¿QUO VADIS, AMÉRICA LATINA?

Sebastián Jans

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INTRODUCCIÓN.

Intencionadamente, hemos titulado esta exposición con un latinismo, porque, por diversas circunstancias culturales, tendemos a reconocer nuestros orígenes en lo latino, pasando por alto otras ingerencias no menos significativas. Probablemente haya en tal latinismo un poco de sana ironía, para algunos, y justa reivindicación, para otros. Pero, aparte de reconocer la improvisación nominativa de quien acuñó por primera vez el término América Latina (AL), cabe preguntarse ¿Qué tan latinos somos?

De lo latino nos vienen, claro, nuestros orígenes culturales, nuestra lengua y gran parte de nuestras concepciones de la vida, de la fe y de la historia. De la mano del cristianismo de raíz latina, hemos sido concebidos como pueblos y naciones, hemos sido capaces de dominar las latencias aborígenes y copar sus territorios, para construir una historia de dolores y grandezas, de violencias y amor, una aventura humana que, a pesar de todo, solo se sugiere. Efectivamente, la denominación “latina” es fruto del zarpazo de una religión y una lengua impuesta a sangre y fuego.

Aún así, con el tiempo hemos comprobado que es un hecho que no somos tan latinos como creemos, y que somos muy poco americanos. De verdad, tenemos muchas razones para cuestionar todo lo latino y todo lo americano. No en vano, en esto de las denominaciones geográficas siempre se presentan eventos que le tuercen la nariz a la lógica. No debemos perder de vista que el origen de la denominación “América” es fruto de una casualidad, en el momento de constituir los primeros mapas del nuevo continente que descubriera Colón.

Argumentos sobran para responder que, aparte de ser una referencia geográfica muy mal definida, hay antecedentes suficientes para convencerse de que es solo una forma de nominar aquella dimensión geográfica que no es EE.UU., y que está al sur de esta potencia mundial de origen anglosajón. En sentido contrario, hay muchos argumentos para potenciar la idea de que AL es una realidad tangible, social y culturalmente, y, lo que es más significativo, que tiene un futuro.

A pesar de existir nominalmente, es un hecho que este sub-continente ha sido incapaz de proyectar su identidad y su trayectoria al mundo de manera coherente. Correspondientemente, no puede ser una perogrullada preguntarse, con las más legítimas dudas, si es una ficción, si realmente existe, y, como lo titula este trabajo, con un latinazgo, hacia donde va.

Veamos, entonces, en las páginas siguientes, si podemos encontrar fundamentos ciertos de lo que definimos como AL, y sobre lo que realmente esta es.

LATINOAMÉRICA COMO SUJETO GEOGRÁFICO.

Uno de los aspectos que debemos abordar, primeramente, es sobre la definición espacial de lo que es AL, ya que es un tema que ha provocado debates en distintas esferas a través del tiempo.

Es obvio que, para definirlo, hay distintas variables, pero, debemos acotarlas a un contexto físico. Por cierto, por un lado tenemos la referencia cultural, determinada por los orígenes lingüísticos, entendiendo en ello el origen deveniente del latín de las lenguas española, portuguesa y francesa, que se imponen en la conquista y colonización de América, en la mayor parte de su territorio, pero, marcadamente hacia el sur, aún cuando también en territorios que hoy son de EE.UU. y Canadá. Si fuera esa la referencia, nuestra dimensión geográfica de AL se extiende por el norte hasta Quebec.

Si se tratara de factores étnicos, ocurriría lo propio mucho más allá del Río Grande, por la presencia de origen latino en los EE.UU, constituyendo allí comunidades culturales y lingüísticas perfectamente definidas, incluso, en el mismo New York, al punto que se estima que el crecimiento étnico hispano-parlante, en ese país, en menos de un siglo será superior a la  comunidad anglo-parlante.

Si se tratara del antecedente histórico, obviamente, se produce también una prolongación hacia Norteamérica, si consideramos los orígenes de los actuales Estados de Florida y California.

Lo que geográficamente se entiende por América Latina, a modo de consenso, es la continuidad territorial que se extiende al sur del Río Grande, desde México, por los países centro-americanos y caribeños, y por Sudamérica hasta el Polo Sur (a través de los territorios antárticos reivindicados por los países americanos).

