LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y SU ROL EN EL CAMBIO CULTURAL EN LOS ÚLTIMOS TREINTA AÑOS EN CHILE.

Sebastián Jans

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La cultura, como bien sabemos, no se transmite genéticamente, sino que ella es consecuencia de la formas como un grupo humano es y hace cotidianamente, y como transmite esas formas a quienes les siguen. Aprendemos y aprehendemos nuestra cultura porque ella es herencia y memoria, y nos traslada a un tiempo y a un lugar, a través del tiempo y a través del lugar. Ella nos hace sobrevivir como especie, como comunidad, como sociedad, nos da la continuidad social.

Desde el punto de vista de las teorías comunicacionales, la cultura sería el modo transmitido del ser, pues, en el proceso de evolución de las sociedades, los medios de comunicación son los vehículos de transmisión de la cultura. Perfectamente, entonces, podríamos preguntarnos, al abordar este trabajo, acaso son los medios los que han cambiado la cultura, o si la cultura ha cambiado los medios.

En torno a la cultura y las comunicaciones.

Superlativizando el rol de los medios que el hombre usa para comunicarse y para transmitir su cultura, Harold Adams Innis planteaba su visión de la historia humana como la historia de las tecnologías de la comunicación, dividiendo la historia en tres grandes periodos: la oral, la escrita (imprenta) y la electrónica.

En cada una de esas etapas han existido lenguajes que se usan a través de medios específicos, produciendo consecuencias en el medio social. El factor determinante del lenguaje es abordado por Manuel Castells, quien señala que no vemos la realidad tal cual es, sino como nuestros lenguajes permiten comprenderla, en tanto ellos son nuestros medios de comunicación. Esto significaría que los medios de comunicación son los lenguajes, y que los artefactos o tecnologías de cada época son solo los instrumentos que favorecen la acción comunicativa, o sea, artefactos o ingenios de mediación.  En esa mediación se producen cambios significativos, empero, cuando los instrumentos implican nuevas formas de lenguaje, lo que produce cambios estructurales en la cultura.

La cultura en una sociedad cambia cuando la mediación tecnológica de la comunicación deja de ser meramente instrumental, para convertirse en estructural, señala Martín-Barbero, pues, la tecnología remite hoy no solo a la novedad de unos aparatos, sino a nuevos modos de percepción y de lenguaje, a nuevas sensibilidades y escrituras, de tal modo que, la revolución tecnológica introduce no solo cantidades y cualidades de nuevas máquinas o artefactos, sino un nuevo modo de relación entre los procesos simbólicos que constituyen lo cultural.

Ese fenómeno es el que queremos retratar en este trabajo, cuando queremos determinar los cambios ocurridos en los últimos 30 años, en Chile, donde la mayoría de quienes estamos hoy en esta sala, somos testigos y protagonistas de uno de los cambios estructurales en la historia humana. Ello nos instala no solo en una encrucijada histórica, sino también en un periodo de transmutaciones, de inestabilidad, de crisis, dudas y contradicciones, que nos hacen más erráticos y dubitativos.

Quienes han estudiado en profundidad este tema, señalan que las comunicaciones son un campo para la creación, un elemento transversal para la cultura, que no se trata solo medios de información y difusión. La comunicación, indican, es más que solo emitir información o entretenimiento, es decir, es más que simplemente exponer o registrar. Esto significaría que puede fundar miradas, y desde el lenguaje visual, gestual, escrito y sonoro, se puede ir asumiendo el ejercicio de instalar opciones en el debate público y en las preferencias conductuales de las personas, produciendo cambios en sus costumbres y en los grupos humanos.

Todo indica que este proceso se hace más acentuado, más acelerado y más amplio, en la medida que los medios se hacen masivos, a partir de la llegada del siglo XX, lo cual también acelera los cambios en los medios.

Sin embargo, antes de seguir adelante, a fin de no confundirnos con lo recién expuesto, quiero poner en claro que, siendo de uso común referirse a los artefactos o tecnologías de la comunicación, como “medios de comunicación”, en adelante, cuando usemos este concepto, lógicamente, estaremos hablando de los “medios tecnológicos” que el usa hombre para difundir sus ideas o comunicarse.

