LA
GLOBALIZACIÓN EN EL FUTURO DEMOCRÁTICO DE AMÉRICA LATINA. Sebastián Jans
Exposición
efectuada en el Grupo de Estudios "Redención" (Santiago de
Chile), el 30 de julio de 2006 |
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En primer lugar, quiero expresar mis profundos agradecimientos, al presidente de este grupo de estudios, Antonio Ordoñez, por darme la sugerente posibilidad de reflexionar, una vez más, en torno a nuestra realidad regional sub-continental, este pedazo de planeta que mal llamamos América Latina, pero, que, después de todo, nos da con sus sonidos una identidad que aún no sabemos aquilatar y justipreciar en toda su magnitud y en sus infinitas oportunidades. | |
Soy
de los que sienten con dolor en la piel y en el corazón, las
oportunidades perdidas de América Latina, las incapacidades y cegueras
pertinaces, que la mantienen desunida, confrontada y despotenciada, por la
tendencia fragmentaria que nos legara la clase terrateniente que nos dio
independencia política, nuestras identidades nacionales y la
institucionalidad que nos hizo países distintos. Soy
de los que creen que tenemos la oportunidad, en el hoy, en esta generación,
en este tiempo, en esta etapa histórica, de sentar las bases para su
unidad económica, paso fundamental para una comunidad política y
cultural, y tal vez, fundante de una nueva civilización que deje una
profunda huella en la historia del hombre. Pero, dejemos la íntima motivación y entremos derechamente a lo que Uds. me han solicitado. A) MERCADO, CULTURA Y SOCIEDAD. Hace
aproximadamente un siglo y medio, un filósofo alemán, que impulsaría el
pensamiento revolucionario en Europa, y que influiría a una significativa
parte de la Humanidad, establecía una visión de la historia, a partir
del estudio de las relaciones capitalistas de la naciente era industrial,
que llamaría el materialismo histórico. Es decir, en esencia, planteaba
el estudio de la evolución histórica del hombre, a partir de las
condiciones materiales que la determinan. Desde luego, como Uds. ya lo
sabe, ese pensador polémico, admirado y denostado, fue Karl Marx, a quien
los socialismos reales trataron de convertirlo en el fundador de un dogma,
de una religión materialista, en el padre de un megarelato. Quitando
el espeso bosque del megarelato, que cubre con sus confusiones y
deformaciones la idea interpretativa de Marx sobre el curso de las
civilizaciones humanas, podemos trabajar con sus materiales conceptuales
con entera libertad, y tratar de entender los procesos de la Humanidad con
mayor certeza, que aquellas visiones que llevan al hombre a construir su
cultura, según las circunstancias que lo condicionan. Es cierto que hay
enormes procesos espirituales que conducen a grupos humanos, a cambiar su
historia, en determinadas etapas. Pero, también es cierto, que muchas de
los grandes cambios espirituales han sido producto de la apreciación
frente a la realidad material en que las conglomerados humanos. V.gr.: sin
la esclavitud que generaba el Imperio Romano, no habría habido desarrollo
del cristianismo. Sin el poder económico que ejercía el papismo, no se
habría producido el protestantismo. En fin, etc. En
ese contexto, a partir de la determinación de las relaciones económicas,
creo que las distintas fases de la historia del hombre, son producto de la
forma en que el hombre se asocia para producir y la forma en que establece
relaciones de intercambio de lo producido. Efectivamente, es el mercado el
que determina las formas relacionales que caracterizan a una sociedad, a
una cultura, a una civilización. El mercado ha sido, en la historia
humana, el que ha determinado la forma como el hombre organiza su sociedad
para producir. Y eso ha sido de tal manera, más allá de cualquier
remilgo ideológico que incomode a los fantasistas de la historia. Si
ayer el hombre tuvo una sociedad feudal, fue porque los señores o los
terratenientes tenían la propiedad de la tierra, y necesitaban establecer
relaciones de intercambio cerradas, para mantener su poder local y
defender su señorío a través de una perspectiva paternal y servil en un
mundo de constantes peligros. “Yo soy tu protector y tu me sirves”,
fue el mensaje del señor de la terratenencia. Anteriormente, la
relaciones fueron de tipo esclavistas, porque las clases dominadoras
necesitaban que alguien produjera y construyera para ellos, Si hubo una
sociedad capitalista, fue porque hubo un mercado asentado en los burgos,
que producía plusvalor, y que generaba excedentes financieros que eran
puestos al servicio de otros productores que requerían producir más. Ese
proceso fue estudiado por Marx, en su permanente obra “Das Kapital”. Hilferding,
un austriaco, estudiaría posteriormente a Marx, el desarrollo financiero
en su obra “Das Finanzkapital”
(1910) (“El Capital Financiero”),
dando cuenta de la forma como el capital estaba generando una nueva fase
en el manejo del plusvalor que la industrialización producía. Sin
embargo, frente a los procesos de repartición del mundo por parte de las
potencias industrializadas, un inglés, John Atkinson Hobson, ponía su
atención en 1902 sobre la fase imperialista del capitalismo, publicando
su libro “Imperialism: A study”,
tema que retomaría Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) en 1917, con su afamada
obra “El imperialismo, fase
superior del capitalismo”. Sabemos
que estas obras constituyeron tradiciones interpretativas del desarrollo
de las formas de producción, en el sentido marxiano, en tanto las categorías
de los modos o formas de producción definen el marco de relaciones que la
sociedad humana ha establecido para producir bienes de intercambio. Estos
estadios, entonces, determinan la forma y el alcance del mercado, es
decir, sobre que condiciones materiales es posible el intercambio de
productos, y la disponibilidad de ellos crea las costumbres y las
aspiraciones de posesión de bienes que hacen posible la demanda del
mercado. De
este modo, las formas de producción y las disponibilidades del mercado,
