EL LAICISMO: UNA MIRADA DE LOS JÓVENES FRENTE A LA DIVERSIDAD.

Sebastián Jans

Conferencia dictada en el Colegio Etchegoyen

y organizada por el Centro Cultural "Seamos Más"

Talcahuano, 23 de agosto de 2008.

 

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Uno de los desafíos que tiene todo hombre, que como yo ha pasado la curva del medio siglo, y que le parece ya lejana la oportunidad en que miraba esa curva como un acontecimiento lejano, es preguntarse, cuando se tiene que venir a expresar un conjunto de ideas, ¿que es ser joven en el mundo de hoy?

La pregunta es importante y es determinante: hoy como ayer, y sin duda lo será en el futuro. Porque si algo caracteriza a un joven, es que es un proyecto humano que comienza a cuajarse en la necesaria autoafirmación personal, en el reconocerse como una persona, como una conciencia, como una voluntad propia. Es el paso del niño hacia el adulto, y cuando la dependencia psicológica, torna en la necesidad de la independencia, en la aspiración validacional del que desea ser y hacer, condición sustancial de todo individuo humano, para poder adquirir la condición de tal.Y preguntarse que es ser joven en el mundo de hoy tiene muchas variables. La primera es de la autorreferencia, donde todos hemos sido jóvenes alguna vez, y donde también tuvimos que autovalidarnos, entrar a construir nuestras propias ideas, nuestras propias referencias sobre las cuales sostener nuestra autodeterminación, tomar el camino del ser yo.  Y en esa autorreferencia, es cuando empezamos a hablar como personas adultas, o como personas que empiezan a envejecer, porque cada cual guarda en su memoria la apasionante vivencia de haber sido joven, de haber vivido ese momento en que todo se podía construir, de haber soñado las audacias más extraordinarias, porque el mundo que nos tocó vivir tenía demasiados defectos y demasiadas injusticias, barreras que siempre el joven quiere derribar de una plumada, y que la vida termina enseñando que todo se puede cambiar, pero, antes que todo, haciendo cambiar a las personas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Entonces, ante el desafío que tengo hoy con Uds. de hablarles del laicismo, recurro a la autorreferencia como punto de partida, y me pregunto que significaba ser joven cuando yo lo fui. Viví siendo joven una época que considero excepcional, y tremendamente motivante para cualquier joven, para cualquier rebelde con o sin causa.

De mis días de niño, había sabido de las luchas de independencia de los países del naciente Tercer Mundo, de las llamadas luchas de liberación nacional, de los acontecimientos de París en manos de los estudiantes, hace justamente 40 años; de algo tremendamente inevitable desde el punto de vista de la cotidianidad como lo fue la Revolución Cubana y la emergencia de la rebeldía juvenil en América Latina; todos esos eventos vinieron a ser mi preámbulo del momento en que advine a esa condición especial de la juventud. Pero, también, fueron los años de la carrera espacial, desafío tecnológico y mediático, que apasionaba con su día a día, la aparición de los trasplantes de órganos, los primeros antecedentes masivos de la cibernética, y la revolución de las flores, donde la libertad sexual surgía como un antecedente irruptivo, de la mano de la masificación de la píldora anticonceptiva. Fueron los años en que muchos sueños se derrumbaron, y terminaron en dolores y desagarradas pérdidas, de las cuales muchos no pudieron recuperarse.

No es un cuadro completo de mi momento juvenil, pero que traigo a colación para demostrar con no poco entusiasmo cuando yo viví ese momento histórico de la Humanidad y de mi vida, que para Uds. sin duda tiene un alcance arcaico, pero que quiero proponerles como un punto de partida, para que Uds. miren con amplitud la circunstancia de ser jóvenes en el tiempo que les toca vivir, y se pregunten que si este señor viene a hablarnos de su patética mocedad, que puedo decir yo de mi tiempo, de mi circunstancia, de mi apuesta de vida, de mi percepción del mundo, del tiempo histórico que me toca vivir. Y por cierto, esto del “tiempo histórico” no tiene porque referirse a cosas que devienen de lo más trascendente, no tiene porque ser una mirada con el peso del mundo en que estamos, sino también tiene que ver con la pequeña historia de cada día, de lo que soy, de lo que he hecho con mis limitaciones, y de lo que he soñado por hacer.