Imagen de la realidad cultural de hace 30 años.

Por el predominio durante el siglo XIX de las relaciones feudales o latifundistas en su conformación socio-cultural, Chile llegó tarde a la era de la imprenta en las formas tecnológicas de comunicación. Estas se hacen extensivas solo en las últimas décadas del siglo XIX, por obra del liberalismo, a través de la prensa, en la medida que se fueron conformando segmentos sociales medios con acceso a la educación. Sin embargo, debe destacarse también el enorme esfuerzo realizado por el movimiento obrero chileno, que utilizó la imprenta como uno de los medios fundamentales para la difusión de sus ideas, al tiempo que, a través de mutualismo y del movimiento mancomunal, amplió el conocimiento de la lectura a los sectores proletarios.

Solo en los años 1930, se produce un gran salto cualitativo en la difusión del libro como medio de expresión de las ideas, llegando a tener un alcance masivo, especialmente por la incorporación de nuevos protagonistas sociales bajo el liderazgo mesocrático, poco antes que la radio irrumpiera con recato en los hogares de los sectores sociales más pudientes.

Es en esta época cuando se advierten las primeras manifestaciones de transculturización, producto del predominio del medio electrónico y del rol de la imagen en la transmisión de ideas, canalizado a través de la llamada prensa gráfica (con incorporación de fotografía y dibujo) y del cine. Anteriormente hubo transculturización, pero, producto de otros factores comunicacionales. Efectivamente, como históricamente ha ocurrido con los medios de comunicación, en tanto son vehículos de transmisión cultural, al tener la radio y el cine un impacto de carácter masivo, inician el agresivo proceso propio de nuestro tiempo, ya en los años 1930 y 1940, aunque enmarcado básicamente dentro del ámbito latinoamericano, y donde el idioma español tiene una preeminencia indiscutida.

Pero, centrando nuestra preocupación en lo encomendado, construir una imagen de lo que era nuestra cultura de hace 30 años, para quienes, sin la experiencia concreta, quieren entender los cambios producidos por los medios tecnológicos de comunicación, es un desafío formidable para abordarlo en pocas páginas. Sin embargo, por lo menos, haremos el esfuerzo de dejar establecidas algunas ideas.

Chile, en los años 1960 vivió un conjunto de cambios acelerados en su conformación socio-cultural, producto de las transformaciones políticas y sociales que le afectan. Los años 1960 es la década en que se derrumba el latifundio, en que el proceso de migración a las ciudades se acelera de un modo impensado, en que las relaciones de intercambio mercantil se amplían, producto de la incorporación al consumo de sectores que, durante toda la historia republicana previa, estaban marginados; se produce una vasta democratización en la educación; factores estos que tienen impactos profundos en los ámbitos de la participación.

Como nunca, el ejercicio de la ciudadanía se vivió de manera amplia y participativa. Las capacidades organizacionales de la base social, multiplicaron los espacios sociales de participación, y el espíritu comunitario se hizo predominante en las relaciones cotidianas. Las políticas de la Promoción Popular del gobierno de Eduardo Frei Montalva, así como las del Desarrollo Social, aplicadas por el gobierno de Allende, favorecieron ampliamente la organización vecinal, que vino a sumarse al sindicalismo obrero y campesino. El sentimiento nacional vivió su momento de mayor expansión histórica, involucrando a todas las clases sociales, aún con sus distintas lecturas y sus particulares intereses.

Obviamente, todo proceso de democratización, y no me refiero solo a la democratización política, hizo de la expresión cultural, de la creación y de la valoración de lo propio, un resultado singular que tuvo momentos de alta referencialidad histórica. Movimientos creativos hicieron posible ciertos hitos que aún son materia de exploración comercial o sociológica.

En los años 1960, el medio electrónico de comunicación más relevante en Chile seguía siendo la radio, que llegaba a todos los rincones del país, a toda hora, y bajo distintas modalidades. La onda larga (Amplitud Modulada) imperaba entre las modalidades de transmisión, con el auxilio de la onda corta (SW) y, en muy menor medida, de la Frecuencia Modulada (FM). La música que transmitían las radios era predominantemente en español, aún cuando irrumpían con fuerza los fenómenos del rock – primero, Elvis Presley, y luego The Beatles, y hacia fines de la década, los íconos del pop - . Sin embargo, las casas discográficas eeuropeas, para penetrar el mercado sudamericano, lo hacían con canciones traducidas al español.

