Concepciones
de las religiones y lo religioso.
Sebastián Jans
La idea religiosa en el hombre.
La primera interrogante que surge, al abordar este trascendente aspecto
de las civilizaciones humanas, es definir con satisfacción que entendemos por religión,
pues, como todos los conceptos constituyentes de las diversas interpretaciones
de la existencia humana, este presenta varias extensiones en su comprensión,
que generan discrepancias o puntos de vista disímiles, en la medida que tales
extensiones pueden incorporar más componentes de lo usualmente aceptado como
consustanciales al concepto, generando comprensiones que muchas veces pueden ser
distorsionantes.
En los diferentes tratados contemporáneos sobre el estudio religioso, no
siempre se puede acceder a una definición satisfactoria de religión, y se
tiende a comprender en ella a una diversidad amplia de creencias o
manifestaciones de fe, que, en ocasiones, no tienen que ver con lo que es una práctica
religiosa.
Frente a ello, en lo personal, discrepo con quienes sostienen que es
imposible encontrar un definición satisfactoria del concepto religioso.
Discrepo también con quienes tienden a considerar como religión la simple
relación esencial de un individuo con el universo o con fuerzas ocultas de
diverso origen. Respecto a lo religioso como manifestación de la relación
esencial con el universo, requiere previamente aclarar que es lo
esencial, y en ese plano no me parece que, verbigracia, el Pequeño Vínculo
o Hinayana del budismo, tenga un fundamento religioso.
Mi definición de lo religioso se aproxima más a la idea que busca
determinar el carácter de las funciones y contenidos del conjunto de credos y
ritos, que, aún en sus diferencias de relato, cumplen con el mismo propósito
en los distintos contextos culturales. Así, creo que al definir religión –
teniendo presente sus precedencias etimológicas y epistemológicas -, podemos
señalar que es una fe o creencia basada en la relación humana con la(s)
divinidad(es), que tiene un credo, un rito y un códice normativo.
La fe o creencia religiosa es la aceptación que se tiene respecto a la
divinidad y la relación que se establece con ella en los actos del creyente, de
tal modo que, todos las acciones que éste último realiza, pueden tener una
consecuencia en su relación con la divinidad.
El credo constituye la forma y el contenido que modela o determina el
acto de fe, es decir, lo que funda el relato que concibe la definición divina y
su relación con los hombres, sean estos o no conversos. En el credo se
encuentra la esencia del mito, relato que, bajo cualquier modalidad, constituirá
siempre la promesa para el creyente de vencer la materialidad, a través de una
emancipación espiritual, en tanto haya fidelidad con el código que el credo
impone.
El culto es el ritual o el conjunto de actos simbólicos que recrean el
mito, y que, como regla general, constituyen una ofrenda hacia la divinidad. En
el culto y su manifestación ritual, el creyente renueva su compromiso con la
divinidad. A través de su práctica, también, el creyente busca la comunicación
con la divinidad, y presenta manifestaciones compensatorias respecto de sus
actos que no se convienen con el códice normativo.
Por último, del credo se
desprende un código moral que el creyente debe observar, para mantener su vínculo
con la divinidad. El relato establece explícitamente las condiciones que
afectan o desafectan al creyente de la divinidad. La observancia de ese código
restablece un lazo que se ha perdido, y el no hacerlo implica, necesariamente,
la condenación. En este último aspecto, si observamos el origen etimológico
de la palabra religión, el religare
latino, ella apunta precisamente a la idea de re-ligar, de volver a ligar, de
restablecer el lazo; un vínculo que
se perdió a consecuencia de los actos primordiales humanos, y que marcan la
disidencia entre la naturaleza material de hombre y la comunión espiritual,
precipitando la caída humana desde lo perenne hacia la finitud.
La religión como cosmovisión.
Toda religión es una cosmovisión, es decir, una apreciación de la vida
y de la realidad, una concepción del hombre en relación con el universo, que,
en este caso, corresponde a un orden determinado por la divinidad. Ese orden,
esa visión cósmica, desde el punto de vista del mito fundacional del credo, se
encuentra desajustada como consecuencia de los actos humanos que contravienen el
código desde un momento primordial, y que se recrean en la cotidianidad de la
vida.
Así, el relato y la cosmovisión que lo desarrolla, tiene su origen
también, aunque desde ámbitos distintos, como en la especulación filosófica,
en las solemnes interrogantes del hombre respecto de su lugar en el universo, y
que se expresan en la trilogía fundamental de la incógnita humana: ¿qué
somos, de donde venimos, para donde vamos?