Entonces, pensemos el tiempo que vivimos, que como jóvenes les toca vivir, y veamos cuales serán los privilegios que reivindicarán en vuestros años de la madurez, por haber vivido como jóvenes el tiempo de hoy. Tal vez surjan los detalles de las injusticias que han percibido, porque todo joven asimila con intensidad cuando lo justo es atropellado; tal vez recuerden aquella maravillosa explosión de rebeldía que fue la “revolución de los pingüinos”, que rompió todos los esquemas de un proceso político nacional donde todo parecía previsible; algunos tal vez algo recuerden que en sus día de niños, cinco mil chilenos se desnudaron alegremente en un parque de Santiago.

No serán pocos los que recordarán el sorprendente encuentro ilimitado de sociabilidad virtual del Facebook; los temores del hambre a escala planetaria, especialmente entre los más pobres, porque los alimentos dejaron de ser tales, para convertirse en materia prima de combustibles; la angustia energética, la encrucijada del cambio climático, producto de las emisiones de gases nocivos para la estabilidad ambiental planetaria, y otros recordarán cuestiones como las pachotadas de George Busch; la singularidad de Hugo Chávez; y el momento en que una píldora se convirtió en una tema nacional, cuando debía ser un tema personal; recordaremos los embelesos del Chat, la mirada al mundo a través de You Tube, la promesa del I-Phone, cuando estaba pronto a invadir los mercados. No pocos recordarán haber recorrido medio planeta para encontrarse con el Papa, y una buena parte tal vez sonreirá recordando carreras de auto ilegales, o el tiempo en que pudo tener sexo por primera vez.

La invitación es entonces a pensar en cuales podrían ser las señales que queden en vuestra memoria, como las afirmaciones de vuestra condición juvenil, y que determinarán en definitiva el resto de sus vidas. ¿Cuál es el mundo en que vivimos, y cual es el rol de cada cual, en tanto joven, en tanto individualidad, en tanto proyecto de vida que deberá consumarse en las décadas venideras, en tanto persona que desea realizarse en algo que como tal empieza a diseñarse, a esbozarse en la conciencia de cada cual?

Ser joven es una oportunidad que se perderá. Luego, pronto, unos antes que otros, pero, que inevitablemente, por ley biológica, tiene un final más pronto del siempre esperado. Y como oportunidad debemos asumirla. Dicen que las mentes más jóvenes tienen mayores habilidades que las mentes más adultas, para los procesos de percepción, y por lo cual, aprenden y aprehenden más rápido. Yo creo que si. Lo ha demostrado la inserción del joven en las disponibilidades del mundo rediático y digital. Las lógicas de los procesos vertiginosos son más fáciles de captar por una mente joven, ansiosa, que por una mente adulta, más apegadas a la experiencia. Por ello las grandes corporaciones que diseñan las ofertas que serán ofrecidas en los mercados, recurren a ejecutivos jóvenes o a diseñadores e innovadores que pueden ver con más celeridad los objetivos y las alternativas.

Entonces, lo que quiero en esta jornada proponerles como elementos de reflexión, es abrir su mente para tratar de entender nuestro mundo de hoy, más allá de las representaciones que nos entregan los medios o la cultura global y mercantilizada, que trata de determinarnos. Mi invitación  es a tratar de abrirse a una reflexión, con vuestra capacidad de abarcar y sintetizar, con vuestra lógica juvenil, y a soñar, como todo joven puede hacerlo, sobre cual sería el tipo de sociedad, el tipo de realidad, el tipo de cultura, que les gustaría hacer posible.