Las referencias lingüísticas eran predominantemente en español. A pesar del predominio de la industria cinematográfica norteamericana, por lo menos un cuarenta por ciento del cine que se veía en Chile, era de origen diverso, y un tercio era de origen mexicano. A inicios de los años 1960, especialmente en provincias, el cine mexicano era mayoritariamente preferido, por sus coincidencias socio-culturales con nuestra realidad. El cine italiano, francés e inglés era cotidiano en las carteleras de las principales ciudades. Ello daba una perspectiva más plural respecto de las influencias exógenas.

La acreditación de la información seguía descansando en los medios escritos (el diario, la revista, el libro). Dada la fugacidad que presentaba la información oral vía radio, el público buscaba acreditarla a través del diario, y en el caso de requerir mayor profundidad, en los reportajes de las revistas, donde existían publicaciones de larga tradición.

Los medios de comunicación en Chile en los años 1970.

Hacia fines de los años 1960, la TV empezará a asentarse en los ámbitos de las comunicaciones chilenas. Esa TV, empero, es muy distinta al concepto de TV que se impone con el modelo neoliberal, a mediados de los 1970. De hecho, surge en medios de investigación universitaria, al punto que las emisoras televisivas autorizadas, son sucesivamente las creadas en las Universidades Católica de Valparaíso, la Universidad Católica de Santiago, y la Universidad de Chile, con sede en Santiago. Hacia finales del gobierno de Frei Montalva, es creada Televisión Nacional de Chile, con la perspectiva de extender la TV a todo el país, a pesar de que ya había canales provinciales de las Universidades en las principales ciudades del país, también de un modo experimental.

Los criterios que se imponen en cada uno de estos proyectos y experiencias, es que la TV deberá ser un vehículo de transmisión y expresión de la cultura chilena, y por lo tanto, debía dar cabida a las expresiones estéticas y a la creación de los cultores nacionales. En un plano secundario, se considera el entretenimiento como objetivo.

Sus horarios de transmisión son acotados, y no sobrepasan la medianoche, habiendo iniciado las transmisiones  después de mediodía. Las imágenes eran aún en blanco y negro y los televisores disponibles en el país llegaban a un bajo porcentaje de la población. Las regulaciones legales para el funcionamiento de la TV eran muy significativas.

En fin, hay muchos elementos que pueden citarse, para poner de manifiesto que la pluralidad era el factor determinante en la realidad cultural chilena de los ya míticos años 60, y donde el consumo estaba muy fuertemente arraigado en lo nacional. La propia economía proteccionista, la distancia respecto del mundo desarrollado, el protagonismo de los actores sociales con un marcado acento en lo propio del país, pueden ser algunos de los motivos que validaran esa opción.

Los inicios de los 1970 no cambiaron esa tendencia, v.gr., al culminar las elecciones presidenciales, el 04 de septiembre de 1970, es la radio la que transmite a todo el país el discurso del candidato triunfante desde el balcón de la Federación de Estudiantes de Chile. Tres años después, se produce el Golpe de Estado, y el medio de prevalece en esos acontecimientos es también la radio.

Estas consideraciones debemos tenerlas presente, para entender que el proceso de desarrollo de las tecnologías de las comunicaciones en Chile, no es paralela a los acontecimientos que se viven a escala planetaria, y que, ya sea por las distancias o por cierta condición de insularidad geográfica y cultural, nuestra sociedad marchó con gran rezago en relación con lo que ocurría en el hemisferio norte planetario. Esto resulta más sorprendente aún, cuando comparamos la actual realidad, en que somos un país que se ha incorporado con gran rapidez y flexibilidad a los avances tecnológicos de punta en materia comunicacional.