pasan a ser radicalmente importantes en la cultura, en tanto ella es
determinada por los elementos concurrentes en el mercado y los bienes que
allí se transan. La
realidad que muestra el mercado y la cultura medieval o feudalista, por
ejemplo, tiene condiciones específicas, que son propias de un estadio de
mayor aislamiento. Lo propio ocurre con la industrialización, donde los
bienes producidos rebasan el espacio de las ciudades, y la transa de los
productos adquiere una dimensión nacional, es decir, donde el mercado
define un área propia de crecimiento, que está establecido sobre las
bases de Estado-Nación. B)
¿QUÉ ENTENDEMOS POR GLOBALIZACIÓN? Quitando
todo atisbo satánico que la ideología neoliberal impuso sobre el
marxismo, creo que, desde el punto de vista de análisis del desarrollo
del mercado y los modos de producción, encontramos un claro fundamento
vertebrador, que nos dice que el mercado, la sociedad y la cultura están
demasiado vinculados como para ignorar que las condiciones de intercambio
de bienes o productos, hacen la modalidad de inter-relación de los
hombres, aún cuando estos puedan interpretarlo del modo que sus erradas o
acertadas convicciones lo deseen. Ello
tiene particular importancia al analizar el fenómeno de la globalización,
que ha sido tipificado de muchas maneras, a través de variados
constructos ideológicos que aportan visiones, cuando no sesgadas, en
muchos casos falsas de lo que como proceso intrínseco constituye. ¿De
donde nace la globalización? ¿Por qué nace y para que? Creo que, en lo
relativo al título de esta reflexión, es necesario clarificarlo antes de
seguir discurriendo sobre su alcance en América Latina y sus efectos. Parafraseando
la citada obra de V.I. Ulianov, la globalización viene a ser
efectivamente, una etapa superior del capitalismo, tal vez la última,
porque no es posible una condición espacial mayor. Podrá parecer una
afirmación audaz, pero, como ya lo dijimos, todo estadio de desarrollo
del mercado es propio de la condición espacial que este pretenda. En los
tiempos antiguos, o en la forma de producción esclavista, el mercado se
dimensionaba en torno a los espacios imperiales o regentes, o en torno a
la aldea o la ciudad (recordemos que estos espacios se desprendían en
torno a las ciudades, como es el caso de Babilonia, Jerusalem, Roma,
Atenas, en fin). Antes que
ello ocurriera, las condiciones de intercambio eran básicamente
incidentales y basadas en el trueque. Ya hemos hablado lo que ocurrió con
el feudalismo. Cuando
aparece el capitalismo, el primer escenario del mercado, son los burgos o
ciudades, en la etapa eminentemente artesanal. La industrialización, en
su primera etapa, aporta el espacio nacional. Sin embargo, cuando la
capacidad industrial aporta demasiados excedentes y demanda ingentes
materias primas, se inicia su primera etapa de internacionalización, y
surge el llamado imperialismo: hay que vender productos en otras regiones
planetarias y controlar los accesos a las fuentes generadoras de materias
primas. Cuando no se puede controlar los accesos, había que controlar
derechamente las regiones productoras de esas materias primas. Ello es lo
que desencadena el colonialismo del siglo XIX, que lleva a los países
metropolitanos europeos y a EE.UU. a intervenir y apropiarse de
territorios en África y Asia, y a intervenir groseramente en América
Latina. El
siglo XX, como consecuencia de las guerras mundiales, que estuvieron
determinadas por las pretensiones imperiales de los Estados-Nación
europeos, impuso las recetas del “Nuevo Trato”, las visiones
keynesianas y los acuerdos de Batton Rouge, que llevaron al proteccionismo
como forma de garantizar espacios nacionales para los mercados. Es decir,
lo que primó fue la defensa del mercado propio, ante la voracidad
financiera de los competidores más poderosos. Entonces surge la
estrategia de los grandes capitales, por buscar los caminos que condujeran
a operar en aquellos mercados constreñidos por las barreras
proteccionistas. Y
aquí adquiere especial importancia, el aspecto financiero. El capitalismo
hizo del dinero un bien tranzable, como todos los demás que participan en
el mercado. Como todos los bienes tranzables, el dinero necesita un
mercado. Y las grandes acumulaciones de plusvalor, estaban en los grandes
bancos de Europa y Estados Unidos, sin posibilidad de actuar con la misma
libertad que originara la etapa imperialista. Entonces, se inicia el
proceso de transnacionalización, antesala de la globalización. Es decir,
poner capitales en inversiones en las economías protegidas. De este modo,
las grandes empresas industriales de Europa y Estados Unidos, se instalan
en países potencialmente favorables como mercados. Así también, se
estimula las inversiones en ciertos pactos regionales de naciones. Pero,
los resultados no fueron suficientemente favorables, por los vaivenes
propios de las políticas locales de aquellos países. Así,
es como, a inicios de los años 1970, los grandes capitales financieros,
comienzan a estimular la reflexión respecto de cómo operar en
condiciones de mercados, distintas, que pusieran fin a las limitaciones
proteccionistas. Ello es lo que origina el llamado Consenso de Washington,
o la agenda neoliberal. El nombre "Consenso de Washington" fue utilizado por el economista
inglés John Williamson en la década de los 1980, y se refiere a los
temas de ajuste estructural que formaron parte de los programas del Banco
Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo, entre otras
instituciones, en la época del re-enfoque económico durante la crisis de
la deuda externa del Tercer Mundo, desatada en agosto de 1982. Aparte del Banco Mundial y el BID, conforman el consenso de Washington altos
ejecutivos del Gobierno de EEUU, las agencias económicas del mismo
Gobierno, el Comité de la Reserva Federal, el Fondo Monetario
Internacional, miembros del Congreso interesados en temas latinoamericanos
y los "think tanks" dedicados a la formulación de políticas
económicas que apuntan a forzar cambios estructurales en Latinoamérica.
