Sebastián Jans

¿ES POSIBLE UN AMBIENTE HUMANO?

 

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LAS COMUNICACIONES Y LA ERA DE LA INFORMACIÓN.

 

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Analizando el rol de los medios que el hombre usa para comunicarse y para transmitir su cultura, hace varias décadas, Harold Adams Innis proponía su visión de la historia humana como la historia de las tecnologías de la comunicación, dividiendo la historia en tres grandes periodos: la oral, la escrita (imprenta) y la electrónica. En cada una de esas etapas han existido lenguajes que se usan a través de medios específicos, produciendo consecuencias en el medio social.

La experiencia humana tiene lugar en el espacio del diálogo, es decir, tiene lugar en nuestra manera de relacionarnos. La cultura es "una red cerrada de conversaciones”. Según la visión de Maturana, el lenguaje pertenece a la historia evolutiva de los seres humanos, correspondiendo a la explicación que el hombre puede hacer de su experiencia, estableciendo las categorías axiológicas y los conceptos que le permiten explicar, ordenar y conducir su vida. Es a través del lenguaje que el hombre puede explicar su experiencia en el vivir y coordinar su existencia con los demás: todo lo que ocurre y nos ocurre, entonces, tiene lugar en el lenguaje.

La comunicación es, en consecuencia, el canal a través del cual el lenguaje se hace transmisible y receptible; así, todo el sistema social es una compleja madeja de comunicadores. La organización social se hace posible en la medida que la comunicación ocurre. Extensivamente, están quienes afirman que la acción comunicativa no es solo un componente del sistema social, sino del sistema mismo de la vida, que recurre al intercambio de información para regularse, es decir, ocurre desde los organismos unicelulares hasta los más complejos organismos multicelulares, entre los cuales está el hombre.

En un sentido clásico, la comunicación tiene varios significados, pero, en general, todas éstos apuntan a la referencia de contacto que se produce entre un remitente y un destinatario, o mejor, entre un emisor y un receptor, para participar de una idea, de una noticia, de un sentimiento, de una sensación, etc. de un individuo a otro, de un individuo a un grupo o viceversa, o de un grupo a otro.

La comunicación, dice Luhman, se produce a través de la síntesis de tres selecciones diferentes: la selección de la información a transmitir, la selección de la expresión de esta información, y la selección del entendimiento de esta expresión y su información. Para que exista comunicación, estos componentes deben actuar simultáneamente, dando paso a una transmisión exitosa de mensajes, información o expectativas de entendimiento. Comprende, pues, una distinción entre el valor informativo de su contenido, y las razones por las cuales el contenido es expresado.

Habermas identifica la "acción comunicativa" como aquella orientada al consenso, donde dos sujetos establecen una relación interpersonal. No define el comunicarse como el acto de comunicación per se, sino cuando hay interlocución (una intención de diálogo), cuando se tiene parte en algo común. Por cierto, la comunicación es imposible sin algún tipo de consenso, sin embargo, ella es usada también para indicar discenso. En síntesis, conduce a una decisión sobre la información expresada y comprendida, la que puede ser aceptada o rechazada, o simplemente ignorada.

El factor determinante del lenguaje es abordado por Manuel Castells, quien señala que no vemos la realidad tal cual es, sino como nuestros lenguajes permiten comprenderla, en tanto ellos son nuestros medios de comunicación. Esto significaría que los medios de comunicación son los lenguajes, y que los artefactos o tecnologías de cada época son solo los instrumentos que favorecen la acción comunicativa, o sea, artefactos o ingenios de mediación.  En esa mediación se producen cambios significativos, empero, cuando los instrumentos implican nuevas formas de lenguaje, lo que produce cambios estructurales en la cultura.

La cultura en una sociedad cambia cuando la mediación tecnológica de la comunicación deja de ser meramente instrumental, para convertirse en estructural, señala Martín-Barbero, pues, la tecnología remite hoy no solo a la novedad de unos aparatos, sino a nuevos modos de percepción y de lenguaje, a nuevas sensibilidades y escrituras, de tal modo que, la revolución tecnológica introduce no solo cantidades y cualidades de nuevas máquinas o artefactos, sino un nuevo modo de relación entre los procesos simbólicos que constituyen lo cultural.