Pese a los grandes avances de la ciencia y los portentosos logros tecnológicos
de nuestro tiempo, que permiten sustanciales comprobaciones en el ámbito de la
investigación científica, tales interrogantes persisten, desde lo individual a
lo universal, y el hombre se sigue aferrando a sus creencias, sean estas
religiosas o científicas, y al explicarse el universo, sigue teniendo la
posibilidad de tomar la opción del credo o la opción escéptica.
Cuando toma la opción del credo, advierte que hay una incoherencia
manifiesta entre sus capacidades espirituales y corporales. Allí nace la
contradicción entre la trascendencia del espíritu y la finitud de la
materialidad. El hombre nace para morir, irreversiblemente. El cuerpo es un
traje que comienza a degradarse apenas alcanza su absoluto desarrollo, y si ese
desarrollo se ve interrumpido, se muere. En distintas cosmovisiones religiosas,
el cuerpo es concebido como una prisión, en el sentido socrático, de la que el
creyente busca emanciparse a través de la fidelidad con Dios, con la promesa de
la redención que el credo contiene, como culminación de un proceso de
purificación.
Esa forma de entender la superación de la finitud humana, constituye un
aspecto determinante en la configuración del mito, como relato ordenador del
contenido que se transmite a la comunidad de la fe. A través de su fe, el
creyente busca romper el determinismo de la muerte, imponiendo la aspiración de
la inmortalidad. Así, la comunidad de creyentes busca producir un cambio en el
rol del hombre en el universo, sobre la base de un salto que supera la
materialidad. Según Jung, por ejemplo, una danza tribal que se supone ayuda a
la salida del sol o que puede provocar la lluvia, permite a los miembros de la
tribu desempeñar un rol en la marcha del universo.
El creyente de nuestro tiempo admite que la comunión con una divinidad
creadora, providente y organizadora, permite a quienes observan
los preceptos de la fe, ahora y en el futuro, contar con una capacidad de
cambiar el curso de las cosas, en un universo limitado a la voluntad divina, que
actúa coherentemente con quienes son fieles al credo.
Perspectivas sobre la idea de la divinidad.
Hacer un definición sobre las distintas concepciones teológicas sobre
la divinidad, es una tarea que excede los objetivos planteados en esta
oportunidad, de allí que nuestra perspectiva apunta a reconocer cuales son las
constantes religiosas que se han expresado en la historia humana. Frente a ello,
debemos establecer, en primer lugar, que la percepción o idea de la divinidad,
tiene cuatro enfoques o perspectivas que debemos analizar como primera
cuestión. Ellas son el teísmo, el deísmo, el agnosticismo y el ateísmo.
La visión teísta, es aquella
que se sustenta en la creencia religiosa en un(as) divinidad(es), fuente y
sustento del universo, que impone(n) su providencia y presencia activa en la
vida del mundo. Esta(s) divinidad(es) requiere(n) ser objeto de culto por la
comunidad creyente, a través de una activa comunión que se instituye para
mantener el culto y la difusión del credo. De este modo, toda religión es teísmo,
sin excepciones. Por lo mismo, todo teísmo implica el desarrollo de una reflexión
activa en torno a los problemas cotidianos de la sociedad, con el propósito de
adaptar el códice moral a las situaciones cambiantes que ésta presenta, y que
requieren ser interpretados a la luz de la fe. Ello es lo que posibilita la
teología y el rol de los teólogos.
La teología es, por sobre todo, una reflexión racional sobre la
divinidad, el mundo y la existencia humana. Esa reflexión racional se hace
presente en las tradiciones cristiana, judía, islámica y en algunas de origen
oriental. Después de producido el proceso fundacional, los continuadores del
credo han debido reflexionar sobre los fenómenos propios del desarrollo social,
aplicando las ideas del credo a nuevas situaciones, examinando y criticando las
interpretaciones que se van produciendo en la comunidad de los creyentes que
ponen en riesgo al credo.