¿Cuál fue el contenido del citado “Consenso”? Su decálogo:
Por
cierto, la desregulación y la política comercial hacia fuera es lo que
determina el proceso de globalización. Recordemos que el término fue
utilizado por primera vez en 1985, por Theodore Levitt en "The Globalization of Markets", para describir las
transformaciones que venía sufriendo la economía internacional desde
mediados de la década del 60. En concreto, un proceso fundamentalmente
económico que consiste en la creciente integración de las distintas
economías nacionales en un único mercado capitalista mundial. En
ello tiene un protagonismo fundamental el sector financiero, que tiene la
capacidad de desplazarse en un espacio de amplios alcances, lo que
contribuirá a condiciones económicas internacionales más inestables y
vulnerables, especialmente por los llamados capitales
golondrina, que van de un punto del planeta a otro, en operaciones
especulativas que generan mucha inestabilidad no solo en los lugares en
que actúan, sino también, que en toda la economía mundial. Así, se ha
hecho la metáfora en que un estornudo en un lugar del planeta,
desencadena una gripe en otro lugar, y en otro, provoca una neumonitis. Pero,
la globalización, como todos los sistemas de mercados, ha creado un
cambio radical en la cultura. Ese cambio tiene muchas variables, muchas
facetas, pero, de ellas la más importante y trascendente, por las propias
necesidades del mercado, es la inter-conectividad global, un mercado unido
comunicacionalmente, con información simultánea, que une en pocos
segundos un punto del planeta con otro geográficamente muy distante. Para
que ello fuera posible se tuvo a mano una disponibilidad tecnológica
impensada hace una generación. Este nuevo escenario ha generado muchos cambios en las costumbres, en tanto, las posibilidades de intercambio se han ampliado como nunca, en la historia de una Humanidad. Huelga señalar los cambios que todos los días apreciamos, y en los que no indagaremos, en tanto, no es materia de esta exposición. Solo concluiremos esta parte de la exposición indicando que el hombre medio, actúa y piensa en forma creciente de modo global, y ello seguirá produciendo muchos cambios y una nueva concepción dimensional y espacial del mundo en que vivimos. C) LAS MIRADAS LATINO-AMERICANAS A LA GLOBALIZACIÓN. Sin
embargo, todo proceso histórico del hombre genera miradas múltiples, las
cuales tienen la impronta de las capacidades cognitivas y la orientación
que ellas puedan tener, de acuerdo a como las distintas comprensiones
fenomenológicas responden al interés individual y
a aquellos que son de naturaleza colectiva. Es cierto que los
prismas ideológicos son válidos y, en cierto modo, ineludibles. Pero,
lo real es que la globalización unifica mercados, sociedades y culturas,
a través de una serie de transformaciones sociales, económicas y políticas
que les dan un carácter global. Así, los modos de producción y de
movimientos de capital se configuran a escala planetaria, mientras los
gobiernos van perdiendo atribuciones. En
éste marco se registra un gran incremento del comercio internacional y en
las inversiones, debido a la caída de las barreras arancelarias y la
interdependencia de las naciones. Como un mercado global requiere una
inter-relación más veloz, la inter-conectividad comunicacional pasa a
ser determinante: así se potenció la revolución comunicacional. Pero, es un proceso
que no obedece a un molde único. Es asincrónico, desordenado, inarmónico,
desigual, donde desaparece toda pretensión de equilibrio en las acciones
de intercambio. No hay reglas de planificación que sean posibles, y los
gobiernos pasan a tener un rol muy secundario respecto a como orientar las
condiciones del mercado. Pero, por sobre todo, la globalización es un proceso financiero, donde lo
importante no son los bienes producidos, que se transan en los mercados,
ni quienes los producen, sino como esos bienes producidos generan
plusvalor en las relaciones de intercambio, a través de la gestión
comercial específica. Es un hecho que las clases financieras de América Latina vieron en la
globalización una oportunidad, aspecto que no ha sido del todo aceptado
por quienes producían o que aún producen bajo los patrones antiguos de
tipo industrial. Menos aún, por quienes desconfían del poder económico
externo. En la clase política, el fenómeno transversalizó la realidad
de los partidos políticos. Han surgido entonces dos visiones, que escapan
un poco a la impronta ideológica de los partidos: una, que cree en la
oportunidad de la globalización, y otra, que desconfía y se aferra a los
basamentos del pasado. Es así como, de pronto, son anti-globalización la
izquierda ortodoxa, los nacionalismos decimonónicos (incluyendo a los
neonazis) o los productores que están al borde de la quiebra, porque no
pueden competir con los precios de los productos importados; mientras, son
pro-globalización, la izquierda renovada, los neoliberales y los
empresarios que han sido exitosos en su inserción en la economía global. Ciertamente, unos quieren reflexionar junto a las élites de Davos, y otros
prefieren hacerlo con el Foro Social. Pero, lo cierto es que, lo que
ocurre a nivel del mercado, factor determinante en las conductas humanas,
es que la globalización se ha asentado firmemente, y los consumidores,
ese vocablo que a veces es mirado con acentos perversos, pero, que es un
protagonista decisivo, hacen posible su arraigo en el espacio cultural. D) LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA. Si
analizamos la historia de América Latina, desde su emancipación del
poder colonial, hasta nuestros días, es indudable que el siglo XXI se ha
iniciado como una de sus etapas más democráticas de su historia. Desde
luego, cuando hablo de democracia, me estoy refiriendo a las estructuras
institucionales que permiten la relevancia del poder y la generación de
sus autoridades por medio de procesos electorales libres e informados. No
comprendo en ello una concepción democrática plena, de tejidos de
participación e integración que permitan un total ejercicio de la
ciudadanía, ya que eso está señalado como objetivo. Pero,
efectivamente, no hay un antecedente anterior digno de comparar, en que
todos los gobiernos de América Latina hayan sido elegidos democráticamente.