Desde luego, en esa definición se incluyen algunos países caribeños angloparlantes, pero, su inclusión se justifica en la constatación de que las realidades históricas, sociales y culturales, que los originaron y que los proyectan, no escapan al común de los otros países del llamado “sub-continente”, y donde el predominio lingüístico angloparlante local no viene a ser un dato relevante.

LATINOAMÉRICA COMO SUJETO HISTÓRICO

Es un hecho que, para gran parte del mundo, hasta hace poco menos de un siglo, América Latina era inexistente. Para la cultura europea, hasta muy avanzado el siglo XIX, la referencia americana estaba siempre en Estados Unidos, cuando más hasta México, ignorando de hecho la realidad existente más al sur. Salvo ciertos gobiernos con desarrollo industrial, que debían nombrar embajadores y promover políticas hacia las zonas geográficas del mundo proveedoras de materias primas o potenciales mercados, pocas naciones tenían la preocupación de saber los nombres de los países que estaban al sur del Río Grande. Por cierto, ingleses, franceses y alemanes, que entran a disputar las zonas de influencia en la segunda mitad del siglo XIX, advirtieron tal presencia geográfica con más interés que el resto de los países europeos.

El sociólogo argentino, Francisco Delich, presidente de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en un libro reciente, recuerda que Hegel ignoraba y no imaginaba a América, al que consideraba un continente sin historia, incapaz de alcanzar el Espíritu Absoluto. Como constatación de esa tendencia, cualquier investigador que concurra a las bibliotecas europeas podrá comprobar que los textos existentes en sus catálogos, publicados antes de 1960, que dan cuenta de la existencia, historia y realidad de AL son definitivamente muy inferiores en comparación a los referidos a Asia o África.

Aún hoy, en la era de las comunicaciones, para el norteamericano medio, por ejemplo, le resulta difícil identificar o ubicar geográficamente a más de la mitad de los países al sur de México, por lo cual, dificulta que tenga la constatación de un perfil de su historicidad.

Esta situación, hace poco más de cincuenta años, era extensivo a una buena parte de las elites políticas de gran parte del mundo, y el gentilicio “americano” era solo aplicable a los estadounidenses, aspecto que, todavía, es recurrente en muchos círculos.

Una buena contribución al reconocimiento de un protagonismo histórico de LA  en el mundo, vino a ser la conquista de los primeros campeonatos mundiales de fútbol por parte de Brasil, por lo menos para una parte importante del europeo medio.

Más allá de toda connotación ideológica, es un hecho que el efecto de la revolución cubana en el mundo, fue una notificación de la existencia latinoamericana para gran parte de las elites europeas, norteamericanas y asiáticas. La ya mítica frase “Ahora sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América”, contenida en la II Declaración de La Habana, produjo una preocupación e interés en la intelectualidad europea, africana y asiática, como nunca antes, por lo que ocurría en este sub-continente ignoto para ellos.

La posterior aventura en Ñancahuazú de Guevara, fue un dato más de esa constatación. La presencia de Regis Debray en las sierras bolivianas da cuenta de ese fenómeno. Lo propio provocará la experiencia allendista en Chile, con todo el sincero interés de gran parte de Europa y los países del llamado Tercer Mundo, tanto por el carácter de su modelo de construcción socialista por la vía democrática, como por su conmocionante caída.

A estas experiencias político-sociales, se sumarán nuevos fenómenos, no menos relevantes para el mundo, aún cuando menos inspirados: por un lado, las sangrientas dictaduras militares, de los años 1970-1980, y el devastador efecto del narcotráfico, con su impacto en los países que lo radican, ya sea como productores o consumidores.

Aceptémoslo: mucha de la trascendencia histórica de AL, al fin y al cabo, siempre ha estado potenciada por el drama y por nuestros muertos: ilustres los menos, anónimos los millones.

Con todo el dramatismo que ello implica, AL ha entrado a la historia mundial, no solo con su presente, sino con su trágico pasado, y, muchos en el mundo, tienen conciencia de que es un sub-continente que hizo historia con su emancipación de España y Portugal, que sus países son más antiguos que muchos integrantes de la comunidad internacional, que su aporte a la economía mundial tiene más de 500 años, y que sus manifestaciones culturales se han proyectado a la Humanidad, aún desde su colonización.

LATINOAMÉRICA COMO SUJETO POLÍTICO.