La visión deísta, es una visión
que tuvo un amplio desarrollo en Europa, relacionado con el racionalismo del
siglo XVII y XVIII, y, por lo mismo, más identificado con posiciones filosóficas
que teológicas. Los deístas reconocían valor en lo que llamaban la Religión
Natural, inherente a cada persona, a la cual era posible acceder a través del
ejercicio de la razón, negando validez a afirmaciones basadas en la revelación
o en las enseñanzas específicas de cualquier credo. De alguna manera deísmo
implica una forma de credo individual, y por lo cual, no religioso, ya que no
tiene su expresión en una comunidad de creyentes. El deísmo se ha mantenido
vitalmente en la Masonería, especialmente en aquella de influencia francesa, o
bien, aquella que busca su sustento doctrinario en la Constitución
Andersoniana. Algunos elementos de las ideas deístas, en tanto, han sido
adoptados por ciertas tendencias
religiosas modernas.
La visión agnóstica, del griego
agnostikos (no conocido), propone
la duda sobre la existencia de la divinidad, y si no propone esa duda, por lo
menos, propone la imposibilidad de constatar su existencia. Dentro del
agnosticismo se expresan algunas de las ramas del deísmo, que ven en Dios al
creador del universo y las leyes que lo rigen, pero, que no interviene en los
acontecimientos de la Naturaleza y del hombre, en tanto, ello no es posible de
comprobar o percibir. Considerado, a veces, como una forma de escepticismo genérico,
el agnosticismo es limitado en su ámbito, pues niega la fe en creencias metafísicas
y teológicas, aunque no, necesariamente, en todas las creencias.
La visión atea, del griego a (que
expresa la idea de negación) y theos (Dios),
se manifiesta contraria a la existencia posible de la divinidad, diferenciándose
con claridad del agnosticismo. Es un hecho que, muchas veces, determinadas
personas o grupos son calificados de ateos de forma impropia sólo porque
rechazan algunas creencias basadas en la trascendencia, o porque no reconocen la
existencia providencial o un credo de revelación. Sin embargo, solo puede ser
identificado como ateo, aquel individuo o grupo humano que niegan toda
posibilidad de existencia divina.
Las ideas teístas sobre la divinidad.
A través de la historia del hombre, han sido concebidos muchos credos en
las diversas realidades culturales. Estos credos, en un sentido global, podemos
agruparlos según sus características generales. De tal modo
que, a través de los tiempos, las distintas concepciones teológicas sobre la
idea de Dios, más allá de sus particularidades, se pueden agrupar en las
siguientes tendencias:
El politeísmo, concibe la
existencia de una multiplicidad de divinidades, muchas de ellas de carácter muy
local y específico, asociadas a fenómenos de la Naturaleza o a comportamientos
humanos. La visión distorsionada que impone la cultura occidental cristiana,
respecto del politeísmo, viene a ser extraordinariamente sesgada, por cuanto el
politeísmo es entendido como una manifestación herética vinculada al
animismo, al totemismo, y al culto a los muertos. Sin embargo, una visión
desprovista del sesgo de las pretensiones del monoteísmo, nos permite
comprender que el politeísmo, como tendencia religiosa, puede ser considerada
como una manifestación tolerante en la práctica de los credos, al darse una
convivencia efectiva entre distintas visiones confesionales.
Es más. No debemos extrañarnos que la libertad de culto, que tiende a
predominar en la actual cultura occidental, pueda ser considerada a futuro
culturalmente como una expresión politeísta, en la medida que haya una
aceptación efectiva entre las distintas visiones religiosas, aceptándose
mutuamente como proyectos distintos de búsqueda de Dios.
Frente a lo expuesto, politeísmo puede significar la existencia de
distintos teísmos, como puede también comprender un teísmo constituido sobre
la base de distintas divinidades. Al respecto, nuestra sociedad contemporánea
puede ser considerada culturalmente como politeísta, en virtud de la primera
referencia, así como algunas concepciones religiosas que se identifican con el
monoteísmo, pueden ser reconocidas como
politeístas, por su concepto no unitivo de la divinidad.
Relacionada con el politeísmo, el henoteísmo,
es la creencia de una deidad suprema y otras inferiores. Al respecto, debemos
tener presente que varias religiones politeístas, que se pueden analizar históricamente
tales como el hinduismo, los cultos egipcios, los cultos griegos y los del
Imperio Romano, antes de Constantino, mostraron una clara tendencia hacia cierta
forma de monoteísmo, al concebir la creencia en un Dios padre o poder divino
rector sobre deidades menores. Por cierto, en rigor, el henoteísmo tiene también
presencia en el monoteísmo cristiano, con la existencia del concepto
trinitario, o, en el caso de los católicos, con el culto a los ángeles o a los
santos, que vienen a ser manifestaciones de deidades locales o relacionadas con
necesidades humanas. El culto angélico que se está haciendo muy significativo
en nuestro tiempo, en los márgenes del ocultismo cristiano, es una expresión
cierta de henoteísmo.