Como nunca, nuestros países han quedado libres del cuartelazo y de
dictaduras militares o civiles. El único lunar lo constituye Cuba, que
aparece cada vez más exógena a las tendencias que marcan el presente, y
que reafirman que, por muy bien intencionado que sea un régimen político,
sin elecciones periódicas y que consideren alternativas, o una efectiva
alternancia como resultado de un proceso electoral, nadie puede pretender
legitimidad o representación popular efectiva. Ir a contrapelo de ello,
hoy en América Latina, hace de cualquier régimen una dictadura. Así,
todos los gobiernos existentes hoy en América Latina, con esa sola
excepción, más allá de sus éxitos o fracasos, contribuyen a establecer
un hito, que la decencia y el futuro, agradecen por el bien del
sub-continente. Tanto Toledo como Chávez, Uribe como Lula, Vásquez como
Morales, Fox como Bachelet, en fin, son una comprobación que,
promisoriamente, la institucionalidad democrática se ha ido consolidando. Sin
embargo, de esa constatación surge también la preocupación, en cuanto a
que la democracia genera expectativas, y que si esos gobiernos no son
capaces de dar respuestas a las demandas sociales, y si las condiciones
económico-sociales predominantes se mantienen, el peligro del descrédito
de la democracia viene a ser proporcional a la insatisfacción de los
postergados. Porque han sido los pobres y los marginados los que han
permitido la profundización democrática, los que han apoyado las
alternativas que buscan enfrentar los problemas socio-económicos que
sojuzgan y postergan el desarrollo, los que han inclinado la balanza hacia
posiciones equidistantes de toda identidad conservadora. Son ello,
entonces, lo que esperan que sistema permita dar solución a sus justas
demandas de movilidad social, de educación, de salud, de vivienda, de
trabajos dignos. Como
consecuencia de esas aspiraciones, el curso de los eventos democráticos
de los últimos años, han propendido a que cada elección tienda a subir
la apuesta en torno a liderazgos intensos, muchas veces con perfiles mesiánicos,
profundamente marcados por cierto acento emancipativo, con una alta
saturación de esperanzas, pero, que los sistemas políticos parecieran no
estar el capacidad de asimilar con la rapidez que las poblaciones
postergadas lo anhelan. Esa
es la cuestión que tensiona seriamente el futuro democrático
latino-americano, cuando no hace incierta su consolidación, precisamente,
por la frustración subyacente de quienes no pueden esperar más, pues,
ven llegar e irse distintos gobiernos, en una seguidilla de promesas que
no se cumplen, mientras los problemas siguen allí latentes, cuando no
peores. Esa
debe ser la preocupación primordial de quienes acceden al ejercicio del
gobierno, con el mismo énfasis con el cual se dan garantías a los
inversionistas. De la misma forma, los inversionistas deben entender que
la mejor apuesta financiera es aquella que se da en el espacio de la paz
social, y que esta solo se puede afianzar y prolongar en el tiempo, cuando
todos se sienten integrados a una realidad social, donde todos participan
y todos se benefician. En
tanto, los guarismos siguen señalando que la democracia no ha sido
socialmente del todo benéfica, como los millones de latinoamericanos lo
esperaban, y lo siguen esperando. E) LA REALIDAD ECONÓMICO-SOCIAL DE LA REGIÓN. Frente
a lo expuesto, es obvio que los datos señalan que la situación económico-social
de América Latina ha cambiado muy poco, a pesar de la democracia. Cifras
de hace tres años, reconocían que 100 millones de latinoamericanos, el
19,4 por ciento de la población total, conviven diariamente con el hambre
y la indigencia. En los casos de Bolivia, Guatemala, Haití, Honduras,
Nicaragua y República Dominicana, las cifras se elevaban sobre el 20%.
Las secuelas de este mal social son alarmantes y múltiples. Así,
por ejemplo, se ha detectado que la desnutrición infantil crónica afecta
a por lo menos uno de cada cinco niños en Bolivia, El Salvador,
Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, zonas rurales de México, Nicaragua y
Perú. Sólo en Chile, Costa Rica y Trinidad y Tobago, el porcentaje de la
población con desnutrición infantil crónica era cercano o inferior al 5
por ciento. Según la CEPAL, el problema del hambre en América Latina y
el Caribe no está relacionado tanto con la falta de oferta alimentaria,
sino con la insuficiencia de acceso a los alimentos derivada de los muy
bajos ingresos de la población que sigue yendo a la baja. El
mes de febrero recién pasado, el Banco Mundial, a través del Informe
Poverty Reduction and Growth: Virtuous and Vicious Circles (Reducción
de la pobreza y crecimiento: Círculos virtuosos y círculos viciosos), señaló
un antecedente optimista respecto de América Latina constatándolo como
el mercado emergente más activo a nivel mundial, tras décadas de
resultados deprimentes. El
informe dio cuenta que entre 1991 y 2000 la cifra de crecimiento subió un
1,5%. Ello es un éxito, considerando que, entre 1981 y 1990, en la
llamada década perdida, las tasas anuales de crecimiento per
cápita PIB en la región disminuyeron un 0,7%. Empero, en todo caso,
el informe pudo constatar la existencia de 135 millones de pobres, lo que
significa que un 25% de latinoamericanos viven bajo la línea de la
pobreza, subsistiendo con menos de 2 dólares (US$) al día. Esa
cifra dolorosa de 25% de pobres se sostiene, en primer lugar, en la
desigual distribución de la riqueza. América Latina es, con la sola
excepción del África Subsahariana, la región del mundo con mayor
desigualdad en el ingreso: el 10% más rico se queda virtualmente con la
mitad de los ingresos de la región (48%), mientras el 10% más pobre se
reparte solo el 1,6%. Comparativamente, en los países industrializados,
el 10% más rico se queda con menos de un tercio del ingreso (29%). A modo
de reflexión, el Informe afirma la idea de la mala distribución del