De manera importante, esta es una invitación a soñar el ethos que quisiéramos posible, donde se alberguen nuestros ideales de justicia, nuestras aspiraciones más puras, nuestras esperanzas, nuestros amores, pero, también donde tengan cabida nuestras flaquezas, nuestras dudas, nuestras debilidades, nuestros fracasos, porque después de todo, la vida regala distintas experiencias.

Y el ethos tiene que ver, como lo creían los griegos, con la morada de todos. Tiene que ver con la firmeza del piso sobre el cual nos desplazamos socialmente, con el talante con el cual nos relacionamos en un mundo diverso, en una sociedad donde todos tienen derechos, pero también deberes, con un ambiente en el cual las personas pueden construirse y ser como tales. El ethos, es la consecuencia de cómo asumimos nuestra condición de seres sociales o gregarios, de individuos animales que han dejado la primordial manada, para asociarse por convicciones y por una reflexividad que es un privilegio o un don, que nos separó del resto del reino animal, aunque sea un tantito, y que nos impone la responsabilidad de dejar un mundo mejor a aquellos que nos sobrevivirán: un mundo más vivible, una sociedad más humanitaria.              

Para ello es fundamental asumir la reflexividad, asumir que debemos darnos un tiempo para pensar nuestro tiempo, para pensar las representaciones que recibimos de él. La cultura de un tiempo, de una generación, de una sociedad, es un conjunto dialéctico de representaciones. Todos, más allá de nuestras diferencias, tratamos de ofrecer una representación de la realidad en la cual estamos inmersos. Las corporaciones que buscan regir los mercados, nos ofrecen una representación de la realidad. Las comunidades de fieles no ofrecen la propia. Los promotores del ateismo nos ofrecen otras. Las dudas del agnóstico tienen las suyas. Los partidos políticos y los grupos de intereses, tratan de convencernos de aquellas representaciones que han modelado. Lo propio hacen las organizaciones más diversas que se expresan en el quehacer humano. Lo hacen los estetas y los que promueven grupos de interés. Y lo hacemos quienes proponemos el laicismo como forma de organizar una sociedad en que las convicciones son muy distintas entre unos y otros.

Y esta jornada apunta a ese propósito: a llamarlos a la reflexividad en torno cual representación de la realidad nos parece más conducente para la construcción de un ethos que nos asuma a todos, en nuestras más sutiles y más acendradas diversidades, para hacer posible ese sueño de un mundo mejor,  de una sociedad mejor, de una cultura mejor, de una civilización mejor. O tal vez, con menos pretensión: un ethos que nos posibilite una comunidad mejor,  un grupo de amigos mejor, una ciudad mejor. Porque, al fin y al cabo, el ethos es un constructo de la ciudad política, es decir, de la ciudad que nos acoge en la cotidianidad de cada día, y en donde todos tenemos la morada que nos cobija con sus virtudes y defectos. Y ese ethos que colectivamente construimos – con los míos, con estos, con los  tuyos, con aquellos – en un ambiente que acoge la diversidad de la ciudad, es el que buscamos proyectar a una región, a un país.

¿En que se sustenta esa nueva morada de ciudad? ¿Cuáles son los principios, cuales son los valores, sobre las cuales debemos construirla? Frente a ese desafío proponemos como norma de conducta el laicismo, y claramente insisto en la idea del laicismo como una norma de conducta, como una actitud, porque si hay algo que debo insistir es que eso es el laicismo, a pesar de que el sufijo ismo que acompaña al concepto laico, podría llevarnos a un lamentable error. Muchas veces llegamos a creer que este sufijo sirve solo sirve para formar sustantivos que representan categorías ideológicas, pero, también tiene la importante particularidad de formar adjetivos, en tanto señala actitudes, y así como hablamos de dogmatismo, que es una actitud, proponemos frente a ella el laicismo.

