REFILOSOFIA

SEBASTIAN JANS

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INTRODUCCIÓN

Nuestra época reviste características de gran singularidad, marcada por profundas contradicciones, que se manifiestan en la presencia de condiciones materiales extraordinarias, producto de las disponibilidades tecnológicas, y en la presencia de una crisis espiritual que se desata ante la ausencia de respuestas que tiene el hombre común, para dar un sentido mas pleno a su existencia que la simple satisfacción de sus necesidades materiales.

Efectivamente, las condiciones materiales que el hombre ha generado, que en algunas partes abundan y en otras escasean dramáticamente, no son capaces de solucionar los grandes problemas que le afectan civilizacionalmente, y los conflictos que han separado a la especie humana, en muchos casos, han recrudecido con inusitada virulencia, al punto que, cuando un tipo de conflicto es superado, genera las condiciones para crear o revivir otros distintos.

El hombre, esa complejidad que se auto-organiza en el complejo sistema de la vida, insatisfecho de su realidad, advierte – de manera cada vez mas patente – que requiere nutrir su espíritu de contenidos, siente hambre de profundidad, constata que su espiritualidad no se encuentra satisfecha, y, aunque ha logrado desentrañar muchos enigmas sobre la vida, no encuentra una respuesta profunda sobre su destino y sobre su propia ubicación en la vida.

Su búsqueda se precipita hacia perspectivas en las que trata de encontrar una señal, una idea, un propósito, que le permita llenar su vacuidad, a través de las condiciones que la tecnologizada realidad contemporánea ofrece, pero, ello se convierte en una nueva frustración. Así, contestatariamente, renace la opción teológica alternativa, se potencia la apuesta confesional fundamentalista, emerge el new age, adquiere relevancia el tarot y la búsqueda del futuro desde prácticas premonitorias, se difunden las manifestaciones pseudoesotéricas, en fin.

De una u otra forma, se valida la creencia superficial, por sobre la opción sustentada en una reflexión a partir del hombre, la que parece poco atractiva o poco confiable, y el pensamiento como actividad trascendente, se vuelve cada vez más accesorio. ¿Es que ello obedece a una mayor certeza o acertividad de los dogmas? Mi respuesta apunta a una respuesta negativa, pues, creo que el abandono del propósito cognitivo en el hombre común, su epicúreo refugio, tiene que ver, en gran medida, con la crisis de la filosofía y con la hegemonía del reduccionismo epistemológico.

El conocimiento acumulado por la Humanidad, se ha transformado en un laberinto imposible de escrutar, en una selva ignota de vocablos, terminologías y acepciones ininteligibles para quien no tiene la especialización académica necesaria para desentrañar la atiborrada compartimentación de disciplinas y clasificaciones. Entre tantas reducciones y parcelaciones, en que el conocimiento es disgregado, la sabiduría sucumbe en un mar extraño de palabras, definiciones, clasificaciones, y calificaciones. El entendimiento se vuelve limitado, compartimentado y exclusivamente experiencial.

Si con el entendimiento es como podemos comprender el mundo y nuestra existencia en él, si con el entendimiento es como construimos nuestra cognición, obviamente, la tragedia del hombre común es que solo puede entender el pequeño espacio de su experiencia cotidiana. Esa vacuidad ocurre, dicotómica y dramáticamente, cuando el conocimiento científico es enorme, cuando se acumula mas y más información, cuando los medios disponibles son casi ilimitados.

El hombre y su civilización requieren romper con los paradigmas que el cientifiquismo y su impronta antropicista le han impuesto, pues, contradictoriamente creyendo que puede dominar el universo material, ha comprobado patéticamente que es incapaz de dominarse a sí mismo; creyendo conocer las leyes y principios que gobiernan el Universo, ha comprobado lo poco que conoce de sí mismo. El hombre necesita conocer para sobrevivir y organizar su vida con un sentido humano, pero, ello no es posible en la medida que no pueda desarrollar su conciencia individual, su capacidad de reflexionar.

Resolver la ambigüedad contemporánea solo es posible a través de la filosofía, es decir, a través de la búsqueda de la verdad desde el mirador de la conciencia personal, en la búsqueda del esclarecimiento, una respuesta acotada a la existencia individual, pues, la respuesta de vida no se encuentra, en definitiva, en como resolvemos los enigmas de la especie, sino en como resolvemos el enigma de cada individuo que es parte de la especie, es decir, la situación determinada desde un microcosmos que necesita encontrar su ubicación en el macrocosmos, en la integridad múltiple e físicamente inabarcable de la vida.