El monoteísmo, es
la creencia en la existencia en un solo dios o en la unidad divina. Claramente
las religiones monoteístas de nuestro tiempo más paradigmáticas son el
islamismo y el judaísmo. Bajo ciertas condiciones también puede considerarse
monoteísta a tendencias del protestantismo, en la medida que resuelven
conceptualmente el dogma trinitario, y que se inclinan por el unitarismo.
Diferentes expresiones dogmáticas del catolicismo (marianismo, santerías,
angelismo, trinitarismo), hacen que este se exprese muchas veces en los márgenes
del monoteísmo, de un modo conceptual.
Respecto del origen de ambas visiones teístas, existen dos teorías
sobre su evolución, entre los expertos en las religiones. Una, es la llamada
“Teoría del desarrollo de las creencias religiosas”, que propone que los
pueblos primitivos desarrollaron inicialmente el culto al animismo o a las
superticiones, para derivar luego hacia las manifestaciones politeístas, hasta
depurarse en el monoteísmo. La otra, llamada “Teoría Degenerativa”,
considera que todas las creencias fueron inicialmente monoteístas, pero, que,
en algún momento, derivaron hacia la superstición, el animismo o el politeísmo.
Es posible que ambas teorías, dentro del proceso del desarrollo de las
creencias, se expresen y se validen. De hecho, siempre las creencias, en los
procesos eclécticos o sincréticos a que son sometidas por las variables
culturales, terminan incorporando matices que se encuentran en las antípodas de
su esencia.
Dentro de las creencias religiosas, se manifiestan otras dos formas de concepción divina, que son necesarias también de tener presentes. La más significativa es el panteísmo, creencia en que la divinidad engloba todas las cosas del universo, es decir, identifica la divinidad con el universo, en tanto fuerza impersonal que se confunde con todas las cosas, conteniendo todo lo existente. La divinidad es el universo, por lo cual, la observación de sus leyes implica estar en equilibrio con todo lo existente. El panteísmo se ha expresado como una reinterpretación de las visiones monoteístas, pero, también tiene su lectura en manifestaciones politeístas.
El enciclopedista y académico norteamericano William L Reese clasifica
el panteísmo en 6 tendencias: a) el hilozoista, donde
lo que se toma como divino es inmanente y considerado elemento básico del orbe,
es decir, la fuerza que motiva el movimiento y el cambio. b) el inmanente,
en que Dios es parte del mundo e inmanente en él, y su poder se extiende en su
totalidad. c) el absolutista monista,
donde Dios es absoluto e idéntico
con el mundo, los cuales no cambian. d) el
relativista monista, en que el mundo es real y cambiante y está dentro de
Dios, como si fuera su cuerpo; este último se mantiene absoluto, sin ser
afectado por el mundo. e) el ‘acósmico’,
en el que existe un Dios absoluto que sintetiza todo lo real, donde, sin
embargo, el mundo es apariencia. f) el
neoplatónico, en que Dios es absoluto, lejano del mundo y trascendente a él,
pero, donde el mundo es una emanación del Creador.
La otra variable de la concepción divina es el pananteísmo, creencia en que cada criatura es aspecto o manifestación
de Dios. En esta visión de lo divino, lo absoluto y lo relativo, lo trascendente y lo inmanente,
se aplican a Dios: causa y efecto del mundo. Se puede decir que, es una especie
de panteísmo, pero, con la diferencia que, en este caso, el hombre goza de la
suficiente libertad para participar junto al creador en la formación del mundo,
es decir, no está en discusión lo absoluto del mundo como consecuencia del
determinismo divino.
Las religiones y su importancia
civilizacional.
Las religiones tienen un carácter fundacional en el proceso cultural y
civilizacional del hombre. De una u otra forma, por su naturaleza cosmovisional,
constituyen modelos culturales que son aplicables a distintas escalas de la
organización social. Esto genera una permanente inter-relación con lo temporal
o secular, en tanto la fe busca su difusión y una influencia en lo cotidiano de
las personas. De la misma forma, las convicciones religiosas, por su influencia
en la normatividad social, buscan mecanismos de poder para ampliar su alcance o
su efectividad. Por esta situación, no es ajeno el hecho que el Estado y la
religión hayan sido o sean uno solo en muchos pueblos o sociedades.