Porque, si algo tenemos que tener claro, es que no podemos construir la represtación del laicismo como una categoría ideológica, porque ello nos llevaría a asumir también, inevitablemente, una postura dogmática. Entonces, lo que tenemos que internalizar intelectualmente, como primera cuestión necesaria y fundamental, es que el laicismo es una actitud, es una conducta, es una forma de vida, una manera de enfrentar la complejidad de las opciones de fe que las personas asimilan como cuestiones de identidad y diferenciación, y cuando digo cuestiones de fe, por favor, no estoy hablando solo de las religiones.

Laicismo significa una actitud abierta e incluyente frente a toda afirmación dogmática, y los dogmas no son solo religiosos, aún cuando ellos puedan ser los más determinantes. Hay otros dogmas que también buscan afirmarse en un criterio de diferenciación radical, y que pueden ser tanto o más dañinos, incluso que la diferenciación radical de la fe: hay dogmas sociales, hay dogmas de clases, hay dogmas raciales, hay dogmas políticos, hay dogmas en ciertas categorías de creencias que no son solo religiosas.

Por ejemplo, se han expresado dogmas sobre las cuestiones raciales: muchas veces habrán escuchado afirmaciones como estas: “lo que pasa es que el indio es flojo”, “la raza blanca es superior”, “los negros son todos drogadictos”; o afirmaciones de chauvinismo nacional: “el peruano es un muerto de hambre”, “el argentino es un farsante”; o expresiones de diferenciación social “quienes viven en aquella población son todos ladrones”, “esa gente no tiene nuestro nivel social”, “ aquellos son unos rotos”; en fin,  expresiones que, de tanto reiterarlas, no demoran mucho en transformarse en conductas sociales de segregación e incluso en categorías ideológicas.

Laicismo significa vivir la diversidad, y asumir la tolerancia como una actitud de vida, y actitud es una disposición de ánimo concreta, activa. Y asumir la diversidad y respetar la diversidad es una tarea de enorme envergadura. Y como no quiero asustarlos con esta última afirmación, quiero decirles que como todas los grandes proyectos, esa gran magnitud se construye con miriadas de pequeñas contribuciones, y esas pequeñas contribuciones son las que debemos de hacer cotidianamente, en el proceso nuestro, personal, de inter-relación social.

¿Cual es nuestra crítica a quienes construyen el dogma de la diferenciación, y en la referenciación excluyente de la identidad de los grupos? Yo los llamo a reflexionar en afirmaciones que he escuchado en ciertos eventos de naturaleza diversa, expresadas por líderes de determinados grupos: “si Ud. quiere ser feliz en su matrimonio, debe casarse con alguien que comparte nuestra fe”, “Dios se ha revelado en nuestra fe”, “la verdad se ha hecho carne en nuestra fe”. También los llamo a reflexionar sobre estas afirmaciones realizadas por personas que asumimos como respetables: “los chilenos somos superiores, porque hemos recibido una mayor presencia europea en nuestra formación nacional”, “el problema de Bolivia es que hay mucho indígena, a diferencia de Santa Cruz”, “los asiáticos tienen un olor muy desagradable”, “el mestizaje ha producido la pobreza”. Esto lo he escuchado en radio o televisión, o lo he leído en los diarios. Quienes lo han dicho son chilenos, no estoy planteando el tema desde una referencia lejana.

Así es como se forman los dogmas, y así se construyen los muros de la diferenciación que van construyéndose en los países, en las ciudades, en las comunidades, en los barrios. “No te juntes con aquel, que no es hermano en nuestra fe”. Y la fe puede ser muy variada, no necesariamente de naturaleza confesional. Hay fe en determinados liderazgos, hay fe en determinada idea, hay fe en torno a grupos sociales, hay fe en torno a afirmaciones raciales, y en torno a ellas se construye una idea de hermandad, una idea que adquiere condición de verdad, y de la afirmación de verdad, pasamos derechamente al dogma.

