, en condiciones de dependencia. Todos ceden parte de su soberanía, en función de las exigencias del mercado y de las relaciones globales. Quienes concursan, si no están en condiciones de imponer sus términos, como es el caso del G-7, deben aceptar que su soberanía deberá verse relativizada en muchos aspectos.

Bajo las actuales condiciones de globalización, es imposible validar políticas o estrategias como el New Deal de Roosevelt, el Great Society de Johnson, el Estado Soviético o el modelo sueco socialdemócrata. El Estado conceptualmente tiende ha ser reinterpretado, y, derechamente, debilitado. Dos autores norteamericanos (9) señalaban, hace algún tiempo, la necesidad de "reinventar el gobierno", ante la crisis del Estado tradicional que es incapaz de adaptarse a las nuevas realidades que impone la economía, y la administración de los recursos que una sociedad genera.

Como consecuencia de la globalización, el derecho internacional consagra como expresiones precisamente de derecho, la intervención militar en países que se ponen al margen de éste. El contrasentido de esto reside en que Estados Unidos, promotor decidido de la estrategia globalizadora, es uno de los principales opositores a avanzar en la implementación de políticas que avancen en la política globalizadora, en la medida que ésta entra en contradicción con sus intereses como Estado.

Ergo, la globalización no es una receta que se aplica entre iguales, sino que, es más radical hacia quienes tienen menos poder, y es más relativa entre quienes tienen más poder. Por lo cual, deben perder más soberanía quienes más dependen y quienes tienen menos autonomía en términos económicos.

La cultura es otro aspecto que hace a una nación, y que está sufriendo un impacto transformador, como consecuencia del proceso de globalización. Cuando hablamos de cultura, estamos hablando de la forma como se organiza y se expresa la vida cotidiana de una sociedad. La potencialidad de sobrevivencia de una cultura, reside en la capacidad de transmisión que ésta tenga, hacia el entorno y hacia sus componentes. Es decir, los conductos comunicacionales necesarios para transmitirse en un tiempo y en un espacio.

El gran problema cultural que presenta la globalización es que hay un manejo unilateral de las comunicaciones, producto de las mismas realidades que presenta el tema de la soberanía. Al estar los medios de comunicación hegemonizados por concepciones unilaterales, todo el contenido cultural más difundido, pasa a imponerse sobre aquellas realidades culturales con insuficiente capacidad de transmisión, incluso a nivel local. No en vano cuando encendemos un radioreceptor, predomina la música en inglés cuando somos una cultura hispanoparlante.

Por cierto, el gran regulador de la actividad humana, y, por tanto, de la cultura, ha sido históricamente el mercado, lo que se acentúa radicalmente con la globalización. De este modo, cuando el mercado tiene un desarrollo básicamente local, las condiciones de desarrollo de una cultura localista son superiores, pero, cuando el mercado es global, se impondrá culturalmente lo que se considere potencialmente translocal.

El fenómeno que algunos definen como transculturización, es un efecto de esa tendencia. La impostación de costumbres y predilecciones, que no corresponden a una tradición cultural de los pueblos, son el reflejo más efectivo del impacto en la cultura que produce la globalización. En muchos casos se habla de la muerte de expresiones culturales, un evento que ya se venía produciendo con la industrialización, pero, que, ahora, cobra más fuerza ante la velocidad del cambio tecnológico. La homogenidad cultural, como elemento que sustenta una Nación, parece cada día más una utopía que una realidad, puesto que, si hay una homogenización de la cultura, esta tiende a manifestarse de manera altamente potencial en el escenario global, antes que nacional.

El tercer gran aspecto fundacional de una nación es la identidad. Demás está decir, que éste último componente es el más subjetivo de todos, y la causa de las grandes mutaciones nacionales, que han provocado el nacimiento y la muerte de las naciones, de los pueblos y de grandes asentamientos humanos, a través de los tiempos. En la conciencia de la identidad está radicada la enorme capacidad espiritual que el individuo pone al servicio de la sobrevivencia de su grupo, y que lo lleva, conscientemente, al sacrificio de lo personal en función de lo colectivo.

La identidad tiene que ver con la forma como nos relacionamos, de un modo subjetivo, con la sociedad de la que somos parte. Decíamos que ello tiene que ver con lo emblemático, con lo simbólico, con la sensación de pertenencia a un grupo humano, que presenta condiciones y características determinadas que hacen que un individuo se sienta parte de él. En ese contexto, hay factores de propiedad, de relación filial, de desarrollo personal, de asentamiento, de arraigo, que hacen posible el reconocimiento del vínculo espiritual y la aceptación de la pertenencia.

La globalización altera sustantivamente los aspectos propios de la identidad, debido a que crea múltiples oportunidades más allá del límite geográfico, y establece dinámicas relaciones y comunicaciones entre personas, más allá de cualquier limitación. Doce horas en avión de un continente a otro, cinco segundos para entablar una comunicación telefónica de un lugar del mundo a otro, hace que las distancias, un factor que produce el arraigo, se relativicen de manera definitiva. La cosmopolitización induce al desarraigo y a la despotenciación de lo particular, en términos objetivos y absolutos, y el distingo local toma una referencia más bien incidental.

En síntesis, un Estado debilitado, una cultura que se desperfila en su tradición, y una identidad que se desdibuja, dejan al nacionalismo sin el basamento de su discurso, ya que no hay un sustento objetivo, en términos de poder, que coadyuven a su validez. Lejos de ello, el paradigma de la globalización, en cambio, penetra progresivamente en su vinculación con las instancias de decisión política. Esto deja al nacionalismo condenado a la reacción refractaria y a círculos minusvalentes de carácter testimonial, condenado al ultrismo o al simple testimonio.

En síntesis, así como ayer el mercado determinó el tutelaje político del nacionalismo, afirmado fuertemente en el concepto de Nación, hoy, el mercado determina la relatividad nacional y la fortaleza de lo transmigratorio. La eventual dicotomía entre el nacionalismo y la globalización no existe, ya que el discurso nacionalista resulta absolutamente fuera de lugar, al momento de tomar decisiones en las estructuras de poder.

 

 NOTAS

1) "Nacionalismo, integración y cultura". Carlos Fuentes. Artículo periodístico.

2) Idem

3) "Cultura, identidad y política". Ernest Gellner. Gedisa, España. 1998

4) "Naciones y Nacionalismos". Ernest Gellner. Editorial Alianza, 1988.

5) idem

6) "El choque de las civilizaciones". Samuel P. Huntington. Edit. Paidós.

7) "Las formas elementales de la vida religiosa". Emile Durkheim. Edit. Colofón, México.

8) Renan, Ernest (1922) Discours et conférences. 7ª.ed. Paris, Calmann-Lèvy Éditeur

9) "La reinvención del gobierno". D.Osborne y T.Gaebler.

 

*  Este texto corresponde a la exposición efectuada por el autor, en la Logia "Salvador Allende" # 191, en Santiago, el 21 de noviembre de 2002.

volver al índice

Hosted by www.Geocities.ws

1