De esta forma, en las distintas escalas de la organización humana y a
través de las estructuras de poder que esta genera, se han expresado
manifestaciones del hecho religioso de un modo específico a la dimensión de
tal organización. De ellas las más relevantes son las siguientes, de acuerdo a
su emergencia histórica:
La religión tribal.
Es aquella que se expresa en los orígenes de la civilización humana,
vinculada a las primeras asociaciones gregarias, en torno a la caza,
inicialmente, y luego, en torno al pastoreo, hasta los primeros asentamientos
vinculados a las sociedades agrarias. Predominan en esas manifestaciones
religiosas el animismo y ciertas ideas divinas relativas a los procesos
solsticiales. El chamanismo viene a ser el medio articulador y transmisor de la
fe.
La religión regente.
Corresponde a la religión que es asumida oficialmente por el Estado o el
gobierno, más allá de las formas como se
expresan las estructuras de poder político (monarquía, república, imperio,
etc.). Esta modalidad institucional oficial, tiene su ejemplificación en el
judaísmo, en el Reino de Salomón, bajo la influencia mosaica, como también en
el Imperio Romano, a partir de Constantino, y luego, con el islamismo difundido
por los Califas omeyas.
La religión oficial del Estado tiene aún fuerte
presencia en muchos países –v.gr. en Grecia, durante gran parte del siglo XX,
o en Irán, con el régimen de los ayatollahs -, y, de alguna forma, debe
reconocerse el intento de la Iglesia Católica de reeditarla en Europa, en la
discusión en torno a la Constitución europea.
La religión civilizacional.
Se manifiesta con la emergencia de las religiones universales, dirigidas
a una comunidad de creyentes extraterritorial, proyectada a todos los hombres,
las que establecen sus códices dentro de marcos civilizacionales, es decir,
dando paso a una concepción cultural que abarca una dimensión de desarrollo
humano trascendente en el tiempo. Esto es una modalidad que podemos constatarla
en Occidente, con el cristianismo; en el Oriente Medio, con el islamismo; y en
oriente, con el Mahayana budista.
La religión nacional.
Es una de las manifestación vinculada a la religión regente u oficial,
pero, que, en este caso, está relacionada con el carácter fundacional de una
nación. En este caso, la religión es lo que hace a un Estado, y éste adquiere
una condición confesional. Desde luego, se manifiesta con los procesos modernos
de constitución nacional, donde los elementos de ligazón pasan a ser antes que
nada jurídicos y determinados por la soberanía territorial-constitucional. Las
religiones nacionales predominaron en los procesos de emancipación de la América
Española, a inicios del siglo XIX. El caso de la Iglesia Ortodoxa en
Grecia, es un ejemplo concreto, en la primera parte del siglo XX.
La religión corporativa.
Sus orígenes se encuentran en los collegias
fabrorum, que rendían culto a una deidad del panteón romano, y en los
patronatos entregados por los gremios medioevales a determinados santos del
catolicismo. Hoy en tanto, se manifiestan en concepciones religiosas hegemónicas
en instituciones del Estado o privadas, como suele ocurrir con ciertas empresas.
Este es un fenómeno nuevo, como consecuencia de las nuevas lecturas de lo
religioso, que devienen de la irrupción de un integrismo religioso con
expresiones sectarias. Esto tiende hacerse más intensivo, en la medida que se
hagan presentes manifestaciones sesgadas en el contexto de las religiones de
mayor difusión. Ejemplos significativos lo constituyen en Chile, la Armada, en
tanto institución del Estado, y en el ámbito de las empresas privadas, la
propietaria de la cadena de supermercados Líder.
Lo religioso y lo social.
Lo religioso históricamente en un hecho social, antes que individual. Aún
cuando la tendencia post-moderna presente los actos de fe como manifestaciones más
personales, toda expresión religiosa se nutre del teísmo. Religión es fe
comunitaria, aún en su variable personalísima, que determinadas confesiones
contemplan. No hay religión sin transmisión al cuerpo social en que se
desarrolla, no hay religión sin un acto de comunión en la fe, no hay religión
sin una proyección del códice que sentencia su dogma.