Frente a ello el laicismo plantea categóricamente que cualquier condición de hermanos no nace de una fe en particular, de una idea, por muy brillante que sea, sino que nace de nuestra condición humana. Todos somos seres humanos y todos navegamos en el Universo dentro de una misma nave, que es este planeta, y la suerte y el destino de la Humanidad toca a cada uno de los individuos que componen esta tripulación.

La apuesta del laicismo está en el hombre, en un sentido igualitario, integrador, fraternizador, que nace de una conducta cierta, efectiva, eficaz, de aceptar la diversidad, pero por sobre todo la diversidad de conciencia. Es más, no se trata solo de respetar la diversidad de conciencia y las libertades que de ella emanan, sino que se trata del aseguramiento del ejercicio de la libertad de conciencia.

Entonces, Uds. me dirán que aquellos que han expresado los ejemplos citados anteriormente, ¿acaso no tienen derecho a pensar de esa manera? Y les respondo que si, que si alguien sostiene que los miembros de un credo solo pueden casarse con los miembros de un credo, están en su derecho a creerlo y practicarlo. Pero, a lo que no tienen derecho a exigir es que una comunidad consagre a través de la ley la obligación de que las personas de una fe están obligadas a casarse solo con los de su fe. O que determinada fe se constituya en una fe obligada para los demás.  O que determinados valores de una fe tengan carácter obligatorio para quienes no la profesan.

Al venir en esta jornada a hablar con Uds. sobre la afirmación de que el laicismo es una mirada de los jóvenes de hoy, es porque hay una constatación cultural, sociológica, incluso psicológica, que, en los tiempos que vivimos, los jóvenes tienen más asimilado el concepto de laicismo que lo que ocurrió con las generaciones inmediatamente anteriores. Ello obedece a un proceso cultural, civilizacional, que viene de la mano con la globalización de las comunicaciones, con los fenómenos propios de la masificación y la ruptura de las barreras geográficas, aún cuando persistan aún las barreras de los lenguajes formales o tradicionales. Quienes hoy acceden a Internet están en condiciones de relacionarse con la diversidad del mundo, con la multiplicidad valórica que forma parte de la más amplia malla de creencias y creatividades del ingenio humano.  

Las gamas de intereses son tan variadas que escapan a la afición o al deseo de descubrir nuevas sensaciones, a través de la imagen y el sonido que viene desde los medios digitales y electrónicos. De manera importante se van construyendo comunidades virtuales de amigos o de intercambio de ideas o preferencias. De este modo, los sustratos culturales se han ido haciendo maleables al diálogo, antes que a la diferenciación. Ello no quiere decir que las comunidades cerradas también se hagan realidad en forma perniciosa. Pero, es obvio, y adquiere condición de regla, que aquellas en algún momento terminan permeándose y comienzan a decrecer hasta a un pequeño grupo duro, que termina asfixiándose en su propio caldo de cultivo.

Las referencias estéticas y éticas de la mayoría de los jóvenes, no dan ya con el sentido integrista que proponen los dogmas. Cada vez, los grupos cerrados, las conductas excluyentes, las pretensiones de hegemonía, son una realidad que los jóvenes no quieren asumir, y se niegan a aceptar las ideas absolutas. Ello tiene consecuencias en los fenómenos que reducen las vocaciones sacerdotales, la adscripción a los partidos políticos, la integración a grupos ideológicos sesgados, a grupos de militones dogmáticos. Cada día, los jóvenes se sienten más libres y actúan de modo menos estratificados. Cuando se realizaron las marchas contra el dictamen del Tribunal Constitucional que prohibía la distribución de la píldora del día después, lo que uno veía era en general jóvenes, estudiantes, muchachas y muchachos que estaban convencidos de su derecho a ejercer la libertad de conciencia.