ingreso, cuando plantea que, si América Latina tuviera los mismos niveles
de distribución del ingreso de los países desarrollados, la pobreza de
la región estaría más cercana al 5% que de las dolorosas cifras
actuales. Las
perspectivas del porvenir inmediato, señalan resultados estimulantes. En
el 2002, la tasa de crecimiento económico se situó en 0,4 por ciento del
Producto Interno Bruto (PIB), y en los años siguientes se ha observado la
misma tendencia hacia el crecimiento, al punto que América Latina ha
registrado por primera vez en medio siglo años consecutivos de
crecimiento, y 2006 apunta en el mismo sentido. Los
expertos consideran que el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de
los países de América Latina y el Caribe, en el 2006 mostrará una
variación de 4,6%, tasa ligeramente superior a la observada durante el
2005. Posibilitando con ello que el producto por habitante registre un
aumento por encima del 3%, lo anterior debido a una dinámica de la
demanda interna que se mantendrá; y a un sector externo que seguirá
siendo impulsado por el dinamismo del intercambio comercial mundial,
liderado por las economías asiáticas. Sin
embargo, siendo América Latina y el Caribe en una de las regiones más
desiguales del planeta en la distribución del ingreso, el crecimiento
económico experimentado no conduce a una mejora en los ingresos para las
mayoría, sino que solo para los reducidos sectores poblacionales que están
en la cúspide de la pirámide social, en tanto se sostiene el
empeoramiento de la calidad de vida de las mayorías empobrecidas de
trabajadores y las clases medias. F) EL CONCURSO LATINO-AMERICANO EN LA REALIDAD GLOBAL. La
inserción de América Latina en el mercado global, ha estado determinada
por políticas marcadamente contradictorias, y, en muchos casos, por
sesgos ideológicos, tanto de quienes la ensalzan a condiciones míticas,
como por quienes la desprecian con argumentos burdos y viscerales. En los
hechos, existe un sector muy renuente a implementar la inserción en el
mercado global, y se atrincheran en políticas marcadamente
proteccionistas. Otros, en tanto, han abierto sus economías de un modo
progresivo, siendo Chile quien ha incursionado más exitosamente en esa
estrategia, desarrollando acuerdos de libre comercio con las principales
economías mundiales, y sigue promoviéndolas con varios países de la
región. En
1999 las exportaciones de América Latina y el Caribe representaban el 12%
del total mundial, y se dirigieron fundamentalmente hacia EE.UU. (80%) y
Europa Occidental (9%). Esa realidad ha ido cambiando, hacia el alza,
producto de un mayor protagonismo de las exportaciones de la región hacia
China. El boom mercantil chino ha sido una oportunidad para América
Latina, que encontró en el país asiático al tercer pilar de apoyo para
sus exportaciones, después de Europa y Estados Unidos. Un
tercio de las exportaciones de América Latina son materias primas, y
China es un cliente que requiere suministros seguros y estables. Además,
la relación con el gigante asiático es complementaria, ya que no
compiten: las exportaciones de una y otra región se complementan en la
mayoría de los casos. En el
caso de Brasil por ejemplo, China es el cuarto destino de sus
exportaciones en 2004. El
comercio entre el gigante asiático y los países latinoamericanos no ha
dejado de crecer, particularmente en lo que respecta a las materias primas
(petróleo, cobre y hierro), las que China requiere para mantener su política
de crecimiento. Para
algunos expertos, empero, el crecimiento latinoamericano no se explica sólo
por el aumento de sus exportaciones, sino también por el hecho que gran
parte de la región entró en una etapa de pragmatismo económico, es
decir, que dejó atrás el sentimiento de rechazo de la globalización y
sus consecuencias. Esto se ha hecho evidente para quienes han favorecido
las condiciones que posibilitan una mayor inversión externa, y han
abierto sus economías al mercado global. G) TRES PROYECTOS DEMOCRÁTICOS, TRES ALTERNATIVAS. Hace
algunas décadas, el escenario latinoamericano estaba fundamentalmente
tensionado por la pujanza de las economías de Argentina y Brasil, en el
ciclo transnacional del capital, las que ejercían una influencia
determinante en la región, lo que llevó a los países del borde
occidental a la gestación del Pacto Andino, a fin de equilibrar sus
posibilidades y potencialidades, ante la arremetida de los entonces dos
poderes económicos del sub-continente. Ha
pasado el tiempo, y se constata que la realidad tiene variaciones,
producto de la forma como los países han ido enfrentando la realidad que
impone la globalización. Argentina sufrió las consecuencias de una
guerra perdida con uno de los miembros del entonces Grupo de los 7, por un
lado, y por otro, las que se derivaron de su persistencia en mantener las
condiciones de una economía regulada por un Estado altamente burocrático,
incapaz de acomodarse a los desafíos del mundo actual. Así,
producto de las distintas estrategias para enfrentar la globalización, en
la actual realidad latino-americana se expresan claramente tres propuestas
que representan caminos distintos, y que se confrontan en el escenario político
latinoamericano. Ello se ha puesto de manifiesto en los acontecimientos
políticos internacionales, que señalan las dificultades que enfrenta la
agenda de la región, especialmente en los dos últimos años. Estas tres
propuestas presentan modalidades y objetivos distintos, y están
representadas en Brasil, Chile y Venezuela. Desde luego, estas propuestas
se perfilan en relación con la omnipresencia de la política
norteamericana, que sigue siendo determinante en los eventos que marcan el
transcurrir de América Latina. Brasil,
con una economía y un mercado interno que lo hacen un gigante que se
mueve con una lentitud más alta de lo esperado, presenta una influencia
en la región que se ha ido deteriorando por sus debilidades energéticas,
