Sebastián Jans

¿ES POSIBLE UN AMBIENTE HUMANO?

 

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PRÓLOGO.

 

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Muchos siglos han pasado desde que Giovanni Pico Della Mirandola (1463-1494), escribiera su “Oración”, donde establecía los ideales humanistas, que definieron los primeros enunciados sobre la dignidad del ser humano. De la misma forma, han pasado ya muchos años de los aportes particulares de Erasmo de Rotterdam, William Grocyn y Thomas Linacre.

Más recientes, se nos vienen a la memoria los derechos del hombre consagrados por la Revolución Francesa y la revolución independentistas de EE.UU., y la solemne Declaración de los Derechos del Hombre, por parte de las Naciones Unidas, en 1948.

En cada uno de estos hitos, se hizo una aproximación particular hacia la definición de los aspectos que hacen posible la esencia del hombre, sintetizados en la doctrina del humanismo, sustentada en aquella actitud o voluntad que hace hincapié en la dignidad y el valor de la persona, sobre principios básicos que definen al hombre como un ser racional, que posee la capacidad para hallar la verdad y practicar el bien.

Diferentes apreciaciones sobre el humanismo, han buscado darle un carácter, en distintas épocas, según determinadas intencionalidades o interpretaciones, que han buscado la distinción de ciertas lecturas por sobre otras. Así, distintas escuelas de la filosofía, de la religión y de la política, han establecido su comprensión del humanismo sobre la base de darle una denominación particular. Así, cuando indagamos sobre esas concepciones y cosmovisiones parecen existir distintos humanismos.

Sin embargo, lo cierto es que más allá de los matices, que cada cual pretenda darle, más allá del barniz particular de los intereses ideológicos, el humanismo no tiene un espectro multicolor, ni diferentes lecturas, según sea la pretensión de las ideas, de los intereses y de los aciertos y desaciertos, de cada tiempo, grupo o lugar, pues, la impronta que determina la doctrina del humanismo, es pequeña, precisa y concreta.

Las intenciones más variadas, por loables que se perciban, no pueden alterar aquella esencial definición, que se funda en el  interés por el ser humano, en el privilegio de su rol en la vida y en el destinatario de todas sus obras. Más allá de las discusiones sobre el antropocentrismo, que abordaremos en este libro, lo importante es entender que toda acción del hombre debe apuntar y buscar el beneficio del hombre, de todos y cada uno de los miembros de la civilización humana. Que toda acción del hombre tiene como primer y único beneficiario al hombre.

Por el contrario, toda acción que provoque un daño, un menoscabo, un perjuicio a la vida, integridad y potencialidad de un hombre, produce daño, menoscabo y perjuicio a todos los hombres.

A partir de esa impronta, queremos reflexionar nuestro tiempo, buscando aquellos elementos que nos permitan aproximarnos al humanismo, sin un propósito voluntarista o discursivo, sino en la consideración de las problemáticas de nuestro tiempo y en los debates fundamentales que hacen lo cotidiano una forma de aproximarnos a la plenitud del hombre.

Porque no es el humanismo un estado ideal, un paraíso, un modelo de construcción social, una forma de ordenar la sociedad, una ideología a aplicar, o un paradigma. El humanismo tiene que ver con un componente doctrinario que permite corregir las ideologías, las cosmovisiones, y los actos humanos, cuando aquellos ponen en riesgo la dignidad y las posibilidades del hombre para buscar su verdad y hacer el bien.

Nos proponemos buscar en nuestro tiempo, aquellos factores que hagan posible un ambiente humano, es decir, de las condiciones o circunstancias materiales o físicas, sociales, económicas, culturales, etc., que hacen posible un tiempo, un espacio, y una sociedad benigna y favorable para el desarrollo de las potencialidad humanas, en absoluto arreglo con los demás hombres.

 La Revolución Francesa tiene una enorme trascendencia para la Humanidad, por haber reunido tres propósitos o principios de la actividad humana, que señalan la base de toda forma de hacer al hombre socialmente: libertad, igualdad y fraternidad. Posteriormente, se hicieron intentos para hacer posible que aquellos principios se hicieran realidad, sobre la base de énfasis que reconocían derechos fundamentales en el hombre, derechos básicos que no solo tenían que ver con la sensación espiritual sino con la comprobación física de que somos libres, iguales y fraternos.

Muchos han sido los intentos, las propuestas, las luchas, las jornadas humanas, para dar una lectura o interpretación al respecto. Muchos han sido los errores y las consecuencias que se han debido pagar. No viene al caso hacer un recuento o siquiera un enunciado al respecto en este prólogo.

La idea es que, como corresponde, dejemos sentado nuestro propósito en las siguientes páginas. Para ello, recurriremos a una idea simbólica, que siempre me ha atraído de un modo casi mágico, y que estará subyaciendo en el desarrollo del libro: el modulor de Le Corbusier, que hace años me pusieran en evidencia dos amigos entrañables que ofician de arquitectos.

Las teorías del arquitecto romano Marco Vitrubio permitieron en el Renacimiento la definición de la sección áurea del ser humano, es decir, la proporción que permitía determinar un sistema de relaciones armónicas, también conocido como la proporción divina, que pudiera trasladarse a la figura humana, para llegar a la búsqueda de un ideal de perfección.

Pensando en torno a la urbanística, como producto humano, hace poco más de medio siglo, Le Corbusier sostenía que, ante las grandes problemáticas del tiempo que vivía, y que afectaban a la sociedad de un modo determinante, tensionada por las profundas contradicciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial, solo cabía el regreso del hombre a su medida. Tal pues, que, en 1948, publicaba sus estudios sobre el Modulor, que se basaba en medidas y movimientos del hombre, dimensionando los espacios necesarios para su desenvolvimiento, a partir de una nueva interpretación de la proporcionalidad griega y áurea.

En uno de sus escritos, sostenía que para formular respuestas que dar a los formidables problemas planteados por nuestro tiempo, había un criterio único aceptable, que conduciría los problemas a sus verdaderos fundamentos: el hombre. Allí descansaba, a su juicio, la proporcionalidad exacta de las relaciones sociales, para reencontrar la incógnita que desde siempre resuelve la ecuación del mundo.

De manera importante, queremos enfrentar esta reflexión sobre el ambiente que el hombre requiere para hacerse y desenvolverse humanamente, en ese enunciado.

Nuestro tiempo no escapa a la angustia esencial del hombre, a través de los tiempos, que contempla su civilización, y constata las enormes contradicciones que la determinan, producto de que una parte vive en la riqueza desbordante y, en el otro extremo, otra parte se muere de hambre; donde la violencia cobra miles de muertos, a consecuencia de la guerra; donde los sistemas políticos son abordados con intensidades ideológicas, que terminan frustrando las mejores intenciones; donde el error es preeminente por sobre la verdad; en fin.

Una verdadera Humanidad, es un desafío que escapa a nuestra generación, y tal vez a la siguiente y la subsiguiente. Tal vez escapa a muchas más. Empero, hacer una sociedad con un ambiente humano, es una tarea que podemos abordar en plazos menores. Esta es una contribución pensando en lo cotidiano, en las decisiones que día a día debemos abordar como personas, como sociedad, como cultura, como seres políticos, filosóficos y sociales.

 

Sebastián Jans * ¿Es posible un ambiente humano?

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