Los años 1970, empero, estarán marcados por profundos cambios culturales, donde deben considerarse tres factores que inciden en ellos: por un lado, los cambios políticos que se verifican en el primer lustro; por otro, el modelo económico neoliberal, que se impone en las relaciones económicas; y en tercer lugar, el predominio que alcanza la TV entre los demás medios de comunicación.

De la mano de la dictadura llegó una visión y un proyecto diametralmente opuesta a la de las décadas precedentes. El modelo neo-liberal que se impuso, a poco andar, creó las condiciones para una apertura absoluta de las fronteras – tanto físicas como culturales – lo que impactará profundamente en la realidad social chilena.

El modelo neoliberal hizo de la sociedad chilena una sociedad abierta en todos los sentidos. Desaparecieron las regulaciones de la economía protegida, y se produjo una inevitable penetración de lo exógeno. En consecuencia, los fenómenos propios del proceso de transnacionalización – primera fase de la globalización -, se hacen presente con intensidad.

Así, en el segundo lustro de los años 1970, se produce un cambio radical en la TV, al autorizarse las emisiones a color, eliminándose las restricciones de horario y respecto de los contenidos exigidos, salvo aquellos relativos a la censura informativa y de contenidos que violaran la censura de la dictadura. Las limitaciones impuestas por el régimen militar, que coartan y limitan la libertad de información y de expresión, constituyen un episodio que, por si mismo, da material para muchos trabajos y análisis, que, para no recargar los objetivos de esta exposición, solo los enunciamos.

En esa enunciación, no podemos dejar de mencionar, en una perspectiva general, que, hacia finales de los años 1970, el mundo intelectual y artístico hablaba de la existencia en Chile, de un “apagón cultural”, producto de la acción del régimen de Pinochet, es decir, una dramática caída de las actividades artísticas y de la libre expresión, que producía la absoluta inhibición para la creación y la producción artística, la circulación de libros y publicaciones, consecuencias todas de la acción coercitiva y represiva que aplica la dictadura, sobre las manifestaciones y los exponentes de toda creación o expresión no oficial.

La realidad a inicios del siglo XXI.

El advenimiento de la democracia, a inicios de los 1990, no produce cambios en el modelo liberal impuesto por la dictadura. Ello favorece el efecto de los cambios que se verifican a nivel mundial, y que ellos tengan un impacto inmediato en la realidad cultural del país. Las nuevas tecnologías de la comunicación, que penetran agresivamente en la última década del siglo XX, constituyen el Caballo de Troya de una nueva realidad, un arma definitiva destinada a destruir los basamentos de un mundo pasado que no volverá.

Haciendo comparación respecto de las realidades culturales de hace 30 años y las de hoy, sin duda se cita con rapidez la constatación de que ahora somos más individualistas, más consumistas, que leemos menos, que nos ausentamos cada vez más de los espacios públicos, que somos más irritables, que participamos menos, que somos más sedentarios, que contaminamos más, que consumimos más energía, en fin.

Las perspectivas de análisis pueden ser ilimitadas, de allí que, de las consecuencias del proceso de transculturización que hemos vivido en los últimos 30 años, múltiples y variadas, en esta oportunidad haremos revisión de tres de ellas, que considero estructurales, y que inciden de un modo radical en las demás: la primera, se refiere a la realidad que impone la globalización; la segunda, tiene que ver con el efecto de la pantallización; y la tercera, la relación de los medios y el poder.

a) Nuestra inserción en la globalización.

El mundo de la globalización está caracterizado por un vasto proceso de transculturización y a la pérdida y progresivo deterioro de las identidades culturales locales. Desde Innis y Mac Luhan, los teóricos de las comunicaciones vienen sosteniendo el profundo cambio a escala planetaria, que producen los medios electrónicos en la forma comunicacional, y cuando digo “forma” me refiero a las mutaciones propias en los lenguajes. Sin embargo, no son las nuevas formas de lenguaje lo que provoca las críticas sobre las consecuencias de un mundo determinado por las tecnologías de las comunicaciones, y su implicancia preeminente en el proceso de globalización.

La globalización es un proceso que se dinamiza y se acentúa con el desarrollo digital y mediático de los medios tecnológicos de comunicación. No es su única expresión, pero, no cabe dudas que, junto a la movilidad financiera, es el más dinámico y no podemos abstraernos de lo que está ocurriendo en su desarrollo a escala planetaria. Ello es una fuerte contribución a la permeabilidad cultural, así como para la influencia de quienes tienen más poder y más audacia.