LAS IDEAS Y SUS DOMINIOS.

La estructuración del pensamiento y del mundo de los significados, las ideas y conceptos, son resultado de la experiencia en la vida, regulada por las capacidades y limitaciones del individuo cognoscente. El desarrollo del pensamiento y su manifestación a través de las ideas, se hacen realidad en la aventura cognitiva del hombre. A través del entendimiento de la existencia es como podemos construir las categorías de pensamiento, el lenguaje, la construcción narrativa de la realidad. A través de las estructuras narrativas es como podemos organizar la experiencia, con la complementación de aquellas emociones y sentimientos que el relato no puede abarcar o contener.

Para comprender este proceso, es muy importante la aportación hecha por la biológica del conocer, la cual señala que el hombre conoce, entiende e interpreta la realidad según los conceptos y atributos que constituyen su lenguaje. Es en el lenguaje donde construimos nuestras categorías, manifestamos nuestra existencialidad, y establecemos nuestra relación con el entorno. A través del lenguaje reconocemos y distinguimos los que nos rodea y podemos comunicarnos.

Pero, al mismo tiempo que lenguajeamos, según el vocablo maturaniano, estamos sujetos a las disposiciones que provienen de nuestra emocionalidad, y que determinan como actuamos. Así, se produce una relación inseparable entre el fluir emocional y el fluir lenguajeante, donde uno afecta al otro y viceversa. De este modo, conocemos e interpretamos la realidad, cada cual de un modo distinto, según nuestras emociones y nuestro lenguaje, procesando aquello que los sentidos pueden percibir.

El privilegio de vivir la experiencia y de construir una explicación de ella en el lenguaje, a través de conceptos e ideas, constituyen el conjunto llamado sistema racional. Ese sistema racional es el que nos faculta para agrupar, ordenar y comunicar nuestras ideas, para hacer posible la cualidad social, el espacio social del conversar.

En ese proceso de entendimiento de la realidad, el hombre ha producido cinco dominios o ámbitos, que conviven, se relacionan, se desprende el uno del otro, se retroalimentan, etc. A través de ellos se expresa el entendimiento respecto del medio que nos rodea, construimos nuestra cognición, determinamos nuestro accionar. Estos dominios acompañan nuestra civilización desde sus orígenes, predominando uno de ellos por sobre el resto, en cada momento del desarrollo cultural, condicionando o determinando las conductas individuales y sociales.

Uno de estos dominios es el pensamiento teológico, en que el hombre resume su mirada al entorno en que se advierte inmerso, estableciendo la comprensión de la realidad a partir del determinismo divino y la regimentación confesional. Empero, no debemos caer en la confusión de relacionar el pensamiento teológico, exclusivamente con la praxis religiosa o la adscripción confesional. De hecho, algunas culturas han desarrollado una fuerte conceptualización teológica, teniendo una expresión confesional o religiosa bastante menor.

A la luz de las últimas décadas, pareciera que el pensamiento teológico hoy estuviera atravesado o dicotimizado por dos visiones, que se han ido acentuando, y se han ido volviendo poco conciliables. Por un lado, lo que podríamos llamar el fidelismo o integrismo, que considera que la verdad está solo en los libros generatrices de la fe (la Torá, la Biblia, el Corán ,etc), considerados las únicas referencias válidas para la vida del hombre. Por otra parte, se encuentra una concepción que podríamos considerar teológico-fenomenológica, que ha aceptado de manera evidente los caminos de búsqueda del hombre (la ciencia, la filosofía), como complementación y enriquecimiento del acto de la fe, sobre la afirmación de que la respuesta definitiva de esa búsqueda se encuentra solo en Dios.

Un segundo dominio es el pensamiento filosófico, que se establece cuando el hombre decide reflexionar la realidad a partir del hombre, es decir, a partir de su misma referencia, formulando las interrogantes sobre el sentido de la vida, del por qué y su finalidad, desprendiéndose de la rotunda afirmación de la fe. El pensamiento filosófico actúa con crítica distancia frente a la teología, pero, sin dejar de considerar sus necesarias referencias.