y por su incapacidad para resolver la contradicción entre el Estado
proteccionista y la presión de la propuesta neo-liberal. En algún
momento, el liderazgo que se ha esperado de Brasil, frente la
omnipresencia Norteamérica, pareció tomar cuerpo con la iniciativa de la
Comunidad Sudamericana de Naciones, pero, la idea se ha despotenciado ante
la arremetida de Chávez hacia el corazón de América Latina. Entonces,
tenemos que Brasil está demasiado volcado hacia sus problemas internos, y
no pretende convertirse en un poder que arrastre a los demás países de
la región a ser los nuevos protagonistas determinantes de la economía
mundial, aún existiendo todas las posibilidades para que ello ocurra. La
otra propuesta es la que representa el modelo chileno, y que invita a
seguir su ejemplo para insertarse en la globalización, a partir de una
economía abierta, y que podemos catalogar como una economía de mercado
socialmente corregida, esto es, una economía que responde a los
basamentos del Consenso de Washington, pero, que corrige las falencias
sociales, a través de un activo rol del Estado en la reasignación de
recursos hacia los sectores más pobres, por medio de políticas públicas
redistributivas. Es
un hecho que el modelo chileno seduce a Uruguay, Perú, Ecuador, Paraguay
y a varios países de Centro-América y el Caribe, que admiran la inserción
económica chilena en la economía global y sus índices económicos, que
lo tienen haciendo libre comercio con las principales economías
mundiales. La
tercera propuesta es la de Chávez, sustentada en los recursos energéticos
de Venezuela, y que asume el discurso más ideologizado de las tres,
retomando los planteamientos de confrontación con Estados Unidos que tuvo
la izquierda de los llamados años
verde-oliva, es decir, influida por la etapa heroica de la Revolución
Cubana, con un anti-imperialismo militante. Es un hecho que la confrontación
con Estados Unidos nace de los errores de este último para enfrentar la
diversidad de América Latina, pero, la pretensión chavista de intervenir
en la realidad de la región deviene de los recursos energéticos y de los
recursos económicos que estos le generan. Ante
un mundo que avanza hacia una crisis energética significativa, y siendo
la disponibilidad de energía la viga que sostiene el crecimiento económico,
este tema es absolutamente determinante en la forma como se resolverán
los problemas políticos y las perspectivas de América Latina. En efecto
la región registra más del 10% de las reservas de petróleo y alrededor
del 14% de la producción mundial, siendo México y Venezuela los
principales exportadores. América Latina cuenta además con más del 4%
de las reservas de gas natural y cerca del 6% de la producción. Con el
descubrimiento de nuevos yacimientos, Venezuela ha pasado a tener la mayor
reserva de gas natural de Sudamérica y la octava del mundo, seguida por
Bolivia y Argentina, que poseen la segunda y tercera reservas de gas más
importante de la región. Este
hecho hace que las condiciones en que se perfilan las propuestas de
liderazgo, se vean distorsionadas por la forma con la cual cada país
resuelva sus necesidades energéticas. Tal pues que, los distintos temas
que determinan la agenda latinoamericana, bajo cualquier aspecto, siempre
terminan siendo dependientes de la impronta energética, y, por lo tanto,
lo que ocurra con los liderazgos regionales, su sustentabilidad y
efectividad, serán consecuencia de cómo estos la resuelvan, en lo
puntual y en el largo plazo. Todo esto, en relación con la política
norteamericana en la región, vuelvo a insistir, como ha quedado
ratificado en varios eventos significativos de los años recientes.
No
puedo, en estas consideraciones, dejar de poner acento en lo que creo
sustancialmente: en la propuesta chilena a América Latina. Es una idea
que hoy es parte del debate de la región, y una forma concreta de
enfrentarse al nuevo escenario global de los mercados. Me asiste la
convicción de que lo pequeño de cada día, no nos deja ver los alcances
de lo que hemos construido, con sacrificios que no han sido menores, en
ningún sentido. Chile
fue parte de la ola militar que arrasó con América Latina, insuflada por
los vientos huracanados de la “guerra fría”, un proceso que fue exógeno
a nuestros intereses e historia, pero, que nos arrastró
irreversiblemente. La bota militar que aplantó la decencia y los
derechos, puso su suela perversa desde el Caribe hasta la Tierra del
Fuego, y Chile no fue la excepción. Coincidió con ello el Consenso de
Washington y los cambios que impuso el neoliberalismo, y que
desencadenaron la globalización. Recuperada
la democracia, después de una lucha cruenta, que arrojó muchas víctimas,
los sectores medios y proletarios, a través de su voto, determinaron
gobiernos que han optado por la economía de mercado, pero, desde una
perspectiva socialmente corregida. La opción que hemos construido está
marcado por ello: un modelo de mercado socialmente corregido. Nos hemos
insertado en la economía global decididamente, hemos apostado por la
libertad de comercio, pero, hemos desarrollado un modelo en que el Estado
debe intervenir para corregir socialmente aquello que genera
desequilibrios y desigualdades. Lo
hemos hecho con notables éxitos y deudas significativas, pero, lo
importante es que la orientación en ese contexto es decisiva. Grandes éxitos:
tenemos niveles de pobreza similares a la media de los países
desarrollados, y frente a algunos casos, incluso mejores. Grandes
fracasos: nuestra distribución del ingreso y de la riqueza, son de los
peores en el mundo. Más allá de las falencias democráticas, tenemos un
sistema democrático funcionando y en constantes mejoras. El Estado de
Derecho opera, con las falencias que toda institucionalidad perfectible
puede tener. Con
esos argumentos nos presentamos ante América Latina para ofrecer una
mirada para enfrentar a la globalización. ¿Que dice el discurso chileno?