Los antecedentes que buscan hacer de AL un actor político, se remontan al esfuerzo bolivariano de construir una entidad política nacional, y para hacerla efectiva, llegó a concebir la idea de imponer una Corona, bajo la cual se unificaran estas emergentes naciones. Marx, analizando ese escenario, vería una ambición dictatorial en los deseos americanistas de Bolívar, al mismo tiempo que lo definía como “el pillo más cobarde, más vulgar y miserable”. Son conocidos los esfuerzos del Libertador por lograr que el Congreso de Panamá, en 1826, llevara a buen puerto la unidad política de los países concurrentes.

Hay que tener presente, que la clase terrateniente emancipacionista, en el periodo de la lucha por la independencia, se consideraba americana, antes que argentina, colombiana, chilena o peruana. Pero, también, no es menos cierto que la independencia fue, antes que todo, una guerra civil. Es decir, solo un sesgo en lo español. Cultural, social y políticamente, no hubo una ruptura con lo que matrísticamente era la metrópoli española.

Cultural y socialmente, no hubo un desplazamiento o una sustitución del armado cultural, ideológico y moral español, y ello terminaría por hacer fuerza en la preeminencia localista. Las capitanías generales, en un sentido cultural, económico y político, siguieron siendo capitanías generales; los virreinatos siguieron siendo virreinatos.

De hecho, en el estado de ánimo de la clase terrateniente americana hubo una tendencia descentralizadora, porque lo centralizador era la Corona Española, y el sentimiento era romper con el centralismo que España representaba, con todos sus vicios administrativos y políticos.

De tal modo que, a pesar de la potencialidad de la propuesta y la acción libertadora bolivariana, erradicado el dominio español, cada clase dominante local quiso seguir en lo suyo, y en ello – contradictoriamente – influyeron nuevamente las ideas españolas. No fueron ideas nuevas las que vinieron a imponerse.

Y cuando España no fue el sostén de la ideología predominante, lo buscaron en Francia, durante gran parte del siglo XIX, cuando no en Inglaterra y un poco en Alemania. Así, las políticas europeas y las concepciones europeas han pesado enormemente en la identidad política de AL. Tal pues que, sus movimientos políticos, sean del signo que sean, siempre han visto la realidad regional con ojos y conceptos europeos.

Pero, la semilla bolivariana no murió en el desierto, sino que ha florecido de vez en vez. Señero será, varias décadas después, el planteamiento de Martí: “De América soy, a ella me debo…a cuya revelación, sacudimiento y fundación me debo”. A inicios del siglo XX, debemos reivindicar la propuesta de una idea nacional latinoamericanista,  planteada vehemente por el argentino Manuel Ugarte, expuesta en sus libros “El Porvenir de América Latina” (1911) y “La Patria Grande” (1924).

El panamericanismo, insuflado por la herencia de la Doctrina Monroe, no fue acicate para ningún efecto práctico en la configuración de AL como un sujeto político, y solo sirvió para amparar engendros como el “Destino Manifiesto” del primer Roosevelt o la “Diplomacia del Dólar”, de la que daban cuenta Freeman y Nearling. Irónicamente, Rubén Darío diría alguna vez “Yo también panamericanicé”.

Sin embargo, lo más significativo, en términos de una propuesta política, lo constituyó el programa fundacional de la Alianza Popular Revolucionaria Americanista (APRA), de Perú, liderada por Víctor Haya de La Torre, aprobado en 1924, que, en lo medular, se manifestaba por unir dos aspectos que consideraba estrechamente ligados: el propósito integracionista y la lucha contra el imperialismo, cuya acción se hacía sentir con fuerza entre las naciones no industrializadas. Esos planteamientos se difundirían en diversos partidos políticos sudamericanos, entre ellos, el Partido Socialista de Chile.

Sin un sentido potencialmente latinoamericanista, sino más bien en el contexto alienante de la “guerra fría”, el interamericanismo constituyó una nueva experiencia política frustrante. Tanto la OEA, como todos los tratados y entidades que se generaron complementariamente, constituyeron instancias que solo ayudaron a ejercer políticas de dependencia y obsecuencia hacia EE.UU., en la división bipolar del mundo que emergió después de 1945.