Por ello es que tengo esa sensación, la convicción de que el sentimiento, la racionalidad, la reflexividad de los jóvenes, hoy no pasa por las pretensiones de hegemonía, ni la construcción de la afirmación dogmática, sino que pasa por un profundo respeto por la identidad y las creencias de los demás. Hay jóvenes que se afirman en el dogma, en lo absoluto de su credo, pero son los menos.

¿Dónde está el problema entonces, que impide que vivamos en una sociedad plural, donde haya un respeto efectivo por la diversidad, donde impere la libertad de conciencia? Sin dudas en la herencia del pasado, en los resabios de una sociedad autoritaria, construida sobre la base de afirmaciones excluyentes, y donde algunos, en pretensión de mayoría, han impuesto las condiciones antidemocráticas de una visión unilateral. Herencias constituidas en relación con el poder económico y el poder político, que imponen sus valores o desvalores, simplemente porque son incapaces de concebir una sociedad diversa que no puedan controlar.

Y su práctica se advierte en la cotidianidad de cada día, negándole a nuestra comunidad nacional crecer en su sentido de comunidad, porque en la medida que ella adquiera esa condición, será más diversa y menos controlable. Esa percepción les lleva a creerse los dueños de Chile, niegan la expresión de las minorías, ante el temor de que ellas se puedan transformar en mayorías. Dueños de grandes corporaciones, integrantes de contubernios políticos, jerarquías religiosas vinculadas al poder económico, jerarcas de las instituciones que se financian con el impuesto cobrados a todos los chilenos, son parte de un uso y abuso del poder, para imponer su visión e interés sectario, por sobre el sentido común y los derechos de conciencia. 

De allí que, ante la invitación que me formulara Seamos Más, para venir a exponer algunas ideas a jóvenes de esta ciudad, no tuve ninguna duda. No tengo más pretensión que exponer las ideas que he señalado, sobre las que he estado trabajando, como lo hacen muchos laicistas en el mundo, haciendo un aporte cada día, a una concepción de sociedad, de cultura, de país, de comunidad, de civilización, a una concepción de relación humana, que llamamos laicismo.  Otros como yo, seguramente con más brillantez, están difundiendo estas ideas humanistas, permanentes en el tiempo. En México, en España, en Turquía, en Irán, en Francia, en la India, en Estados Unidos, en fin, en todo lugar donde la libertad de conciencia está amenazada por poderes que, en torno a un dogma, conculcan uno de los derechos fundamentales del hombre; el derecho a discernir y decidir según su conciencia.

En esta región, Seamos Más está en esa línea de reflexión e interés: construir el ethos de una ciudad sustentada en los valores del laicismo, una ciudad en que impere la laicidad como forma de interrelación de las personas y las instituciones. Una ciudad donde todas las buenas ideas y las buenas intensiones tengan la posibilidad de ser expuestas y adscribir miembros o prosélitos, pero, donde las instituciones del poder económico y del poder político sean prescindentes de toda opción de conciencia, salvo aquellas que emanan de su propio rol social. ¿Qué significa esto? Que deben tener conciencia de que sirven a todos los habitantes de su ciudad, más allá de sus particulares creencias o convicciones.

Agradezco a Seamos Más, a través de su presidente, Hernán Saavedra, al Colegio Etchegoyen, a través de su rector, Rafael Moreno Espinoza y del presidente de su entidad sostenedora, Jorge Gálvez, por haber tenido esta oportunidad, y sugiero a los jóvenes que hoy están aquí presentes, que se sumen a este hermoso esfuerzo de recreación del tejido relacional de esta ciudad, sobre la base de los valores que promueve el laicismo, porque ello tendrá efectos positivos en nuestra comunidad nacional. Esta reunión, este encuentro de hoy, que Uds. han hecho posible, indica que, en lo que al laicismo se refiere, la Octava Región la lleva.

Muchas Gracias.

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