Los mecanismos de resolución de conflictos son la negociación, la forma
de encausar los desafíos son sobre la legitimidad democrática de los
interlocutores, la forma de enfrentar los desequilibrios en la globalización
es a través de reglas claras y válidas para todos. Del mundo bipolar de
la “guerra fría”, queremos pasar a un mundo multilateral, donde todos
tengan posibilidad de ser tratados como iguales, donde no reine la ley de
la selva de los más fuertes. Queremos espacios de resolución de
conflictos, de legalidad internacional. Es
bueno alejarnos de lo contingente, de la consigna, de lo particular de los
problemas que hacen nuestra cotidianidad, que son importante, no hay duda,
pero, que muchas veces no nos dejan ver la panorámica del mundo en que
estamos inmersos. H) ¿LA GLOBALIZACIÓN ES UNA OPORTUNIDAD PARA LA DEMOCRACIA EN LA
REGIÓN? La
titulación de esta exposición indica como objetivo a analizar la
globalización en el futuro democrático de América Latina. Tengo
entendido que el estudio de la democracia ha estado en vuestro programa,
en las actividades precedentes, por lo cual, no corresponde hacer
consideraciones al respecto. Vuestro
presidente, incluso, me rayó la cancha respecto a lo que es de interés
abordar en esta oportunidad, que correspondería al contrapunto existente entre globalización y la democracia y su
compatibilidad. Y, bueno, todas estas largas reflexiones previas, han
apuntado ha llegar a esa parte ética, política, económica y socialmente
relevante, que dice relación con la pregunta que en todo el mundo los
postergados se están haciendo: ¿dónde está la oportunidad de la
globalización para mi vida, y la vida de mis hijos, y la vida de mis
nietos? ¿Es todo esto para mejor? ¿Es todo esto para peor? Por
cierto, las relaciones de mercado que el hombre ha establecido, siempre
han estado sometidas a un censamiento ético por los hombres de su tiempo.
Y, más allá de toda connotación moral, los sistemas de mercado siempre
han sido una oportunidad para el hombre, así como ha sido la condenación
y el sufrimiento para otros. El mercado es un evento, un espacio, una
condición, al que concurren los intereses desnudos de los seres humanos,
ya sea para ofrecer bienes tranzables o ya sea para adquirir aquello que
constituye una necesidad a satisfacer del comprador. El
esclavismo, como modo de producción, existió porque era posible adquirir
la mercancía “fuerza de trabajo”, no porque los vendedores fueran
intrínsicamente malos, sino porque el mercado era capaz de ofrecer
aquello que las necesidades de los compradores estaban requiriendo. La
grandeza del pensamiento griego, cuna de nuestros conceptos fundamentales
de nuestra civilización, de la belleza del discurrir en torno al hombre,
del sentido estético más refinado, de todo lo que implica el pensamiento
emancipativo del hombre, se sostuvo como lo dijo Federico Engels en las
espaldas de los ilotas. Efectivamente,
la diferencia sustancial con el sistema capitalista, es que la fuerza de
trabajo es de libre concurrencia, pero, en definitiva, tranzable en el
mercado como todos los bienes. Alguien dirá, dentro de las tradiciones
emancipativas y adventicias del socialismo, que en una sociedad libre de
clases no opera la explotación del hombre por el hombre. Pero, yo, un
socialista claramente revisionista – y reivindico ante la historia el
derecho a la revisión de los dogmas -, puedo afirmar que la experiencia
de los llamados socialismos reales, dan cuenta que los mercados y los procesos
productivos siguen siendo determinados por los intereses humanos, y que la
fuerza de trabajo siempre tiene una condición de obligatoriedad para
concurrir a la eficiencia y al logro del hecho productivo. Los socialismos reales fueron una evidente demostración de que el deber
pude tener otros argumentos, pero, para producir se requieren estructuras,
competitividad y concurrencia de una fuerza de trabajo diferenciada en los
roles. Hoy
somos protagonistas de un cambio de escenario de los mercados. El espacio
en que se tranzan los productos y los bienes es de carácter global, y su
éxito radica en que, mientras haya seres humanos interesados en adquirir
bienes en ese megamercado, este será exitoso. ¿Que nos indica esto? Que
el mercado sigue siendo el medio a través del cual, determinantemente, el
hombre se sigue relacionando con otros hombres, y que, a pesar de los
esfuerzos de muchas doctrinas por quitar el deseo de posesión en la
conducta humana, el mercado sigue siendo el mejor mecanismo de distribución
de los recursos. Y cuando digo mejor, no estoy diciendo éticamente mejor,
sino que operacionalmente más efectivo. La
cuestión ética radica, y ahí es donde todo concepto humanista debe
poner el énfasis, es que no puede ser el único modo de distribución de
los recursos, ya que no todos pueden participar en las mismas condiciones
en el mercado, por lo cual, hay
que corregir los desequilibrios que las condiciones del mercado generan. Frente
a la globalización, constatamos que el mercado global funciona al margen
de todo contexto ético. Como los distintos sistemas de mercado que le
precedieron, opera al margen
de la forma como se estructuran los sistemas políticos o las
consideraciones éticas de las personas. Cuando un consumidor va a comprar
una pantalla de plasma para su computador, no está pensando en la forma
como fue producida, ni las condiciones sociales en la cual esa pantalla
pudo llegar a ser un producto. Y si lo pensó, a pesar de saber en que
condiciones fue producida, a pesar de saber las condiciones en que concursó
la mano de obra que la hizo posible, comprará el producto por que le es
una necesidad. Hoy
día, los sindicalistas y los obreros organizados por sus derechos, en
distintas partes del mundo, compran millones de toneladas de ropa china,
sin importarles, en definitiva, como fue producida esa ropa, pero, la
compran porque es más barata. Lo que determina la conducta, es una
condición de mercado. Entonces,
lo que aquí viene a ser relevante no es el acto de participar en el
mercado global, sino como debe corregirse aquel en aquellos aspectos que
lo vuelven un ejercicio de intereses salvaje, carente de reglas, carente
del concurso humano de corrección. Lo ético es que haya posibilidad de
dar garantías y de participación, es decir, que haya posibilidad de
intervenir desde distintos intereses y objetivos, para hacerlo más
funcional a los intereses más variados grupos humanos. Y aquí viene a
ser importante la ley, el derecho, las condiciones que hacen posible la
capacidad de resolver conflictos. Y allí es importante el Estado de
Derecho, y la democracia. No
es la democracia una condición que se valida con la globalización. No
construyamos mitos. La globalización será a pesar de la democracia.