Sin embargo, el esfuerzo de la filosofía por ser una respuesta a las necesidades espirituales del hombre, se ha visto acotado y progresivamente puesto en cuestión, en la medida que ésta ha sido penetrada por el pensamiento científico, y la predominante incidencia del empirismo reduccionista, aspecto que profundizaremos mas adelante.

Otro dominio es el pensamiento científico, que emerge con mucha fuerza a partir del racionalismo y el apogeo de la modernidad, a través del desarrollo de los métodos experienciales y de las matemáticas, logrando su fundamento en los aportes de Descartes y Newton, que establecen la concepción unificadora del universo, como un todo integrado, que puede ser explicado por leyes o principios mecánicos o matemáticos aplicables a todo lo existente.

A través del pensamiento científico se impone la aceptación de un orden natural en el Universo, que para conocerlo, se requiere, al decir de Descartes, dividir cada una de las dificultades que se examinan, en tantas partes como sea posible, y en cuantas se requieran para su mejor solución. Esa concepción del quehacer cognitivo ha significado la implantación de un enfoque atomista, que aísla los elementos del universo observado, con la esperanza de que, volviéndolos a juntar, conceptual o experiencialmente, resulte una totalidad inteligible.

El cuarto dominio es el pensamiento ideológico, cuya mayor intensidad se advierte en la emergencia de la sociedad industrial. La ideología la entendemos como aquel dominio que se expresa en un conjunto de ideas resumidas en un proyecto o relato, que se plantea como misión su concretización en la sociedad, y que debe asumir la condición rectora de ésta, a través de un modelo específico a aplicar.

No es una expresión de las ideas singularmente propia de la modernidad o de la sociedad industrial, como puede creerse, aún cuando es allí donde alcanza su máxima presencia. Sin embargo, es un fenómeno que se constata en otras épocas, pudiendo tener una raigambre teológica, filosófica, e incluso científica. En cierto modo, las ideologías han llegado a ser, en muchos momentos, las afirmaciones que sustituido el mito teológico, por un mito de tipo laico: en reemplazo del mito divino, el mito secular. De la misma forma, han sustituido la filosofía asumiendo cierta acreditación filosófica, ocupando el espacio cosmovisional que de aquella se puede derivar, planteándolo como una opción construíble para toda la sociedad. En su momento de apogeo, las ideologías han tenido un fuerte predominio de carácter secular (liberalismo, marxismo, socialcristianismo, etc.), pero también, en las últimas décadas la presencia del componente religioso se ha hecho relevante.

El quinto dominio es las corrientes de pensamiento, definición que también se relaciona con el concepto de corriente de opinión, fenómeno propio de la sociedad de la información. Las corrientes de pensamiento o de opinión, caracterizan nuestro tiempo, como producto intelectual de la exacerbación del pensamiento empírico-reduccionista y de la sociedad de la información que vuelve todo "light". El individuo y su capacidad reflexiva valen solo como referencia para la encuesta, como mera expresión sumatoria de un modo de pensar, detectable por medio de un sondeo selectivo y supuestamente representativo de una integridad social de características muy específicas.

Las corrientes de pensamiento o de opinión, son, en consecuencia, manifestaciones ordinales de grupos humanos que comparten determinadas ideas comunes, sin que ello implique un compromiso o de una definición superior, como puede ocurrir con las ideologías, sin profundizar cosmovisionalmente, como ocurre con la filosofía o la teología, ni establecer condiciones de experiencialidad como ocurre con la ciencia En este dominio prevalece el contenido sintético, la superficialidad, el rigor reduccionista, por sobre el texto o el relato. Así, en las corrientes de opinión, las personas comparten pequeñas visiones comunes, las que van dando curso a consensos que inciden en el curso social, sobre la base de diversos procesos de cuantificación: elecciones, consumo, encuestas etc.

LA CRISIS DE LA FILOSOFIA

El mundo que sobrevino en los inicios de la modernidad, estuvo predominado por los distintos componentes del Renacimiento, que se caracterizaron por la presencia de la recuperada filosofía desde sus ancestros griegos, el espíritu científico, a través del cual el hombre trataba de desentrañar los misterios y enigmas de la Naturaleza, y una perspectiva cosmovisional que tenía un notable componente teológico. Al señalar esto, no me refiero a la integridad social, sino a los hombres que constituían la vanguardia intelectual de su tiempo. En ellos, la filosofía, la ciencia y la teología convivían, hasta cierto punto, en un estado de complementación, y ninguna excluía a las otras por sus vacíos e insuficiencias.