Las religiones más trascendentes han tenido escrituras o escritos
sagrados, que corresponden a obras de los propios fundadores o de los primeros
discípulos. La Torá, atribuida durante mucho tiempo a Moisés; el Nuevo
Testamento, debido en su mayor parte a los discípulos de Jesús; el Corán, que
se atribuye a Mahoma, y las voluminosas escrituras del hinduismo y el budismo
constituyen todos ejemplos de la transmisión de las revelaciones originales a
través de los códices, que poseen categorías diferentes según las diversas
tradiciones.
Entre cristianos, judíos y musulmanes se otorga a las escrituras
una autoridad - a veces como palabra real de Dios - que no tienen los libros del
hinduismo o del budismo. De tal modo, las escrituras
constituyen una fuente importante no solo para la teología, sino que adquiere
condición de código ordenador de la moral y de las conductas sociales.
Por ello, las grandes civilizaciones de la historia humana han sido
fundadas, predominantemente, por concepciones religiosas. Es de fácil
constatación el carácter fundacional que las religiones han tenido en los
agrupamientos humanos. Naciones e imperios se han constituido, teniendo como
factor aglutinante a determinado credo. Bajo el nombre de la fe se han
conquistado territorios y pueblos, y bajo el sello de la misma se han producido
las grandes gestas liberadoras de la Humanidad. Diversos pensadores han
reflexionado sobre el impacto de lo religioso en lo constituyente de lo social,
entre los cuales, se puede mencionar, entre los más recientes al francés Alain
Touraine.
En atención a su impacto social, y su influencia en procesos
constituyentes de lo social, con hemos visto en el capítulo anterior, bajo
determinadas circunstancias las religiones son estructuras de dominación, y en
otras circunstancias son estructuras de liberación. El proceso de conquista y
colonización de América Latina, tiene que ver mucho con la primera variable.
Los sucesos vividos en Filipinas, que permiten la caída de la dictadura de
Ferdinand Marcos, o en Polonia, que permiten el fin del régimen pro-soviético,
son ejemplos de la segunda variable.
En virtud de ello, el sentimiento religioso ha posibilitado corregir
muchos de los errores humanos, como también engendrar muchos de los grandes
dolores de la Humanidad, a través de los tiempos.
Del acto religioso al hecho religioso.
El acto religioso en un evento
natural de la colectividad creyente, en el contexto de la comunión en torno a
la fe. Ello se expresa en la celebración pública o privada del sentimiento o
disposición de la fe, a través de manifestaciones rituales, de actitudes que
transmiten la adoración y la fidelidad con el credo. Cuando las personas
practican la caridad pública, en el contexto de la tangibilidad de su fe, están
realizando una acción que constituye un acto religioso por antonomasia.
El hecho religioso en un evento
que tiene un impacto en la sociedad más allá de la comunidad de creyentes. Los hechos religiosos
tienen que ver con la capacidad del poder necesario para lograr los objetivos
religiosos de un modo trascendente en la colectividad social. De allí se
desprende la proyección temporal o secular que un dogma religioso requiere para
imponerse y consolidarse como una opción asumida por el conjunto social. De allí
se desprende uno de los aspectos más contradictorios de
toda propuesta confesional, ya que convocando a sus creyentes a la
superación espiritual ante la divinidad, busca los mecanismos de poder
necesarios para anclarse en la cotidianidad del medio social.
En ese contexto secular o temporal, lo religioso, más allá de la
particularidad de cada credo, tenderá siempre a hechos religiosos modelados de
acuerdo a las siguientes conductas o tendencias:
Confesionalismo.
Corresponde a la tendencia de las religiones a buscar que su confesión
predomine en la organización social, y a través de ella proyecta su predominio
sobre toda la sociedad.
Teocratismo.
Es una conducta en la cual las religiones buscan entronizarse en las
instituciones políticas del Estado, para imponer su credo a la sociedad desde
el poder político.
Clericalismo.
Se manifiesta cuando las sociedades experimentan condiciones de
relatividad respecto a las estructuras religiosas, ante lo cual las jerarquías
religiosas tienden hacia una conducta que busca la influencia y participación
del clero en las instituciones del Estado, como medio de corrección de las
deficiencias confesionales en el desenvolvimiento social
Integrismo.