Ninguno de los alcances que pretendió el interamericanismo, tuvo algún beneficio directo para una política común, salvo el obligado reconocimiento hacia el rol rector estadounidense en el hemisferio occidental, en tanto toda la preocupación de las políticas de ese país, en el campo internacional, ha estado siempre en otras regiones del planeta. Nada más demostrativo de ello, fue la inaplicabilidad del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), al producirse la guerra por las Malvinas entre Argentina e Inglaterra.

La revolución cubana tuvo su primavera latinoamericanista, que se vio reflejada en el frustrado intento de constituir la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad), a mediados de los 1960, sin embargo, alineada Cuba con la Unión Soviética, la propuesta sucumbió también entre las determinantes confrontacionales de la “guerra fría”.

La erradicación de las nefastas dictaduras militares que azolaron a AL por casi dos décadas, posibilitó crear condiciones nuevas para el reencuentro y la mancomunidad política, que se ha venido reflejando en diversas instancias, siendo la última de ellas el esbozo de una Comunidad Sudamericana de Naciones, a la que hay que agregar diversas instancias de diálogo multilateral, que han hecho más fluida la búsqueda de objetivos mancomunados. Ello ha permitido cierta opinión común en instancias internacionales, frente a situaciones de la contingencia, pero, que carecen de continuidad.

Pero, las discrepancias siguen siendo lo más relevante y cotidiano, y muchos desencuentros del pasado siguen generando odiosidades y fustigamientos inconducentes. Mientras el pasado esté vigente no habrá mañana. Este arraigo a las antiguas querellas, es lo que posibilita que AL no sea un sujeto político significativo, y que no se adviertan señales de un cambio contundente en sentido contrario.

LATINOAMÉRICA COMO SUJETO SOCIAL.

Los factores que se presentan en la formación social del sub-continente, son consecuencia de los siguientes elementos, ordenados de acuerdo a su emergencia histórica:

a)                           Las etnias indígenas, que fueron conquistadas, dominadas, exterminadas e incorporadas a la colonización, como esclavos, inicialmente, y luego como siervos.

b)                           Los conquistadores europeos que impusieron su lengua, sus armas, su religión y que se repartieron el territorio.

c)                           Los negros traídos de África para servir de esclavos, cuando se impusieron limitaciones a la esclavitud indígena.

d)                           Las múltiples migraciones post independentistas de los siglos XIX y XX desde distintas partes del mundo.

Estas afluencias incidirán de un modo decisivo, en la constitución de las clases sociales, predominando las raíces europeas en las clases propietarias  y medias altas. En tanto, las raíces indígenas y africanas serán determinantes en los estratos medios bajos, en el campesinado y el proletariado.

El campesinado surge con la colonización, a partir de la imposición de relaciones serviles de producción, y se consolida con la terratenencia de la aristocracia criolla post-independentista. El proletariado, en tanto, surge de los trabajadores artesanales y de los servicios, y se incrementa con la extracción minera y la industrialización sustitutiva.

La clase media baja nace con la especialización de los servicios y la burocracia, en la medida que se desarrolla el Estado moderno. Los estratos medios más altos se consolidan con las actividades comerciales, la pequeña industria y la alta administración de los sectores público y privado.

La clase terrateniente hunde sus raíces en la colonia, y se renueva con la constitución de las repúblicas, y, en general, tiende a recrearse. La clase burguesa, en tanto, deviene en alguna medida de los terratenientes que se convirtieron en explotadores de minas, pero, también, de los propietarios del gran comercio y de las finanzas.

Grandes problemas sociales han caracterizado y caracterizan la realidad social de AL, producto de las enormes contradicciones que cobija en su seno. Diferencias socio-económicas dramáticas, pobreza, hambre, analfabetismo confrontaciones basadas en segregaciones étnicas y xenofobias, donde se da el absurdo de que el blanco discrimina al moreno, al moreno al mulato, el mulato al negro, el negro al amarillo, y estos al blanco, y unos discriminan a todos, y todos discriminan a uno.

Podemos decir que, en su conformación social, las latencias de un continente conquistado, siguen expresándose a través de distintos medios. Expresiones, en fin, de la poca movilidad social, de diferenciaciones de clases tan profundas, que parecieran que no tendrán cambios, como no sea aquellos que tienden a hacerlos más drásticas.