Esa complementación es la que permite, por ejemplo, a un Leonardo pintar su célebre "Ultima Cena", con su simbiosis entre un contenido teológico-simbólico, y otro, asociado a la astrología, exponente de una concepción científico-filosófica donde se interpretaba al cosmos en estrecha relación con el transcurrir de las personas en su cotidianidad. El hombre de pensamiento era, entonces, un sabio en el sentido mas pleno del concepto, capaz de conciliar los distintos aspectos del saber, en una propuesta integral. En esa convivencia hubo una permanente relación de confluencia, determinando un antropocentrismo que armonizaba los distintos aspectos simbólicos, con aquellos de carácter racional, que, asimismo, ajustaban y regulaban la relación entre el sujeto y el objeto, entre el ser cognoscente y su entorno cognoscible.

Existía una condición armonizadora que planteaba una integridad, donde la Naturaleza y el Hombre se ordenaban a través de una relación mas equilibrada, y donde las esferas de la metafísica, de la ciencia, de la estética y de la moral, constituían una conjunción que posibilitaba una concepción global del mundo. De esa conjunción emergió el Humanismo, expresión de un antropocentrismo coherente con un Universo revelador y revelable.

Al emerger la concepción cartesiana y el predominio del racionalismo empírico, se produce una ruptura de esa armonía y del mundo simbólico y racional del Renacimiento, perdiéndose el antropocentrismo, dando paso, alternativa y progresivamente, a un antropicismo donde el hombre se pone por sobre la Naturaleza, la que pasa a ser cosificada, el entorno del hombre es dominado por los objetos, y él mismo se vuelve un objeto mas en un universo de cosas.

A partir de ese momento fueron las ideologías y la ciencia las encargadas de mantener aquella imagen integrada. Contradictoriamente, la ciencia, que pugnó denodadamente por la desaparición del mito, terminó implantándose como un nuevo mito: aquel en que, solo en la experiencialidad científica, está la verdad. De igual modo, las ideologías que creyeron sacar al hombre del sueño mesiánico del Paraíso, terminaron creando un nuevo sueño mesiánico, ahora de tipo secular.

Ambas – la ciencia y la ideología – crearon los grandes mitos del racionalismo empirista: el progreso y el futurismo, fundados en el progresismo histórico – donde cada hecho constituía un avance hacia una gran meta futura, donde cada etapa era superada por otra, y cada sacrificio era aceptado, no para ganar el Paraíso, sino ahora para ganar el progreso y asegurar un futuro promisorio para los que vendrían después -; en el desarrollismo – donde cada paso material o económico se entendía como un avance hacia mejores condiciones de vida, no importando su efecto en la Naturaleza y en el entorno humano inmediato -; y en el vanguardismo estético- el escape del arte y de la moral, hacia adelante, hacia una idealidad permanentemente adventicia, disfuncional y disformal -.

El pensamiento científico pudo imponerse en una civilización que se inclinó progresivamente hacia respuestas afincadas en un plano eminentemente material, sustentado exclusivamente en la revelación de los fenómenos de la naturaleza, entendido éste como el camino para hacer posible la felicidad en este mundo. Su consecuencia será el vasto desarrollo de la tecnología y un profundo cambio en la concepción espiritual del hombre, que reemplazó su fe teológica por una fe científica, y donde antes hubo sacralización religiosa se impuso un mundo asentado exclusivamente en una visión desde las ciencias, que se encargó de sacralizar la verdad científica.

La epistemología racionalista y empírica proscribió la filosofía, la despreció por su condición metafísica, y la redujo progresivamente al ámbito de la lógica conceptual o analítica, a la lingüística, en un estadio donde solo había un lugar respetable en el pensamiento para aquello que pudiera demostrarse a través de una experiencialidad reduccionista, siendo lo demás especulación sin sentido lógico.

Paradójicamente, quienes se dedicaron a proclamar la muerte de la filosofía, fueron quienes se dedicaron a construir las nuevas creencias, la nueva confesionalidad racional y científica. Es decir, respuestas totales, objetivas y definitorias, conjuntos cerrados de categorías ideales, impuestas como el nuevo credo de la Humanidad. De la promesa teológica de un principio en el paraíso y un final en el Juicio, que llevaría al Cielo o al Infierno; se pasa a la promesa racionalista de un principio en el primate y un final en el hombre superior (civilizado, tecnologizado, científico, etc.).