Efectivamente, la globalización o mundialización tiene asociado un aspecto muy destructivo, al propiciar el anonimato de la singularidad, la uniformización de las culturas, la homogenización de las identidades, pero, presenta también la oportunidad única para los hombres de diferentes culturas para comunicarse, comprenderse y relacionarse.

Desde el punto de vista de los beneficios que ella contiene, el mundo global permite una simultaneidad, una reducción o una eliminación de muchas referencias espaciales, una democratización en ciertos planos que la era de la imprenta no fue capaz de ofrecer, una proyección de la creatividad individual, impensada en la era textual.

Aún así, no se puede ignorar aquellos aspectos que son negativos, ya que las críticas son válidas cuando se advierten hegemonías, manipulación y conculcación, pero, por sobre todo, cuando se constata que la competencia y el concurso no es entre iguales, y donde los poderosos tienen ventajas demasiado significativas respecto de los más débiles.

Si asumimos el supuesto de que la globalización es una oportunidad, debemos reconocer que, a través de Internet por ejemplo, la identidad cultural chilena se proyecta al mundo por medio de múltiples alternativas y propuestas, tanto de orden social, comercial, gubernamental, etc. Así también, la creación individual tiene un ancho espacio para proyectarse, como nunca lo permitió el medio impreso. Poesía, narrativa, lugares geográficos, costumbres, creación plástica, música, etc. pueden ofrecerse de manera casi ilimitada a través de la Web, ignorando fronteras, limitantes geográficas y políticas.

Ello era imposible para cualquier autor o creador, hace 20 o más años, donde la oportunidad de llegar al público se reducía a unos pocos y a veces infructuosos intentos. Más aun en Chile, donde el reconocimiento a un creador y sus obras ha estado siempre supeditado a las capacidades económicas o a vinculaciones con los círculos de poder o con ámbitos de influencias establecidos.

La globalización es una realidad y un hecho definitivo, en cuyo espacio y tiempo debemos insertarnos, ocupando las ventajas que permiten los medios tecnológicos de comunicación. Cuando se carece de poder, la audacia puede ser un camino para equilibrar nuestras capacidades. Siendo este expositor un crítico de los efectos económicos y las características salvajes que impone la globalización en los mercados, producto de la especulación financiera y de las tendencias excluyentes, considero que, en muchos aspectos, la globalización en el ámbito de lo cultural deja muchas puertas abiertas para la diversidad y la participación, que debemos saber aprovechar como sociedad, como personas y como proyecto-país.              

b) De los medios escritos a la pantallización.

En los últimos treinta años se ha venido imponiendo, de manera ascendente, el fenómeno de la pantallización de la realidad. Efectivamente, a través de una pantalla creemos ver el mundo, los hechos, los acontecimientos reales y virtuales. Este fenómeno se acentúa con la irrupción del PC y de Internet, y se vuelve más absoluto con la irrupción de la telefonía por microondas con conectividad web, y con los recursos rediáticos que se multiplican cotidianamente.

Esto provoca el fenómeno perceptivo, de que, si los hechos o las personas no aparecen en la pantalla, ellos parecen no existir. Todo suceso parece no cobrar realidad o trascendencia, si no ocurre en las disponibilidades que se expresan vía una pantalla. De la misma forma, en sentido inverso, eventos irreales se hacen reales, en la medida que aparecen en la pantalla.

Seguramente, todos hemos leído o escuchado que los lenguajes que imponen los medios electrónicos, rompen la temporalidad, la textualidad, y la percepción existente y predominante en la era escrita o de la imprenta, pues, en tanto las palabras escritas e impresas enfatizan las ideas, los medios electrónicos enfatizan sentimientos, apariencias, estados de ánimos, etc. Así, el efecto de una imagen, o la forma como concatenamos las imágenes, constituye un lenguaje que tiene modalidades muy distintas al lenguaje textual. Las imágenes son capaces de expresar ideas  de un modo más universal, que salvan el uso de la textualidad u oralidad.