LATINOAMÉRICA COMO SUJETO CULTURAL

Hace un tiempo, al destacado escritor italiano Umberto Eco, se le preguntó sobre que consecuencias advertía ante las migraciones que estaba sufriendo Europa, desde África y Asia, suponiendo ignotos riesgos de diverso tipo. El escritor replicó con calma: “Bueno, ello significará que nos transformaremos en unos hermosos sudamericanos”.

Esa virtud, que Eco resalta, no es asumida por nosotros, que vivimos mirando hacia el Hemisferio Norte, como el modelo de nuestras esperanzas. Toda la estética, toda la espiritualidad, nos viene de Europa o de EE.UU. Más aún ahora, por efecto de la globalización. Cierto, no nos damos cuenta de la belleza cultural que Eco ve en nosotros.

¿Dónde está la belleza del ser latinoamericano? En la convivencia  de modelos culturales distintos y contradictorios. En su pluralidad étnica,  en su complejidad multitonal. Somos consecuencia de la pluralidad que nos han dado el ancestro indígena, la hegemonía de los conquistadores, la brutal inserción afro y las posteriores migraciones. El presente nos da una policromía que supera lo imaginable y nos da un multiculturalismo que nos potencia frente a los moldes definidos por otras realidades.

Aún así, de manera importante, la cultura prevaleciente ha sido la herencia de la dominación. Por eso somos espiritualmente tan europeos. La cultura dominante ha sido una sobreposición de formas unilaterales impuestas al multiculturalismo de los dominados. La cultura de los dominadores es exógena – europea o europeísta, norteamericana o norteamericanista -. La cultura del dominado es la esencia del latinoamericano: plural y policroma, influida y mezclada, pero, arraigada en lo vernáculo.

Nuestra cultura es herencia de la relación y conflicto entre los propietarios y quienes han debido servirles: la mano de obra servil de los indígenas, la esclavitud afro, los esclavos chinos del siglo XIX, el inquilinaje mestizo, las pobladas obreras de la grandes urbes, los proletarios de los servicios.

Los estudios ponen en evidencia que las culturas populares no son simples manifestaciones de la necesidad creadora de los pueblos, ni la acumulación de tradiciones autónomas de antiguo origen, ni resultados del poder de los movimientos políticos. Pareciera ser que la cultura popular es un resultado de la apropiación desigual de los bienes económicos y culturales por parte de los sectores subalternos.

 En ese apropiamiento desigual, se inserta la imposición de folklore, como una búsqueda de elementos de ambigüedad y complementariedad de las tradiciones, en la búsqueda de una identidad nacional común. ¿Quiénes han contribuido a crear el folklore? Movimientos políticos mesocráticos de refundación nacional, especialmente en el siglo XX. Sin la clase media latinoamericana no habría conexión entre la cultura creada por los dominados y la cultura de los dominantes.

Sin embargo, lo popular debe ser mirado más allá de tradiciones embalsamadas, que apunten a atraer el turismo antropológico. El gran desafío cultural es lograr un reordenamiento de los procesos simbólicos, que produzca efectos de integración en la cultura popular, y, en consecuencia, en lo que AL culturalmente proyecta al mundo.

LATINOAMÉRICA COMO SUJETO ECONÓMICO.

Durante la dominación colonial, AL fue una vasta generadora de productos y riquezas, absolutamente tributaria de España o Portugal, en lo principal. Al sobrevenir la independencia, las clases terratenientes criollas, que toman el control de las nuevas naciones y se ven enfrentadas a los problemas de administrarlas, recurren al empréstito para enfrentar los desafíos de armar gobiernos y sostener ejércitos que mantengan la independencia e impongan la naciente institucionalidad.  De tal modo que AL nació endeudada. 

Luego, en el proceso de asentamiento nacional, las nuevas repúblicas sufrieron guerras civiles, que fueron financiadas nuevamente a través del endeudamiento con Europa, lo que debió ser compensado con la apertura total al comercio proveniente de ese continente. Sin embargo, los europeos no vinieron a invertir, sino a vender la sobreproducción de su industria. Para comprarla, AL volvió a endeudarse.

El rol jugado por Inglaterra, durante el siglo XIX, fue determinante para frenar todo atisbo de industrialización, todo atisbo de generar una economía manufacturera, y para imponer el “dejar hacer, dejar pasar”. Aún así, quienes han estudiado el periodo 1850-1914, reconocen una pujanza económica fundamentada en la producción agrícola con miras a la exportación.