Pero, a partir de la segunda mitad del siglo XX, serán los propios hombres de ciencia, los que comprobaron que la sola explicación científica no era una respuesta suficiente para explicar de un modo mas integral la vida y la relación del hombre con la Naturaleza; que la sola explicación reductiva era insuficiente, que los problemas y las soluciones pueden estar en muchos frentes. Y aunque parezca contradictorio, la actividad filosófica pasó ser asumida por disciplinas que se ubicaban en el campo de la actividad científica: la física, la sicología o la biología, y no en el ámbito de una actividad filosófica propiamente tal. Paulatinamente, se estableció la comprensión de que, tanto la filosofía como la ciencia, están ligadas a un propósito cognitivo común, aunque sea desde métodos y perspectivas diferentes, haya o no una condición experiencial.

Especial relevancia tendrá en esa nueva percepción el pensamiento complejo y la noción de cambio en la relación entre el observador y el observado. Rompiendo con el esquema racionalista empírico, se plantea que cada observador percibe la realidad a partir de lo que son sus referencias, y que ese observador es parte constituyente de lo que se observa. En cierto modo, la aportación kantiana, en cuanto a que conocemos las cosas bajo un conjunto de condiciones dadas, según la percepción de nuestros sentidos y la capacidad de nuestro entendimiento.

Esta nueva comprensión respecto de los factores interpretativos de la realidad, mas allá del determinismo de la experiencia científica, tiene una incidencia radical que está haciendo cambiar las bases del pensamiento humano, en que se entiende que el mundo no se conoce mejor porque sabemos más; el hombre no es mejor ni más feliz porque puede disponer de mas conocimiento o más tecnología. El hombre no solo necesita respuestas de los fenómenos de la Naturaleza, sino que necesita también aquellas que den solución a sus vacíos existenciales, a su intrínseca condición emocional. Contra el totalitarismo de una epistemología cartesiana, prefiere buscar su verdad – personal y limitada, tal vez -, pero, con un significado más pleno para su existencia. Es lo que el punto de vista heideggeriano plantea, cuando dice que no se trata solo de conocer lo que nos rodea, sino a nosotros mismos.

Por eso, el regreso de la filosofía, como ayer lo fuera en el Renacimiento, es la posibilidad de avanzar hacia un pensamiento más armónico, donde confluyan nuevamente la ciencia, la filosofía, y los contenidos simbólicos o teológicos que el hombre prefiera libremente validar en su existir. Este cambio es lo que da sentido a una refilosofía.

VOLVER A LA FILOSOFIA

Hablar de refilosofía no es pretender establecer una nueva filosofía, una nueva forma de particularizar el amor al saber o establecer una nueva escuela. No es establecer nuevas categorías o reformular contenidos de escuelas o visiones específicas del pensamiento filosófico. Es un movimiento, una acción, una actitud, una conducta, una voluntad, un estado espiritual, en fin, que busca el retorno de la filosofía al dominio público, rescatándolo de los barrotes carcelarios de las academias y del influjo avasallante de los académicos. Es un esfuerzo por hacer de la filosofía un quehacer común de las personas.

Refilosofía es volver a filosofar, es el retorno a la exploración metafísica, epistemológica, ética y estética, en la dignificación del acto de pensar sobre la existencia, sobre la vida, sobre la naturaleza, sin la camisa de fuerza del esquemismo empirista. Es volver a ponernos en la búsqueda del esclarecimiento, es un esfuerzo para regresar a las raíces cognitivas del hombre, superando el integrismo de las creencias - de la fe religiosa, de la fe racional, de la fe científica -.

No se trata de hacer una revisión de la filosofía o una nueva mecánica del estudio filosófico. Se trata de sepultar los recursos de la vieja mecánica filosófica de los especialistas, que han transformado a la filosofía en un viejo árbol de incuantificables ramas, un follaje que se vuelve ininteligible para quien, profanamente, trata de comprenderlo. Un viejo árbol que no da frutos, porque toda su sabia se desperdicia en tratar de irrigar todos los confines de su extenso follaje. Por el contrario, se trata de poner un árbol nuevo, una varilla vigorosa y vital, que tenga el ímpetu necesario para echar raíces profundas, capaz de retoñar en frutos sanos y vigorosos.