Pero, ante una realidad irreversible desde el punto de vista del espacio
del mercado, lo que se hace necesario, es concurrir con consensos que
permitan regular lo que sea posible de regular, y ojalá que hagan
civilizatorio aquello que se imposible regular, es decir, allí donde no
es posible regular, por lo menos se sienta la influencia de lo que
civilizacionalmente hemos podido crear: nuestros consensos éticos
fundamentales. ¿Por
que es importante la democracia para afrontar la globalización? Porque
las condiciones que imponen los mercados de carácter global, están
produciendo un notable debilitamiento de los Estados como mecanismos
regulatorios de las sociedades locales. Y son las sociedades locales las
que tienen que resolver los problemas de desequilibrio que un mercado tan
vasto, tan inmanejable, tan anárquico va creando. Si
no hay participación, si no hay debate, si no hay Estado de Derecho, no
habrá nada que impida el carácter salvaje que tiende a dominar cualquier
relación de intercambio, cualquier sistema de mercado. Sin comunidades
locales legítimas, activas, legitimadas, organizadas, no habrá
posibilidad de poner coto al salvajismo que imponen los más fuertes: las
corporaciones globales, los poderosos, las conductas amorales. América
Latina, en medio del mercado global que avanza hacia su consolidación
planetaria, es un protagonista fundamental. Concurre con productos
significativos y crecientemente requeridos. Pero, lo hace con problemas
que se arrastran desde su emergencia a la comunidad de naciones, y con
nuevos problemas, producto del mercado global. Profundas desigualdades,
profundas necesidades insatisfechas, se hacen presentes en una tendencia
que considero trascendental: como dijimos, como nunca América Latina es
democrática, aunque lo sea en gran medida solo en un plano formal. No
importa, es un avance y un logro superior. Es una oportunidad. La
compatibilidad entre globalización y democracia, no existe de parte de la
globalización. Son los pueblos, las naciones, las sociedades, los que
deben hacer que la democracia impere y se potencie, que se haga efectiva,
y sobre todo que permita regular. De la democracia local a la democracia
global. Si tenemos un Estado de Derecho local, debemos ser capaces de
concebir un Estado de Derecho internacional. Si
yo voy a demandar a una corporación global a nivel local, también debo
poder hacerlo a nivel internacional. Y para negociar y construir un orden
internacional, para regular la globalización, se requiere de legitimidad,
y la legitimidad surge del respeto al Estado de Derecho, a la democracia,
del respeto a las leyes que hemos consensuado socialmente. El
contrapunto entre la globalización y la democracia existe, en tanto la
democracia tienda a localizarse, y no se globalice. Cuando la democracia
se globalizce, el proceso civilizatorio permitirá, por cierto, civilizar
la globalización. Esto último hace posible la compatibilidad entre la
globalización y la democracia. Desde
ese punto de vista, la globalización es una tremenda oportunidad para la
democracia en América Latina, que si no es aprovechada, será nefasta y
catastrófica para sus pueblos y su futuro. O surgimos al mercado global
como protagonistas, o quedaremos sumidos en una suerte de africanización,
y al decir aquello no estoy usando una categoría prejuiciosa, sino estoy
señalando a las condiciones de rezago que devienen del tribalismo, de la
dispersión, del localismo, del caciquismo, del clanismo primitivo. Hoy,
América Latina se enfrenta a su pasado y a su futuro. A su pasado, cuando
con mano santacruciana quiere imponer sueños imperiales a partir de
condiciones de fuerza. Cuando digo “santacruciana” me estoy refiriendo
al sueño bolivariano del Mariscal Santa Cruz. A su pasado cuando lo que
se hace presente de modo determinante es el ayer. A su pasado, cuando
impera el espíritu y la mirada de los terratenientes semi-feudales del
periodo de emergencia de nuestras naciones, que se encerraron en las
barreras naturales para hacer posibles sus espacios de dominación. A su
futuro, porque tiene todas las potencialidades y recursos para convertirse
en una región comercial, productiva y cultural determinante en la
realidad global. Las diversidades materiales y espirituales que poseemos
nos dan un plus que ninguna región continental del hemisferio norte
posee. Esa
inserción en el mercado global, es la que da bríos potentes a una idea
de integración, en tanto, la suma de las capacidades y potencialidades,
es lo que robustece las condiciones particulares de cada posición
nacional. Así, la triada
globalización – integración – democracia, debe ser la base que
permita afianzar el tránsito latino-americano hacia el crecimiento, el
progreso y la estabilidad social y económica de nuestras naciones.
Frente
a lo expuesto, solo nos queda esperar que en el amplio espacio existente
entre el Rio Grande y la Antártica, América Latina se encuentre en toda
su intensidad de sonidos, olores, formas, texturas y sabores, para que sea
una oportunidad de futuro y satisfacción para nuestros hijos y quienes
continúen nuestra estirpe. Santiago, 30 de junio de 2006. |
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