La Primera Guerra Mundial causó una profunda desaceleración económica, por la escasez de las importaciones, lo que incitó a algunos a la producción industrial doméstica. En ese periodo comienza a actuar un nuevo protagonista, Estados Unidos, que vincula sus inversiones especialmente con la producción frutícola y minera.

De la economía agrario-feudal, AL quiso dar un salto hacia la industrialización, en la tercera década del siglo XX. Sus motivaciones estuvieron en los efectos de la depresión de 1929. El Nuevo Trato propuesto por el segundo Roosevelt encontró terreno propicio en los gobiernos de esta región. Después de la Segunda Guerra, gran parte de ellos adoptaron la visión keynesiana, que proponía la intervención del Estado en la planificación y la nivelación de los patrones de ahorro-inversión.

Como se puede ver, hasta fines de la Segunda Guerra Mundial, AL no había tenido ninguna participación en la teoría económica, a nivel mundial, como no fuera seguir las visiones e interpretaciones de los economistas del Hemisferio Norte. Alejados de la realidad de la economía industrial, con una excesiva obediencia a las teorías consagradas por los economistas de los países industriales, absolutamente desfasadas de nuestra vivencia, imposibilitaban una comprensión adecuada de los fenómenos que producían el retraso de AL y la búsqueda de soluciones efectivas.

En ese contexto se crea la CEPAL, establecida en 1948, para posibilitar el debido diagnóstico y la búsqueda de alternativas propias en el terreno de la formación de la teoría económica del desarrollo y la industrialización. Las tesis que comenzaron a plantearse en su seno, como es lógico, no aparecieron en forma integral en sus comienzos, sino que en forma paulatina, enriqueciendo y ampliando los horizontes de la exploración teórica. 

Según Dorfman, los caminos seguidos hasta fines de los 1960, por la Cepal, fueron básicamente los siguientes: a) atrayendo a economistas con mentalidad dispuesta a ampliar el desarrollo, b) formando técnicos, c) difundiendo ideas a través de publicaciones y eventos de discusión, d) siguiendo las problemáticas nacionales a  través de los técnicos vinculados a las realidades locales, y e) colaborando a la formación de órganos y planes de desarrollo en los países integrantes de la región.

Los cambios en la economía mundial, del último cuarto del siglo XX, dan cuenta dramáticamente de los efectos de la aplicación de los modelos neo-liberales y del proceso de globalización. Gran parte de la infraestructura industrial sustitutiva  desapareció, hace ya un tiempo, junto con las barreras arancelarias. Los años 1980 fueron los de la década perdida: estancamiento económico, carencia de trabajos, pauperización, profundización de la brecha tecnológica.

En la década pasada, la tasa de crecimiento de la región fue de solo 3,3%, inferior a la tasa histórica de crecimiento entre los años 1945 y 1980, que fue de un 5,5%. Durante los años 2001-2002, se presentó una fuerte desaceleración, la tercera en menos de una década.

En el año 2000 se reconocía un 36%, de su población en condiciones de pobreza, es decir, 224 millones de personas, de los cuales un 14% estaba derechamente en la indigencia. Dos años después, lejos de reducirse, la cifra había aumentado: la Cepal reconocía a un 43,4% de la población regional en situación de pobreza.

Considerando lo expresado, es un hecho que AL está económicamente al borde de las decisiones y los protagonismos, por lo cual, no pesa en las decisiones y las estrategias presentes de la economía global, salvo en tanto consumidor de productos foráneos y aportador de materias primas. La carencia de homogeneidad, no solo en los diagnósticos sino también en cuanto a las opciones de cada cual para insertarse en la economía global, genera desconfianzas mutuas, rivalidades y contradicciones, muy difíciles de sortear. Es cierto que se advierten ciertas señales que permiten avances muy superiores a los alcanzados en los pasados cuarenta años, pero, el efecto de formas distintas de cada país para hacer su inserción en la globalización, producen condiciones no coherentes con el propósito de integración.

LA INTEGRACIÓN COMO OBJETO DEL SUJETO LATINOAMERICANO.

Desde los enunciados de Bolívar y Monroe, hace casi dos siglos, posteriormente, dos doctrinas de integración se dimensionaron con las contradicciones propias de movimientos sin verdadera convicción: el panamericanismo y el interamericanismo. Haya de la Torre definía las diferencias entre una y otra, al decir que, la primera, consideraba al continente como un todo, en tanto, la segunda, reconocía la existencia de dos Américas, ambas representativas de idiosincrasias y realidades absolutamente distintas.