Martín-Barbero, analizando el impacto de los medios de comunicación en nuestro tiempo, habla de un descentramiento o una mutación en los modos de circulación del saber, pues, este se sale de lo que ha sido su eje en los últimos cinco siglos: el libro. El texto electrónico no viene a reemplazar al libro, sino a descentrar la cultura occidental de su eje letrado, a relevar al libro de su centralidad ordenadora de saberes. De tal modo que, con los medios electrónicos, los saberes escapan a los lugares y tiempos legitimados socialmente, para la distribución y aprendizaje del saber, es decir, producen una deslocalización, una diseminación del conocimiento.

Los medios de comunicación tienen, valga la redundancia, atributos comunicacionales. La prensa escrita tiene el atributo de la reflexión y del análisis: si alguien quiere informarse en profundidad, compra un diario, una revista, o acaso un libro. Si alguien quiere informarse instantáneamente, recurre a la radio, por lo tanto el atributo tiene que ver con una información más veloz y  variable. Vale preguntarse entonces, ¿qué buscan las personas a recurrir a la TV o Internet? Algunos especialistas afirman que, de alguna manera, el espectador cumple el rito de la apreciación de la realidad. A mi modo de ver, la TV produce la acreditación ritual; no muestra la realidad integralmente, pero, acredita que la información existe, aún cuando pueda tratarse de un sesgo de ella, una minúscula parte del sesgo de un editor.

Es interesante tener a la vista algunas visiones, que aporta la antropología, en el estudio de la comunicación masiva. En un trabajo de Francisco Osorio, sobre la antropología de los mass media, señala que las escuelas a considerar son tres: la escuela del imperialismo cultural, la escuela hermenéutica y la escuela funcionalista. La primera sostiene que hay una poderosa influencia de la TV en las personas, donde el papel de ellas es ser un receptor pasivo. En este caso, se plantea que los cambios de hábitos de las personas y los cambios de roles en las sociedades tradicionales, obedecen al impacto inductivo de la TV. La segunda, sostiene que la TV refleja la cultura de las personas, a través de una doble hermenéutica: las personas producen cultura y la cultura define la conducta de las personas. Esto significaría que nos reconocemos mirando nuestra cara en un espejo. La tercera plantea la TV como un modo integrador de la sociedad. Si queremos entender a las personas o la cultura, tenemos que considerar a la TV.

Más allá del debate que estas visiones puedan provocar, en el intento de diagnosticar adecuadamente el efecto de la TV, es un hecho que ella plantea una parte considerable de los diálogos sociales contemporáneos, y que la pantalla no hace más que ser el vehículo de la transmisión de los intereses en la sociedad. Discutir sobre la calidad que la TV tendría que tener, debe considerar que ella hoy refleja lo que son los intereses y preferencias masivas. La calidad de los diálogos que ella refleja son los diálogos tangibles que presenta la realidad cotidiana de nuestra sociedad.

¿Corresponde solo a la TV inyectar o potenciar otros contenidos, o cabe igual o mayor responsabilidad a quienes buscan el rating como medio de cautivar el interés público para insertar los mensajes necesarios de índole publicitario o los mensajes que ayuden a despotenciar la conflictividad de los problemas cotidianos de una sociedad? La realidad muestra que, antes que saberes, los espectadores cotidianos buscan en la TV entretenimiento. Antes que ciudadanía, distracción. Los avisadores, que la sustentan, quieren un público cautivo, no un público activo. Así se construye el círculo vicioso de una TV que estará siempre determinada por lo masivo y por el merchadinsing. Si ello es bueno o malo, es un tema de opcionalidad ideológica.

Otro de los efectos concretos y significativos que se atribuyen al rol de la TV, lo constituye la pérdida o abandono del espacio social, donde las ciudades y pueblos muestran un acentuado alejamiento de las plazas, de las asociaciones, de los clubes y de los distintos espacios donde se hace la vida en sociedad, y donde la sociedad recrea sus lazos y vinculaciones.