Esta es una conducta que muestra su opción por la intangibilidad de las
tradiciones en la doctrina del credo. El apego a la letra fundacional, presenta
un rechazo absoluto a la secularización y a las revisiones del credo como
producto del devenir de las sociedades. La inflexibilidad es la regla común de
esta forma de entender el credo en relación a la sociedad.
Fundamentalismo.
Constituye una conducta de intransigencia frente a las actitudes que
relativizan la relación del credo con lo social. El credo, desde esta conducta
confesional, debe copar todos los acontecimientos y organizaciones sociales y
personales. Generalmente, en el mundo occidental, tiende a conferirse esta
conducta solo a los movimientos religiosos no cristianos, sin embargo, este
hecho religioso tiene una larga historia en el cristianismo católico, y se
manifiesta también en ciertas expresiones del protestantismo contemporáneo.
La religión en la post-modernidad.
Sabemos que la modernidad,
impulsada por el Renacimiento y afianzada con la Ilustración, en la
mega-cultura occidental, implicó un fuerte viraje hacia la confianza en las
capacidades humanas, distanciándose del determinismo confesional impuesto en la
Edad Media. De la visión teocéntrica que predominara en el Medioevo, se pasó
a una visión antropocéntrica, que deformó hacia el antropicismo. El
Humanismo, en sus distintas lecturas, alejó el centro de la observancia de los
fenómenos del determinismo teológico, en dirección a la libertad de acción
del hombre frente a la Naturaleza.
Ello posibilitó la concepción laicista, las libertades individuales y
la responsabilidad del hombre frente al hombre. Nace la idea de que el acto
religioso es, antes que todo, un acto privado y privativo de los que adhieren a
un credo.
En consecuencia, el poder articulador de lo religioso en lo social,
pierde su hegemonía, y la adhesión a un credo pasa a ser un ejercicio de las
libertades individuales, las que, además, protegen el derecho a la diversidad
de credos. Lo fundante de lo social deja de ser lo religioso, y se imponen las
ideas de patriotismo, nacionalidad y asociatividad. La fe deja de ser el lazo
que une a los agrupamientos humanos, en torno a un territorio, para ser
sustituido por el Estado, la Constitución y la relación filiación-territorio-ley,
que denominamos “nacionalidad”. Pronto se producirá en muchos países la
separación de la iglesia oficial del Estado, y el derecho religioso se extiende
a todos los ciudadanos.
No fue un proceso integral y generalizado, sino que, como todos los
procesos civilizacionales, fue episódico, irregular, ocasional, discontinuo.
Ello se dio primero en el mundo occidental, para avanzar hacia el oriente, de un
modo paulatino. Así, se instituyó el derecho a la fe y a las prácticas
religiosas, en la medida que estas no alterasen la ley y no fuesen factores de
desestabilización institucional o social.
A partir del post-modernismo,
sin embargo, se presentan situaciones contradictorias, al manifestarse dos
vectores marcadamente contrapuestos. Por un lado, se produce una revitalización
de la intensidad del hecho religioso y de las visiones teocráticas. Mientras,
por otro lado, el individualismo predominante deteriora el hecho religioso como
proceso colectivo o social.
La vinculación con la fe se vuelve segmentaria, a la par que se hace más
dogmática, al desaparecer las influencias eclécticas que una comunión más
amplia impone. De este modo, la pequeña comunión desata la proliferación de
cultos, pues, siendo el hecho religioso algo más personal, ello favorece las
conductas y los agrupamientos sectarios. De alguna manera debemos reconocer un
proceso desordenado de deificación, que afirma la idea de que la verdadera
experiencia de lo divino es absolutamente personal e individual.
Sin embargo, esto es propio de sociedades donde las libertades
individuales han alcanzado un significativo ejercicio. En la medida que hay
sociedades donde las condiciones de libertad individual se encuentran más
limitadas, y donde predominan condiciones de la era pre-industrial, el carácter
fundante de lo religioso sigue siendo un factor catalizador. Esto se relaciona
con los rasgos civilizacionales dicotómicos que tiene que ver con los dispares
desarrollos de la Humanidad, pues, el desarrollo económico y tecnológico
supone un rasgo de diferenciación dramático entre una parte de la Humanidad y
otra, lo que presenta constantes culturales y civilizacionales distintas, que en
muchos momentos parecen entrar en contradicción.
De tal modo que, las ideas religiosas, en última instancia siempre tendrán
una relación y un desarrollo, consonante con el desarrollo civilizacional del
Hombre, con su cultura y su tiempo.