La primera, tiene sus fundamentos en la Doctrina Monroe, y surge oficialmente en 1888, en la Asamblea Panamericana realizada en Washington, y que tendría nuevos episodios en 1902, 1928 y 1933. El interamericanismo se instala en 1936, en la Conferencia realizada ese año, que no condujo sino a hacer más evidentes las enormes diferencias entre EE.UU. y los demás países del continente.

Los esfuerzos que se dieron, en las décadas posteriores, no dejaron de ser menos frustrantes como aquellos. El Pacto Andino, buscó hacer posible la integración del borde sudamericano del Pacífico, pero, los procesos políticos de los años 1970, terminaron por hacer sucumbir toda su potencialidad. La situación que presenta el CARICOM, o Mercado Común del Caribe, sigue siendo de promesas antes que de logros relevantes. Lo propio ocurre con el MERCOSUR, frustrado por las realidades económicas dispares que presentan sus miembros plenos, y de los que eventualmente lo integrarían.

Frente a los magros resultados de los esfuerzos integracionistas, no deja de sorprender la reciente Declaración del Cusco, sobre la Comunidad de Naciones Sudamericanas, firmado por los jefes de gobierno de 12 naciones, el 8 de diciembre de 2004. La iniciativa, promovida por Brasil, pretende derribar en los próximos 15 años las barreras comerciales de sus signantes, y avanzar en un proceso similar al vivido en los últimos 60 años por la Comunidad Europea.

Lo que pone en riesgo tal significativo propósito, empero, son las tensiones y las disputas por el liderazgo, que caracterizan tales esfuerzos, y donde inciden fuertemente los dicotómicos intereses argentinos y brasileños; las controversias sostenidas por Bolivia y Chile, donde no es ajeno Perú; las desconfianzas y querellas entre este último y Ecuador; las tensiones recurrentes entre Colombia y Venezuela. En fin, un cúmulo de querellas y desencuentros que parecen ser insuperables, porque el presente y el pasado mantienen lastres insalvables basados en pequeños nacionalismos trasnochados. Un ejemplo de las carencia de criterios comunes, a cuatro meses de suscrita la Declaración del Cuzco, los sudamericanos no fueron capaces de ponerse de acuerdo para apoyar en la OEA una candidatura de la región. El mismo reproche es válido para todos los gobiernos de América Latina, que terminaron enfrentando a dos candidatos del subcontinente, como resultado de una acción política determinada desde fuera de sus intereses e identidad.

Así, frente a la pregunta que da título a esta exposición, que indaga hacia donde va América Latina, la respuesta no deja de ser defraudante: no tiene rumbo, no sabe cual es su destino.

Pero, quienes ponen acento en los problemas del ayer, parecen olvidar lo que ha cambiado el mundo, y los efectos que la globalización produce en las economías débiles y aisladas. Frente a un mundo donde la competitividad se exacerba cada vez más, no queda mejor camino que la unidad y la constitución de bloques comerciales poderosos, capaces de negociar frente a las potencias industrializadas y tecnologizadas. Bloques que puedan expresarse políticamente y que tengan una gravitación económica relevante, por lo que consumen y por lo que producen.

Esto, por si solo, es un antecedente esencial para entender la urgencia de la integración, pero, sin ignorar aquellos factores subjetivos, que corresponden a un estado de ánimo cultural y social, comprometido con tal perspectiva. Esto último requiere crearse con un tipo de convivencia distinta, una cultura de integración. Debemos recordar que la cultura es algo que hacemos y que nos hace, es como hacemos las cosas y donde las hacemos, tiene que ver con los por qué y para qué de nuestra cotidianidad.

Santiago, Abril 2005.-

 

Bibliografía:

 “La industrialización en la América Latina y las Políticas de Fomento”. Dorfman, Adolfo.  FCE, México, 1967.

 “Repensar América Latina”. Francisco Delich. FLACSO, 2004.

“Nuestra América Latina”. Varios autores compilados por Aline Franbes-Buxeda.. Homines, Tomo 6. Puerto Rico, 1989.

“Historia de América”. Luis Alberto Sánchez. 3 tomos. Ediciones Rodas. Madrid, 1972.

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