Ello se hace más evidente en las ciudades, donde el espacio público se hace cada vez más vulnerable a los problemas urbanos, especialmente en lo referente a la seguridad pública. Es un hecho que los padres prefieren ver a sus hijos “pegados a una pantalla”, antes que sometidos a los riesgos de la delincuencia, de un conductor imprudente, o con vinculaciones de amistad con amigos potencialmente consumidores de drogas.

El debate respecto de esas visiones sigue siendo intenso, y lo será por mucho tiempo más. Frente a ello, Martín-Barbero rechaza la idea de que la TV atraiga más que los espacios sociales, sino que advierte que es la calle y los espacios sociales los que expulsan a la gente. Las culpas o las causas no están en los medios, sino en las ciudades, en la inseguridad que ellas presentan, no solo para los ricos, sino también para los pobres. Estos últimos tienen dificultades económicas para ir al cine, al fútbol, a un espectáculo, etc, por lo cual, la TV termina siendo el único mediador cultural, ya que a través de una pantalla podemos ver deportes, ver espectáculos, ver cine.

c) Los medios de comunicación y el poder económico.

En este tiempo postmoderno, la importancia de los medios de comunicación ha adquirido una condición decisiva en la sociedad humana, a tal punto que ya Innis, uno de los precursores teóricos de los medios de comunicación, hace algunas décadas sostenía que una de las formas en que se ejerce el poder social y político, es a través del control de los medios de comunicación.

Ese poder no tiene que ver solo con la influencia que éstos ejercen, sino también con la gravitación económica que alcanzan, y, a través de esa gravitación, como ejercen poder sobre la sociedad. La importancia económica queda graficada en el hecho que, actualmente, la industria de la información y el entretenimiento en EE.UU. está en el segundo lugar del PIB, siendo solo superado por la industria aeronáutica y aeroespacial.

Relativizando las preocupaciones que algunos ven en el poder de los medios de comunicación, Martín-Barbero plantea que los medios tienen el poder que les otorga la gente, agregando que los análisis hay que hacerlos entre las diversas prácticas comunicacionales y los movimiento sociales, y no centrarse en los medios mismos. Al respecto, discrepo con esa afirmación, que puede ser válida solo para una sociedad auténticamente democrática, pero, no para sociedades que tienen procesos democráticos que han tenido una transición inconclusa o truncada, ya sea por aspectos políticos o/y socio-económicos.

En España y en los países euro-comunitarios, la realidad que sirve de referencia a Martín-Brabero, hay medios absolutamente independientes, no ligados a los grupos de poder económico, donde efectivamente el ejercicio comunicacional adquiere una independencia frente a los demás componentes fácticos de una realidad cultural.

En Chile, sabemos que, si bien es una tendencia sostenida, desde los tiempos de la dictadura, recuperada la democracia en lo relativo al ejercicio institucional, se ha continuado manifestado una persistente conducta de control de los mass media por parte de unos pocos. Tal es así que se han perdido las alternativas que en algún momento se tuvo, pues, los últimos años de la dictadura fueron más prolíficos en alternativas de prensa escrita, circulando diversas publicaciones que, con el paso del tiempo ha desaparecido por la carencia de respaldo publicitario. Es lo que ocurrió con varios medios impresos, como fue el caso de Apsi, Análisis, Cauce, Fortín Mapocho, La Época, Hoy, y otras publicaciones que desaparecieron, al terminarse los aportes extranjeros que los sustentaron en la lucha por la democracia.

De allí que, el aspecto relativo a la sustentabilidad económica de los medios de comunicación, es un aspecto muy importante en cualquier análisis, porque ello hace posible no solo la información cotidiana, sino el carácter mismo de la transmisión cultural. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la forma como se hace y se ejerce la propiedad de los medios, hacen de nuestra cultura una realidad determinada por el monopolio y las conductas que de allí se desprenden: carencia de pluralismo, hegemonía, autoritarismo, exclusión, etc.

Pero, no se trata de la hegemonía sobre los medios mismos, sino que, aún peor, sobre las fuentes que hacen posible su sustentabilidad económica, es decir, en el manejo de los monopolios sobre la publicidad y los recursos destinados a ella. Datos de 1999, por ejemplo, hablan de una inversión privada en publicidad de 295 mil millones de pesos, de los cuales un 34% fue a los diarios. De ese porcentaje un 64% fue al grupo “El Mercurio”, y gran parte de lo restante al grupo Copesa. El 66% restante fue absorbido por la TV y solo un 4% llegó a las revistas.