Cobra, entonces, especial valor, la noción socrática que apostaba por una filosofía que provocara en el hombre el pensar por si mismo, mas que enseñarle aquello que no supiera, es decir, un amor por la sabiduría que se vincula a la relación del hombre con los demás hombres, en sus vicisitudes frente a la Naturaleza, en vez de un amor por una sabiduría basada en la acumulación de conocimiento.

Proponer una refilosofía es romper con toda adscripción reduccionista y escuelista. La filosofía no se puede disgregar en una incuantificable cantidad de escuelas o particularizaciones, que solo persigue una disectomía estéril. La filosofía, atrapada entre las paredes y los anaqueles de las atalayas de los eruditos, se ha vuelto anquilosada, ajena e insondable para el hombre común. Los académicos y eruditos se han encargado de envejecer los conceptos filosóficos, de clasificarlos, desmenuzarlos, tipificarlos, categorizarlos. Cada erudito se hace especialista en una rama, cada cual reservándose el pedacito mas a su gusto, así, en forma infinita, pero, muy distante del destinatario del objetivo filosófico. De tal modo que la desacademización, la deserudización, es una condición inevitable, necesaria, para poder volver a filosofar.

En ese contexto, se trata de romper, por ejemplo, con la condenación analítica, que redujo a la filosofía al simple análisis lingüístico, o romper con el concepto positivista del supuesto error de la metafísica tradicional, al querer elaborar relaciones comprensibles de la realidad, lo que debería ser supuestamente corregido con la exclusiva aclaración de los significados. De igual modo, se trata de romper con el pragmatismo de la tradición empírica, que valida el conocimiento solo en la experiencia, o con el entendido hegeliano de que todo lo real es racional, y que todo lo racional es real.

Otra ruptura que debe producirse es con el historicismo, sobre el fundamento de que la Historia de la Filosofía es sólo información cultural, referencial, nutriente en algún sentido, pero, en todo caso atada a las definiciones del pasado, a las visiones del ayer. La filosofía, para que sea tal, para que tenga un valor para el hombre de hoy, debe ser contemporizadora, des-historiográfica. La refilosofía debe ser capaz de hacer pensar la realidad a la luz de la vivencia diaria, no mirando al pasado, aún cuando aquello pueda ser una referencia. Debemos analizar el mundo presente, no desde la óptica socrática, cartesiana o kantiana, aún cuando se deba indagar, frente a algunas interrogantes, en torno al pensamiento filosófico en sus fuentes originales, no a través de los interpretes o tratadistas.

El mundo cambia constantemente, y la filosofía tiene que tener la ductilidad, la plasticidad necesaria, para dar cuenta de la transformación de la realidad del hombre, en el momento en que se produce. La re-filosofía implica que la filosofía siempre debe estar sometida o se autosometerá a la revisión, a la duda, al re-pensar sus afirmaciones más absolutas, en el entendido que, quien hace escuela respecto de una filosofía, solo hace ideología.

Paralelamente, hay un proceso de integración, que tiene que ver con aquella condición contemporizadora, en la capacidad de asumir las nuevas aportaciones realizadas al pensamiento humano, desde distintas nociones. En ese proceso integrativo, recoge la vitalizante aportación del pensamiento complejo, que reconoce el carácter entrópico, es decir, desordenado, del universo físico, en reemplazo de aquella visión absoluta y perfecta de un orden mecánico y matemático regido por leyes. Es la ruptura de la legitimación del Universo mediante la lógica humana, y la legitimación de la misión humana en él, pues, uno, efectivamente, no da un sentido al otro.

Asimismo, la refilosofía recoge como aportación la crítica a la modernidad desde el punto de vista del postmodernismo filosófico y las proposiciones postracionalistas, que incluye las críticas a los grandes megarrelatos ideológicos, la crítica ecológica y la crítica al progresismo; en síntesis a los excesos antropicistas. Recoge también una revalorización y reposición del contenido antropocéntrico, en que se recompone la relación objeto-sujeto, donde ya no es posible concebir al hombre como una objeto mas del conocimiento, sino en una comprensión profunda de su condición de sujeto cognocente.