Quienes han estudiado en profundidad este tema, señalan que las comunicaciones son un campo para la creación, un elemento transversal para la cultura, que no se trata solo medios de información y difusión. La comunicación, indican, es más que solo emitir información o entretenimiento, es decir, es más que simplemente exponer o registrar. Esto significaría que puede fundar miradas, y desde el lenguaje visual, gestual, escrito y sonoro, se puede ir asumiendo el ejercicio de instalar opciones en el debate público y en las preferencias conductuales de las personas, produciendo cambios en sus costumbres y en los grupos humanos.

El conocimiento es la suma de información humana que resulta de su experiencia histórica – individual o colectiva, pasada y presente -, que le permite al hombre enfrentar su posibilidad de vida y relacionarla con el ámbito social en que se desenvuelve (como familia, como sociedad, como nación, en fin, como especie). Mas, no toda la información que el hombre recolecta, es contribuyente a ese propósito, es decir, no toda información crea conocimiento. De la misma forma, hay mucho conocimiento que no necesariamente tiene un efecto contribuyente para la vida humana, pues, hay una parte del conocimiento que conspira contra ese fin.

Martín-Barbero, analizando el impacto de los medios de comunicación en nuestro tiempo, habla de un descentramiento o una mutación en los modos de circulación del saber, pues, este se sale de lo que ha sido su eje en los últimos cinco siglos: el libro. El texto electrónico no viene a reemplazar al libro, sino a descentrar la cultura occidental de su eje letrado, a relevar al libro de su centralidad ordenadora de saberes. De tal modo que, con los medios electrónicos, los saberes escapan a los lugares y tiempos legitimados socialmente, para la distribución y aprendizaje del saber, es decir, producen una deslocalización, una diseminación del conocimiento.

Si analizamos lo que ocurre con el ilimitado nivel de conocimiento disponible en el mundo de hoy, dicotómicamente, comprobaremos que el hombre común ha ido reduciendo drásticamente su bagaje de conocimientos y se hace cada vez más ignorante. Cuanta mayor cantidad de información hay disponible, menor es la capacidad de asimilación, menor es el grado de conocimiento proporcional que el hombre común puede poseer; que cuanto más denso es el contenido de la información disponible, la información transmisible con destino masivo se hace cada vez más superficial. En definitiva, no por haber mas información aumenta el nivel de conocimiento, y no siempre la información que ofrecen los medios de comunicación, implican conocimiento. 

La disparidad que existe en el mundo desde la emergencia de la sociedad industrial, entonces, se repite y acentúa en la actual sociedad. En consecuencia, la sociedad de la información, mas que una realidad parece ser una gran aspiración: aquella en donde los conocimientos humanos y su propagación a través de los medios que la tecnología pone a nuestra disposición, sea un elemento articulador de nuevas relaciones entre los individuos y entre los diversos sectores de la comunidad, sea este local, nacional o internacional.

Por cierto, la civilización en que vivimos se ha hecho absolutamente dependiente de los medios tecnológicos de comunicaciones, y las disponibilidades existentes apuntan a hacernos creer que podemos disponer de un caudal de información, que jamás antes tuvo la Humanidad, y que un amplio tejido de medios nos conecta a todos planetariamente. Así, estaríamos total e integralmente comunicados, a través de una infinita red de cables y ondas, que llevan los mensajes y la información para cada usuario o consumidor, no importando el lugar en que se encuentre, su condición social, nacional, religiosa, espiritual, etc. Una aldea global, que nos permitiría la oportunidad de tener la realidad misma ante nuestros ojos, en una pantalla; una suerte de bola de cristal, que nos muestra el mundo, el cotidiano acontecer, y todo lo que necesitamos o podemos saber.

 

Sebastián Jans * ¿Es posible un ambiente humano?

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