Lo más grave es que los órganos del Estado observan la misma conducta, pues, del avisaje publicitario que generan, medios escritos alternativos han denunciado que casi el 60% de la publicidad estatal en medios escritos, se orienta a la cadena “El Mercurio” y el resto al grupo Copesa. Ello ha sido reiteradamente denunciado por varios medios, que han sido directamente afectados.

Esto provoca una situación de hecho que favorece la hegemonía, impide la pluralidad y condiciona la realidad cultural de un modo retardatario, inhibiendo la creatividad, la tolerancia, la pluralidad, la libertad y las autonomías locales y particulares que dan riqueza a una formación social que se manifiesta y se referencia en un espacio cultural. Más aún, cuando esa hegemonía tiene un tinte conservador, poco tolerante y ligado a conductas no democráticas.

La posibilidad de establecer modalidades y perspectivas rectificatorias, en este ámbito, pasa por hacer efectivas, desde las instancias de poder, orientaciones ordenadoras que solo son posibles con una verdadera comprensión y compromiso democráticos y una superación de la prolongada transición hacia la democracia y los consensos perversos que la han hecho posible.

Conclusión.

Al concluir esta aproximación al vasto tema que titula la temática que hemos abordado en esta exposición, quisiera señalar algunas ideas que nos ayuden a referenciar nuestros puntos de vista, para enfrentar los desafíos que nos corresponden como país, como sociedad – y aún como masones -, ante los diagnósticos que hemos efectuado.

Ello sobre la interrogante – bastante justificada en esta era de la globalización -, en cuanto a que si es viable a futuro una cultura chilena, y con la certeza de que la respuesta debe darla la generación de la cual somos parte, es decir, es un desafío de nuestro tiempo. Más allá podría ser tarde.

Si creemos que hay viabilidad para la existencia de una cultura chilena – con identidades propias -, lo primero que tenemos que aceptar es que el mundo ha cambiado, sigue cambiando y seguirá cambiando, a un ritmo vertiginoso. Debemos abrir nuestra mente a los cambios que se están produciendo y que se producirán, al margen de nuestra voluntad e interés. No podemos aferrarnos a un mundo que pasó y que no volverá, a formas de hacer las cosas que han sido superadas.

Para enfrentar esa realidad, que trastoca nuestras más arraigadas referencias, debemos potenciar nuestra identidad societal, nuestras herencias culturales, pero, ello en el marco de nuestra absoluta inserción en un mundo que culturalmente tiende hacia la homologación, hacia la uniformidad. Debemos tener la certeza de que tenemos singularidades, distinciones, y ello debemos potenciarlo.

Es importante, en esa perspectiva, definir los mensajes a construir, como transmitir esos mensajes, en fin, que imagen queremos proyectar de nosotros, cuales son nuestras afirmaciones en el inestable terreno de la multilateralidad.

Es cierto que tenemos algunas ventajas, respecto de otros como nosotros, y estamos en mejores condiciones de adaptarnos al mundo de hoy, porque –contradictoriamente – hemos perdido muchos de nuestros arraigos. Sin embargo, debemos saber y tener muy presente, que ello nos pone en un nivel de vulnerabilidad mayor.

Solo nos queda terminar preguntándonos respecto de que porcentaje de nuestra clase dirigente, de nuestra clase propietaria, de nuestros intelectu ale s, de nuestra ciudadanía, tiene la comprensión y la predisposición para entender lo que somos y podemos ser como sociedad y país. Sin duda, creo que esa es la mayor de las interrogantes que debemos despejar.

 

Agosto 2004.-

 

Bibliografía.

Castells, Manuel                      “Sociedad de la Información”.

Martín-Barbero, Jesús             “De los Medios a las Mediaciones”. Edit.Gustavo Gil. México,1987.

Martín-Barbero, Jesús              Figuras del Desencanto” (Monografía).

Osorio, Francisco                    Propuesta para una antropología de los Mass Media”. La Cinta de Moebio.

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