Con la refilosofía ya no puede ser posible concebir una filosofía tributaria de la ciencia, pues, a consecuencia de las propias limitaciones de la ciencia, se ha producido un progresivo reconocimiento en cuanto a que ambas – ciencia y filosofía - deben interactuar para hacer posible que el hombre pueda disponer de una mejor comprensión del mundo. Esa misma superación de las exclusiones debe tener también un alcance hacia la brecha que ha existido en los últimos siglos entre el pensamiento filosófico y el pensamiento teológico. En la medida que se ha producido esa equidistancia, ha permitido el estímulo del fidelismo, del integrismo o el fundamentalismo, expresiones ideológicas que conducen hacia otras formas de reduccionismo del pensamiento.

Por último, hablar de refilosofía es comprender que la filosofía debe tener un objetivo antrópico, e incluso, mas que eso: debe ser filantrópica, pues, surge y se potencia en el amor al hombre y la Humanidad. Su exploración se basa en el bien, en lo que superlativiza las condiciones que permiten al hombre dar una respuesta que importe el bien, lo bueno, por lo cual, tiene un objetivo meliorista. No puede ser filosofía aquello que niega las posilidades humanas, que las coarta o las frustra, por lo que sigue siendo válida la referencia platoniana de que la verdad, la belleza y la justicia coinciden con la idea de bien.

De esta forma, los procesos del pensamiento, que ayer – en las postrimerías del Renacimiento - optaron por separarse, ahora, nuevamente, deben interceptarse en diferentes encrucijadas, advirtiendo que existen nudos que se pueden desatar en común, y desafíos inabordables que cada cual, en particular, está libre de enfrentar.

De allí, entonces, que la refilosofía sea una forma de regreso, en términos de que su significación se encuentra realmente en la búsqueda de un conocimiento por sí mismo, en la búsqueda de una sabiduría que el hombre necesita para enfrentar su apuesta de vida, para construir sus actitudes, sus valores, y sus relaciones con quienes le rodean, con el ambiente en que se desarrolla, en fin, con el complejo proceso de la Vida.

HUMANISMO Y NEOHUMANISMO.

La filosofía ha sido, es y será, un área del pensamiento asentada profundamente en el hombre. Por esencia, se vincula a una concepción humanista, y su reposicionamiento será consecuencialmente renovadora de un bien entendido humanismo, pues, al usar este vocablo, lógicamente, se requiere una aclaración de primer orden.

El Humanismo que reconocemos en el Renacimiento, feneció con ese mismo proceso histórico. Erróneamente, hemos creído ver una continuidad en el proceso posterior de la Modernidad, lo cual, visto con rigor, no obedece al mismo proceso, pues, el Humanismo renacentista estuvo predominado ampliamente por el antropocentrismo, es decir, aquella condición en la cual el hombre era puesto al centro de la Naturaleza, en armonía con un Universo que era comprensible - dentro de los límites del conocimiento de la época - respecto del transcurso humano

En cambio, lo que predomina a partir del apogeo modernista, es el antropicismo, que pone al hombre sobre la Naturaleza, la que supone funcional al propósito humano. Ergo, siendo el hombre parte de esa Naturaleza, éste se hace también funcional al hombre. Allí radica, precisamente, la profunda crisis de la Modernidad y su fracaso para hacer posible un verdadero proyecto humanista. Allí se encuentra el derrumbe del sueño de que el hombre podía liberarse a través del conocimiento, del progreso y del desarrollo.

Si hay una esperanza o posibilidad de que la condición humana pueda hacer posible el sueño humanista, no cabe duda que ésta se encuentra en su capacidad reflexiva, en sus facultades cognitivas, en su potencialidad racionalizadora, en la comprensión de su emocionalidad, en ponerse nuevamente en compatibilidad con la Naturaleza que lo contiene.

Al proponer, la refilosofía, este volver al amor reflexivo por el saber, la búsqueda personal de la interpretación de la Vida, permite generar condiciones determinantes para dar paso a una disposición del pensamiento, que permita enfrentar el desafío mayor del nuevo milenio: la supervivencia de la especie humana.

En cierto modo, el regreso a la idea primigénica del humanismo, significa la generación de un nuevo humanismo, capaz de recoger la experiencia de la Modernidad, como una lección que permita una mejor comprensión respecto de las posibilidades y las limitaciones del hombre en la búsqueda de sí mismo y en la búsqueda de una comprensión mas profunda de la creación de Dios.

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